Los polizones de la Feria de Ceuta

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EDUARDO DEL CAMPO
Enviado especial
CEUTA.—A esta hora, cientos de
adolescentes y jóvenes merodean
por la Feria de Ceuta buscando un
hueco en las entrañas de hierro de
las atracciones para cruzar de polizones
el abismo del Estrecho aprovechando
que este lunes los feriantes
emprenden el regreso en
barco a la península. Durante la
semana de ferias patronales,
que hoy acaban,
los potenciales emigrantes
clandestinos han dedicado
su tiempo a analizar
la anatomía de los gigantescos
aparatos. «A
estas alturas, ya saben
dónde van a esconderse»,
dice José, dueño de
la montañarusaIsleño.
Sólo queda esperar el
momento de esconderse:
será esta próxima madrugada.
Sobre las cinco
de la mañana, si no antes,
los feriantes, la mayoría
procedentes de Andalucía,
echarán el cierre
con alivio. Pero quizás
para entonces, sin saberlo,
ya lleven ocultos a los
pasajeros en los intestinos
de sus coches de
choque, sus barcas vikinga,
su tren fantasma.
Sin embargo, la inmensa
mayoría de los
viajeros sin billete serán
descubiertos en una última
revisión por los propios
dueños de las atracciones
o por alguno del
centenar de agentes de la
policía local, la guardia civil
y la policía nacional (incluidos
los de la Unidad de Intervención,
los temidos lobos) que a las siete
de la mañana iniciarán la Operación
Feriante en busca de los hijos
de la desesperación.
Será una pesca fácil y abundante.Elaño
pasado, según cifrasde
la Delegación del Gobierno en
Ceuta, los agentes frustraron el
viaje de 333 hombres, la mayoría
jóvenes y niños. Un miembro de la
Comisión de Festejos ceutí aventura
porcentajes no científicos pero
basados en la experiencia diaria
de quien vive en la última frontera
de la Unión Europea. «El 80 por
ciento,sinomás, son marroquíes,
el 14 por ciento argelinos, y el restante
6 por ciento, negros».
Los inmigrantes se enfrentan a
hasta cinco inspecciones, contando
las que efectúa el propio feriante
y la policía antes de salir del recinto,
otra camino del puerto, otra
más delaGuardiaCivilalahora
de embarcar y una última al bajar
del ferry rápido –menos de una hora
de viaje– en los muelles de Algeciras.
Una red casi insalvable.
Pero estamos adelantando
acontecimientos. ¿Quién le va a
negar a Said, a Hassan, a Johnny,
por dar un nombre a esos buscavidas
anónimos, la ilusión desoñar
con que él va a ser uno de esos poquísimos
afortunados que lograrán
atravesar todas las redadas y
llegar a su destino en secreto?
Son las dos y media de la madrugada
en el recinto de atracciones
y miles de personas, cristianos
y musulmanes, comparten la meta
común de pasárselo bien. Un derroche
de luces, colores, tómbolas
y emociones fuertes con caída en
picado, el decorado supuesto para
ser por unas horas feliz. Pero, como
sucede en todas las ferias del
mundo, un velo de sordidez y tristeza
empaña el ambiente. Detrás
de los puestos de tiro al blanco hay
hombres entre las piedras de la escollera
meando hacia el agua sucia
del mar y una pandilla de niños de
la calle, perrillos salvajes y sin
EL MUNDO, DOMINGO 5 DE AGOSTO DE 2001
ANDALUCIA
INMIGRACION / EL AÑO PASADO LAS FUERZAS DE SEGURIDAD DETUVIERON A 333 VARONES OCULTOS EN LOS ‘CACHARRITOS’
Los polizones de la
Feria de Ceuta
Cientos de jóvenes magrebíes aguardan la oportunidad de esconderse esta
noche en las entrañas de las atracciones que vuelven mañanaalapenínsula
Dos adolescentes deambulan entre los ‘cacharritos’ del recinto ferial de Ceuta, esta semana. / FOTOS. EDUARDO DEL CAMPO
dueño, que se pelean a golpes por
una limosna y salen corriendo
cuando se acerca la policía por
enésima vez. Es en esa trastienda
oscura y dolorosa de la fiesta donde
se juega al ratón y al gato en
versión humana.
Dentro de las taquillas, convertidas
en refugios de guerra frente a
«los grupos de niñatos» ceutíes
que siembran de rato en rato el
desconcierto, los dueños de los cacharritos
van contando las horas
que les faltan para volverse al norte
del Estrecho. Como José y Cinti,
la pareja propietaria de la montañarusaIsleño,ambosde26años
y
de Huelva. Esta es la segunda vez
Pasajero sin billete en los bajos del tráiler
Entre los feriantes y
policías se cuentan
de año enaño, como
anécdotas tristes,
los casos de los
polizones más inverosímiles.
«Al hombre
de la tómbola
de ahí se le escondió
un hombre en el
motor. Otro se agarró
al eje de las ruedas.
