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INCRESCENDO 2(2) - Revista Peruana

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CALAS A LA LITERATURA CHIMBOTANA ÚLTIMA<br />

1<br />

Gustavo Tapia Reyes<br />

OPROBIO Y LIBERTAD EN EXCLUSIÓN (EL PODER DE LA<br />

PALABRA), DE BRANDER ALAYO ALCÁNTARA<br />

Cuenta García Márquez que, siendo todavía niño, llegó a comprender la<br />

enorme importancia de la palabra, la vez aquella que su profesora, a todo pulmón,<br />

llamándolo por su nombre, pudo despertarlo en el momento de cruzar la<br />

pista y cuando estaba a punto de ser atropellado por un vehículo. Tal anécdota,<br />

de relativa truculencia, nos permite vislumbrar en parte el contenido abordado<br />

(1)<br />

en Exclusión (El poder de la palabra) de Brander Alayo Alcántara (Santiago<br />

de Chuco, 1957), por cuanto, siendo ésta un valioso instrumento de comunicación,<br />

cuya naturaleza resulta esencialmente humana, inspirando a Joan Maragall<br />

afirmar que “habiendo en la palabra todo el misterio y toda la luz del mundo,<br />

deberíamos hablar como encantados, como deslumbrados”, a la par, afrontando<br />

los procesos de mecanización y posterior robotización en que vivimos,<br />

también es un medio para el ocultamiento, la distorsión y la desinformación,<br />

dependiendo sea quién o quienes hagan usufructo de la misma.<br />

Ostentando el prólogo de Ernesto Toledo Brückmann, el volumen se divide<br />

en dos secciones. En la primera parte, titulada precisamente La palabra,<br />

conformada por una introducción y ocho parágrafos, Alayo Alcántara empieza<br />

hablando de manera rotunda acerca de ésta: a través del tiempo, ha despersonalizado<br />

su valor intrínseco por estar al servicio de los serviles y los inconscientes<br />

(p.11). Es decir, dejó de ser una herramienta de entendimiento individual y<br />

comunitario, para convertirse en un medio del engaño y el embuste desde abajo<br />

hacia arriba, desde arriba hacia abajo, en una permanente condición donde la<br />

verdad quedó al margen, la justicia pasó a ser soslayada y devino en que: la ora-<br />

1 Lic. en Educación, egresado de la Universidad San Pedro. Docente, periodista y crítico. Profesor en<br />

la I.E. “Artemio del Solar Icochea” del distrito de Santa.<br />

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toria se ha constreñido en los últimos tiempos a la simple palabra usada como<br />

demagogia: hipnosis emocional sobre las masas o individuos (p.14), ingresando<br />

a la pugna de los dominantes con los dominados, de la burguesía enfrentada<br />

con el proletariado, de los poderosos aplastando a los débiles. Brander Alayo se<br />

ampara en lo planteado por la teoría marxista para sustentar cómo la sociedad<br />

contemporánea refleja los problemas sociales, históricos, políticos y económicos<br />

solo a partir de la palabra. Solo a partir de ésta se entienden las injusticias,<br />

las falsedades, los menjunjes hechos para impedir el surgimiento de quienes<br />

reclaman su propio espacio, el derecho que tienen a ser libres e iguales a todos<br />

los demás, recordando lo escrito por Federico Sciaccia: “La palabra conocimiento<br />

no significa actitud de conocer” (p.15).<br />

Empero, si bien puede notarse harto pesimismo en las primeras páginas,<br />

en el parágrafo 2 puede leerse: La enseñanza de la verdad de la palabra conlleva<br />

al cambio de actitud personal, colectiva y social. (p.16). Por lo mismo, brota<br />

la esperanza respecto al futuro, nace una posibilidad de redención para los oprimidos<br />

o los menos favorecidos en la sociedad y en la fortuna, pues Alayo Alcántara<br />

se adentra en las lecciones de la historia para expresar una visión acerca de<br />

la ideología uniéndose a la política produce una fuerza inaudita capaz de analizar<br />

y, por ende, de cambiar la faz del mundo. Evita quedarse en el vacío de lo<br />

meramente nihilista y se orienta por afirmar una “filosofía real” que considere<br />

al progreso y al desarrollo de los pueblos como una consecuencia inevitable de<br />

la verdad soliviantada por encima de los discursos floridos, carentes de fundamento,<br />

donde aquella: siempre está adulterada, convirtiéndose en demagógica,<br />

no verídica ni científica (p.19), luego, desde la posición marxista que prosigue<br />

asumiendo el autor vuelve a acusar rotundo en el sentido de haber sido robados<br />

en nuestra cultura: el poder dominante no se sustenta en una cosmovisión sino<br />

en una racionalidad fanática del ilusionismo y provecho personal (p.25).<br />

A todas luces, el también autor del poemario Caliarena (1989), está consciente<br />

de su rol como luchador constante por medio de la palabra. De ahí su propensión<br />

hacia la rebeldía, acaso inconcebible en el siglo XXI, cuando se considera<br />

inaudita una posición de tal tipo, impulsándolo a rechazar el conformismo,<br />

rampante o desembozado y atacar los diversos mecanismos, implantándose<br />

desde hace varios años, para mantener el status quo sin variación alguna. De<br />

plena valía señala las diferentes formas creadas para diferenciar un extremo de<br />

otro, logrando separar lo concreto de lo abstracto, lo espiritual de lo material, lo<br />

subjetivo de lo objetivo: La palabra como símbolo lingüístico infiere una imaginación<br />

real maravillosa, pero la palabra tiene la verdad como su mensaje diso-<br />

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nante que es la mentira (p.27). O sea, según elucubraba el filósofo austriaco<br />

Ludwig Wittgenstein, nadie que se precie de buscar la verdad en medio de la<br />

exuberancia verbal hechizando a la inteligencia, se puede tranquilizar y quedará<br />

imposibilitado entonces de recibir dócilmente los datos venidos de la realidad,<br />

sin antes cuestionar su probabilidad de mentira. O, como en la línea del epistemólogo<br />

