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En la noche del 23 de agosto de 1996 los descontentos del Valle de Susa -en el Piamonte italiano- inauguraron<br />
otros métodos: dos bombas molotov quemaron una perforadora de la Consonda -la sociedad<br />
encargada de los sondeos del terreno necesarios para la construcción del Tren de Alta Velocidad-<br />
cerca de Bussoleno, uno de los pueblos más importantes del Valle. Los daños se calcularon en 50.000<br />
dólares; unas pintadas firmaron el operativo: “Alto al TAV”, “No al Alta Velocidad - No a Maastricht<br />
- No al presidencialismo”, “Ahora y siempre, Resistencia”.<br />
Soledad Rosas tampoco había leído esa noticia en los diarios argentinos: en principio porque seguía<br />
sin leer mucho los diarios y, sobre todo, porque los diarios argentinos no publicaron esa noticia -ni<br />
tenían por qué.<br />
Soledad seguía su camino con tropiezos que, a la distancia, parecen tan menores. En esos días una<br />
amiga suya, hija de unos amigos de sus padres, se casaba en Rosario: “Agarramos el auto y nos fuimos<br />
los tres para allá”, dirá su padre. “Ella había trasnochado, durmió todo el viaje. Cuando llegamos al<br />
hotel en Rosario me puse a sacar las cosas de las valijas y me encontré con un paquete como de cien<br />
gramos de picadura de marihuana”.<br />
-¿Y esto qué mierda es?<br />
-No, me lo encargó un amigo, se lo tengo que dar.<br />
-Yo te creo que te lo encargó un amigo, pero vos me querés mandar en cana que yo ande por una ruta<br />
con esto.<br />
Le contestó a los gritos. “La verdad que esa vez le dije de todo”, dirá su padre. “No le pegué, pero<br />
la maltraté al máximo, y agarré la marihuana y la tiré por el inodoro. No porque me asuste, Soledad<br />
se habrá fumado todos los porritos que sea, pero que no sea pelotuda, si a mí me agarran con dos<br />
porritos no pasa nada pero si nos agarran con eso el pelotudo que va en cana soy yo. Ella se enojó<br />
muchísimo y después un día me dijo sí papá, tenés razón. Lo que pasa es que Soledad no sabía decir<br />
que no, era un grave defecto que tenía. Y creo que eso le costó muy muy caro”.<br />
En esos días Soledad pasaba mucho tiempo en Villa Rosa. Sus amigos solían visitarla allí: la quinta de<br />
los Rosas era un espacio muy abierto, donde casi todos eran bien recibidos, y los fines de semana se<br />
llenaba.<br />
“Ella siempre trataba de llamar la atención, como si necesitara que le hicieran caso, que se dieran<br />
cuenta de algo”, dirá Cecilia Pazo, su prima. “Todas esas cosas eran toques de atención. Estaban esos<br />
novios que llevaba a su casa, que me parece que no era necesario llevarlos. Podés estar con cualquiera<br />
pero no necesariamente presentárselo a tu familia. El modo de vestirse, de pensar, de hablar. Por la<br />
calle la miraban mucho porque andaba con todo suelto. Pero se ponía un vestidito, se pintaba un poco<br />
y era una diosa. Era una muñeca, las medidas todo. Petisita pero una modelito. Un sábado que fuimos<br />
a su quinta con todos los amigos de mi marido, Soledad se puso a tomar el sol en topless: los monos<br />
estaban todos desesperados. Pero ella manejó la situación; ¿te creés que alguno se animó a zarparse?<br />
Te aseguro que eran trece boludos y estaban todos atónitos porque ésta estaba con un porte como<br />
diciendo ‘¿Perdón? ¿Pasó algo?’ Y en vez de estar incómoda, incomodaba al resto. Y al que no le gusta<br />
que no me mire o que no venga. Estas cosas son las que te digo, de buscar siempre el desorden. Por<br />
eso te digo”.<br />
Soledad seguía sin tener muy claro qué quería; por el momento terminaría su carrera y seguramente<br />
después podría viajar un poco: “Sole estaba re enganchada conmigo porque su gran sueño era viajar”,<br />
dirá Soledad Echagüe, Sole Vieja. “Y yo era la única del grupo que había viajado a Europa: en plena<br />
represión me fui a Inglaterra a vivir un año sola, no podía creer que había un mundo tan maravilloso y<br />
tan diferente. Siempre le contaba a Sole, y le decía ‘vos, petisa, tenés que viajar porque se te va a partir<br />
la cabeza’. Siempre jugábamos y fantaseábamos con la idea de viajar juntas. Ella me escuchaba todos<br />
mis cuentos de mis viajes como yo escuchaba a mi abuela y le pedía que me los repitiera”. Viajaría, sin<br />
duda viajaría, pero eso no terminaba de armarle una vida.<br />
Aquel invierno Soledad empezó a charlar más con su vecino Ezequiel, el hijo mayor de Silvia y Juan