Revista Ejército nº 865 (abril 2013) - Ejército de tierra - Ministerio de ...

ellas iba a darse a conocer en su faceta de escritor y en su perfecto dominio de la prosa
inglesa (Churchill recibió el Premio Nóbel de Literatura en 1953).
Es muy probable que también recibiera alguna orden del general E. F. Chapman, jefe de
la Inteligencia Militar británica, para estudiar los procedimientos de la lucha contraguerrilla
empleados por el Ejército español en Cuba.
Al día siguiente de su llegada a La Habana, los oficiales británicos viajaron en tren hacia
Santa Clara, la ciudad donde se encontraba el Cuartel General español. Los insurgentes
habían cortado la vía en Santo Domingo y el tren tuvo que dar un rodeo por Cruces. En Santa
Clara se presentaron al general Martínez Campos, gobernador militar de Cuba quien «les
recibió amablemente y les dio los salvoconductos necesarios» para incorporarse al estado
mayor del general Suárez Valdés. En la ciudad de Sancti Spiritus alcanzaron la columna del
general quien, habiendo recibido informes de la presencia enemiga cerca de la población de
Iguara, partió a las 5 de la mañana a su encuentro. Churchill apenas pudo descansar dándose
la circunstancia de que ese día, el 30 de noviembre, cumplía 21 años. Los españoles no
consiguieron sorprender a los cubanos que, tras un ligero intercambio de disparos, decidieron
retirarse. Churchill quedó decepcionado por la nimiedad de su bautismo de fuego pero dos
días más tarde se vio envuelto en una verdadera batalla como él mismo relató en una carta
a su madre:
«El General, un hombre valiente, vestido con su uniforme blanco adornado con vivos de
oro y montado sobre un caballo gris, atrajo muchos disparos sobre nosotros y oí bastantes
balas pasar silbando cerca como para que me satisficiera durante algún tiempo mi venida.
Él cabalgó hacia el enemigo hasta situarse a unas 500 yardas y allí esperamos hasta que
el fuego de la infantería española les hizo huir de su posición. Tuvimos mucha suerte de
que nuestras pérdidas no fueran muchas en comparación a lo que hicimos, pero por regla
general los rebeldes disparaban muy alto. Nosotros permanecimos junto al General todo el
tiempo en el lugar más peligroso de la batalla. El General nos propuso para la Cruz Roja, una
condecoración española dada a los oficiales».
La presencia de un miembro de una importante familia de la nobleza victoriana actuando
junto a las tropas españolas, no pasó inadvertida a la prensa laborista. La controversia
generada obligó al Gobierno británico a ordenar a Churchill que abandonara Cuba. El 6 de
diciembre dejó la isla. Aunque solo había estado 16 días, fueron suficientes para mostrar su
simpatía por los españoles que tan cordialmente lo habían recibido.
Como las críticas continuaban arreciando, Churchill llegó a declarar en una entrevista: «Ni
siquiera llegué a disparar un revólver, yo estaba asignado al estado mayor del general Valdés
solo por deferencia y fui condecorado con la Cruz Roja solo por cortesía».
Aunque un año más tarde escribió a su madre desde la India manifestando que quizás no
había hecho justicia a los cubanos y que se había significado en exceso por los españoles, a
quienes no quería ofender por el trato que le habían dispensado, Churchill nunca olvidaría
su experiencia militar en la isla junto al general Suárez Valdés y sus hombres.
Su costumbre de fumar puros proviene de aquella estancia y en 1914 se le concedió la
medalla de la Campaña de Cuba. Algún historiador se aventura a afirmar que las tácticas de
contraguerrillas empleada por el Ejército español en Cuba son las que emplearon los ingleses
en la Guerra de los Boers.
Con la perspectiva que nos dan los más de 115 años transcurridos, nos resulta difícil
admitir que la Cruz Roja le fuera concedida por «darse una cabalgada en medio de las balas
enemigas».
Churchill dejó el ejército en 1899 y comenzó su carrera política que le llevó a convertirse
en uno de los mayores estadistas de la historia europea del siglo XX.n
120 REVISTA EJÉRCITO • N. 865 ABRIL • 2013