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Querida Rafaela:<br />
No puedo engañarte, tengo 87 años, estoy casi sordo y uso bastón para andar, mi memoria está llena<br />
de telarañas y de metáforas imposibles. Peso 65 kg y soy muy poca cosa, delgado como un alambre, un trasto<br />
viejo carcomido. Mi salud delicada, se desliza por recovecos de extraña oscuridad y no sé qué me duele más<br />
a estas alturas, si la rodilla reumática o no haber podido beber agua del mismo vaso que tú.<br />
¡Ay! Rafaela, cuántos años esperé poder coger tus manos y ponerlas en mi cara sin que te sonrojaras,<br />
sin que tu marido me echase maldiciones porque yo, el frutero del barrio, era un guaperas y traía a las mujeres<br />
revolucionadas con mi labia y mis brazos de Tarzán. Y los otros maridos, hermanos o novios me insultaban con<br />
pintadas en la puerta de la frutería y echaban en mi buzón pan duro y mondas de fruta. Pero tu me asombrabas<br />
con tu elegancia, con tu cara blanca y con tu voz siempre dispuesta a templar mi tristeza.<br />
Sé que te quedaste viuda hace siete años. Me entró tembladera cuando hace unos meses me enteré de<br />
tu soledad y hasta se me olvidó coger el bastón para caminar y busqué a tientas mi agenda tan descolorida<br />
como yo, donde guardo tu última dirección. El pulso parecía una máquina de coser y me derrumbé en el sofá<br />
envuelto en un larguísimo llanto de impotencia. Siete años perdidos, siete años Rafaela que podrían haber<br />
servido para cumplir las últimas alucinaciones de este vejestorio cascarrabias calvo. Perdóname.<br />
Es ya tarde, muy tarde Rafaela, apenas podremos reconocernos, hasta la respiración nos escasea, pero<br />
sí notaré tus manos si llegaran a tapar el hueco de las mías, como cuando tocabas la fruta como se cuida el<br />
cristal delicado.<br />
Nunca me casé, tuve aventuras, pero te fui fiel. No pude enamorarme de nadie, aunque lo intenté pero<br />
siempre aparecías en algún pliegue de mi mente y pensé que ternuras, besos y caricias te pertenecían y más<br />
aún mis sentimientos. Todo, con otras mujeres, fue fugaz creyendo que un día contigo en la intimidad de nuestro<br />
piso con la sola luz de unas velas sería como alcanzar el Everest en el tiempo que se tarda en dar un paso.<br />
Tuve hijos y viajes imaginarios contigo y te veía como un bullir de destellos en una copa de burbujas<br />
ascendentes en fiestas y momentos placenteros.<br />
Tú, una sombra que abrazo contra mi pecho cada noche, me he acostumbrado tanto a ella que al final<br />
yo mismo me he convertido en sombra.<br />
Te llevaste los besos más tiernos que he dado a nadie en la mejilla. Te los daba con los ojos cerrados<br />
y abría ligeramente la boca para abarcar más superficie en tu cara. Creo que nunca te diste cuenta que me<br />
quemaban los labios en ese instante de gloria. Eran por tu santo en tu cumpleaños y por Nochebuena y Año<br />
Nuevo... cuatro besos anuales que me sabían a espuma de merengue. Nunca me atreví a dártelos en la comisura<br />
de los labios.<br />
Guardo las listas de la compra que me dejabas escrita en una hoja de cuaderno cuadriculada para<br />
que te la preparara mientras llevabas a tu hija mayor al colegio. Todas, más de 100, las conservo en una<br />
antigua caja metálica de carne de membrillo. Las acaricio y noto la textura del papel crujiente, las huelo y se<br />
me ocurren diabluras. Allí estuvieron tus dedos.<br />
Una tarde te dejaste un bollo a medio terminar en mi tienda. Un regalo. Lo guardé en el congelador<br />
y cada cumpleaños tuyo mordía un trocito minúsculo. Aunque ya fósil, lo he administrado muy bien durante<br />
muchos años y lo he estado haciendo así hasta hace cinco años que se me acabó, porque también lo mordía<br />
en las largas noches de demencia creyéndote a mi lado.<br />
Te envío una cinta casete de música de nuestra época, zarzuelas y pasodobles. Quise bailarlos contigo<br />
en la verbena, sobretodo “la cumparsita”, un tango que te gustaba mucho, pero tú estabas muy enamorada<br />
de tu marido y yo no quería que supieras que mis ojeras eran por soñar despierto y la desesperación de no<br />
poder decirte que te quería.<br />
Fui varias veces a la iglesia donde te casaste y mojé mis labios y mi cara con agua de la pila en la<br />
que te santiguabas los domingos y me puse de rodillas donde tú dijiste “sí quiero”, me coloqué un anillo de<br />
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