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AMOR Y ANARQUÍA

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le podía servir; ella lo haría, pero no pensaba que su viaje sería de esos en los que un título así podía<br />

tener utilidad.<br />

Su pasaje estaba abierto por seis meses: Soledad tenía que volver a Buenos Aires hacia mediados de<br />

diciembre y había planeado su viaje en consecuencia. Los dos primeros meses las dos mujeres trabajarían<br />

en los Alpes italianos: los parientes de una vecina de Silvia tenían una hostería en un pueblo<br />

llamado Alpe Devero y necesitaban personal para la temporada de verano. De allí se irían a Munich,<br />

donde se tomarían un avión hasta Londres y de ahí hasta París. También tenían escalas en Madrid y<br />

Amsterdam: un tour casi completo y, aun así, quizás no resultara suficiente.<br />

“Soledad había vivido toda la vida con su mamá y su papá, que la cuidaban como a la luz de sus ojos”,<br />

dirá su amiga Soledad Echagüe, Sole Vieja. “Cuando salía de la casa de mamá y papá, por más que<br />

hiciera bardo y se enganchara con lo que se enganchara, siempre volvía y ahí estaba protegida. Si no<br />

eran sus viejos, era yo o su hermana Gabriela. Era una niñita cuidada por todos. Creo que tenía una<br />

gran necesidad de cortar el cordón y el viaje era una posibilidad muy fuerte de cortarlo. Entonces yo<br />

siempre tuve esa idea de que iba a volver pero que iba a tardar más que lo que les decía a los viejos.<br />

Me parece que en ese momento había algunas rencillas con ellos pero no era nada importante: boludeces.<br />

Los viejos también en ese momento tenían una posición un poco contradictoria. Probablemente<br />

ellos no lo recuerden en su lugar de padres, pero tenían esa cosa de ‘andate pero volvé, andate<br />

pero quedate, andate para olvidarte de Pablo pero no te olvides de mamá y papá’. Por otro lado, ojo<br />

que yo los adoro, pero ellos eran padres muy obsesivos. Y Sole era la eterna rebelde: ella tenía que<br />

estar en contra de algo, no importaba qué. Por otro lado, ella muchas veces les decía a los viejos lo que<br />

ellos querían escuchar porque estaba en esa etapa en la que los viejos te hinchan las pelotas y no tenés<br />

ganas de que te manejen la vida. Por eso si los viejos querían escuchar que Sole volvía en seis meses,<br />

Sole les iba a decir que volvía en seis meses. Tampoco lo veo mal. Me parece que es parte de la edad”.<br />

“Soledad cuando se fue estaba buscando, no sabía qué quería”, dirá Gabriela Rosas, su hermana. “No<br />

sabía hacia dónde ir, no tenía una conexión con el mundo más allá del cariño que sentía por las personas<br />

que la rodeaban. Estaba buscando. No sentía ningún orgullo ni satisfacción por su carrera, era<br />

como una obligación más que cumplió. No sé si buscaba conscientemente, pero el espíritu del viaje...<br />

No empezó a organizarlo entusiasmada. Pero cuando se iba acercando el momento le iba encontrando<br />

sentido y se fue pensando que algo iba a pasar. Como ‘no esperen nada más de mí, ahora me voy,<br />

soy yo y que nadie me rompa más las pelotas, ni mis novios ni mis padres ni mi hermana’. Como que<br />

sabía en algún lado que era un cambio importante. Ella tenía una necesidad enorme de alejarse de la<br />

familia, de papá y mamá. Y quizá de mí también, porque yo en ese momento era muy papá y mamá”.<br />

Los primeros días de junio Soledad no paraba. Se despidió varias veces de sus amigas y amigos, tuvo<br />

que legalizar sus documentos, preparar los detalles de su viaje. Su equipaje tenía que ser ligero: su mochila<br />

sería la misma de siempre, la azul y roja, la que usaba para ir de casa en casa esos últimos tiempos.<br />

Y la fue llenando de lo mismo de siempre: calzas, remeras, un par de mallas, pantaloncitos cortos,<br />

dos jeans, una camisa de colores, un pulóver a rayas, un buzo gris, las alpargatas. Gabriela la ayudaba:<br />

-Pero no, Sole, qué te vas a llevar esa remera. Si es un trapo de piso.<br />

-Gaby, no me rompas.<br />

-¿Y no te vas a llevar ropa de abrigo?<br />

-¿Para qué? En cuanto venga el frío en el norte yo me voy al sur, al Mediterráneo. Ni en pedo voy a<br />

pasar frío, yo, allá. Yo no voy para eso.<br />

Sí metió dos cepillos de dientes: Soledad se los lavaba varias veces por día. Y el cepillo del pelo y su<br />

walkman y varios cassettes con música étnica de indios del Amazonas y de México y de Mano Negra<br />

y los Redondos y el libro de Galeano y varias fotos de su familia y sus amigos y, enrollado en un tubo<br />

de cartón, su diploma. También tenía, en un bolsillo escondido, 2.000 dólares en traveller-checks que<br />

había comprado en la agencia Thomas Cook: lo suficiente para mantener cierta autonomía durante el<br />

viaje. Dejaba, en su caja de ahorros, otros 6.000, por cualquier cosa. Se los había ganado trabajando.<br />

“A ella le encantaba viajar y además tenía facilidad con los idiomas”, dirá Marta Rosas, su madre.

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