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Concursos - Kultur Leioa

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Ya tienen Océano Atlántico para su combate naval.<br />

A pesar de que el padre de Lisandro trabaja en los astilleros de La Naval de Sestao, su hijo no ha heredado el arte y necesitan<br />

destrozar unas treinta placas para conseguir construir, uniendo con alambre tres placas, unos “barcos” con la suficiente flotabilidad<br />

para soportar su peso.<br />

Amontonan ladrillos –obuses– en las orillas con la que recargan cuando se les acaba la escasa munición que pueden llevar a<br />

bordo sin zozobrar y pactan –son brutos, pero no tanto– no dispararse directamente contra los “barcos”. Se conforman con<br />

mojarse el uno al otro con el agua que salpica al “cañonearse” con los “obuses” en los flancos de los barcos.<br />

Acaban los dos empapados, pero no todos los días uno disfruta de una batalla de este calibre.<br />

Aún así, Lisando, al verse tan calado, empieza a visualizar la zapatilla de su madre. Casi hasta puede oírla.<br />

— ¡Me cago en los clavos de Cristo crucificado!<br />

No, definitivamente su madre no blasfemaría así y eso ha sonado demasiado real.<br />

— ¡Sus voy a arrancar las cabezas par de cabrones! ¡La hostia puta, todo el corcho destrozado!<br />

Están flotando sobre las placas de poliestireno blanco en medio de los garajes inundados y el vozarrón del Godo atruena<br />

rebotando ecos por todo el garaje. Él está en la orilla, fuera de sí, saltando encima de la gorra que ha tirado al suelo, echando<br />

espumarajos por la boca entre taco y taco. Por un breve instante, los chavales piensan que no va a ser capaz de ir a cogerlos ahí<br />

dentro. Se miran el uno al otro cuando el Godo empieza a meterse en el agua con una barra de hierro que ha cogido del suelo.<br />

No le han oído llegar debido al hecho de que la Mobylette del Godo por fin ha expirado. Ellos están a punto de hacerlo también<br />

como no salgan de allí pitando. Lisandro se tira al agua y, al hacer pie, medio nada y medio corre escapando hasta que llega a<br />

la orilla. Roque no. También se ha tirado al agua, pero se queda de pie sin moverse paralizado por el terror.<br />

— ¡Corre, Roque, corre! –grita Lisandro, pero ya es demasiado tarde. La manaza del Godo agarra del pelo a Roque y mete su<br />

cabeza debajo del agua. Lisandro no sabe qué hacer.<br />

— ¡Suéltalo, cabrón, suéltalo, que lo vas a ahogar! –chilla Lisandro desesperado. No sabe qué hacer.<br />

— ¡Y luego voy a por ti! –le grita el Godo.<br />

Pasan los segundos y el Godo que no saca al Roque de debajo del agua. A Lisandro le parece que pasan años enteros.<br />

<strong>Leioa</strong>. Mayo de 2009.<br />

Lisandro camina por la acera en dirección hacia la parada del autobús. Va a recoger a su hijo de 8 años que vuelve del colegio.<br />

Se llama Iker, aunque durante un tiempo estuvo pensando en llamarlo Roque. Al final no le pareció una buena idea. Le daba<br />

mal rollo ponerle el nombre de un muerto. Él lleva, y con orgullo, el de su abuelo, pero por lo menos le conoció. De vez en<br />

cuando se sigue acordando del Roque. Menudo pájaro que era.<br />

Normalmente, un lunes a las cinco de la tarde, Lisandro suele estar, trajeado y con corbata, reunido en una sala con su jefe<br />

y sus compañeros resumiendo lo productivos que han sido durante el día y cómo van a conseguir mañana serlo más todavía.<br />

Pero hoy no hay corbata. Ha consultado en Internet su saldo bancario y siguen sin ingresarle la nómina. Y las tres anteriores<br />

tampoco. “Hay problemas serios”, dice su aséptico jefe. Lisandro no cree que haga falta un briefing para anunciar que la<br />

empresa se va a tomar por culo.<br />

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