Karl Popper, célebre por su teoría acerca de la presencia de las innumerables<br />

seudo proposiciones formando parte de la ciencia, menguando en forma<br />

notoria su avance, de hecho estancando su progreso en el tiempo: las palabras se<br />

utilizan adrede en el arte del engaño profesional.<br />

En la segunda parte, que lleva por título El poder de la palabra, conformada<br />

de catorce parágrafos, Brander Alayo amplía sus puntos de vista hacia<br />

otros ámbitos, empezando por hablar del papel excluyente de los medios de<br />

comunicación masiva (nacionales e internacionales) informando, evitando al<br />

mismo tiempo incomodar, únicamente diciendo cuánto le conviene al poder<br />

dominante, alimentándolo de maneras diversas, aquello con lo cual éste va a<br />

estar de acuerdo o hablando acerca de cómo las monstruosas compañías, las<br />

famosas transnacionales de capitales foráneos, operando en todos los puntos del<br />

orbe, cuyas enormes chimeneas son las más grandes causantes del preocupante<br />

cambio climático y, por ende, de la abertura en la capa de Ozono protegiendo al<br />

planeta de los rayos ultravioleta emitidos desde el sol, pero que, merced a su<br />

inmenso poder económico, siempre consiguen la aparición de las voces defendiéndolas<br />

a como dé lugar, sin interesar las consecuencias: diarios de Latinoamérica<br />

y Estados Unidos también han dicho que los resultados sobre el calentamiento<br />

global suenan más a psicosis que a realidad (p.37). Todo se va configurando<br />

en un sistema global donde, por medio de la palabra oral o escrita, combinadas<br />

con imágenes estáticas o en movimiento, un importante sector de hombres<br />

queda al margen de participar de los festines propiciados por los términos<br />

denominados “progreso” y “desarrollo”. El igualmente incansable promotor<br />

de literatura infantil escribe: Esto tiene como efecto la exclusión generacional<br />

de millones de inteligencias de los países pobres, por tanto, su marginalidad<br />

histórico-formal (p.38).<br />

Después, en el parágrafo 3, arremete contra una serie de mitos entronizados<br />

en nuestra realidad, sobre todo aquellos que, viniendo desde afuera, han<br />

logrado imponerse en base a la constante propaganda mediática: La imagen de<br />

la Estatua de la Libertad, –anota convencido Alayo Alcántara– rascacielos de<br />

Nueva York, súper héroes que nunca mueren, venden la idea que el militar al<br />

servicio del imperio de EEUU es invencible (p.39), amparándose en una sote-<br />

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ada forma de ataque, siempre por medio de la palabra: La manipulación necesita<br />

contar con una falsa realidad que implica la negación continua de su existencia<br />

(p.45). También se despacha respecto a la pugna entre la versión extraoficial<br />

y la versión oficial de un hecho evidente, nunca poniéndose de acuerdo:<br />

cuando en la sociedad se producen conflictos, no se trata nunca de conflictos<br />

sociales, son conflictos individuales (p.46), en contra de las aseveraciones sosteniendo<br />

como la democracia permite la libertad de expresión, entremezclando<br />

distintas voces de modo natural, asimismo se presenta un equilibrio, lo cual es<br />

falso, pues: El mito del pluralismo de medios transmite la idea de que cantidad<br />

es igual a pluralidad (p.46) y, por supuesto, Brander Alayo se muestra un crítico<br />

acérrimo de aquel mito señalando “el tiempo vale oro”, considerando que<br />

solo ha servido para el abuso de quienes promueven las guerras en busca de vender<br />

sus armas o hacerse con riquezas estratégicas como los EE UU y sus aliados<br />

invadiendo Irak, escondiendo bajo el argumento de buscar armas químicas y<br />

bacteriológicas, nunca halladas por cierto, el verdadero objetivo de controlar<br />

los millones de barriles de petróleo que produce dicho estado en el Medio<br />

Oriente.<br />

En esto, no han vacilado en emplear todo el avance tecnológico a su alcance<br />

y, a semejanza de lo que hicieran los españoles durante el siglo XVI, usaron,<br />

usan y abusan de la palabra, despojándola de su valor moral y ético, tornándola<br />

en un mero instrumento permitiéndoles defender las apariencias frente a la realidad<br />

atroz: Quiebro tus derechos, multiplico tu jornada, aumento las enfermedades<br />

y preocupaciones. Hago primitivo tu pensamiento, tus servicios básicos,<br />

la esperanza de los sueños esperados, contamino tu conciencia (p.54). Cual un<br />

Quijote contemporáneo, Alayo Alcántara prosigue indicando las responsabilidades<br />

presentadas hasta en los últimos decenios, en distintas formas de alianzas<br />

y acuerdos bajo la mesa, soslayando a quienes, careciendo del poder omnímodo,<br />

aun cuando no estemos nunca satisfechos, solo nos resta aceptar el dominio<br />

de los otros. Se usa y se abusa de todos los medios en procura de conseguir<br />

neguemos nuestra naturaleza de seres occidentalizados a la mala o de expoliados<br />

por la imposición desde arriba, queriendo forzarnos a desconocer nuestros<br />

propios orígenes, nuestros propios ancestros y así parecernos cada vez más al<br />

“hombre blanco” como quería a fines del siglo XIX e inicios del XX el poeta<br />

británico Rudyard Kipling. Por eso, efectúa el hincapié que, en todo momento,<br />

está la resistencia frente a la alienación: La palabra se convierte en un compromiso<br />

histórico, determinando los niveles de lucha, buscando la unidad (p.62),<br />

para derrumbar aquella “hipócrita tolerancia” permitiendo la convivencia<br />

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democrática donde: “Horror y sacrilegio si se da entre ricos y pobres, patrón y<br />

campesino, capitalista y trabajador, tu valor retribuyendo a mi valor” (p.64).<br />

Varias de las afirmaciones hechas por Brander Alayo resultan discutibles.<br />

Por ejemplo, considerar a Friedrich Nietzsche como el “mentor ideológico del<br />

nazismo” (p.33), equivale a decir que la Tierra no se movía, solo porque Galileo<br />

