Rosa Regàs - Asociación de Vecinos El Espinillo

encontraba pensativo, meditabundo, ajeno a la conversación intrascendente
que sosteníamos los demás.
De repente, tomó la palabra.
-Amigos, me vuelvo.
Se nos cambió la cara.
-¿Quéeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee’? De eso ni hablar, Julito. Vamos, ni se te
pase por la cabeza. Pues vaya si queremos llegar lejos, no hemos salido de
Castilla y ya nos meamos en los pantalones.
El Buho asumió su papel y mostró una seguridad y una tranquilidad que no
tenía.
-Llevamos una vida hablando de este viaje, y todo un año en el que ha sido
nuestra mayor, casi única, ilusión. Y el día ha llegado, estamos en él. El que
quiera que se vaya, pero que sepáis que yo seguiré adelante, aunque sea solo.
A mi nadie me quita esto. Y cuando venga contando cosas os váis a tirar de los
pelos. ¡¡Gaaaa-lliii-naaaaaaaaaaas!! Coooo-co-cooo-cooo-coooooooooooo,
cacareó. Cooo-coo-coo-coo-cooooó. Este gesto hizo esbozar una sonrisa furtiva
en la cara de Julio. Una sonrisa no esperada, incluso no deseada, traicionera,
que le produjo más enfado que satisfacción. Su posible argumentación había
quedado invalidada con ese gesto. Él entendió que ese gesto, esa sonrisa
robada, determinaba su pensamiento real, que el otro, el de querer irse, era
producto de la tensión que vivía en ese momento.
-Buho, eres un cabronazo.
Jose terció en el juego de miradas que tenían sus dos amigos y compañeros de
viaje.
-Buenooooooo. Son las 3 de la tarde. ¿Qué proponen sus señorías?
»
¡Vámonos a Donosti, la hosti!
Con suerte llegamos para ir de tapeo y nos pasamos la primera noche de
juerga.
-- ¡Julio, anímate! que este viaje va a ser memorable, soltó Jóse.