Memorias de un loco y otros textos de juventud Gustave ... - Ataun

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—Apenas sé qué decir a continuación, pues hay una laguna en la historia, un verso de menos en la elegía. Pasó vano tiempo así. En el mes de mayo, la madre de estas niñas vino a Francia a traer a su hermano. Era un muchacho encantador, rubio como ellas, con vivas muestras de granujería y de orgullo británico. Su madre era una mujer pálida, delgada e indolente. Iba vestida de negro; sus modales y sus palabras, su aspecto tenían un aire indolente, un poco fofo, es cierto, pero que se asemejaba al farnient italiano. No obstante, todo eso estaba perfumado de buen gusto, dejando relucir un barniz aristocrático. Se quedó un mes en Francia. Luego partió de nuevo, y vivimos así como si te dos fueran de la familia, yendo siempre juntos en nuestros paseos, nuestras vacaciones, nuestros días de asueto. Todos éramos hermanos y hermana. En nuestras relaciones de cada día había tanta gracia y efusión, intimidad y abandono,
que es quizás degeneró en amor, al menos por su parte y tuve pruebas evidentes de ello. Cuanto a mí, puedo atribuirme el papel de un hombre moral, pues no tenía ninguna pasión Y lo habría querido. A menudo, se me acercaba, me cogía por el talle me miraba, charlaba. ¡Encantadora niña! Me pedía libros, piezas de teatro de las que me devolví muy pocas; subía a mi habitación, yo estaba muy turbado. ¿Podía suponer tanta ingenuidad? Un día se tendió en mi diván en una posición muy equívoca; yo estaba sentado junto a ella sin decir nada. Ciertamente, el momento era crítico, no lo aproveché, la dejé marchar. Otras veces, me abrazaba llorando. Yo no podía creer que me amaba realmente. Ernest estaba persuadido de ello, me lo hacía observar, me trataba de imbécil —mientras que yo era tímido e indolente a la vez. Era algo dulce, infantil, que ninguna idea de posesión ensombrecía pero que por este
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Obra reproducida sin responsabilida
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MEMORIAS DE UN LOCO Mémoires d’u
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por que habéis abierto las miserab
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deseo hacer inscribir en mis botas,
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pensamiento de bufón que llora, pe
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si hubiera en él una tempestad, es
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desconocen, donde no hay mundos, ni
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Hombre que quiere comprender lo que
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Y, seguidamente, me dirás si no es
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poesía, que me sentía superior a
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Cuando niño soñaba en el amor; de
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permanecía horas enteras, con la c
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desprendía una luminosidad blanca
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se agrandaba y desaparecían los c
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estremecer a este corazón de hombr
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del corazón?, ¿estas convulsiones
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olita y la echó al fuego; el papel
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La cogió del brazo y la hizo senta
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Esta había vuelto a su casa, con e
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en los salones y que los jóvenes a
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fueran a romperse las olas, a confu
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¡Oh!, ¡quién pudiera saber cuán
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indiferencia y de tu tibieza, lo at
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libros como el barniz del librero y
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Su marido se hallaba de viaje por A
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que la huella de su paso. Una hierb
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desgreñada a merced del viento que
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abrigo rojo, que colgaba de la port
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multitud que se precipitaba en los
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días que nos envejecen como años,
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¡Pobre Mazza! ¡Tanto amor, coraz
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apasionadas. Y luego uno se pregunt
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tempestad, en él que quizás se pe
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paseaba gravemente por la playa pú
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un manto negro, descendió al patio
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VII Vivió así vahos meses, sola,
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muerte, de las lágrimas y de los p
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ocupaciones? ¿Qué os he hecho par
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años, su padre tiene sesenta mil l
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con sus labios adúlteros?, ¿no lo
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angustia, y mis vestidos están moj
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IX Se levantó, enjugó sus lágrim
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una mirada hacia el mundo que aband
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tensaron a un mismo tiempo, dio un
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Al escuchar una sucesión de dispar
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—No se atreverá —dijo el niño
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—Así, pues, me has entregado; ¡
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—¡Se equivoca —advertía algui
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puñal y una larga cimitarra pendí
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II Las puertas del palacio se abrie
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Sin embargo, cada día suponía men
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Demacrado, volcó sobre ella una mi
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Ninguno, sin duda, ha realizado est
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El Oficinista tiene de 36 a 60 año
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El Oficinista es entusiasta de la g
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seguida asfixiándose bajo el peso
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si la mecha es buena, si no se alar
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Bartolomé Denys Romain Cruchard na
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la vida de Cruchard en el seminario
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grandes talentos, y en la que el pr
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de una gramática de la lengua de e
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(el mismo cuyo sobrino tuvo un fin
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