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Shimoda sonrió fugazmente y se acomodó en la silla, como si conociese<br />
personalmente a su interlocutor.<br />
- Tal vez me lo pueda explicar usted.<br />
- Cristo dijo que debemos vivir para nuestro prójimo. El anticristo dice que<br />
seamos egoístas, que vivamos para nosotros mismos y que dejemos que el<br />
prójimo se vaya al infierno.<br />
- O al cielo, o a donde tenga ganas de ir.<br />
- Es usted una persona peligrosa, ¿sabe? ¿Qué sucedería si todos le<br />
escucharan e hicieran lo que se les antojase? ¿Qué cree que ocurriría en ese<br />
caso?<br />
- Pienso que nuestro planeta probablemente sería el más venturoso de esta<br />
región de la galaxia - contestó.<br />
- Presiento que no me gustaría que mis hijos escucharan lo que está usted<br />
diciendo.<br />
- ¿Qué desean escuchar sus hijos?<br />
- Si todos somos libres de hacer lo que se nos antoja, entonces yo soy libre<br />
de ir a esa emisora con mi escopeta y de volarle su estúpida cabeza.<br />
- Desde luego que es libre de hacerlo.<br />
La comunicación se cortó secamente. En algún lugar de la ciudad había<br />
cuanto menos un hombre indignado. Los otros, y las muchas mujeres<br />
coléricas, seguían llamando. Todos los botones del aparato estaban<br />
encendidos y titilando.<br />
No era lógico que las cosas hubieran tomado ese rumbo. Podría haber<br />
dicho lo mismo, con otras palabras, sin irritar a nadie.<br />
Volvía a invadirme la misma sensación que había experimentado en Troy,<br />
cuando la multitud se desbocó y le rodeó. Era hora, evidentemente era<br />
hora, de que tomáramos el portante.<br />
El manual no me prestó ninguna ayuda, allí en el estudio.<br />
Para vivir<br />
libre y dichosamente,<br />
debes sacrificar el<br />
tedio.