12.05.2013 Views

El Cabildo del Rock

El Cabildo del Rock

El Cabildo del Rock

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

<strong>El</strong> <strong>Cabildo</strong> <strong>del</strong> <strong>Rock</strong><br />

Can<strong>del</strong>aria Kristof<br />

1


Prólogo<br />

La primera vez que me reuní con Gustavo Gauvry<br />

para empezar a trabajar sobre la historia <strong>del</strong> estudio<br />

Del Cielito, recuerdo que en un momento de la<br />

conversación, me dijo:<br />

-Lo que pasa es que las mujeres anidan y los<br />

hombres cazan.<br />

Por cierto, fue un momento en el que no<br />

estábamos hablando <strong>del</strong> estudio sino de mí. Podría<br />

haber pensado que estaba tratando de justificar a mi<br />

marido, pero no: esa era su manera de consolarme.<br />

La cabeza de Gustavo está llena de verdades y<br />

veredictos. Me acuerdo que pensé que se trataba de<br />

una conclusión muy inteligente, muy simple y, a la<br />

vez, profunda. <strong>El</strong> tipo de afirmación que podría<br />

incluirse en un tratado filosófico de la vida<br />

cotidiana. Le pregunté a Gauvry de qué signo era.<br />

-Escorpio, Escorpio -respondió sin titubear.<br />

-¿Querés decir “Escorpio con ascendente en<br />

Escorpio”? -uno de mis trabajos en estos últimos<br />

tiempos ha sido la repregunta: tengo que cerciorarme<br />

de que lo que yo entiendo que mi interlocutor dice<br />

es, efectivamente, lo que está intentando decir.<br />

-Exacto -me confirmó.<br />

2


Me quedé más tranquila. Si bien mi signo solar es<br />

otro, yo también tengo ascendente en Escorpio.<br />

Recordé lo que me había dicho un astrólogo amigo<br />

cuando me hizo la carta natal: el agua de Escorpio es<br />

un agua de fuego, Escorpio siempre busca la verdad,<br />

el escorpión pica.<br />

Ahora me había picado. Revolví mi taza de café y<br />

sin mirarlo le pregunté cuál había sido la primera<br />

canción que se grabó en el estudio. Antes de<br />

responderme Gustavo me preguntó si me sentía bien.<br />

-No -le dije. Y a continuación, con un estoicismo<br />

digno de mejores motivos-: Pero lo superaré.<br />

Debo admitir que a pesar de la molestia que me<br />

ocasionó escuchar “Las mujeres anidan, los hombres<br />

cazan”, esa frase despertó mi admiración por<br />

Gauvry. Tardé varios meses en descubrir que no era<br />

suya: era de Jerry Seinfeld. Para entonces tampoco<br />

logró decepcionarme: yo me había convertido en<br />

otra de las tantas personas que declararon su<br />

independencia después de entrar en contacto con el<br />

estudio Del Cielito. Acababa de separarme de mi<br />

marido. Mi marido cazador. Fue por eso en realidad<br />

que Gustavo me había traído toda su colección de la<br />

serie Seinfeld. La separación y la mudanza se dieron<br />

de forma subrepticia. La independencia, en cambio,<br />

me fue recobrando en por lo menos tres etapas:<br />

primero como declaración de principios olvidados;<br />

después, como un modo elegante de reconstruirme;<br />

finalmente, como la única manera de vivir que<br />

merece la vida: sin concesiones. Me acuerdo que en<br />

algún momento le dije a Gustavo:<br />

3


-Espero no recordarlo, no ponerme demasiado<br />

triste, y poder dormir a la noche. La verdad es que<br />

necesitaría a alguien que me haga reir.<br />

Posiblemente reconociendo que tiene talento<br />

como ingeniero de sonido y como productor pero no<br />

como comediante, unos días después me trajo varias<br />

temporadas de Seinfeld. Así que también sucedió<br />

eso: además de declarar mi independencia, empecé a<br />

reirme de nuevo.<br />

<strong>El</strong> primero que me habló de la declaración de la<br />

independencia, sin embargo, no fue Gustavo: fue<br />

Cristian. Cristian Merchot, el mánager de Bersuit. A<br />

él le debemos también la frase: “<strong>El</strong> <strong>Cabildo</strong> <strong>del</strong><br />

<strong>Rock</strong>” que, como habrán observado, se convirtió en<br />

el título de este libro. Debieran conocerlo a Cristian:<br />

es como un duende que tiene el don de la palabra y<br />

de la oportunidad. Aquella vez que lo entrevisté, en<br />

su oficina, yo trataba de no mirarle los zapatitos que<br />

terminaban en punta o el gorro ladeado bajo el peso<br />

de un pompón. Después de todo estaba hablando con<br />

un hombre de negocios, con un empresario. Gustavo<br />

Gauvry ya me había alertado: necesitamos la mirada<br />

de un empresario. Bueno, ahí estaba Cristian<br />

mostrándome los secretos de su búnker, en la planta<br />

alta <strong>del</strong> estudio. Antes de que encendiera el grabador<br />

digital que tantos problemas nos trajo cuando<br />

empezamos con las entrevistas, Cristian me señaló<br />

una puertita. Una puertita de caoba. Pensé que el<br />

duende me quería mostrar un pasadizo, la forma más<br />

rápida y segura de poder entender la locura<br />

bersuitera. Pero no: era un frigobar empotrado en la<br />

pared. Creo que al lado había una suerte de bodega.<br />

4


Estábamos los dos agachados, iluminados por la luz<br />

de la heladera. Merchot bajó la voz.<br />

-<strong>El</strong> día que le dije a mi mamá que iba a dejar la<br />

empresa para trabajar con Bersuit, se puso a llorar -<br />

me confesó-. Mi mujer, mi papá, mi hermano, ellos<br />

me apoyaban. Pero mi mamá se puso a llorar.<br />

-Tenía miedo -dije, tratando de imaginar qué se<br />

le habría pasado por la cabeza a la señora.<br />

-Sí, capaz pensaba que tomaba drogas o que me<br />

iba con ellos por ese lío. No sé qué habrá pensado.<br />

Pero a los cinco años ellos estaban cobrando en<br />

patacones y yo estaba en Madrid con Bersuit. Para<br />

que te des una idea de lo que fue: una locura.<br />

-Un crecimiento vertiginoso.<br />

-Sí, tuve que decirle a mi socio de la empresa de<br />

hemoterapia: “mirá Rubén, me tengo que ir de acá”.<br />

Habíamos firmado con Universal, el disco lo iba a<br />

hacer Santaolalla, se venían viajes al exterior... Yo<br />

ya no podía cumplir con mi trabajo en la sociedad<br />

que tenía con la medicina. Y bueno, me acuerdo que<br />

vendimos la empresa y aposté tres años a que saliera<br />

lo de Bersuit. Si no salía, no sé, iba a hacer otra<br />

cosa. Pero aposté tres años.<br />

-Fue una jugada importante.<br />

-Fue una jugada, sí. Fue una jugada fuerte.<br />

-Pero vos siempre les viste el filón.<br />

-Yo no lo veía comercialmente, lo veía como una<br />

apuesta a ser feliz.<br />

Me incorporé. Cristian me preguntó qué quería<br />

tomar.<br />

-Una Pepsi light -dije, señalando unas latas<br />

perdidas entre numerosas botellitas de cerveza.<br />

5


Extrajo también un Red Bull para él y cerró la puerta<br />

<strong>del</strong> frigobar.<br />

<strong>El</strong> mánager buscó un par de vasos. Me senté en<br />

un sillón y encendí el grabador digital y el otro, que<br />

es una antigüedad. Vi que mientras tiraba <strong>del</strong> aro<br />

metálico de las latas, los ojillos <strong>del</strong> duende saltaron<br />

sobre las teclas que mis dedos oprimían en sucesivos<br />

plays.<br />

-Después de lo que nos pasó con David Lebón,<br />

tengo que ser necesariamente escrupulosa -expliqué-<br />

. Los entrevistados siempre en la segunda hora de<br />

entrevista están más sueltos. Obviamente porque ya<br />

entraron en calor -hablaba como si me hubiera<br />

pasado toda la vida entrevistando gente famosa.<br />

-Claro -asintió Cristian-. O te olvidás <strong>del</strong><br />

grabador.<br />

-¿A vos el grabador te inhibe un poquito?<br />

-Nooo... a mí no me inhibe nada a esta altura -<br />

dijo riéndose.<br />

-Sí, se te nota muy relajado. ¿Sos médico?<br />

-No. Soy técnico en hemoterapia y analista en<br />

marketing.<br />

Y mánager de la Bersuit.<br />

Y duende.<br />

6


Los inicios<br />

<strong>El</strong> cumplimiento de un sueño<br />

Primera parte<br />

“Interrumpes el silencio,<br />

y estás aquí”.<br />

David Lebón,<br />

Un hermoso sueño<br />

Parque Leloir: el ámbito de la independencia<br />

o perderse para encontrarse<br />

7


Es una mañana de sábado destemplada y fría. Acabo<br />

de entrevistar a un antiguo vecino de Parque Leloir<br />

que me dio material escrito sobre la historia <strong>del</strong><br />

lugar. Gus, que había estado trabajando en el<br />

estudio, me pasa a buscar por la casa de este señor.<br />

Salgo con un montón de revistas y publicaciones en<br />

la mano. <strong>El</strong> señor Villegas me sigue hablando. Es<br />

abogado. Le presento a quien ha venido a buscarme:<br />

Gustavo Gauvry, le digo al hombre y hago un gesto<br />

grandilocuente con el brazo, señalándolo: creador de<br />

los Estudios Del Cielito y <strong>del</strong> sello discográfico Del<br />

Cielito Records, ingeniero de sonido, productor<br />

artístico de bandas de rock. Un visionario, agrego. <strong>El</strong><br />

estudio Del Cielito fue pionero en más de un<br />

sentido. Por primera vez en las últimas dos horas, el<br />

hombre calla. Gustavo Gauvry me mira como<br />

preguntando si es necesario que someta a un hombre<br />

a la enumeración de los supuestos logros de otro. Yo<br />

lo miro como diciendo: es por el libro. Le tiende la<br />

mano al Doctor y le asegura que sí, que él también<br />

participó de aquella marcha ecológica. No bien entro<br />

al auto y quedo a reparo <strong>del</strong> viento, le propongo a<br />

Gustavo que vayamos a conocer la casa que fue de<br />

Clara Leloir, que hagamos un recorrido histórico <strong>del</strong><br />

Parque. Gus me sugiere que lo dejemos para otro<br />

día: tiene un compromiso. Cuando nos ponemos en<br />

marcha trato de recordar algunos fragmentos de la<br />

historia que me refirió el señor Villegas y le explico<br />

a mi co-equiper que Antonio Leloir, hermano de<br />

Clara, le encomendó al paisajista francés Carlos<br />

Thays (el mismo que diseñó los bosques de<br />

Palermo) el diseño de un parque de cien hectáreas en<br />

8


el centro <strong>del</strong> campo que heredara de su padre<br />

Alejandro. En dicho parque se incluía una laguna y<br />

dentro de ella, un islote. Durante la entrevista le<br />

había preguntado al Dr. Villegas si dicha laguna<br />

todavía existía. Me dijo que no. Que en alguna de las<br />

sucesivas loteadas se había rellenado. Sólo quedaba,<br />

en la plaza denominada <strong>El</strong> Candil, un montículo de<br />

tierra que correspondía al islote. Si la visitaba, sobre<br />

el montículo de tierra encontraría un ombú. Le echo<br />

una ojeada a mis notas y le comento a Gus dónde<br />

queda la plaza. Damos unas vueltas (el Parque es<br />

así: para llegar a cualquier lado tenés que dar<br />

vueltas, todo gracias a la modalidad parisina que<br />

Thays repitió en sus diseños). Aunque se ha quedado<br />

en silencio, sé que Gustavo está intentando dar con<br />

<strong>El</strong> Candil y lo que queda de la laguna.<br />

-Pero vas a llegar tarde a tu compromiso -le<br />

digo.<br />

-La casa de Clara la dejamos para otro día -me<br />

responde con su laconismo habitual.<br />

Los árboles de la plazoleta dan pena. Son<br />

chiquitos, los han plantado hace unos pocos años, ya<br />

me lo había anticipado Villegas. Ni Gus ni yo<br />

entendemos por qué les han colocado una cubierta<br />

alrededor. Cada arbolito con su correspondiente aro<br />

de caucho: me pregunto si será para protegerlos de<br />

los hormigueros pero, de todos modos, me gustaría<br />

liberarlos de ese mal gusto supuestamente<br />

proteccionista. <strong>El</strong> montículo donde se yergue el<br />

ombú también da pena. Sobre todo por el ombú que<br />

está viejo y carcomido. Así y todo le comento a Gus<br />

9


que tendríamos que volver con una máquina de<br />

fotos.<br />

-Tengo una en la mochila -me informa y yo me<br />

río porque Gustavo siempre tiene de todo en su<br />

mochila, parece un boy scout que, dondequiera que<br />

vaya, porta su equipo de supervivencia: cables,<br />

conectores, una llave francesa, un metro, un<br />

cortaplumas, hilo dental, bolígrafos de variados<br />

colores.<br />

-¡Maravilloso! -exclamo.<br />

-¿Pero no te parece mejor que saquemos fotos<br />

otro día que haya más sol, que esté más lindo?<br />

-No -le respondo abriendo la puerta-. Yo ya dejé<br />

demasiadas cosas para ese día de temperatura<br />

moderada y cielo despejado. Ese día tengo la agenda<br />

completa.<br />

Gustavo se queda mirándome. Me sonrío. No sé<br />

qué significa esa mirada penetrante y mansa pero<br />

quiero imaginarme que está de mi lado, que aunque<br />

mi alocución suene ligeramente dramática y<br />

definitivamente pretenciosa, él aprueba que corra en<br />

pos <strong>del</strong> tiempo perdido o de mí. Bajo <strong>del</strong> auto y me<br />

