Lecturas Segunda Enero 2013 - Insumisos

métodos con los cuales los obreros podían engañar a sus empleadores haciéndoles creer que
trabajaban a toda velocidad.
Para detectar a los obreros perezosos y deshonestos, Taylor proponía crear un índice de
rendimiento promedio que sirviera como punto de comparación. Pero los ingenieros
necesarios para medir la productividad eran costosos, y los obreros aprendieron rápidamente
a embaucarlos a ellos también... Sin embargo, el rendimiento prometido por la reorganización
del trabajo podía obtenerse de otra manera: incorporando el control en la maquinaria.
A comienzos del siglo XIX, el matemático británico Charles Babbage había elaborado –tras
observar numerosas ramas de la industria– un catálogo de mecanismos ingeniosamente
concebidos para garantizar la honestidad del personal doméstico y los trabajadores en
ausencia de sus patrones, y alababa “una ventaja notable de las máquinas”: la “vigilancia que
ejercían sobre la desatención, la negligencia y la pereza del hombre” (4). Fue a este mismo
Babbage al que llamarán más tarde “el padre de la computadora”, ya que imaginó las primeras
calculadoras, incluso la “máquina analítica”, utilizando las mismas tarjetas perforadas que se
encontrarían un siglo más tarde en las máquinas de control digital.
“Toda la dificultad de la automatización –señala Noble– es tornar autónoma la máquinaherramienta
–es decir, capaz de seguir instrucciones especificadas por la dirección, sin
intervención de los trabajadores– sin comprometer su indispensable versatilidad. [...] De ahí el
papel de la programación, que permite a través del uso de programas ‘variables’ modificar un
producto sin tener que recurrir a los operadores para transformar la herramienta o reajustar
su configuración.”
Los ingenieros veían cada vez más cerca su sueño quimérico de una fábrica completamente
automatizada. Motivaciones complementarias impulsaban el desarrollo de máquinas de
control digital: la necesidad de fabricar piezas que no podían construirse a mano fácilmente, la
voluntad de incrementar la productividad y la perspectiva de trabajar en pos de la realización
de las visiones tecno-utópicas de los investigadores del Massachusetts Institute of Technology
(MIT), principales diseñadores del software y las máquinas. Sin embargo, argumenta Noble,
existían otros caminos, cuyas consecuencias para los obreros habrían podido resultar muy
diferentes, pero que fueron descartados deliberadamente (5).
Sólo ocultando la historia industrial de estas herramientas se puede creer en los desvaríos que
rodean la promoción comercial de la impresora 3D Makerbot, y según la cual esta “revolución”
permitirá a los obreros estadounidenses despedidos encontrar un empleo creativo e
innovador reconvirtiéndose en makers independientes. Tal vez la fabricación individual les
permita en efecto reconciliarse con la destreza y la inventiva. Pero significa olvidar que el
trabajo en la fábrica no siempre fue tan embrutecedor. Y, paradójicamente, que fue esta
misma tecnología –la que contribuiría, nos dicen, a reinsertar oficios competentes en la
economía– la que volvió el trabajo en las fábricas tan desmoralizador.
La propiedad perdida
Los makers no son pues los herederos del movimiento obrero; son más bien el resultado
histórico de la “negación” de este movimiento. Así, muchas figuras conocidas del movimiento
maker provienen del MIT, el instituto que desempeñó un papel determinante en la creación de
máquinas de control digital. Esta raíz histórica surge como una “represión” del movimiento:
un recuerdo que sólo reaparece bajo formas discordantes, inarticuladas, traumatizadas. Una