IN VERSO - Issue VI - CSUN ScholarWorks - California State ...

IN VERSO -Narrativa - Cuca Esteves
NUMERO 6 - PRIMAVERA 2006
ROSA - Cuca Esteves
Cuando estábamos en el baño, hacíamos el amor. Cuando estábamos en el piso, hacíamos el amor. En el espejo, hacíamos el amor, y se manchaba de semen
cuando él eyaculaba afuera para no embarazarme. Y acabábamos sentados en la cama, chorreando agua por la espalda y por los pechos juntos. Así era el
amor entonces. Así debió haber sido.
El espejo vuelve otra vez a la memoria. Se sienta frente a mí y me mira, me mira. No deja de mirarme. Me descuartiza con sus ojos blancos. Y me dice que me
calle, que no diga nada, que me quede en silencio esperando. Que espere. ¿Que espere qué? No sé, pero eso me dice, cruzando el dedo índice sobre sus
labios. Shhhhh....y me mira.
Pero yo sé que no vuelve. Ese espejo, o ningún otro. Ese espejo se quedó allá, en ese cuarto, en esa noche perdida en el precipicio de mi memoria. Esa fue la
primera vez que lo seguí, por unas calles oscuras sin nombres ni marcas reconocibles. No sabía dónde estábamos, a dónde íbamos. Pero lo seguí igual,
totalmente enamorada.
Caminamos casi interminablemente. No recuerdo por cuánto tiempo, sólo sé que fue mucho. Los gatos nos seguían, saltando y maullando por los techos. Yo
tenía frío, así que iba caminando con los brazos cruzados, detrás de él, como en penitencia. Hasta que al fin llegamos a esa casa, un frente de granito. Estaba
oscuro, no se podía ver el color. ¿ Serían las dos o las tres de la mañana? Todos dormían, o así pensé. Y ahí en la oscuridad, me dejó para entrar (iría a
buscar una llave, tal vez). Después de unos minutos salió por el pasillo del costado, me abrió y nos fuimos al fondo en donde estaba su habitación, separada de
la casa, como en el patio. Un cuarto pequeño, con un colchón, un tocadiscos, y varios discos por el piso. Y un espejo de cuerpo entero, ahí, al lado del
colchón.
Teníamos hambre, así que me propuso unas empanadas que habían quedado del día anterior. Comimos sentados en el piso, escuchando la música de Liliana
Vitale. Los ritmos de tambores y guitarras llenaron el cuarto de sonidos desconocidos para mí . Y ahí estaba ella, mi reflejo, mirándome de reojo desde el
fondo del espejo manchado.
Hasta que se acabaron las empanadas. Y yo sabía lo que venía. Nos empezamos a besar, y él empezo a buscarme con sus manos. Lentamente, me desnudó.
Sus dedos suaves rozaron mis pezones. Temblé ¿Sería un escalofrío? ¿Seríian los nervios? Dejé que sus manos recorrieran mis párpados, mis brazos
desnudos . ¿Sentiría él a mi cuerpo volverse agua entre sus dedos? Al rato, en medio del silencio de la noche, escuchamos a alguien afuera. El salió. No sé
qué pasaba. Alguien llamaba. Y ahí me paré, frente al espejo de cuerpo entero que estaba lleno de manchas como de años, para mirarme, desnuda. ¿ Quién
era esa que me miraba desde el espejo? Eran mis ojos, mis caderas, mis manos, pero no era yo.
Cuando volvió, me dijo que la que gritaba afuera era su madre. Algo escuché. Mientras se sacaba los pantalones, me explicó que su madre consideraba putas a
todas las mujeres que pasaban por su cuarto. Pero yo sólo miraba cómo, de sus pantalones, salía su miembro, largo y duro, completamente horizontal. Nunca
antes había visto eso. Todavía ahora tengo esa imagen clavada en mi memoria. No sé va. El ahí parado al lado de la puerta, curvando su espalda para sacarse
los pantalones, y ahí asomándose, su pija, derechita como una espada. Un frío seco me corrió por la espalda.
Se acercó, y nuestros cuerpos reiniciaron la danza, tratando otra vez de reconocerse. Y dejé que su piel fuera mi piel, su sexo contra el mío, mientras me
contaba de sus experiencias, las cosas que sabía… Yo de sexo no sabía nada, perfecta hija de padres católicos e italianos, qué iba a saber. Pero quería
enterarme de todo. Así que lo elegí a él para que me enseñara. Y, de a poco, intentó entrar. De a poco, porque el miedo acumulado por los años no me dejaba
sentir, ni relajarme.
Me veo otra vez, ahí, en el espejo, mi mirada vacía y su espalda. ¡Mirá, mirá! me decía mi reflejo desde la pared. ¡Mirá quién sos, quien está ahí! Y después
me daba una bofetada, y se reía, se reía de mí. ¡Qué ridícula! me decía. Y yo lo miraba, no podía resitir la tentación de girar mi cabeza y quedarme hipnotizada
ahí, mirando como él me hacía el amor, a mí, a ella, ahí, en el espejo.
Así estuvimos, intentando toda la noche, ir y venir, parando, siguiendo, gimiendo, llorando y al fin, rompiendo la línea del hímen, para entrar. Y yo grité, y lloré.
Dolía. Sentí de golpe que toda mi agua se congeló, que él casi ni llegó a tocarla. Pasó desapercibida. Por eso ese día lo supe. Y lo supe otros: yo no podía
sentir. Ahí estaba el sexo, al fin. Yo que lo pensé mi gran liberación, me decepcionó. No sentía nada. No placer, no deseo. No nada. Sólo dolor. Todavía puedo
sentir todos esos cuerpos que pasaron a través de mí durante todos estos años y recordar la nada que me dejaron. ¿Por qué entonces me sorprendí de mi
decepción? Muchos pasaron antes de saber lo que se siente cuando hay placer.
Ahora que volví, lo busqué. No porque siguiera amándolo, ni nada de eso. Nunca había habido amor. Pero pensé que tal vez le gustaría verme. Tal vez a mí
me gustaría verlo, verme, hablarle, ver quién era al fin y al cabo. Tal vez yo viera en él, en su espejo manchado, quién era yo. Pero no lo encontré, y me fui de
nuevo. Tendré que encontrar otros espejos donde buscarme.
Así debería haber sido para mí.
http://www.csun.edu/inverso/Issues/Issue%206/Issue%206/Narrativa/esteves.htm[9/19/2012 9:08:04 AM]
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