encamino hacia la plazoleta. Mientras trato de<br />

acomodarme debajo <strong>del</strong> ombú reflexiono que tal vez<br />

no debería incluirme en la foto, que para el libro, el<br />

ombú y el montículo son suficientes. Con Gus<br />

tenemos una frase: “Esto no le interesa a la historia”.<br />

No obstante, me abrazo a una rama. Tal vez esta foto<br />

no le interese a la historia, me digo. Pero me interesa<br />

a mí.<br />

10


Gustavo Gauvry también se ha bajado <strong>del</strong> auto y<br />

manipula la máquina a la vera de <strong>El</strong> Candil. Practico<br />

una sonrisa para la posteridad.<br />

-¡No tiene pilas, bajá! -me grita Gustavo a través<br />

<strong>del</strong> viento.<br />

Decepcionada, me sacudo los pantalones y<br />

camino sobre las antiguas aguas de la laguna de<br />

Thays.<br />

-Y pensar que esto era un ámbito acuático -le<br />

digo a mi compañero mientras caminamos hacia el<br />

auto. Me apoyo sobre la puerta, de espaldas a la<br />

plaza y pienso en la clase que me acaba de dar, mapa<br />

mediante (porque no fue una entrevista, fue una<br />

clase particular) el señor Villegas sobre la historia<br />

<strong>del</strong> Parque, en sus escrupulosos esfuerzos por<br />

defender al barrio -la intimidad de las callecitas<br />

circulares, la añosa forestación, el intenso silencio de<br />

lo natural- <strong>del</strong> avance voraz de eso que llamamos<br />

progreso. Afortunadamente, todavía se escucha el<br />

canto peregrino de los miles de pájaros que se<br />

soltaron en 1952, el mismo año que cambiaron los<br />

nombres de las calles y se impusieron otros,<br />

vinculados con la tradición.<br />

-Fue poco después de que se estableciera a<br />

Parque Leloir como ciudad jardín, a través de una<br />

ordenanza municipal -mientras subimos al auto le<br />

repito las palabras de Villegas-. Una ciudad jardín<br />

cuenta con un régimen especial para la protección de<br />

la arboleda y la conservación de su fisonomía.<br />

Gustavo Gauvry se queda en silencio. No es la<br />

primera vez que damos vueltas por el Parque.<br />

11


<strong>El</strong> rock en la mira<br />

<strong>El</strong> productor dice mainstream y observa, con una<br />

mezcla de repugnancia y recelo, las hordas que se<br />

pasean por el shopping un domingo a la tarde.<br />

Nosotros también damos vueltas. Me pregunto por<br />

qué, habiendo tantos lugares, terminamos eligiendo<br />

Unicenter. Empiezo a pensar que la normalidad es<br />

un estado <strong>del</strong> ser terriblemente oscuro, una vana<br />

aspiración de pertenencia a un conjunto de fórmulas<br />

celebradas por la mayoría como un pasaporte a la<br />

felicidad: crecer en un hogar estable, ir a la<br />

universidad, recibirse, conseguir un buen empleo,<br />

casarse, tener hijos y toda la ristra de valores que<br />

permiten sostener el juego y la creencia de que esto<br />

es, de que la realidad tiene unas formas que se<br />

asemejan a esta pálida y deformada visión de la vida<br />

humana. Me he pasado años sufriendo por no poder<br />

entrar en el molde. De todo ese listado de lo<br />

esperable, sólo logré casarme y mal, pienso mientras<br />

Gustavo ordena una porción de tarta de brócoli para<br />

él y una de pollo para mí. Finalmente hemos<br />

encontrado nuestro lugar en el mundo: un<br />

restaurante cuya fachada se asoma al ajetreado patio<br />

de comidas pero que por lo menos tiene un atrás,<br />

algo así como unas mesas al fondo y paredes. Todo<br />

lo que obtuve <strong>del</strong> amor, sigo machacándome<br />

mientras doblo las puntas <strong>del</strong> individual de papel, ha<br />

12


sido este matrimonio malhadado en el que ni<br />

siquiera la infi<strong>del</strong>idad se llevaría el premio a la<br />

mentira más dolorosa. ¿Qué me retiene?, me<br />

pregunto. ¿<strong>El</strong> orgullo?, ¿una cierta sensación de<br />

seguridad, de estructura?, ¿el temor de ir sola al cine<br />

o de que nadie, en ningún lugar, me espere?<br />

-Este tema me encanta -le comento a Gustavo y,<br />

procurando salir de mis amargas cavilaciones, señalo<br />

un lugar incierto en el aire acondicionado <strong>del</strong><br />

shopping por donde planea esa música que<br />

metódicamente rellena cualquier amague de silencio.<br />

Pero el clima emocional de Gus también es<br />

desapacible y con un tono desprovisto de<br />

inflexiones, responde a mi comentario:<br />

-Tu gusto musical también es muy mainstream.<br />

Un ramalazo de cólera y vergüenza hace presa de<br />

mí. Siento un intenso calor en las orejas. Deben estar<br />

rojas, pienso. Y también: tantos años correteando<br />

por el mundo y ni siquiera lograste cierta<br />

apreciación musical intelectiva, lo tuyo siempre<br />

fueron los hits <strong>del</strong> verano, la música disco y Abba,<br />

cómo vas a hacer para ponerte a la altura, para<br />

ampliar el repertorio de tu rock nacional, más allá de<br />

Muchacha ojos de papel, de Seminare, y <strong>del</strong> Sólo le<br />

pido a Dios de los fogones estudiantiles. Bueno, si<br />

no te sentís a gusto con mi gusto andá a contarle la<br />

historia <strong>del</strong> Cielito a Magoya, me dan ganas de<br />

decirle. Opto, en cambio, por otro bocado de tarta y<br />

un trago de Pepsi light. Las palabras de Gustavo<br />

Gauvry son filosas, arrancan el decorado de mi<br />

teleteatro interior. Pero hay algo en sus ojos o<br />

<strong>del</strong>ante, creo. Como una lluvia persistente que oxida<br />

13


el filo de todas sus espadas. Y él viene después, no<br />

puede escapar de toda esa lluvia que ahora salpica<br />

mi tarta de pollo. Además, sigo pensando, tiene<br />

razón: me he movido sin mayores inconvenientes<br />

entre Village People y Bandana pero entiendo de<br />

qué me habla porque odio los bestsellers y un<br />

Enrique Iglesias, pongamos, es a la música lo que un<br />

Sidney Sheldon a la literatura. De todos modos, no<br />

es su razón lo que me disuade. Siguen siendo sus<br />

ojos.<br />

-Si mi gusto musical es tan mainstream como vos<br />

decís, ¿cómo pudiste confiarme este trabajo?<br />

-Porque en todo lo demás te alejás de la corriente<br />

principal -dijo, mirándome. Después agregó-:<br />

Aparte, no quise recurrir a un experto en rock<br />

porque, en este caso, el libro podría terminar siendo<br />

mainstream dentro de la literatura rock.<br />

Bien, pensé, al fin alguien que no me sugiere que<br />

vaya a un psicólogo “por todo lo demás”. De todas<br />

formas no me sentí eximida en mi inexperiencia<br />

rockera. Sólo se me estaba dando la oportunidad de<br />

redimirla. Le pregunté a Gustavo si no me podía<br />

recomendar algunos libros sobre rock. Él no negó<br />

con la cabeza pero se rió.<br />

-<strong>El</strong> rock quizás puede leerse después o no leerse<br />

en absoluto. Pero primero hay que escucharlo, hay<br />

que vivirlo.<br />

Procuré no alarmarme ni sentirme disminuida. En<br />

cambio, asentí con un ligero movimiento como si<br />

estuviera acostumbrada a los golpes elípticos. En<br />

realidad, lo estaba. Antes de sobreponerme pensé en<br />

14


mi marido. Y antes de volver a preguntar comí otro<br />

bocado de tarta.<br />

-¿Qué es lo particular <strong>del</strong> rock? -dije, y<br />

enseguida tomé un trago de Pepsi y me aclaré la<br />

garganta-: ¿Qué es lo que tiene esa música que la<br />

hace rock y no otra cosa?<br />

-Mi visión es que el rock es una música que, de<br />

alguna manera, quiere hacer tambalear lo<br />

convencional, o sea, quiere cambiar al mundo en<br />

alguna medida. Eso fue lo que sucedió cuando <strong>El</strong>vis<br />

movió la pelvis y escandalizó a todos los pacatos<br />

norteamericanos.<br />

-¿Con <strong>El</strong>vis nace el rock & roll?<br />

-Y, en gran medida, sí. Con <strong>El</strong>vis, con Little<br />

Richard, con Jerry Lee Lewis, Chuck Berry... O sea,<br />

siempre fue como...<br />

-Romper con lo tradicional -lo interrumpo-, con<br />

lo convencional, con lo asentado.<br />

-Claro, exacto. Para mí el rock es rock cuando es<br />

contestatario, cuando cuestiona algo: puede ser el<br />

gobierno, la moda, la sociedad, una determinada<br />

posición política.<br />

-Y vos, ¿cómo empezaste con todo esto?<br />

-A mí el rock no me lo contaron, yo lo viví -<br />

Gustavo Gauvry se lleva a la boca lo que queda de<br />

su tarta de brócoli y mira el grabador con el que<br />

estoy registrando nuestro diálogo-. Tendríamos que<br />

comprar uno digital -observa señalando con el<br />

tenedor el viejo Panasonic que he llevado a nuestra<br />

entrevista. Estoy de acuerdo. Al ver mi plato vacío<br />

me pregunta si quiero algo más. Viajo con la mirada<br />

hacia la cheese cake y el rogel expuestos sobre el<br />

15


mostrador y dudo. Me parece poco profesional<br />

comer en demasía. Además, ¿quién va a pagar la<br />

cuenta? No es una cita ni está intentando seducirme,<br />

reflexiono. Sólo estamos viendo si podemos llevar a<br />

cabo la propuesta de Cristian Merchot. Por otra<br />

parte, sigo elucubrando, tampoco va a querer que<br />

compartamos la cuenta, aunque técnicamente se trata<br />

de un almuerzo de trabajo. Digo yo, ¿de qué se trata<br />

la maldita liberación femenina? ¿Dónde corno nos<br />

ha dejado? En la época de mi madre, ni qué decir de<br />

mi abuela, estaba claro: pagaba el varón. Ahora una<br />

tiene que enfrentar una serie de disquisiciones: ¿me<br />

está cortejando? (que pague él), ¿es nuestra cuarta<br />

salida y todavía no me decido a tener sexo?<br />

(pagamos a medias), ¿lo cité para mandarlo al<br />

demonio? (pago yo). ¿Es un asunto laboral que<br />

incluye comida y bebida? Entonces hay que ver: si<br />

es tu jefe, que pague; si es tu empleado, pagale; si es<br />

tu socio y no le debés ningún favor, la cosa va a<br />

medias; si es Gustavo Gauvry, no sé, no entra en<br />

ninguna de las categorías. ¿Es un conocido a quien<br />

en un acto rotundamente narcisista le mostré lo que<br />

escribía? ¿Es un amigo que quiso darme una mano<br />

porque le pareció una picardía que nadie se dignara<br />

publicarme mi última novela? ¿Sólo se trata,<br />

después de todo, <strong>del</strong> hombre que le compró el barco<br />

a mi esposo? ¿Cuál es el gesto que hace que un mero<br />

conocido se termine convirtiendo en un amigo<br />

entrañable? ¿Existirá, realmente, la amistad entre el<br />

hombre y la mujer? Son demasiadas las preguntas<br />

que bullen en mi interior. Trato de recobrar, no<br />

obstante, un aire de mujer de mundo.<br />

16


-No, gracias, no quiero nada -le digo alejando la<br />

vista <strong>del</strong> rogel y agrego, con tono resuelto-: Si como,<br />

no puedo pensar con claridad. Gustavo me mira<br />

como si su invitación continuara vigente y<br />

expectante. O como si toda esa maraña en la que me<br />

quedo atrapada no importara-. Aunque en realidad -<br />

acepto finalmente- un cafecito no me vendría nada<br />

mal.<br />

Llamó a la camarera y después empezó a<br />

hablarme de su adolescencia.<br />

-Mi hobby era tocar y eso hice entre los once y<br />

los dieciséis años. Tenía grupos con los amigos <strong>del</strong><br />

barrio y de la escuela. Los sábados ensayábamos y a<br />

veces teníamos algún show, en alguna fiesta.<br />

Inclusive llegué a tocar con músicos que después se<br />

hicieron conocidos, como Miguel Mateos o los<br />

hermanos Rei<strong>del</strong>. En la casa de Mica y Manolo se<br />

hacían grandes zapadas. Manolo fue un bajista muy<br />

grosso, acá; y Mica es un músico bastante conocido<br />

en el ambiente, por ahi no entre el público pero<br />

muchos músicos de aquella época los conocen. A<br />

veces venía Pappo y también otros hermanos, los<br />

Peyronel. Danny Peyronel después se radicó en<br />

Europa. En Inglaterra integró, como tecladista, los<br />

grupos Heavy Metal Kids y UFO, una banda con la<br />

que obtuvo mucho prestigio. Michel Peyronel tocó<br />

con Pappo durante muchos años como baterista de<br />

Riff. Pero a pesar de todo este background, yo, en<br />

realidad, no me veía como músico. No sabía muy<br />

bien si quería tocar la guitarra o el bajo, o cantar. No<br />

estaba fuertemente inclinado hacia ningún<br />

instrumento. Si vos ves a un guitarrista, el tipo está<br />

17


todo el tiempo con la guitarra colgada y lo único que<br />

siente es la guitarra. O el baterista: todo el tiempo<br />

con los palillos golpéandose las piernas, cuando no<br />

está sentado a la batería. Yo no tenía esa pasión por<br />

ningún instrumento. Me gustaba la música de una<br />

manera más global. Me gustaban todos los<br />

instrumentos. Lo que me gustaba, en realidad, era la<br />

producción musical. Pero todavía no lo sabía. No<br />

podía saberlo porque en ese momento prácticamente<br />

no había productores, no había dónde estudiar<br />

producción, ni técnica de sonido, ni nada. En<br />

realidad, lo que yo quería hacer fue lo que después<br />

terminé haciendo. Pero todo sucedió de una manera<br />

autodidacta y accidental -me explicó Gustavo<br />

mientras el té se le enfriaba.<br />

-¿Cómo fue que empezaste a trabajar en el<br />

mundo de la música? -le pregunté y bebí un último<br />

sorbo de café.<br />

-Yo era fotógrafo.<br />

Volví a mirar el mostrador. Las cosas no eran<br />

lineales en el mundo. Uno podía empezar de una<br />

manera, con unos ideales, unos propósitos, y<br />

terminar de otra. Lo único permanente era el<br />

cambio.<br />

-Disculpame -le dije a Gustavo, y llamé a la<br />

moza-. Quisiera una porción de torta.<br />

-¿De qué gusto? -la chica sonrió, solícita, y<br />

extrajo <strong>del</strong> bolsillo de su <strong>del</strong>antal una libreta y un<br />