Galilei se retractó ante el Tribunal de la Santa Inquisición, que lo juzgó acusándolo<br />

de hereje. Distinto resulta que la ideología de Hitler y sus seguidores se<br />

haya encargado de tomar y distorsionar, adecuándolo a sus intereses, el pensamiento<br />

del filósofo nacido en Röcken. Otro ejemplo de esto viene a ser la afirmación<br />

de que “las masas juveniles alemanas e italianas de la última guerra<br />

mundial y los hippies de los años 60, quienes propagaron una filosofía subjetiva<br />

e idealista” (p.19), aun cuando sabemos de no haber sido por la presencia de<br />

aquellos rebeldes, minando desde adentro el orden establecido, tendríamos<br />

todavía hoy una pacata densidad de telarañas mentales impidiendo asumir nuestra<br />

verdadera naturaleza de seres polígamos, sexuales y libres. Un tercer ejemplo<br />

lo constituye: “El pueblo sigue resistiendo más de quinientos años la heroica<br />

étnica de su genética, el valor de sobrevivencia no permite el avasallamiento<br />

total” (p.65). Se entiende: hay un fatalismo marcando a través de los siglos a<br />

todos los oprimidos, en especial, los pueblos latinoamericanos, como si estos en<br />

verdad estuvieran condenados a vivir sometidos al oprobio, sin posibilidad de<br />

liberación, debido que por genética ¿solamente nos queda continuar resistiendo,<br />

cabezas gachas, bocas amordazadas, manos atadas, los embates de la civilización,<br />

de la globalización, de la era de la información –sesgada– a gran escala?<br />

Aunque Exclusión presenta partes de mucho valor crítico, sin embargo, es<br />

en el parágrafo 14, titulado “La moral infantil y la palabra”, donde la capacidad<br />

analítica de Brander Alayo Alcántara se descuella de modo impresionante. Aquí<br />

se olvida en parte de la teoría marxista que lo empaña un poco en las anteriores<br />

páginas, dejando fluir la conciencia y la experiencia de quien, además de haberse<br />

graduado en Economía, es también profesor de Educación Primaria. Lo<br />

encontramos seguro en enunciados donde, no dejando lugar a los agregados,<br />

nos incita a la reflexión respecto a los métodos empleados en formar a los infantes<br />

que, de adultos, se encargarán de tomar las riendas del país: “Muchas veces<br />

el niño ve la corrupción como un medio lícito. Piensa que es lícito y moral recibir<br />

la limosna de los países imperialistas” (p.66-67) o cuando dice: “La precariedad<br />

de su personalidad interior y exterior, proyecta en el niño un ser con una<br />

mediocre moral” (p.68), casi en paralelo a nunca perder la fe, a pesar de todo lo<br />

observado en la sociedad, recomendando como buen pedagogo, convencido<br />

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seguidor del brasileño Paulo Freire: “El individuo desde su niñez debe perfilarse<br />

como ente transformador, universal” (p.70). Porque esta es la salida frente a<br />

la realidad de ser un país, claro está, un continente de países luchando en abierto<br />

reclamo, apuntando siempre a desechar aquel rótulo ominoso de estar en “vías<br />

de desarrollo”.<br />

También debemos decir que Exclusión está escrito con un estilo rápido,<br />

agónico, dedicado a la reflexión, pero, al mismo tiempo, insistiendo por terminarlo<br />

cuanto antes, como si el editor le hubiera estado apurando de continuo, lo<br />

cual nos lleva a encontrar ciertas discordancias sintácticas y gramaticales en el<br />

uso de un lenguaje directo, desprovisto de adornos literarios, así como párrafos<br />

bastante confusos: “El cónclave de cerebros genocidas ‘considera al mundo<br />

como un medio para sus propios fines’ imperialistas, que están siendo atomizados<br />

para objetivos oligopólicos supranacionales de familia” (p.38). Sin duda,<br />

el volumen habría ganado más en contundencia si el autor hubiese tenido la precaución<br />

de no mezclar los temas de manera tan desordenada: “Posiblemente los<br />

niños y jóvenes piensen que nunca hubo revoluciones proletarias (rusabolchevique,<br />

liderada por Lenin; la china, por Mao; albanesa; nicaragüense;<br />

cubana, que resiste el bloqueo y otras), así como revoluciones de liberación<br />

nacional, independistas, antimonárquicas (la francesa), las de origen étnico”<br />

(p.56) y se hubiera tomado el trabajo de darle a cada uno de los mismos el tratamiento<br />

respectivo, similar en el caso de “La Biblia”, un obeso libro, tan sometido<br />

a las interpretaciones de cuántos quieren encontrar en la misma el fundamento<br />

para sus, muchas veces, interesadas afirmaciones. Por lo demás, en el balance,<br />

acaso apenas aproximativo, estamos ante un buen inicio de Alayo Alcántara<br />

en su incursión por los fueros del ensayo. Un inicio rescatable, cuyos anotados<br />

defectos debería corregir solamente para mejorar.<br />

REALIDAD Y LEYENDA EN LA HISTORIA DEL SUPUESTO MEDIO<br />

HERMANO DE MI MEDIA ABUELA DE ENRIQUE TAMAY<br />

Tal como lo hicieran Edgar Allan Poe en sus célebres Cuentos de lo grotesco<br />

y lo arabesco (1839) y después Jerome D. Salinger en Levantad, carpinteros,<br />

las vigas del tejado (1963), de similar modo ha procedido Enrique Tamay<br />

Marín (Chimbote, 1964), asumiendo el desafío planteado por ambos maestros<br />

norteamericanos, en su libro La historia del supuesto medio hermano de mi<br />

(2)<br />

media abuela , una colección de 13 relatos, de variada extensión donde, sea de<br />

manera directa o de orientación colateral, todo gira alrededor de la permanente<br />

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presencia de doña Guillermina –la hermana de mis hermanos por parte de<br />

madre– precisa el narrador (p.14), una especie de matrona familiar, una Mamá<br />