Cuando puso
el camión en marcha,
salieron corriendo».
José, que tiene
empleados a dos
trabajadores de países
del Este, enseña el
sitio donde se le escondieron
los prófugos hace
un año. Descorre el
pestillo y abre una portezuela
metálica. El
hueco minúsculo de las
herramientas da paso,
por arriba, a una especie
de túnel metálico
que recorre todo el largo
del remolque. Allí
hay sitio para muchos
niños apiñados. Parece
José, dueño de la montaña rusa Isleño, examina uno de sus remolques.
un nicho.
Parapetada tras su
ventanilla, la dueña del
látigo Kyni, de Sevilla,
que lleva con éste 30
años viniendo a Ceuta,
tiene a esta hora de la
madrugada pocas ganas
de hablar. Se queja
de que «los periódicos»
han difundido la idea
de que son los mismos
feriantes los que hacen
negocio con los polizo-
nes. Lo cual, visto lo
visto, no parece que
sea el caso de la mayoría.
Luego se anima.
«En los últimos tres
años la feria ha ido a
peor. Tenemos que dormir
con un ojo abierto.
Hay menos gente. Los
pequeñajos [los niños
de la calle marroquíes]
son los peores, roban y
no puedes hacer nada
porque son menores.
¿Ves que no hay
música en la pista?
Es que anoche nos
robaron los altavoces».
Mari Carmen,
en la taquilla del
Dragón, se une a la
queja colectiva de
los feriantes. «Estamos
deseando irnos.
Al mono del
tren fantasma le
tienen frito. No hacen
más que tirarle
piedras». Enlataquilla
de esa atracción
de terror, una
solitaria mujer
vende pasajes tras un
cristal agujereado por
una pedrada.
Enfrente, el hermanoylacuñada
de Mari
Carmen, también de
Sevilla, esperan gente
para poner en marcha
el Discovery. «Los inmigrantes
que quieren
esconderse en los camiones
nos ponen en
un compromiso», dicen
con gesto preocupado.
que vienen a Ceuta y se están pensando
mucho si habrá una tercera.
Porque a la tensión de evitar que
se les cuelen los aliens se unen los
incidentes constantes con los gamberros
[las quejas apuntan a los
adolescentes de los barrios populares
musulmanes de la ciudad, como
el del Príncipe] que intentan
montarse de balde y les sacan la
navaja por una simple mirada.
Una historia y otra (inmigración
y delincuencia)
tienen poco que ver
entre sí, pero al final
acaban confundidas en
una sola injustamente.
José se desahoga hablando
dentro de la taquilla,
mientras Cinti
despacha los boletos a
través de una minúscula
abertura por donde le
han llegado a tirar «colillas
encendidas de porros».
«El día del desmonte,
esto está lleno de
ilegales por la mañana»,
dice el marido.
«El año pasado fui a
abrir el cajón del remolque
donde guardo las
herramientas y se me
cayeron de allí tres niños,
con una bolsa con
naranjas, zumos y agua.
Pero es que al rato fui y
había cuatro.Yenelcamino
de aquí al puerto,
en marcha, se escondieron
otros cuatro o cinco.
En el puerto llega el calvario,
porque hay que
esperar un día tirado hasta
que te toca embarcar.
Así que cuando subimos
al barco, le digo a la Guardia Civil:
mire, yo de lo que haya ahí adentro
ya no me hago responsable».
José tiene que vigilar cuatro remolques,
por cuyo transporte ha
pagado más de 800.000 pesetas.
Otros empresarios llevan cinco
vehículos, dos, tres, uno. En la
Asamblea Autonómica de Ceuta no
han calculado cuántas caravanas,
camiones y remolques hay en la feria,
pero teniendo en cuenta que las
licencias a feriantes suman exactamente
199, la cifra supera sin duda
el medio millar. O sea, más dequinientos
escondrijos volantes.
Mohamed, de 14 años, es uno de
esos 300 niños de la calle que se
buscan la vida por Ceuta. Son las
cuatro de la mañana y, junto al
agua sucia de la escollera, el chaval
marroquí, con ocho hermanos,
enseña junto a varios camaradas
las quemaduras de cigarro que le
han hecho sus rivales en el centro
de menores de San Antonio. «Sí,
yo querer ir a España, a Barcelona»,
recita envejecido cuando le
pregunto si intentará colarse en
algún camión. Pero, aturdido por
la violencia de sobrevivir en la calle,
al poco rato se contradice.
«No, yo quedarme en Ceuta».
Un crío canijo y renqueante como
él en huida perpetua sería el
polizón que culminó con éxito su
aventura a bordo de uno de los remolques
de la montaña rusa de
José. «Cuando llegamos a Almuñécar
(Granada), abrimos y encontramos
orines, cajas de zumo y
cáscaras de naranjas entre dos altavoces.
Se tuvo que meter durante
la travesía en barco, cambiándose
desde otro camión para no
ser visto, porque antes de montarnos
no estaba allí.Esesí lo logró».