bolígrafo.<br />

Tanto el rogel como el cheese cake habían<br />

sufrido el zarandeo de mis pensamientos. Pedí una<br />

porción de torta de manzana.<br />

18


-Así que entraste en el mundo de la música a<br />

través de la fotografía -le dije a Gustavo con tono de<br />

“pero mirá qué curioso, qué interesante”. Quería<br />

distraerlo rápidamente de mis debilidades-. ¿Y cómo<br />

fue que sucedió esto? -me apresuré a preguntar.<br />

-Las mujeres son todas golosas -me respondió.<br />

-Y los hombres son todos infieles -le espeté.<br />

-Las generalizaciones son injustas -no estaba<br />

claro si quería resarcirse de su afirmación (una<br />

generalización, por cierto), o que yo intentara<br />

atenuar la mía considerando que podía haber<br />

excepciones.<br />

-Los hombres también -decidí que había querido<br />

atenuar la mía.<br />

-Bueno, mirá, la verdad es que yo no sé cómo las<br />

mujeres pueden enamorarse de los hombres. Son<br />

todos tan grotescos, tan desconsiderados, tan<br />

despreciables.<br />

-Excepto vos -ironicé.<br />

Gustavo Gauvry sonrió y se llevó la taza de té a<br />

la boca.<br />

-<strong>El</strong> té hace bien -concluyó mientras volvía a<br />

dejarla en el plato-. ¿Seguimos?<br />

-Dale.<br />

-Bueno, como te decía, yo me vinculé con el<br />

mundo <strong>del</strong> rock a través de la fotografía. Habíamos<br />

armado, con un grupo de amigos, un estudio de<br />

fotomecánica que se llamaba Dúo Gráfica.<br />

Hacíamos folletos, publicidades y también<br />

enganchamos la fotomecánica de Expreso<br />

Imaginario. Y fotos. Fotos de shows. Yo era muy<br />

amigo de Pipo Lernoud, uno de los directores. <strong>El</strong><br />

19


otro era Jorge Pistocchi, un personaje legendario de<br />

las primeras épocas <strong>del</strong> rock nacional. También<br />

estaba Alberto Ohanian, que era el mánager de<br />

Spinetta.<br />

-Y Expreso Imaginario, ¿era una revista sólo de<br />

rock & roll o traía también artículos de otra índole?<br />

-Era una revista de avanzada que trataba temas<br />

vinculados con la cultura rock, con la ecología, con<br />

las artes -Gustavo se queda pensando. Al cabo de<br />

algunos segundos, se corrige-: En realidad yo<br />

empecé haciendo fotos de Sui Generis porque<br />

también era amigo de David Lebón y en esa época<br />

David tocaba con Sui Generis como guitarrista<br />

invitado. Entonces, en un momento hubo que hacer<br />

unas fotos para un show que iban a hacer en el Gran<br />

Rex. Necesitaban, concretamente, una foto para el<br />

programa. David nos consiguió el laburo a nosotros<br />

y bueno, yo fui a sacar las fotos de Sui Generis al<br />

Rosedal de Palermo. Así fue como conocí a Charly,<br />

a Nito, a Rinaldo Rafanelli y a Juan Rodríguez. A<br />

David, bueno, lo conocía de antes. O sea: Sui<br />

Generis eran Charly y Nito pero tocaban con una<br />

banda de apoyo. Rinaldo Rafanelli era el bajista,<br />

Juan Rodríguez el baterista, David tocaba la guitarra<br />

eléctrica, Nito la acústica y Charly los teclados. A<br />

partir de ese momento empecé a ir a la casa de Nito.<br />

Nos hicimos muy amigos. También me hice amigo<br />

de Charly. Los acompañaba a los shows y seguí<br />

haciéndoles fotos.<br />

Gustavo pide otra agua mineral con gas. Le<br />

pregunto si quiere probar la torta. Me dice que no.<br />

Los dulces le caen mal.<br />

20


-Y vos, que habías vivido ese mundo de la<br />

música y <strong>del</strong> rock durante tu adolescencia, ¿cómo te<br />

sentías al tener la posibilidad de acercarte ahora a<br />

músicos ya consagrados? ¿Tenías este sentimiento<br />

de “ay, estoy entre los grandes”? ¿Lo vivías como<br />

algo emocionante o más bien eras indiferente a esa<br />

parte? La parte cholula, digo.<br />

-La parte cholula no era algo que me conmoviera.<br />

O sea, nunca fui cholulo. Charly García era un genio<br />

absoluto en esa época. Y para mí eso era lo<br />

increíble: compartir una tarde con un tipo genial. Lo<br />

mismo con David, que algún tiempo más a<strong>del</strong>ante,<br />

para probar un grabador que habíamos comprado,<br />

tira tres acordes, improvisa una letra y hace una<br />

canción que después vende miles de discos. Bueno,<br />

de la misma manera, yo iba a la casa de Charly y<br />

Charly se sentaba al piano y decía: “mirá, mirá lo<br />

que compuse anoche” y hacía pim, pam, pum y te<br />

tocaba canciones que terminaban siendo hits. No sé,<br />

la vivencia era ésa: estar compartiendo la intimidad<br />

de tipos que estaban en la plenitud de su creatividad.<br />

Charly en esa época era una usina de música, de<br />

energía, de pasión. Te miraba y te taladraba con su<br />

mirada, imponía un liderazgo incontestable; el tipo<br />

era una topadora, no había manera de negarle nada.<br />

Tipos brillantes y jóvenes, en su plenitud. Llenos de<br />

ilusiones, de ambiciones, disfrutando <strong>del</strong> éxito y de<br />

la fama, a su manera. Era muy lindo estar con ellos,<br />

te entusiasmaban, te contagiaban esa creatividad. Y<br />

a mí lo que me significó es que se cerró un círculo<br />

porque yo había empezado con la música. Después<br />

dejé ese mundo y aprendí fotografía, iluminación,<br />

21


aprendí video, aprendí todo lo que tenía que ver con<br />

la tecnología aplicada al arte. Y después me acerqué<br />

de nuevo a la música desde la tecnología, desde la<br />

afición por los aparatos.<br />

-Entonces primero fue lo de Sui Generis y<br />

después lo de Expreso Imaginario.<br />

-Sí. Entre una cosa y otra me fui a Venezuela.<br />

Estuve un tiempo viviendo allá. Después volví, me<br />

casé y ahí vino lo de Expreso Imaginario -Gustavo<br />

le hace una seña a la camarera para que traiga la<br />

cuenta. A mí me da no sé qué hacerme la fifty-fifty.<br />

Después de todo, decido, el mundo masculino se<br />

reduce a dos categorías: los que quieren ponerse en<br />

pie de igualdad con las mujeres, aceptando que ellas<br />

hayan querido romper con algunas formulaciones<br />

genéricas, y los caballeros.<br />

Camino a la playa de estacionamiento Gustavo se<br />

detiene frente a un local de ropa deportiva. Me<br />

pregunta si podría esperarlo unos minutos.<br />

Aprovecho y me pruebo algunas remeras. Cuando<br />

salgo <strong>del</strong> probador lo encuentro a Gus en la caja con<br />

veinte pares de medias blancas.<br />

-Son para Paul -me explica, casi como si se<br />

disculpara.<br />

-Tenés que aflojar un poco Paul, o nos vamos a<br />

quedar sin clientes -le digo a mi hijo de 16 años-.<br />

Acordate que son músicos, no tus compañeros de<br />

colegio.<br />

Tanto Paul como su amigo Emanuel tienen los<br />

brazos en jarra y miran hacia el suelo, a un costado<br />

22


de la cancha. Uno de ellos patea la tierra con sus<br />

botines. <strong>El</strong> otro da un topetazo con su cara sobre la<br />

manga de la remera para secarse el sudor. Hace<br />

apenas una semana le rompieron la clavícula al<br />

Cuervo, el tecladista de Peligrosos Gorriones. Hoy<br />

casi lo quiebran a Afo, el director artístico de BMG.<br />

En la cancha <strong>del</strong> Cielito los picados a veces se<br />

ponen bravos. Paul y su amigo parecen recapacitar<br />

pero en realidad mueren por volver al partido.<br />

-Si bien hay músicos más futboleros que otros -<br />

les explico, acaso innecesariamente- lo que los<br />

iguala es la falta de estado físico.<br />

Asienten con la cabeza y se alejan al trote.<br />

Cuando vuelvo a levantar la vista, lo veo a Paul<br />

convertido de nuevo en un dos impasable.<br />

Después de la lluvia y el Indio<br />

La primera vez que Gustavo Gauvry me llevó a dar<br />

vueltas por Parque Leloir fue la tarde en que dejé<br />

que el Indio se escabullera de mi vida, quizás para<br />

siempre, sin haberle dado siquiera un abrazo.<br />

Habíamos pasado prácticamente todo un día con el<br />

Indio Solari en el estudio y ahora lo llevábamos a su<br />

casa. Era un atardecer soleado y apacible que<br />

despuntaba después de varias horas de lluvia. Las<br />

callecitas de tierra, el retorno <strong>del</strong> canto de los<br />

pájaros, el olor mojado de los eucaliptus, nos<br />

23


llevaron a hacer algunos comentarios sobre la<br />

geografía y la historia vernáculas. <strong>El</strong> Indio me<br />

comentó que tenía algunas revistas sobre el tema. Le<br />

pregunté cuáles, porque estábamos queriendo<br />

recabar información para el libro, pero no se<br />

acordaba. Cuando llegamos a su casa le agradecí el<br />

tiempo que nos había brindado. Sólo un minuto<br />

después de que lo perdiera de vista, me recriminaría<br />

no haberme bajado <strong>del</strong> auto y no haberle agradecido<br />

un poco más calurosamente las horas preciosas que<br />

nos había regalado. Por el contrario, mi saludo de<br />

despedida se redujo a un beso de ocasión: él se dio<br />

vuelta en el asiento de a<strong>del</strong>ante y yo le rocé la<br />

mejilla estampando toda la sonoridad de mi amor en<br />

un aire fugaz. Una pátina mainstream recubría<br />

muchas de mis elecciones, Gustavo pudo detectarlo<br />

enseguida. Ahora me daba cuenta que además, podía<br />

ser odiosamente aséptica y cool. <strong>El</strong> Indio, una<br />

leyenda viviente <strong>del</strong> rock nacional y yo lo dejaba ir<br />

sin pedirle siquiera un autógrafo. ¿A quién estaba<br />

complaciendo con mi sensatez? ¿Acaso pretendía<br />

comportarme como alguien que se codea a diario<br />

con leyendas vivientes, a tal punto que ya no las ve?<br />

En fin, más a<strong>del</strong>ante le dedicaré al Indio unas<br />

páginas que ojalá puedan reconstruir, al menos<br />

simbólicamente, el abrazo que no le di. Él también,<br />

luego de pasar por Del Cielito (mantuvo, junto a Los<br />

Redondos, una relación con el estudio y con Gustavo<br />

Gauvry que duró diez años aproximadamente, los<br />

años que coinciden con la explosión de la banda), se<br />

terminó convirtiendo en vecino <strong>del</strong> Parque. <strong>El</strong> Indio,<br />

antes David Lebón, Spinetta, Miguel Cantilo,<br />

24


Divididos, Iván Noble... yo no sé si Gauvry no<br />

tendría que haberse puesto una inmobiliaria también.<br />

Desde el asiento de atrás, lo miro a Gustavo.<br />

Parco, cortés, silencioso, impasible, me pregunto<br />

cuál será la clave de su magnetismo. <strong>El</strong> Indio acaba<br />

de internarse en su guarida y sólo cuando su figura<br />

liviana termina de cerrarse para mis ojos, me paso al<br />

asiento de a<strong>del</strong>ante. Gustavo, entonces, me propone<br />

una recorrida por el barrio.<br />

-Porque yo creo que uno de los ejes de la historia<br />

-me instruye- es Parque Leloir, porque el estudio<br />

está acá y el Parque forma parte de su personalidad,<br />

de su encanto.<br />

”No obstante, al principio parecía un lugar<br />

totalmente inadecuado para tener un estudio de<br />

grabación. Tanto desde el punto de vista comercial<br />

como desde el punto de vista tradicional. Los<br />

estudios, en esa época, estaban todos en el centro, en<br />

la ciudad. Y por otro lado, si pretendía hacer una<br />

cosa más empresarial, me parecía que no la podía<br />

hacer en Parque Leloir porque en ese momento -<br />

estamos hablando de fines de los ’70, comienzos de<br />

los ’80- era muy difícil llegar: no existía la autopista<br />

<strong>del</strong> Oeste, no había teléfonos, ni siquiera había<br />

recolección de residuos. Teníamos que quemar<br />

nosotros la basura. Pero bueno, este lugar, que<br />

parecía tan inapropiado para poner un estudio,<br />

terminó siendo su caballito de batalla, su argumento<br />

de venta.<br />

Hace unos minutos que arrancamos. Le pido a<br />

Gus que pare el auto. A medida que uno se interna<br />

en el Parque, el silencio se va haciendo cada vez más<br />

25


profundo. O más deshabitado por el ruido humano,<br />

por la polución mental. Con el motor apagado se<br />

despliega otro mundo. ¿Se acuerdan de la serie de<br />

televisión Kung Fu? “Maestro, maestro, ¿cómo<br />

puedes escuchar el sonido de una langosta?”. Y el<br />

maestro de ojos fulgurantes y mirada ciega le<br />

responde al discípulo: “Cómo es que tú no puedes”.<br />

Bueno, no estoy muy segura si el discípulo<br />

preguntaba por el sonido de la langosta o de otro<br />

animalejo, quizás un bicho bolita o una vaquita de<br />

San Antonio. ¿Cómo no puedes escuchar a una<br />

vaquita de la suerte, amigo Kuan Chan Kein? Me<br />

bajo <strong>del</strong> auto y aguzo el oído, dispuesta a<br />

convertirme en una alumna de la naturaleza: ¡ranas,<br />

mamboretás, libélulas, mariposas, puedo oírlas,<br />

salgan de sus escondites! Pero no bien me salta un<br />

bicho desconocido sobre la sandalia, pego un grito,<br />

doy un salto, lo catapulto con mi mano al fondo <strong>del</strong><br />

bosque de álamos y me pregunto si no debiéramos<br />

resguardarnos en el interior <strong>del</strong> automóvil para<br />

quedar a salvo <strong>del</strong> ataque de las fieras y las<br />

alimañas. Sobre todo de las alimañas. Pienso que en<br />

lugar de intentar compenetrarme con la zoología <strong>del</strong><br />

Parque, debiera empezar con la botánica. Las plantas<br />

son más tranquilas. Recojo algunas ramas y pepitas<br />

de eucaliptus. Pondero el olor <strong>del</strong> bosque oteando el<br />

aire con la punta de la nariz dirigida hacia las nubes<br />

y recuerdo a ese novio de la adolescencia que curaba<br />

mis resfríos haciéndome inhalar un agua en la que<br />

había hervido previamente las mismas pepitas de<br />

eucaliptus que ahora engrosan los bolsillos de mis<br />

pantalones. Su mamá era profesora de yoga, creo.<br />

26


Me alejo unos metros, extasiada con la flora de<br />

Parque Leloir. Enseguida Gustavo me previene:<br />

estoy caminando debajo de las araucarias. Uno de<br />

sus frutos gigantes podría caérseme sobre la cabeza<br />

y matarme. Me alejo de los brazos pinchudos de<br />

estos árboles y busco la sombra de un roble no sin<br />

preguntarme por qué la madre naturaleza convierte<br />

la convivencia en algo amenazador o, en el mejor de<br />

los casos, imprevisible. Me pregunto, también, qué<br />

experiencias exóticas habrán tenido los músicos que<br />

un día dijeron adiós a la ciudad y a los vetustos<br />

estudios de las grandes compañías discográficas y se<br />

internaron por la senda Del Cielito.<br />

La reamplificación <strong>del</strong> sonido<br />

Ayer, cuando viajaba hacia el estudio para<br />

entrevistar a los chicos de la banda uruguaya<br />

Hereford, me compré cinco pares de medias. La voz<br />

aflautada e imperiosa <strong>del</strong> vendedor ambulante que<br />

subió al colectivo de la línea 57 hizo que me<br />

enderezara en el asiento. <strong>El</strong> hombre, que llevaba un<br />

gorro embutido hasta las orejas, dijo con una<br />

solemnidad que parecía haber equivocado el destino:<br />

“Hoy, directamente de fábrica, estamos ofreciendo<br />

medias tres cuartos para dama Cocot,<br />

multifilamento, para pantalón, en variados colores”.<br />

Mientras hablaba, cerró el puño de su mano derecha<br />

27


y catapultó repetidas veces sus cinco dedos<br />

extendidos sobre las miradas impertérritas de los<br />

pasajeros; la mano izquierda, entretanto, sostenía un<br />

atado de medias con las que plumereaba el aire.<br />

“Pueden ver, pueden observar, sin compromiso de<br />

compra”, repetía estirando las medias y abriéndose<br />

paso por entre la gente parada que se corría sin<br />

disimular la molestia. Yo creo que me quedé con un<br />

atado por una especie de asociación afectiva en la<br />

que confluían múltiples realidades. Por un lado, la<br />

separación de un marido que en su momento me<br />

había proporcionado una situación económica<br />

holgada, ahora me arrojaba a la ancha senda de los<br />

menesterosos. Cinco pares de medias por dos pesos<br />

era una manera de solidarizarme con mi nueva<br />

situación. Pero no era lo único. Estaba viajando<br />

hacia Parque Leloir montada sobre una economía<br />

pedestre que también me emparentaba con los<br />

comienzos de tantos artistas talentosos que se habían<br />

abierto paso a fuerza de anteponer sus sueños a la<br />

relativa confortabilidad de una vida protegida por<br />

seguros médicos, seguros contra robos, seguros<br />

contra incendios y tarjetas de asistencia al viajero.<br />

Durante mucho tiempo yo había sido parte de la<br />

solitaria muchedumbre que intenta secarse con<br />

toallitas de papel tissue, en medio <strong>del</strong> océano. Ahora<br />

continuaba en el medio <strong>del</strong> océano, de hecho me<br />

encontraba en una situación que podría calificarse de<br />

naufragio, pero por lo menos no contaba con el<br />

dinero como para comprarme las toallitas de papel<br />

tissue y tener la vana pretensión de estar a salvo de<br />

esa inmensidad oceánica erizada, peligrosa,<br />

28


imposible de adiestrar. Pero a la vez, mi sentimiento<br />

se hallaba lejos de una apología de la pobreza.<br />

Recordé con fruición los veinte pares de medias que<br />

Gustavo le compró a su hijo Paul la tarde que nos<br />

reunimos en Unicenter para nuestra primera<br />

entrevista y recordé, también, aquellas medias de<br />

Floki Gauvry que habían quedado adheridas a la voz<br />

de David.<br />

-Hay unas cosas que se llaman anti-pops, que se<br />

ponen <strong>del</strong>ante <strong>del</strong> micrófono para las pés -me<br />