Grande viviendo en un pueblo no identificado, repleto de chismografía y de<br />

frustraciones, propias de una serie de personajes transfigurados en nombres y<br />

también en voces contribuyendo con sus aportes, desde distintos puntos de vista,<br />

al ensamblaje de cada de uno de los argumentos.<br />

Teniendo en cuenta la destreza de su construcción narrativa, debemos destacar,<br />

en un principio, el relato que presta su título al conjunto. Allí el narrador<br />

empieza evocando la misteriosa llegada de un personaje anónimo, supuesto<br />

medio hermano de la susodicha: “Los primeros en avistarlo fueron unos perros.<br />

Venía hacia el cementerio” (p.13), quien desaparece más tarde sin dejar huellas,<br />

solo queda la intriga sembrada en la mente del narrador, a su vez indagando<br />

por aquel, pudiendo ser tal vez quien se retiró un día a vivir solitario en una gruta.<br />

Asimismo, en este relato surgen, esbozados como personajes apenas episódicos,<br />

aquellos que luego reaparecerán en las siguientes páginas: Pepe del Castillo,<br />

doña Cristina, el loco Silverio, la tía Yolanda, el sargento Matos. Ubicamos<br />

en seguida al relato No es de cristiano, de raigambre policíaca, en torno al<br />

asesinato del doctor Gutiérrez: “lo acuchillaron y las investigaciones revelaron<br />

que quiso defenderse” (p.42), a manos de Fernando, su propio hijo, un crimen<br />

de carácter pasional, efectuado mientras aquel dormía, tras haber sido observado<br />

teniendo sexo con la mujer de éste. En Quiso repetir el plato se narra la truculenta<br />

historia de un sujeto que, enamorado de la hija del Chino, escapó hacia<br />

la capital llevándosela consigo, durante cinco años se mantuvo por allá, a buen<br />

recaudo, hasta su retorno, en medio del alboroto suscitado para aplaudirlo y<br />

verlo de cerca, cuando irrumpe lo inesperado en la situación: “justo a esa hora<br />

lo encontramos con un tiro en la nuca y bien muerto” (p.55).<br />

En Solo las mujeres lo saben se narra la historia del Pepe del Castillo comprometiéndose<br />

de un momento a otro con la hermosa María Eugenia, llevándose<br />

a cabo las pomposas nupcias, el jolgorio carece de límites respecto a la dicha<br />

de los flamantes esposos, no llegando a consumarse el matrimonio, pues, aquel<br />

estaba demasiado ebrio. En este punto, aparece la tía Paca alterando el orden<br />

común, otra vez mediante el azar: “Terminó confesándole que esa mujer, la<br />

amante de su padre, fallecida hacía veinte años, era nada menos que la mamá<br />

de María Eugenia, y ésta, más que probable, su hermana” (p.34); en tanto, si<br />

nos sumergimos en El loco Silverio volvemos sobre dicho personaje, marcando<br />

una pauta de aparente cordura, en medio del caos imperante, encontrándose en<br />

una calle con el narrador, aspirante a poeta o poeta mismo, haciéndolo reflexio-<br />

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nar acerca de la muerte, preguntándole a la manera de Sócrates, el mayéutico:<br />

“¿Tú crees que estoy loco?” (p.46), a lo cual aquel prefiere el silencio ante la<br />

aparición de la media abuela Guillermina reclamándole a gritos porqué se había<br />

olvidado de comprarle en la botica una pastilla para el dolor de muela. Tampoco<br />

podemos descartar la inclusión del relato de carácter mítico-realista Camino de<br />

la mala muerte, donde se recuerda el suceso que da nombre a éste: el asesinato<br />

nunca esclarecido de una tal Rosita, a manos de su enamorado, con quien se<br />

estaba fugando en una noche de año nuevo, siendo perseguidos por su padre:<br />

“Fue un solo disparo que quedó en los tímpanos de mucha gente” (p.30), empero,<br />

el narrador está llevando en su caballo a un desconocido quien podría ser<br />

perfectamente “el supuesto victimario” (p.31) de aquella muchacha.<br />

Líneas arriba dijimos que los argumentos contenidos en La historia del<br />

supuesto medio hermano de mi media abuela se ubican en un “pueblo no identificado”,<br />

a lo cual debemos agregar “remoto”, acaso puramente “imaginativo”,<br />

graficando así los escasos elementos que aporta Tamay Marín en nuestro intento<br />

por establecer un puente entre el escenario y un espacio, digamos, “real”, concreto,<br />

solo sabemos: “Eran otros tiempos. La población iba en aumento y no se contaba<br />

con un mercado adecuado, una plaza terminada, una iglesia o un cine” (p.57).<br />

A esto se aúna el relato titulado Imagen de una virgen donde se narra: “Un tal cura<br />

Sabino y su monaguillo de nombre Marcelo, fueron los primeros españoles que<br />

llegaron al pueblo” (p.23) trayéndola, sirviendo de marco para instalar el folklore,<br />

la leyenda, la tradición, lo pintoresco y lo mítico, ingredientes indispensables<br />

como naturales de los pueblos lejanos, a donde quizás no ha arribado todavía lo que<br />

bien o mal denominamos civilización. Se ofician misas, se celebran matrimonios,<br />

hay regocijo por la fe, más todavía cuando la imagen aparece fuera de la iglesia y<br />

llorando, se manda hacer una enorme cadena de oro para “asegurarla”; luego se<br />

descubre que todo fue una patraña de aquellos y de La mocha, más orientada por la<br />

cuestión tanática, con algo de la sátira proveniente de Jonathan Swift, expresada a<br />

través de un personaje llamado Oso quien, “fácil superaba en tragar a dos puercos<br />

juntos” (p.36), acto donde culmina accidentándose, embadurnándose de excremento<br />

y, el giro nuevamente sorpresivo en la historia, la media abuela Guillermina,<br />

mientras cavaba otro silo, encuentra la mitad de un esqueleto, cuya alma<br />

comienza asustando a todos, menos a ella.<br />

Sin escapar de lo configurado en este libro, a nuestro entender, el más<br />

memorable de cuantos a la fecha lleva escritos, Enrique Tamay, siendo cultor<br />

de la microficción –no por simple casualidad o el detestable amiguismo que<br />

tanto daño le hace y le ha hecho a la literatura, resultó seleccionado en el volu-<br />

