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Cuando desperté amanecía, entre un resplandor rosado y sombras de oro.<br />
No me desveló la luz, sino algo que me rozaba la cabeza, muy<br />
suavemente. Imaginé que era un tallo de heno. La segunda vez supuse que<br />
era un insecto, le di una violenta palmada y casi me rompí la mano...Una<br />
llave de dos bocas es un trozo de hierro muy duro para darle con toda la<br />
fuerza, y me despejó rápidamente. La llave rebotó contra la articulación<br />
del alerón, se clavó por un momento entre la hierba y luego se remontó<br />
majestuosamente para seguir flotando en el aire. Después , mientras la<br />
observaba, totalmente despejado, fue a posarse plácida sobre la tierra y se<br />
quedo quieta. Cuando por fin me decidí a levantarla, comprobé que era la<br />
misma llave de dos bocas que yo conocía y estimaba, tan pesada como<br />
siempre, tan ansiosa como siempre por encarnizarse con los irritantes<br />
tornillos y tuercas.<br />
- ¡Vaya con la maldita... !<br />
Nunca digo "demonios" ni "maldito", lo cual es un resabio de la<br />
personalidad que adquirí en mi infancia. Pero estaba realmente intrigado y<br />
no se me ocurrió ninguna otra exclamación. ¿Qué le sucedía a mi llave ?<br />
Donald Shimoda estaba por lo menos a cien kilómetros de aquel lugar,<br />
más allá del horizonte. Sopesé la herramienta, la examiné, la balanceé, y<br />
me sentí como un antropoide prehistórico incapaz de entender la rueda<br />
que gira delante de sus ojos. Tenía que haber una explicación sencilla...<br />
Al fin capitulé, ofuscado, la guardé en la bolsa y encendí el fuego para<br />
freírme un poco de pan. No tenía prisa por irme. Podía pasar el día allí, si<br />
me apetecía.<br />
El pan acababa de hincharse en la sartén y había llegado el momento de<br />
darle la vuelta, cuando oí un ruido en el cielo, por el oeste.<br />
No era posible que el ruido procediera del avión de Shimoda ni que<br />
alguna otra persona me hubiera rastreado precisamente hasta ese campo,<br />
entre tantos otros similares que se multiplican por millones en el Medio<br />
Oeste. Pero supe que se trataba de él y empecé a silbar... mirando el pan y<br />
el cielo y buscando una frase aplomada para saludar su llegada.<br />
Era el Travel Air, efectivamente, que pasó a ras del Fleet, se remontó<br />
bruscamente para describir un viraje espectacular y luego planeo por el<br />
espacio para posarse a 90 kilómetros por hora, la velocidad a que debe<br />
aterrizar un Travel Air. Acercó su avión al mío y apagó el motor. No dije<br />
nada. Agité la mano, pero permanecí mudo. Incluso deje de silbar.<br />
Salió de la carlinga y se aproximó al fuego.<br />
- Hola, Richard.<br />
- Llegas tarde - respondí -. Casi se me quema el pan.