explicó David Lebón el día que lo entrevisté-.<br />

Nosotros hicimos uno con las medias de Floki. Le<br />

robamos las medias y con un gancho de alambre<br />

hicimos los anti-pops. Era impresionante. <strong>El</strong>la<br />

siempre, desde atrás, estuvo muy metida en este<br />

tema.<br />

Con las medias multifilamento en mis manos,<br />

volví a arrellanarme en el asiento. Todavía faltaba<br />

un buen rato para llegar.<br />

Para nuestra segunda charla temática le propuse a<br />

Gustavo que nos reuniéramos en el Seven <strong>El</strong>even, un<br />

bar que se encuentra a una cuadra de la casa que aún<br />

compartía con mi marido.<br />

De las paredes de madera <strong>del</strong> Seven cuelgan fotos<br />

de Los Beatles, y letras de canciones. “La vida es lo<br />

que te sucede mientras estás ocupado haciendo<br />

planes”, leo junto al rincón que elegimos para<br />

sentarnos.<br />

Son las cinco de la tarde de un martes. Pedimos<br />

té.<br />

29


-Como te contaba el otro día -retoma Gus-<br />

cuando vine de Venezuela, me casé y volví a<br />

trabajar de nuevo como fotógrafo.<br />

Algunos meses después le escucharía decir a<br />

David: “Gustavo era muy buen fotógrafo. Lo<br />

único malo es que no me dejaba entrar cuando le<br />

hacía fotos a las mo<strong>del</strong>os; era un guacho, no me<br />

dejaba entrar nunca”.<br />

Pero por ahora, la vida es lo que me sucede. Del<br />

otro lado de la mesa rústica, sigue hablando<br />

Gustavo:<br />

-Poco tiempo después de volver de Venezuela,<br />

voy a un show de Serú Girán. Tocaban en el<br />

Auditorio Buenos Aires, que antes se llamaba<br />

Auditorio Kraft, un teatrito muy chiquito. O sea:<br />

Serú se había armado en Brasil y había venido a<br />

Buenos Aires como un gran grupo, a hacer recitales<br />

en el Luna Park, en Obras... Pero les fue muy mal,<br />

no fueron bien recibidos por el público y tuvieron<br />

que empezar de nuevo. Cuando grabaron su segundo<br />

disco, “La grasa de las capitales”, decidieron<br />

empezar desde abajo y presentarlo en una serie de<br />

recitales en este teatrito. Un teatrito con capacidad<br />

para 300 ó 400 personas, en la calle Florida. Y los<br />

fui a ver ahí. Me reencontré con ellos: con David,<br />

con Charly. Anteriormente había tenido un<br />

acercamiento a David. Cuando él armó un grupo que<br />

se llamaba Seleste, yo les hice de productor, de<br />

mánager en algunos recitales. Les organicé un recital<br />

en La Plata y otro en el Auditorio de Belgrano, me<br />

acuerdo. Ahí lo volví a ver a Charly, que estaba<br />

tocando en La Máquina de Hacer Pájaros. Charly<br />

30


había ido con Carlos Cutaia, el otro tecladista de La<br />

Máquina de Hacer Pájaros. Estaban sentados atrás<br />

mío y en un momento escuché que Charly le decía a<br />

Cutaia, refiriéndose a David, que estaba tocando en<br />

el escenario: “Este es el violero que necesitamos<br />

para la banda”. Al poco tiempo se termina La<br />

Máquina y Charly lo invita a David a ir con él a<br />

Brasil. Fueron a Buzios y ahí armaron Serú Girán.<br />

Más o menos por la misma época fue que yo viajé a<br />

Venezuela. Cuando volví ya estaba Serú Girán<br />

funcionando a pleno en estos recitales <strong>del</strong> Auditorio<br />

Buenos Aires. Y bueno, yo los fui a ver y el grupo<br />

me encantó. Me invitaron a algunos shows, a una<br />

gira que hicieron por la costa y les empecé a hacer<br />

fotos de nuevo. Paralelamente, empezaron a<br />

aparecer los primeros equipos de sonido. Porque<br />

hasta ese momento no había sonido tal como lo<br />

conocemos ahora, es decir, que cada cosa arriba <strong>del</strong><br />

escenario tiene su micrófono y se reamplifica. Los<br />

músicos no tocaban así. Tocaban “pelados” arriba<br />

<strong>del</strong> escenario. Usaban sus propios equipos de<br />

guitarra, de bajo, y lo único que se reamplificaba<br />

eran las voces; a lo sumo se le agregaba algún<br />

micrófono a la batería, uno o dos. Pero con Serú<br />

Girán y Spinetta Jade aparecieron, de la mano <strong>del</strong><br />

Toro Martínez y de Héctor Starc, que fueron quienes<br />

los trajeron de Europa, los sistemas de sonido más<br />

grandes, como se usan en la actualidad. Con el<br />

advenimiento de las empresas de sonido empezó a<br />

surgir la necesidad de que hubiera operadores de<br />

sonido. Y bueno, como yo estaba ahí, muchas veces<br />

acompañándolos en los ensayos, y sabía inglés, y<br />

31


podía leer un manual, y tenía criterio musical porque<br />

había escuchado música toda mi vida, me fui<br />

convirtiendo, naturalmente, en uno de los sonidistas<br />

de Serú Girán.<br />

Héctor Starc, el reputado guitarrista que, tras su<br />

disolución, se une a la base rítmica de Almendra y<br />

junto a González Neira en teclados, forma<br />

Aquelarre, me dice con tono perentorio:<br />

-¿Qué hacemos? ¿Querés preguntar o yo te<br />

hablo?<br />

Fue una pregunta retórica que quiso ser cortés o<br />

invitarme a que yo diagramara la tónica <strong>del</strong><br />

encuentro. Después de la primera y única pregunta<br />

que le hice y que resultó anodina en relación a todas<br />

las respuestas que me dio, Starc habló durante más<br />

de dos horas sin necesidad de que le preguntara<br />

nada.<br />

-Yo lo conocí a Gustavo en una gira que Serú<br />

Girán hizo por la costa. Nosotros íbamos en un<br />

autobús con todos los equipos y atrás venían David<br />

Lebón y Gauvry en el Mehari azul que tenía. Y<br />

siempre estábamos mirando para atrás para ver si no<br />

se quedaban por ahí.<br />

-¿Gustavo fue como fotógrafo?<br />

-Gustavo fue como colado. Porque era amigo de<br />

David. En algún momento me dijeron que él era<br />

fotógrafo, pero yo nunca lo vi sacar una foto. Miento<br />

-reflexiona-: la única vez que lo vi sacar una foto fue<br />

cuando hicimos De Ushuaia a La Quiaca.<br />

32


Acá tengo que detenerme un momento y<br />

dedicarle algunas palabras a la memoria porque,<br />

como me dijo el Indio el día que lo entrevisté: “Lo<br />

bueno de un libro de memorias es que uno puede<br />

corregir lo que quiere de la memoria de uno”. Es<br />

cierto. Yo agregaría que cada uno,<br />

independientemente de si la usa para corregir el<br />

pasado, para reproducirlo o para vengarse, configura<br />

a la memoria de acuerdo a un patrón anímico vital,<br />

suponiendo que exista algo así. En este sentido,<br />

podríamos decir, la memoria de Gustavo Gauvry es<br />

racional, objetiva y carente de tono emocional<br />

alguno. Discurre por el pasado eludiendo la<br />

reedición sentimental de los altercados, los amores,<br />

la pasión y la furia. Es una memoria documentalista.<br />

<strong>El</strong> Indio, en cambio, no tiene memoria. Es decir, la<br />

tiene, pero no la comparte. “Ya bastante carga hay<br />

alrededor <strong>del</strong> Indio Solari como para que uno lo esté<br />

adornando con anécdotas mejoradas”, dirá. Se trata<br />

de una memoria sellada que en el presente se<br />

derrama, sobre todo, como ensayo, como relato sin<br />

escena.<br />

Con respecto a la memoria de Spinetta, olvidate<br />

de que todo tiempo pasado fue mejor. Repitiendo<br />

una frase de Cantata de puentes amarillos, se citará<br />

a sí mismo diciendo que “mañana es mejor”. O sea<br />

que Luis Alberto buscará traspolar el ayer y te<br />

convidará con recuerdos <strong>del</strong> futuro, la galaxia, el<br />

password perceptivo, la pantalla <strong>del</strong> sistema<br />

genético. Su memoria no está sujeta al tiempo sino a<br />

la imaginación. La de David Lebón también, pero<br />

con una diferencia: Lebón no imagina: recrea,<br />

33


inventa, modifica. Hace lo que la sobriedad elegante<br />

de su discurso no le permite al Indio: corregir los<br />

defectos de impresión que pudiera tener el pasado.<br />

David tiene una memoria ficcional.<br />

Por su parte, la memoria de Juanse, el líder de<br />

Ratones Paranoicos, es cronológica: un viaje<br />

ordenado a través de una progresión temporal, a la<br />

manera de un diario íntimo. La tensión, en el viaje<br />

de Juanse, está dada por el hecho de que, no<br />

obstante, para él “no hay tiempo”. Esta doble<br />

necesidad de entrar en el tiempo como se entra en la<br />

música y de salir de la caravana <strong>del</strong> tiempo porque la<br />

intensidad de su tiempo interno es otra, interrumpe<br />

cualquier posible lisura: su cronología personal está<br />

saturada de inconvenientes al punto de que jamás<br />

podría leerse como un diario.<br />

En el caso de Gustavo Cordera, el frontman de la<br />

Bersuit, la memoria está signada por la institución<br />

familia. Todo se recuerda saltando ese muro que la<br />

vida familiar impone. Para el Pelado el muro es<br />

ineludible y lo que hay detrás también. Atrás está el<br />

terreno baldío, el juego de la botellita, la pureza<br />

insobornable de la infancia, el amor virginal.<br />

A<strong>del</strong>ante está el sexo, la penetración de un mundo<br />

infame, la violencia, los confines oscuros, la parca.<br />

Y la familia funciona como un acuerdo provisorio,<br />

como un mal necesario a caballo entre la melancolía<br />

y la locura. La memoria de Cordera es familiar:<br />

todos recordamos cosas así (la calle más larga, el río<br />

más ancho, las minas más lindas <strong>del</strong> mundo; el dulce<br />

de leche, el gran colectivo, alpargatas, soda y<br />

alfajores).<br />

34


De León Gieco me atrevería a decir que su<br />

memoria es social y justiciera. Es la memoria que se<br />

repone de la aquiescencia <strong>del</strong> olvido. La memoria<br />

<strong>del</strong> andariego, <strong>del</strong> trovador, <strong>del</strong> que gesta su canto en<br />

