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AMOR Y ANARQUÍA

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-¡Abajo de un tren!<br />

La muerte de Alejandro nunca quedó del todo clara. Era seropositivo y solía deprimirse: esa tarde<br />

estaba cruzando las vías cerca de la estación de Flores con su sobrino menor. Alejandro se retrasó:<br />

lo único que vio su sobrino fue que el tren le pasaba por encima; nunca se supo si se había caído, si<br />

había tropezado, si se había tirado.<br />

-No sé, Sole, la verdad que no sé si se tiró, se cayó, qué carajo. Todos dicen que se mató, pero yo sé<br />

que él no se quería matar. Tenía a su hija, la quería un montón... A veces hablaba de matarse, que ya<br />

no se la bancaba, pero yo sé que no era en serio... Ale no se quería morir.<br />

Soledad patinó. Fue su primer encuentro cercano con la muerte y la sorprendió la violencia de ese<br />

choque. Había algo impensable en todo eso: últimamente no lo veía tan a menudo, pero la idea de<br />

que Alejandro no fuera a aparecer nunca más, que nunca más irían a fumarse un porrito a la plaza, a<br />

tomarse unas cervezas en el bar de la Reina, le parecía una aberración. Y no terminaba de entenderla:<br />

la muerte es un aprendizaje complicado.<br />

Soledad estaba desconsolada. Esa noche se fue a ver a Sole Vieja, que ya se había mudado a Caballíto:<br />

“Yo tenía una vecina que me obsesionaba porque le gritaba mucho a sus hijos”, dirá Soledad Echagüe.<br />

“Mi departamento era chiquito, se oía todo, y yo detesto que se les grite a los niños. Creo que los<br />

niños, los animales y las plantas tienen que tener un cuidado aparte. Y ese día yo estaba tirada en la<br />

cama y Soledad se daba una ducha con la puerta abierta y me contaba, lloriqueando, de la muerte de<br />

este chico. Y en el medio se escuchaban las puteadas de la mina al hijo. De repente Soledad abre la<br />

ventana, la muy zarpada, se asoma y le grita ‘callate, yegua, sos una hija de puta’. Yo me quería morir.<br />

La mina nunca más les gritó a los chicos. Fue un flash eso. Fue rara la situación; digo, que en el medio<br />

del lloriqueo, la tipa se ocupó de abrir la ventana y gritarle a la mina. Qué loco, ¿no?”.<br />

Aquella noche las dos Soledades se quedaron despiertas hasta muy tarde, con una botella de vino y<br />

muchas preguntas:<br />

-¿Vos creés en el infierno, Ma?<br />

Sole Vieja tuvo un ataque de risa:<br />

-No, nena, tampoco la pavada. El que cree en un Dios que te castiga no cree realmente en Dios, ni en<br />

pedo. Dios no es eso, nena.<br />

Sole Vieja era su amiga creyente y, a veces, Soledad trataba de que le explicara ciertos misterios. Pero<br />

esa noche era especial: la muerte se había acercado demasiado. “Ella no decía que fuera religiosa<br />

pero lo era”, dirá Soledad Echagüe. “Yo soy profundamente creyente y ella conmigo hablaba mucho<br />

de esas cuestiones. No era practicante, no iba a misa, pero creía un poco en todo eso. Hablábamos<br />

mucho de la encarnación, yo a veces le leía algún párrafo de algo que había leído. A ella le hubiera<br />

encantado, por ejemplo, poder acordarse de sus reencarnaciones anteriores. Me acuerdo que yo había<br />

leído Muchas vidas, muchos sabios de Brian Weiss, un psiquiatra norteamericano que hizo un estudio<br />

sobre la hipnosis. Tenía una paciente que tenía ahogos y que no se le iban y decide probar con<br />

la hipnosis. Por medio de la hipnosis descubre que la mina, en vidas anteriores, murió en un maremoto.<br />

Y va contando las distintas sesiones. Y esa noche hablamos mucho del tema. Pero ella cuando<br />

llegábamos a cierto punto le daba miedo, yo le ofrecí prestarle el libro y ella me dijo que mejor no,<br />

¿me entendés?”.<br />

La muerte de Ale no era lo único que la debilitaba en esos días. Una semana después seguía cansada,<br />

sin fuerzas, y fue a ver a un médico: tenía una hepatitis galopante. Su madre imaginó que se la había<br />

contagiado con el agua de esas playas semisalvajes. Pero no era seguro.<br />

“Allá en Brasil Soledad conoció un montón de gente y vivían todos tipo tribu”, dirá Cecilia Pazo, su<br />

prima. “Todos en carpa, en la playa, donde podían. Había toda una cosa de hermandad. Me acuerdo<br />

que le dije que la había sacado barata si se había traído solamente una hepatitis y ella se cagaba de risa.<br />

‘¿Cómo le vas a decir a un pibe que se cuide? No, somos todos hermanos, todo bien y que fluya’, me<br />

decía”.<br />

Soledad necesitaba cuidados, un poco de mimos, y se fue a pasar su enfermedad a Villa Rosa, a la

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