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ABRIR 2ª PARTE - III. (INICIO)

Sería legítimo objetar que esta ‘conversión’ al aristotelismo presenta
una apariencia demasiado brusca. Sin ánimo de ironizar sobre lo súbitas
que con frecuencia suelen ser las conversiones, lo cierto es que algo así
debió de haber ocurrido. La prueba es que cuando cuarenta años más tarde
Núñez publica su De recta atque titile ratione conficiendi curricuui
philosophiae, sostiene en esta obra con respecto al método las mismas tesis
que ya habia enunciado en sus Institutiones Physicae, sancionando así la
interpretación de que ésta era su doctrina definitiva en relación al método,
una vez superadas las primeras veleidades ramistas.
Partiendo, pues, de la hipótesis expuesta —el dístanciamíento del
ramismo en los Institutionum Physicarum libri IV— procede que
examinemos con algo más de detalle los planteamientos metodológicos que
alberga este opúsculo. Tres son los ejes principales en tomo a los que el
autor hace girar su exposición introductoria, que ha sido dedicada de forma
monográfica a la cuestión del método: el primero de ellos consiste en una
reflexión semántica sobre la propia denominación del concepto; el
segundo es la argumentación a favor de la existencia de un doble método; el
tercero, y último, la explicación del método por el que se ha ordenado la
doctrina aristotélica sobre filosofía natural a la que se consagra el
opúsculo 84.
Da comienzo Núñez a su proemio con la advertencia de que es su
propósito, antes de entrar en el desarrollo propiamente doctrinal sobre la
física aristotélica, explicar los criterios metodólogicos que ha seguido en la
ordenación de los contenidos que componen dicha disciplina. Hemos
señalado, en más de una ocasión, que el ordenar conforme a un método los
preceptos de una determinada doctrina era una preocupación que muchos
humanistas compartían. Exponer las pautas por las que se ha efectuado esa
ordenación en una obra dada, es decir, explicar los criterios metodológicos
seguidos en la elaboración específica de un ars, no dejaba de ser, por el
contrario, un proceder hasta cierto punto bastante original, para el que
Núñez se habría inspirado, según declara a sus lectores, en el ejemplo del
propio Aristóteles:
84 Estos apartados en que se divide el prólogo ocupan los folios *3*Sv, *SvAl y
Al -A4, respectivamente.
351

Queniadrnodum Aristoteles 1 libro De partibus animaliuni explicat 0V rp6nov
TflS kcOó~ou ornnium lihroruni de anirnalibus, sic ego faciendun> ¡nihi putaví ante
operis hujus expflcationen ~>.
Pero cuando Núñez denontna con el nombre de natBcÉa a este b Tp6TYoS
iijs p ceáaou, la originalidad comienza a rayar en audacia, hasta el punto de
que tal denominación parece haber despertado los recelos de más de un
piadoso aristotélico, que desconfiaban de que el término nat8cCa apareciera
en los textos del Estagirita y lo juzgaban una invención del propio Núñez.
Lo cierto es que la utilización de paideia como sinónimo de methodus
era un hecho bastante insólito, o por lo menos lo suficientemente
sorprendente como para que Núñez se viera obligado a justificarse
5~. No
parece, desde luego, que pueda advertirse entre sus contemporáneos un
empleo similar —yo al menos no lo he encontrado—, y así es como el autor se
limita a sustentar su argumentación exclusivamente sobre los propios
textos del filósofo griego.
Núñez, como buen helenista, era consciente de que el témino paidela no
era utilizado por los griegos en una única acepción. De ahí que, antes de
desembocar en el significado que él propone, se viera forzado a dar un
rodeo previo por otros significados de los que se habría dotado a este
término y que él sintentiza fundamentalmente en tres. El primero es
utilizado por Platón, cuando en Las Leyes llama paideia a la armonia de]
espíritu por la que los jóvenes saben utilizar con rectitud sus pasiones87; el
segundo, lo recoge Aristóteles al denominar paideja a la instrucción en las
artes liberales88; el tercero, utilizado también —~según nuestro humanista—
por el Estagirita, seria la paideia entendida como procedimiento para tratar
~ Inst. Phys., fol. *3 A este mismo pasaje de Aristóteles remite P. Simón Abril:
«Si en alguna sciencia pues ay necessidad de guardar aquel precepto, que Aristoteles
pone en el principio del libro que trata de las partes de los animales, donde manda,
que en el principio de cualquier libro se proponga la manera del proceder, que el
llama 0V TpÓMOV TflS
1tEeóaou (...) mayormente es en la logica» (Logica, fol. 10).
~ W. Ong recoge denominaciones muy diversas que eran utilizadas en la época
para referirse al concepto de método, entre las que, en ningún momento, aparece la de
paideia: «It (methodus) engages conciousness obliquely, as an appendage to otber
terms such as ars, clavis, niedius (middie term), empereia (experience, sometimes
weakly nuanced toward positively controlled experimentation), scien tía, doctrina, vía
compendiaría, cornpendium, or the word methodus itself» (op. cít., pág. 225).
87 Cf. Leyes, 11, 653b1 ss: «Hat&tav 6i1 X¿yw 11V 1TapaytyVo~EVT~V IIQÚJTOV 1TGLtU1V
ápErflv h6ovi~ 8i~ cal wt>Sa wY Xón~ KUL iñoes &v ópeóTh ¿y 4>uxcíís ty>4yvovíat (...W.
88 Cf. Política, VIII, 17.
352

cualquier arteS~. Este último significado es el que Núñez retoma y cuyo
empleo, como sinónimo de método, pretende justificar ante sus lectores 9t~.
El pasaje sobre el que Núñez basa esta interpretación de paMela como
método está tomado del libro primero de Sobre las partes de los animales,
donde Aristóteles afirma: KGÉt n~px ijlv TOI) TpOTrOlJ ífl& iic6¿Sou TooaUe’
PIJV éip~jo6ío91. La finalidad que a lo largo de este libro el Estagirita asigna
a la paideia es, en opinión de nuestro autor, la de reunir bajo la forma de
un ars lo que estaba disperso, en un orden que descienda de lo general a lo
específico92; con ello Aristóteles está describiendo exactamente las mismas
funciones que corresponden al método, por lo que este concepto puede ser
perfectamente denominado por el término propuesto. De aquí que
merezcan ser censurados todos esos aristotélicos que han afirmado que el
nombre de paidela es inventado y que no se lee en Aristóteles, lo que
tampoco es de extrañar, a juicio del autor, dado que muchos de ellos
desconocen la lengua griega’>3. Lo cierto es que —podemos añadir nosotros—
el empleo de paideja entendido como sinónimo de método implica una
transposición cuando menos atrevida y no suficientemente justificada.
La otra cuestión teórica que se aborda desde esta introducción
concierne a la pregunta de si existen uno o más métodos, es decir, si el
método es único o es divisible en especies. La respuesta es tajante en el
sentido de considerar una doble paidela. Una es la padela generalis, que se
corresponde con la parte analítica de la lógica y no añade a los preceptos
8’) «Terna hulus nomínis sígnífícatio in Aristotele frequentissima est, quae
dicitur ratio en vía nractandae cuiusque amis» (¡nst. Phys., fol. *3v).
9 El empleo de la palabra griega paideis viene impuesto, a su juicio, por la
inexistencia de un equivalente latino, de manera que e! propio Cicerón, «suae Iinguae
ornandae et augendae studiosissimus» (ibídem, fol. •4) se habría visto forzado,
contra su costumbre, a mantener el término griego.
91 De partíbus anima¡íum, 1, 5, 646a 1-2. De este primer libro, casi un ‘discurso
del método’, se ha llegado a negar en algún momento su pertenencia al tratado De las
partes..., aunque hoy esta pertenencia parece plenamente demostrada (cf. A. Díaz
Tejera, “Aristóteles”, en 1. A. López Férez, ed., Historía de la Literatura griega,
Madrid, 1988, pág. 714).
92 ~ un a generalioribus ad specialiora descendens, quae dispersa eL dissipata
erann in amis formam includat» (Inst. Phys., fol. *4v).
‘>~ «Quamobremn reprehendendí sunt Arisnone¡ei, qui paediae numen f¡ctum esse
neque in Aristonele ¡egí pronuntiamunr. Nisí ea in Aristotele legí negenn, quae aun
aliner quam par esn, ant cerne ab innerpreni bus non innelliguntur. Sed hoc mirandum
non esn, cum disputado de proprienane Graecí nomínis sin suscepta ab íis hominihus,
quomuin plerique omnes Graece nesciunt»

del método los propios de las distintas artes; sino que es juez y árbitro de
todas ellas. Otra, por el contrario, es la paideia specialis, que pone en
relación los preceptos del método con los preceptos de cada ars y que es la
paMela propia de cada una de las artes 94.
Tal división se encuentra según Núñez en Aristóteles. El autor
fundamenta su aserto en varios textos del Estagirita, de los que hay que
reseñar que no se límita a ofrecer la versión latina, sino que transcribe,
además, el propio texto griego95. Con el primero de estos pasajes —extraído
de nuevo del Sobre las partes de los animales— se pretende reforzar la
interpretación del carácter doble del método; en él —opina Núñez—,
Aristóteles establece dos tipos de peritos en la paiclela y, por tanto,
distingue también dos clases de ésta (que se corresponden con las que
previamente hemos mencionado):
Talen ením quendam omnino perirurn paedíae punamos esse, gui possin quod
dícnum est prestare, praenerguam quod unum facímus rerum omnium íudicen,
qul síngularis esn en unus, alnerum cern generis arbinrum; alius síquidein esn
qualís prion qul in una tannum parte versatur
~ «Porro paedía temía signíficatione duplex esn: una generalis, altera specialis.
Generalis esn quse non adiungit praeceptís menhodí propris.m aliquam arnem, quale
esn hoc praecepnum: in arnibus tradendís a generalioribus ad specialiora
progrediendum est Huic ami subiecta sunt omnía praecepta Analytica eL menhodí.
Paedia specíalis esn quae praecepta menhodí coniungit cuin cerna ame» (ibídem, fol.
*5v)
‘>~ Aunque era habitual en Núñez el precisar de manera muy concreta el lugar del
que extraía una determinada cita de Aristóteles, se trata ésta de la única obra suya
en la que todas las referencias vienen refrendadas por la reproducción del propio
pasaje, que el autor completa con su traducción al latín. Incorporamos en nota la
transcripción de los pasajes en griego, manteniendo las lecturas de la edición de
Núñez.
96 ~ yap ¿fl TtI}a Kat 70V OKWS 1¡EITULS(tJpEVOV OtOp(6’ E¡V«t KaL nEiiatSEuoeat
TU SónioOat votéiv 1-o cLp-i~¿vov. i¡X~v TOUTOV j~ttv nEpt TIQVT&dV ¿s cilIciv Ttyfl KpLTLKOV
VO~1t~O¡lCV (142 1-0V 0pLO~t0V ~vTa, 1-0V S~ i¡cp\ TtVOS ‘póocws dwwptoptvqs. Efl j’dp IICf)L 110V VCIWtS(VMEI’0S-- (Insn. Phys., fol.
*7v: cf. Enhíca Nicomachea, 1, 3, 109Mb 27-1095a 2). Ambos pasajes, añade el autor,
han sido con frecuencia mal interpretados y peor traducidos: es el caso de Teodoro en
relación al primero de ellos, y de Perionio en lo que respecta al segundo
354

Esta misma distinción que Aristóteles establece aquí la dejó recogida en
otro pasaje de su Política, aunque referida en este caso al ejemplo concreto
de la medicina:
Medicus enim est en faber, et archítectus, en tertius quí paedíam tenet amis.
Sunt enim taus quídam perití in o¡nní ame, gui bus tam concedimus iudicare de
uní bus, guam iis gui scienniam tenent
Basándose en tales testimonios el autor se decanta por una división del
método —oponiéndose por consiguiente a la unicidad del mismo—, que
encuentra justificada en atención al carácter general del primero de ellos
(la paedia generalis), frente al carácter específico de atención a cada ars
que presenta el segundo (la paedia specialis).
Hay que reconocer que la elección de los dos pasajes es especialmente
acertada, y curiosamente a ambos remite también W. Jaeger a propósito de
Aristóteles y la paMela ~. El problema consiste en dilucidar si el sentido
que Aristóteles concede a la distinción que en ellos establece se
corresponde con la interpretación que hace Núñez; y la respuesta, en mi
opinión, es claramente negativa. Simplificando en extremo diremos que en
pasaje del Sobre las partes de los animales Aristóteles distingue dos
actitudes ante las ciencias: unos poseen el conocimiento de ellas que
llamaríamos científico; otros, sólo una suerte de cultura (paideia). Dentro
de este segundo ámbito, a su vez, el hombre que es culto en general posee
la capacidad de discernir acertadamente sobre todo, pero otros sólo poseen
esa capacidad en relación a una determinada ciencia. En el pasaje de la
Política, por su parte, El Estagirita establece incluso una tercera forma del
saber, al distinguir entre saber científico, cultura y saber práctico, sin
olvidarse de señalar que tal distinción existía en todas las especialidades de
la ciencia. En ambos ejemplos la argumentación va dirigida a demostrar
que, si bien el conocimiento de la verdad lo posee sólo el investigador
científico, la capacidad de discernimiento puede tenerla también el
hombre meramente culto:
97 «iawpés 8’ ¿TE S~~toupybs KQ\ ¿ &PXLTEKTOV1KOS K8EV IjTTOV TOLS ITCITULSEUVEVOLS fl T0~S ELSOOL» (InsL Phys., fols. *6v y *7:
cf. Aristóteles, PoL, III, 11, 1 282a 3-7).
‘»~ Cf. W. Jaeger, Paideia, Madrid, l981~, págs. 795 y 796.
355

La aparición de esta esfera intermedia —señala Jaeger
9— entre la ciencia
profesional pura y el campo del profano absoluto es un fenómeno característico
de la historia de la cultura griega del periodo postsofístico. Aristóteles la da ya
por supuesta como algo evidente por sí mismo.
Como señalábamos antes, el problema es que la identificación entre la
paideia entendida por Aristóteles como ‘cultura’, y la paideia entendida por
Núñez como ‘método’ resulta difícil de admitir y no encontramos
argumentos que la sostengan. Sin embargo, curiosamente Núñez no sólo no
tiene reparos en hacer esa transposición, sino que a continuación procede
también a asimilar la distinción paidela generalis paideja specialis con la
división ramista del método en methodus doctrinae methodus prudenriae,
lo que le da pie para reprocharle a Ramos —con bastante acritud, dicho sea
de paso— el que, mutatis mutandis, se hubiera arrogado una paternidad que
le corresponde a Aristóteles:
Reprehendendus guoque 1’. Ramus, gui se primum aunorem menhodí doctrínae
en prudentiae professus est, cum Arístoteles huius sentenníae primus aunor en
inventor fuerín: sed Ramus un credo, namguam callidus fur, mutatis nominibus,
ceu signis munatís, culpam se huius criminis vinanurum fuisse exisnímavit lOO~
Si en el Libellus se habían mantenido discrepancias con Ramos, estas
afectaban, por lo general, a cuestiones de escasa entidad, y se producían en
el marco de la adhesión a las principales tesis del ramismo; por otra parte,
el autor se limitaba allí simplemente a señalar tales disensiones y a
argumentar las tesis propias, pero haciéndolo siempre dentro de un tono
propio del debate intelectual. En esta obra, por el contrario, la crítica se
ejerce de manera más directa y el lenguaje ha subido ostensiblemente de
tono (“callidus fur”, “culpa criminis”), como si hubiera la intención
expresa de subrayar un distanciamiento antes inexistente.

No sólo encontramos en Aristóteles —continúa su disertación nuestro
humanista— afirmaciones en la dirección de diferenciar una doble paideia,
sino que también identificó claramente la primera de ellas con la parte
analítica de la lógica. Así se desprende, por ejemplo, del pasaje ya citado del
De las partes de los animales, en el que se afirma:
Eius gui ha ben paedian munus est secundum moduuui posse iudicare solerter
quid recte, aun quid non recte explican is gui dicít ~.
Y lo mismo ocurre en aquel otro de la Ética a Fudemo, en el que
Aristóteles habría revelado en qué consistía la paideia mediante la
definición de su antónimo o á’nadScuoÉa:
Ignoranio paediae esn non posse iudicare in guague re, quae rationes propriae,
quae alienae afferannur I()2•
Luego si la ignorancia de la paideia conduce a la imposibilidad de
discernir la validez de las demostraciones, su posesión, concluye Núñez,
nos proporcionará dicha facultad, y esto es lo que hace el método analítico.
En resumen, el método, al que Núñez denomina aquí paidela, es un
procedimiento que se identifica con el aristotélico método analítico; dicha
paMela tiene un carácter doble, según se la considere en sí misma (paedia
generalis) o en relación con cada una de las artes (paedia specialis). De
todo ello no cabe sino concluir, en consecuencia, la incompatibilidad de tal
sistema con el método ramista, el cual excluía el método de demostración
aristotélico para basarse en la definición, la división y los ejemplos.
Por otra parte, Núñez abandona de manera definitiva la división en
merhodus doctrinae y methodus prudentiae, de la que jamás volverá a
hacer mención; como tampoco volverá a utilizar más la prolija
argumentación con la que en el Libellus había defendido la bondad de tal
distinción.
101 ~ (Insn. Phys., fols. *5 y *5v: cf. De partí bus animalium, 1,
1, 639a 4-6).
102 «ÉiIJOI¿EUOLa yap ¿01-1 i¡Ept EKaOTOV 11~OY~ npdyixaros K&t 1-01>5 áXXo~píous» (¡nst. Phys., fol. *8: cf. Enhíca
Ludemia, 1,6, 1217a 7-9).
357

D. La adopción definitiva del método aristotélico
Cabía mantener ciertas dudas razonables de si esta aproximación al
aristotelismo de la obra anterior en la cuestión del método iba a ser ya
definitiva, o si, por el contrario, tendría un carácter tan transitorio como
lo había tenido la correspondiente al ramismo. Habrá que esperar muchos
años para obtener una respuesta, es decir, para que se nos proporcione
algún dato que nos permita suscribir una u otra afirmación. Hasta 1594, en
efecto, y tras un largo silencio editorial en cuanto a publicaciones de
contenido filosófico, no volverá el autor a pronunciarse sobre el método ni
sobre ningún otro tema propio de la lógica’
03. La publicación en esa fecha
de su De recta atque titile ratione vendrá a despejar las incognitas y a
refrendar tanto la pervivencia de un profundo aristotelismo como la
ausencia más absoluta de cualquier reminiscencia ramista.
En cuanto al tema del método, que es el que aquí nos ocupa, se trata
desde las páginas de esta obra en dos ocasiones; la primera, cuando al
profesor de filosofía se le exige —siguiendo la distinción hecha por
Aristóteles en su Política 104 que, además de la scientia y de la exercitatio,
posea también la paicleia; la segunda, cuando se incluye el capítulo de]
método entre las enseñanzas teóricas que debe comprender el Programa de
la asignatura de lógica’~~5.
En el primer caso, la argumentación repite punto por punto, aunque
extremadamente condensadas, las tesis de las Institutiones Physicae, es
decir, se mantiene la existencia de una doble paicteia (a la que por cierto
sigue llamándose con este nombre), una general y otra específica, y se
mantienen también para ambas las mismas atribuciones que en aquella
obra se les había asignado. Una y otra pakleia debe poseerlas por igual e]
buen profesor de filosofía:
Paediae iginur duas species facít Arisnoteles libro ¡ De partibus animalium,
unani generalem, alteram specialem: generalis nomine accípiunn príscí
Peripatetici Logicam atque eius methodos in cominune; specialis vero eanden
103 Presumiblemente, como ya se ha indicado, el manuscrito De dialectica
pertenezca al período que media entre la publicación de las Insn. Physicae y la del De
recta ratione, pero recordemos que en esta obra no se hace mención alguna al tema del
método.
104 Cf. PoL, III, 11, 1282a 3-7.
105 Cf. De recta ratione, fols. 20-20v y 36-39v, respectivamente.
358

logicam cum alicui ami ata reí suhiecnae proprie ea accommodanur (...) Quare
non solum opomten docnorem Philosophíae nosse Logicam in universum, anque
singulas eius methodos, verunl etiam gua ratione síngulae cuique argumento
accommodandae 106
En cuanto al segundo punto de vista, el método como un contenido del
programa teórico, la exposición se desarrolla en los siguientes términos.
Recordemos que en esta obra no quedaba el más mínimo rastro de la
división ramista de la lógica en inventio y clispositio y la única mención
que se hace de ella es para refutarla en unas breves líneas. La lógica se
divide ahora en parte introductoria, parte Analítica y parte Tópica, y sólo
cuando el profesor de filosofía haya cumplido en su totalidad la explicación
de estas tres partes, podrá dedicarle algún tiempo a las cuestiones
metodológicas:
At enim curn cetera gui possinn in inregrum restituí docueris, guid de
nienhodis afferes, guae dísputatio videtur in Logicis praetermissa et a niulnís
magno studio desideratur 107•
Esta declaración, aparentemente inocua, encierra sin embargo varias
cuestiones de interés. Primera, que el método queda desalojado del lugar de
honor que ocupaba en la dialéctica de Ramos y también en el Libellus de
Núñez, como pieza esencial y corolario de toda la doctrina lógica, para
pasar a merecer la consideración casi de anexo o apéndice de la misma.
Segunda, que aunque a algunos les pueda parecer que la discusión del
método está in Logicis praetermissa, en absoluto es así, como nuestro autor
puntualiza de inmediato:
Enením sí methodus (...) est habitus cum ranione reí sibi subíectae, ma tío
autem omnis aut detinitio est aur demonstratio (...) Praeter has autem methodos
nulla alía Peripatenicís nota, nisí Topica, de iisgue omnibus in Logicís
Arísnotelis copiose dispunanur, omnes certe menhodí in iis explicannur ~
En definitiva, se viene a decir, Aristóteles no sólo disertó sobre el
método, sino que además es el autor de cuántos métodos reconoce un
filósofo peripatético. Desde esta perspectiva, en la más pura ortodoxia
106 ibídem, fols. 20 y 20v.
107 Ibídem, fols. 36 y 36v.
~ Ibidem, fols. 36v-37.
359

aristotélica, quedan por tanto implícitamente desautorizados todos los que
se arrogan la paternidad sobre el método —léase Pedro Ramos—, pues todas
sus presuntas innovaciones sobre esta cuestión en realidad se encuentran
ya en la obra de] Estagirita.
Tras estas afirmaciones, Núñez se adelanta a lo que presume que es la
principa] objeción que se le puede hacer: muchos dudarán de que a partir
de la lógica de Aristóteles se pueda organizar, en un orden congruente, la
variedad de cosas que se enseña en cada una de las artes, lo que constituye
precisamente la función que por entonces se le asignaba al método. Pero
esa posible duda queda inmediatamente despejada, ya que, en opinión de
Núñez, es posible hacerlo a través de las enseñanzas del libro primero de
los Segundos Analíticos.
Tampoco se le oculta otra posible objeción, como seria la de la supuesta
ausencia en el Gr-ganan de los tres métodos galénicos; compositivo,
resolutivo y divisivo. La objeción se resuelve, simplemente, por la
reducción de cada uno de ellos a uno de los métodos del Estagírita: así, el
método de composición es el mismo que el de la demostración
109; el de
análisis, o resolución, no es otra cosa que la paideia, que es enseñada por
toda la lógica; en cuanto al método de división, no es en absoluto necesario
para reforzar la memoria como pretendió Galeno:
Nam sí quis ex praeceptis analytícis probe norít, quae in quague ame
adhibenda et gua semie, ita ut inte¡ligat un alía ex alis per causas ducantu~
lirmius memoria reninebit totam artem, guam sí per divisiones continuatas, in
quibus nulla species causarum saepe numero apparen, eandem ten uemín ~
Es más, añade Núñez, a partir sólo de las definiciones que se sacan de
cada demostración, y que se diferencian de ella por la mera colocación, se
retendrán en la memoria más cosas y con mayor utilidad que mediante
aquellas cadenas de divisiones que propone el método galénico; lo mismo es
aplicable, naturalmente, al método platónico de enseñar las artes a través
de definiciones y divisiones continuadas. Si recordamos la descripción que
se ha hecho del método ramista, no queda otro remedio que concluir que,
~»9 «Ex símplíciomibus namque ad ea guae niagis composita sunn, atgue ex
genema¡ioribus ad specialioma ut demonstrativa progreditur, un nihil aliud plane sin»
(ibídem, fol. 38).
~ ¡bidem, fol. 38v.
360