el camino.<br />

Pero no andes por los caminos si Héctor Starc<br />

anda cerca: su memoria te tomará por asalto y<br />

desmantelará todas tus ensoñaciones. En efecto, la<br />

suya es una memoria maldita, impiadosa, cáustica.<br />

Desmiente a todos, los desnuda; desmonta la<br />

cosmogonía de cada personaje hasta hacerlo regresar<br />

a su miserabilidad o a su grandeza en tanto persona.<br />

Una vez efectuada esta operación, les devuelve sus<br />

trajes, sus talentos, sus respectivas coberturas. Pero<br />

no hace este movimiento de una manera arrogante,<br />

por varios motivos: en primer término porque<br />

cuando habla te toca la guitarra y mientras él se ríe,<br />

su guitarra llora, en el fondo de sí, y le reclama algo,<br />

y te reclama algo innominable. En segundo lugar<br />

porque se ríe y te contagia. Junto a él la vida se<br />

convierte en una temible humorada de la que no<br />

podés escapar sin, literalmente, llorar de risa. Y por<br />

último, porque su mirada final es compasiva y<br />

cómplice respecto de todas las miserias <strong>del</strong> género<br />

humano y no deja de ponerse todo el tiempo como<br />

ejemplo de los fracasos, los vicios, las<br />

discontinuidades y el aislamiento que asolan a los<br />

hombres, a sus mujeres e hijos y a las mascotas que<br />

los acompañan.<br />

35


-Contame un poquito cómo eran las grabaciones<br />

en ese momento, Gustavo -le pedí a mi otro lado de<br />

la mesa, sintiendo que la intervención era adecuada<br />

porque cortaba el monólogo en que lo había dejado<br />

chapoteando a mi co-equiper, lo hacía avanzar en la<br />

dirección esperable pero a<strong>del</strong>antándome y, sobre<br />

todo, le demostraba que no le perdía pisada pese a<br />

mi silencio. Por un momento me sentí satisfecha de<br />

mí misma. ¿No parecía una periodista de verdad,<br />

acaso? “Contame un poquito, tralalá, tralalá”, con<br />

ese tono sobrio y controlado que tienen los<br />

entendidos. Y pensar que poco tiempo después de<br />

casarme, abandoné la carrera de Ciencias de la<br />

Comunicación para seguir a mi marido en un<br />

traslado que le designó la empresa para la cual<br />

trabajaba.<br />

Ajeno a mis disquisiciones internas, y como<br />

siguiendo un cronograma propio que eludía mi<br />

recién estrenado ímpetu periodístico, Gustavo dijo:<br />

-En el momento en que surgió, el estudio vino a<br />

cubrir una serie de necesidades que no estaban<br />

cubiertas, relacionadas con el modo en que se trataba<br />

al músico -Gustavo vierte más agua caliente en su<br />

taza y se vale de esa pausa para pasar en limpio lo<br />

que va a decirme y hablarme como si yo también<br />

fuera un grabador-. Mientras presentaba “La grasa<br />

de las capitales”, Serú Girán ya estaba comenzando<br />

a componer las canciones para el disco “Bicicleta”.<br />

Me acuerdo que íbamos a grabar a ION, un estudio<br />

clásico. Pero como el rock, en esa época, no era un<br />

género popular ni comercial, no tenía peso para las<br />

compañías discográficas, nos daban los horarios de<br />

36


grabación más incómodos: como éramos los<br />

rockeros nos ubicaban siempre en el horario de<br />

trasnoche.<br />

-¿ION pertenecía a alguna compañía?<br />

-Sí, en ese entonces pertenecía a la compañía<br />

Microfón, una compañía de discos argentina; no era<br />

una multinacional pero era una compañía argentina<br />

grande. Y bueno, nos daban el horario de trasnoche,<br />

llegábamos ahí a las once de la noche. ION queda en<br />

Once y a las once en Once, cierra todo, así que te<br />

tenías que pasar toda la noche en el estudio sin nada:<br />

no te podías comer un sandwich, no podías pedir<br />

comida a ningún lado, no te podías tomar un café, no<br />

había nada. Era una tristeza absoluta. Y el estudio<br />

consistía en el estudio propiamente dicho y una<br />

especie de pasillo helado donde te sentabas cuando<br />

ya no aguantabas más el sonido; pero ahí te morías<br />

de frío, entonces, volvías al estudio de nuevo. O sea:<br />

era muy poco agradable la situación, muy poco<br />

humana. Por otra parte, la relación con los<br />

responsables <strong>del</strong> estudio tampoco era muy amigable.<br />

Por ejemplo: si uno llevaba un aparato propio de 110<br />

volts, que en general era el voltaje de las máquinas<br />

importadas, la gente <strong>del</strong> estudio te decía que ellos no<br />

operaban con 110, que, en todo caso, si ibas a traerte<br />

equipos importados, te trajeras también el<br />

transformador para poder conectarlos a 220. Y<br />

estamos hablando de ION que, en ese momento, era<br />

el mejor estudio. Porque después estaban los<br />

estudios que pertenecían a las grandes compañías<br />

multinacionales, como RCA, EMI, Fonogram, CBS.<br />

Estos estudios habían sido construidos a fines de los<br />

37


’60, principios de los ’70 y estaban muy mal<br />

mantenidos, funcionaban con una tecnología<br />

obsoleta; a nivel humano también: eran super rígidos<br />

y estructurados, tenían cero onda. Los técnicos,<br />

vestidos de riguroso guardapolvo y corbata, no se<br />

involucraban personalmente con los músicos, no<br />

querían acompañar el proceso creativo; al contrario,<br />

todo era una guerra, qué sé yo, por ahi estabas en el<br />

medio de una canción y veías, atrás de la ventana,<br />

que el técnico que había empezado a grabarte era<br />

reemplazado por el <strong>del</strong> turno siguiente. O el tipo<br />

estaba leyendo el diario mientras te grababa. Daba la<br />

impresión de que, en lugar de alentar el proceso<br />

creativo, querían combatirlo. Vos ibas con una idea<br />

y te decían: “no, no se puede”. “¿No me dejás poner<br />

un poco más de graves?”. “Ah, pero entonces te<br />

tengo que sacar agudos” -Gustavo se ríe al recordar<br />

ese tratamiento encorsetado, burocrático, que se les<br />

daba a los músicos-Hay anécdotas que hoy resultan<br />

muy divertidas. Para mencionarte sólo algunas: el<br />

subte pasaba muy cerca <strong>del</strong> estudio Polygram,<br />

entonces en el medio de las tomas muchas veces<br />

había que parar porque justo pasaba el subte y se<br />

escuchaba en la grabación. Otra: en la época de<br />

Manal, que grababa en los estudios de CBS, Claudio<br />

Gabis un día quiso enchufar su guitarra a un<br />

grabador Geloso para lograr un sonido<br />

distorsionado. La idea era saturar la entrada <strong>del</strong><br />

grabador para después conectar la guitarra al<br />

amplificador o a la consola, algo que hoy en día se<br />

hace con un pedal de distorsión. Y bueno, cuando él<br />

fue con esta novedad al estudio, los técnicos se<br />

38


negaron porque les pareció que iba a afectar la<br />

calidad de la grabación. Entonces llamaron al jefe<br />

<strong>del</strong> estudio y le hicieron firmar un papel para<br />

deslindar responsabilidades porque la grabación iba<br />

a salir indudablemente mal, cosa que obviamente no<br />

ocurrió, pero ellos no querían quedar como que<br />

avalaban el uso de este aparato.<br />

Gustavo Gauvry ha tomado velocidad.<br />

-Otra vez -continúa- Serú Girán estaba grabando<br />

un especial de televisión para ATC. La grabación se<br />

hacía en los estudios <strong>del</strong> canal y estaba a cargo de<br />

sus técnicos. En un momento, David, que de los<br />

Serú era el que más se preocupaba por el sonido y<br />

todo eso, entra al control para ver cómo estaba<br />

sonando y observa que sonaban pésimo porque los<br />

técnicos no tenían la menor idea acerca de cómo<br />

grabar rock & roll; y no se trataba de que tuvieran<br />

malos equipos sino de que no eran creativos para<br />

utilizarlos y tampoco tenían mucha voluntad. De<br />

hecho, David le dijo al tipo: “Esto está sonando mal,<br />

¿no puede sonar un poco mejor?, ¿no le podés dar un<br />

poco más de cuerpo, más de graves?”. Y el sonidista<br />

le contesta: “Qué querés, flaco, con lo poco que me<br />

pagan acá, encima pretendés que te ponga cámara”.<br />

”Además, en general, el rock siempre se<br />

caracterizó por ser un género muy creativo, muy<br />

experimental, muy de querer innovar, de estar<br />

siempre reecontrándose a sí mismo. Un género que<br />

siempre buscó la máxima calidad porque por otro<br />

lado, en el resto <strong>del</strong> mundo, el rock sí era un género<br />

muy importante y que vendía mucho; entonces el<br />

productor nacional, de alguna manera, tenía que<br />

39


competir en calidad con eso, como sigue ocurriendo<br />

hoy en día. Pero pasaba lo que te conté: que uno<br />

quería explorar o quería lograr mejor sonido y los<br />

técnicos te miraban como diciendo qué<br />

hinchapelotas que sos.<br />

Gustavo abre la botella de agua y la vierte en mi<br />

vaso antes de llenar el suyo. Entonces me mira y es<br />

como si regresara. Bien, me digo. Ya no soy sólo un<br />

grabador para este hombre. Ha bajado un par de<br />

cambios, ha vuelto. Tal vez, ahora, podamos<br />

encontrarnos.<br />

Fue una apreciación desacertada la de aquel<br />

martes por la tarde, en el Seven <strong>El</strong>even. Gustavo no<br />

había bajado un par de cambios para encontrarme.<br />

Eso es lo que me habría gustado: que detectara que<br />

yo andaba un poco extraviada. Pero no. <strong>El</strong><br />

desaceleró porque se tenía que ir y saltó de la<br />

memoria al presente tirándose un poco de agua sobre<br />

la voz ardiente de fuegos <strong>del</strong> pasado. De todos<br />

modos, pensé, nosotros ya nos hemos encontrado.<br />

Para qué habría de suceder otra vez algo así.<br />

Como no podía ser de otra manera tratándose de<br />

un técnico en sonido, <strong>del</strong> día que nos conocimos<br />

Gustavo se llevaría, sobre todo, el recuerdo de mi<br />

voz. Fue en el hotel Bauen, el mismo desde donde<br />

veinte años antes habían salido León Gieco, Gustavo<br />

Santaolalla y un equipo de aproximadamente treinta<br />

personas para emprender la gira De Ushuaia a La<br />

Quiaca. Yo oficiaba de conductora <strong>del</strong> desfile que<br />

una amiga mía había organizado para lanzar su<br />

40


nueva marca de ropa interior. Abandonada por un<br />

hombre de ambigua vocación religiosa y siempre<br />

asediada por los insidiosos o vehementes fantasmas<br />

de la locura, Marina intentaba sacar a<strong>del</strong>ante su vida<br />

y la de su hijo de dos años, bregando entre<br />

bombachas, corpiños, bragas y camisones. No<br />

obstante, cuando me pidió que fuera la presentadora<br />

<strong>del</strong> desfile de lanzamiento me negué, alegando que<br />

no hablaba en público desde nuestra graduación<br />

como bachilleres.<br />

Del mismo modo que cada tanto ella no podía<br />

dejar de saltar las barreras de la cordura, yo, diaria,<br />

fatigosamente, no podía evitarlas. Pero en mi temor,<br />

en mi obsecuencia quizás hacia antiguas decisiones,<br />

se agitaba otra forma de locura. <strong>El</strong> equilibrio acaso<br />

incomparable en que nos movíamos era, por<br />

momentos, extremadamente precario.<br />

Tal vez porque nos conocíamos desde la<br />

secundaria o porque cada una sabía dónde el ‘no’ de<br />

la otra se volvía inestable y quebradizo, Marina se<br />

encogió de hombros y esperó un viento más<br />

favorable.<br />

<strong>El</strong> día de la presentación, unos minutos antes de<br />

salir a escena, una de las chicas que desfilaban me<br />

convidó con un racimo de uvas. Cuando dije<br />

“Buenas noches” trastabillé con una semilla que<br />

había quedado adherida a mi garganta.<br />

Afortunadamente, Gustavo llegó después. Él, ni que<br />

decirlo, no había ido a ratonearse con las<br />

bombachas, no es <strong>del</strong> estilo. Fue el baboso de mi<br />

marido quien lo citó allí, en ese vaporoso recinto,<br />

para arreglar los términos en que le vendería el Navy<br />

41


Blue. A lo mejor pensaba que entreteniéndolo con<br />

toda esa histeria femenina lograba sacarle más de lo<br />

que el barco valía. Pero bueno, mi marido -ahora<br />

ex- siempre ha pensado la vida en unos términos<br />

muy de bodegón.<br />

-¡¿Qué hacés, viejo?! -escucho desde una mesa<br />

cercana al escenario, durante la primera pasada. Mi<br />

marido palmea en la espalda a un hombre oscuro y,<br />

luego de estrecharle la mano, le señala una silla-.<br />

¡Mirá a qué lugares te traigo! ¡Estas pendejas están<br />

infernales! -sigue, a los gritos. Intento hacerle llegar<br />

a mi marido una mirada conminatoria pero él tiene<br />

puesta su antención en otro lado.<br />

Gustavo Gauvry, en cambio, observa todo con su<br />

mirada flotante. Puedo imaginármelo sintiéndose<br />

fastidiado e incómodo, el objetivo de la reunión no<br />

incluía divisar culos bonitos en el horizonte. Sólo se<br />

trataba de una transacción comercial. Recuerdo que<br />

mi marido me habló de Gauvry esa noche. Me dijo,<br />

concretamente:<br />

-<strong>El</strong> tipo que me quiere comprar el barco es un<br />

hinchapelotas.<br />

<strong>El</strong> hinchapelotas llamó a mi casa unos días más<br />

tarde. <strong>El</strong> Navy Blue ya era suyo. Pero no llamaba<br />

para informarme eso sino para decirme que tenía una<br />

voz muy linda. No supe qué decirle.<br />

-Le pregunté a tu marido si podía llamarte.<br />

-...<br />

-Porque yo estoy produciendo un programa de<br />

televisión y necesitamos grabar unas locuciones<br />

antes <strong>del</strong> lunes -era viernes- y no conseguimos a<br />

nadie. <strong>El</strong> locutor con que contábamos se enfermó.<br />

42


Gustavo Gauvry me explicó de qué se trataba el<br />

programa y, aunque me pareció una propuesta<br />

interesante, la consideré extemporánea: yo había<br />

pensado en ser locutora dieciocho años antes; ahora,<br />

después de haber trabajado como profesora de<br />

aerobics y gimnasia localizada durante una década<br />

larga, estimaba mi propia voz en términos de “ocho<br />

más”, “paso cruzado, mambo y cha cha chá”,<br />

“sostengan arriba, vamos” y cosas así. Si tenía otra<br />

voz, la había olvidado.<br />

-Te agradezco el ofrecimiento -le dije-. Pero no<br />

sé si te diste cuenta de que seseo. Tengo los dientes<br />

torcidos -precisé.<br />

-Bueno, hasta que no probemos no podemos<br />

saber -insistió.<br />

-No sssé -le contesté acentuando sin querer la<br />

‘s’-. Lo voy a consultar con mi marido -y como no<br />

quería quedar como una sometida o una mujer<br />

aniñada que le tiene que pedir permiso al marido,<br />

agregué-: Porque había una posibilidad de que nos<br />

fuéramos afuera este fin de semana.<br />

-Bueno, fijate. Pero por ahí existe también la<br />

posibilidad de que no se vayan así que te dejo mis<br />

teléfonos.<br />

Y me los dejó.<br />

Cuando cortamos hice dos cosas: primero, llamé<br />

a mi marido y le pregunté si podía acompañarlo a<br />

Uruguay ese fin de semana. Él me había comentado,<br />

unos días atrás, que tenía que llevar a cabo un<br />

entrenamiento de coaching empresarial en Carrasco.<br />

Era una manera de convalidar mi economía <strong>del</strong><br />

fracaso. Si el seseo no había podido conmigo, tal vez<br />

43


cierto compromiso marital me eximiera de hacer lo<br />

que en realidad quería y temía en la misma medida.<br />

Pero mi marido me dijo que él iba a estar muy<br />

ocupado en Carrasco y yo me iba a aburrir.<br />

De modo que la segunda cosa que hice después<br />

<strong>del</strong> llamado de Gauvry, fue agarrar un libro y<br />

encerrarme en el baño. Prendí la luz, me miré en el<br />

espejo y empecé a leer en voz alta tratando de<br />

modular como las locutoras. Después de cada punto<br />

final levantaba la vista, tal como me había enseñado<br />

mi maestra de primer grado, la señorita María Inés, y<br />

miraba a mi auditorio.<br />

Mi propia imagen reflejada asentía levemente.<br />

Seguí leyendo en el baño mientras me cebaba<br />

unos mates. Tenía la impresión de que el agua<br />

caliente, la yerba, o la combinación de ambas,<br />

barrían las intemperancias que habían ido<br />

horadando, erosionando, segando, aquella voz que<br />

ahora Gustavo reconocía como mía.<br />

La cabaña<br />

44


“Con los chicos de Serú, fundamentalmente con<br />

David, siempre pensábamos: ‘qué bueno sería poder<br />

grabar en otras condiciones’. Leíamos en revistas<br />

que algunos músicos importantes, ingleses o<br />

norteamericanos, habían grabado en estudios<br />

construidos en sus propias casas. Los Beatles, los<br />

Rolling Stones, habían hecho eso. Otros instalaban<br />

su estudio en lugares exóticos, como Ginger Baker,<br />

el baterista de Cream, de quien se decía tenía un<br />

estudio en Laos. Y nosotros acá, sin siquiera poder<br />

aspirar a tomar un café durante la grabación,<br />

soñábamos con tener un estudio donde se pudiera<br />

grabar de día, de noche, cuando uno quisiera, sin<br />

horario; un estudio que tuviera también un salón de<br />

juegos, una pileta de natación, una cocina, un<br />

dormitorio. Que fuera como una casa, un lugar<br />

habitable. Ese era nuestro tema de conversación<br />

favorito en todas las giras, en todas las reuniones. Lo<br />

hablábamos con Amílcar Gilavert, el otro sonidista<br />

de Serú, con Benny Izaguirre, un trompetista amigo<br />

de Lebón, con Oscar López, el productor: ‘Un día<br />

nos vamos a poner un estudio’, decíamos.<br />

En ese momento había vendido una propiedad y<br />

empecé a pensar en la posibilidad de concretar ese<br />

viejo sueño. Le dije a David que por qué no lo<br />

empezábamos nosotros. Podíamos comprar algunas<br />

máquinas como para empezar a grabar en mi casa.<br />

Yo acababa de mudarme a Parque Leloir con mi<br />

familia. Disponíamos de una cabaña de madera lo<br />

suficientemente amplia y de un parque grande. <strong>El</strong><br />

barrio era mucho más apacible que ahora”.<br />

45


Desgrabo, desgrabo, desgrabo. Serán meses en<br />

los que, casi sin darme cuenta, la soledad en la que<br />

me va dejando mi marido, se irá amueblando con la<br />

voz de Gustavo Gauvry. Con las voces Del Cielito.<br />

-Contame de ese sueño que tenían: el de tener un<br />

estudio propio -le pido a David.<br />

-Nosotros con Gustavo éramos amigos de antes.<br />

Hubo una época en la que vivimos en la misma casa.<br />

Para poder quedarnos, tuvimos que pintarla. No<br />

sabés lo que era yo pintando, un desastre. Por eso<br />

estuvimos como dos años en la casa: porque no<br />

terminábamos nunca de pintarla -se ríe. Es un<br />

miércoles <strong>del</strong> mes de octubre y estamos en el estudio<br />

Del Cielito, donde nos habíamos citado-. Me<br />

acuerdo que un día llegó él -lo señala a Gustavo,<br />

sentado a su izquierda- en el Fiat creo que de la<br />

vieja, y se le cayó todo un tarro de pintura blanca<br />

adentro <strong>del</strong> Fiat, viste. Éramos un desastre. Pero nos<br />

hicimos muy amigos. Era una comunidad, vivían<br />

varios en la casa, y él y yo éramos un poco como las<br />

ovejas negras de la familia esa. Entonces... nada, a él<br />

le gustaba mucho la música y, bueno, a mí también.<br />

Un día viene y me dice: “Te quiero hacer un regalo,<br />

te quiero regalar un grabador de cuatro canales así<br />

podés grabar en tu casa, tranquilo y todo”. Entonces<br />

yo le digo: “En vez de comprarme un grabador de<br />

cuatro canales, ¿por qué no hacemos un estudio y<br />

listo?” Bien Heidi, viste. Esto fue un viernes. <strong>El</strong><br />

lunes, con el Mehari de Gus, fuimos a buscar una<br />

máquina como esa que está ahí atrás, de dieciséis<br />

canales. Volvimos así con el auto -hace un gesto<br />

46


con la mano, colocándola en diagonal- haciendo<br />

willy.<br />

“Paralelamente, en esa época -sigo desgrabando<br />

a Gustavo, se refiere a la época en que soñaban con<br />

tener un estudio propio, a comienzos de los ’80-<br />

habían empezado a aparecer sistemas de grabación<br />

más accesibles, de origen japonés, de la línea Teac<br />

Tascam. Habían sacado máquinas de cuatro, de ocho<br />

y de dieciséis pistas, a precios que, respecto de los<br />

equipos suizos, alemanes, norteamericanos o<br />

ingleses, eran mucho más accesibles. Entonces<br />

bueno, fuimos al representante de Tascam acá, le<br />

firmamos un montón de pagarés -Gustavo Gauvry<br />

se ríe- y nos llevamos un grabador de dieciséis<br />

canales que instalamos en mi casa, en la cabaña de<br />

Parque Leloir”.<br />

-Así que compramos la máquina -frente a<br />

nosotros, sentada en el sofá de cuero negro, Viviana,<br />

la mánager de David, no deja de sonreír con la<br />

sonrisa condescendiente de una madre que escucha<br />

cómo se han entretejido las travesuras de los chicos<br />

<strong>del</strong> barrio-. Pero nos faltaba la consola. Con la<br />

máquina sola no podías hacer nada. Me acuerdo que<br />

llegamos con la máquina y la enchufamos para,<br />

aunque sea, ver las agujitas hacer así -con el dedo<br />

índice dibuja en el aire un movimiento pendular,<br />

como de aguja de balanza- porque estábamos<br />

desesperados por usarla. Entonces vino Pedro Aznar<br />

47


con una consolita de cuatro canales y grabamos<br />

Nayla. Fue lo primero que grabamos en la máquina.<br />

Totalmente anti-profesionales, una cosa así, de<br />

ansiosos.<br />

“Héctor Starc -le dice Gus al grabadorcito digital<br />

que terminamos comprando una tarde en la calle<br />

Florida- nos prestaba las consolas. Él era dueño de la<br />

empresa que proveía de sonido a Serú. También<br />

grabábamos con equipos prestados por Oscar López<br />

y por Pedro Aznar, el bajista de Serú. <strong>El</strong> hobby de<br />

Pedro Aznar era encerrarse en su cuarto y grabar,<br />

hacer copias perfectas de las canciones de Los<br />

Beatles con un grabador Tascam de cuatro canales.<br />

Y bueno, así empezamos a experimentar con David;<br />

en esa época no existían las escuelas de sonido, todo<br />

era aprender experimentando y leyendo libros,<br />

revistas y manuales sobre acústica, micrófonos, y<br />

demás. <strong>El</strong> esfuerzo que yo ponía para tratar de<br />

entender cómo funcionaban la consola y los aparatos<br />

<strong>del</strong> estudio y cómo conducir una sesión de grabación<br />

continuaba incluso cuando dormía. Sólo que<br />

entonces los botones de la consola ya no controlaban<br />

sonidos sino que controlaban mis sueños. Se movía<br />

una perilla y el sueño se modificaba: empezaba a<br />

soñar otra cosa. Así fue, soñando de noche y<br />

firmando innumerables pagarés al promediar la<br />

mañana, como fuimos juntando un día un micrófono,<br />

otro día un grabador, otro día una consola”.<br />

48


-Como se suele decir, cuando te pica el bicho de<br />

la técnica no termina nunca. Después nos dimos<br />

cuenta de que necesitábamos la consola, entonces a<br />

la semana fuimos a comprar la consola. Después nos<br />

dimos cuenta de que la consola y la máquina tenían<br />

que tener cables porque si no, no andaban, no eran<br />

inalámbricas. Así que nosotros, con Gustavo, que en<br />

la puta vida habíamos soldado un cable, ahí<br />

estábamos: soldando cables, quemándonos los<br />

dedos, pero soñando. <strong>El</strong> sueño era el campo. Aparte<br />

después... Yo voy a ir y venir -me previene David.<br />

-Todas las veces que quieras.<br />

-Voy a empezar a mezclar todo.<br />

-No nos importa.<br />

-Okey, okey. <strong>El</strong> sueño con esto es que el estudio<br />

iba a ser para nosotros, no iba a ser comercial. Era el<br />

sueño <strong>del</strong> pibe, yo le decía: “te das cuenta, Gustavo,<br />

si queremos grabar un tema a las tres de la mañana,<br />

vamos y lo hacemos, y podemos hacer esto y<br />

aquello”. También teníamos la idea de que pudieran<br />

grabar Spinetta o Serú en el estudio.<br />

-Vos todavía estabas con Serú cuando esto<br />

empezó.<br />

-Claro, claro. De hecho yo ya estaba también<br />

viviendo en Parque Leloir.<br />

-¿Vivías acá?<br />

-Viví un tiempo acá, con Gustavo.<br />

-¿Acá, acá?<br />

-Sí, acá. Después me alquilé una quinta cerca, a<br />

diez cuadras.<br />

-Te gustó el lugar.<br />

49


-Y... yo venía a visitarlo a él y me encantaba el<br />

lugar. Siempre me gustaron las afueras. Aparte<br />

éramos como la mano hippie: el campo, ser libres...<br />

Después nos dimos cuenta de que en el campo<br />

también hay perros salvajes. Pero bueno, armamos el<br />

estudio. Floki nos ayudó muchísimo. <strong>El</strong>la también se<br />

prendió de una manera increíble, nos vio a los dos<br />

muy...<br />

-Entusiasmados.<br />

-Más que entusiasmados, más que entusiasmados.<br />

No parábamos. Era un sueño. Además, para todos<br />

los músicos era el gran sueño. Es muy feo estar<br />

grabando una canción de amor o de lo que sea en un<br />

entorno súper lindo de micrófonos, luces tenues, y<br />

después abrir la puerta y estar en la avenida<br />

Corrientes con una bola de autos y de humo. Acá<br />

salías y tenías la pileta, los pajaritos, era como<br />

mantenerse en clima.<br />

-Aparte, me contaba Gustavo que los técnicos de<br />

las compañías multinacionales no se comprometían<br />

mucho que digamos con el proceso creativo de los<br />

músicos.<br />

-Sí, estaban ahí para marcar tarjeta. Grababan<br />

cuando se acordaban. O sea: no eran creativos, no<br />

eran tipos creativos que se prendían con vos. Yo,<br />

años más tarde, tuve una escuelita y les decía a los<br />

chicos: “<strong>El</strong> técnico tiene que aprender el idioma <strong>del</strong><br />

