Eros Ausente: apuntes sobre la erotización del nazismo
Eros Ausente: apuntes sobre la erotización del nazismo
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extraer de los pequeños gestos, <strong>la</strong>s fantasías ais<strong>la</strong>das, los deseos frustrados, los roces<br />
casuales, aquel<strong>la</strong> naturaleza siempre acechante. Así, el sexo define una superficie<br />
irregu<strong>la</strong>r por <strong>la</strong> cual se abren paso, en medio de <strong>la</strong> escena social, <strong>la</strong>s determinaciones<br />
instintivas. Configura <strong>la</strong> expresión tangible, observable, abordable, de <strong>la</strong> constitución<br />
patológica <strong>del</strong> ser humano. Ape<strong>la</strong>ndo discursivamente a <strong>la</strong> verdad <strong>del</strong> sexo, se hace<br />
posible un acceso al centro <strong>del</strong> sujeto, reconstruir y recorrer el mapa morfológico –en su<br />
entramado de motivaciones, tendencias, disposiciones, impulsos– que moldea, desde lo<br />
profundo, <strong>la</strong> conducta de cada sujeto y amenaza con absorber<strong>la</strong> por completo.<br />
Este discurso conforma el esquema de inteligibilidad que orienta y regu<strong>la</strong> el<br />
funcionamiento <strong>del</strong> conjunto de prácticas de normalización que encontramos<br />
diseminadas (con mayor grado de densidad en los entramados médico-psiquiátrico,<br />
familiar, esco<strong>la</strong>r y religioso) por todo el cuerpo social. La c<strong>la</strong>ve retórica que otorga<br />
versatilidad y omnipresencia social a <strong>la</strong>s prácticas biopolíticas se encuentra en <strong>la</strong><br />
suposición de lo natural como principio absoluto y en oposición irreconciliable con el<br />
mundo social. En tanto esfera ais<strong>la</strong>da, <strong>la</strong> naturaleza humana queda solidificada en un<br />
mundo físico-orgánico que reúne atributos y leyes de funcionamiento particu<strong>la</strong>res, y que<br />
habita al hombre en un estado de tensión permanente con su socialidad. El carácter<br />
oscuro e impredecible de esta naturaleza mantiene en vilo constante a <strong>la</strong>s instituciones<br />
estatales, preparadas para anticipar o refrenar cualquier posible manifestación abyecta.<br />
En este sentido, el poder construye una sexualidad que es el depósito natural de todo<br />
impulso antisocial y que funciona como instrumento legítimo para sostener de forma<br />
continua una intervención normalizante <strong>sobre</strong> <strong>la</strong> vida de los sujetos. Invocar y enfrentar<br />
a <strong>la</strong> sexualidad como el fantasma terrenal de nuestra naturaleza perversa supone, al<br />
mismo tiempo, formu<strong>la</strong>r el discurso verdadero acerca <strong>del</strong> hombre que sirve de marco de<br />
inteligibilidad para identificar y neutralizar <strong>la</strong>s formas de vida anormal que amenazan el<br />
orden social. En su cruzada contra <strong>la</strong>s anomalías patológicas, <strong>la</strong> sociedad auto-afirma <strong>la</strong><br />
inagotable tarea de asegurar los tutores culturales necesarios para evitar <strong>la</strong>s desviaciones<br />
de cada tallo. La sociedad se transforma en un jardín y el Estado se convierte en un<br />
jardinero bien equipado para enderezar o destruir <strong>la</strong>s ma<strong>la</strong>s hierbas.<br />
Observar a través <strong>del</strong> sexo una naturaleza inmutable que exige enfrentarle una<br />
inmensa red de prácticas e instituciones socializantes, no se sigue lógicamente de cierta<br />
incompatibilidad metafísica entre naturaleza y cultura. Por el contrario, esa<br />
“observación” corresponde al efecto <strong>del</strong> desarrollo histórico de una inmensa tecnología<br />
política <strong>sobre</strong> <strong>la</strong> vida. La sexualidad de <strong>la</strong> época moderna nace como una trama