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confesionario era secreto. Yo creía que no era pecado, pero ahí estaría el infierno esperándome si lo era y no me confesaba.<br />
Como no me fiaba del todo del catecismo y estaba hecho un lío, al día siguiente, después de salir de la escuela por la tarde,<br />
me fui a ver a Serafín el especiero que, según había oído hablar a mi madre, tenía una radio en casa y por las tardes escuchaba<br />
novelas y consejos para los novios de una señora que se llamaba Elena no sé qué; una señora muy sabia en esas cosas. Además<br />
también se oye en el pueblo que lee un libro muy bueno que se titula D. Quijote que le había tocado en una rifa, aunque yo<br />
creo que no le servía para nada porque el maestro dice que ese libro es una joya de la literatura pero habla de caballerías y<br />
caballeros andantes; pero Serafín tiene una motocarro y no tiene ni mula ni borrico para vender las especias por los pueblos.<br />
Le pregunté a Serafín que si besar a una niña en los labios un poquito era pecado. Serafín me dijo que besar a una niña por pura<br />
amistad y nada más, no era mucho pecado. Un poquito podía ser, pero no creía que hiciera falta confesarlo como yo creía. Yo<br />
le dije, sin decir el nombre de la niña, que fue en los labios con un poco de chocolate y que me dieron ganas de introducir la<br />
lengua en la boca de la niña aunque no sabía por qué y sólo por curiosidad, pero me dio mucha vergüenza y un poco de miedo<br />
y además me parecía una guarrería y podía darme una patada. Pero la besé porque había visto en el cine que los besos se los<br />
dan los novios o los casados cuando están solos y muy contentos y que me dieron ganas de orinar mientras lo daba, aunque<br />
eso no lo podía entender. Serafín, sonriente, me puso la mano en el hombro y como susurrando me dijo:<br />
— No te preocupes, esas ganas de orinar es otra cosa diferente, pero es normal que suceda. Eres un buen muchacho. Según he<br />
oído en la radio a Doña Elena Francis, que sabe mucho de novios y casados, debes seguir siendo amigo de esa niña y ayudarla<br />
con los deberes de la escuela y defenderla de los demás niños. Respétala y también juega con tus amigos y si te apetece comer<br />
chocolate, compártelo con ella para merendar y regala algo a los demás niños y niñas. No seas avaricioso.<br />
Me quedé mucho más tranquilo porque no tendría que confesarme el beso aunque ya sé que es un poco pecado y que las<br />
ganas de orinar eran normales. Serafín es el que más sabía de novios y casados, lo decía hasta el maestro que se va con él los<br />
domingos por la tarde a bailar al pueblo de al lado.<br />
Cuando al siguiente domingo de la primera comunión ayudé a misa, no tenía miedo ni me ponía nervioso porque Araceli me<br />
mirara o se ocultara los ojos con el velo para jugar con mi timidez o me sacara la lengua. Quizá me faltaba estar “casado” con<br />
ella para quitarme el atontamiento. D. Gregorio agradeció mucho que no me equivocara nada en misa y me dio dos reales de<br />
la colecta.<br />
Me puse tan eufórico, que fui a casa de Regino, el tendero, con los dos reales y compré una caja de gaseosa de papelillos,<br />
porque para el chocolate no me llegaba. Aquella tarde Araceli y yo nos bebimos una gaseosa de esas, junto a la fuente de detrás<br />
del frontón, con un poco de pecado según dijo Serafín.<br />
Un tiempo después, ella se perdió una mañana de otra primavera, en alguna nube donde quiso compartir los cañamones de su<br />
bolsito blanco y tal vez el jabón de olor, con otro novio. Pero la gaseosa y el chocolate no puede compartirlos otra vez con<br />
nadie, porque Nogueroles no se fabrica y las gaseosas son de máquina. Y es que nuestro primer pecado, aunque pequeño, fue<br />
el único irrepetible, más efervescente y dulce de todos los demás pecados. Por eso nunca me he arrepentido de él.<br />
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Pedro A. García Zanón