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AMOR Y ANARQUÍA

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a arreglar. La tenían muy controlada y le habían dicho lo que tenía que hacer. Nos dimos unos besos<br />

y no sé ni lo que le dije. Sí sé que intenté hablar con ella después, no hubo caso. Después no sabía si<br />

había viajado o no. La llamé a Gaby y no me decía nada. Me decía que hay unas pastillas buenísimas,<br />

unas Rivotril que son bárbaras para la depresión. Andá a la mierda. Yo estaba remal. Me quise matar<br />

un par de veces: la angustia que tenía era terrible. Y lloraba y pensaba en nosotros y en la isla. Lloraba<br />

todo el tiempo, no comía, me bañaba una vez por semana. Un día me decidí y dije que no aguantaba<br />

más ese dolor. Cuando lo llamé a mi viejo me dijo ‘y bueno, si te pasa eso escribí un tango’. Me quería<br />

matar. Hasta pensaba las formas de matarme. Un fierro no tengo, tengo que hacer una movida para<br />

conseguirlo. Con pastas no me cabe. Bueno, me tiro debajo de un tren. Un día fui a la casa de una familia<br />

de mi barrio y les iba a dejar los documentos. Esas cosas locas. Y cuando iba para tirarme, pensé<br />

en mi vieja. Pero ella es adulta y lo va a superar. Mi hermana también. Van a entender que mi vida es<br />

mía, que lo que sufro no me lo calma nadie y no puedo vivir así. Tengo dos hermanitos que en esa<br />

época tenían nueve o diez años. Pensé en ellos y dije no puedo, les voy a dejar un agujero que no van a<br />

entender nunca. Pasó eso. Después me empezaron a decir que vaya a un psicólogo”.<br />

Me pregunto qué hubiera sido de ella en la Argentina. En la Argentina, entre tantos caminos que no<br />

hay, no hay caminos para la diferencia: aquí sus diferencias pasaban por historias de locura ordinaria,<br />

de capricho, de inadaptación. No hay, en la Argentina, esas formas de sublimar la diferencia, de transformarla<br />

en ideología y en camino que a veces ofrece el primer mundo. En la Argentina esas maneras<br />

de la diferencia suelen llevarte despacito a algún modo de la destrucción personal o del olvido: alguna<br />

droga, alguna enfermedad, otros tropiezos, la renuncia y la entrada en el mundo “normal” -que también<br />

se cierra más y más. Por eso, entre otras cosas, muchos argentinos quieren irse. Aunque también<br />

eso, quizás, deje de ser cierto en estos días en que muchas cosas dejan de ser verdad en la Argentina.<br />

Me pregunto qué habría sido de Soledad en la Argentina. Pero me tengo que preguntar en qué Argentina.<br />

El domingo 22 de junio de 1997, el presidente Menem estaba en Nueva York y anunciaba cambios de<br />

ministros por las repercusiones del caso Cabezas, pero su jefe de gabinete, Jorge Rodríguez, confirmaba<br />

que el martes recibiría a Alfredo Yabrán en la Casa Rosada. En Jujuy miles de personas marchaban<br />

para protestar por la represión al primer piquete realizado en la Argentina, unos días antes, y los maestros<br />

recibían adhesiones tras su paro y movilización del viernes: 50.000 personas en la Plaza de Mayo.<br />

En La Plata, José Bordón y Eduardo Duhalde se encontraban para armar una alianza con miras a las<br />

elecciones legislativas de octubre y declaraban su apoyo al modelo económico del gobierno menemista;<br />

Chacho Álvarez reforzaba su campaña con una serie de actos en el interior: “tenemos que consolidarnos<br />

como la segunda fuerza electoral del país”. En las antípodas, Hong Kong se preparaba para<br />

pasar a dominio chino; en Hebrón, soldados israelíes herían con balas de goma y plomo a cuarenta<br />

palestinos que los habían atacado con piedras. Los líderes de los ocho países más ricos -reunidos en<br />

Denver, Colorado-, aseguraban que la economía mundial estaba mejorando; una de las principales<br />

compañías alemanas reconocía que durante el nazismo había fundido oro de dientes judíos y fabricado<br />

gas para las cámaras de la muerte. En Sucre, Bolivia, la selección argentina de Passarella perdía 2<br />

a 1 con Perú y se caía de la Copa América; en Toronto, Diego Armando Maradona se entrenaba con<br />

Ben Johnson para preparar su retorno a Boca Juniors.<br />

Hacia las tres de la tarde, María Soledad Rosas presentó su pasaporte 23.952.443, expedido en la<br />

ciudad de Buenos Aires el 9 de mayo de ese año, en la ventanilla de Migraciones del aeropuerto de<br />

Ezeiza. En la foto de su pasaporte, Soledad llevaba el pelo hasta los hombros con su raya al medio,<br />

la frente estrecha despejada, las orejas chiquitas, la ojos decididos, la nariz respingada, la boca semiabierta<br />

juguetona: linda, desafiante, entre la sorna y la dulzura, la timidez y la certeza. La mirada muy<br />

clara: como quien cree que alguna vez verá. El empleado la miró y le dedicó una sonrisa exagerada;<br />

Soledad se la agradeció y respiró hondo: ya estaba del otro lado. Su madre y su hermana habían ido a

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