aunque no se haga mención de él, la alusión a las divisionum catenae es lo
suficientemente clara como para que quede de forma implicita
descalificado’ 11
En resumen, «Omnes methodi perfecte disci possunt ex Logica
Aristotelis»’’
2: todos los métodos se reducen a los que estableció Aristóteles
y todos los métodos, por tanto, pueden perfectamente ser aprendidos
mediante su Lógica. El proceso de aristotelización de la doctrina
metodológica de Núñez queda así plenamente confirmado. Se habría
iniciado éste en el propio Libellus, con el intento de armonizar la doctrina
de Ramos con la del Estagirita; habría sufrido un avance espectacular en
las Institutiones Physicae, con el abandono del ramismo en la cuestión del
método y las tentativas de una formulación propia; y habría llegado a su
culminación mediante la justificación teórica, en impecable línea
peripatética, en las páginas del De recta ratione.
E. Sobre el Brocense y Núñez en torno al método
A la vista de toda la exposición anterior, se comprenderá que no nos
resulta fácil compartir el punto de vista de L. Merino cuando, en su
espléndido trabajo sobre el Brocense, sostiene que fue este humanista «el
único cuya retórica, primero, y dialéctica después, ha acogido el
tratamiento de la doble methodus ramista como segunda parte de la
dispositio>i 13• Creo que el interés de la cuestión que suscita, merece que
nos detengamos brevemente en este punto.
La comparación entre el método único ramista y una cadena de firmes
eslabones la había realizado el propio Pedro Ramos: «Haec artificiosa metliodus instar
est aureae cuiusdani longioris catenae, gualem fingit Horneras: cujas annuil sint fil
gradus, gui sic ínter se ex allis dependeant omnesque tam affabre ínter se copulad,
ut nihul nioverí possin, quin series rerum continuatiogue tota dlssolvanur»
(Praelectíones, 1556, págs. 249-250). A este respecto, comenta Bruyére: «U image de
la chame d’ or tirée de IT ¡hade, VIII, prend un sens élargi au rang de 1’ ordre entier
de 1 universe. C’ est de Jupiter que provient cette chame d’ or qui régit les relations
de tout le monde. Cellen méthodique (vínculurn methodicum) est une chame dont les
anneaux relient entre eux par la méthode les genres, les espéces, les différences, les
propriétés» (op. ch., pág. 188).
112 De recta ranione, fol. 39.
~ Op. ch., pág. 161. Más adelante, en una afirmación similar, se cita incluso el
nombre de Núñez: «Por tanto, entre los rhetores humanistas hoy considerados
ramistas, como Núñez, Furió y García Matamoros, el Brocense parece ser el único que
se ha inspirado directamente en la dialéctica de Pierre de la Ramée para elaborar un
361

Para encontrar en el profesor salmantino el término methodus y las
primeras reflexiones sobre el mismo, debemos remontarnos a la primera
edición de su Arsijicenál ~ en 1556; sobre este extremo afirma el propio
Merino
En cualquier caso, la edinio princeps de la Rhenorica del Brocense pone de
manifiesto que el humanista extremeño, antes que ningún otro rhetor hispano
del siglo XVI no sólo conocía el término methodus sino que además compartía
los presupuestos de quienes aspiraban a mejorar la enseñanza elaborando ames
rigurosamente organizadas de acuerdo con la mentalidad de los alumnos~’>,
Afirmaciones todas sin duda en extremo correctas, si exceptuamos la
mención, que no podemos suscribir, a lo pionero de esta postura. Eso sin
tener en cuenta que —como también confirma Merino— salvo la utilización
del propio vocablo methodus, poco más hay de ramismo en estas primeras
formulaciones metodológicas del Brocense. Frente a ello, dos años antes
Núñez había publicado ya su Libellus de constitutione artis dialecticae, en
el que no sólo incardinaba la doctrina sobre el método en el lugar que
Ramos le había asignado —la dialéctica y no la retórica—, sino que además
recogía y comentaba una parte sustancial de la doctrina ramista al
respecto’ 16
Parece, pues, que si fuera necesario atribuir a alguien el mérito de
haber sido pionero en la introducción en nuestro país de las ideas
metodológicas del ramismo, ese mérito deberíamos hacerlo recaer en
justicia sobre el humanista valenciano, por mucho que posteriormente su
evolución doctrinal se orientara hacia otros rumbos.
En cuanto al hecho de que en sus Institutiones rhetoricae Núñez
hubiese silenciado la methodus doctrinae, reduciendo su exposición
exclusivamente a la methodus prudentiae 117, tiene a mi entender fácil
capítulo sobre la methodus en su disposinio primero retórica (Ars dicendí) y luego
dialéctica (Organum)» (op. cít, pág. 165).
114 De arte dicendí liber unus, Salamanca, 1556.
115 Op. cit, pág. 138.
Es posible que ese carácter de avanzadilla no se restrinja sólo al ámbito de
nuestro país y cabria preguntarse en qué otro lugar fuera de Francia encontramos una
obra de tan clara ascendencia ramista en fecha tan temprana. En relación a este
asunto, vid. supra, pags. 298 y ss.
127 En ésto, principalmente se basa el reproche que le hace Merino: «Con estos
presupuestos no es extraño que su tratamiento sea totalmente ajeno a la problemática
362

justificación. Si más de veinte años atrás él mismo había defendido, en su
calidad de ramista, el tratamiento dialéctico —y no retórico— que debía
recibir la doctrina del método (lo que permitía otorgar a éste un carácter
universal, entendiéndolo como un criterio de ordenación de los
argumentos que era aplicable a todas las artes), es evidente que la propia
coherencia intelectual le impedía incluir ahora aquella doctrina como una
parte más de la retórica. Nada estorbaba, sin embargo, el que, incluso desde
una postura impecablemente ramista, la methodus prudentiae apareciera
tratada en un ars retórica, dado que la vacilación en la que en un principio
se debatió Ramos sobre la consideración dialéctica o no de este método, a
estas alturas ya había sido plenamente resuelta mediante su definitiva
exclusión de la dialéctica y su traspaso a la retórica
1 18 No parece que haya
sido la fidelidad al ramismo la motivación de Núñez; pero, aunque hubiera
modificado el sesgo de sus ideas metodológicas, se mantuvo en cambio fiel
al principio de que e] método era una cuestión dialéctica y no retórica. De
ahí que cuando vuelva a tratar sobre esta cuestión, lo haga de nuevo desde
las páginas de una obra dedicada a la filosofía, el De recta ratione, y no
desde su ars Rhetorica.
No podemos dejar de considerar, por último, que el entusiasmo inicial
de Núñez por la retórica de Talón-Ramos se habría enfriado por estos años
de la primera edición de sus Institutiones Rhetoricae 119 probablemente en
una proporción parecida a lo que había ocurrido en la disciplina lógica; de
ello tal vez sea la prueba el acercamiento a la doctrina de Hermógenes que
tiene lugar en esta obra, y el abandono de la exercitatio como sistema
bimembre compuesto por analysis y genesis >20
suscitada por la noción de ‘método’ entre los dialécticos, humanistas o no. Tampoco
parece tener nada que ver con los problemas de la didáctica de las artes y de la
organización del pensamiento. Por el contrario, la methodus prudentiae de Núñez se
nos presenta bajo un interés exclusivamente oratorio» (op. cit, pág. 133).
¡18 Recordemos, una vez más, que el abandono por Ramos de la metliodus
prudentíae como método dialéctico ocurre en los Díalecricí ¡ibrí duo de 1566.
‘19 Las Instinutiones Rhetoricae de Núñez (que conocieron tres ediciones) vieron
por primera vez la luz en 1578, editadas en Barcelona por Pedro Malo, bajo el titulo
Instinutiones Rhetoricae ex progymnasrnaris potissimum Aphtonii angue ex
Hermogenis ame dictanae.
120 Cf. Insn. Rh. (1593), págs. 406 y ss. Sobre la evolución de Núñez en el terreno
de la retórica, cf. E. Grau, Las Retóricas de Pedro Juan Núñez, Tesis Doctoral,
Universidad de Valencia, 1994 (págs. CXIX-CXXII), y 1. F. Alcina, “Los inicios del
ramismo en España” (en prensa).
363

4. Conclusiones
Dado que a lo largo de este capítulo se ha hecho mención de diferentes
obras de Pedro Juan Núñez y de diferentes aspectos de su doctrina lógica,
con objeto de mostrar su evolución tanto en las primeras como en los
segundos, considero que tal vez el siguiente esquema pueda sernos útil
para resumir de manera más plástica los términos en que se produjo dicha
evolución:
EVOLUCIÓN DE LA DOCTRINA LÓGICA DE P. J. NUNEZ
Libellus Insn. Physicae Ms. De Dialecníca De recna ratione
(1554) (1554) U) (1594)
INSTRUMENTOS DE LA LÓGICA
Inven tío Generalia:
Disposínio In ven tío
- ludicium
Particular-la:
- Divísio
- Definitio
- Argumentatio
PARTES DE LA LÓGICA
In ven nio Ana¡ynica Elemen nana
Disposinio Topica Analytica
ORDEN EN LA ENSEÑANZA
Topica
1. Inventio 1. Analyrica
(Topica)
2. Dispositío 2. Topica
(Analynica)
METODO
Doctrinae Paedia generalis Paedía generalis
Prudenníae Paedia specia¡is Paedia specialis
364

Toda la exposición que se ha hecho a lo largo del presente capitulo
desemboca en el inevitable reconocimiento de que la adhesión de nuestro
humanista a la doctrina dialéctica de Pedro Ramos fue tan intensa como
efímera, hasta el punto incluso de que en el mismo año que veía la luz una
obra de corte tan ramista como el Libellus, otra publicación venía ya a
poner de manifiesto rotundas discrepancias en torno una cuestión de tanta
importancia en el sistema lógico del ramismo como era la del método. Ello
no obsta para que, como ya hemos afirmado, el Libellus de constirutione
artis dialecticae pueda ser considerado una obra pionera en la
introducción en nuestro país de dicha corriente.
Es posible concluir, asimismo —tal y como parecen demostrar los
manuscritos de Zaragoza—, que la adhesión a la inventio ramista fue más
perdurable de lo que lo fuera la correspondiente a la parte metodológica.
Tal pervivencia, sin embargo, no es en modo alguno representativa, pues
lo cierto es que dicha inventio ordenaba de manera más clara y adaptada a
la enseñanza la doctrina de los Topica aristotélicos, y a nada comprometía
el mantener]a. El hecho verdaderamente significativo en cuanto a la
relación de Núñez con los presupuestos del ramismo es la ruptura que llevó
a cabo en los capítulos verdaderamente conflictivos; y por tales entiendo la
consideración de cuántos y cuáles son los instrumentos y las partes de la
lógica, el orden que ha de seguirse en su enseñanza, y, por supuesto, la
doctrina acerca del método.
Respecto a esta última cuestión, Núñez evolucionó desde la primitiva
conjunción de los métodos de Ramos y de Aristóteles que había ensayado en
su Libellus, hasta el decantamiento final por el método aristotélico. El
proceso fue sorprendentemente rápido; tanto, que en las Institutiones
Physi cae de 1554 ya se había consumado prácticamente por completo. En
esta obra, en efecto, la terminología methodus doctrinae y methodus
prudentiae es sustituida por la de paideia generalis y paideia specialis,
produciéndose una inequívoca identificación de ambas con la parte
analítica de la lógica aristótelica. El De recta ratione de 1594 corraboró la
pervivencia en Núñez de este sistema metodológico.
Sin embargo, Núñez mantuvo en parte el método doctrinae de Ramos
—basado en la definición, la división y los ejemplos— aunque otorgándole
un carácter subsidiario y una finalidad exclusiva de apoyo a la
365

memorización. En cualquier caso, lo utilizó siempre bajo otros referentes
(Platón o Galeno) que disimularan cualquier vinculación con e] ramismo:
así lo hizo en el caso de la dedicatoria de las Institutiones Physicae al
médico Miguel Juan Pascual’’, o en el propio título de las Tabulae
Rhetoncae de 1587 l22~ En ]o que respecta, por último, al método pnidentiae
del ramismo, nuestro autor —como también hiciera Ramos— lo desgajó
finalmente del ámbito de la dialéctica y lo traspasó al de la retórica.
Por otra parte, si bien Núñez no vo]vió a editar ninguna otra obra
consagrada exclusivamente a la doctrina lógica, tanto el manuscrito De
dialectica como el De recta ratione permiten constatar que evolucionó
hacia un pensamiento de tinte intensamente peripatético que, saltando por
encima de la escolástica, propugnaba la vuelta a Aristóteles y a sus
comentaristas de la Antiguedad, manteniendo no obstante todas las
conquistas humanistas en otros terrenos. Esa es, al menos, la conclusión
que se extrae tras la lectura atenta de este impreso, que recordemos, por
otra parte, que es la última de cuantas publicaciones dedicó nuestro
humanista a los temas propios de la filosofía. Ni un cabo suelto deja el autor
en la ferviente apología del aristotelismo que encierra el opúsculo: todo se
enseña, todo se explica, todo se justifica, todo se argumenta por y desde
Aristóteles, en un universo peripatético que se describe tan perfecto como
autosuficiente. No es de extrañar que el propio titulo de la obra se
convierta, en sucesivas ediciones, en el de Peripateticae philosophiae
Institutio, pues este último refleja con mayor exactitud la orientación que
el autor confirió a cuantos temas quedan en esta obra expuestos.
121 «Scripsi igítur has instinutiones more Platonico (gui tuo Galeno ininio Amis
parva ad artes memoria comprehendendas valde probanur) ...» (Inst. Phys., fol *Zv}.
122 Tabulae Insninutionum Rhetoricarum. Galenas in Arte parva, Menhodus
dividendí quanno inferior est ea guae fit per Resolutioneni, dígnitate, et methodo,
tanto superiorem ¡11am comperiemus ad compendíum totius, et memoriam singu¡orum
Un juicio similar a éste lo encontramos recogido en el ms. 69 del Pons San cagan del
Archivo de la Corona de Aragón (fol. 106) bajo el curioso título de Lo consell gae
douia lo señor Nunes a un amich seu (editado por E. Grau, op. ciÉ, págs. 739 y 740).
Allí, en una curiosa mezcla de latín y catalán, se ponen en boca de Núñez las
siguientes palabras: «La constitutio es la verdadera methodo, que de laltra divisiva,
o diffinitiva y a molt inconvenients que Aristétil los tracta en lo primer de partibus
is toquen ab la ma sois servexen per lo regalo de la memoria, y exa gallofória fa quel
no lo celebre que reaíment ni és methodo, ni dona raó de res. La bona art de la
memoria és la cadena de les demostrationes, y per a ter memoria y hábit reiterar
moltes vegades corn lo vulgo diii ex frequentis actibus et caetera».
366

CAPITULO IV
PRODUCCIÓN ARISTOTELICA
En el capitulo precedente hemos asistido a la progresiva orientación
doctrinal de Pedro Juan Núñez hacia un cada vez más profundo y
convencido aristotelismo, sin que por ello llegara nunca a prescindir de
sus profundas convicciones humanistas. Pero ¿cabe hablar de un
aristotelismo especifico del Renacimiento? La pregunta no es ociosa, si
tenemos en cuenta que, si bien el platonismo de la época es considerado de
forma habitual como una corriente filosófica con identidad propia, no
ocurre otro tanto, ni mucho menos, en lo que afecta a los seguidores de]
Estagirita.
La ruptura que el Renacimiento supuso con respecto a los presupuestos
de la escolástica —contra los que se batió en casi todos los frentes— no
afectó, por curiosa paradoja, a la tradición aristotélica, y la pervivencia de
Aristóteles en la vida cultural e intelectual del Renacimiento es un hecho
reconocido por todos. Para muchos estudiosos, sin embargo, la entidad del
aristotelismo de este período no se extiende más allá de la de servir de
decorado, en una representación en la que lo único que merece ser tenido
en cuenta son los elementos de progreso que el movimiento renacentista
encarnaba; otros autores, por el contrario, defienden la existencia de un
aristotelismo específicamente renacentista, que en modo alguno supondría
la continuación ciega de su precedente medieval, sino que, bien por el
367

contrario, conoció durante los siglos XV y XVI un desarrollo interno propio
que le condujo a disfrutar de una nueva edad de oro’:
Stnucturant tout le champ des savoirs, de la logique á la poénique. de la
méíaphysique á la physique el aux sciences du vivaní, l’arisíotélisme se flí
alors vivace, multiple, flexible. II bénéficia de la critique humaniste, du retour
du grec et de l’avénemení de l’imprimé. II circula á íravers cent édiíions,
traductions, adaptations, commentaires, abrégés et floriléges, offrant un pluriel
de lectures possibles, de la plus savant á la plus sommaire, el dans tous les
contextes de pensée. Eclectique, II absorba et accompagna les avancées de la
conaissance scientifique eí sut rester indispensable á tous.
La doctrina aristotélica ofrecía a los renacentistas las ventajas de una
arquitectura de los saberes sólidamente establecida y de un completo
corpus de referencia; a ello hay que sumar, además, el que, gracias a la
propia extensión de los campos del saber que abarcaba y a la sutileza de sus
planteamientos, resultaba lo suficientemente flexible como para amoldarse
a contextos tanto intelectuales como institucionales de muy diversa índole.
Sorprende en este sentido, por ejemplo, su carácter ‘internacional’; no
menos lo hace el que en medio de los conflictos religiosos que azotaron la
época, no llegara a identificarse con confesión alguna, pues aunque hay
quienes limitan el aristotelismo post-tridentino a la religión católica, para
otros investigadores, sin embargo, la tradición aristotélica entre 1550 y
1650 fue incluso más influyente en los medios protestantes.
El corpus y el pensamiento del Estagirita se beneficiaron, a su vez, de
las nuevas conquistas que el Renacimiento llevó a término en el dominio
de la lengua griega, en el desarrollo de la crítica textual y de la filología, y
en los nuevos métodos aplicados al comentario de los textos clásicos.
Admitida esta benéfica simbiosis, que tuvo como fruto la existencia de
un aristotelismo con características propias y definidas frente a las de su
precedente medieval, no se puede tampoco dejar de reconocer la existencia
de una gran diversidad de actitudes y métodos entre quienes figuraron en
1 Tal es la tesis que defiende Ch. E. Schmitt en su Aristotle and the Renaissance
(Cambridge Mass.-Londres, 1983; utilizo la versión francesa: Arisnote en la
Renaissance, L. Giard intr. y tr., París, 1992), un libro del que me confieso deudora
en muchos puntos de esta introducción, y a cuya contraportada correspode la cita que
transcribimos a continuación, un tanto divulgativa, pero ilustradora de lo que
queremos expresar. Al mismo tema se dedica el trabajo de P. O. Kristeller La
tradizione arisnonelica nel Rinascimenro, Padua, 1962.
368

sus filas; tanta, que ha movido a Schmitt a hablar de ‘aristotelismos’ del
Renacimiento, porque, a su juicio, «le singulier ne conviendrait pas pour
décrire l’eventail des díverses hypothéses, attitudes, relations au savoir,
dépendance envers l’autorité, utilisation des sources et méthodes
d’analyse, qu’on rencontre parmi les aristotéliciens á la Renaissance» 2.
Tal pluralidad la ejemplifica Schmitt mediante la comparación entre
dos conspicuos seguidores de Aristóteles: Cremonini y Zarabella. Ambos
fueron profesores de Artes en Padua y ambos explicaban en sus lecciones
los textos del Estagirita. Pero mientras que el último insistía en la
observación del mundo como fuente de conocimiento y consideraba que la
razón —no Aristóteles— constituía el único fundamento válido del saber, el
primero, por el contrario, se consideraba tan sólo un interprete de la
verdad previamente codificada por el filósofo griego. De Zarabella se ha
dicho que pudo haber influido con sus obras en e] método científico de
Galileo; Cremonini era representante de una corriente que desembocó en
la esterilidad escolástica de siglos sucesivos: ambos figuran, sin embargo,
bajo el epígrafe de ‘aristotélicos’.
En líneas muy generales cabe distinguir, pues, en el Renacimiento,
entre un aristotelismo de cuño escolástico, heredero de la etapa anterior, y
otro humanista, permeable a los avances filológicos y metodológicos del
Renacimiento. Otra cosa es que la frontera entre uno y otro fuera en
ocasiones tan difusa, como cierta era la interacción entre ambos. Incluso
dentro del propio campo humanista, las aproximaciones al Estagirita
fueron múltiples y no pocas veces contradictorias: unos contemplaban a
Aristóteles bajo un prisma filológico (como un texto más que había que
fijar y depurar), otros bajo uno filosófico; unos lo ponían al servicio de la
teología, otros de la ciencia; unos seguían sus textos al pie de la letra, otros
tomaban sólo su espíritu; unos empleaban un ultra-ciceronianismo en sus
traducciones, otros preferían respetar la terminología escolástica.
El sentido de todo este excursus no es ajeno al objeto de nuestra
investigación, en tanto en cuanto nos permitirá comprender y definir
mejor el perfil de Pedro Juan Núñez como aristotélico. No le faltaron, es
obvio decirlo, seguidores a Aristóteles entre nuestros filósofos de] siglo
2 Ibídem, pág. 13.
369