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Calas a la literatura chimbotana última<br />

men Breve, brevísimos. Antología de la minificción peruana (2006)–, ha incluido<br />

respectivamente Fin del sargento Matos y Murió y punto. En el primero,<br />

se narra que un personaje con ese nombre, testigo ocular de varios acontecimientos,<br />

allí anotados: “se pegó un tiro y su alma salió asustada” (p.22). En el<br />

segundo, mediante expresiones sarcásticas, se habla de la vida y la muerte, tras<br />

una larga agonía, de un temido sujeto, aseverándose: “en toda la historia del<br />

pueblo, fue el único deceso de un mortal a quien ningún vecino acompañó en su<br />

entierro” (p.27). Por supuesto, con cambios apenas perceptibles, aquí Tamay<br />

Marín nuevamente ha colocado una versión –esperamos sea la definitiva– de su,<br />

(3)<br />

tantas veces editado, relato La noticia . El ingreso del joven Manuel a la universidad<br />

desata el jolgorio en su familia, se le hace una fiesta de despedida, don<br />

Ernesto, su padre, ese día no va a trabajar, pasan los años, sigue estudiando, se<br />

demora un poco por las huelgas, pero, cuando vuelve en un diciembre, doña<br />

Cristina, su madre: “Se desmayó al saber que era abuela, se le hincharon los<br />

pies y le apareció otra vez la fiebre” (p.51).<br />

Para el final, táctica y estructuralmente, el también autor publicado en la<br />

muestra de narrativa Invención de la bahía. Cinco narradores chimbotanos<br />

(2004), ha dejado el relato que sirve para explicar todo lo anterior: Mi memorable<br />

media abuela, donde se retrata a doña Guillermina desde su niñez, pasada<br />

junto sus seis hermanos, quienes: “le enseñaron a cabalgar y arrear el ganado,<br />

a ordeñar, degollar y descuartizar animales” (p.57) hasta cumplir sus ochenta<br />

años, edad en que a causa de la diabetes le amputan una pierna, aunque ella,<br />

optando en mantenerse útil, haciendo frente a la adversidad y al infortunio, se<br />

desenvuelve apoyándose en una muleta y, poniendo todo su empeño, logra realizar<br />

muchas cosas. De pronto, una tarde, el narrador la encontrará extrañamente<br />

dormida: “Al percatarme bien, descubrí que estaba fría, sus latidos no<br />

respondían” (p.59); cerrando con Especie de diario, un relato sacado de su primer<br />

libro; Abriendo la puerta, vuelto a reelaborar, corregir y redondear sumándole<br />

otros datos para adecuarlo siempre al tono general de La historia del<br />

supuesto medio hermano de mi media abuela: “En este rincón húmedo, de<br />

luz y sombras, donde el sueño es una realidad, dejaré de escribir, ahora…”<br />

(p.62), terminar recién ahí por enterarnos que quien estaba narrando, a lo largo<br />

de las sesenta y dos páginas del volumen, es al mismo tiempo un escritor con<br />

preocupaciones existenciales, no un simple observador de aquellos con una<br />

incierta voluntad testimonial.<br />

Todos los relatos de este libro (aunque con ligeras variantes hacia la voz<br />

plural) de quien vivió durante una década en la ciudad de Santa Cruz (Bolivia),<br />

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estuvo algún tiempo por Chimbote, donde participó en las tertulias del Grupo<br />

Literario “Isla Blanca” y ahora reside en Lima, Arequipa, Pucallpa o en cualquier<br />

otra ciudad del país, dedicado a muchas labores desvinculadas de la literatura,<br />

están enfocados desde la tercera persona del singular. En Solo las mujeres<br />

lo saben, Fin del sargento Matos, La mocha, Murió y punto, No es de cristiano<br />

y La noticia, el narrador ve desde afuera los acontecimientos y apenas, salvo<br />

cuando hace referencias a la media abuela, se involucra directamente en las<br />

acciones; mientras en La historia del supuesto medio hermano de mi media abuela,<br />

Imagen de una virgen, Camino de la mala muerte, El loco Silverio, Quiso<br />

repetir el plato, Mi memorable media abuela y Especie de diario se halla participando<br />

directamente de las mismas, ordenando cada hecho, definiendo jerarquías,<br />

estableciendo conexiones, asumiendo para ello una voz bastante próxima<br />

a la narrativa de la vieja tradición, en la línea de la antigua oralidad con reminiscencias<br />

seculares, cuando los relatos eran dados a conocer por espontáneos<br />

cuentacuentos alrededor del fogón en una noche cualquiera o sentados alrededor<br />

de una mesa tomando un café.<br />

Con acierto sostiene el crítico argentino Mario Bordón que Luis Enrique<br />

Tamay Marín con este volumen ha logrado mostrar “la consistente virtud de<br />

manejar una prosa con rara soltura, tan natural y esencial que establece entre<br />

libro y lector una comunicatividad coloquial que le permite ganar en riqueza<br />

(4)<br />

estética y enunciativa e implicar al mismo en lo narrado” (p.12) . Es más, sin<br />

tratarse de una obra maestra, de hecho, hay graves errores en algunos finales<br />

que acaban cercenando la contundencia narrativa, tan reclamada, entre otros,<br />

por el dominicano Juan Bosch, como en: “El cura y su monaguillo desaparecieron,<br />

y con ellos, la famosa cadena. En pocas palabras, fugaron con el botín”<br />

(p.26), o en: “fue la primera vez que le tuvo lástima a su progenitor: en su cara<br />

había descubierto los ojos de María Eugenia” (p.35), donde, en ambos relatos,<br />

las últimas frases literalmente sobran o cuando Tamay Marín, dando un giro<br />

bastante forzado a la historia, le agrega datos que en nada contribuyen a lo ya<br />

argumentado, según sucede en El loco Silverio o en Quiso repetir el plato, nos<br />

llena de entusiasmo encontrar un libro de cuentos tendiendo hacia la perfección,<br />

con esos chispazos de mesurados coloquialismos, mezclándose a la voz de un<br />

narrador omnisciente, dando origen a un lenguaje más formal y una estructura<br />

mejor organizada.<br />

Hace mucho, debemos decirlo, habíamos estado aguardando un título<br />

como La historia del supuesto medio hermano de mi media abuela que, dentro<br />

del género narrativo, rescate de la hondonada creativa en que había caído el<br />

