Richard Leakey - Nuestros Origenes - Fieras, alimañas y sabandijas
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Capítulo IV<br />
DE MITOS Y MOLÉCULAS<br />
Homo erectus, la especie del joven turkana, representaba un punto crucial en la<br />
evolución humana. Más o menos todo cuanto había precedido a Homo erectus había<br />
sido claramente simiesco en aspectos importantes: parte de su anatomía, su ciclo<br />
biológico, su comportamiento. Y todo cuanto vino después de erectus fue ya clara y<br />
distintamente humano. El joven turkana formaba parte de una mutación crucial en la<br />
evolución humana, cuando las semillas de la condición humana que sentimos hoy<br />
dentro de nosotros arraigaron firmemente. Además de cambios importantes en la<br />
forma global del cuerpo y en las pautas de vida, Homo erectus estuvo en la vanguardia<br />
de un nuevo desarrollo del tamaño del cerebro, un avance en la capacidad mental.<br />
Estoy convencido de que estuvo en el verdadero origen del germen de la compasión, la<br />
moralidad y la conciencia, que hoy consideramos señas de nuestra identidad.<br />
Hay que ver este giro decisivo desde una perspectiva temporal y biológica, tomando en<br />
consideración tanto la época en que apareció por primera vez la familia humana como<br />
los debates en torno a la fecha de esos orígenes.<br />
El «relato» de los orígenes humanos es más o menos el siguiente: Érase una vez, hace<br />
muchos, muchos años, una especie de simio un tanto insólito de África que tuvo que<br />
abandonar su bosque tradicional porque un clima más frío había reducido regular y<br />
sistemáticamente la capa forestal. Nuestro simio, pleno de recursos, se aferró a esta<br />
oportunidad ecológica y en su nuevo habitat, ahora completamente abierto, empezó<br />
enseguida a experimentar una serie de cambios evolutivos. Poco a poco logró<br />
mantenerse erguido y desplazarse sobre dos Patas, en lugar de cuatro; empezó a<br />
hacer y utilizar útiles y armas de piedra; A aducir el tamaño de sus afilados dientes<br />
caninos y a aumentar el tamaño de su cerebro.<br />
Se estableció un sistema de retroalimentación positiva, donde cada desarrollo llevaba<br />
al siguiente: cuanto más erguido, más podía usar sus manos; cuanto más usaba sus<br />
manos, más erguido tenía que mantenerse; cuanto más inteligente, tanto más podía<br />
confiar en su tecnología lítica. Poco a poco llegó a convertirse en una versión primitiva<br />
de nosotros, erguido e inteligente, un hábil fabricante de útiles, un experto cazador. Se<br />
erguía triunfante en las llanuras de África, dejando que simios menos hábiles<br />
permaneciesen escondidos en las mermadas zonas boscosas, en pleno retroceso.<br />
Esta fue la fantasía —y utilizo la palabra con plena conciencia— que predominó en<br />
antropología durante mucho tiempo, sobre todo porque parecía plausible. Los<br />
principales elementos de la historia son dos: primero, alcanzar la condición humana<br />
requería iniciativa y esfuerzo, y los simios siguieron siendo simios porque no se<br />
emplearon a fondo. Segundo, la transformación evolutiva de simio a humano tuvo que<br />
ser instantánea, porque las tres cualidades que, en nuestra opinión, nos separan de los<br />
simios —el bipedismo, la fabricación de útiles, y una gran inteligencia— empezaron a<br />
emerger desde el mismísimo principio. En otras palabras, el primer miembro de<br />
nuestra familia ya fue semejante al moderno ser humano, aunque con una forma<br />
primitiva. Estos dos elementos, creo, nos dicen mucho sobre nosotros mismos, sobre<br />
lo que significa el tema de los orígenes humanos para profesionales y no profesionales.<br />
El primer elemento de la fantasía —la idea de la iniciativa y el esfuerzo en la evolución<br />
humana— estaba explicitado en los libros de antropología de las primeras décadas de<br />
nuestro siglo, pero por suerte hoy ya no es tan evidente. Aunque los antropólogos<br />
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