XVI, pero la posible falta de originalidad de Núñez en este sentido queda
compensada por lo innovador, en muchos aspectos, de sus aportaciones a la
difusión de las doctrinas peripatéticas. Pues de innovadores —al menos en
el contexto en e] que tenían lugar— cabe calificar el notable rigor tanto
filológico como metodológico con los que supo revestir su aristotelismo, y
que lo definen, a mi juicio, como un aristotélico plenamente renacentista.
Llama la atención, en efecto, la impronta filológica que caracteriza su
explicación de las causas que oscurecen la comprensión del texto de
Aristóteles, explicación que dejó plasmada en una obra de juventud
—sorprendentemente madura, sin embargo, en tantos aspectos— como fue el
discurso que pronunció al ser nombrado profesor de Artes en Valencia 3.
Era, por otra parte, el fruto lógico de quien unía a su condición de filósofo
una rigurosa formación como helenista. Pero no menos llamativo resulta
también su constante empeño por dotar de un tratamiento metodológico, y
hay que reconocer que muy rentable pedagógicamente, al siempre
complejo proceso de la enseñanza de la filosofía. El resultado de sus
investigaciones y experiencias en este terreno quedó recogido en su De
recta arque uti¡i ratione conficiendi curricuui Philosophiae, obra que, al
contrario que la anterior, compuso ya en su madurez.
No fueron éstas, sin embargo, las únicas contribuciones de nuestro
autor a la difusión de las doctrinas peripatéticas. Ya hemos hablado en el
capítulo precedente de sus Institutiones Physícae, consagradas a divulgar
la filosofía natural del Estagirita. A su cargo estuvo también la edición
completa del Organon, en versión latina de Perionio, que vio la luz en
Valencia ilustrada con sus comentados y escolios. Y si bien es cierto que
Núñez no llegó a traducir ninguna obra de Aristóteles, sí se había
embarcado en un trabajo de gran envergadura en este sentido, pues de tal
podemos calificar la confección del Léxico greco-latino de este autor que
llevó a cabo y que desgraciadamente no llegó a ser impreso —hoy lo
conocemos por un manuscrito conservado en Zaragoza—. Su última
aportación al mejor conocimiento de la figura y la obra del Estagirita fue la
edición de una anónima Vita Aristotelis latina, a la que acompañó de
~Pronunciado en 1553, cuando Núñez contaba unos 25 años de edad, y publicado
al año siguiente por Juan Mey bajo el titulo de Orado de causis obscuritatis
Aristoteleae et de illarun remedi¡s.
370

extensas y eruditas notas que supusieron una notable contribución a los
estudios sobre la biografía del filósofo griego. La suma de todos estos
trabajos, unida al considerable rigor científico con el que en conjunto
fueron elaborados, constituye la no desdeñable aportación de Pedro Juan
Núñez al aristotelismo hispano del siglo XVI, bastante original —como
trataremos de demostrar— en algunos de sus planteamientos.
En este capítulo pasaremos revista, en primer lugar, a la edición de
Núñez del Organon aristotélico, pero lo dedicaremos, sobre todo, al análisis
de las tesis que mantuvo en su Oratio de causis obscuritatis Aristoteleae. Es
cierto que buena parte de las mismas se apoyan en argumentos de orden
filológico, lo que tentaba a considerar el opúsculo desde este prisma; pero
lo filosófico del tema y de todo el contexto de la obra han hecho aconsejable
su inclusión en este lugar. En lo que concierne al De recta ratione, sin
embargo, hemos incardinado su estudio en el capítulo dedicado a las ideas
pedagógicas de Pedro Juan Núñez, pues pedagógica fue ante todo la
finalidad con la que su autor lo compuso.
1. Edición del Organon aristotélico en traducción de j Perionio
Los cambios en los planes de estudio de la Facultad de Artes valenciana
que habían tenido lugar en la década de los cuarenta, promovían, entre
otras cosas, la sustitución de las enseñanzas realistas y nominalistas por el
estudio de los tratados aristotélicos. Núñez se ocupó en su Orado de causis
obscuritatis Aristoreleae de examinar las dificultades que, a su juicio,
contribuían a entorpecer a los alumnos la comprensión del ya de por sí
intrincado pensamiento del filósofo de Estagira.
Pero además de la magnífica contribución teórica que, sin duda,
suponía el concienzudo análisis efectuado en esa obra, pretendió también
nuestro humanista aportar su grano de arena en la solución de algunos de
los problemas que en ella se apuntaban. Tal era el caso de la siempre difícil
elección de una traducción de Aristóteles que fuera correcta. Los reparos
que la versión latina realizada por Boecio despertaba en Pedro Juan Núñez,
le hicieron preocuparse de buscar otra versión que se adecuara mejor a los
nuevos cánones filológicos del Humanismo. El resultado de estas
371

preocupaciones fue la edición del Qrganon aristotélico en traducción
latina de Perionio
4, que vio la luz en Valencia a instancias de Núñez e
ilustrada con sus propios argumentos y escolios.
A. Primer volumen
El título completo de este primer volumen, aparecido en 1553, es el de
Ioachimi Perionii Benedictini Cormoeriaceni, in Porphyrii institutiones,
et in universum Aristotelis Organum versio. Eiusdem in eosdem libros
observa dones. Gui accessit Anonymi compendium de syllogismis e Graeco
sermone in Latinum conversum, Interprete Pet. loan. Nunnesio Valentino,
doctissimaque per eundem argumenta, et scholia t En la portada, bajo las
señas del impresor, aparece impresa la siguiente indicación: Prosta.nt apud
Antoniumn Sanahuiam bibliopo¡am, sub scuto Deiparae, u D. Antonit El dato
no es tan anecdótico como a primera vista pudiera parecer, pues sera
precisamente el librero Antonio Sanahuia quien tome a su cargo la edición
del segundo volumen de esta obra. El volumen se abre con una Epistola de
Núñez dirigida a sus lectores, en la que justifica el motivo de la edición y
cuyos términos reproducimos en su integridad e Graeco sermone in latinum convertí, ini que summa prioris Analysews
dispunanie paucis verbis traderenur. Apposui ítem singulis capinibus indices,
guibus sen ventía cuiusque capitis illustrarenun Quae omnia si tibí prebavere,
me ad gr-aviora et utiliora snudia schc¡ae iuvandae excita bis. Vale, ex Academia
nostra. Cal. Febnu. ¡553.
4 Fue Perionio un importante traductor de Aristóteles, cuya tarea como tal no se
limitó exclusivamente a los escritos lógicos de aquél, sino que abarcó la práctica
totalidad de su obra. Los años en los que fueron publicadas sus traducciones y las
ciudades donde se llevó a cabo la edición, pueden consultarse en P. E. Cranz cd., A
Bíbliography cf Anistetle Editiens 1501-1600, Baden-Baden, 1971.
i Valencia, Juan Mey. 1553.

En este primervolumen el editor no se ha limitado exclusivamente a
reproducir los tratados aristotélicos, sino que ha preferido iniciarlo con un
opúsculo anónimo sobre los silogismos —traducido del griego al latin por el
propio Núñez—, y con las Institu tienes de Porfirio. La inclusión de este
último tratado podía considerarse como algo normal, pues, compuesto por
Porfirio como propedeútica al estudio de las Categorías aristotélicas, con el
tiempo había entrado de manera preceptiva a formar parte de los estudios
dialécticos, por lo menos en la versión de los mismos sustentada por la
escuela peripatética. Naturalmente, todos aquellos que, como Ramos o el
Brocense, negaban la pertenencia de las Categorías a la lógica, rechazaban
con más motivo aún el tratado de Porfirio.
La parte del volumen que comprende propiamente la traducción de
Perionio se inicia con un índice lexicográfico
7. Como indica el mismo
traductor, la función de éste era proporcionar de una parte las
traducciones latinas que había hecho del vocabulario griego específico de
la lógica (y que generalmente tienen un soporte ciceroniano), y, de otra,
sus equivalentes en el léxico escolástico, con objeto de facilitar así la
comprensión de su traducción por aquellos lectores minus versan en la
dicción ciceroniana. Proporcionaremos algún ejemplo de ello:
PERIONIO ESCOLáSTICA
adsígní ficar-e consignificare
con ferrí cum alique dici ad aligaid
omnino, universe, KaOoXou universaliter
posnulanuni, graece átfwin dignivas 8
prima forma prima figura
sim ul tem peris or-dine sim ul tempere
simul nanurae ordine simul natura
vocabulum aun verbum, graece bpos terminas
‘ índex vccabulerum duntaxat quae ad Dialecticam artem pertinenin, Dialecticeruni
vulgo ohm incegnincrum, guibus his ¡ibris contra veterem vertendí modum Perionius,
ex Latinis ac praesertim Cicerone utitun Post haec autem statim adiungenda duximus
vulgo Dialecticerum usurpat, ut in dictione Ciceroniana minas ver-sa ni, faciluus hanc
versienem innelligerenin (Organum, bIs. 2 lv-24v).
8 Esta traducción de d.~Éwva por postulatum, la critica Núñez en su Oratie como
veremos más adelante.
373

Los tratados del Organon que incluye este primer volumen son el de las
Categoriae, el De interpretatione y los Analytica priora, a los que se han
añadido las Observationes o notas de Perionio a cada una de ellos; el resto de
los libros que componen el Organon apareció publicado en un segundo
tomo. La obra, no obstante, estaba concebida con un carácter unitario,
como indica claramente el Finis primi tomi con el que se cierra este
primer volumen.
La labor de Núñez consistió en proporcionar el argumento general de
cada uno de los libros (a excepción de los Primeros Analíticos, como había
justificado en su epístola introductoria), y en la adición de argumentos y
escolios a cada capitulo. Los argumentos son muy breves y reseñan los
contenidos que van a ser objeto de explicación en ese capítulo, lo que se
acompaña, en ocasiones, de algunas referencias bibliográficas con las que
completar los temas tratados. Los escolios, por su parte, o bien
proporcionan también referencias bibliográficas adicionales
9, o bien se
limitan a ordenar la cuestión con una finalidad claramente didáctica’ (~.
8. Segundo volumen
El segundo tomo de la edición del Organon de Aristóteles apareció al año
siguiente, 1554, aunque en esta ocasión no fue Juan Mey sino Antonio
Sanahuja quien se hizo cargo de la publicación. El volumen vió la luz bajo
el título de Aristotelis de demonstratione, sive de secanda parte I4NAA ~flKQA’
Libri Duo. Nicolao Grouchio Rhotomagensi interprete. Ioacchinii Perionii
Benedictini Gormeriaceni in eosdem libros observationes. Alterum Corpus.
Cum Scholiis et Argumentis in singula capita Doctissim¡ Petri loan. Nunesii
Valen tini.
En carta dirigida a los lectores de la obra, explicó Antonio Sanahuja, a
la sazón librero floreciente de Valencia, su decisión de convertirse en
editor. Según ah indica, la edición de este segundo tomo del Organon —del
que desconocemos la razón por la que Mey no se hizo cargo de su
publicación— habría sido su segunda empresa editorial, motivada por el
9 Así, sobre el gen us. se indica: «Vide primuni et quartum Topico, ens Metaphy.
et Bo& (scil. Boenius) in Topí.» (Organon, fol. 26v).
~ Por ejemplo: «Expositis tribus generibas differenriarum transita al divisionem
tertii guae peni¡iur ex effecnis» (ibidem, fol. 34).
374

deseo de que la obra no quedara incompleta. Por razones de continuidad
con el primer volumen encargó a Núñez que se hiciera cargo también en
éste de los argumentos y escolios. Creo que el texto del editor es lo
suficientemente interesante como para merecer su transcripción y
conocer así, a través de sus propias palabras, las razones aducidas:
Miraberis forsan (amice lecnor) quod ipse Bibliopola cuní sim, Valen niae
typos paraverinu, rem sane in urbe nostra ruinas usinanam: praesertím quod ex
locis tani longinquis, et diversis, maxima libror-am summa, et ex variís
autoribus opera eximía in dies adducannur. Non est guod mireris:
gaandogaídem in hac ínclita civitate, cum ita vigeanr artes assídua et
quotidíana exercítanione, un quisque non m-mo remporis inrervallo doctus
possir evadere reni adrnodan necessariam duxí libros exguisito
excellentes passim exhibere, com pendía scilícet, en alios innumeros scholiis
illasuratos, guales ex fon te huius Valen tíní Acadenuiae per-saepe eníanant,
guorum non ita facílis suppetin copia, nisí typographis mandes, aut tu ¡pse
excadas. Caní aunení animas al nihil aliud intendan, guam patrian’ (caí
plurimuní debeznus) honore affícere, en commodum scholasticís afferre, decreví
(non sine aliguo sunupta, et ingenní labore) praelum typoram domí instraere, et
libros omnes, gui in co¡nmodinanem snudiosorum, et literarum amatorum fuerint.
excudere, en in lacení edere.
Atque (un Deas captis secunden) excassimus Epitomen in Adrianum
Cardinalem a lo. Fran. Masio (viro miníme con temnendo) omní diligen tía
composítam caías si plenam cognítíonem habaeris, Latinae linguae calmen
conseguerís. Nanc aunem ne versio in aniver-sam Aristonelem Ioachimi Perionii
iniperfecta exnaren, ad alteran, corpus accingimur, quem en Petras lo. Nannesias
in praesen tía Dialectíces docníssímas proffesson scholiis, et argamennis
doctissime illastravín. Sic enim me parataní invenies, caní huiasmodí libros
manas meas venerinn, eo tamen animo, qao si per scholasticis prodeese potero:
quibus si (¿it sper-o) favebis, fururum est ut labor-ls suscepti non me peniteat.
Vale. Valen tiae. Ex nostra olficina pridie Idus Maií
Aunque el título de la obra sólo haga mención a los Segundos
Analíicos, el impreso contiene todos los otros escritos del Organon que no
habían visto la luz en el primer tomo, es decir, incluye también los Tópicos
y las Refutaciones sofísticas.
La principal novedad con respecto al volumen anterior consiste en
que, salvo en lo que concierne a los Tópicos, se ha sustituido la traducción
de Perionio por la de Grouchio’
2. La preferencia del editor por esta
segunda queda justificada en una nota final dirigida a los lectores:
~ De Demonsnranione, IbIs. lv—2. Hemos suplido las lagunas que el texto
presentaba en el ejemplar utilizado.
12 N. Crouchius (1509-1572) era natural de Rouen (Francia). Enseñó Dialéctica en
Burdeos durante muchos años. En 1547 se trasladó a Coimbra y allí permaneció dos
375

&sí pollícitus erani, amice lector, me totam Díalecticam interprete Perionio
editaran, in Posterioribas tamen en Elenchis consilium manaví, adhi bito ludicio
doctoruní homín un,, gui Groachii tralationem versioní Perionií antepon ant 13
Fuera realmente una decisión motivada por el iudicium doctorum
hominum, o atribuible más bien a motivos editoriales más prosaicos, el
hecho es que los tratados aristotélicos de los Segundos Analíticos y de las
Refutaciones sofísti cas, vieron la luz en la traducción latina de Nicolás
Grouchio y no en la de Perionio como lo habían hecho los demás. Eso
explica también el que, pese a lo que se indica en el título, este segundo
volumen no incluya las correspondientes Observa tiones que sí iban en el
primero, como también se apresura a justificar el cumplido editor a sus
lectores 14.
La intervención de Núñez en este segundo volumen fue muy similar a
la que había desarrollado en el precedente, es decir, elaboración de
brevísimos argumentos de cada uno de los tratados en general y de los
capítulos en particular, y adición de escolios que le daban pie para hacer
gala de su erudición. Pero sólo la introducción que hace al libro de los
Tópicos supone una aportación verdaderamente original de nuestro
humanista, que, por otra parte, no hace sino confirmar una vez más la
adhesión al ramismo que aquél profesaba por la época de esta edición.
Se encuentra precedido, en efecto, el libro de los Tópicos por una
introducción cuyo autor no aparece expresamente indicado, pero que tiene
todos los visos de haber sido el propio Núñez’5. Su finalidad consistía en
desenredar la confusa maraña de los loci aristotélicos tal como el Estagirita
los formula en su tratado; ese es, al menos, el objetivo que el autor confiesa:
cursos corno profesor de Lógica. Durante esta estancia en Portugal preparó para sus
alumnos una edición latina de Aristóteles, basada en la dc Perionio pero corrigiendo
algunos de sus errores, que es la que Sanabuia utiliza.
13 Ibídem, en el reverso del folio de erratas.
14 «Pro pter quam causam facnam esn, ut in hoc secundo corpore obser-vadones non
addiderini. Groachias enin nullas adiungin observationes al suam tralarionem, negue
cum elus tralatione Perionil observa dones con veni ant Topica vero, quía eníendata
sant diligenter a Groachio, par-am admodun,, aat nihíl observationibas indigebanit
1-Ianc rationem niel consilií tibí reddendam putaví amice lector ne mea negligen tía
observadones praenermissas fuisse existimares» (ibidem).
IS Se desarrolla esta introducción de los fols. lv al 3 de los Topica. El volumen no
presenta paginación corrida y cada uno de los impresos que contiene lleva la suya
propia. No obstante, las epístolas inicial y final del editor, así como la existencia de
un folio de erratas común, manifiestan el carácter unitario de la obra.
376

Quía locí Ar-istoteleí innumerabiles sunn, nec memoria compr-ehendi possant,
niagnam me praesidiam stadiosís allataram putaví, si analysini íudicarem, gua
cernus numeras locoram gener-alíum inveniretar: ad quos omnes Aristotelei
referrentur 16
El motivo por el que sugiero la autoría de Núñez no es otro que el de la
extrema similitud de la sistematización que aquí se hace de los argumenta
con la que a este respecto presentaba su Libelus de constitutione artis
Dialecticae. El anónimo autor establece aquí una clasificación de los
argumentos en diez clases, que se corresponde fielmente con la que
proponía Núñez en el Libellus, la cual, como indicamos en su momento,
había sido tomada a su vez de Pedro Ramos:
...at igitar a principio reperanius, clecemn sunr genera locoram, causae, effecna,
subíecta. adíuncna, díssentanea, comparaniones, noniina, divisiones,
diflinítiones, nesrímonia ~
El editor ha incluido también en el volumen dos cartas dirigidas por
Nicolás Grouchio a sus discípulos. En la primera, fechada en Coimbra en
1549, les explica las razones que le habían movido a realizar la traducción
de los Segundos Analíticos, hecha —según afirma el propio autor— «horis
subsecivis, quibus mliii a praelectionibus erar otiwn
08. Estarían tales
razones fundadas en su convencimiento de que, aun siendo en su opinión
este libro el más provechoso de cuantos escribió Aristóteles, era asimismo
el que peor se enseñaba19. La segunda carta prologa el libro de las
Refutaciones sofisticas. En ella justifica el traductor por qué no se había
limitado a corregir a Perionio, como había hecho en muchas otras
16 Topíca, fol. lv.
~ Topíca, fol. 2v. Vid. sapra, págs. 260 y ss. para la clasificación que se hace de
los argumenta en el Libellus.
18 Aunque es justo decir que el autor añade a continuacion: «nam quid praecepnor
tialibus praeser-nim discipalís non debet?» (De Demonsnranione, fol. 3).
19 «Ego ini ea semper fui sen ten tia (optímae speí adolescen res) niallam esse
Arisnotelís líbram, caías non essen, cum propter rerum optimar-am cognítionem, tum
propter singalar-eniu, exqaísitamque docendí raníonem, summa utilitas. Sed ínter
omnes míhí maltís nominíbus, primas partes semper obrínere visus est, líber de
Demonsnratione: in quo omnis docendi, discendi, ac tractandí, gaidquid sub
scienníam cadere possit, rano continetan Ego vero ¡lIad eniam ini omnibas, gaas
adhuc in phílosophíae scholis animadvertí, nullan, esse Ar-istotelis libruni,
gui negligen tías legatar, cuíasqae atiliras minas percípíatur» (De Demonstrarionie,
fol. 2v).
377

ocasiones, y había preferido en cambio elaborar una nueva versión de este
tratado.
Hay que decir que, si atendemos a las propias palabras de Núñez, su
colaboración en esta empresa editorial habría sido decisiva, pues la buena
opinión que le merecía la traducción del Organon hecha por Perionio le
habría movido, no sólo a ser el primero en utilizarla en sus clases, sino
también a promover su publicación en Valencia:
Quod si pertínaciner Perioníam sequantur —~afirma en la Orado 21L.. scíant me
primun Perionium in scholas ínvexísse, et carasse un cani meis argumennis
publíce excuderenar, guía elus tralaníoneni relíguis anneponendam censeo.
Esta misma traducción habría sido, en opinión de Bruyére, la utilizada
también por Pedro Ramos: «11 est vraisemblable que ce sont ses ouvrages
(scil. de Perionio) qui sont utilisés, mais dans un sens critique, par Pierre
de la Ramée>2
1. Hay que reconocer que un sentido crítico no menor que el
que se le atribuye al filósofo francés preside, asimismo, el uso que Núñez
hizo de dicha traducción. En su Oratio de causis obscuriratis aristoreleae, en
efecto, al juicio positivo que emite sobre el conjunto de la misma, añade
nuestro humanista la precisión de que, no obstante, se siente muy libre
también de discrepar de su autor allí donde la ocasión así lo requiera:
«Tamen illud mihi integrum esse voluisse, ur si qui ¡ocias paulo
negligendus esset a Perionio conversus, aut summa cum liberta te, publice
pronunciarem>’22.
El reproche fundamental que le hacía Núñez a Perionio se
fundamentaba en que éste, movido por su entusiasmo ciceroniano, se había
permitido cambiar cosas que mejor habría sido mantener tal y como
figuraban en la venus traJano 23; tal crítica se ilustra mediante ocho
ejemplos extraídos de distintos pasajes del Organon, de los que
reproduciremos aquí un par de ellos:
21i Ora tío, fol 15v.
21 N. Bruyére, Ménhode et Díalectíqae danis lceavre de la Ramée. Renaissance en
áge classígae, Paris, 1984, pág. 88.
22 Oratio, fol.lSv.
23 «...et Perioníum, arreptam incredibilí studio oranionís Cíceronianae, a¡íqaa
mutasse, quae mellas faisset reninere un er-ann in veten tralanione» (Oratio, fols. 16v
y 17).
378

In Categorlis, capíne de reía nis —reza uno de ellos
24—,cam Aristonelis duas
afferan relanoram descriptionies, gaarunii prior per TO X¿yEoOat, íd esn. dicí
explica tur: posterior per- cilvat, íd est, esse, pr-ioreni sic ver-tít, aL non expresso
verbo \¿yo6at eadem cum posteríore esse videa tan
Quid vero níagís a veritate alíenum —se expone en otro25— guam quod primo
Posteriorum d&vvara convertít ‘posnulata’, guasí eiusdeni generís sint
príncípíoram postulata et dignítanes. canil en Euclides áttwpaTa a posnalanis en
dilfínitioníbas distinguan, et Aristoteles, qaem ípse convernin, maltam diferre
demonstrat.
Pero, en definitiva, el juicio critico que la prudencia aconseja
mantener frente a toda traducción no impide que Núñez reconozca
publicamente en su Oratio la buena consideración que, con todos sus fallos,
le merece la labor de Perionio, lo que, como ya hemos señalado, le llevó
tanto a utilizar esta traducción en sus clases, como a colaborar en los
términos que han quedado descritos en la edición valenciana que de ella se
hizo.
2. Algunas reflexiones sobre la obscuridad de Aristóteles
Cuando los lógicos renacentistas se quejaban de los comentarios
escolásticos a Aristóteles, de los compendios, de las Súmulas, de los autores
de unos y otras y de todo aquello, en suma, que de forma progresiva se
había ido interponiendo entre el propio filósofo griego y sus lectores de
épocas posteriores, y cuando muchos de ellos defendían como alternativa la
vuelta sin más a los textos del Estagirita, no eran probablemente muy
conscientes, al menos en los primeros momentos, de los problemas que este
retorno iba a traer consigo. De la situación de decadencia en la que
ciertamente habían desembocado las enseñanzas de corte escolástico ya
hemos tenido ocasión de hablar en capítulos precedentes; pero tampoco
debía de resultar tan gratificante ese contacto directo con los textos del
24 Dra nio, fol. 15v. Cf. Categoriae lib 32-35.
25 Dra nio, fol. 16V. Sobre los á~Lú~MUTU, término que en la escolástica se traducía
por digninanes, cf. A Fo II, 75a 39-75b 2, y 76b 11-16. El término postulatam lo
empleaban los escolásticos para el griego atnn¡a (para este concepto, cf. A Po II, 76b
23-34).
-379

filósofo griego, cuando todos, alumnos y profesores, se quejaban bastante
amargamente de las dificultades que comportaba.
¿Cuáles eran las causas de esas dificultades que parecían afligir a unos
y a otros y que han hecho de la ‘obscuridad’ de Aristóteles un tema
recurrente en los escritos de nuestros humanistas? Buena parte del
problema era, que duda cabe, de orden estrictamente formal. A las
comprensibles dificultades de los filólogos para establecer el auténtico
corpus aristotélico y para fijar un texto correcto, se sumaba la antipatía
que el estilo aristotélico —o mejor la ausencia del mismo— provocaba en la
nueva sensibilidad estética del humanismo. Inevitablemente se tendía a
compararle con Platón y a rendirse ante la belleza literaria de éste último,
sin llegar a comprender que, en la filosofía de Aristóteles, la forma
constituía un punto de partida ineludible para la correcta inteligencia de
su contenido 26.
Por otra parte, aunque hemos visto cómo el humanismo en ningún caso
volvió la espalda a Aristóteles, probablemente no abordó su estudio con la
libertad con la que accedía a otras esferas teñidas de mayor novedad, pues
—como afirma Jaeger27— «Aristóteles es la única gran figura de la filosofía
y la literatura antigua que no ha tenido jamás un renacimiento».
En cualquier caso, las raíces más profundas del problema permanecen
ajenas a estas consideraciones y se hunden en un terreno bien distinto. El
humanismo mantuvo el estudio preceptivo de Aristóteles en las Facultades
de Artes, propugnando la vuelta a los textos originales y prescindiendo de
las Súni rilas o introducciones y comentarios de la Escolástica. No conviene
perder de vista, para comprender lo que ésto representaba, la edad a la que
los alumnos accedían a estos estudios y el bagaje intelectual con el que lo
hacían. Si el pensamiento aristotélico ha resultado en todos los tiempos
arduo de comprender para personas sólidamente formadas, no es difícil
imaginar qué les ocurría a aquellos adolescentes que accedían a él apenas
aprendidos los rudimentos de la gramática. Vives, con la lucidez que le
caracteriza, supo resumir muy bien la situación: el problema no estaba
tanto en la dificultad de Aristóteles, cuanto en la juventud o la ignorancia
de quien lo estudiaba.
26 Cf. W. Jaeger, Aristóteles Méjico, 1984, pág. 14.
27 Ibídem.
380