músico y el músico tiene que aprender el idioma <strong>del</strong><br />

técnico, si quieren trabajar juntos”. A nosotros nos<br />

pasó eso. Así que bueno, empezamos a soñar y<br />

logramos tener el estudio. Entonces la suite, donde<br />

supuestamente tenía que dormir la pareja de Gustavo<br />

50


Gauvry y Floki Gauvry, terminó siendo el lugar<br />

donde iba la batería y todo, así que terminaron<br />

durmiendo en un cuartito así de chiquitito y aparte<br />

Floki se bancaba que por ahi fueran las cuatro y<br />

Héctor Starc, Spinetta, Gustavo y yo, siguiéramos<br />

grabando y gritando canciones totalmente en pedo.<br />

-¿Y la beba? ¿Violeta?<br />

-Y... se bancaban todo, se bancaban todo.<br />

Todo el día estuvimos grabando con Jade. <strong>El</strong><br />

living está lleno de cables, pies de micrófonos,<br />

guitarras, teclados. No se puede ni caminar.<br />

En esta casa funciona todo al revés (o casi todo):<br />

no es el marido el que se va a trabajar; son la mujer<br />

y la hija las que se van para que el marido trabaje.<br />

Cuando vuelven, Floki y Violeta se tienen que abrir<br />

paso entre los equipos.<br />

Violeta tiene apenas dos años pero se queda<br />

paradita ahí, en medio <strong>del</strong> caos, observando.<br />

-Papi -me dice señalando el piso-: esa alfombra<br />

no es nuestra.<br />

Pobrecita, pienso, el padre que le tocó. Para ella<br />

es normal encontrar su casa llena de instrumentos y<br />

que hayan desaparecido los muebles o la campana<br />

de la chimenea. Lo novedoso es la alfombra sobre la<br />

que está armada la batería de Pomo.<br />

La alzo y la beso en sus mejillas regordetas.<br />

Me dice Héctor Starc:<br />

51


-Lo primero que me acuerdo en relación al<br />

estudio, es que habían comprado una máquina de<br />

grabar, una grabadora. Y bueno... intentaron grabar<br />

con una máquina de grabar. Pero las máquinas de<br />

grabar no andan solas. O sea: el micrófono va a una<br />

consola y de la consola vas al grabador; no es como<br />

un radiograbador <strong>del</strong> hogar, viste. Y los monos<br />

enchufaron todo y no andaba. Aparte esa máquina de<br />

grabar costaba fortunas, no la tenía nadie,<br />

¿entendés? Entonces vienen y me dicen “che, no<br />

anda nada, graba muy despacito”. Todo esto no<br />

sucedía nunca en un horario normal, caían, yo qué<br />

sé, a las dos de la mañana para pedirme un cablecito.<br />

¡Pensá que tenían que viajar desde Parque Leloir<br />

hasta San Isidro! Y en esa época no estaba hecho el<br />

Acceso Oeste: era como ir a caballo a Resistencia,<br />

viste. Yo recién empezaba como sonidista y tenía los<br />

equipos en mi casa.<br />

-Los habías traído de Europa.<br />

-Claro, los usaba para las presentaciones de Serú<br />

Girán. En realidad, mi idea no era alquilar los<br />

equipos. Yo los había traído para mí. Pero bueno, ni<br />

bien los traje apareció David y en cierto modo me<br />

vino bien porque yo, después de estar tres años en<br />

Europa, acá no tenía nada, había vendido todo: no<br />

tenía casa, no tenía auto, no tenía nada. Estaba con<br />

mi mujer y mi hija. Entonces con Serú Girán empecé<br />

a laburar. Después se transformó en una empresa<br />

grande. Pero en ese momento estos dos no tenían la<br />

menor idea de nada. David Lebón es el día de hoy<br />

que, aún hablando bien inglés, no sabe lo que quiere<br />

decir “input”, imaginate: si vos no sabés lo que<br />

52


quiere decir “input” ya empezamos mal para<br />

enchufar una cosa. Y Gustavo Gauvry, que le<br />

preguntaba: “¿dónde se cambia el rollo?”, él creía<br />

que era como una máquina de fotos. Ninguno de los<br />

dos sabía nada. Eran un desastre. Entonces me<br />

llamaban y se venían. Tardaban horas en llegar.<br />

Venían, me pedían un cable, después llegaban al<br />

Cielito y resulta que el cable no les servía. Era todo<br />

un <strong>del</strong>irio. Total que la primera grabación... yo no sé<br />

cómo hicieron, la armaron con la máquina esa sola,<br />

enchufando los micrófonos en la máquina. Después<br />

se dieron cuenta de que no solamente hacía falta la<br />

consola sino que valía un huevo de guita la consola.<br />

Así empezaron.<br />

-Pidiéndote prestada la consola.<br />

-Me pedían prestado todo, todos los días. Entre<br />

ellos y Pedro Aznar me comían el ojo. Porque Pedro<br />

Aznar, a su vez, estaba grabando en la casa con un<br />

radiograbador. Yo era el que tenía el cajón con los<br />

cables, ¿entendés? Entonces me decían: “¿No tenés<br />

un cable de RCA-Plug?”. “Sí”. “Vamos para allá”. Y<br />

yo me tenía que quedar esperando a que los monos<br />

aparecieran. ¡Los kilómetros que se hacían en ese<br />

Mehari azul que era como una especie de pileta de<br />

natación de esas de plástico! Venían con eso, a veces<br />

incluso en invierno. ¿Vos conocés cómo es la casa<br />

de allá?<br />

-Sí.<br />

-Bueno, el control estaba en el lavadero y en el<br />

que supuestamente era el dormitorio de ellos, se<br />

armó la sala. O sea que el estudio quedaba alejado<br />

<strong>del</strong> control. Pero Gustavo compró un televisorcito en<br />

53


lanco y negro que después lo usamos en la gira De<br />

Ushuaia a La Quiaca como monitor de imágenes.<br />

Así que ahí, en la cabaña, él no veía a los músicos<br />

porque no era como todos los estudios, en los que<br />

está el vidrio. Las dos piezas no estaban<br />

comunicadas, entonces en un lugar se tocaba y desde<br />

el otro lado él te miraba por la televisión -Starc se<br />

ríe a carcajadas-. Y bueno, ahí, en esa época, en ese<br />

cosito chiquito, ahí grabó Spinetta, grabó Riff, grabó<br />

Lebón. Yo estuve el día que Serú Girán grabó<br />

Canción de Alicia en el país.<br />

Todavía resuenan los últimos acordes de La<br />

Grasa de las Capitales, el tema con que Serú Girán<br />

acaba de cerrar su show en el teatro Ocean de<br />

Morón.<br />

Entro al camarín. Al verme, Charly se acerca y<br />

me dice:<br />

-¿Sabés, Gus?, no estoy conforme con la versión<br />

que tenemos de Alicia. ¿Qué te parece si el domingo<br />

vamos a tu casa con las chicas y los pibes, hacemos<br />

un asado y grabamos Alicia de nuevo?<br />

La propuesta de Charly me sorprende. <strong>El</strong>los<br />

estaban grabando en ION el álbum “Bicicleta”, <strong>del</strong><br />

que Alicia forma parte y, en ese momento, eran la<br />

banda de rock más importante de la Argentina. Del<br />

Cielito, en cambio, apenas un estudio casero.<br />

<strong>El</strong> domingo vienen todos, en patota, con las<br />

familias, las mujeres, los chicos. Nos pasamos el día<br />

entero grabando en medio de esa situación.<br />

54


<strong>El</strong> tema queda muy bueno y para mí es todo un<br />

orgullo saber que la primera canción grabada en el<br />

estudio, será parte de un disco de Serú.<br />

”A la mujer de Gauvry habría que hacerle un<br />

monolito, algo, viste, porque bancaba a cualquiera -<br />

me sigue diciendo Héctor-. Aparte se quedaban a<br />

dormir, les comían todo. David Lebón vivía ahí<br />

como un homeless, ¿entendés? Era por épocas:<br />

David se quedaba unos meses, después se instalaba<br />

Spinetta y se quedaba también unos meses. Les<br />

comían todo lo que había en la heladera, se tomaban<br />

todo, eran una desgracia. Aparte en esa época no<br />

había <strong>del</strong>ivery, no había nada; vos te quedabas sin<br />

cigarrillos a las dos de la mañana y había que ir<br />

hasta la estación Moreno, te jugabas la vida.<br />

“Poco a poco -le sigue hablando Gus al grabador<br />

mientras viaja por la autopista Morón-San Fernando<br />

hacia el estudio- las grabaciones empezaron a tener<br />

un poco más de calidad. Fueron apareciendo<br />

también otros grupos a los que muchas veces<br />

grabábamos gratis, en forma de demos. Es el caso de<br />

Dulces Dieciséis, Suéter, Las Baybiscuits, de Riff en<br />

su primera formación. Me acuerdo que en ese<br />

momento el que cantaba no era Pappo sino Juan<br />

García Hymes. Y bueno, seguramente me estoy<br />

olvidando de un montón de grupos más. Con esas<br />

grabaciones fuimos aprendiendo. Serú Girán venía<br />

muchas veces a ensayar en el estudio casero que<br />

55


habíamos montado. Esos ensayos también los<br />

grabábamos, hacíamos demos de lo que más<br />

a<strong>del</strong>ante se convertiría en el disco “Bicicleta”. Por<br />

otra parte, David grababa, además, sus propias<br />

canciones; algunas formaban parte <strong>del</strong> repertorio de<br />

Serú y otras, él las fue juntando en lo que sería su<br />

primer disco solista post Serú Girán y que se llamó<br />

“<strong>El</strong> tiempo es veloz”.<br />

Estos demos que grabábamos, yo los compilaba<br />

en distintos cassettes, los llamaba Del Cielito<br />

Records (volumen I, volumen II, volumen III) y los<br />

hacía circular por ahí, entre los músicos amigos”.<br />

Del Cielito<br />

Gustavo Gauvry le puso al estudio el nombre Del<br />

Cielito porque la calle que se toma para llegar a él<br />

tiene esa denominación. “Me pareció un nombre<br />

muy musical”, me explicó en alguna de las<br />

conversaciones que tuvimos. “En realidad, de<br />

entrada, le puse Del Cielito Records porque la idea<br />

de crear una pequeña productora independiente<br />

estuvo desde el comienzo”.<br />

Esto le contaba yo a mi amiga Marina después de<br />

cruzar la avenida Martín Fierro, mientras<br />

caminábamos por Del Cielito. Había pasado más de<br />

un año y medio desde el lanzamiento de su línea de<br />

ropa interior. Para entonces, yo también me había<br />

56


separado. Marina tenía la cara abotagada y se movía<br />

con una lentitud que en realidad le era impropia.<br />

Para animarla, le dije que el Pelado Cordera había<br />

pensado en crear una colección de lencería fina<br />

llamada Bersuit Vergarabat. Las chicas fanáticas de<br />

la banda les habían dejado unas cuantas ideas sobre<br />

el escenario.<br />

-Ideas con forma de corpiño y hasta de<br />

bombacha, incluso -especifiqué. A Marina le<br />

brillaron fugazmente los ojos.<br />

-Y vos, ahora que estás en contacto con ellos,<br />

¿podrías hacerme la gamba?<br />

-Por supuesto. Además, ellos no pueden estar en<br />

todas. Lo de ellos es la música, fundamentalmente.<br />

Pero si en algún momento deciden crear la línea de<br />

lencería fina, van a necesitar una diseñadora. No me<br />

lo imagino a Pepe Céspedes dibujando soutienes. Ni<br />

a Tito Verenzuela. A ninguno, para serte franca. Vos<br />

viste cómo son los hombres en esto: yo no recuerdo<br />

uno solo al que no le haya tenido que indicar cómo<br />

se desabrocha un corpiño. Se impacientan los<br />

muchachos, se ponen nerviosos. Son buenos para<br />

arrancar, para tirar, para rasgar las vestiduras, pero<br />

carecen de motricidad fina: no pueden quitarte el<br />

corpiño decentemente.<br />

Marina se detuvo en la calle de tierra para<br />

recoger una piña. Después me miró como si<br />

estuviera sumergida en el fondo <strong>del</strong> mar y mis<br />

palabras le llegaran amortiguadas, lentas y tarde. <strong>El</strong><br />

ex seminarista con el que se había casado, al año y<br />

pico de contraer matrimonio la dejó para<br />

reconsiderar si amaba a la Iglesia o a su mujer.<br />

57


Ahora había vuelto para quitarle la tenencia <strong>del</strong> hijo<br />

de ambos. Siempre a un paso de la desintegración,<br />

Marina terminó cayendo en ella cuando el juez<br />

dictaminó que su patología psiquiátrica le impedía el<br />

ejercicio de una maternidad responsable. De vez en<br />

cuando, como una sirena que pega el coletazo en la<br />

arena profunda, regresaba a la superficie para dar<br />

cuenta de la mitad humana que todavía le pertenecía:<br />

su cabellera tornasolada, los grandes ojos verdes y<br />

tristes, inconmensurables como el océano.<br />

-Contame un poco más sobre lo que dijo el<br />

Pelado Cordera -me pidió.<br />

-Fue en Rico <strong>Rock</strong>, hace más de un año ya.<br />

-¿Rico <strong>Rock</strong>?<br />

-Sí. Puerto Rico es una localidad de Misiones<br />

donde tocaron los Bersuit; un lugar de poco<br />

movimiento y afluencia turística. Igual lograron<br />

convocar, en ese pueblo perdido, a unas tres mil<br />

personas. Fue cuando cantaron La petisa culona.<br />

Hubo todo un protocolo. Como si fuera un profesor<br />

de Anatomía e Higiene, Cordera dio toda una<br />

explicación acerca <strong>del</strong> acto de masturbarse. Definió<br />

la masturbación en estos términos: “Acto intelectual<br />

por el cual el hombre o la mujer, friccionando la<br />

parte genital llega al orgasmo”. A continuación<br />

definió la paja. “Eso es magia”, dijo. Imaginate la<br />

exacerbación <strong>del</strong> pogo. Las chicas empezaron a<br />

revolear los corpiños, los arrojaban sobre el<br />

escenario. Fue ahí, creo, que a Cordera se le ocurrió<br />

lo de la lencería fina. Ya tenía la primera producción<br />

hecha, esparcida a sus pies.<br />

58


-¡Qué bárbaro! -dijo Marina, por decir algo y<br />

levantó la piña <strong>del</strong>ante de su cara, sopesando su<br />

utilidad o valor. Al cabo de algunos segundos, la<br />

tiró.<br />

-Llegamos -dije al fin, como si hubiéramos<br />

completado una larga travesía. De alguna manera,<br />

para ella lo era-. Este es el estudio Del Cielito -lo<br />

señalé con el brazo extendido.<br />

Marina observó el paredón blanco interrumpido<br />

por la garita de seguridad. También le pegó una<br />

ojeada al portón de madera y a los dos autos que<br />

estaban estacionados.<br />

-¡Pero no se ve nada! -se quejó.<br />

-Bueno, pero por lo menos ahora sabés dónde<br />

queda. No podés estar internada en la Clínica <strong>del</strong><br />

Parque, la misma donde estuvo Maradona, a unas<br />

pocas cuadras <strong>del</strong> estudio y no conocerlo.<br />

Marina volvió a mirarme desde adentro <strong>del</strong> mar.<br />

Parecía cansada.<br />

-Vamos a tomar algo -dijo.<br />

Era un domingo a la tarde. La primera salida que<br />

le permitían después de veintipico de días de<br />

internación. Estábamos cerca de la primavera pero<br />

todavía el viento soplaba frío y estaba nublado.<br />

Tomamos de nuevo por Del Cielito y salimos a la<br />

colectora. Desde allí caminamos hasta la Shell. Entre<br />

las tres y las seis de la tarde, tanto los sábados como<br />

los domingos, el bar de la estación de servicio<br />

parece una extensión de la sala de visitas de la<br />

Clínica. Hay pequeños grupos de personas en torno a<br />

las mesas y no es difícil detectar, en algunos rostros,<br />

cierto aire enrevesado de piyama o camisón,<br />

59


fragmentos de irrealidad pegados como malos<br />

sueños a esos cuerpos marginales, olvidados de las<br />

formas sociales. No obstante, yo podía observar que<br />

se arreglaban para la efímera salida de los fines de<br />

semana. Pero se trataba de arreglos que tenían algo<br />

de bizarro o, en el mejor de los casos, de kitsch:<br />

labios remarcados en rojo bermellón y pantuflas,<br />

pelos engominados y uñas largas y negras, aros y<br />

collares enmarcando una cara desleída, sacos raídos<br />

y manchados puestos sobre pantalones que no<br />

llegaban a cubrir los tobillos. Marina todavía<br />

conservaba cierta unidad de la apariencia; había<br />

habido en ella más de un temblor y podían<br />

observarse ciertas grietas quebrando su pulcritud, su<br />

sobriedad habitual, pero aún no se veía en ella el<br />

estallido, la diáspora de sus costumbres.<br />

Nos sentamos. Ahora que podía estar quieta, se<br />

movía interminablemente. Sobre todo una pierna,<br />

que trazaba una diagonal reiterada y frenética. Le<br />

pregunté qué quería.<br />

-Mi tía Poupee, ¿viste? -y me miró para<br />

confirmar si la recordaba; asentí con la cabeza-: No<br />

sé por qué ni siquiera me llama. Es raro. Mamá dice<br />

que no anda muy bien, pero la tía Poupee cuando<br />

quiere hacer algo, nada la detiene. Por eso me parece<br />

raro que no haya venido a verme.<br />

-¿Pero no estaba en San Marcos Sierra viviendo<br />

con un psicólogo transpersonal?<br />

-No, ya no -Marina se quedó pensativa-: Por ahi<br />

piró para Nueva York o San Francisco, ella tiene<br />

amigos allá. Le hubiera gustado saber lo que estás<br />

haciendo, esto <strong>del</strong> libro. A fines de los años ’60 ella<br />

60


era una hippie total, iba a todos esos festivales en el<br />

Central Park, en el Golden Gate, Human Be In o<br />

Love In, qué sé yo. Fumaba marihuana, tomaba<br />

anfetaminas y decía que estaba buscándose a sí<br />

misma. Yo la adoro a la tía Poupee. No sé por qué<br />

no viene. Siempre fue mi confidente. Es más fácil<br />

contarle que te querés matar a una admiradora de<br />

Janis Joplin que a una de Julio Iglesias, ¿entendés?<br />

Mamá dice que yo parezco hija de la tía Poupee -<br />

hizo una breve pausa y luego-: Por qué será que los<br />

Bersuit se presentan siempre en piyama -más que<br />

una pregunta, parecía una reflexión en forma de<br />

pregunta, el tipo de formulación de la que no se<br />

espera respuesta, como cuando uno dice, por<br />

ejemplo, “por qué será que últimamente llueve todos<br />

los fines de semana”-. ¿Vos todavía no los<br />

entrevistaste, no? -por el momento había asuntos<br />

más importantes que el café con leche.<br />

-No, pero cuando lo haga les voy a preguntar lo<br />

de los piyamas.<br />

-Tal vez hasta eso podría ofrecerles: el diseño de<br />

los piyamas que se ponen para salir al escenario.<br />

-Gustavo me dijo que la mujer de uno de los<br />

chicos es la que se encarga de los piyamas.<br />

-Quiero una Cindor con babyscuits -dijo Marina,<br />

cortante.<br />

Le hice una seña a la camarera. Mientras<br />

esperábamos que terminara de atender otra mesa,<br />

agregó, con visible fastidio:<br />

-Eso me pasa por haberme casado con un ex<br />

seminarista. Poupee fue la única que me dijo que no<br />

61


