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Autobiografía - Misioneras de Madre Laura

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¡Ay! ¡Cuánto dolor me causa el pensar que criatura tan amada, no hubiera<br />

esperado a darse cuenta <strong>de</strong> tus misericordias para ofen<strong>de</strong>rte! Vea<br />

aquí, reverendo padre, el principio <strong>de</strong>l rayón <strong>de</strong> luz en el tiempo, paralelo<br />

al rayón negro que tan pronto empecé a trazar con tinta <strong>de</strong> negación y<br />

oscuridad.<br />

La fuente bautismal <strong>de</strong> la antigua iglesia <strong>de</strong> Jericó, fue mudo testigo <strong>de</strong><br />

mi filiación divina a los claros resplandores <strong>de</strong>l sol <strong>de</strong>l mediodía. Por eso,<br />

al conocerla en 1909, es <strong>de</strong>cir, treinta y cinco años <strong>de</strong>spués, <strong>de</strong>rramé un<br />

torrente <strong>de</strong> lágrimas, dulce mezcla <strong>de</strong> amargo dolor por mi ya perdida<br />

inocencia y <strong>de</strong>l más acendrado agra<strong>de</strong>cimiento, ante aquel mudo testigo<br />

<strong>de</strong>l primer beso <strong>de</strong> aquella caridad perpetua con que me amaste, Dios mío,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la eternidad.<br />

Por eso, al entrar a la ciudad que me vio nacer, antes que recorrer sus<br />

calles, antes <strong>de</strong> mirar sus edificios y aún antes <strong>de</strong> adoraros en tu sagrario,<br />

busqué con ansia loca el único objeto que allí perseguía, la sagrada pila<br />

bautismal, diciendo <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mí: ¡Oh mi estola bautismal tan ultrajada!<br />

¡Oh mi inocencia perdida! ¡Oh mi inocencia que te fuiste! ¡Oh mi filiación<br />

divina ya <strong>de</strong>sfigurada! Mis lágrimas alarmaron a mis compañeras <strong>de</strong> viaje,<br />

que no sentían como yo, el dolor <strong>de</strong> una joya perdida, ni el hálito <strong>de</strong> un<br />

amor perpetuo, exteriorizado treinta y cinco años antes, en aquel lugar.<br />

Desahogado mi dolor, volvimos a tomar las cabalgaduras que habíamos<br />

<strong>de</strong>jado en el atrio <strong>de</strong> aquel templo, y nos dirigimos a la casa <strong>de</strong> un<br />

hermano <strong>de</strong> mi padre. Visité <strong>de</strong>spués la casa don<strong>de</strong> nací. Me refirieron las<br />

alegrías y dolores allí pasados por mis padres; pero ya nada me conmovió,<br />

todo era muerto para mí, menos la fuente en don<strong>de</strong> Dios me dio su primer<br />

ósculo.<br />

Fueron mis padrinos <strong>de</strong> bautismo, dos hermanos <strong>de</strong> mi abuelo paterno,<br />

Domingo y Juliana Montoya. Sus virtu<strong>de</strong>s perfumaron su existencia larga<br />

y fueron otro florón con que Dios adornó mi frente al venir a la vida.<br />

Mi nombre<br />

Capítulo I. Mi nombre<br />

EL nombre que me dieron no fue elegido por los míos merced a la<br />

diversidad <strong>de</strong> <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> mis padres. Él quería que me llamaran Dolores y<br />

mi madre quería que me pusieran Leonor. En este caso terció el sacerdote<br />

que me bautizó abriendo el martirologio, eligió el primer nombre que se le<br />

presentó. Me nombraron <strong>Laura</strong>.<br />

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