Volann Arísnotelis opera lectorem íngeflíí non acutí tan tani, sed eniam
profandí, solídí, saní, circamspectí; volunt attentum, díligenteni, imbanam
lectione varioram aacnorum, en cognídone rerum mulnaruni: haec sí desmnin, níhíl
Arisnotelícis líbris exístíniabinur asperías, insuavías, inamoenius,
gaemadniodam nonnallí de eo jadícant, ve) propner ignoran níam, ve) propter
nenerínadineni ingenioran]
Regresando, pues, al motivo con el que inicibamos esta exposición —las
quejas recurrentes que provocaba la dificultad de Aristóteles—, si tomamos
como punto de partida la obra de Rodolfo Agrícola, encontraremos ya en
ella alguna referencia aislada a esa obscuridad ‘oracular’ del texto
aristotélico:
Sed vídetar míhí dolendam esse, sedísse illad animo gravíssimí honjínís, un
non sinipliciter anque aperte proferren (scíI. Aristoteles) quaecunque
ini veneran; un praener laboren queni ipsa rerun essen habinura obscarínas, alía
niobís eníani ex ípso obíicererar d¡ffícaltas, gao necesse haberemus nuennem
ipsías velan oracalí suspensam et ambigaam, indagine perquirere. Themístias
itaque autor esn, longe alíner onunía for-as esse edína ab illo guam sint domí
tradína. daeznentíaegue simíle esse, sí gais legendís libris ípsías speret illías
se sen ten rían, consecunarum 29
Con bastante más extensión y profundidad abordó Vives este mismo
motivo; pero su visión del problema —a la hora de buscar responsables—
parece fluctuar entre la obscuridad intrínseca al propio texto aristotélico,
o la ignorancia que sería achacable sólo a sus lectores. Veamos algún
testimonio en este último sentido:
¡snorani omnía copiose, omnía dilucide, perspicaeqae; torpor ver-o ac
negligenvía nostra efricin un nonnullae nenebrae in Arístotele esse vídeannur,
gui superioríbus colla nas, ípse qaogue merídie clarior est. (...) an ini Arístotele
—continúa Vives más adelante— ¿quid non apposíníssime dictum esn? ¿quid non
suis verís expressís que nomíníbus sígnanum? Desidia, míhí credine, nostra, en
28 De Ar-istotelís operí bus censura (cito por Opera omnia, G. Mayáns ed., Valencia,
1783-1790, III, pág. 26).
29 Rodolphí Agricolae Frísii, de inventione díalectica fibrí tres, Burgos, 1554,
fols. 7 y 7v. Estas palabras de Agrícola nos permiten suponer que Núñez conocía e! De
inventione Díalectica antes de que Arciso la editara en nuestro país, pues en la
Oranio este parráfo se copia de manera literal (fols. 5v y 6), aunque, como era
habitual, sin citar la procedencia. Parecida alusión a las palabras de Temistio la
encontramos también en Vives (cf De causís corra ptar-um artium, 1, 4, en Opera
omnía, VI, págs. 31 y 32).
381

ignora tío Graecaruni linneraran, effecerunt, un euni gaibusdam in locís obsc are
locutum exisnímemas M>~
Como ya hemos adelantado, no mantuvo siempre Vives idéntico criterio,
y así fue como, en otras ocasiones, se decidió a inclinar el platillo de la
balanza de las responsabilidades del lado del filósofo más que del de sus
lectores:
Priman, —afirma en este otro sentido
31—, mennem illías dift7cíle esn eraer-e
propuer ambíguetatem angue obscaritate verbor-an, en sentenniaran, gua seniper
est ille delecta tus.
Lo cierto es que si bien no hay en Vives un estudio sistemático de las
causas que originan dificultad en la comprension del texto aristotélico,
causas que aparecen tratadas con rigor, pero diseminadas aquí y allá a lo
largo de su obra, sí brindó el material suficiente como para que alguien se
prestara posteriormente —y Núñez así lo hizo— a organizarlo.
También Pedro Ramos, que tanta influencia tuvo en la doctrina lógica
de nuestro filósofo, dedicó, como no podía ser menos, numerosos párrafos
de su obra y en especial de las Aristotelicae Animadversiones a criticar
estas tinieblas aristotélicas. Curiosamente, sin embargo, lo hizo en una
fecha posterior a la de la publicación de la Oratio de Núñez, pues si bien en
las Animadversiones de 1543 había apuntado ya un pequeño esbozo del
tema, habrá, en efecto, que esperar a la edición de 1556 para encontrar,
por vez primera, un largo pasaje dedicado a glosar esa fuerte obscuridad
con la que Aristóteles quiso revestir su pensamiento y que habría dado
lugar a no pocas consecuencias; de manera que, en opinión de Ramos,
«Multa falsa, plura aliena, plurima infinitis nugis repetita sunr in li/iris
Aristotelis»32.
Una ojeada a los escritos de nuestros paisanos permite comprobar que
no eran tampoco ajenos al problema que suscitaba la difícil comprensión
del pensamiento aristotélico. A ello alude, por ejemplo, Fox Morcillo, al
3

hacer referencia a que el Organon es de los pocos tratados de especulación
lógica que nos ha llegado de la Antigíxedad:
Iginar ex annígais vel nalla sane, ved pauca admodam de Díalectices usa,
quem in hoc libro gaaerímus, extanin, praener Aristotelís Organam: in guo
díffase obscaregue omnia nradannar, eadem tamen sic, un doctrina en íudicio
angue exercínatione opus esse, ad praecepta commode ex eo nanqaam vena
qaadani eraenda, videanar ~.
También Monzó se hace eco, en el prefacio a su Compositio totius amis
Dialecti cae, de este sentir general:
Muftí de obscarínane líbroruni Arístonelís vehenienter- conqaerunnar: guos
aíunn de industria esse involanos, un a neminí intelligannur vel ípsíus
nestínionio. ¡‘1am cum Alexander aegre ferren libros acroamanícos ini valgas
editos fuísse, respondin Arísnoteles a niemíne cos libros innellígí posse qaí voce
praeceptoris in his non esse instinanas ¾
O el Brocense, por poner un último ejemplo, refiriéndose a los
Analíticos concluye asimismo que «ti
7tcun que sit, doctum Opus esn, sed
multis obscuritatibus involutum et supervacaneis oneratum»35.
Muchos otros testimonios podrían aducirse, pero no es tanto mi
propósito proporcionar una lista interminable de ellos cuanto pulsar la
opinión, que parece concitar bastante unanimidad, de que las obras de
Aristóteles resultaban en exceso difíciles, y no sólo a los estudiantes, sino
—lo que era peor— incluso a los propios profesores encargados de
explicarlas. Pero estos últimos tienen, o deberían tener, más recursos para
hacer frente a la situación; los alumnos, por el contrario —si hacemos caso
a las palabras del propio Núñez—, abandonaban sus estudios desanimados
ante lo espinoso del asunto:
Díscípulí orines non sim culpa sed nostra, a studiis Aristotelis dererrentur
díffículnane Arisnonelea fractí, en debilítani a Logicae en Philosophiae amore
abducannur ~
~ S. Fox Morcillo, De usa en exercitanione Díalectica líber anas, Basilea, 1556,
págs. 9 y 10.
-~ P. Monzó, Conipositio tonius amis Dialecnicae, Valencia, 1559: utilizo la
2a ed.
de 1566, fol. VI.
~ De nonnallis Porphyríi, alíoramqae in Dialectíca error-ibas Scholae
Díalecticae, Salamanca, 1597 pág. 28.
36 Orado, fol. 37v.
383

Preocupado por esta situación, que no debía de ser para menos, y
preocupado también por lo que parece ser la desidia de sus colegas ante
ella, se pregunta Núñez qué remedios puede haber a su alcance para
paliarla:
Nam cuni plaerosgae audinores denerrí obscaritane Aristotelís, en a studíís
Philosophiae abduci viderem, negue homínes nosnros aliquod huic calamita ni
remedium aferre, ego meliorí volan tate guam facalnane adiutas, coepí mecam
coginare gua ranione huic morbo tam desperato remedium aliquod adhíberem ~
Y en respuesta a esa pregunta cobra forma una obra tan original en su
planteamiento, tan acertada en su análisis y tan meritoria en sus objetivos
como es la Orado de causis obscuritatis Aristoteleae et de i¡larum remediis,
de cuya buena acogida entre los estudiosos de su tiempo, y aún posteriores,
dan buena prueba las varias reediciones de las que fue objeto. Decide
Núñez, al elaborarla, abandonar la grada de los espectadores y bajar al
terreno de juego a intentar ganar la partida. No basta lamentarse, es el
mensaje de su obra: estudiemos las causas del problema y estudiemos sus
soluciones. Y en este planteamiento radica precisamente lo principal de su
originalidad, pues la preocupación por la obscuridad de Aristóteles hemos
visto hasta qué punto era compartida, pero también el que nadie parecía
verse en la necesidad de remediarla o paliarla. Eso es precisamente lo que
Núñez se propuso hacer y no mediante un esfuerzo en solitario, pues con
bastante agudeza percibió desde el primer momento que el trabajo
resultante de sus investigaciones debía ser solidario —interdisciplinar lo
llamariamos hoy—, y que era tan importante descubrir las causas que
hacían difícil el estudio del Estagirita como implicar a todos sus colegas
académicos en la posible solución de las mismas 38.
A lo largo del presente capítulo es mi intención, pues, corrobar esa
originalidad que se ha atribuido a la Oratio e intentar asimismo revelar lo
acertado de muchas de las soluciones que en ella fueron propuestas, con el
deseo todo ello de dar a conocer algo mejor una obra que, en mi opinión,
~ Ibídem, fol. lv.
38 «Nam guod in índice oraniones pollicinas sam de remediis, ita accipiendam ese
me eas causas obscarinanis índicaturam faisse, quas si viri docn¡ coníanicta opera
íllasnravissenn, fanaram cer-no sperabam un involata obscarítas Phílosophiae
Perípanenicae evolverenur» (ibídem, fol. 2).
384

merece ser considerada una de las más interesantes de cuantas compuso
Pedro Juan Núñez.
3. La Orado de causis obscuritatis Aristoteleae: fuentes, finalidad y
estructura de la obra
Esta Oratio de causis obscuritatis Aristoteleae et de illarun remediis fue
pronunciada por Núñez, en la Universidad de Valencia, el veintidós de
agosto de 1553, con motivo de su elección como catedrático de Artes
39. Un
año más tarde, en 1554, apareció publicada por Juan Mey en un volumen
que incluía asimismo el Libellus de Constitutione amis Dialecticae y el
Commentarius que lo acompañaba4t~. Los tres escritos se presentan bajo la
forma de una obra unitaria, con paginación corrida y con dedicatoria e
índices comunes.
Ya se ha hecho mención de la inquietud pedagógica que habría
motivado en Núñez la elección del tema de su discurso: si los planes de
estudios han cambiado, si en los nuevos se exige la lectura de Aristóteles,
hay que adecuar las lecciones de manera que no baste sólo con que se lean
los libros de este filósofo, tal y como piden las Ordenanzas, sino que además,
lo que es más importante, los discípulos los comprendan y obtengan así el
provecho que de ello se espera:
Agitar enim níhil aliad in nostra oranione guam un Aristonelis líbr-í legan tun
at optímís artibus, optíma ratione atgae via non líbrí barbarorunu en
sophistaram. sed Arisnonelis, sed omniam liberaliam arnium paren tis,
innelligannar: par-yo labore, exiguo nempore auditores nostrí dialecnicae et
unriusqae phílosophiae scienniam en fractan conseguantar 41~
~> Así lo indica el propio autor en la dedicatoria a Bernardo Cimón: «Posneaguani
renanciatas Sun, cunctis suffragiis docnor publicas Dialecnicae et Philosophiae, mí
Bernarde Cínion, níhil míhí prias facíendam panaví guam un de civibus bene merer-er,
en quod meí oficíi ranio posnalabat auditor-ibas Phi¡osophiae prodessem. Quod me hac
oratione consecunum existimo» (ibídem, fol. lv>.
~ Aunque la epístola dedicatoria del impreso lleva, lógicamente una fecha
posterior («Ex Biblíonheca nostra Valentina ad 4 Non. Apríl’>, fol. 2v), en el colofón
de la Oratío se da la fecha en la que el discurso habría sido pronunciado: «1-labina in
Academia Valen tina ad 16 Calendas Septembreis anno 1553» (ibídem, fol. 40).
~ Ibídem, fol. 4v.
385

Para conseguir estos fines, sin duda meritorios, se propuso nuestro
filósofo actuar sobre todo aquello que, a su juicio, pudiera constituir un
obstáculo. Pero dejó bien claro que nadie debía buscar en esta obra recetas
mágicas, ni un sistema sencillo para explicar a Aristóteles, pues el objetivo
que se proponía con ella era sólo el de allanar, en la medida de lo posible,
las dificultades añadidas a la ya de por sí proverbial obscuridad del filósofo
griego.
La estrategia para enfrentarse a esta tarea la planifica Núñez en un
doble campo de acción: de una parte, analizar el propio texto aristotélico y
revelar el entramado de causas que contribuyen a oscurecer el
pensamiento que contiene
42; de otra, una vez localizadas y sistematizadas
esas causas, buscar los posibles remedios y, no menos importante,
movilizar a todos los que tienen en sus manos el aplicarlos43. Es indudable
que este último objetivo pertenece más bien al terreno de la retórica, a
conseguir ese “mover los afectos” que aquella se propone. El único campo
donde Núñez puede verdaderamente actuar es en el primero, y es ahí donde
sus aciertos o errores pueden ser juzgados, como así pretendemos hacer
desde estas páginas.
Con respecto a las fuentes que Núñez pudo utilizar para componer su
obra, nada dejó señalado el autor al respecto, excepto en aquellos pasajes
que son de conocimiento general44. Es evidente que muchas ideas de las
que se sirve circulaban en el ambiente intelectual de su época y eran
utilizadas por unos y otros, como hemos tenido ocasión de comprobar. Pero
resulta verosímil suponer que Núñez había manejado y conocía bien las
obras de su paisano Vives. De los filósofos que antecedieron al nuestro, es
este autor, a mi entender, el que con mayor detenimiento había estudiado y
expuesto las posibles causas de la obscuridad de Aristóteles; y así es cómo
una lectura de sus escritos nos permite rastrear muchas cuestiones, que
allí habían quedado meramente apuntadas, pero que Núñez posteriormente
42 «...ínsninaí hac oratione non nam ranionen, aperíre explicandí Aristotelís, guam
pablíce causas obscarinatis Arísnoneleae denunciare» (ibídem, fol. 3v).
~3 «Qaamobrem labor in hac obscuritane den ancianda praecipue meus esn,
stvadiam vero adhíbendi remedía commane mihí vobiscuniu esse debebít» (ibídem,
fol. 4).
~ Así se cita, por ejemplo, a Estrabón y a Plutarco para las incidencias en la
transmisión del texto aristotélico (cf. ibídem, fol Gv).
386

etoma, otorgándoles, sin embargo, un tratamiento más amplio y, sobre
todo, sistematizándolas de forma más metódica. Parece acertado concluir,
pues, aunque nada se indique sobre ello, que para componer esta Oratio de
causis obscuritatis Aristoteleae Núñez podría haberse inspirado en Vives
como fuente principal.
Antes de entrar ya en el análisis de los contenidos de la Oratio, resulta
interesante subrayar que toda la exposición descansa sobre un esquema
impecable, que —dado que la tipografía no ayuda a apreciarlo— me he
permitido sistematizar en el cuadro que se ofrece a continuación
45. El
conjunto de causas que provocan dificultad en la comprensión de
Aristóteles se encuentra dividido en dos grandes bloques: uno de orden
filológico y otro filosófico. Se analizan en el primero los motivos de
obscuridad debidos a causas formales, ya sean extrínsecos (transmisión del
texto, traducciones al latín, etc.), o intrínsecos (empleo de la lengua griega
por Aristóteles). En el segundo bloque se pasa revista a los problemas de
comprensión cuyo origen es filosófico, los cuales son tratados en una
triple vertiente, a saber, la obscuridad de los propios temas que el filósofo
explica, la que nace del tratamiento dialéctico de los mismos por parte del
Estagirita, o la que se produce por ignorancia de los preceptos lógicos en
quien los lee.
Por su doble condición de helenista y de filósofo, Núñez se encontraba
en una situación especialmente privilegiada para analizar y explicar con
propiedad todas las cuestiones que abordó en esta obra. No obstante, su
intención al componerla no fue de orden meramente analítico: haciendo
honor al titulo de la misma, antes de finalizar cada capítulo el autor dejó
también sugeridos los ‘remedios’ que, a su entender, correspondía aplicar
con vistas a la solución de los problemas analizados.
~ El texto se presenta corrido, sin división en capítulos ni marcas tipográficas
que señalen las transiciones, pero el desarrollo de las causas de oscuridad en
Aristóteles se articula en torno a cuatro secciones perfectamente diferenciadas: «Ac
un rem omnem a principio ordine comprehendam, qaemadmodum omnis oranio quatuor
virtatibus illustr-anar (rebas, inqaam, et ver-bis, rer-uni nr-acta tione, atqae verboram),
eodem modo obscar-itatis easdem causas esse necesse estv Pr-imum iginur de verborum
obscur-itate dicendam est, gaae lingaaram esn pr-opria; tum de verborum explica tione
Crammanica; post de rer-um tractanione dialectica en ad extreman de rerum
dift7calnate, quae multar-am arniam cognitione con tínetar» (ibídem, fol. 6).
387

Exposición de la finalidad de la obra
ESQUEMA DE LA ORA TIO
INTRODUCCIÓN
Exhortacion al rector, profesores y alumnos de la Universidad valenciana
CUERPO DEL DISCURSO
A. La obscuridad de orden formal (causas extrínsecas)
Por las incidencias en la transmisión del texto aristotélico
- Por otros problemas ajenos al contenido del texto
6. La obscuridad de orden formal (causas intrínsecas)
- Por las peculiaridades de la lengua y el estilo de Aristóteles
- Por las posibles incorrecciones iingúísticas
(it La obscuridad debida al tratamiento de los nemas
- (SI Aristóteles incurre en algún error, no hay que ocultarlo)
Por los argumentos
- Por los silogismos
- Por el método
Por los propios temas
D. La obscuridad debida a los propios temas
-Por ignorar los autores de los que Aristóteles ha tomado prestadas
ciertas cuestiones
-Por tomar por aristotélicos principios que no lo son
-Por las contradicciones de Aristóteles
-Por el empleo por parte de Aristóteles de los ejemplos
- Por ignorancia de los preceptos dialécticos en quien estudia a Aristóteles
EPILOGO
Exhortación a que se apliquen los remedios oportunos, con el fin de corregir las
causas de obscuridad en Aristóteles que han quedado expuestas.
388

A. Causas de obscuridad de orden extrínseco
Según el esquema expuesto, el primer punto que Núñez se propone
analizar es el de la obscuridad de Aristóteles cuyo origen es de orden
format
4~, aunque no sea uno solo, sino varios, los factores que la motivan:
unos son externos al propio texto y están determinados bien por las
incidencias en la transmisión de las obras aristotélicas, bien por las
posteriores traducciones a] latín de las mismas, bien por las citas
incorrectas que de ellas se hacen; otros, por el contrario, tienen carácter
intrínseco y están en relación con la peculiaridad del empleo de la lengua
por parte de Aristóteles o, incluso, con sus propios errores lingíiísticos.
Incidencias en la Wansmisión del texto ~
Comenzando por las vicisitudes padecidas por los tratados aristotélicos
en su proceso de transmisión, la versión que Núñez ofrece a este respecto
es la habitual en su época, basada en los testimonios de Estrabón y
Plutarco48. Si esta versión es más o menos veraz en sus detalles históricos
no es una cuestión que nos interese aquí, pero sí el estudio de las
consecuencias a que, indudablemente, este complicado proceso dio lugar.
Nos referimos tanto a los problemas que entrañaba establecer el auténtico
corpus aristotélico, como a los que suscitaba la frecuente diversidad de
lecturas en un mismo pasaje, a veces, incluso, contradictorias entre sí.
Tanto una como otra cuestión son examinadas por Núñez:
~ «Ac primam in ver-bis malnae sant caasae obscar-ítanís» (Or-atio, fol. 6).
~ Para la transmisión del texto aristotélico, cf. J. J. Keany, “Two Notes on the
tradition of Aristotle’s Writings’, American Joarnal of Phílology, 84 (1963), págs.
52-63 y C. Lord, “On tbe early History of the Aristotelian Corpus’, Ibidem, 107
(1986), págs. 137 ss. Cf. también la bibliografía proporcionada en la pág. 524 (notas
35, 36 y 37), relativa a la biografía del Estagirita.
48 «A rístoteles saam bíblionhecam Theophrasto dedit, hic Neleo Scepsío nradidít,
Neleus posneris sais hominíbas imperinís religain, gui libros tineis en sita cor-r-apnos
grandi pecunia Apelliconí Teío vendíder-unt: Apellicon libroram guam sapíentiae
cupidior, cun hos vellet emendar-e, manilos en multís locís mendis plenos edidin.
Deinde, expugnanís Anhenis, bíbliotheca Apellíconis Romam transíata est a Sylla,
guam Tyranío Grammanicus in ordinem digessín, en Andronicus Rhodias malta ejus
exen]plaría in mediam pronalin, sed a librariís ut valgo fin, corrupta en depravana»
(fol. Gv). Cf. Estrabón, XIII, 1, 54, y Plutarco, Salí., 26. Idéntica versión a ésta
ofrecida por Núñez la encontramos en Vives (cf. De causis corraptarum arnium, 1, 4,
en Opera omnia, VI, pág. 33), en Talón (Díalecnícae praelectiones in Porphyríam,
París, 1550). en las Discussiones Peripateticae de F. Patricio y en muchos otros
autores.
389