lo hiciera. ¿Por qué no me casé con un rockero?<br />

Habría sido mucho más divertido.<br />

-Sin duda.<br />

-Todo eso de los Bersuit, ¿te lo contó Gustavo<br />

Gauvry?<br />

-No, lo leí en algún sitio de Internet.<br />

Supuestamente tengo que informarme si voy<br />

entrevistarlos. <strong>El</strong>los proponen el sexo como arma<br />

contra la mala praxis y la corrupción de la clase<br />

política. En algún momento llegaron a exhortar al<br />

público a marchar todos desnudos hasta la Plaza de<br />

Mayo y a masturbarse frente a la Casa de Gobierno.<br />

También tenían la fantasía de que un ejército de tetas<br />

atacara a la Nación.<br />

-¿Y la marcha sería desde el estudio Del Cielito?<br />

-me preguntó Marina con una inocencia que<br />

adjudiqué al exceso de medicación.<br />

-Bueno, de eso la verdad que no leí nada.<br />

Lo que sí leí es una breve reseña histórica que<br />

escribió Villegas para una revista zonal.<br />

Hacia fines <strong>del</strong> siglo XIX el hacendado Alejandro<br />

Leloir adquiere, en el partido de Morón, varias<br />

chacras ubicadas en la actual localidad de Villa<br />

Udaondo. Una de ellas correspondía a lo que hoy<br />

conocemos como Parque Leloir. Cuando muere<br />

Alejandro, estos campos son heredados por tres de<br />

sus cuatro hijos: a Clara se le adjudicarán 272<br />

hectáreas, a Alberto 208, y al menor, Antonio César,<br />

sólo 67. Paradójicamente, Josefina, la hija que no<br />

hereda tierras en la zona, se termina casando con<br />

quien le daría nombre a toda la localidad: el<br />

gobernador de Buenos Aires, Dr. Guillermo<br />

62


Udaondo. Paradójicamente también, Antonio, el que<br />

menos recibe, es el que más llega a tener. En efecto,<br />

diez años después de la muerte de su padre, al<br />

cumplir la mayoría de edad, comienza a comprar las<br />

chacras linderas. Entre 1899 y 1915 llegará a<br />

conformar un campo de más de 330 hectáreas. A<br />

comienzos <strong>del</strong> siglo XX, en el centro de este campo,<br />

Antonio manda realizar un parque de considerable<br />

extensión. Ya he mencionado la lagunita y el islote<br />

visitado por Gustavo Gauvry y por mí durante el<br />

corriente año. La laguna pensada por el paisajista<br />

francés Carlos Thays en la que habrán chapoteado la<br />

señora de Leloir y los niños. <strong>El</strong> emprendedor Don<br />

Antonio también funda un establecimiento rural<br />

dedicado a la cría de caballos de carrera: el Haras<br />

Thais. Presumiblemente el nombre <strong>del</strong> haras sea un<br />

homenaje al paisajista galo. Lo que no se sabe es por<br />

qué si era un homenaje, mutaron la y griega por la i<br />

latina. Tampoco quién escribió mal el nombre e<br />

instauró para siempre la duda. A la muerte de<br />

Antonio César Leloir, en 1939, el campo se divide<br />

en siete fracciones. Los herederos quieren cumplir<br />

un sueño: la creación de una Gran Ciudad Parque.<br />

Siguen plantando arbolitos. Miles. Urbanizan la<br />

zona conforme al criterio de los parques europeos.<br />

Hacia mediados <strong>del</strong> siglo pasado comienzan a<br />

realizarse numerosos loteos. Poco a poco, Parque<br />

Leloir se convierte en un lugar de veraneo. Para<br />

1956 había unas ciento cincuenta casas quinta,<br />

aproximadamente. Con la instalación, a fines de los<br />

’60, de caballerizas de alquiler y pensionado, y la<br />

utilización de los terrenos baldíos, que eran muchos<br />

63


y muy grandes, para pastoreo de la caballada, el<br />

lugar adquiere una fisonomía ecuestre. Cientos de<br />

jóvenes y turistas se acercan a la zona para disfrutar<br />

de largas y románticas cabalgatas por el Parque y sus<br />

alrededores. En la caballeriza “La Pérgola”, por<br />

ejemplo, había bungalows incluso. Y había una<br />

pileta pública. Ofrecían clases de equitación y<br />

organizaban cabalgatas con jinetes vestidos a la<br />

usanza inglesa.<br />

La reserva de los Leloir continúa loteándose.<br />

Tanto en la década <strong>del</strong> ’60 como en la <strong>del</strong> ’70 se<br />

establecen varias familias con vivienda permanente.<br />

Pero habría que esperar hasta comienzos de los<br />

’80 para que se establecieran los Gauvry y se<br />

instaurara, en medio de los eucaliptus y las<br />

zarzamoras, un pequeña república <strong>del</strong> rock & roll.<br />

-Seguí derecho nomás -me indica mi amigo,<br />

Pablo Milberg.<br />

-¿Estás seguro? -le pregunto, con cierto recelo.<br />

La Avenida Gaona, por la que veníamos<br />

circulando, se termina de golpe. Ahora avanzamos<br />

por la supuesta continuación: un angosto e irregular<br />

sendero entre los matorrales.<br />

-Sí, sí -me responde Pablo, enfáticamente-. Dale<br />

que está todo bien.<br />

“Todo bien” es un camino polvoriento lleno de<br />

pozos, que serpentea entre inmensos montículos:<br />

basura, escombros y restos de autos abandonados,<br />

completan el trazo de lo que algún día será la<br />

Autopista <strong>del</strong> Oeste.<br />

64


Pablo quiere que conozca Parque Leloir, donde<br />

está por construirse una casa. Continuamos<br />

avanzando a los tumbos por este Far West.<br />

-Hay otro camino, cruzando Castelar, que está<br />

asfaltado -me aclara -: pero éste es más directo.<br />

Más directo para llegar a la tumba, pienso<br />

mientras el auto se sacude y yo me hundo en<br />

sombrías cavilaciones.<br />

Poco después aparece, a nuestra derecha, una<br />

gigantesca arboleda de añosos eucaliptus, cipreses,<br />

casuarinas y araucarias que forman un bosque<br />

imponente. Nos internamos a través de callecitas de<br />

tierra que tienen nombres gauchescos. De la Doma,<br />

Del Candil, De la Vidalita, De la Huella, Del<br />

Cielito, y otras, forman un laberinto de curvas entre<br />

las que se esparcen algunas casas quinta.<br />

Mi lobreguez inicial va mutando, a medida que<br />

nos adentramos en el bosque. <strong>El</strong> sacudido acceso<br />

queda momentáneamente eclipsado por este<br />

espacio. Parece un lugar de vacaciones, pienso. Y<br />

una decisión antigua se abre paso.<br />

-Me vengo a vivir acá -le anuncio a mi amigo.<br />

Yendo de la sala al living<br />

<strong>El</strong> epicentro de la república fue, durante los primeros<br />

tiempos, la cabaña de madera. Una construcción en<br />

forma de U que se mantiene intacta. Parece salida<br />

65


<strong>del</strong> cuento de Blancanieves o de Hansel y Gretel. En<br />

esta rústica casita vivía la familia Gauvry. Y la<br />

Música. La Música era una mujer insobornable.<br />

Sigue siéndolo. Una chica provocativa, invasiva y<br />

voraz, que no se conformaba con aposentarse en los<br />

almohadones <strong>del</strong> living. <strong>El</strong>la quería adueñarse de<br />

todos los espacios, quería que la miraran sólo a ella,<br />

y cuestionaba, subvertía, distorsionaba el orden<br />

establecido. No podía evitarlo, estaba en sus genes.<br />

<strong>El</strong> apellido de esta chica terrible era <strong>Rock</strong>. Sigue<br />

siéndolo.<br />

-<strong>El</strong> estudio -me cuenta Gustavo- empezó a<br />

funcionar en la cabaña donde yo vivía con mi<br />

familia. Al ser de madera, la casa sonaba<br />

naturalmente muy bien así que no hubo que hacerle<br />

prácticamente ningún tratamiento acústico. A veces,<br />

cuando había grabaciones como la de Spinetta Jade<br />

o cuando teníamos que grabar a una banda tocando<br />

todos juntos, usábamos, además <strong>del</strong> escritorio y mi<br />

cuarto (en los que ya se habían establecido la sala y<br />

el control room), el living comedor u otros sectores.<br />

Inclusive ese escritorito <strong>del</strong> control, a medida que el<br />

equipo fue aumentando, quedó chico, entonces hubo<br />

que convertir un lavadero que había al lado, en parte<br />

<strong>del</strong> control también.<br />

-¿Cómo amalgamabas tu vida familiar con tu<br />

vida profesional? -estamos comiendo una<br />

hamburguesa frente al río y casi no hay viento; el sol<br />

se ha radicado en un mediodía lento y tibio de<br />

primavera, las garzas sobrevuelan la superficie<br />

iluminada <strong>del</strong> agua.<br />

66


-No la amalgamaba: cuando grabábamos, Floki y<br />

Violeta se tenían que ir porque la casa quedaba<br />

absolutamente invadida.<br />

Podríamos no hablar, también, me acuerdo que<br />

pensé. Y el día sería perfecto. Pero los objetivos nos<br />

sacan <strong>del</strong> presente y yo tenía uno. Apoyé las piernas<br />

sobre otra silla para que nada en mí quedara<br />

protegido <strong>del</strong> agujero en la capa de ozono. Lo bueno<br />

y lo malo siempre estaban en relación con otra cosa,<br />

dependían de dónde uno estuviera parado, de hacia<br />

dónde cayera la sombra. Pero no había sombras y yo<br />

estaba sentada.<br />

-Contame cómo fue que Spinetta se puso en<br />

contacto con el estudio -le pedí a Gustavo. Tuve que<br />

esperar que lograra comerse la rodaja de tomate que<br />

colgaba <strong>del</strong> pan.<br />

-¿Te acordás de los cassettes que te mencioné?<br />

¿De los demos compilados en Del Cielito I, II, III?<br />

Asentí con la cabeza. Yo también tenía que<br />

luchar con hojas de lechuga y una mayonesa que<br />

chorreaba y se inclinaba hacia mis dedos.<br />

-Bueno, una tarde, en la redacción de Expreso<br />

Imaginario, me encuentro con Luis Alberto y le<br />

entrego uno de estos cassettes para que escuche las<br />

grabaciones que estamos haciendo. Para mi sorpresa,<br />

Alberto Ohanián, que era el mánager, me llama y a<br />

los pocos días, vienen a conocer el estudio. Spinetta<br />

se enamoró <strong>del</strong> lugar y me propuso grabar su<br />

próximo disco con Spinetta Jade. Amílcar Gilavert<br />

sería el ingeniero de grabación. Para armar la sala<br />

tuvimos que vaciar el living y desmontar, también,<br />

una chimenea central. Recién entonces pudimos<br />

67


empezar la grabación de “Los niños que escriben en<br />

el cielo”.<br />

La dieta de los Gauvry<br />

Con el primer disco que Spinetta graba en Del<br />

Cielito, el estudio, de alguna manera, se<br />

“profesionaliza”. En efecto, Luis Alberto fue el<br />

primero que dijo “yo vengo a grabar un disco,<br />

empiezo mañana y termino dentro de quince días”,<br />

que es lo que se hace normalmente. Pero hasta ese<br />

momento, las grabaciones que se habían hecho en el<br />

estudio eran más bien azarosas: se trataba de demos,<br />

de canciones sueltas. También estaba David, claro.<br />

Y David Lebón sí estaba grabando un disco como<br />

solista. Sin embargo, su caso era diferente porque él<br />

era parte <strong>del</strong> paisaje, <strong>del</strong> proyecto inicial. Sus<br />

tiempos eran otros. Hacía un año que estaba<br />

grabando los temas que conformarían “<strong>El</strong> tiempo es<br />

veloz”. ¿Curioso, no? Aquel que señalaba la<br />

velocidad <strong>del</strong> tiempo era el que no se preocupaba<br />

por terminar.<br />

Cuando entrevisté a Spinetta, lo primero que le<br />

pregunté fue por qué, en un momento de su carrera,<br />

siendo ya un artista reconocido, exitoso, decide<br />

contratar al incipiente estudio Del Cielito.<br />

Estábamos en su propio estudio, La Diosa Salvaje,<br />

68


en Villa Urquiza, y yo me había sentado en una silla<br />

plegable.<br />

-No, vení, esa te va a dejar el culo a rayas, mi<br />

amor.<br />

Confieso que logró seducirme. Inmediatamente.<br />

<strong>El</strong> Flaco Spinetta no sólo procuraba que me sintiera<br />

cómoda sino que además, a cinco minutos de<br />

conocernos, ya me estaba llamando “mi amor”. No<br />

es poca cosa ser, aunque sea durante los dos<br />

segundos que dura la frase, el amor <strong>del</strong> Flaco.<br />

Porque además lo dijo con ternura, con sincera<br />

consideración hacia mi trasero. Nunca me voy a<br />

olvidar de algo así. Una vez que me vio bien<br />

ubicada, continuó:<br />

-Es mi amistad con David, mi eterna amistad con<br />

David Lebón, la que me lleva a Gus y a la familia de<br />

Gus -hace un silencio, dándose tiempo para<br />

recordar, para entrar en el pasado-. Era el paraíso -<br />

concluye-. No solamente por el lugar para grabar.<br />

Era el paraíso porque el lugar en sí te llevaba fuera<br />

de acá. Era un sueño. Yo había estado demasiado<br />

ocupado, no había podido reunir todo eso pero, de<br />

alguna manera, me mo<strong>del</strong>ó el futuro. Vos veías que,<br />

qué sé yo, que se grababa en una pieza, que el<br />

control room era un cuarto que no podías ver. Pero<br />

entonces había una cámara blanco y negro y un<br />

televisor. Soluciones de avanzada. <strong>El</strong> otro día fui al<br />

estudio de Pedro Aznar y tiene racks... ¡en los<br />

cajones! Una cosa insólita, en un placard. Es decir:<br />

aprovechar el espacio y convertirlo en sonido. Y con<br />

familia, con todo incluido. Y fuera de la Capital.<br />

-Y vos valorabas esto, específicamente.<br />

69


-Todo, todo: el proyecto de él, lo volados que<br />

eran ellos que seguían una dieta naturista<br />

espectacular. Floki no sólo es una excelente artista.<br />

También es una excelente cocinera. Me acuerdo de<br />

los platos exóticos de la India, de la vez que nos<br />

prepararon una comida con manteca clarificada,<br />

unas cosas espectaculares. Nosotros, con Patricia, la<br />

mamá de mis hijos, veníamos de otro lado, y nos<br />

quedamos maravillados al ver que ellos habían<br />

hecho ese estudio y habían logrado crear su propio<br />

paraíso. Y el estudio representa éso: el nombre es<br />

perfecto. Yo la pasé muy bien ahí. Hice todo tipo de<br />

música. Hubo días en los que también me lancé a<br />

cocinar, como tratando de imitar un poco las<br />

condiciones de confort que nos daba la familia<br />

Gauvry: éso era. Hice asados, cociné, comí como un<br />

loco.<br />

Unos días antes, junto al río, Gustavo me había<br />

confesado algo similar. No siempre Floki y Violeta<br />

se iban.<br />

-Éramos jóvenes y éramos desinhibidos -admite-<br />

. Los músicos que llegaban ahí estaban buscando ese<br />

clima. Estaban muy bien predispuestos a lo que iban<br />

a encontrar. Les gustaba nuestra manera de vivir,<br />

nuestra manera de comer, nuestra manera de encarar<br />

la vida, qué sé yo. Muchas veces se contagiaban de<br />

eso inclusive alquilándose una casa cerca o<br />

incorporando ese mismo tipo de “dieta”. A veces nos<br />

poníamos a cocinar, hacíamos alguna comida<br />

exótica, oriental, o lo que fuera.<br />

70


Escucho la propuesta y me quedo callado. David<br />

ya me había prevenido: “Ojo: si Pappo te llama, no<br />

se te ocurra darle bola. Cuando chupa es medio<br />

jodido: bardea, puede llegar a ponerse violento”. <strong>El</strong><br />

Ruso lo debe conocer bien, pienso; ellos tocaron<br />

juntos. Al otro lado de la línea, Vitico espera mi<br />

respuesta. ¿Qué carajo le digo? Encima ni siquiera<br />

tengo la excusa de que el estudio está ocupado: los<br />

Serú acaban de salir para Santiago <strong>del</strong> Estero.<br />

-Okey, no hay problema -le digo a Vitico, que<br />

sea lo que Dios quiera-. Los espero el viernes a las<br />

siete de la tarde.<br />

Corto y trato de convencerme: es un laburo, no<br />

me puedo dar el lujo de perderlo. Además, estuve<br />

con cada <strong>del</strong>irante en mi vida... no creo que no<br />

pueda manejar a éstos.<br />

Finalmente el viernes terminamos grabando un<br />

par de bases: “No detenga su motor” y “<strong>El</strong><br />

marqués”.<br />

Ahora Pappo está cantando y Vitico,<br />

preocupado, me dice:<br />

-Me parece que tenemos que conseguir un<br />

cantante, esto suena como Pappo’s Blues.<br />

-Che -irrumpe el vozarrón de Pappo-: tengo un<br />

hambre espantoso. Voy a preparar unas pizzas.<br />

-Hay un problema: la tapa <strong>del</strong> horno tiene el<br />

vidrio térmico roto -le informo con tono de<br />

disculpa.<br />

-Dejame que yo te lo soluciono -se ofrece,<br />

expeditivo y resuelto.<br />

71


Revuelve los trastos de la cocina hasta encontrar<br />

una fuente ovalada de acero que encaja justo en el<br />

agujero.<br />

Un rato más tarde devoramos las <strong>del</strong>iciosas<br />

pizzas amasadas por el Carpo. <strong>El</strong> temible muchacho<br />

<strong>del</strong> heavy metal y las cadenas incluso lavó los<br />

platos, dejando todo impecable.<br />

Pasaron varios años y muchas más horneadas.<br />

Cuando al fin decidimos cambiar la cocina, la<br />

fuente seguía encajada ahí.<br />

<strong>El</strong> señor Norberto Napolitano se terminó<br />

haciendo habitué y amigo de la casa, visitándonos a<br />

cualquier hora <strong>del</strong> día o de la noche, para grabar,<br />

para conversar o para hacer un asado.<br />

Nunca lo olvidaremos.<br />

”O sea -siguió Gustavo-: se generaba un clima<br />

familiar, un clima amistoso, que no se genera en<br />

otros estudios donde el plato más fuerte es el<br />

comercial.<br />

-De alguna manera -le digo- era como ir a hacer<br />

música a la casa de unos amigos.<br />

-Exacto. <strong>El</strong> énfasis no estaba puesto en lo<br />

comercial, el énfasis estaba puesto en disfrutar y en<br />

la música. En disfrutar de la música, disfrutar <strong>del</strong><br />

sonido, disfrutar de jugar con esos aparatos sin<br />

límite de tiempo.<br />

-En este sentido vos fuiste muy generoso como<br />

productor, me parece, porque no estabas contando<br />

escrupulosamente cuántas horas usaban las<br />

instalaciones. Por lo menos en esa época, por lo que<br />

vos contás, no era así.<br />

72


-Yo creo que la generosidad... O sea, todo parte,<br />

en definitiva, de la generosidad. Porque una hermosa<br />

canción... Nadie puede componer una hermosa<br />

canción pensando en la guita que va a ganar. Una<br />

hermosa canción nace de la generosidad <strong>del</strong> corazón,<br />

<strong>del</strong> alma, de la sensibilidad <strong>del</strong> artista. Si después<br />

