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Nº 37 - De la Palabra

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La Avispa <strong>Nº</strong> <strong>37</strong> - Mar del P<strong>la</strong>ta - Argentina<br />

Tal vez sucedió que los tiempos se trastocaron o que coincidieron. No se sabe. Lo cierto es que apenas<br />

cerró los ojos, el<strong>la</strong> se dio cuenta que algo no andaba bien. Porque no hubo ni invocaciones ni evocaciones.<br />

El<strong>la</strong> se había ido, estaba otra vez en <strong>la</strong> pieza de siempre, desnuda, con los ojos vendados y <strong>la</strong> flor y<br />

su hombre que estaba entrando y que comenzaba a sacarse <strong>la</strong> ropa. Pero esta vez había cierta angustia<br />

flotando en el ambiente: por <strong>la</strong> ventana abierta llegaban gritos desgarradores, disparos, voces de gente<br />

que ordenaba, otras que suplicaban. Para el<strong>la</strong> solo fue un detalle inusual porque su hombre repitió el<br />

ritual de siempre y <strong>la</strong> amó mejor que nunca. Sin embargo, cuando él comenzó a vestirse, el<strong>la</strong> sintió que el<br />

desasosiego, <strong>la</strong> inquietud, le ordenaban que hiciera algo, pero no sabía que. Sintió que su hombre se<br />

agachaba y le decía:<br />

—Jamás te quites <strong>la</strong> venda.<br />

Pero <strong>la</strong> última pa<strong>la</strong>bra de <strong>la</strong> orden se perdió detrás del una ráfaga de disparos que barrieron <strong>la</strong> habitación<br />

y perforaron sin piedad <strong>la</strong>s paredes. El<strong>la</strong> no se asustó; con tranquilidad se quitó <strong>la</strong> venda y se incorporó en<br />

<strong>la</strong> cama. En <strong>la</strong> ventana su hombre se disponía a saltar hacia <strong>la</strong> calle. Allí también había comenzado a<br />

llover y un relámpago le iluminó el rostro por una fracción de segundo: el<strong>la</strong> vio, o creyó ver un gesto de<br />

reprobación en <strong>la</strong> mirada, antes que su hombre saltara hacia <strong>la</strong> calle y desapareciera para siempre jamás.<br />

El<strong>la</strong> quiso ir tras él pero <strong>la</strong> detuvo una ventana que se abrió de pronto, una noche fugazmente iluminada,<br />

los truenos y un viento impetuoso que tiró un ve<strong>la</strong>dor al suelo. Su esposo salió de encima de el<strong>la</strong> maldiciendo<br />

a <strong>la</strong> noche, y no se sorprendió por los repetidos gritos de el<strong>la</strong> diciendo que por favor no <strong>la</strong><br />

abandonase, que el<strong>la</strong> lo único que deseaba era estar con él, que quería más y más.<br />

Al otro día, echó a andar por el mundo. <strong>De</strong>jó esposo, hijo y seguridades, pero no concibió otra alternativa<br />

de vida que salir al encuentro de su hombre. No tenía foto alguna, salvo <strong>la</strong> imagen de él a punto de saltar<br />

por <strong>la</strong> ventana. Recorrió ciudades y pueblos; también se detuvo en esquinas para ver si pasaba por allí.<br />

Por supuesto que no lo encontró. Murió vieja y so<strong>la</strong> en un hospital público poco después que <strong>la</strong> imagen<br />

de un hombre que ya no se acordaba quien era, se desvaneciera para siempre entre <strong>la</strong>s brumas del olvido.<br />

Marcelo Brignole <br />

<strong>De</strong> Antología de Cuentos Eróticos, Karma Sensual, 2007, España<br />

17<br />

Página 17<br />

Grupo de<strong>la</strong>pa<strong>la</strong>bra

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