Hínc var-lenas exemplaram ---aflrn,a con respecto a la primera
4~~— magnani
annalin pernarbatíonem, essennne Li libr-i Aristotelis, gui illías nomine
círcanferantur, an a secta nore alíguo ex illius líbrís congestí?.
Dices —señala Núñez en relación a la segund&Í>~~ nallam affert obscurinanen,,
cunu unraque lectio probabilis esn. Faneor illad gaidem: sant namen aliquando
ínter se repugnantes (...) Quae maíor obscuritas excogitan potest, cani textus
ínter se repugnenn?
No es desde luego casual que el autor comience su exposición por el
análisis de una cuestión como ésta que entronca claramente con una de las
claves del movimiento humanista: la preocupación por la crítica textual. La
labor de fijar un texto, mediante criterios de orden científico, debe ser
previa a cualquier comentario sobre ese texto del orden que sea, y la
solución a los problemas que esta tarea presenta pasa, ineludiblemente,
por la elaboración de lo que hoy se denomina simplemente una edición
crítica, realizada por personas capacitadas para ello. Así lo había
comprendido muy bien Núñez y así lo expresó en las siguientes palabras:
Utile ergo esset varia exempIaría Graeca Ar-isnonelis con sali a viris doctís en
ínter se conparari, un cum var-ii occurrerent texnus, verior lectio approbarenur
proposinis arganientís en coníecturis, caenerae notaren tar tanqaam minas
probabíles; omnes namen uno líbello descriptae separa ním, un líberum essen
caíais seguí lecnionem guam probaren 5i~
Cotejar los manuscritos griegos, hacer la colación, elegir la lectura más
verosímil, ofrecer las restantes lecturas..., todo un programa, en suma, de
impecable crítica textual, de esa ciencia de restauración de los textos que
constituye una de las más geniales aportaciones del humanismo, y a la que
Núñez contribuye aquí con estos consejos teóricos que hoy pueden parecer
elementales, pero que deben ser valorados a la luz del contexto en que se
producían.
Las traducciones al latín
En el caso que nos ocupa del texto del Estagirita, otros problemas de no
menor entidad habían venido a sumarse a los anteriores: así ocurría, por
Oranio, fol. Gv.
~ Ibídem, fol. 7.
A Ibídem, fols. 7 y 7v.
390

ejemplo, con el desconocimiento generalizado de la lengua griega que
impedía que se accediera a la lectura del autor en su lengua original.
Para cualquiera minimamente versado en estas cuestiones, resulta
fuera de toda duda el papel que una buena traducción juega en la correcta
comprensión del texto que se pretende leer; máxime si estamos hablando de
filosofía. Por ello se entiende bien que muchos filósofos se hayan esforzado
por conocer la lengua original en la que los textos han sido escritos y
evitar así las labores de intermediario que toda traducción comporta. Pero
esto no siempre es posible, y de ahí que recaiga sobre el traductor la
responsabilidad, no pequeña, de transmitir fielmente tanto el estilo como
el pensamiento del autor traducido.
Pero en ocasiones, pese a la buena voluntad y a la preparación del
traductor —en otras, por la ausencia de alguna de ellas—, los errores se
producen. Poco resolverá, pues, el haber establecido un texto de Aristóteles
convenientemente depurado si luego los traductores lo falsean y
malinterpretan en sus versiones latinas. Como buen filólogo que era, no
iba a resultar Núñez ajeno a la confusión que estos errores habían
producido en la comprensión de la filosofía aristotélica: un segundo
escalón, por tanto, en el análisis de las causas extrínsecas que dificultan la
comprensión del texto de Aristóteles, lo ocupa, por méritos propios, el
problema de la traducción de sus obras al latín.
Años atrás, también su paisano Vives se había quejado de la mala suerte
que —por utilizar sus propias palabras— había tenido Aristóteles con los
traductores, quienes al pasarlo a lengua latina «nec Latinum fecerunt, nec
reliquerunt Graecum»
52. Y a esta cuestión, que tan buenas oportunidades
52 «Sed un Arístonelis obscuritas malnam nocain amibas, sic horam in
Arísnoneleni inner-prenaniones, artes omnes per-verterant.

de lucimiento como helenista le proporcionaba, no dudó nuestro autor en
dedicarle un buen número de páginas.
La exposición da comienzo con una dura crítica a la traducción
realizada por Boecio —el vetus interpres—, de la que Núñez opina que,
debido a sus frecuentes equivocaciones, había dado origen a infinidad de
errores en la interpretación de Aristóteles:
De Boetií tralatione, sí namen illias esn, hoc anam pronanciabo: illam ini
philosophia malnos errores creasse. Nam cuni ini ea malta sapersmnin, piura
desmnin, piuríma sínn munana en, quod omníam pessímum est, malta quae
affirmare ini Aristotele legan nur ini niega tione conversa, ac vícissim, necesse esn
omnes interpretes, gui hanc versionem sant sequatí, in sexcentas opiniones
coninrarias Arístotelí incídisse >t
Como resultaría infinito, a su juicio, pretender rastrear todos y cada
uno de esos errores, se limita el valenciano a comentar algunos de ellos
seleccionados de la versión de Boecio de los Segundos Analíticos. En el
penútimo capítulo, por extraer nosotros también un ejemplo, lee el
traductor: «Qualiter igitur est idem opinan et scire», cuando lo que dice
Aristóteles —según Núñez
54— es: «Quomodo ¡gitur non licet ideni opinan et
scire». Los otros ejemplos que se aducen no se quedan a la zaga de éste:
¿quién puede —concluye el autor— creer a semejantes traductores?55.
Pero no sólo aparecen confusiones de este calibre en los tratados
lógicos, sino que las encontramos asimismo diseminadas en la traducción
~ Oratio, fol. 13v. Hoecio (ca. 476-524), nacido en Roma, fue en el 510 cónsul
romano al servicio de Teodorico; pero acusado de traición en 523, sufrió pena de
cárcel y, posteriormente, la condena a muerte. Como pensador es célebre por su
diálogo De consolanione Philosophíae, que escribió durante su estancia en prisión,
obra que ha ejercido enorme influencia y que ha sido objeto de innumerables copias
manuscritas y, posteriormente, ediciones. Como lógico, se encargó de compilar,
ordenar, traducir y ordenar una parte importante de la filosofía antigua y en este
sentido su tarea es encomiable. Sus traducciones y comentarios de Aristóteles y de la
Isagoge de Porfirio ejercieron gran influencia en toda la filosofía medieval,
especialmente antes del s. XII. La crítica que aquí le hace Núñez, basada en criterios
filológicos, es comprensible; pero resulta dura al no haberla equilibrado con el
reconocimiento de la gran tarea que Boecio, sin duda, había prestado en la
transmisión de la filosofía antigua.
~ Ora tío, fol. 14v. El pasaje al que se refiere Núñez es el A Po 1, 89a 38-39, en el
que Aristóteles afirma que

de otros muchos libros aristotélicos, de manera que resulta inevitable que
quienes se sirven de la versión de Boecio se encuentren en un error casi
permanente
56. De todo este conjunto, que se pinta con tintes tan
catastrofistas, sólo merecerían salvarse —en opinión de Núñez— el De
interpretatione y el De caelo, puesto que ambos tratados han sido bien
traducidos y acompañados de doctos comentarios.
El hecho de detenerse en una crítica tan pormenorizada a la traducción
de Boecio —lo que su auditorio tal vez esté juzgando como algo injustificado,
puesto que la que se utiliza normalmente en Valencia en esa época es ya la
de Perionio— tiene sin embargo una justificación bien sencilla: se utiliza la
versión de Perionio, en efecto, pero como al explicarla los profesores
consultan los comentarios latinos o árabes, acaban por explicar también
no tanto el verdadero texto de Aristóteles cuanto la traducción antigua del
mismo en la que aquellos se basaban57.
En este punto de su discurso, aprovecha el autor para enlazar con el
análisis de esta otra traducción que se acaba de mencionar y que, en líneas
generales, merece de él un juicio bastante más positivo, hasta el punto,
como hemos visto, de encargarse de su publicación. A pesar de esta
preferencia suya por la traducción de Aristóteles obra de Perionio, el
mensaje final es claro: hay que mantener un juicio crítico frente a las
traducciones, «ut omnes intelligant parum esse confidendum
versioníbuso58.
En cuanto al remedio que sea posible aplicar para paliar la posible
confusión originada por la disparidad de versiones latinas de Aristóteles,
~ «Nam quid ego repenam libros Physícos, De or-ta en ínter-ita, De animo,
Menaphysícos, in quibus nullas esn fere locas gui non sin ab interprete depravanas, un
necesse sit eos gui hanc versionem sega untar in errore perpetuo versan» (ibídem,
fol. 15).
~ Núñez se muestra muy lúcido al percibir este desfase entre los comentarios
medievales y las traducciones renacentistas, un problema que dificultaba la
comprensión de los primeros pero al que sus contemporáneos se mostraban ajenos.
Schmitt señala en relación a este asunto que: «Les éditeurs de la Renaissance ne
voyaient nulle inconsequénce dans cette pratique et pas davantage leurs successeurs
aux siécles suivants»; y respecto a la pervivencia de esta práctica, recurre al ejemplo
concreto de Sto. Tomás: «Ce n’est que trés récemment que cette incohérence a été
corrigée avec la nouvelle édition critique de Thomas d’Aquin (1971) oú ses
commentaires voisinent avec les traductions d’Aristote qu’il a réellement utilisées»
(op. ciÉ, pág. 26>.
~ Oranio, fol. 16v.
393

debe fundamentarse —según el autor— en proceder simplemente con cierto
rigor filológico por parte de quien esté capacitado para ello:
Quare unile essn utragae tralanionie comparana notare qaaninum quisgue
pecassen addendo, denrahendo, manando, un quae verior versio essen probarenar,
falsa repadíata, en errores observar-enur gui ini philosophia ex mala versione
naní faissenn ~
Otras causas de obscuridad de orden formal
Pone punto y final el autor a este capítulo, dedicado a la transmisión del
texto aristotélico, con esta otra observación: «Sed quid iuverit textus
emendasse, si vulgo citan tur mutili et deprava ti, praesertim a
commen tatoribus latinis>».
Este hecho, desgraciadamente tan frecuente, de la cita de pasajes
mutilados o trastocados en su sentido, no es sin embargo tan preocupante
como cualquiera de las otras cuestiones tratadas con anterioridad, pues
siempre le es posible a cualquiera la confrontación con el texto original y,
en su caso, la pertinente corrección. Pero omitida con frecuencia esta
prevención y dando sin más por cierto lo que tan comúnmente se afirma,
no es de extrañar que hayan de incluirse estas citas erróneas como otra
causa más de que el pensamiento filosófico que pretenden transmitir
quede, a menudo, oscurecido.
Enlazando muy de cerca con esta cuestión, pasa también revista el autor
al problema que nace de la repetición mecánica que en las clases se hace
tan quam a picis— de palabras, distinciones e, incluso, exposiciones
enteras que no llegan a comprenderse. Resulta obvio que la aplicación de
la memoria al conocimiento tanto de la filosofía como de cualquier otra
disciplina no es, por sí misma, una causa de oscuridad, sino que es el
natural complemento del proceso de parendizaje
61. Pero cualquiera que
~ ¡bidem, fol. 17v.
60 Ibídem, fol. 18. Veamos un ejemplo de los tres que se aducen: «un locas ex
quinno Metaphysico “a facílioribas est aaspicandam”, citatar enim mutilas, cam sic
legatar: “Non a primo ac reí principio alíquando inchoandum est, sed ande qais
facilias discan”, nec explicanin quando a facilioríbus sin auspicandum, quod namen sin,
cum sine iis posterior-a non possant intelligí» (ibídem). Cf. Aristóteles, Metaph., =,
1013a 2-4.
~ El papel de la memoria en la pedagogía humanista ha sido muy bien estudiado
por L. Merino (cf. La Pedagogía en la Retórica del Brocense. Los principios
pedagógicos del Humanismo renacentista (natura, ars y exercitatio) en la Retórica del
394

haya sido profesor —o incluso desde la propia experiencia como alumno—
comprende el sentido que el autor ha querido dar a este punto. Lo que
motiva la obscuridad es cuando la propia memoria se convierte en el
objetivo del aprendizaje, cuando la recitación del texto viene a sustituir a la
comprensión de la idea.
Desde esta perspectiva es desde la que nuestro autor propone que se
expliquen con mayor claridad aquellas palabras que en las escuelas se
aprenden de memoria, pero sin que los alumnos acierten a comprender el
significado de las mismas. No se trata de cambiar el vocabulario propio de
las Artes —previene Núñez las posibles objeciones— sino de facilitar la
comprensión de lo que se aprende: «Ego vocabula artis non censeo
mu tanda esse, sed apertioribus vocabulis explicañ postulo»
62. Un buen
ejemplo lo proporciona el término quidditas, tan utilizado como, a menudo,
poco o nada comprendido:
Essen tía sea guidditas níhíl aliad est guam coniunictio partían essenitialum
qaae reni efficiunn, un ini homine corporís et animi gui partíceps esn rationis. En
rebus vero gaae carenn corpore, concursas caasae effícíentis et fínís, un
guíddinas logícae esn ars disser-endí (it..). Quare vere expressa esn significa nio
qaidditatís 63
La posible solución a este problema —propone el autor— pasaría por la
elaboración de un estudio que recogiera y explicara de forma adecuada
todas aquellas palabras de significado oscuro, las distinciones escolásticas
e, incluso, las exposiciones enteras que resulten particularmente
confusas

B. Aristóteles y el empleo de la lengua
Con independencia de estos factores extrínsecos al propio texto del
Estagirita, pero que han venido a sumar cierta confusión a la correcta
interpretación de su pensamiento, no es posible olvidar el hecho de que la
primera causa de obscuridad —cuando de quien se habla es de Aristóteles—,
se origina sin lugar a dudas en el empleo peculiar de la lengua griega por
parte del propio filósofo~
5. Tales características llega a revestir este uso,
hasta tal punto oscureció Aristóteles la filosofía con la sola propiedad de las
palabras, que en ocasiones parece más fácil —dice Núñez— adivinar el
sentido de un oráculo que el suyo propio:
Arístoneles, vir praesnanni ingenio, non fabalís, non namerís niegue figuris,
gaae ¡líe magno srudio labefactaver-an, sed, quod magnopere mírandum esn,
sin guían verboram propríenane, adeo philosophíam dicendo obscuravín un
facilias sin oracalí guam illías sen nenniam divinare. Itaqae Graecí innerprenes
illurn sphinga nominanin ~>.
Si en el análisis que se hacía de las diversas cuestiones planteadas hasta
este momento era fácil adivinar al filólogo que late bajo el filósofo, es en el
tratamiento que se hace de este nuevo punto donde se revela, más que en
ningún otro, el gran helenista que también era Pedro Juan Núñez: la
apropiada elección de los ejemplos; el cabal conocimiento de la lengua
griega que muestra al explicarlos; la reprobación que hace de los
comentaristas aristotélicos que no tuvieron en cuenta el uso peculiar de las
65 El mismo Núñez hace referencia en otros lugares de su obra a la escasa
preocupación de Aristóteles por el estilo literario de sus escritos; un ejemplo de ello
es esta comparación que efectúa entre la lengua platónica y la aristotélica:
«Concedamas iginar PIaL sermoni elegantiam tan nam, un Iappiter, quod illa anníquinas
credidín, sí de caelo delaber-etan non alio guam Platonis sermone usaras faerín,
paniamarque a Phrynícho Gramma nico Arístotelem en Theophrasnem vexarí, guod de
ser-monís Annící nínore param laborassenn, dum de veritanís exquisita ratione, níhil
denrahí panerennar» (Vita Arisnotelis, fols. 147v y 148, numerado erróneamente como
142).
66 Oranio, fol. 5v. Esta dificultad nacida del propio estilo de Aristóteles —que se
viene a sumar a la que ya ofrece de por sí el tema sobre el que diserta— ya había sido
señalada también por Vives: «Sed enímvero niegue haec ipsa Aristotelis volammnia
ponueranin (scil. nominales) innelligere, primam, propter loca tionenj astnictam, en ex
brevinane obscaram, hinc, propter intrincatas en obliguas sennentias, tum etiam, ob
ínimodicas sabtilinanes, gaibus Aristoneles pleramqae non exacuin ingenua, sed
pernarbat, en frangin» (De causis corrapnarani arnium, V, 2, en Opera omnia, VI, pág.
191).
396

palabras en Aristóteles, dejándose confundir ellos mismos y confundiendo
a los demás; la propia amplitud, incluso, que el autor dedica a este apartado
en comparación con otros, todo ello nos muestra a un Núñez que disfruta
haciendo gala de sus conocimientos de la lengua griega, y no tanto por
ostentación, cuanto por la importancia que al conocimiento de esta lengua
debe conceder —a su juicio— un buen aristotélico.
Peculiaridades de la lengua y el estilo aristotélicos
Con objeto de sistematizar más claramente su exposición, la articula
Núñez en torno a tres apartados: el empleo por Aristóteles de polyonyma, o
palabras distintas para expresar un mismo concepto; el empleo de
homonyma, o palabras formalmente idénticas pero dotadas de distintos
significados; el empleo, por último, de términos nuevos, o de otros ya
existentes pero a los que el filósofo ha querido dotar de un sentido especial.
¿Qué hay más confuso que el utilizar muchas palabras para una misma
cosa, como si se dudara sobre el propio nombre de la cosa? se pregunta
nuestro autor en relación al primer punto. Así, por ejemplo, aplicados al
concepto de definición encontramos en Aristóteles nada menos que los
términos ratio, terminas, substantia, ratio substantiae, quod quid erat esse,
vis et natura y proprium, lo que le mueve a Núñez a precisar que:
Quae singala vocabala, ensí non sine consílio accommodana sant difñniníonii,
namen nisi ranio caiusqae separa tim explícetur, sensum Aristotelís
obscuranr 67
No menos confusión produce, a su vez, la utilización de nombres que
abarcan un campo semántico muy amplio y que, por estar dotados de
significados diversos, son sin duda motivo de ambigúedad y de muchos
errores en filosofía. Ya el propio Aristóteles, comenta Núñez, explicó en el
libro quinto de la Metafísica muchos de estos homónimos
68; pero no estaría
de más completar su trabajo, reuniendo en un estudio todas las homonimias
~ Ora tío, fol. 7v.
68 El libro =de la Metafísica aristotélica está dedicado a la exposición de un
léxico filosófico; la crítica actual lo considera muy revisado y compuesto por textos
de distinta época (cf. A. Díaz Tejera, “Aristóteles”, en en J. A. López Férez, ed.,
Historia de la Literatura griega, Madrid, 1988, pág. 717)
397

«ut falsa quae in nominum ambiguitate Jatenr, declinenrur» y «ut vel si
sexcente sint vocis significationes ad certa capita revocentur0” 3.
Pero —enlaza Núñez con el tercer apartado— aunque no hubiera en los
textos de Aristóteles lecturas distintas, ni polyonyma, ni nombres de
significado ambiguo, «tamen ea est sermonis Crraecae proprie tas in
Aristotele aL magnam saepe afferat difficultanezn0t~. Esta proprietas del
griego aristotélico, la ilustra el autor con varios ejemplos, particularmente
interesantes, en los que nos detendremos algo más por cuanto son
especialmente representativos de la agudeza filológica de nuestro
humanista.
Un primer ejemplo lo proporciona el nombre ¿VTCXÉXELa, por
ignorancia del cual —ironiza el autor— se desataron tan “grandes
tragedias”:
Qaam rein sanis declaran ve! anuni nonien ¿VTCXEXEÉÁÚZS, caías ignorata
propríenane nuagnae excitan nur nragoedíae: un gui fien possin un idem sin genus
motas en animí, cu¡i monas sin actas ímperfecnus, animas vero perfectas 71•
La primera crítica en relación a este vocablo, crítica de carácter
filológico, la merece Filópono, quien piensa que la etimología de
¿VTEX¿XEta hay que buscarla en ~v, anam, r&Etov, quod est perfectum, y
~xcn’, habere 72, como si este nombre contuviera la unión y la perfección:
Non viden ex Crammanícis regalis —censura Núñez73— Grammanícus namen
cognomen no, cam aspirenur nomen EV non potaisse niomen ¿VTENEXEtUS, quod
levíganar, íllínc derivan?
Los latinos, por su parte, han traducido esta palabra por actas y quede a
juicio de los filósofos, dice Núñez, si lo han hecho adecuadamente. Pero
como él mismo está también incluido en esta categoría, no puede evitar ser
también él mismo quien inmediatamente se preste a responder:
Ora tío, fols. 8 y 8v.
Ibídem, fol. 9v.
Ibídem, fol. 10.
72 concretamente Filópono dice «ourus EVpLOKEL OTL o~oía ¿071V fl 4>UXT~ T) Ka[O
it cbos, 6rrcp ¿IdOS KQXÚ ¿VTEX¿XdLaV nap& TÓ Zv ~aí it T¿Xctov Ka’t té OUV¿XEíIt> (Ini
de Anima Commeninaríus, II, 1, en Conímentaría ini Aristotelem Craeca, Berlin, 1897,
XV, págs. 208 y 209).
~ Ora tío, fol 10.
398

Nam ensí Plano plerangae en Arísnoteles ¿VTEXEXEÍaV Ú1’TL r~s ¿VEIYYEÉaS
usurpanin, tamen si aniimam actum appelles, eandem r-em en causam en effecnum,
eadem compara nione, vocabis: guo nihíl absurdius potest excogitan, cam ex bac
sen tenida efticianur un homo eadem hora caecas en videnis dicanur, si tota animis
vis en natura in actione posma esn, en animas accedan atqae receJan sine ínter-ita
reí subíecnae tanquam accídenis variuni en comnutabíle; ac, un brevi omnía
absurda ini uniun conferam, un animas nosner non sabstantía et natura, sed
accidenis nomínetur ~
Una vez más se vuelve al argumento de orden filológico para censurar
también la traducción de Cicerón, quien había vertido al latín ¿VT¿X¿X¿La
por continuata motio, tal vez, conjetura Núñez, porque había leido
¿VSEXÉ\Eta, escrito con E y no con ‘r, y porque en el Fedón el espíritu se
encuentra agitado por un perenne movimiento 75
La interpretación correcta del nombre, según el criterio de nuestro
filósofo, es la de «perfectio rel alicuias mota compara tao, lo que explica
mediante el siguiente argumento:
Arístotelis igítur proprie ¿VTE\EXEÉJV appellan perfecníonem reí alícuias
mona conu par-anam: guam etiam ini libris De orta ¿ttv vocan, qualis esn animas,
gui esn firma en constanis ~ts corporis mona acqaisina. Motam aatem ÉWTEXEXEÚZV
nominan, quía nendít ad tttv, aun cerne ¿VTEXEXEtUV non omníno, sed eius rei
qaae est ponentía 7~
Lo que sin duda merece ser reseñado es que esta interpretación de
Núñez presenta ciertas coincidencias —dentro de la polémica que sigue
suscitando este concepto— con la que hoy es comúnmente admitida77.
74 Oranio, fois. lO y 10v. Es cierto que el propio Aristóteles parece, en ocasiones,
utilizar estos términos como sinónimos. Así, por ejemplo, en dos pasajes del De anima
II 1, 412a 27 y 412b 5) afirma que el alma es ¿VTEXEXELU, pero en la Menaphysíca
(l-11045a 35) dice que es ¿v4ycta. Bonitz es de la opinión de que Aristóteles utilizó la
palabra ¿v,-cX¿xcta de un modo ambiguo: a veces la distingue de ¿V4YEVX y a veces las
hace sinónimas (cf. índex arísnonelícas, Graz, 1955, pág. 253b). Lo mismo opina W. D.
Ross, para quien «For the most part Aristotle uses the word as exact synonims»
(Ar-isnonle’s Menaphysics, W. D. Ross ed., II, pág. 245). La tesis de Núñez es, en
resumen, que al traducir EvTEXEXEta por actas, estamos llamando al alma accidente y
no sustancia.
~ Ora tío, fol. 10v. En Aristóteles encontramos ¿vdeXExts y ¿VdCXEXéS, pero no
¿V&X¿XEIC¿

