Nº 37 - De la Palabra
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La Avispa <strong>Nº</strong> <strong>37</strong> - Mar del P<strong>la</strong>ta - Argentina<br />
JAMÁS TE QUITES LA VENDA<br />
16<br />
Re<strong>la</strong>tos y cuentos<br />
Está acostada en <strong>la</strong> cama. Tiene los ojos vendados, el tallo de una flor que el<strong>la</strong> cree que es un rosa,<br />
apretado entre los dientes y su cuerpo desnudo que palpita por lo que vendrá. Supone que a su derecha<br />
hay una ventana que le traduce el sentir de ciertas ciudades que se extienden afuera. Tiene <strong>la</strong>s manos<br />
crispadas sobre el cobertor: puede quitarse <strong>la</strong> venda pero no lo hace, jamás se atreve.<br />
Sabe que él ha llegado porque oye como una puerta se abre y se cierra y porque enseguida presiente que<br />
se quita <strong>la</strong> ropa. Luego lo percibe a su <strong>la</strong>do; entonces, el<strong>la</strong> deja que <strong>la</strong> flor caiga sobre su pecho y se pasa<br />
<strong>la</strong> lengua por los <strong>la</strong>bios y su cadera comienza a contornearse rec<strong>la</strong>mando atención. Pero él se toma su<br />
tiempo. Le murmura pa<strong>la</strong>bras inconfesables en el oído, <strong>la</strong> besa apenas, <strong>la</strong> acaricia recorriéndole <strong>la</strong> piel en<br />
un éxtasis difícil de contro<strong>la</strong>r; <strong>la</strong> roza, <strong>la</strong> enaltece y <strong>la</strong> adora hasta que el deseo de el<strong>la</strong> se vuelve insoportable:<br />
lo siente encima y minutos más tarde adentro y siempre termina agradeciéndole a <strong>la</strong> vida por haber<br />
nacido. Van los dos galopando, trazando <strong>la</strong> ruta por <strong>la</strong> cual van a desembocar en <strong>la</strong> catarata, en <strong>la</strong> explosión<br />
de los sentidos, y luego el derrumbe y enseguida <strong>la</strong> quietud.<br />
El descanso es breve. Tal <strong>la</strong> costumbre, él se levanta y se viste. La besa antes de irse y le recuerda:<br />
— Jamás te quites <strong>la</strong> venda.<br />
Apenas llegada a <strong>la</strong> confusión de <strong>la</strong> adolescencia, el ritual de aquel<strong>la</strong> imagen se instaló en <strong>la</strong>s noches<br />
turbulentas de su despertar sexual y ya nunca <strong>la</strong> abandonó. Siempre <strong>la</strong> misma escena, <strong>la</strong> llegada del<br />
hombre aquel sin rostro, <strong>la</strong> pasión desencadenada, <strong>la</strong> venda, <strong>la</strong> flor y <strong>la</strong> advertencia. Era una imagen tan<br />
real que en un primer momento se asustó; pero después el p<strong>la</strong>cer pudo más porque <strong>la</strong> fidelidad era tan<br />
conmovedora que supo que nada malo podía pasarle.<br />
El único cambio que se produjo a lo <strong>la</strong>rgo de los años fueron los ruidos que llegaban a través de <strong>la</strong><br />
ventana y el olor del cuerpo de su hombre. Hubo veces que oyó motores de autos y de aviones; en otras<br />
ocasiones parecía que algo <strong>la</strong> había transportado hasta un tiempo impreciso donde <strong>la</strong>s voces eran incomprensibles<br />
y el palpitar de <strong>la</strong> ciudad un tranquilo discurrir de los días. Y su hombre a veces, parecía llegar<br />
de trabajar en el campo pero a <strong>la</strong> vez siguiente su piel despedía olor a hombre y en el otro encuentro era<br />
un aroma a perfume caro y moderno.<br />
<strong>De</strong> todas maneras, nada de eso <strong>la</strong> preocupaba, solo eran inexpresivas inquietudes en el reposo de <strong>la</strong><br />
satisfacción inaudita.<br />
Pero también por esta ceremonia, sufrió: le llevo años compatibilizar aquello que ocurría en algún lugar<br />
con su vida de mujer. Los primeros hombres los soportó con los ojos cerrados y con engaños. <strong>De</strong>spués<br />
encontró <strong>la</strong> solución: traía a este <strong>la</strong>do, momentos, sensaciones, del último encuentro en el otro <strong>la</strong>do, en <strong>la</strong><br />
otra habitación donde el<strong>la</strong> esperaba a su hombre con los ojos vendados, el tallo de <strong>la</strong> flor entre los dientes<br />
y <strong>la</strong> piel desesperada, anhe<strong>la</strong>nte.<br />
Entonces, pudo enamorarse, casarse y todas esas cosas. Pudo sobreponerse a <strong>la</strong> absurda idea de <strong>la</strong> infidelidad,<br />
de los cargos de conciencia no por el hombre que compartiría quizás hasta <strong>la</strong> muerte su cama, sino<br />
por el otro, por el que no conocía.<br />
Pero hubo un día en <strong>la</strong>s cosas cambiaron. Había acostado a su hijo, se había <strong>la</strong>vado los dientes y cepil<strong>la</strong>do<br />
el pelo y se había colocado <strong>la</strong> breve remera que usaba para dormir. Era una noche más de un día cualquiera<br />
de semana.<br />
Su esposo estaba ya acostado y luego de apagar <strong>la</strong> luz <strong>la</strong> buscó con entusiasmo. El<strong>la</strong> se entregó mientras<br />
escuchaba <strong>la</strong> tormenta que azotaba <strong>la</strong> noche y de a poco fue preparándose para rescatar los recuerdos de<br />
su otro hombre, del que <strong>la</strong> hacía verdaderamente feliz.<br />
Página 16<br />
Grupo de<strong>la</strong>pa<strong>la</strong>bra