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Nº 37 - De la Palabra

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La Avispa <strong>Nº</strong> <strong>37</strong> - Mar del P<strong>la</strong>ta - Argentina<br />

con una familia muy pobre, rozando lo miserable. patria.<br />

Pidieron permiso, entraron a <strong>la</strong> casa e indagaron Nilda, <strong>la</strong> Guerrera de <strong>la</strong>s carnes (Así es conocida<br />

sobre los medios de vida de <strong>la</strong> gente. El jefe con- en <strong>la</strong> ciudad de Barquisimeto donde fue dueña de<br />

testó que disponían de una vaca que les brindaba un importante frigorífico), mujer firme ante todo y<br />

leche, alimentos básicos y les permitía sobrevivir.<br />

Al salir, ambos se encontraron con <strong>la</strong> vaca. Estaban<br />

solos, y el maestro ordenó con energía al discípulo<br />

que arrojara el animal a un precipicio. Luego<br />

de protestas y en medio de un gran remordimiento,<br />

el joven obedeció. Con los años, el discípulo convertido<br />

en monje budista, volvió al lugar y descubrió<br />

una rica casa y una hermosa familia. Al presentarse,<br />

advirtió que eran los mismos que había<br />

conocido con su maestro. Al indagarlos nuevamente<br />

sobre sus medios de vida, contestaron disponíamos<br />

de una vaca que un día desapareció y entonces<br />

tuvimos que recurrir a nuestro ingenio para vivir.<br />

Como usted verá, nos fue muy bien...<br />

En resumen: yo acababa de arrojar mi vaca al precipicio<br />

Poco después se produjo una importante crisis con<br />

siempre en actitud marcial; fue por eso que un día<br />

en que el restaurante estaba atestado, me asombró<br />

encontrar<strong>la</strong> llorando.<br />

—¿Qué te ocurre, Nilda?<br />

—Se acabó <strong>la</strong> ensa<strong>la</strong>da y vienen más clientes...<br />

Con una actitud de cierta ligereza adolescente que<br />

me acompañaba en esos días, me quité el mandil e<br />

improvisé un poema que leí frente a los sorprendidos<br />

comensales. Al terminar, discutieron entre ellos,<br />

algunos me ap<strong>la</strong>udieron y tuve que improvisar otro.<br />

En tanto, Nilda y sus ayudantes preparaban abundante<br />

ensa<strong>la</strong>da y los clientes no advertían el retraso.<br />

A partir de allí, el lugar se destacó por el servicio<br />

de poesía por encargo: poemas de amor <strong>la</strong> mayoría:<br />

a <strong>la</strong> madre, al padre, a <strong>la</strong> familia...<strong>De</strong>scubrí que<br />

el estómago y <strong>la</strong> lírica unen a los pueblos. Como<br />

dice Rodin: entre el arte y <strong>la</strong> vida, escojo <strong>la</strong> vida,<br />

mi pareja; me alejé intempestivamente de su casa, pero si ambos pueden trabajar en co<strong>la</strong>boración, es<br />

y me encontré en <strong>la</strong>s calles soleadas de Mérida, sin lo ideal.<br />

trabajo y sin vivienda. Algunos escritores amigos Nada de esto se entiende sin el particu<strong>la</strong>r aroma de<br />

que conociera a mi llegada, me ayudaron genero- Mérida; sin esa hermosa nieb<strong>la</strong> que baja desde <strong>la</strong>s<br />

samente. Entonces entendí en carne propia el sentido<br />

profundo de una de <strong>la</strong>s tantas leyendas<br />

merideñas: En <strong>la</strong>s sierras que se ven al sur, se percibe<br />

<strong>la</strong> silueta de un guerrero indio acostado, en<br />

posición de reposo: del mismo modo, hacia el norte,<br />

se advierte una figura femenina en <strong>la</strong> misma<br />

postura. Se dice que son dos amantes dormidos, y<br />

cuando despierten y decidan marchar el uno hacia<br />

el otro, Mérida desaparecerá por el tremendo temblor<br />

de tierra derivado del encuentro amoroso y<br />

apocalíptico. Aquellos días, noche tras noche, ambos<br />

aborígenes morenos, desnudos, caminaban en<br />

mis sueños y yo despertaba traspirando mientras<br />

ellos se disolvían en uno de sus orgasmos rocosos<br />

y oníricos con sabor a tierra.<br />

Conocí entonces a Nilda, una de mis grandes amigas.<br />

Dueña de un restaurante, me acogió a fin de<br />

realizar diversas tareas que iban desde <strong>la</strong>var <strong>la</strong> vajil<strong>la</strong><br />

hasta preparar p<strong>la</strong>tos locales. Aprendí a pe<strong>la</strong>r<br />

el guanábano, <strong>la</strong> parchita, <strong>la</strong> guayaba y otras frutas<br />

tropicales que son desconocidas en Argentina. También<br />

me introdujo en los misterios de <strong>la</strong> mítica arepa<br />

sobre <strong>la</strong> que había escuchado hab<strong>la</strong>r mucho en mi<br />

cumbres nevadas; sin el frío cortante del Páramo,<br />

situado a una hora de <strong>la</strong> ciudad. Andrés Bello, poeta<br />

del Siglo XIX escribió un hermoso poema: La<br />

loca Luz Caraballo, que se refiere a una pobre<br />

mujer, residente del páramo, que perdió a todos<br />

sus hijos y enloqueció. Esta figura tiene un colosal<br />

monumento en <strong>la</strong> zona de Apartaderos; allí, por una<br />

cifra módica, cantidad de niños ofrecen recitar los<br />

versos ya clásicos en <strong>la</strong> zona.<br />

Tampoco se entiende esta travesía sin <strong>la</strong> música:<br />

hermosísimas melodías venezo<strong>la</strong>nas de María Teresa<br />

Chacín, Gualberto Ibarreto; Reynaldo Armas...<br />

En fin: acordemos que <strong>la</strong>s historias no terminan,<br />

pero en algún momento hay que ponerle algo que<br />

se parezca a un fin. En mi caso, como en Argentina<br />

me había formado en Medicina Tradicional China,<br />

recurrí a un centro de Terapias Alternativas. Allí<br />

fui recibido por una hermosa colombiana que luego<br />

sería mi esposa.<br />

Uno de los lugares cercanos a <strong>la</strong> ciudad es el Parque<br />

Nacional Sierra Nevada, en especial <strong>la</strong> zona<br />

de Lamucuy, donde uno puede escoger su propio<br />

paraíso; en mi caso solemos ir con mi compañera a<br />

esa zona y en uno de los altos del río nos bañamos<br />

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Grupo de<strong>la</strong>pa<strong>la</strong>bra

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