Richard Leakey - Nuestros Origenes - Fieras, alimañas y sabandijas
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frente es lisa, y la parte posterior del cráneo tiene la curiosa forma de un moño. La<br />
cara es algo más prominente que la de los modernos humanos, pero menos que la de<br />
los primeros homínidos y simios. Cuando sostengo un cráneo de Homo erectus en mis<br />
manos y lo miro de frente, tengo la profunda impresión de hallarme en presencia de<br />
algo claramente humano. Es el primer momento en la historia humana en que una<br />
verdadera condición humana aparece marcada con tanta fuerza.<br />
Es cierto, lo sé, que el probable predecesor inmediato de Homo erectus fue una<br />
especie llamada Homo habilis, en muchos aspectos simplemente una versión menos<br />
inteligente que aquél, es decir, con un cerebro más pequeño. Y es cierto que cuando<br />
miro un cráneo de esta especie no puedo confundirlo ni con el cráneo de un simio ni<br />
con el pequeño cráneo de los primeros homínidos. Pero en un sentido difícil de<br />
explicar, parece que Homo erectus «llegó», alcanzó el umbral de algo extremadamente<br />
importante en nuestra historia.<br />
Incluso antes de que el joven turkana apareciera en el Nariokotome, la enorme<br />
importancia de Homo erectus en la historia humana ya estaba bien establecida,<br />
aunque fuera sólo a partir de una fracción conocida de su anatomía. La representación<br />
del centenar de individuos conocidos procedentes de varias partes del mundo se<br />
reducía, en gran parte, a fragmentos de cráneo y de mandíbula. Incluso en la famosa<br />
cueva del hombre de Beijing se encontraron esencialmente fragmentos. Otra parte del<br />
esqueleto que también suele aparecer, cuando aparece, es el hueso del muslo. Y ello<br />
es así porque el fémur es un hueso robusto que tiene todas las posibilidades de<br />
sobrevivir a las vicisitudes del enterramiento y la fosilización, primero, y a la erosión<br />
natural a la intemperie, y al descubrimiento, después. Aunque muy similar a los<br />
fémures humanos modernos, este hueso de Homo erectus evidencia su pertenencia a<br />
una especie físicamente activa: el propio hueso está extremadamente reforzado y las<br />
cavidades de las articulaciones musculares son muy anchas.<br />
Aparte de fragmentos de cráneo, de huesos del muslo, y de algunas partes de la<br />
pelvis, sólo se había podido descubrir una parte de la anatomía de Homo erectus —<br />
hasta que apareció el joven turkana. El destino habitual de un individúo muerto en<br />
plena naturaleza es servir de alimento a hienas, perros salvajes e incluso puerco<br />
espines, que desplazan partes del esqueleto y dejan sus huellas dentales en otras. Lo<br />
que queda del esqueleto se va secando, acaba pisoteado, pateado y finalmente<br />
dispersado por la acción de las manadas de paso. A veces los huesos quedan<br />
sepultados, y si existen condiciones químicas favorables, pueden convertirse en fósiles.<br />
En general, la posibilidad de que el hueso de un solo individuo se fosilice es pequeña,<br />
pero la posibilidad de que todo un esqueleto se fosilice es extremadamente minúscula.<br />
El proceso clave en todo ello es el enterramiento: si los huesos quedan sepultados<br />
inmediatamente después de la muerte, las posibilidades de fosilización son mayores. Y<br />
el enterramiento depende, a su vez, de que allí se acumulen o no sedimentos, como<br />
ocurre con las tierras aluviales de ríos y lagos. El agua lleva sedimentos finos que, en<br />
condiciones muy favorables, pueden cubrir rápidamente un hueso fresco. Nosotros los<br />
antropólogos rogamos para que un día pueda descubrirse una antigua Pompeya, con<br />
una familia de homínidos cubiertos de ceniza volcánica tal como estaban en el<br />
momento de la erupción. A falta de algo así, buscamos los restos de un individuo<br />
muerto cerca de un río o de un lago. En el lago Turkana, y en otros lugares del África<br />
oriental, como la garganta de Olduvai y la región del Hadar en Etiopía, los antropólogos<br />
disfrutan de un doble festín. No sólo porque en estas zonas hubo sistemas<br />
lacustres y fluviales que proporcionan las mejores posibilidades de fosilización de<br />
homínidos y otras criaturas de comunidades ecológicas pretéritas, sino porque estos<br />
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