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Richard Leakey - Nuestros Origenes - Fieras, alimañas y sabandijas

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dientes hubieran sido de leche, es decir, los que se pierden con el crecimiento,<br />

entonces habría sido un niño. Pero los molares definitivos estaban empezando a<br />

crecer, el primero y el segundo ya en su sitio, pero el tercero todavía no había<br />

aparecido. «Esto nos confirmó que el individuo había muerto a la edad de once o doce<br />

años —explica Meave—. Louise tenía doce años en aquel momento, así que teníamos<br />

un modelo humano con el que comparar nuestro fósil. Ella también estaba mudando<br />

sus caninos de leche, como algunos de sus amigos. Y al parecer, también como el<br />

joven turkana.»<br />

Nuestro fósil de Homo erectus pertenecía a un muchacho, como pudimos deducir a<br />

partir de ciertas características de la pelvis. Y pronto el resto de la anatomía del chico<br />

iba a depararnos una sorpresa, algo que se demostraría conflictivo cuando anunciamos<br />

el descubrimiento meses más tarde.<br />

Durante las tres semanas siguientes, la excavación continuó con regularidad, y cada<br />

día el esqueleto se completaba un poco más. Fue una experiencia extraordinaria para<br />

mí, para todos. Tres semanas de dicha paleontológica. Mi madre nos visitó durante<br />

unos días, y se sentaba a la sombra haciendo comentarios sobre el estado caótico de<br />

nuestra excavación, a la que comparaba con sus metódicas excavaciones en la<br />

garganta de Olduvai. Circula un chiste entre paleontólogos y arqueólogos, según el<br />

cual los «fosilólogos» practican agujeros redondos, mal hechos, mientras que los<br />

arqueólogos realizan excavaciones limpias, cuadradas, delimitadas mediante una<br />

coordenada de cuerdas. Pero, al igual que todo el mundo, mí madre estaba muy<br />

impresionada por lo que veía. «Sólo en Europa, en las tumbas de Neanderthal, pueden<br />

verse esqueletos fósiles tan completos como éste», afirmó.<br />

Era cierto. De los muchos restos de Homo erectus descubiertos a lo largo de los años,<br />

la mayoría correspondían a fragmentos del cráneo; muy pocas piezas del resto del<br />

esqueleto. De ahí que cada hueso que encontrábamos fuera el primero de su clase<br />

contemplado por unos ojos humanos. «Esta es la primera vértebra torácica de Homo<br />

erectus que contempla la ciencia», oíamos decir a Alan desde la excavación. «Esta es<br />

la primera vértebra lumbar de Homo erectus que contempla la ciencia», repetiría más<br />

tarde. «Esta es la primera clavícula de Homo erectus que contempla la ciencia.» Se<br />

estaba convirtiendo en una autentica letanía, y nos sentíamos defraudados si no la<br />

oíamos.<br />

Cada día extraíamos una cantidad de fósiles que otros años habrían bastado para<br />

justificar expediciones completas. Llegamos a considerar normal que el botín óseo<br />

continuara, y nos volvimos un poco indiferentes. Incluso David Brill dejó de hacer<br />

fotografías. «¡Es la primera vértebra torácica de Homo erectas que has visto en tu<br />

vida, nadie más la ha visto, es la segunda pelvis nunca vista, y no las fotografías!», le<br />

increpaba Alan. Aquella noche Alan escribió en su diario: «Demuestra que el<br />

yacimiento aturde la mente».<br />

La dicha paleontológica, no hay duda al respecto. Ante nuestros ojos estaba tomando<br />

forma un individuo Homo erectus esencialmente completo, el primero desenterrado<br />

desde que esta especie antepasada fuera descubierta hacía casi un siglo.<br />

Homo erectus se sitúa en un punto crucial en la historia de la evolución humana; de<br />

una forma muy real es el precursor de la humanidad. Todo lo anterior a Homo erectus<br />

fue semejante al simio (a excepción del enigmático Homo habilis, de corta vida). Todo<br />

lo posterior a Homo erectus fue claramente humano, tanto en su comportamiento<br />

como en su forma. El inicio de una forma de vida cazadora-recolectora llegó con Homo<br />

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