Un vergel a espaldas de la muerte

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ANDALUCIA DE COSTA A COSTA (2) / EL TROPICO EN GRANADA
EDUARDO DEL CAMPO
LA HERRADURA (ALMUÑE-
CAR).— Los fenicios que en el siglo
VIII antes de Cristo llegaron a esta
costa desde Tiro, en el actual Líbano,
para mezclarse con los indígenas
ibéricos que habían conocido
las virtudes del cobre solían enterrar
a sus muertos en las laderas
de unos montes donde hoy arraigan
los aguacates, los mangos, las
dulces chirimoyas de pepitas
de azabache y escamas
de terciopelo. Los
enterraban bajo el cielo y
el sol, frente al mar por el
que habían llegado y por
el que algún día partirían
hacia el más allá. Necrópolis
de agua, viento, tierra
y fuego donde fundieron
las cenizas de la fugaz
memoria de haber
pasado por el mundo.
Es la hora de la siesta
en la bahía de La Herradura,
y el sopor húmedo
de la calima que se posa
sobre la playa como un
vaho de selva colombiana
funde el reloj y desdibuja
la secuencia del
tiempo. Un panel de información
turística de
Almuñécar, el pueblo del
que La Herradura es pedanía,
cuenta (¿cuántos
se habrán parado a leerlo?)
que Abderramán I
desembarcó el 15 de
agosto del año 755 en esta
costa de la antigua Sexi
fenicia y romana. Los
hispanomusulmanes que
prosperaron exportando
agridulces pasas rojas a
los mercados de Al-Andalus
zarparían después desde estas
playas hacia las orillas del Rif, empujados
por los cristianos que habían
bajado del Cantábrico en una
nueva pleamar de la Historia.
¿Qué quedó de todos ellos? Ahí
enfrente, ahí mismo por donde
ahora navegan remolones los bañistas
en sus barcas de pedales y
los buzos se sumergen en su sueño
submarino, donde uno hace el
muerto sintiendo la ingravidez que
flota en el estómago y otro rompe
el mar con una moto de agua, un
19 de octubre de 1562 el convoy de
25 galeras de la Armada española
a las órdenes de Juan de Mendoza
se iba a pique arrastrando consigo
las vidas de 5.000 personas, más
muertos que en las Torres Gemelas.
Cuentan que el naufragio
«conmocionó a la España de Felipe
II». Cinco mil muertos. Se dice
pronto y fácil en esta canícula pegajosa,
cuando los peces hace mucho
que han rebanado hasta el último
átomo de aquellos ahogados.
Presencias y ausencias
El tiempo lima la sensación de realidad
y corta el sentimiento de pertenencia
hasta el punto de que
cuando los folletos recuerdan la vida
de aquellos antepasados remotos
y dan fe de sus muertes serenas
o crueles uno no puede evitar
un vacío de indiferencia y pensar
en ellos como figurantes de una
película histórica: que su vida y su
muerte fue de mentirijillas, como
la del indio que cae fulminado del
caballo en una del Oeste. Su dolor
no te ha dolido, su muerte es blanda
y falsa, no te crees que en esta
fotografía subtropical de la tarde
de agosto pudiera haber habitantes
distintos de los que ahora cubren
las chinas de la playa con sus
toallas de colores mientras leen un
best seller de John Le Carré en el
que el sastre de Panamá asoma
más real que aquellos seres que
vieron con sus ojos este cielo y sintieron
con sus cuerpos el frescor
de este oleaje tranquilo mucho,
mucho antes que nosotros.
En la feliz placidez de la tarde
de verano, en ese espacio que media
entre ola y ola, entre página y
EL MUNDO, MIÉRCOLES 14 DE AGOSTO DE 2002
ANDALUCIA
Un vergel a espaldas
de la muerte
En La Herradura, donde la Armada de Felipe II se fue a pique, los veraneantes
se construyen su propio paraíso en miniatura como una muralla ante el dolor
Vista de la playa de La Herradura, en el término de Almuñécar, desde un extremo de la bahía. / FOTOS: EDUARDO DEL CAMPO
página, entre sombrilla y sombrilla,
los desaparecidos clavan las
cuñas invisibles de su ausencia. En
una farola del paseo marítimo han
pegado un papel que muestra la
cara de una muchacha sonriente
retratada en dos momentos de su
vida. En una aparece aniñada, con
el pelo suelto; en la otra ha crecido
y lleva el cabello recogido, cadenas
en el cuello y tirantes, pero la
sonrisaeslamisma.«Desaparecida
/ Missing / Disparue».
María Teresa Fernández Martín,
una chica de 20 años vecina de
Torrenueva, en la cercana Motril,
desapareció el viernes 18 de agosto
de hace dos años. Los que la
quieren, los que se retuercen en la
angustia de no saber qué fue de
ella, si vive o murió o la mataron,
han pegado nuevos carteles con la
Discos de Africa, milagros del paisaje
«Zona privada».Los
modernos descendientes
burgueses
de fenicios y romanos
han colonizado
el peñón de la Punta
de la Mona con sus
urbanizaciones recoletas
y sus chalets
con rampa directa al
mar, entre pinos, parras
y flores de Matisse
que imprimen
al paraje un aire de
prima hermana segunda
de Capri.
