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LEYENDA DE PERUSA - Tercera Orden Regular

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86. Más tarde, una noche que los dolores no le dejaban dormir, piadosamente y compadecido<br />

de sí mismo, dijo a sus compañeros: "Mis queridos hermanos e hijitos míos, no os moleste ni os<br />

pese el tener que ocuparos en mi enfermedad. El Señor os dará por mí, su siervecillo, en este<br />

mundo y en el otro, el fruto de las obras que no podéis realizar por vuestras atenciones y por<br />

mi enfermedad; obtenéis incluso una recompensa más grande que aquellos que prestan sus<br />

servicios y cuidados a toda la Religión y a la vida de los hermanos. Debíais decirme: >Contigo<br />

haremos nuestros gastos y por ti será el Señor nuestro deudor=".<br />

86. Hablaba así el santo Padre para alentar y sostener su pusilanimidad de espíritu y su<br />

debilidad, no fuera que, tentados por todo aquello, dijeran alguna vez: "Ni podemos orar ni<br />

tampoco tolerar tanto trabajo". Quería prevenirles contra la tristeza y el desaliento, que les<br />

llevarían a perder el mérito de sus trabajos.<br />

86. Un día vino el médico provisto de un hierro con que solía cauterizar en casos de<br />

enfermedad de los ojos. Mandó hacer fuego para calentarlo; encendido el fuego, puso en él<br />

el hierro. El bienaventurado Francisco, para reconfortar su ánimo y apartar todo temor, dijo<br />

al fuego: "Hermano mío fuego, el Señor te ha creado noble y útil entre todas las criaturas.<br />

Sé cortés conmigo en esta hora, ya que siempre te he amado y continuaré amándote por el<br />

amor del Señor que te creó. Pido a nuestro Creador que aminore tu ardor para que yo<br />

pueda soportarlo". Terminada la súplica, hizo la señal de la cruz sobre el fuego.<br />

86. Nosotros que estábamos con él, nos retiramos por el amor que le teníamos y la compasión<br />

que nos producía; sólo el médico quedó con él. Cuando el médico concluyó su trabajo,<br />

volvimos a él y nos dijo: "(Cobardes! (Hombres de poca fe! )Por qué habéis huido? En<br />

verdad os digo que no he sentido dolor alguno, ni siquiera el calor del fuego; y si, esto no está<br />

bien quemado, quémelo mejor".<br />

86. El médico, al ver que ni siquiera se había movido, consideró esto como un gran milagro y<br />

dijo: "Os digo, humanos míos, con la experiencia que tengo, que temería pudiera soportar<br />

semejante quemadura no sólo uno que es débil y enfermo, sino el que sea fuerte y sano de<br />

cuerpo". La quemadura era muy extensa: iba desde la oreja hasta el entrecejo, pues durante<br />

muchos años, día y noche, le lagrimeaban los ojos. Por eso, a juicio del médico, era necesario<br />

abrir todas las venas, aunque, en opinión de otros médicos, la operación era completamente<br />

inconveniente. Y así fue, pues de nada le aprovechó. También otro médico le perforó las dos<br />

orejas, sin resultado alguno positivo.

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