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autor, después de los primigenios y, un tanto fallidos, Abriendo la puerta<br />

(1988) y Por el pasadizo (1991). Debimos tener la paciencia suficiente para<br />

dejarlo se vaya depurando en silencio, alejando de los elogios o las prebendas,<br />

mientras anunciaba la segunda impresión de su novela Transeúnte sin destino<br />

(1994) y daba a conocer el conjunto de microrrelatos De infidelidades y demás<br />

yerbas (2006), un rotundo éxito en ventas según el editor Ricardo Ayllón. Sin<br />

embargo, todavía nos queda latente el desconcierto posterior al Enrique Tamay<br />

Marín, poeta de Cuaderno de interrogantes (1998). Nos persigue esa idea imposible<br />

de explicar acerca de qué ha pasado con aquel para una disminución flagrante<br />

en su calidad, pero, eso, creemos, ya empieza a rebasar los límites de<br />

este ensayo.<br />

INTRODUCCIÓN DE LO MITOLÓGICO EN LA POESÍA DE RICARDO<br />

AYLLÓN<br />

Grata ha sido y es desde un inicio la sorpresa que nos ha causado la publi-<br />

(5)<br />

cación del poemario Un poco de aire en una boca impura (2008) de Ricardo<br />

Ayllón Cabrejos (Chimbote, 1969) en la medida que, a partir de haber hecho la<br />

lectura minuciosa de su temprana antología A la sombra de todos los espejos<br />

(2003), quizás pesimistamente, consideramos bastante difícil pueda alcanzar,<br />

desarrollar y mucho menos superar el alto nivel estético mostrado por quien<br />

obtuviera el Primer Puesto en el Concurso de Poesía “El Poeta Joven de Chimbote”<br />

(1993) y el Segundo Premio en los Juegos Florales Nacionales de Poesía<br />

(1997), organizados por la Municipalidad Provincial de Huaraz (Ancash). En<br />

otra parte de algún ensayo previo, habíamos anotado el reto que significaba para<br />

el también narrador en ciernes y editor consolidado superarse únicamente a sí<br />

mismo de manera clara, debiendo entonces despojarse de ese lenguaje lujoso,<br />

algebraico, premunido de imágenes deslumbrantes y sugerentes recursos estilísticos,<br />

de los cuales inclusive había hecho gala.<br />

A fin de conseguirlo, empero, Ayllón Cabrejos debió comenzar desembarazándose<br />

de aquella ululante voz anterior, acechándolo de continuo. No necesitaba<br />

abjurar o rechazar la obra poética primigenia, según en otra circunstancia,<br />

lo hicieran José Santos Chocano al consignar en Alma América (1906), “téngase<br />

por no escritos cuántos libros antes aparecieron con mi nombre”, Antonio<br />

Cisneros respecto a Destierro (1961), casi nunca mencionándolo a posteriori en<br />

su bibliografía más amplia o exhaustiva y Juan Cristóbal declarando preferir, en<br />

adelante, solamente los poemas contenidos en El osario de los inocentes (1976),<br />

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sino efectuar la trasmigración hacia una óptica disímil, particular, distante de<br />

cuánto había hecho en poesía hasta ese momento. Así, precedida de un epígrafe<br />

general del poeta Octavio Paz, una de sus más resaltantes influencias, de quien,<br />

aplicándole un ligero parafraseo, ha tomado el intrigante rótulo y seguido de un<br />

poema, especie de prólogo personal enunciando: “Cuando hace falta verdad/<br />

acudid sin miedo a la muerte/” (p.11) y donde queda claro el “constructo está<br />

fundido en ser y en esencia, –anota Johnny Barbieri– en cerebro y corazón; existe<br />

un genius loci que domina todo y que en la voz del autor se hace intensa e ínti-<br />

(6)<br />

ma” , Un poco de aire en una boca impura se divide en cuatro partes tituladas<br />

respectivamente: En la bahía, con un poema en cinco fragmentos; Instrucciones<br />

para tu delirio, integrado por cinco poemas y dos de igual número de fragmentos;<br />

Crónica del guardián del piélago, de diez poemas y Cuaderno de obcecaciones<br />

con un poema en cuatro fragmentos más dos de dos fragmentos cada<br />

uno, todos éstos numerados en romanos.<br />

Unos versos de Allen Ginsberg aparecen como epígrafe en contraposición<br />

a la temática de En la bahía donde Ricardo Ayllón, echándose a andar sobre el<br />

camino, da origen a la introducción de toda mitología de riguroso contraste,<br />

debido a sus aires de universalidad. Desde el mismo título hasta la mención del<br />

rapsoda Azagar hallamos, a través de los poemas en prosa, la alusión a determinadas<br />

zonas que, de manera automática, nos remiten al puerto de Chimbote:<br />

“Aquella era la ruta de Tres Cabezas, donde los viejos muros de la memoria<br />

escribieron un día la historia de la bahía” (p.19). En realidad, esta primera<br />

parte del libro, constituye la poetización de las vivencias entre dos bardos errantes,<br />

dos bardos absorbidos por el hechizo de pertenecer a otro firmamento, devorados<br />

por el erotismo, la aventura y el desconcierto: “para los pigmeos que rentaban<br />

las higueras sin hojas de la calle cuarenta donde Azagar y yo domábamos<br />

las fieras erógenas de las más bajas pasiones” (p.15), porque siendo quienes<br />

son ambulan por doquiera entre referentes tan próximos, dándole consistencia,<br />

sea a las mentadas divinidades de todos los tiempos, sea a la existencia misma<br />

tan entregada a lo tenue y a lo difuso, apareciendo enseguida el apelativo que los<br />

encarna, haciendo de ambos poetas la unicidad en un mismo tiempo y espacio<br />

determinados: “Vivir fue recoger el ropaje de nuestros propios aromas y navegar<br />

al capricho de La Voz” (p.16). Esto es, constituyen un solo ente reflejándolos<br />

y, en paralelo, adquieren autonomía hasta alcanzar una dimensión ilimitada,<br />

expandiéndose rauda por distintos lugares de la bahía, haciéndose presente<br />

como el oxígeno, dentro de un ansia incurable de inmortalidad: “había que ver<br />

a La Voz encendiendo el derrotero del mar, confiándole nuestras almas de luz y<br />