gana mucha plata con eso, es otro cantar, es...<br />

-Pero uno no hace una canción “hermosa” para<br />

ganar plata sino porque está disfrutando de algo que<br />

tiene que ver con estar ahí, con estar en el presente.<br />

-Exacto. Entonces, para mí, el arte, la música, la<br />

expresión, parten de una generosidad, porque vos lo<br />

hacés por una necesidad propia de expresarte y no<br />

sabés siquiera si alguien lo va a entender, si alguien<br />

lo va a aceptar, si alguien lo va a escuchar, si alguien<br />

lo va a comprar. Pero lo hacés porque sentís la<br />

necesidad de hacerlo, por un gusto que te das a vos<br />

mismo, por una generosidad de tu propio corazón.<br />

Entonces, de alguna manera, el estudio estaba<br />

encarado así. Para mí un estudio no tenía por qué ser<br />

una cueva en el centro cuando podía ser un lugar con<br />

luz, con aire libre, con familia metida en el medio,<br />

con chicos, con amigos, con asados: un lugar donde<br />

pudieras grabar en un clima de distensión. Porque la<br />

música, por lo general, se recibe, se escucha en un<br />

clima así. Uno, ¿cuándo escucha música?: cuando<br />

está en la oficina no. Uno escucha música cuando<br />

está en un asado, cuando está en una fiesta, cuando<br />

está tranquilo en su casa, durante el fin de semana.<br />

No sé: salís al jardín a tomar sol y ponés música, te<br />

sentás a mirar el fuego de la chimenea y ponés<br />

música. Para mí escuchar música siempre fue un<br />

73


momento de vuelo, de distensión. Yo, de chico,<br />

ponía música, apagaba las luces y volaba con la<br />

música, incluso sin necesidad de drogas ni de nada.<br />

Nos juntábamos con amigos a escuchar música y no<br />

hacíamos otra cosa. No era que nos juntábamos para<br />

charlar o para comer. No: nos juntábamos para<br />

escuchar música y por ahi nos quedábamos toda la<br />

noche escuchando discos importados, las últimas<br />

novedades de los grupos de afuera y qué sé yo. Pero<br />

cuando entré en contacto con músicos profesionales<br />

me sorprendió que esa música que yo solía escuchar<br />

para volarme o como un viaje, fuera creada en<br />

condiciones tan estresantes: con un horario super<br />

rígido, con gente que tenía mala onda, que estaba<br />

apurada, que quería irse. Me parecía que algo que<br />

era para disfrutar, para comunicarse entre las<br />

personas, para volarse, no podía crearse o registrarse<br />

en condiciones tan adversas. En definitiva, un disco<br />

no es ni más ni menos que el registro de una<br />

interpretación. Y yo pensaba que si lográbamos que<br />

la música pudiera interpretarse, pudiera grabarse en<br />

un entorno amigable, ese momento de disfrute iba a<br />

quedar, de alguna manera, registrado como un metasonido.<br />

”Obviamente, también queríamos ganar dinero.<br />

Pero la filosofía era que si hacíamos cosas buenas el<br />

dinero iba a venir. Si hacíamos canciones que<br />

estuvieran bien grabadas, bien producidas, partiendo<br />

<strong>del</strong> alma, de la generosidad, el dinero iba a venir: ésa<br />

era nuestra idea. Por ejemplo, como te contaba el<br />

otro día, acerca de Suéter. Para mí Suéter era una<br />

buena banda. Miguel Zavaleta es un buen<br />

74


compositor y un gran cantante. Entonces, si yo le<br />

doy un espacio a ese tipo para que desarrolle un<br />

producto (que evidentemente va a ser bueno porque<br />

el tipo es un tipo talentoso), la plata va a venir de<br />

eso. Pero si el producto no está porque al tipo no se<br />

le da ni el crédito ni el espacio para que lo genere,<br />

entonces no va a venir nada. O sea: no va a venir<br />

plata para él, ni para mí, ni para nadie. Entonces, de<br />

alguna manera, yo apostaba a eso. No hacía mucha<br />

cuenta de cuánto la hora o de tal hora a tal hora, o<br />

de... qué sé yo.<br />

-Pero de vez en cuando me imagino que algún<br />

límite tenías que poner. ¿Cómo manejabas los<br />

límites?<br />

-Y... no sé, fui aprendiendo a pilotear esa<br />

situación.<br />

-Porque es más fácil ponerle un límite a alguien<br />

que no es un amigo, a alguien con quien uno no<br />

tiene una relación personal, que a alguien que sí la<br />

tiene.<br />

-Claro, lo que pasa es que, de alguna manera,<br />

terminaban teniendo una relación personal.<br />

-Por eso.<br />

Después <strong>del</strong> ensayo con Serú, decide quedarse en<br />

casa. Como el living está lleno de instrumentos, le<br />

armamos una cama en el cuarto de Violeta, nuestra<br />

beba de un año y medio.<br />

A la mañana siguiente, mientras desayunamos,<br />

Charly García me comenta, como al descuido:<br />

-Che, anoche se despertó la nena.<br />

75


-¿Y qué hiciste? -le pregunto, tardíamente<br />

preocupado.<br />

-Nada -me informa Charly-: le canté una<br />

canción y siguió durmiendo.<br />

-O sea, de hecho, los primeros músicos que iban<br />

a grabar ahí eran amigos de David -Gustavo se<br />

queda en silencio y yo evoco esa insólita imagen de<br />

Charly, cantándole a una beba para que vuelva a<br />

dormirse.<br />

-¿Nunca le preguntaste a Charly qué canción le<br />

había cantado a Violeta?<br />

-No... -me contesta sorprendido-. ¿Para qué?<br />

Me encojo de hombros. En realidad, no sé qué<br />

contestarle. Pero es lo primero que hubiera querido<br />

saber de haberse tratado de mi hija: qué canción le<br />

cantó ese ícono <strong>del</strong> rock argentino que es Charly<br />

García. Después le hubiera comprado el disco y le<br />

hubiera seguido poniendo esa canción todas las<br />

noches. Y veinte, veinticinco, treinta años más tarde,<br />

en el casamiento de mi hija, le habría pedido al discjóckey<br />

que le pase a la nena la canción con que<br />

Charly resolvió, en cinco minutos, toda la saga <strong>del</strong><br />

Duérmete niño. Pero la economía masculina <strong>del</strong><br />

lenguaje no se pregunta por el qué sino por el para<br />

qué.<br />

Mientras yo pensaba estas cosas, Gustavo agregó:<br />

-Sí, por supuesto que hubo roces, por supuesto<br />

que hubo que poner límites en determinados<br />

momentos. Y, si bien había una relación personal en<br />

la mayoría de los casos -aclara Gustavo- no todos<br />

los que venían se hacían amigos. Muchos llegaban<br />

76


atraídos por la novedad o a través de contactos.<br />

Nosotros trabajábamos con Grinbank, que era el<br />

mánager de Serú, el mánager de David. Entonces, de<br />

repente Grinbank nos tiraba laburos. O Amílcar, que<br />

era el sonidista de las grabaciones de Serú. Por<br />

ejemplo, Susana Rinaldi nos contrató para grabarla<br />

en vivo porque Amílcar nos había recomendado. Y<br />

bueno, ella no se hizo amiga nuestra ni nada. Vino<br />

porque Amílcar le había dicho que nos contactara. Y<br />

en muchos casos sí pactábamos un horario de<br />

grabación de tal hora a tal hora.<br />

-Escuchando tu relato acerca de cómo fue<br />

sucediendo todo, se tiene la impresión de que se<br />

desarrolló de una manera muy orgánica, muy fluida.<br />

-Todo se dio de una manera absolutamente<br />

accidental, casual, no hubo ningún plan de nada.<br />

Nunca salimos a buscar una grabación.<br />

Prácticamente no hacíamos publicidad. Un trabajo<br />

traía al otro. Lo que pasa es que había una gran<br />

necesidad porque no había estudios en ese momento.<br />

Es decir: estaban los viejos estudios de las<br />

compañías multinacionales, en los que nadie quería<br />

grabar porque eran obsoletos, y nosotros. Después<br />

apareció Panda, o casi simultáneamente, pero<br />

también Panda tenía mucho en común con aquellas<br />

viejas estructuras porque, si bien era un estudio<br />

independiente, estaba ubicado en la ciudad, tenía un<br />

esquema de horarios más rígido... O sea, estaba<br />

pensado como un emprendimiento netamente<br />

comercial, no era bucólico ni hippie como nosotros.<br />

Había una gran necesidad en los músicos de<br />

encontrar lugares para grabar donde se sintieran<br />

77


cómodos, cuidados, donde pudieran encontrarse con<br />

una tecnología más moderna. Un lugar que fuera<br />

más amigable. Por eso el estudio tuvo un éxito<br />

instantáneo. Lo mismo que las grabaciones en vivo:<br />

había también una gran necesidad de hacer<br />

grabaciones en vivo porque se estaba yendo la<br />

dictadura, porque estaban volviendo muchos<br />

músicos que desde hacía años estaban exiliados en<br />

Europa.<br />

-Es admirable lo de Gustavo porque aparte nunca<br />

estudió un porongo -me dice Héctor Starc-. Igual, te<br />

digo una cosa: en definitiva, esto de ser técnico no se<br />

estudia. Es como la música: vos tenés que tener los<br />

genes, después, si estudiás, mejor. Pero para grabar<br />

tenés que tener onda. Gustavo grabó discos con<br />

Spinetta y yo creo que no sabía ni lo que era una<br />

guitarra. Pero grabó discos con Spinetta que son<br />

gloriosos. Eso es un don. <strong>El</strong> tipo levantaba una<br />

perilla y... okey, vos podés saber qué hace esta<br />

perilla electrónicamente o de oreja, es decir: le<br />

pongo más agudos, le pongo más graves, no hace<br />

falta que me vengas a explicar en cuántos herzios<br />

está cortada esta perilla. Como dice Nito Mestre:<br />

“Ponele un poco de esa sutileza, allá arriba”. Eso<br />

quiere decir más agudos para Nito Mestre.<br />

-Con Spinetta también pasaban cosas así. Él<br />

pedía, por ejemplo, un sonido más “placard”.<br />

“Metele al bombo el sonido placard que logramos el<br />

otro día”. <strong>El</strong>los solos sabían qué era el sonido<br />

placard.<br />

78


Héctor asiente y agrega:<br />

-Un día estaban ahí en no sé qué estado de locura<br />

y sacaron un micrófono y grabaron unos grillos que<br />

después estuvieron en un montón de discos porque<br />

Gustavo tenía una cosa con los grillos. Luis siempre<br />

me decía: “Pusimos un poco de grillos ahí”. Se ve<br />

que tenían una cinta con grillos y los metían en<br />

todos lados -se ríe generosamente.<br />

-Supongo que todo eso estuvo en consonancia<br />

con el vuelo de Spinetta. Él me dijo algo tan poético<br />

como “salías y quedaba grabada la noche”.<br />

-Si escribís un libro de Luis te morís, las cosas<br />

que dice, es impresionante. Y después otra cosa: al<br />

principio, la gente pensaba que Gustavo era el<br />

empleado de David. ¡Y lo único que tuvo David<br />

Lebón de su propiedad en Del Cielito fue un Digital<br />

Delay MXR que le regaló Gustavo! -Héctor se<br />

desternilla de risa y yo también: su risa es tan<br />

abarcativa que no podés quedar ni por un segundo<br />

afuera de ese mundo donde nada es lo que parece-.<br />

¡Eso era todo lo que tenía David! Entonces: entre los<br />

aparatos que valían miles y miles de dólares, había<br />

un aparato de trescientos dólares que era toda la<br />

participación de David en el estudio, aparato que, a<br />

su vez, se lo había comprado Gustavo. Pero para<br />

todo el mundo era el estudio de David. Yo creo que<br />

a Gustavo en definitiva le convino porque gracias a<br />

David, gracias a mí, al Toro Martínez, que era mi<br />

socio, Gustavo conoció a un montón de gente muy<br />

piola como Juan Segura, que le hizo la instalación de<br />

los cables en el estudio, como Claudio “Crown”,<br />

que es un técnico que repara equipos y que también<br />

79


hizo instalaciones, como el Tapa Escriña, como<br />

Carlos Piriz.<br />

-Y vos, ¿le enseñaste muchas cosas a Gustavo?<br />

-¡No! Yo, en realidad, no soy técnico. Yo soy un<br />

músico que tuvo una empresa de sonido. Le daba<br />

una mano como podía pero yo no sé manejar una<br />

consola de grabación, ni me interesa.<br />

-¿Pero vos no eras el sonidista de Serú?<br />

-Sí, pero una cosa es hacer el sonido en vivo y<br />

otra grabar. Grabar es mucho más complejo. Son dos<br />

cosas totalmente diferentes. Yo nunca grabé nada, ni<br />

tengo paciencia. No soportaría a un músico que esté<br />

ahí adentro diciéndome: “No escucho el bombo”,<br />

viste. No tengo ese carácter. En cambio Gustavo era<br />

capaz de quedarse horas, días, semanas, meses con<br />

Spinetta diciéndole la galaxia sideral -hace una<br />

imitación perfecta <strong>del</strong> tono de voz y la manera de<br />

hablar de Luis Alberto- quiero sonido a noche,<br />

quiero sonido a pedo secular galáctico. Se prendían<br />

un charuto entre los dos, viste, y se quedaban<br />

semanas. Uno decía “pasame la guitarra” y el otro le<br />

decía “sssí” -carcajada ontológica- y ahí salían los<br />

discos.<br />

”Después hubo una época, cuando ya habían<br />

construido el estudio, en la que David, me acuerdo,<br />

vivió ahí, arriba <strong>del</strong> estudio. Y una de las cosas más<br />

graves que le pasó a David en esta etapa, fue que<br />

perdió el control remoto <strong>del</strong> televisor Sony 30. Y eso<br />

para David era como un paro cardíaco. Porque en<br />

esa época estaban los hijos de David, que eran<br />

chicos, los hijos de Gustavo, a veces iba yo con mis<br />

tres hijas, y se armaba toda una bola de nenes. Total<br />

80


de que al tiempo vacían la pileta y encuentran, en el<br />

fondo, el control remoto. Para David fue como<br />

encontrar el Santo Grial, ¿me entendés?, porque él<br />

se sienta ahí con el control remoto y si vos volvés<br />

dentro de seis meses, lo vas a encontrar todavía<br />

mirando la televisión.<br />

”Así que... esa familia se bancó todo eso. Yo no<br />

me acuerdo dónde dormían ellos, porque ahí, en la<br />

casa, vivían todos al principio, hasta que<br />

construyeron el estudio. Y bancarse a todos estos<br />

vagos, viste, porque yo estuve sobre todo en la etapa<br />

de David Lebón y de Spinetta, que son amigos míos,<br />

pero ahí iba Riff, iba Vitico, iba cualquier<br />

degenerado, viste, no sé cómo no se ahogó ninguno<br />

en la pileta. Pero bueno, al final Gustavo logró un<br />

estudio con onda para los músicos. Él logró<br />

concretar algo que todos los músicos querían pero<br />

que los músicos no hubieran hecho: primero porque<br />

son todo promesas, pero nadie hace nada. Segundo,<br />

porque nadie tiene un mango. Y yo lo que admiro de<br />

Gustavo es que nunca lo hizo para ganar guita. Lo<br />

hizo por la misma razón que yo toco la guitarra. Yo<br />

toco la guitarra desde hace cuarenta años y nunca<br />

toqué la guitarra para ganar guita. Y él lo hizo, como<br />

dicen los chicos ahora, “de onda”, como un amateur.<br />

Después se habrá apiolado y habrá hecho sus<br />

negocios también, pero esto nunca fue lo principal.<br />

Su idea fue que los músicos pudieran quedarse y<br />

pasarla bien: les hizo la pileta de natación, la<br />

parrilla... porque para un músico es muy importante<br />

éso, viste. Porque si no... Por ejemplo, vos vas a<br />

grabar un disco y te dan, suponete, seis horas. En<br />

81


seis horas no probaste ni el sonido de la batería. Pero<br />

una vez que tenés el sonido de la batería, tenés que<br />

desarmar todo e irte. Entonces al otro día volvés y te<br />

pasás de nuevo todo el día probando el sonido de la<br />

batería.<br />

-Y un poco funcionaban así los estudios, en esa<br />

época.<br />

-Y siguen funcionando así. Vos pagás las horas<br />

que podés. Entonces a Gustavo se le ocurrió una<br />

idea: en vez de cobrarte por hora, te cobraba el<br />

proyecto. Vos querés hacer un disco, okey, el disco<br />

te va a costar tanto.<br />

-Es la modalidad “a estudio cerrado”.<br />

-Claro, a estudio cerrado. Y, en realidad, te sale<br />

más barato eso. Porque lo más quilombero es la<br />

batería. Una vez que tenés el sonido de la batería,<br />

entrás y grabás todas las bases en dos, tres días. Pero<br />

de la otra manera no. Aparte tenés que ir a grabar al<br />

centro, al coche te lo lleva la grúa... Yo he tenido<br />

que dejar de tocar la guitarra para ir a poner una<br />

moneda en el parquímetro, ¿te imaginás? Y cuando<br />

volvés decís “¿en qué estábamos?”. Entonces él<br />

logró que los músicos pudieran tener la tranquilidad<br />

de quedarse ahí, de comer un asadito, de bañarse en<br />

la pileta.<br />

82

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!