Otro ejemplo relativo al uso peculiar de la lengua griega por Aristóteles
al que se está pasando revista, lo proporciona la palabra griega wrotX os,
utilizada por el Estagirita en el capítulo séptimo del De inter-pretatione 7t~.
La ignorancia del sentido de este nombre lleva a que los comentaristas
griegos y latinos, cambiando la intención de Aristóteles, expliquen que el
pasaje versa sobre las consecuencias y no sobre la oposición:
Nec vídenn nurpissinlum in Arisnonele faísse alienan alíquid a dispunanione
aferre; praesernim caniu de coniseqaentíís sequen ti loco separ-anini disputen en
copioso ~.
Tal es —dice Núñez— la obscuridad del pasaje de Aristóteles, que Amonio,
asustado por su dificultad, escribió: «2wtyybs [LEV KEXatWflS Kara TflV
AuKówpovos ytjpuv EKII[IIoIJIIEVoS iroXX¿ Sc ~paypa~a ‘rots ctiiyctais
rrapcÉoxÓv. ..»
La explicación que da Núñez al empleo de este nombre por Aristóteles,
se basa en una ingeniosa interpretación de OTOIXOS como quincux, es decir,
como hilera o fila, pero dispuesta al tresbolillo; de manera que el filósofo
griego habría expuesto la oposición entre aserciones, mediante la métafora
de aquella disposición que con frecuencia presentan los olivos y las vides:
Aristoneles ita gae, sampta menaphora ab oleis et viníbus guao ferun tun forma
qumnicancis, docen guoniodo fianin enuntíationes antníbuní infininí ex
siniplicí bus, un privan res per qaincuncem. Quasí dican, guemadmodun in
gaincunce daae oleae ex aegao disnann a ter-tía cornmuni, sic affirmatio en
neganio transposina en privans ex aeqao dísnann en fiunin ex simplicí,
pron anciano posnposita negatione verbo ~
En resumen: Aristóteles, que escribió en griego, quedará
necesariamente oscurecido si se ignora esta lengua. Y no es mucha luz
—ironiza el autor— la que arrojan los que dicen: «Graecam est, non legitur’>.
xov, y define el témino ¿W7EX¿XELU, en el mismo sentido, como «the resufting actuality
of perfection» (op. cm., II, págs. 245 y 246).
78 El pasaje de Aristóteles reza como sigue: «OJOTE Stú ToUTO TETTUpU EOTUI TalJta,
‘va ~rc~’dúo 1w~év. 0 1v kaTn.tfaoLv ~za\«uópaotv ~cv itata re orotxoOv ~s «‘1 oTEfvqoEt&,
v& & 6~5o ok (mm., 1 9b 22-24). En este pasaje Aristóteles diserta sobre la oposición
entre las aserciones de verbo predicativo y las de verbo atributivo.
~ Ora tío, fol. 11.
~ Ibídem. El pasaje de Amonio pertenece al Ini Anistotelis de Inter-prenatione
Commentanius (en Commentaría ini Anístotelem Graeca, IV, P. 4-6, pág. 166, 26-28>.
81 Oratio, fols. 11 y liv.
4cn

La única luz posible para desterrar estas tinieblas será, una vez más, la que
surja del trabajo y de la investigación, mediante el estudio, la explicación y
la correcta traducción de todas esas palabras que en Aristóteles revisten un
uso tan peculiar 82.
Hay que advertir que el propio Núñez emprendió un trabajo de estas
características, que, aunque no llegó a ver la luz en letra de imprenta, se
nos ha conservado manuscrito bajo el titulo de Index alphabeticas vocum
graecaram Aristotelis a fonnalarum dicendi cum earam interpretatione
ex Cicerone maxime et probatissimis aactoribas, aat diligenti graecae
linguae observatione ~ La intención de nuestro humanista parece que
fue, en efecto, la de elaborar un léxico de Aristóteles, en el que a cada
vocablo o expresión del griego le fuera asignada su correspondiente
traducción latina, a partir del testimonio bien fuera de Cicerón, bien de
otros reputados autores.
La elaboración de léxicos fue una de las tareas que caracterizaron el
quehacer filológico de los humanistas. De todos es conocida la labor que en
este sentido realizó Estienne con su mesa aras, por por poner un ejemplo.
Pero junto a estos léxicos generales, al estilo del elaborado por el filólogo
francés, surgieron otros dedicados de manera específica al estudio de las
diversas terminologías científicas, aunque limitados, por lo general, a la
lengua latina84.
$2 «Praesnabílius essen virum Graece lacalenner doctum en ini Anistonele mulnum
exercitatam, ini brevissimo libello ordine alphabenico omnes voces annotare, gaae
apud Aristonelem tanmm habent propríetatem, un Latine víx ac ne víx guídem
convertí possinn. Ini guibas explicaren enymon caíusque vocis, en quae ex illa
derívaretu~ gua signífícanione ea voce ante Aristotelem ahí scnípnores así fuissent,
en guibus ver-bis Laninis apposine expnimi posset un hac dihígentia adhibita, ni alías
obscar-ínani locas relinguerenur» (Oratio, fols. 12v-13).
83 Manuscrito Caesaraag. Gr 16

A este último ámbito pertenece el léxico filosófico grecolatino
elaborado por Núñez —empresa muy original y de extraordinaria utilidad—,
en el que la terminología aristotélica se vertía al latín en la más pulcra
dicción ciceroniana~
5. El trabajo está completo, pues los lemas figuran
alfabetizados desde la letra a hasta la u¡; para cada lema se proporciona el
significado latino de esa palabra, aunque, en ocasiones, se transcribe
también el contexto en el que figura y se traduce la expresión completa; al
lado de cada lema figura una referencia a la página de una edición que no
hemos podido identificar. Veamos algunos ejemplos elegidos al azar:
- Suri ~uxta (pa. 44) adversa fortuna, calamitas: SUOTUXtiPX¿’rOI, res
adversae, calaminares.
- KEpSaLvEtl’ (pa. 136) quaesnum facere, lucrifacere, lucran, proficere.
TO KEpSoS, lucrum et quaestus.
- OKO1TEtV (pa. 210) OKOT[E’ÍV Sil T~ iipoEtp~pcva ~pi-, spectanda igitur
sant anredicta omnia.
- TEXtKa (pa. 8) pertinentia ad ultimum, vertit Cicero ~6.
No estamos en situación de afirmar hoy si la elaboración de este léxico
se hizo con fines puramente personales o si su autor tendría la intención
de publicarlo, pero el hecho es que, por la razón que fuera, no llegó a ver
la luz.
Retomando el hilo de la exposición sobre las causas de obscuridad en
Aristóteles, poca utilidad tendrá —afirma Núñez— comprender bien el
vocabulario aristotélico, si no entendemos asimismo las palabras utilizadas
por aquellos otros filósofos a los que el Estagirita refuta. Es éste, a juicio del
autor, un nuevo motivo de obscuridad, pues dado que Aristóteles parece en
ocasiones rebatir no tanto el pensamiento de aquellos filósofos como sólo
sus palabras, resulta que o se entienden estas palabras o tampoco podrá
comprenderse la refutación. Este aspecto se ha descuidado, pero sería, no
~ Sobre el tema que nos ocupa resulta muy ilustrativo el trabajo de E. 1’.
Copenhaver “Transíation, terminology and style in philosophical discourse”, en The
Cam bridge Hisnory of Reinassance Philosophy, Cambridge, 1988, págs. 75-110.
86 Cf. fols. 46v, 77v, 122v y 129 del ms., respectivamente, para cada uno de los
eiemplos proporcionados.
402

obstante, de enorme provecho que se explicara el léxico específico de cada
escuela filosófica 87.
Posibles incorrecciones Iingúísticas en Aristóteles
Apenas unas líneas, medio folio escaso, es lo que dedica Pedro Juan
Núñez, por último, al tratamiento de esta cuestión. El motiyo de su
parquedad, como él mismo señala, es que los comentaristas griegos de
Aristóteles por lo general han sido gramáticos de profesión, por lo que
«minus haec pars diligentiam nostram postular»88. Se reduce el autor, pues,
en este nuevo capítulo, a delimitar simplemente los tres ámbitos en los que
estas incorrecciones pueden tener lugar y a ilustrar el asunto con un par
de ejemplos de escasa entidad.
Las incorrecciones ligúisticas de Aristóteles se producen —a juicio de
Núñez— por las cosas que sobran en su sintaxis, por las que faltan y por el
empleo de hyperbata. De las primeras, la mayor parte de las veces ni
siquiera es responsable el propio filósofo, sino que son, con frecuencia,
expresiones que los traductores han añadido 4K TO1J irapax?újXou: por
ejemplo, el verbo videtur en sentencias claramente ciertas y necesarias89.
Lo que falta en la sintaxis de Aristóteles conviene, dice el autor, que se
entienda more Artico 90 —Vives había ido aun más lejos al afirmar que el
estilo de Aristóteles era «A ttico etiam brevius et contractius»91—. Del uso de
Iiyperbata nada se explica, ni tampoco este último aspecto se ilustra con
ningún ejemplo.
87 «An homínes nostrí dunu inunília credunin ea esse quae ab Aristotele
reprehendannun hanc innelligenniam vocum neglexerunt; anilissimum nanieni foren,
canu fere tota philosophía Aristotelís ini reprehendendís philosophis consamanur,
voces omnes per se explicare, gaibus qaisgae Philosophus ini saa familia unatar»
(Oranio, fol. 13v).
~ Ibídem, fol. 20.
~> «Un Porphyríus: vidennar genus en specíes non dicí simpliciner; qao loco
redundan videnar» (ibidem, fol. 20).
Sólo se ofrece como ejemplo el comienzo de los Primeros Analíticos : «Pnímum
dicere cinca quid en de qao est instituta dispananio» (fol. 19v), (cf. A Pr 24a 11-12:
«HpÉkov cUuáv iicp\ -d KaV ‘vivos towtv t~ oKé$ts>). Hay que reconocer que Núfiez no ha
explotado suficientemente este punto, pues la peculiar sintaxis de Aristóteles habría
dado motivos de sobra para un buen lucimiento como linguista.
91 «Nec solam obscarinas fain ini rebas sensorum, sed eniam in verbis; affecnavit
eniím quoddam dícendí genas pressum, en astrictan, Antíco etíam brevias en
con tractias, un ínterdam non taj-ni elogui videanar, guam res indicare» (De causis
corra ptarum artium, 1, 4, en Opera omnía, VI, pág. 32).
‘103

C. Aristóteles y los preceptos dialécticos
Examinadas los dos primeros apartados de los cuatro en los que Núñez
ha dividido su exposición, es fácil comprobar que se corresponden con
aspectos formales —transmisión del texto de Aristóteles; traducciones al
latín; estilo del autor—, y no con cuestiones de fondo concernientes al
estudio del pensamiento aristotélico propiamente dicho. Sobre este otro
aspecto se propone disertar el orador a continuación, pero siempre desde el
punto de vista que ha adoptado desde un comienzo, y que no consiste en
proporcionar un método o sistema para explicar el pensamiento
aristotélico, sino, sencillamente, el de señalar las causas que pueden
dificultar su comprension.
El tercer capitulo, que ahora me propongo comentar, lo dedica Núñez al
estudio de los motivos de obscuridad que puedan surgir en la comprensión
del pensamiento de Aristóteles relacionados con el tratamiento lógico que
éste realiza de las cuestiones sobre las que diserta, es decir, relacionados
con el empleo de los argumentos, los silogismos y el método.
Muestra su extrañeza el autor, en primer lugar, por la frecuencia con
la que los comentaristas se olvidan de aplicar los preceptos dialécticos al
estudio de la obra de Aristóteles —cuando precisamente había sido el
Estagirita el autor cte estos preceptos—, como si sólo fueran válidos para el
estudio de otros autores, pero no para el estudio de quien los inventó.
Ahora bien, ocurre que, cuando los comentaristas descuidan esta elemental
prevención, oscurecen inevitablemente el sentido de Aristóteles:
92—
O miserum Aristonelem —se queja
gui aliis aathonibus illustranidís
Núñez
praecepta tradíderín invennionis, syllogísnuorum et menhodí, síbí nullum
religaenin; imo snapidos interpretes, gui haec ini Anistotele non videranin: en
Anístonelem fornanianum, quí ea praecepta docain, quae ípse prímum suis
exemplis secatus sin en posterí omnes imita ni.
Se comienza, pues, por justificar el hecho de hacer ‘metalógica’, es
decir, de estudiar la lógica aristotélica a la luz de los propios preceptos que
ella misma establece; pero antes de proceder a ese estudio de manera
sistemática, le parece importante al autor establecer una premisa
metodológica, indispensable desde su particular punto de vista: si
Oratio, IbIs. 21 y 21v.
404

Aristóteles incurre en algún error, no hay que ocultarlo, pues si ese error
llega a arraigar en nuestras mentes resultará a la larga muy difícil de
extirpar’ 13.
Errores en Aristóteles
Hasta tal punto se había llegado a entronizar a Aristóteles como criterio
máximo de autoridad en todo lo relativo a la disciplina lógica, que quien
osara poner de manifiesto los desaciertos de aquel se hacía merecedor casi
del calificativo de herético. El movimiento humanista había combatido la
autoridad de los maestros como criterio ‘científico’, y había conseguido
atenuarlo, pero no extirparlo94. Nuñez, por su parte, se propone dejar las
cosas claras desde el comienzo: Aristóteles era un hombre y, como tal,
estaba tan sujeto a error como cualquier otro:
Porro aunen in Arisnotiele omnies afferant magna con nentione vocis nihíl esse
falsun, níhíl repagnanis, nihíl inconsequens. Mallem dicerenn pauca esse falsa,
pauca repugnan nía, pauca mniconsequeninía, en Arisnotelem honiinem esse
agnoscerenn, gui errare sciren en possen ~.
Hay que reconocer, sin embargo, que el alejamiento de Núñez del
ramismo —y consecuentemente de la carga antiaristotélica que aquél
conllevaba— y el acendrado aristotelismo del que hizo gala en los últimos
tiempos de su existencia, le llevaron a abandonar, en parte, esta actitud
crítica. Veamos cómo en 1594 había cambiado de manera sustancial el tono
93 «Quod sí ini viniam alíquod incurrin dissimulanduni non esn, ne si anímam
alicuias occapaverit, altiores agan radices quam un possin evelli» (ibídem, fol. 21v).
‘>‘~ Recordemos el caso, por ejemplo, de Pedro Ramos y la condena —real, no
meramente intelectual— que le supuso su oposición a Aristóteles (vid. supra, págs.
199 y 200).
‘~5 Orado, fol. 30. Ya Agrícola recordaba en su De ínventione Dia¡ecdca que
Aristóteles fue hombre al fin y al cabo, y que, aun reconociendo sus enormes méritos,
no había sido ni el primer ni el último filósofo que ha habido sobre la tierra: «Ego
Arisnotelem summo ingenio, doctrina, eloguenitia, rerum peritia, pradentiaque, en un
semel dicam, sammum quidem homínem, sed hominem tamen fuisse puno, bbc esn,
qaem et latere aliquid poterir guigae un non omnía primas invenerin, ita aliis posn se
inveniendo alíqua religaerin» (op. cit, fol. 7v). También Vives había insistido, en su
tratado De causís corrupnaram artiam (1, 5>, sobre la condición ‘mortal’ de
Aristóteles y la existencia de errores en su obra: «Quae sant a me dicta ne qais puLen
vel me male de Arisnonelis ingenio en doctrina sen níre propter lapsus aliquon, guam
labí sin fere propríum mornalinanis nostrae» (en Opera oninia ,VI, pág. 36).
‘405

de sus afirmaciones con respecto a lo que había sostenido años atrás, por
ejemplo en la cita que acabamos de reproducir:
Concladamus igitur cum Roisio —afirma en sus Nonae a la Vida de Aristóteles
de 1594— si invenire eanden arnem. eamgue perfícere diviní potius guam
humaní íngenuí esn, Anístoteles aanem non artes, namque praesnantes primas
menhodo saltim accunara invenin en perfecit, divinae ponius guam humanae
conditionis filad esse, meritoqae Anístonelem dívínuni, un ille aif, víram a
ve¡cribas faísse appella numn 96
Regresando a la obra que nos ocupa, la opinión de nuestro humanista
en la Oratio es que se ha de examinar cuidadosamente el empleo por parte
del Estagirita de los preceptos dialécticos y, en el caso de que el filósofo
cometa alguna incorrección, buscar no tanto cómo ocultarla, cuanto sí
remediarla.
En lo que a la argumentación se refiere —afirma Núñez—, ya los
comentaristas griegos denunciaron los yerros de aquél, al tiempo que
vengaban también a los filósofos antiguos de las calumnias que había
proferido contra ellos
9. Pero mucho más explícito se muestra el autor al
explicar las equivocaciones cometidas en relación al método: «In methodo
vero quam multa aliena», comienza su exposición, para dar paso
inmediatamente a una larga lista de cuestiones en las que, a su juicio,
Aristóteles se habría equivocado desde el punto de vista de la dispositio de
los argumentos.
Por lo que al Organon se refiere, propone Núñez una redistribución de
sus contenidos —de los libros se hablará más adelante— que considera
metodológicamente más adecuada que la que presentan los tratados
aristotélicos. En el libro Sobre la interpretación, por ejemplo, las
discusiones sobre la ÉooSlivap’ (Oratio,
fol. 21v.).
406

explicación de los tres modos de silogismo se ha de incluir en los Primeros
Analíticos; todo el libro octavo, a su vez, pertenece a las Refutaciones
sofísticas, puesto que trata sobre la exercitatio y el mismo tema se explica
casi palabra por palabra en este tratado.
En lo que a la Física concierne, la disertación sobre las causas en el
universo, que se expone en el libro segundo, no corresponde tanto a] físico
cuanto al dialéctico o al metafísico; lo que se lee en el libro cuarto sobre los
significados de 1am, ohm y nunc, pertenece a la gramática; el libro quinto,
hasta la explicación de la palabra simul, forma un todo con el libro tercero
de la propia Física, y la parte restante está vinculada al libro cuarto.
Todo el libro cuarto de los Metereológicos, que trata sobre las acciones
de las primeras cualidades, no es propio de esta obra sino del De
genera done en corruptione donde se trata esa cuestión.
Un problema interesante es el que plantea el libro alpha minor de la
Metafísica, sobre el que —afirma Núñez— existe gran controversia. La
opinión de nuestro autor, fundamentada en los argumentos que a
continuación transcribimos, es que no debe ser colocado como libro
segundo de la Metafísica, ni tampoco, como otros pretenden, debe ser
incluido entre los libros físicos:
Cerne de minorí Alpha Metaphysico magna disceptanio est. Nain sí ini
Menaphysicís librís recense ta~ car a Graecís non vocatar secundas? Gur ini 3
Mctaphysíco non docet Arísnoneles quid natura en ch-ca quas res versetur
scien tía nanuralis? quod ini fine secandí pollicetar se explica narum. Si anime
secundum Physícum collocarí deben, un voluin lacobas Sadolenus, car non
explican in Physico sitie unías scienniae, an plurium principia en causas
con templan? guam guesnionem ponin ini mínorí Menhaphysíco, explicat vero ini 2
Menaphysico, un dicendunií sin aun eo loco non faisse collocandum, aun certe
nertíanii Menaphysicam munílum ad nos pervenisse
Sobre la metodología aristotélica insistirá de nuevo el autor en su
discurso algo más adelante. Por el momento, la disgresión sobre los
supuestos errores cometidos por Aristóteles la cierra con una exhortación
a investigar todas estas cuestiones y a dictaminar sobre ellas, con lo que no
haríamos, a su juicio, sino seguir el ejemplo del propio Aristóteles, quien
~ Ibídem, fol. 22v. Una buena exposición sobre la posible disposición de los
distintos estratos que componen la Metafísica aristotélica se puede leer en W. Jaeger,
Aristóteles, págs. 194 y ss.
407

no tuvo reparos en poner de relieve los defectos de método cometidos por
algunos filósofos que le habían precedido, como Parménides o Platón.
La inventio aristotélica
Retomando de nuevo el hilo de su exposición, tres son los puntos —como
ya se ha indicado— en torno a los que Núñez organiza su análisis del empleo
de los preceptos lógicos en el texto aristotélico: la inventio de los
argumentos, el tratamiento lógico de los mismos y el método mediante el
que han sido dispuestos.
Con respecto a los argumentos, es conveniente, en primer lugar,
observar de qué clase son los que ha utilizado Aristóteles: si causas y
efectos, que según sus propias enseñanzas ofrecen mayor consistencia que
los demás, o si sujetos, circunstancias, contrarios, comparaciones,
etimologías, testimonios y los demás argumentos que sólo consideraba
probables. Si se deja este estudio de lado no se comprenderá en qué está
basada la fuerza de la disertación. Y si alguien objeta que la inventio es
propia de la retórica y por tanto inútil para estos fines, se equivoca, pues
aquella —afirma una vez más el autor, insistiendo en la tesis mantenida en
su llibellus— es parte integrante del arte dialéctica:
An clarnitant continuo honjinies stupidí hanc mniventionem oratorianu esse atque
inatilem. Qaasí vero praecepta Topica Rhenorícae sun, no Dialecnicae artis,
et mutile sin íis praesidiis muniinam esse, gambas instructas Aristoneles
copíam argumennoram en facalnatem dispanrandí ini contrarias partes síbí
coniiparavi ~
Además de examinar a qué género pertenece el argumento utilizado por
Aristóteles, ha de observarse a continuación si en el propio argumento
existe alguna obscuridad con objeto de desterraría. Como en opinión de
Núñez los argumentos pueden reducirse a diez clases principales
1