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tibieza” (p.21), antes de culminar cayendo en la certidumbre del desasosiego y<br />

la resignación frente a ese entorno, si bien de una naturaleza idílica y alucinada,<br />

no por eso exenta de oscuridad.<br />

Para la segunda parte, llevando los epígrafes de André Breton y Vicente<br />

Aleixandre, Ayllón Cabrejos se ha inclinado por una voz cercana a la confesión<br />

de tipo religiosa. Se dirige hacia una oyente indefinida, pudiendo ser la mujer<br />

amada, la amante secreta, la amiga de siempre, la existencia misma o la muerte<br />

como su inexorable complemento. Lo hace convencido de la necesidad de efectuarlo<br />

sin menoscabo de su condición aislada, sin apartarse de la soledad, una<br />

eterna compañera, acaso de cada uno de nosotros. En Instrucciones para tu<br />

delirio encontramos el desbarajuste del ser lanzado sobre la nada más rotunda:<br />

“Lo sabes bien, un relámpago es reflejo solamente si el mundo vuelve a verse,<br />

como ahora, en la rodaja entumecida de un espejo” (p.27), o la nada consustanciada<br />

con el miedo y la congoja: “Hazte blandura aun cerca del gruñido de la<br />

sangre. El corazón es a veces fruta desprendida en medio de la noche” (p.26), o<br />

el miedo y la congoja dando vueltas por alrededor del ser, quedando como únicas<br />

opciones. También está el ser sometido a un sinnúmero de pruebas, en consonancia<br />

a volver en sí, ponerse de pie para continuar adelante: “Casi a tientas,<br />

reiniciarás las palabras que conciban la blanca cicatriz por donde sea erigido<br />

tu camino sin andar” (p.32), persistiendo en la afirmación de su identidad individual<br />

enfrentando a lo colectivo: “Por esta comisura a donde caen pedazos de<br />

mi rostro ahogándose en el lodo” (p.29), donde sucede que el hecho de hablar<br />

constituye una valiosa herramienta, destruyendo cualquier engranaje o muro<br />

invisible, por cuanto arriba el momento en el sentido de ese mismo ser, rechazando<br />

cualquier posibilidad de proseguir en la desesperante letanía, de algún<br />

modo se orienta: “Desde el silencio que define lo que valgo, volveré a vestirte<br />

de ese río que jamás cesó a tus pies” (p.30).<br />

En Crónica del guardián del piélago, tercera parte del poemario, donde<br />

aparece mediante un epígrafe nuestro extraviado Martín Adán, el salto temático<br />

se da sobre el mar. Este elemento natural, que geográficamente cubre las tres<br />

cuartas partes de la Tierra, se transforma aquí en el símbolo de los poemas en<br />

verso presentando una particularidad: al estar intercalados con los poemas en<br />

prosa son “ampliados” a su vez por éstos. Viene a ser el referente absoluto<br />

como indispensable, depositario de las ruinas y angustias de un Ricardo Ayllón<br />

queriendo encontrar una salida. Estuvo inmerso en el erotismo y el desconcierto,<br />

más tarde, se alineó con el miedo y la congoja, debió enfrentar, en abierta<br />

oposición a Jean-Paul Sartre, al ser y a la nada o en diálogo distante con Martin<br />

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Heidegger, al ser y al tiempo, mas ahora busca desesperado un soporte sobre el<br />

cual asirse, tomando como sea un respiro: “Yo le puse al mar un nombre,/ lo<br />

llamé Domingo./” (p.37), después, desembocando hacia la duda, agrega:<br />

“Pero un nombre no es más importante que llevar una luciérnaga en el pecho”<br />

(p.39), a continuación, viene el intervalo de la evocación en lo experimentado,<br />

con la bebida representando también la angustia del presente, aunque éste haya<br />

sido solo una apariencia: “Ahora este trago inflama mi lengua me sujeta a un ser<br />

por quien he de morir si no memorizo la delineación de su imperio” (p.50),<br />

donde se instaló por igual el desasosiego y el desencanto, inclusive la mujer<br />

adoptando una posición opuesta al varón, quien soñaba la posibilidad de tener<br />

una cómplice innata en cada tramo: “Censuró la forma despejada/ con que le<br />

ofrecí el mar./” (p.40), pasando el susodicho otra vez a sumergirse en la incertidumbre<br />

de oscilar entre el placer y el dolor: “la mujer nos invade con su bosque<br />

de eclipses y sudores nos aturde como una máquina despedazándose y armándose<br />

a la mala” (p.42).<br />

Y en los textos de Cuaderno de obcecaciones, con los versos de Thomas<br />

Stearns Eliot como entrada, la voz del poeta emerge buscando de nuevo la comunicación.<br />

