INCRESCENDO 2(2) - Revista Peruana
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Heidegger, al ser y al tiempo, mas ahora busca desesperado un soporte sobre el<br />
cual asirse, tomando como sea un respiro: “Yo le puse al mar un nombre,/ lo<br />
llamé Domingo./” (p.37), después, desembocando hacia la duda, agrega:<br />
“Pero un nombre no es más importante que llevar una luciérnaga en el pecho”<br />
(p.39), a continuación, viene el intervalo de la evocación en lo experimentado,<br />
con la bebida representando también la angustia del presente, aunque éste haya<br />
sido solo una apariencia: “Ahora este trago inflama mi lengua me sujeta a un ser<br />
por quien he de morir si no memorizo la delineación de su imperio” (p.50),<br />
donde se instaló por igual el desasosiego y el desencanto, inclusive la mujer<br />
adoptando una posición opuesta al varón, quien soñaba la posibilidad de tener<br />
una cómplice innata en cada tramo: “Censuró la forma despejada/ con que le<br />
ofrecí el mar./” (p.40), pasando el susodicho otra vez a sumergirse en la incertidumbre<br />
de oscilar entre el placer y el dolor: “la mujer nos invade con su bosque<br />
de eclipses y sudores nos aturde como una máquina despedazándose y armándose<br />
a la mala” (p.42).<br />
Y en los textos de Cuaderno de obcecaciones, con los versos de Thomas<br />
Stearns Eliot como entrada, la voz del poeta emerge buscando de nuevo la comunicación.<br />
En parte se había reducido a la nada, se mantuvo así por algún tiempo,<br />
quiso arribar a la claridad vivificadora y, no pudiendo más, acabó en la abstracción<br />
de las expresiones, nunca obviando sus duros enfrentamientos con las ideas<br />
acerca de la familia y la paternidad. En “Anotaciones para un insomnio” está el<br />
ser abocado a afrontar los intensos rigores, las peripecias constantes y los sinsabores<br />
diurnos influyendo en la nocturnidad propia de la existencia: “Muertos de<br />
impecable pellejo gobernando mis noches, apacentando las zarzas que moldean<br />
la suerte” (p.54), aquel mismo ser a punto de rendirse ante la dureza de los días,<br />
pasando por la resignación con un hálito de esperanza: “Esta es la hora de moldear<br />
el grito que me deje tendido sobre la luz y la calma” (p.56); en “A un dios<br />
dormido”, la voz del poeta suena aún más doliente: “Y nuestra piel comienza a<br />
tener tonalidad de buganvillas marchitas” (p.57), enviando una sentencia con<br />
intención de reclamo: “Como dice una canción de viejos sacerdotes en los<br />
rudos compartimientos oceánicos: la palabra fue alcanzada por la candidez de<br />
palabras mal domesticadas” (p.58); aunque “En el mismo sitio de las deshojaciones”<br />
vuelve a dirigirse al otro, a quien pueda entenderlo o tal vez sea escucharlo<br />
y percibe menos pesada la situación: “Escúchame, tú que crees en las<br />
libélulas/ como un anuncio de aires nuevos/” (p.61), cerrando al amparo de la<br />
convicción de mantenerse a flote, evitando el naufragio, hasta por sobre las<br />
difíciles circunstancias tocándole vivir: “el calor de la noche que no sabe mode-<br />
464 /<br />
Gustavo Tapia Reyes<br />
IN CRES. 2(2) 2011