expone un ejemplo de cada uno de ellos cuyo uso resulta oscuro en
Aristóteles y merece una aclaración suplementaria
1; en otras, por el contrario, convendrá resumir lo que Aristóteles ha
tratado de manera en exceso prolija.
FI tratamiento de los argumentos por Aristóteles
Muy aconsejable resulta, asimismo, el análisis de si Aristóteles trata los
argumentos que utiliza mediante inducción o mediante silogismo, o bien si
lo hace recurriendo a ambos métodos, lo que ocurre a menudo; si es a
través de un silogismo, si éste es del género categórico o del hipotético; si el
silogismo es categórico, de qué figura y modo. Todas estas distinciones
resultan imprescindibles a ojos de nuestro autor, pues —precisa— no las
estimó el filósofo griego útiles sólo para los demás, sino también para sí
mismo1 1)2
Otra causa de obscuridad, nacida del uso aristotélico de los silogismos,
ocurre cuando en éstos sobra o falta algo. Que en ocasiones falta algo,
ironiza el autor, no lo dudan quienes han conocido la concisión de
Aristóteles; por eso prefiere ceñirse más bien a la explicación del caso
primero, es decir, cuando algo sobra en el tratamiento de los silogismos.
El ejemplo que se aduce para ello está basado en la argumentación que
realiza el Estagirita en el capítulo sobre lo futuro contingente103. La
cuestión que se expone en este capitulo, ya de por sí extremadamente
En relación al fin, por ejemplo, se dice: «Sínnie demonistratio finis tonius amis,
uf volanit Craecí interpretes, an solías partís Anialytícae, at Aris toneles sen níre
vídenur» (Oratio, fol. 23); a la forma: «Sinne nemperanio diversa a forma, cam res
praedinae eadem nemperanione diversa edanin effecna, an eadem cum Arísnoneles niegen
ini rebus naturalíbus prmnicipíum esse quod moveat tan ram en non moveanur» (ibídem),
y así otros tantos ejemplos hasta completar la lista.
102 «Qaae duni negligunin interpretes, obscuriorem faciann Aristotelem; niegue
anímadvertanit eam huías exercitationís praecepta unílíssíma tradídisse nertia
sectionie primí Prioram, guae non solum alíis aunhorí bus, verum eniam sibí profanura
exísnimavin» (ibídem, fol. 20v).
103 En esta ocasión no se indica, como hace el autor habitualmente, a qué tratado
del Organon pertenece el pasaje que se menciona, quizá porque en este caso sea
suficientemente conocido para su auditorio. Aristóteles trata sobre la oposición de
los futuros contingentes en el De innerprenaníone (iSa 28-19b 4). La disertación de
Núñez a este propósito se desarrolla en los fols. 25 y 25v de la Oratio.
409

difícil, ve agravada su dificultad por el tratamiento que recibe, pues
Aristóteles utiliza una maraña de silogismos y prolepsis para confirmar sus
premisas.
El método que Núñez propone para atenuar esta dificultad es el reducir
todo el capítulo a los dos silogismos en los que, a su juicio, cabe encerrar
toda la disertación. El primero de ellos sería: «Si cena esset vez-itas futurí
conúngentis, res omnes ex necessitare evenirent» (esto es absurdo, añade
el autor, luego no es cierta la verdad de lo futuro contingente>; el segundo
silogismo, por su parte, rezaría así: «Quae natura rerum esn, eadem
enuntiationum: res autem pleraeque sunt ancipitis even tus, guare er
enunciationes». Arrojada esta luz, se concluye, ¿qué hay más claro que el
capítulo sobre lo futuro contingente, que sin embargo es, por lo común,
considerado tan difícil?
Naturalmente, este procedimiento en exceso simplificador de Núñez
puede con justicia desatar toda clase de objeciones. Por ejemplo, cuando
afirma que el primer silogismo es persa bsurdum y de ahí concluye sin más
que no es cierta la verdad de lo futuro contingente: no es gratuito, se dirá,
que Aristóteles sólo para la primera premisa de ese silogismo haya
empleado un ejemplo para explicarla, dos argumentos para confirmarla y
una triple prolepsis para ilustraría. Pero permitaseme tomar en este punto
la defensa del valenciano viendo la cuestión desde otra óptica. La finalidad
que se ha propuesto el autor con su discurso no es tanto de orden
‘científico’ cuanto de carácter ‘didáctico’, es decir, lo que se busca es
facilitar la comprensión de Aristóteles a alumnos que acceden a él apenas
arrancados de los brazos de la gramática. Visto bajo este enfoque, ¿quién
podría negar que la explicación de Núñez resulta ciertamente eficaz?
El método seguido por Aristóteles
En la exposición sobre doctrina lógica que realiza Pedro Juan Núñez en
su Libellus de constitutione artis dialecticae, el método queda definido como
la colocación tanto de los argumentos como de las argumentaciones, cuya
fuerza reside en lo siguiente: «Methodi ea vis est, un res ordine collocet,
inutilia reiiciat, dispersa et varia in ¡mum Iocum congreget»’
t>4. Teniendo
Libellas, fol. 136v.
410

en cuenta este criterio, diremos que se origina obscuridad en relación al
método cuando algo falta o sobra, cuando no está dividido o colocado en
orden, o cuando hay diversidad o dispersión, y éstas son, precisamente, las
seis causas de obscuridad en el método aristotélico a las que el autor pasa
revista en su discurso.
Con relación al primero de estos puntos, son numerosos los autores
—afirma Núñez— que han echado en falta el tratamiento de ciertas
cuestiones por Aristóteles: Porfirio, por ejemplo, la explicación de las
“cinco voces”; los estoicos, los silogismos hipotéticos; Hermógenes, los
muchos modos de los enthymemata, etc. Otros comentaristas no se han
limitado a señalar las carencias, sino que han añadido de su cosecha
aquello que juzgaban ausente de la obra del Estagirita, o que había sido
tratado por éste de forma incompleta: así, a los Tópicos antepuso Teofrasto
sus Antetópica; Galeno añadió a las Refutaciones sofisticas la demostración
de las falacias en las palabras; en la Física, a la disertación sobre el
movimiento añadió Proclo un libro muy correcto sobre este mismo tema, y
como ellos hicieron algunos otros. No le parece mal esta práctica a nuestro
autor, sino que incluso anima a llevarla a cabo: «Sed quis ista addet, nisi
multum authoritate valean? Addet, addet, qui non hominum sed rationem
veritatis habebit,>í(>S.
En otras ocasiones, por el contrario, hay cuestiones que sobran o han
sido repetidas inútilmente por el filósofo: la disertación sobre los defectos
dialécticos está repetida en los Primeros Analíticos, los Tópicos y la
Metafísica; la explicación de las causas, que aparece en el libro segundo de
la Física, se expone en el libro quinto de la Metafísica con las mismas
palabras, etc. Sin embargo, para algunas de estas cuestiones la repetición
podría defenderse por la diferencia que reciben en su tratamiento.
Los ejemplos que se ponen con respecto al tercer punto —lo que no
aparece convenientemente dividido en la obra aristotélica— conciernen al
De inrez-pretatione y a los Topica. El primero de estos tratados fue
distribuido por los griegos en cinco secciones y por los latinos en dos
libros; sin embargo, la opinión de Nuñez es que su contenido quedaría
mejor repartido en tres secciones:
lIb Ora tío, fol. 27v.
411

Priinam de elenzentís enuncíationani asqae ad capan guinnum; secanidam de
dua bus affecnion¡bas enancíaníonum, nenupe repugnan tía en consecunione asgue
ad ultimum capan; terniam ultimo capíte de guaestíonie guadam repugnan tiam
ínter se enunciatíonani ~
Por lo que respecta al libro de los Tópicos, tampoco los griegos ni los
latinos lo dividieron, a su entender, correctamente. La distribución que
propone el autor, en tres partes, es la siguiente:
Prímam de qaaesníone asgue ad capan decíniam prímí líbrí: secundanu de
invennione a cap)te decímo usqae ad ocnavaniu Iibram: nerníam de díspositione en
exercínanione nono libro octavo 107
Cada una de estas secciones podría, a su vez, dividirse en capítulos. La
finalidad es que, de esta manera, todos los contenidos de las obras
aristotélicas —con objeto de favorecer su memorización, dice el autorIí>$~
puedan ser clasificados en listas> 1>9.
Entrando en el cuarto motivo de obscuridad debida al método, el que se
origina cuando los temas se disponen en una secuencia inadecuada, las
opiniones sobre el orden correcto de los tratados del Organon no ofrecen, a
juicio del autor, excesiva coincidencia. Núñez pasa revista a algunas de
ellas, aunque dice expresamente que sobre esta cuestión tratará de manera
más exhaustiva en los comentarios a la lógica que está escribiendo>>1>.
Adrasto de Afrodisíade escribió, precisamente, un libro sobre este tema y
106 Ibídem, fol. 27 7 Ibídem, fol. 27v.
108 Recordemos que, de los tres métodos que había establecido Galeno, la finalidad
que aplicaba al de división era precisamente la de contribuir a fijar en la memoria
las cosas aprendidas, aplicación que es también la que hace aquí Nunez.
109 «Un tonas ~4risnotelís memoriae con firmandae causa ini tabulas conferrí
possit» (Oratio, fol. 27v). Por ejemplo, la primera sección del Sobre la interpretación
se divide así: «Ac prima pars dívídítur ini praefatíonem en elementa, quae sant
septem; nomen, verbum, ora tío, enancianio, affirma tío, neganio en con tradíctio» y lo
mismo las partes restantes (ibídem). Sobre la utilización por el humanismo de estas
tabalae trataremos en el capitulo dedicado a la pedagogía (vid. mfra, págs. 608 y Ss.).
«De hac ordínis varíenane iudícare non esn huías temporis niegue locí, sed
coinniuennarioram quos ini uníversam Logicam paramus» (ibídem, fol. 28v). La obra a la
que se refiere Núñez es su Commentarias ini Libellum de constitutione amis
Dialecticae, que precisamente editaría, meses más tarde, junto con el texto de esta
Ora tío que está pronunciando y con el Libellus propiamente dicho.
412

en él propone que los libros de los Tópicos y de las Refutaciones deben
seguir al de las Categorías. De hecho el propio Aristóteles en el libro
séptimo de los Tópicos parece referir las categorías a la invención e,
incluso, muchos griegos las llaman antetopica. Según este criterio, los tres
libros mencionados, que son los que tratan sobre la inventio dialectica, se
colocarían en primer lugar; a continuación irían los tres restantes, los
relativos al análisis o colocación —Sobre la interpretación, Primeros y
Segundos Analíticos—. Mediante esta distribución de los contenidos del
Organon, la invención resulta anterior a la demostración en el orden no
sólo de la naturaleza sino también de la doctrina, y la demostración (o parte
analítica) ocupa el lugar que le corresponde como culminación de la
dialéctica. El orden propuesto se corresponde, pues, con el que Núñez
defendía por esta misma época en su Libellus, aunque ya hemos
comprobado que posteriormente modificará su opinión’ ~.
Algunos comentaristas segregan las Categorías de la lógica y dan
comienzo a ésta por el tratado De interpretatione. Núñez se muestra de
acuerdo con este criterio, pues dado que las categorías proporcionan la
materia y la lógica, sin embargo, carece de toda materia, parece preferible
no incluirlas en ella”
2; como además el De interpretatione trata acerca de
cosas que son comunes con los gramáticos, con razón se antepone a los
demás libros. Otros quitan asimismo el libro de las Categorías, pero siguen
en lo demás el orden de Adrasto.
Cuando Aristóteles emite opiniones distintas sobre un mismo asunto,
está dando lugar con ello —afirma nuestro filósofo— a un nuevo motivo de
obscuridad, pues dado que la opinión verdadera no puede ser más que una,
resultará imprescindible poseer un juicio muy agudo así como un gran
conocimiento del arte dialéctica para discernir cuál sea ésta de entre todas
las que se proponen.
El procedimiento que sugiere Núñez para deshacer esta posible
confusión metodológica —la quinta de las que analiza— se basa en lo
siguiente: de los muchos argumentos que en ocasiones Aristóteles utiliza
~ Para la progresiva evolución de la doctrina de Núñez en relación al correcto
orden de los tratados del Organon, vid. sapra, págs. 327 y 328.
112 1bidem, fol. 28. Exactamente la misma opinión sostuvo, como hemos tenido
ocasión de ver, en las páginas de su Líbellas, aunque posteriormente la modificó (vid.
sapra, págs. 329 y 330).
413

para confirmar o rebatir la misma cuestión, debe examinarse cuáles de
ellos son necesarios, cuáles probables y, por último, cuáles capciosos. A
continuación se ha de ver en qué grado lo son: cuál, de entre los primeros,
es más necesario y cuál, de los segundos, más probable. Por último, de las
distintas definiciones y divisiones que se hagan de una misma cosa, se ha
de considerar sólo la que es perfecta y las demás se han de reconocer y
rechazar por sus defectos.
Todo este proceso, como es procedimiento habitual en nuestro autor, se
ilustra mediante algún ejemplo. En este caso se propone el análisis de las
seis definiciones que Amonio hace de filosofía: de todas ellas, como se va
demostrando una a una, cinco son inadecuadas y sólo una la correcta. El
método para investigar cuál es la única apropiada es el siguiente (y
permittaseme que me remita a las palabras del propio Núñez, aun a riesgo
de excederme en la extensión de la cita, pero creo que resultan muy
ilustrativas del proceder del autor en la aplicación de los preceptos
lógicos):
Quare de sex díffinítionibas (scíl. Phílosophiae) haec erít sola propría,
cognitio rerum quía res sant Quae diffinitío haec methodo est invesniganda,
quae namen omnibas ínnerprenibus desideratan Omnia qaae mnisunt in animo,
quafls est Phílosophia, aun sant partes animí, aun symmetria parnium, aun
actiones. Philosophía non est pars animí: alioqaí omnes nasceremur Phílosophí;
non symmenria, nam si secandum nanuram essen virnus, si praener nanuram,
vítium: Phílosophia aatem neutram esn, sed d8ui¼popos.Actio igitar. Porro
actiones aun sant sinigularam parníam anim¿ aun symmetriae. Phílosophia non
est symmenriae acnio, ut supra demonstratum est: ergo unías partís. Non
appenennis, nam possita esset in volun tate et omnes continuo essemus
Phílosophí; quare est actio partís cognoscentís quae ano nomine cognitio
vocatur. Quamobrem invennam esn propríam genus. Nanc differenniam a re
sabiecta qaaeramus. Cognítio aun reram, aun verborani. Non verborum, igitar
rerum. Rerum non singularum, quae ínfinitae sant ergo universarum. Quare
haec erín propria diffininio philosopphiae, cognítio reram quia res sant, íd esn,
rerum uníversaram ~.
La única manera, pues, de investigar la verdadera definición es
mediante el recurso al genus y a la differentia, en cuanto que —según
enseñan los preceptos lógicos— son las partes constitutivas de la definición
y por tanto las únicas que pueden proporcionaría. El ejemplo lleva a
concluir que el recurso a los preceptos que enseñó Aristóteles es, por
Ora tío, fols. 29 y 29v.
414

tanto, el único proceder posible para discernir también la verdad de sus
enseñanzas.
Con relación a la obscuridad en el método nacida de la dispersión en el
tratamiento de las cuestiones —sexto y último de los apartados propuestos—,
no se dan mayores explicaciones ni se ofrecen tampoco ejemplos,
limitándose nuestro filósofo a señalar: «Praetereo quae sparsa leguntur in
Aristotele, quae anile essen uno loco colligiA 14•
De esta manera, se pone punto final al estudio del uso que Aristóteles
hizo de aquellos preceptos dialécticos que él mismo había establecido. Pero
antes de dar por finalizado el capitulo, vuelve de nuevo el autor a insistir
cumplidamente en los errores y omisiones que presenta la obra
aristotélica, y lo hace tomando como punto de partida una curiosa anécdota
referida a Alejandro de Afrodisíade, «qui tamen primus illum (scil.
Aristotelem) sexcen tos annos iacentem in situ et pulvere excita vit».
Interrogado Alejandro acerca de qué doctrina del Estagirita le agradaba
más, respondió que sólo se quedaba con la doctrina sobre la eternidad del
mundo, porque sólamente en ella parecía Aristóteles estar de acuerdo
consigo mismo: «tan inconstantem Aristotelem fuisse Alexander
iudicavit»’ 15
La nueva lista de ejemplos de cuestiones censurables en la obra del
filósofo griego es abrumadora: sin duda la más larga de cuantas aparecen
en la obra. Expondré sólo algunos de ellos: las Categorías son criticadas por
Plotino y por Gregorio Nazianzeno; el libro segundo del De intez-pretatione
—tal comQ dividen los latinos esta obra—, es reprobado incluso por buenos
estudiosos de Aristóteles y muy versados en su doctrina; en los Segundos
Analíticos los comentaristas critican su inconstancia sobre el medio de
demostración, si debe ser considerado éste la definición del sujeto o del
atributo; en los Tópicos, Cicerón y Rodolfo Agrícola censuran su método
indeciso; en la Física, muchas cosas son refutadas por Teofrasto y Eudemo, y
también Galeno lo desmiente en muchos puntos.
Y así hasta completar una lista de veintitrés cuestiones. Aunque podría
añadir aún más —dice el autor—, no es su intención sin embargo hacerlo
por temor a ser malinterpretado, y para que nadie pueda pensar que
114 Ibídem, fol. 30.
~ Ibídem.
415

pretende —según sus propias palabras— llevar a juicio a Aristóteles’”>. Su
propósito es más bien el contrario: instar a que se reúnan en un libro todas
las críticas que se le han hecho, de manera que se pueda juzgar sobre ellas
imparcial y libremente, y, en su caso, defender al filósofo griego de las
calumnias injustificadas de sus adversarios’ 17•
D. U obscuridad debida a los propios temas
Además de los motivos de obscuridad achacables a un incorrecto
tratamiento dialéctico de las cuestiones, otros nacen de las propias
cuestiones en sí, motivados por causas de índole diversa: por ignorar los
autores de los que Aristóteles ha tomado prestadas determinadas tesis; por
tomar por aristotélicos principios que no lo son; por las contradicciones
que el filósofo presenta en la explicación de algunos temas o, finalmente,
por el uso que hizo de determinados ejemplos que no han sido bien
comprendidos. Al estudio de cada uno de estos epígrafes se dedica el último
capitulo de esta Orado.
Paternidad no aristotélica de algunas cuestiones
Salvo una mención a Architas Tarentino, de quien se afirma que
Aristóteles tomó las Categorías ~ el resto lo constituyen algunos ejemplos
de cuestiones tratadas previamente por Platón y que fueron recogidas en
la filosofía aristotélica: así el libro de las Refutaciones —según sostiene
Núñez— está tomado, casi palabra por palabra, del Eutidenio de Platón y de
~ «Praenereo de industria malta quse ab allis reprehensa sant, ut ab
Academicís, Snoicís, Philosophís recen tiorí bus, ne sin gula persequi en Philosophoruni
príncípem in íadiciam ‘¡elle vocare vídean cuí omniuni arnium invenníonem deben
con t7neon ac praesertím Dialectícae» (ibídem, fo!. 31v),
~I7 «Quare haec dílígen nia adhiberi deben, ut omnes calumniadores Aristotelis ini
anam Iíbram coniferantur; ini qao de íllorum sennentíis incorrupte en libere> sine
disnmnictioníbus en perturbatione anuzni judícenar» (ibídem, fol. 32).
lIS Años más tarde, en su Víta Aristotelis de 1594, sostiene Núñez con respecto a
las Categorías la siguiente opinión: «Nam Categorías, quaram inventum Pynhagorícís
ahí nribuanit, íncernam esn, niegatque Themísníus Architae Pythagonicí esse eos libros
quí KaOoXou Xóyot inscriban tun sed Perípatetící cuiuspíam: quí venusta te nomínis
auctorínanem sub operí comparare volain» (fol. 173). La consideración de las
Canegorias como un tratado de paternidad no aristotélica era, como ya hemos visto,
habitual en la época. Hoy en día, por el contrario, no se discute su atribución a
Aristóteles, salvo la parte final denominada posnpraedicamenna por la escolástica (cf.
W. Guthrie, A I-Iisnory of Creek Phílosophy, VI, Cambridge, 1981, pág. 138).
416

los demás diálogos que éste compuso contra los sofistas; el método de
progresar de lo más general a lo más específico, del Filebo; la Política, de
los diálogos sobre La República y Las Leyes, etc.
Todos estos préstamos platónicos en Aristóteles no causan excesiva
extrañeza a nuestro autor, puesto que —afirma— entre ambos filósofos las
diferencias son más bien formales que de fondo:
Nani quod vulgo dicitur facilius concilian ígnem posse aquae qaam
Anistotelen Planoní falsam esn, cunii verbis solum ínter se non sen nentía
díscrepenin 119
Esta actitud conciliatoria entre las doctrinas de Platón y de Aristóteles
no es probablemente sino un reflejo del intenso platonismo de la dialéctica
ramista, bajo cuya influencia aún compone nuestro humanista esta Oratio.
Prueba de ello es que las alusiones a Platón desaparecerán prácticamente a
medida que se consuma el proceso de alejamiento del ramismo sufrido por
Núñez. Por otra parte, la actitud de nuestro humanista hacia estos
préstamos en Aristóteles de opiniones ajenas se muestra más comprensiva,
o menos crítica, que la expresada por Juan Luis Vives, en quien la alabanza
por la oportunidad que aquellos presentan en ocasiones, se mezcla con una
indisimulada censura
1 21>
Principios no aristotélicos tomados por tales
Hay en las obras de Aristóteles muchos principios infiltrados de
manera subrepticia y que se hacen pasar por suyos cuando en realidad no
lo son, sino que provienen de opiniones mantenidas por otras escuelas
filosóficas o, incluso, de sentencias vulgares y sin autoridad.
Muchas de estas cuestiones son, por ejemplo, de paternidad estoica: así,
la definición de arte; la división de la filosofía en tres partes —teórica,
119 Oratío, fol. 32v.
121> «Carpín qaidem plerumque merino, in quo ingennem meretur laudem quod
falsas alioramque opínanionies nainqaam pericalos loca indicarin, sed nonniuniquam
affecnane, interdam non ci nra calumniiam, ini quo eum multí inicesserann» (De causis
corrapnaram artiam, 1, 4, en Opera omnia,VI, pág. 34). Más duro aún se muestra Vives
en este otro pasaje: «Primum, un scríptores omnes, gui ante ipsum faissent, carpserat,
callído en ‘¡afro ‘¡ir ingenio, nalíonem ‘¡erinas, sen tentiis est usas ambiguis, en in
anran que latas flexibílibus, nc qais etiam exísneren, qui ípsius dícta laceraret»
(ibidem, pág. 31).
417

práctica y lógica—, puesto que Aristóteles sólo establece dos; la definión de
dialéctica, obra del estoico Zenón, como «ars discernendi verum a falso»; la
diferencia, establecida también por el propio Zenón, entre la retórica —más
rica— y la dialéctica —más escueta—, falsamente atribuida por Cicerón a
Aristóteles, puesto que no se lee en Aristóteles y puesto que éste demuestra
que mayor’, ‘menor’, ‘más’, ‘menos’ no cambian las especies de las cosas.
También se han introducido furtivamente en la doctrina de Aristóteles
algunas cuestiones propias de Platón y que, sin embargo, se tienen por
aristotélicas. Alega el autor dos ejemplos que le producen particular
extrañeza:
Sic valgo —dice el primero de ellos
12’ — omnes praecípimas: «omnis dívísio, si
herí ponesn, deben revocan ad bímembremx’, praecepnam namen esn Pía nonis, ab
Arisnotelis maltis argumennís refananum primo IDe partibus animalium, quod
pro Arísnoteleo vendítamus.
fIlad etiam ‘¡algo —reza el segundo— persuasam esn ab Aristotele collocari
ideas ini Deo optimo maxímo: quae sentennia Planonis est, en aeternítati njundí
quam sequitur Arisnoneles e díanietro repugnans.
En otras ocasiones, lo que se toma falsamente como aristotélico no es
sólamente alguna sentencia aislada, sino incluso una disertación completa:
así —«quod nefas est dictu»—, en el libro séptimo de la Fisica se leen «ad
bodiernum usque diem» cuatro páginas de la paráfrasis de Temistiio como si
fueran el verdadero texto de Aristóteles’22.
Pero el asunto roza ya el disparate, cuando lo que se atribuye a
Aristóteles es la paternidad de libros enteros que aquél jamás escribió,
problema éste que, por otra parte, no afecta de manera exclusiva al filósofo
griego, quien no hace sino compartirlo con muchos otros escritores de
renombre’2t Reproducimos la lista completa de los libros que, a juicio de
Núñez, le son falsamente atribuidos al Estagirita, pues considero que
resulta interesante para conocer el ‘estado de la cuestión’ en aquel
121 Ora tío, fol. 33v.
122 Ibídem.
123 Así lo considera también Vives: «Ac un non omnia Arístotelís habenuas, ita
quaedam sub nomine illius alíena circumferun tan, quod est Arisnotelí cuin omníbus
fere magní nomínis scriptoríbus comm une» (De Arisnonelís operibus cens ura, en
Opera omnía, III, pág. 27).
418

