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Nº 37 - De la Palabra

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La pa<strong>la</strong>bra<br />

La Avispa <strong>Nº</strong> <strong>37</strong> - Mar del P<strong>la</strong>ta - Argentina<br />

Trabajo en un negocio de informática, en <strong>la</strong>s oficinas. Soy excesivamente tímido, y el trabajo de cara al<br />

público no me favorecía precisamente. Me esforzaba, c<strong>la</strong>ro, y salía del paso lo mejor que podía. Sin<br />

embargo, ya pasados los treinta años, mi vida aparecía no ya como algo cultivable, que había que cuidar<br />

y hacer crecer, sino como un campo fructificado en su plenitud, para mal o para bien. Y yo, no podía<br />

evitarlo, pensaba que el asunto era para mal.<br />

Empecé a pensar cosas sobre mi pasado, sobre mi niñez, mi adolescencia. Antes de estudiar Empresariales,<br />

me gustaba mucho leer. En los años tormentosos de <strong>la</strong> adolescencia, cuando me veía en dificultades<br />

con <strong>la</strong> gente, en esa incapacidad de <strong>la</strong> expresión, me refugiaba en los libros. Y pensando en este pasado,<br />

por <strong>la</strong>s mañanas, bien temprano y antes de ir al trabajo, me asaltaban en el entresueño pa<strong>la</strong>bras.<br />

Pa<strong>la</strong>bras, pa<strong>la</strong>bras y pa<strong>la</strong>bras.<br />

Frases inconexas, cuyo significado no alcanzaba a entender. Pero este hecho me dejaba pensando el resto<br />

del día. Había algo en ello, había algo escondido en estos sueños. Y un día, recordando <strong>la</strong> enciclopedia<br />

que me había rega<strong>la</strong>do mi padre cuando niño, escribí en el escritorio de mi despacho, viendo todavía <strong>la</strong><br />

foto enciclopédica de <strong>la</strong>s ruinas del Partenón: Grecia.<br />

Lo escribí con una letra que yo me desconocía: suelta, calmada, casi estética. Y, por demás, sentí algo<br />

físico; sentí que todo mi ser salía de mi mente y se estampaba en el papel.<br />

Ahí, me di cuenta, estaba yo. Ahí estaban <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras, pa<strong>la</strong>bras y pa<strong>la</strong>bras.<br />

A medida que pasaba el tiempo, cada vez llenaba más y más papeles con pa<strong>la</strong>bras sueltas, y los sueños<br />

inconexos fueron remitiendo; como si el mundo onírico, en virtud de mi búsqueda, fuera tras<strong>la</strong>dándose a<br />

<strong>la</strong> realidad.<br />

Escribir <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras me gustaba cada vez más, y sentía un gozo y un p<strong>la</strong>cer, lo he dicho, corporal. Como<br />

el amor o el sexo. La sangre fluía tranqui<strong>la</strong>mente por mis venas, ante <strong>la</strong>s tensiones de <strong>la</strong> oficina.<br />

Como soy soltero, y por ende tengo ahorros, no me costó mucho tomarme unas vacaciones; <strong>la</strong> excusa que<br />

di ante mis superiores fue tan ridícu<strong>la</strong> que de inmediato caí en <strong>la</strong> cuenta de que me había puesto al borde<br />

del despido.<br />

No me importó.<br />

Entonces empecé a irme por los bares, por los piringundines de Buenos Aires y <strong>la</strong>s afueras; y en <strong>la</strong>s<br />

servilletas, o en papeles ajados que yo traía para mis excéntricos propósitos, escribía mis pa<strong>la</strong>bras. Y del<br />

goce, del p<strong>la</strong>cer, pasé a una ambición más espiritual, intangible, psicológica: deseaba ser feliz, porque,<br />

me di cuenta de ello, nunca lo había sido.<br />

Tuve que decirme para mis adentros: en el mundo ha de haber alguna pa<strong>la</strong>bra que puede hacer feliz a un<br />

hombre, así como para el matemático existe el número mágico de <strong>la</strong> fórmu<strong>la</strong>.<br />

Dominado por este pensamiento, mis siguientes días transcurrieron en un afán especu<strong>la</strong>tivo, entusiasta e<br />

indomable. Cualquiera podría pensar que yo había perdido mi centro y <strong>la</strong> razón, y tal vez sea ello cierto.<br />

Pero a mí me encantaba y me colmaba mi falta de sensatez. Yo era dichoso con esa especie de bohemia<br />

verbal que me había asaltado. Sentía, en los bares, en los diversos lugares donde escondía más o menos<br />

a mi inquisición, que el resto del universo estaba compuesto de pobres tipos; diablos que no tenían más<br />

diversión que <strong>la</strong> obtención del dinero, mientras que yo, anteriormente férreo materialista, ahora me veía<br />

abocado a una búsqueda espiritual, y, según iba viendo, por demás exitosa.<br />

Pero <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra, sin embargo, no terminaba de dar conmigo.<br />

Probé, pues, con cosas re<strong>la</strong>cionadas con <strong>la</strong> primera que se me había reve<strong>la</strong>do: mármol, Partenón, helenos,<br />

filosofía, Aristóteles… Luego, más pragmático, en cosas tendentes al orden del p<strong>la</strong>cer físico: sexo, mujeres,<br />

cuerpos, erotismo… Finalmente, en conceptos abstractos y muy enaltecedores, pero también más<br />

alejados y ajenos a mis sentimientos verdaderos: paz, alegría, bondad, fi<strong>la</strong>ntropía, amor…<br />

Al paso de los días, llegando al primer mes de mi extraña, de mi esotérica búsqueda, me di cuenta de que<br />

no alcanzaba a llegar con <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra exacta, dichosa y feliz. Pero una noche, estando en el café de una<br />

Grupo de<strong>la</strong>pa<strong>la</strong>bra<br />

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