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AMOR Y ANARQUÍA

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mandábamos, groserías bien de varón, jugar con eructos y esas cosas. Y Marta decía ‘tantos años del<br />

Río de la Plata invertidos para que terminen en esto’. Soledad era una señorita inglesa, pero cuando<br />

estábamos todos era una hecatombe”.<br />

“En nuestra infancia Soledad era la quilombera, la que se peleaba siempre con todo el mundo: con<br />

los primos, con los amigos, con el grupo del barrio”, dirá Gabriela Rosas, su hermana. “Era muy<br />

linda, rubia, pelo largo. Siempre llamaba la atención por lo linda que era y por el carácter de mierda<br />

que tenía. A mi vieja se le iba un poco de las manos y yo empecé a hacerme cargo, no de la educación<br />

sino de la contención de Soledad. Ponerle bien los límites, sanamente. No encerrándola o pegándole<br />

o poniéndola en penitencia, que eran las medidas que mi vieja tomaba ya desesperadamente. No la<br />

sabía conducir, decirle ‘comportémonos un poco mejor en sociedad, hay algunas reglas que tenés que<br />

aprender para conseguir las cosas de buena manera’”.<br />

Soledad no parecía entender las reglas. Era, entre otras cosas, incapaz de guardar un secreto.<br />

“Se mandaba cada metida de pata que no sabés”, dirá Marta Rosas, su madre. “Vos no podías hablar<br />

nada adelante de Soledad porque después... No podías comprar un regalo con ella: por ejemplo, el<br />

cumpleaños de Gabriela: ‘bueno, Sole, vamos a comprar el regalo de Gabriela’. Después por ahí faltaba<br />

una semana para entregarlo, yo lo escondía en un placard con llave, para que Gabriela no pudiera<br />

encontrarlo. Pero Soledad hasta que se lo decía no paraba: ‘Gaby no sabés lo que te compramos, me<br />

parece que te va a servir, me parece que el color te va a quedar lindo’. Entonces la otra se ponía loca,<br />

y me preguntaba qué es, me decía ‘mirá lo que me dice’. Hasta que al fin terminábamos diciéndole<br />

‘tomá, mirá, abrilo’.”<br />

Sin embargo las reglas abundaban. La quinta, por ejemplo, se acababa temprano: cada domingo, la<br />

familia Rosas emprendía la vuelta a media tarde, porque las nenas tenían que ir a misa de siete en el<br />

colegio.<br />

Las fotos la muestran en todas las fases de la felicidad. Las fotos suelen mostrarla al aire libre y es raro<br />

que aparezca sin un perro, y es más raro que aparezca sin su cara redonda, su pelo rubio repartido en<br />

dos colas de caballo, su sonrisa confiada. Las fotos la muestran con piletas, amigas, tortas de cumpleaños,<br />

hermana casi siempre, más perros, padres, madres, abuelitas. Las fotos la muestran en algún<br />

campamento del colegio, en vacaciones en el Uruguay Bariloche Iguazú Mendoza o la Patagonia, en<br />

sulkies autos patines triciclos autitos chocadores, en disfraces de gitana o de cocotte, en pijama malla<br />

vestidito de fiesta con volados bluyín campera para nieve jumper gris del colegio, en el momento de<br />

pintarse unos bigotes falsos o zapatear americano o bailar escocés o comerse un chupetín inmenso.<br />

Son fotos. Las fotos la muestran esperando un caballo, acariciando un caballo, domando un caballo,<br />

parada sobre un caballo, bañando un caballo, besando un caballo, pero enseguida viene el perro. Son<br />

fotos de una nena que parece contenta, fotos de grandes espacios y animales, de familia entusiasta. Se<br />

sabe que las fotos son recuerdos, que los recuerdos no se organizan para ser veraces. Cuando alguien<br />

decide qué fotos va a sacar y, más tarde, qué fotos va a guardar, está escribiendo esos recuerdos, censurando,<br />

construyendo un pasado feliz para el futuro casi impensable todavía. Las fotos, en cualquier<br />

caso, la muestran muy simpática.<br />

Soledad entró en la adolescencia sin grandes alharacas. A sus doce un cambio en el espacio marcó<br />

el paso: su madre decidió redecorar la pieza que compartía con su hermana. Marta Rosas regaló los<br />

muebles infantiles y los reemplazó con dos camas anchas muy inglesas, muy femeninas, con colchas<br />

color crema y su muñeca encima. Y un espejo a juego, la mesita de luz entre las dos, un papel en las<br />

paredes de florcitas rosas: una auténtica habitación de señoritas.<br />

Soledad solía quedarse en casa: ya no miraba La Familia Ingalls; ahora escuchaba a los Rolling Stones,<br />

los Redondos, Freddy Mercury, la Rock&Pop. Y no le interesaban las cosas que debían atraer a una<br />

chica de su edad: salía muy poco, no pensaba en ropas o peinados. Afuera la Argentina completaba la<br />

noche militar y entraba en las tinieblas económicas: los planes de Alfonsín no conseguían evitar una

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