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P
ara llegar hasta el nacimiento
del río Mundo, hay
que levantarse antes que el
sol. Pero merece tanto la
pena volver a abrazar a los
demás compañeros, que no hay
nada comparable a reencontrarlos
de nuevo.
Tal vez por eso, incluso entre
las oscuras paredes de la noche,
nos sentimos contentos cuando
arranca el autobús. Nos esperan
más de dos horas de viaje, entre
pequeños pueblos que vemos
pasar en el relente de la madrugada.
Se extienden los campos a lo
lejos y se hacen pequeños al
dejarlos atrás.
Ya adentrados en la provincia
de Albacete, podemos comprobar
que el otoño resulta una estación
particularmente hermosa en
los bosques de la Sierra. Dicen
que ha nevado en los picos más
altos, pero no vemos la nieve,
puesto que todo está envuelto en
pesadas nubes. A veces, algún
claro nos permite ver las interminables
laderas que, cubiertas
de frondosos bosques, son de un
desbordante verde oscuro, a
veces de tan verde casi negro.
Muy cerca de las márgenes del
río, se levantan altas choperas
con grandísimas copas de hojas
amarillas, que se mecen al compás
que marca el viento. Incluso
desde lejos, el paisaje es grandioso.
El autocar nos deja cerca de la
espectacular caída de la catarata.
Iniciamos la marcha por una
senda escondida. Llueve. Llueve
intensamente, pero nos encontra-
n.80- Tercer Trimestre
mos en un paraje que es una delicia
de frondas, en un valle encajonado
entre altos macizos de
estrechos desfiladeros, entre
abruptos collados y lejanas llanuras.
El aire es dulce y es fácil respirar
hondo tantos perfumes de
plantas aromáticas, como el
romero, el tomillo y la lavanda.
El conductor del autobús, en
un arranque de entusiasmo sin
precedentes, decide aparcar el
vehiculo y venir con nosotros,
pese a que su ropa y su calzado
son los normales de un día de
trabajo. En menos de diez minutos,
está completamente empapado
pero también maravillado
del paisaje y se ha decidido a
seguir caminando.
Mucho antes de llegar, podemos
percibir el intenso sonido
del agua cayendo.
Cuando finalmente alcanzamos
el final del camino, envuelto
en brumas, la montaña nos deja
sin aliento. Nos detenemos ante
un alto semicírculo de roca, cuyo
nombre es el Calar del Mundo.
Muy cerca de la cima, se esconde
la cueva desde donde mana el
agua, en una caída libre de más
de ochenta y seis metros de
altura.
Sus paredes se ven lisas, salpicadas
de vegetación dispersa.
Hay tramos donde la roca está
inexplicablemente ennegrecida -
Onix o basaltos- y en otros tiene
el color, entre cárdeno y terroso
de las rosas enanas del desierto.
No se sabe si el agua brota
allí en la cima, o si por el con-
Vida Corporativa
trario sube desde el mismo corazón
de la montaña, pero lo que
nadie discute, es que ese es él el
nacimiento del Río. Aunque es
mucho más posible que el agua
profunda, ni nazca ni muera,
sino que sencillamente brote
porque sí.
Tal vez algo en nosotros, en la
esencia humana, se parezca al
agua. El río Mundo es el afluente
más caudaloso y más largo del
Segura. La catarata cae sobre la
roca viva donde ha excavado una
poza en la que el caudal se
sumerge con fuerza. Y desde allí
vuelve a caer de nuevo, en una
cristalina laguna verde malaquita,
aunque a veces también tiene
el color de la esmeralda clara.
Y desde la laguna, durante un
espectacular tramo, baja la montaña
saltando entre las piedras,
para desparecer después y brotar
de nuevo, casi un kilómetro más
allá, en el límpido charco de las
truchas.
Siguiendo su curso, nosotros
también descendemos. Entre una
vegetación exuberante, el agua a
nuestro lado corre, salta y juega.
Continúa lloviendo.
A ratos tenemos que hacer un
alto en la marcha para resguardarnos
bajo las rocas del constante
aguacero.
El rugido de la cascada sigue
oyéndose incluso desde lejos.
Muchas veces volvemos la vista
para poder contemplarla.
Un compañero dice que nos
haría falta un submarino. Y es que
sus magníficas botas están llenas
de agua por dentro y por fuera.
FORO Manchego 37