En parte se había reducido a la nada, se mantuvo así por algún tiempo,<br />

quiso arribar a la claridad vivificadora y, no pudiendo más, acabó en la abstracción<br />

de las expresiones, nunca obviando sus duros enfrentamientos con las ideas<br />

acerca de la familia y la paternidad. En “Anotaciones para un insomnio” está el<br />

ser abocado a afrontar los intensos rigores, las peripecias constantes y los sinsabores<br />

diurnos influyendo en la nocturnidad propia de la existencia: “Muertos de<br />

impecable pellejo gobernando mis noches, apacentando las zarzas que moldean<br />

la suerte” (p.54), aquel mismo ser a punto de rendirse ante la dureza de los días,<br />

pasando por la resignación con un hálito de esperanza: “Esta es la hora de moldear<br />

el grito que me deje tendido sobre la luz y la calma” (p.56); en “A un dios<br />

dormido”, la voz del poeta suena aún más doliente: “Y nuestra piel comienza a<br />

tener tonalidad de buganvillas marchitas” (p.57), enviando una sentencia con<br />

intención de reclamo: “Como dice una canción de viejos sacerdotes en los<br />

rudos compartimientos oceánicos: la palabra fue alcanzada por la candidez de<br />

palabras mal domesticadas” (p.58); aunque “En el mismo sitio de las deshojaciones”<br />

vuelve a dirigirse al otro, a quien pueda entenderlo o tal vez sea escucharlo<br />

y percibe menos pesada la situación: “Escúchame, tú que crees en las<br />

libélulas/ como un anuncio de aires nuevos/” (p.61), cerrando al amparo de la<br />

convicción de mantenerse a flote, evitando el naufragio, hasta por sobre las<br />

difíciles circunstancias tocándole vivir: “el calor de la noche que no sabe mode-<br />

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larme/ un pasado razonable,/ languidecen ahora bajo el silbo inmenso/ de todo<br />

lo vivido./” (p.62).<br />

Sin embargo, contra lo que pudiera creerse, en esto último no se agota Un<br />

poco de aire en una boca impura; más bien, muestra la destreza con que<br />

Ayllón Cabrejos asume la separación o la mezcla de los poemas en prosa y los<br />

poemas en verso, cuidadosamente elaborados, característica en él que lo ha<br />

convertido en un vate algo transgresor de las formas, incluso empleadas en la<br />

lírica contemporánea (sin arribar tampoco a lo meramente hiperbólico, perdiéndose<br />

en su afán de novedad). No le teme, de ningún modo, a los riesgos lógicos,<br />

ni a las reverberaciones puras; por el contrario, decidido en el propósito de continuar<br />

dándole nuevos rumbos a su poesía, organizando sus textos a partir de<br />

similitudes en la orientación temática, se aventura en pos de ampliar el numen<br />

de su estro. Si en sus volúmenes anteriores: Almacén de invierno (1996),<br />

Des/Nudos (1998), Bestia escrita (2000), ya soltaba sus preocupaciones existenciales<br />

en torno a sí mismo y al mañana (o el futuro si se quiere), ahora se ha<br />

abocado por explorar lo más cercano a él, cuando los años se suman respectivamente<br />

en la cremallera, cuando se sienten los golpes de la realidad más inmediata,<br />

cuando se tiene lo andado pesando mucho a cuestas, como no se esperaba<br />

jamás y cada quien debe asirse, aunque sea en la esperanza –perdona Karl<br />

Popper nuestra frágil condición humana– a fin de seguir adelante, afrontando el<br />

diario transcurrir con sus dulzuras y sinsabores. En algún momento, Ricardo<br />

Ayllón se extravió en el vacío, quedó suspendido en el aire, pensó como los<br />

filósofos presocráticos de la llamada Escuela de Mileto, en los elementos de la<br />

naturaleza, el agua y la tierra, orientándose, en consecuencia, por darle estructura<br />

a cada una de esas hondas inquietudes.<br />

También es destacable (pese a su formación jurídica como abogado) su<br />

acrecentamiento en el dominio de un lenguaje sólido, menos ceremonioso, despercudido<br />

en parte del lenguaje de sus títulos arriba señalados, pero, no por eso,<br />

de menor calidad. Con este poemario, quien siguiera estudios de Maestría en<br />

Literatura <strong>Peruana</strong> y Latinoamericana por la Universidad Nacional Mayor de<br />

San Marcos, somete su estilo a un proceso de minuciosa depuración en aras de<br />

alcanzar a mostrarnos ese extremo de un mundo premunido de espacios vacíos o<br />

habitados, aunque repletos de soledad, desasosiego, congoja. “Nos sumerge<br />

–escribe el prologuista Julio Heredia– en un inquietante océano de palabras<br />

incandescentes que, cual ópera barroca, hace presumir en su génesis una realidad<br />

de abismal angustia” (p.7). Por lo mismo, Un poco de aire en una boca<br />

impura marca una pauta nueva en el camino emprendido por su autor hace más<br />

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de quince años; torna evidente el laborioso afán de proseguir ampliando sus<br />

fronteras temáticas, sus técnicas y su lenguaje poéticos, también, sin duda, brotados<br />

de las improntas de Javier Sologuren y de Saint-John Perse. Nunca ha<br />

caído en el error de conformarse con sus logros ni ha preferido ni querido<br />

comenzar a repetirse. No sabemos cuánto vendrá después; únicamente podemos<br />

decir que solo de Ricardo Alfredo Ayllón Cabrejos depende el porvenir<br />

luminoso de su bella poesía.<br />

NOTAS<br />

(1) ALAYO, BRANDER. Exclusión (El poder de la palabra), Ornitorrinco Editores, Lima, junio del<br />

2008.<br />

(2) TAMAY, ENRIQUE. La historia del supuesto medio hermano de mi media abuela, Ornitorrinco<br />

Editores, Lima, marzo del 2009.<br />

(3) Aparece en Abriendo la puerta (1988) y en una publicación autónoma del mismo autor así como en<br />

Navegar en la lluvia. Antología del cuento ancashino (2003), prólogo, selección y notas de Ricardo<br />

Ayllón.<br />

(4) BORDÓN, MARIO. Soltura, naturalidad y esencia en la narrativa de Enrique Tamay, prólogo a: La<br />

historia del supuesto medio hermano de mi media abuela, Ornitorrinco Editores, Lima, marzo<br />

del 2009.<br />

(5) AYLLÓN, RICARDO. Un poco de aire en una boca impura, prólogo de Julio Heredia, Ediciones<br />

Altazor, Lima, febrero del 2008, cuarenta y dos páginas numeradas.<br />

(6) BARBIERI, JOHNNY. El color local. Sobre Un poco de aire en una boca impura de Ricardo Ayllón,<br />

en: http://www.letras.s5.com/jb090408.html, consulta del día 11 de diciembre del 2011.<br />

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