Revista Ejército nº 865 (abril 2013) - Ejército de tierra - Ministerio de ...

EVOLUCIÓN DE LAS ESTRATEGIAS DE SEGURIDAD Y DEFENSA
EN EL SIGLO XXI
Después de más de 60 años de independencia, la ausencia de democracia y buena
gobernanza en muchos países africanos sigue siendo el principal obstáculo para alcanzar
la paz. Desde la Unión Europea, las estrategias para África son el mayor garante
del compromiso europeo con su desarrollo y estabilidad.
África ya no puede ser un continente olvidado. En un mundo globalizado, las
enormes crisis de desarrollo, seguridad y gobernabilidad que todavía sufren muchas
naciones africanas no pueden ni deben permanecer ajenas para la comunidad internacional.
Además, todas ellas se proyectan más allá de sus fronteras y convierten a
África, cada vez más, en un aliado necesario para erradicar las amenazas contra la paz
y seguridad internacionales.
Con África el mundo comparte problemas, pero este continente también es una parte
importante de la solución. Su situación geográfica, su elevado crecimiento demográfico
y su riqueza energética lo convierten en un actor ineludible en el orden mundial, pero
solo la consolidación de unos gobiernos democráticos y estables permitirá que esta
condición se traduzca en más seguridad y desarrollo para sus poblaciones. Y este debe
ser el objetivo compartido, la piedra angular de la cooperación exterior.
Todos estos factores determinan hoy la estrecha relación entre África y Europa, dos
continentes vecinos que, durante décadas, han vivido demasiado alejados. Desde la
independencia de las naciones africanas, la ayuda a África se enmarcó en programas
de asistencia al desarrollo, que nunca dieron el resultado esperado. En 1957, el Tratado
de Roma, por el que se creaba la Comunidad Económica Europea (CEE), previó
la creación del Fondo Europeo de Desarrollo (FED) -que aún hoy permanece– para
la concesión de ayuda técnica y financiera a los países africanos, que por entonces
iniciaban su proceso emancipador (Ghana, 1957).
En 1963, la Convención de Yaoundé (Camerún) fue el primer acuerdo de intercambio
comercial y de cooperación entre Europa y dieciocho de sus antiguas colonias en
África. Tras sucesivas revisiones, y consumada la independencia de todas las colonias
europeas, este acuerdo fue sustituido en 1975 por la primera Convención de Lome
(Togo), que unió a Europa con los Estados de África, el Caribe y el Pacífico (ACP) pero
que, de nuevo, se centró exclusivamente en la ayuda económica, cuya incidencia real
en el desarrollo fue insignificante.
En 1989, la caída del muro de Berlín provocó una profunda reflexión sobre las
relaciones entre Europa y África. Así, en la IV Convención de Lome, celebrada ese
mismo año, se comenzó a hablar de la complementariedad entre el desarrollo y el
buen gobierno y, para ello, era preciso abordar la instauración de la democracia. Sin
embargo, en la década de los noventa, el estallido de cruentas guerras civiles en África,
en gran parte consecuencia de la política de bloques de la Guerra Fría, destapó los
graves problemas internos que sufrían las naciones africanas desde su independencia
y, de forma paralela, dinamitó cualquier proceso de desarrollo. Por eso, a finales del
siglo XX, la seguridad, centrada en el ser humano antes que en el Estado, se convirtió
en el primer objetivo, y comenzó a determinar las relaciones entre Europa y África.
Ante este grave escenario, era necesario avanzar más allá de la ayuda económica,
y la seguridad y la democracia en África se convirtieron en objetivos prioritarios
para la Unión Europea (UE), especialmente después del genocidio de Ruanda
(1994). Así, en 1995, en la Cumbre de Madrid, la UE acordó que su compromiso
con África no debía limitarse a acciones políticas y económicas, sino incluir, en
caso necesario, la intervención directa para paliar las guerras que asolaban el
continente. A partir de entonces, Europa comenzó una nueva senda de apoyo y
colaboración, que abordaba de forma global e inclusiva todos los problemas que
afectaban a los países africanos.
REVISTA EJÉRCITO • N. 865 ABRIL • 2012 61