Abajo, donde se
deshacen con suavidad
las olas como el
chorro de una botella
de champán, las tumbonas
ya están reservadas
con unos cartelitos que
dicen «Sra. Botella»,
«Señores de los Ríos».
Al otro lado de la carretera,
un cliente desesperado
de la Caja Rural
ha plantado delante de
la entidad bancaria su
viejo Volkswagen forrado
de carteles. «Si quieres
que tus ahorros no
Daura, vendiendo discos de verano en la playa.
se queden en ná,nocoloques
tus ahorros en
esta Caja Rural».
Ni en la playa puede
evadirse alguien del
conflicto permanente
del mundo, a menos
que se encierre en Villa
Albatros o algún oasis
de nombre parecido y
tire el periódico al fondo
del mar. Hay que
desconectar, desenchúfate
del horror, reco-
miendan. El periódico
muestra los nuevos
clandestinos africanos
que ha retratado Toni
Meres en el Estrecho, y
entonces Daura aparece
con su mochila de
compactos pirata y el
panel de gafas de sol.
Viene de Dakar y vende
música de verano, discos
de Bustamante, Bisbal
o Las Ketchup a
cuatro euros la copia.
¿No tienes música
africana? Oui, bien
sûr! Ysacadelfondo
The Sound of
Africa, recopilación
con Khaled,
Youssou’N Dour,
Mory Kante. Divididos
entre Africa y
el pequeño fraude
a la Sociedad General
de Autores, lo
compramos.
Lo que no tiene
copia es la belleza
del atardecer en la
atalaya del Cerro
Gordo, a doscientos
metros sobre el
Mediterráneo, viendo
las sierras que caen al
mar desde Granada a
los confines de Málaga.
No hay nadie, huele a
pino fresco y cantan las
chicharras. En medio
del huracán de las urbanizaciones
que cepilla
la costa, este milagro,
intacto. No existen los
periódicos y la hermosura
pega un latigazo al
corazón.
débil esperanza de que los turistas,
diez mil pares de ojos, les ayuden a
encontrarla. Dos teléfonos de contacto,
el 958 82 54 26 y el 667 791
938, una página web, www.galeon.com/terefdez,
y una recompensa,
42.071 euros. ¿Alguien la
ha visto? ¿Habrá caído ya en la
irrealidad del olvido como cayeron
los fenicios de la necrópolis, los
ahogados de la Armada? En el cine
de verano Audicine
echan hoy Scooby-Doo y
John Q., cuyo lema publicitario
pregunta desde
la cartelera bajo la
dura mirada de Denzel
Washington: «¿Hasta
dónde llegarías por la vida
de tu hijo?».
Junto al aviso de Teresa
hay otro cartel: «La
Cochera, todos los miércoles,
Drag Queen». El
dolor es una botella a la
deriva en un mar de historias
de dicha y románticas
noches de verano.
El Refugio
Hace falta un refugio para
protegerse del vendaval
de la vida. Paloma,
peluquera del pueblo
granadino de La Zubia,
lo ha construido dentro
del cámping La Herradura,
un lote a pie de
playa encajado entre viviendas
y ocupado hasta
el último centímetro por
roulottes y tiendas de
campaña, y así lo ha
bautizado, El Refugio.
En tres años, Paloma y
su familia han convertido
una caravana, un trozo de jardíny
una plataforma aneja al remolque
en un microchalet de trabajador,
en un bonsai de campo de golf en
el que cinco personas pasan agosto
«por cien mil pesetas», comida
incluida, a dos pasos del agua. «Fíjate,
y a mí me cobran 125.000 en
un piso por quince días», compara
su prima Mari Carmen, pacense de
Valdelacalzada, dueña de una herboristería,
madre de Rodrigo y
mujer de Bartolomé, que vigila la
construcción de la autovía de la
Plata pero ahora dormita como un
Adán satisfecho después delacomida
con almejas.
No falta ninguna comodidad en
este invernadero del relax currante.
Han alicatado un muro y bajo él
instalado un lavadero y una cocina.
«Esto es muy personal, esto no
se alquila», dice orgullosa Paloma
sentada con su prima y la señora
Carmen en el porche, bajo la techumbre
verde que forman las ramas
de un moral, mientras ven en
la tele el culebrón La verdad de
Laura y de lejos suenan los ronquidos
de los que duermen la siesta.
EntrelaPuntadelaMonayel
Cerro Gordo, con los contrafuertes
de Sierra Nevada amurallando el
cielo del norte, La Herradura encierra
un microclima propicio al
brote de exóticas especies tropicales
y no menos exóticos microcosmos
humanos. También aquí, como
réplica del paraíso, la familia
de Paloma se ha construido un vergel
doméstico en un inconsciente
regreso a la era virginal en que, como
hoy, los hombres pescaban su
propia comida. Les rodean hibiscus,
potos, pitos del rey, troncos
del Brasil, colios, esparragueras,
el moral y una flor del dinero, en
lugar de honor, para que el dinero
nunca falte. Salud.