momento o, cuando menos, para saber la opinión del valenciano al
respecto
1 24:
- la Rhetorica ad Alexandrum, es de Anaxinwnes de Lámpsaco;
- De causa, es un libro de Proclo;
- De intelligentia y De proprietatibus elementorum, no mantienen el estilo
de Aristóteles;
- De pomo, es claramente obra de algún cristiano;
- De proprietatibus vegetalium, es un libro compuesto por algún árabe,
puesto que cita autores árabes y tiene algunas voces de esta lengua u t
ben neli, nenuphan
- acerca del libro De mundo, todavía está sub iudice el pleito de si
pertenece a Aristóteles: pues dado que presenta una exquisita
introducción, llama generosus a Platón y dice que el mundo ha sido creado,
no parece haber sido compuesto por aquél, pero son varios los
comentaristas que silo consideran obra suya;
- sobre el De coloribus, también existe controversia acerca de si debe
atribuirsele a Aristóteles o a Teofrasto.
Contradicciones aristotélicas
Sucede en ocasiones que el Estagirita emite una determinada opinión,
cuando se da la circunstancia de que en relación al mismo asunto ha
mantenido en otra parte de su obra un parecer opuesto. Así ocurre, por
ejemplo, en el capitulo último del De interpretatione, donde Aristóteles
prueba que la negación es más contraria a la afirmación que lo es la
afirmación al atributo contrario, mientras que en el libro segundo de la
Física sostiene una tesis diferente.
Ya Vives había observado la existencia de estas contradicciones, que le
parecían perfectamente disculpables, máxime si se tiene en cuenta la
especial magnitud de la obra aristotélica’25. Sin embargo, otro
124 Cf. Oratio, fols. 33v-34v.
125 «Multo minas iniror Aristotelem contraría ínterduni sentire (...) ¿Mírerís tu
in nanita ‘¡arietate reram aliquid esse visum ano nempore, quod non alio? ¿Quis est cuí
non id quonidie contingan in plurimis)’» (De causís corra ptarum artium, 1, 5, en
Opera omniía, VI, pág. 36). Añade a continuación algunos ejemplos, que no coinciden
con los de nuestro valenciano. En otro pasaje achaca Vives algunas de estas
contradicciones al empleo por Aristóteles de fuentes diversas: «Haec enim est non
exigua causa, car innerdam acutissimas scripnor (sc)). Aristoteles) affirmat
419

contemporáneo como el Brocense es más drástico en sus conclusiones, e
interpreta la existencia de estos puntos contradictorios en la doctrina del
Estagirita como un testimonio de la no paternidad aristotélica de algunos
tratados’
26. Núñez —a quien, por la escasa atención que le dedica, no parece
que este asunto le preocupe en exceso— pone, a su vez, una nota de ironía
cuando comenta: «íd autem Aristotelem fecisse scribunt interpretes, ut
crucem figerer pos teris»t 27,
Liso en Aristóteles de los ejemplos
Los ejemplos que utilizó Aristóteles han dado mucho quehacer a
hombres muy sabios, quienes incluso, en ocasiones, se han visto obligados
a pronunciar aquella antigua sentencia: «Fxemplorum non requiritur
ven tas»’ 28~ La lista de ejemplos es extensa y abarca saberes muy diversos,
como aritmética, geometría”

Error de carácter histórico es, por ejemplo, el de los que en los
Posteriores interpretan Alcides en lugar de Alcibíades
1 M>~ Muchos tampoco
entienden la metáfora por la que Aristóteles en los Meteorológicos llama
esponja a los montes, en cuanto que éstos también tienen vetas, comisuras
y concavidades donde se recoge el agua de la lluvia’31. Particularmente
interesante es el segundo de los dos que se aducen como ejemplos de
arquitectura mal comprendidos por los comentaristas, en cuanto que
Núñez relaciona, para explicarlo, conocimientos propios de aquel arte con
otros puramente filológicos:
En eodem libro (scil. decimo Enhíco) 5dI~&oun’ ‘¡ocan Arisnoneles columnarum
snrianaram, quasí virganíoniem; qaen locum Easnha tías non intellígenis explicat
de coluznnís, qaae ad rectos angulos collocan tan Potain namen ab Arisnotele
admonerí: quí in líbris de animalíbus ostrea appellat íSaIltlurd, quasí dícan
striana, pectina na aat ‘¡irga ta 132
Cosas todas, concluye el autor este apartado, que ojalá los hombres
doctos tuvieran en cuenta para comprender mejor a Aristóteles; pero se
pone fin a este capítulo de los ejemplos sin que, a diferencia de lo que
ocurre en otras ocasiones, se recomiende y anime a la composición de
algún libro sobre este tema.
La ignorancia de los preceptos lógicos: última causa de obscuridad
IJna última causa de obscuridad en la comprensión de Aristóteles no
responde a cuestiones formales relativas al texto, ni siquiera a la difícil
doctrina que éste encierra, sino que nace en la propia mente de quienes
pretenden entenderlo ignorando, no obstante, los preceptos lógicos. Contra
Manhemaníca exempla tam malta, qaae passím ini opere Dialectico occurrunt, non
par’¡am difficultatem facessann lectorí (...) Ego cuni ex earum ignoranione quantuni
niascatur incommodi Arisnonelis discipline candínatis toties expertas agn o’¡issem,
sedalo conianas sanu haic malo occarrere. Inaque elemenna Geomenríae en Arithmeni cae
ex Faclide decerpsi. qaibus instinatí adolescenis ad Dialecnícorum acamina, et
Aristotelis libros paratíssimi accedantt His san scío, qaae ex Manhematícís exemplis
nascínur obscarítas, prorsus e medio tollenur» (op. cm., fols. Vlv y VII).
13»Cf.A Po., 97b 18.
131 Cf. Meta, 350a 7-9.
132 Oranio, fols. 35v y 36. La interpretación de Núñez es correcta, pues
efectivamente Aristóteles en EN 11 74a 24 emplea ñcíI3&±botspara la acanaladura de las
columnas (~i -yáp TÓiV XíOtv o~vOcots ETEpU r~s roí~ KLOVOS 9a~8ÉUUEÚS, Kat aiiTOt fls
ToZ, vuot, 1Iofl~oEws») y en HA 528a 25-26 habla de “boTpara ba~SuTd”.
421

esto sólo se puede luchar con las armas del estudio y la práctica asidua de
dichos preceptos, y de ahí que en este apartado Núñez aliente a los alumnos
a que se ejerciten en los mismos: los exhorta así a definir, dividir y
demostrar; a buscar los géneros, formas, diferencias, propiedades y
accidentes: a ejercitarse en las categorías, en examinar los silogismos, y en
todos aquellos ejercicios de cuya práctica se derivará, sin duda, el mejor
conocimiento y comprensión de la doctrina aristotélica. Lo que encierran
estos últimos consejos del autor es, en suma, la confirmación de una firme
creencia, compartida por toda la pedagogía humanista, de que no hay
aprendizaje sin exercita tío, y de que ésta completa de forma inequívoca el
proceso de formación que, tomando como punto de partida la natura del
individuo, se completa con el estudio de las artes y con la práctica asidua de
sus preceptos’ 33.
E. Epílogo: los buenos y malos doctores de Filosofía
Cumplido con creces el objetivo que nuestro autor se había propuesto al
iniciar su discurso —la exposición de las causas que producen obscuridad
en la comprensión de Aristóteles— llega el momento de despedirse del
auditorio. Preocupado, una vez más, porque los discípulos que le escuchan
«non sua culpa sed nos tra, a studiis Aristotelicis deterrenti difficu¡tate
Aristotelea fracni», dirige de manera muy especial este epilogo a sus
colegas:
Itaque, magistrí perínissimí, at amore Aristotelis incendantan ut Dialecticae
en Phílosophiae snadiis excinentufl ingenuam en generosam snudíosae iuaentutis
indolem, difficalnane Arisnotelis afflicnam, excita te
Y, con artificio retórico no exento de eficacia, lo hace concediendo la
palabra a la propia Universidad valenciana, a la Alma Mater en cuyos
labios pone Núñez el resumen de todo cuanto minuciosamente ha ido
exponiendo en su discurso. Y esta síntesis final se realiza —como en el
negativo de una moderna fotografía— mediante la descripción de los
doctores poco rigurosos en su quehacer, para que, a partir de ese negativo,
133 Vid. mfra, págs. 599 y ss., sobre los conceptos de natura, ars y exercita tío en
la pedagogía de Núñez.
134 Dra nio, fol. 37v.
422

cada uno pueda obtener el revelado del positivo, de esos rasgos que deben
conformar el retrato armonioso del maestro
1 35~
Como ya indiqué al comienzo de la exposición, preocupa sobre todo a
Núñez el que los miembros del claustro desarrollen un trabajo
interdisciplinar que, además de inevitable, es el deseable cuando lo que se
pretende es facilitar la comprensión del pensamiento aristotélico. Por eso
el autor pone punto final a su obra instando a todos a esa colaboración, y lo
hace dirigiéndose de manera particular a cada grupo de especialistas —a
filólogos, lógicos, metafísicos, matemáticos, médicos y fisiólogos— para que
cada uno de ellos contribuya con sus investigaciones y se obtenga de esta
manera el fin pretendido, que no es otro que el que los alumnos aprendan
y, además, disfruten de ese aprendizaje:
Ut omnian> artíanu en docnríniaranj coniunicta opera, auditores nostrí, parvo
tenipore, en exiguo labore, opna num fínem logícae en unríasqae Philosophiae. non
sine magna ‘¡olaptane, consequannar ~
4. Conclusiones
Son varias, pues, las conclusiones que cabe extraer tras la lectura
atenta de esta Orado de causis obscuritatis Aristoteleae et de illarum
remediis. Con este discurso Pedro Juan Núñez desplegó un meritorio
esfuerzo, sin duda, por allanar el camino a esa siempre dificultosa
comprensión de los escritos del Estagirita, que las nuevas Ordenanzas de la
Universidad valenciana habían establecido como lectura obligatoria en la
Facultad de Artes. Pero este mérito, siendo ya de por si suficiente, no es sin
embargo el único que cabe atribuir a la Orado. Más importante aún, a mi
entender, es su caracter pionero en la difusión de alguna de las ideas que
lentamente comenzaban a abrirse paso en nuestro país. ¿Qué obra se
publica en Valencia, con anterioridad a la fecha en que aparece ésta, que
resuma mejor y exponga con mayor claridad muchas de las inquietudes
humanistas?
135 En las páginas dedicadas a las ideas pedagógicas de Núñez, reproducimos
completa esta caracterización de los maestros (‘¡íd. mfra, págs. 664 y 665).
136 Oratio, fol. 40.
423

Por ordenar algo la cuestión, comenzaremos por resaltar en primer
término la actitud crítica que alienta las páginas de esta obra. En ella
Núñez no ha seguido el camino extremo de Pedro Ramos, quien había
sustituido la ‘devoción’ reinante hacia Aristóteles, por una animadversión
no menos acritica en muchas cuestiones. Nuestra humanista admiraba
profundamenw al filósofo griego y reconocía la ingente deuda contraída
con él por la disciplina filosófica, pero eso no significa que considera que
la obra y la doctrina de aquél fueran intocables, ni que debieran escapar,
en el análisis que de ellas se hiciera, a los criterios científicos cuya
aplicación caracterizaba al espíritu humanista. Así es como en relación a
la primera —la obra—, Núñez no tuvo reparos en aplicarle el bisturí de la
filología donde lo consideró necesario, con una clarividencia en sus
planteamientos que ya hemos tenido ocasión de comprobar; y por lo que
respecta a la segunda —la doctrina—, su visión laudatoria no le impidió
tampoco al valenciano reconocer asimismo, hasta donde sus conocimientos
se lo permitían, los errores metodológicos que aquella encerraba, porque,
como muy bien él mismo se encargó de recordar, Aristóteles era un
hombre, y como tal estaba tan sujeto a equivocarse como cualquier otro.
Resumiendo, pues, este primer aspecto de la Oratio, diremos que lo que
caracteriza la crítica hacia Aristóteles que en ella se hace es el espíritu
científico que la alienta, y que pretende tanto segregar —mediante
criterios filológicos— los elementos ajenos a la obra aristotélica, como
descubrir —mediante criterios filósoficos— las posibles equivocaciones del
Estagirita; pero hecho todo ello desde una visión constructiva, cuyo
propósito no era en modo alguno atacar al filósofo, sino facilitar a los
estudiosos la comprensión de su pensamiento.
Una segunda nota que sobresale en el conjunto de la exposición es el
rigor metodológico con el que ha sido compuesta, y que se traduce en la
claridad —que no simplicidad— con la que el autor ha sabido transmitir sus
propuestas. Hay que reconocer que Núñez había hecho de este proceder
una divisa, pues tenía el profundo convencimiento de que ciencia y
erudición no debían ser sinónimos de oscuridad y fárrago. Para él, el
complemento natural de todo conocimiento consistía en su posibilidad de
ser transmitido, de ser enseñado, y a ello aplicó todo su esfuerzo no sólo en
ésta, sino en todas sus demás obras, como ya comentamos en otro lugar.
424

Por último, resulta muy interesante también en esta Dra tio la
exhortación a la investigación que Nuñez hace en ella y que le caracteriza
como alguien no sólo con una gran inquietud intelectual, sino también con
una enorme capacidad de trabajo. La suma de sus propias publicaciones y
manuscritos es, que duda cabe, buena prueba de ello; pero también lo son
las continuas sugerencias que se hacen en este discurso, de temas muy
específicos que, en opinión del autor, merecería la pena que fueran
estudiados y plasmados en los correspondientes trabajos de investigación.
En resumen, de la pedagogía a la crítica textual, de la curiosidad
intelectual al rigor científico, cuantas cuestiones interesaron a los
humanistas y caracterizaron su quehacer tienen cabida en alguna rincón
de esta obra, la cual nos confirma, una vez más, que debemos situar a su
autor en la avanzadilla del humanismo valenciano.
Si al comienzo del capítulo nos preguntábamos por la existencia de un
aristotelismo de cuño propiamente renacentista, y, una vez admitido éste,
constatábamos la gran variedad de actitudes y métodos de los que figuraron
en sus filas, cabe que nos interroguemos ahora, a la vista de lo que se ha
expuesto en estas páginas, sobre las características que definen a Pedro
Juan Núñez en cuanto que filósofo aristotélico.
En primer lugar, hemos resaltado de forma repetida el espíritu critico
que revistió su adhesión a Aristóteles y que podemos resumir en tres
únicas premisas: el texto del filósofo griego no sólo puede, sino que debe
ser revisado bajo el prisma de la crítica textual y de la filología; sus errores
metodológicos o de otro tipo, si los hubiere, deben ser puestos de relieve y
corregidos; la razón, en suma, y no la autoridad del maestro, debe ser
considerada el criterio último para establecer la verdad, pues, utilizando
las propias palabras de Núñez, «ratio praeponderat autoritati» 137• Y a los
que no admiten tal proceder, Núñez los desautoriza convirtiendo al propio
Aristóteles en garante del mismo:
Ammonius ‘¡ero illad adiungit 4..), ‘¡elle Arístotelem ne in illius sen ten tía
plane acquíescamas, sed nosmenipsi eíasmodí qaaeramus, neque aliunide
suspensas ranionies nostrí studii habeamus, neve allias sententiae addicti
simas, ini quo apparen síngularis modestia Arisnonelis
137 Libellas, fol. 119v.
138 Vita Arístotelis, fols. 156 y 156v.
425

Por lo que respecta a su producción impresa, puede afirmarse que en
líneas generales no hubo por parte de nuestro humanista una recreación
del pensamiento de Aristóteles, como bien nos recuerdan los historiadores
de la Filosofía’
39, sino una preocupación por transmitirlo con la mayor
fidelidad y eficacia posibles’4

TERCERA PARTE
NÚÑEZ FILÓLOGO

CAPITULO 1
LAS IDEAS GRAMATICALES
1. FI resurgir de la lengua griega
El interés que el movimiento renacentista había despertado por la
AntigUedad clásica se desplegó en los primeros momentos, en lo que
respecta al dominio de la filología, principalmente en el campo del latín.
Pero muy pronto advirtieron los primeros eruditos de aquella época que
—como más tarde expresó Erasmo con su lucidez habitual— sin el
conocimiento del griego la erudición más amplia resultaba, con todo,
incompleta:
Taniiensi ex his etiam scriptori bus> quos expoliendae linguae gratía legimas
(scil. Virgilio, Horacio, Cicerón y Salustio), non mediocris obiner reraniu quoqae
cognítio percipitur, veram ex instituto omnís fere rerum scieni tía a Graecis
autoribas petenda esn
En la búsqueda de esa rerum scientia y de las propias raíces de las que
se había nutrido su admirada civilización latina, el aprendizaje de la
lengua griega se convirtió en una tarea indispensable para aquellos
hombres del Renacimiento, con Italia de nuevo a la cabeza; tarea, cuyo
grato beneficio consistía en ponerles en situación de comprender por sí
mismos y sin necesidad de intermediarios, no sólo las manifestaciones
Erasmo, De ranione studií, Lyon, 1531, pág. 104.
429

literarias, sino el espíritu mismo que había dado vida a aquel pasado
glorioso.
C’est animés de cet esprit —comenta Kukenheim
2— que, aprés le Moyen-Age,
les Humanistes reprennent les études de langue: la belle littérature grecque,
que le Moyen-Age ne conaissait que par de traductions latines —combien des
clercs prenaient Homére pour un Romain!— va dorénavant parler directement au
monde savann.
La empresa, sin embargo, se veía ensombrecida por dificultades de toda
clase, dado el abandono que, salvo escasísimas excepciones3, los estudios
helénicos habían sufrido a lo largo de la Edad Media. Como primer remedio,
algunos estudiosos bizantinos fueron invitados a la Italia del quattrocento
con objeto de que enseñaran allí la lengua griega: tal es el caso de
Crisoloras4 que, llegado en 1396, ejerció la docencia en Florencia, Pavía y
Venecia, y al que pronto siguieron otros profesores cuyos nombres nos son
bien conocidos (Teodoro Gaza, Demetrio Calcóndilas, Constantino y Juan
Láscaris, entre ellos5).
La estela dejada por las enseñanzas de estos pioneros fue aumentando y
poco a poco se hizo mayor el círculo de los iniciados en aquella lengua; con
todo, los obstáculos para el aprendizaje del griego continuaron siendo
importantes. La escasez de profesores constituía una dificultad no pequeña,
pero a ella venían a sumarse tanto la ausencia de materiales bibliográficos,
como la escasa adecuación pedagógica de los pocos existentes (comenzando
por el propio hecho de que las gramáticas estuvieran escritas por completo
en griego). Sabemos, por ejemplo, que Erasmo, quien más tarde habría de
ser profesor de esta materia, aprendió griego prácticamente por su cuenta
y con tan sólo la ayuda de algunos libros, cuya factura, tan primitiva a los
ojos actuales, no hace sino renovar nuestro asombro ante la hazaña6.
2 L. Kukenheim, Contribunionis ñ l’hístoire de la gramma¡re grecque, latine en
hébraíqae a l’époque de la Renaissance, Leiden, 1951, pág. 11.
3 Entre ellas se cuenta, por ejemplo, el franciscano inglés Roger Eacon (s. XIII),
buen conocedor del griego y autor de una Gramática de esta lengua.
‘~ Sobre el magisterio de Crisoloras en Italia, cf. j. E. Sandys, A History of
Classícal Scholarship, N. York-Londres, 1967, II, págs. 19-21.
~ Cf. Sandys, op. cit, II, capítulos y y VI.
6 En este mismo sentido se expresa Choramat, por ejemplo, en alusión a los
Erotemana de Crisoloras: «Ce n’est pas seulement la syntaxe qui fait défaut; la
morphologie est étudiée de fa9on sommaire et on y reléve des omissions et des erreurs
430

Por otra parte, el auge que experimentaron los estudios escriturísticos
y la creación, a estos efectos, de los llamados Colegios Trilingíles
contribuyeron también no poco a impulsar el aprendizaje del griego y del
hebreo junto al del tradicional latín: «Conjointement á une trés réeue
tendance litteraire —recuerda Kukenheim—, le but théologique n’était pas
perdu de vue».
Lo cierto es que, entrado el siglo XVI, la lengua griega comenzó a
consolidarse como una materia más de los estudios de Gramática que se
cursaban con anterioridad a los de Artes; en consecuencia, las
Universidades más prestigiosas procedieron a dotar cátedras y a contratar
profesores que la enseñaran. Algunos humanistas, incluso, y no de los
menos significados, defendieron con convencimiento el provecho
pedagógico que a su juicio se derivaría si los niños llevaran a cabo el
aprendizaje de las dos lenguas clásicas de forma conjunta 8.
Ese interés de los humanistas por el griego —en cuyo estudio ya hemos
visto que se aplicaron tanto como lo promovieron— y el progresivo status
de éste como materia académica, llevaron aparejada la publicación de
gramáticas cuya pretensión era sistematizar adecuadamente los preceptos
de aquella lengua mediante su reducción a un método, con objeto de guiar
así al estudiante de la misma por el siempre difícil camino de su
aprendizaje.
Ya se ha hecho mención de los Erotemata de Crisoloras (obra que,
compuesta con anterioridad, vio la luz por vez primera en Florencia en
1483), a los que siguieron la obra homónima de Calcóndilas (Milán, 1493) y
las Gramáticas de Gaza (Venecia, 1495) y Constantino Láscaris (Milán,
1476). Estos primeros manuales enlazaban muy directamente con las ideas
gramaticales de la Antigúedad9, sin sustraerse tampoco a la herencia de la
surprenantes (...). Ces remarque faciles ne visent pas á diminuer le mérite de
Ghrysoloras, mais á accroitre l’adniiration pour ceux qui, sans autre maitre quun tel
manuel, orn alors réussi á s’initier á la langue de Platon» (J. Chomarat, Cranimaire en
Rhétorique chez Frasnje, 2 vols., París, 1981, 1, págs. 312 y 313).
‘ Op. cm., pág 11.
~ Así lo hicieron Erasmo, Vives, Melanchton, etc., y también el propio Núñez.
~ Todas estas Gramáticas muestran una dependencia muy directa de Dionisio
Tracio en lo que respecta a la morfología y de Apolonio Díscolo en la parte dedicada a
la sintaxis, amén de la influencia de otros autores en aspectos más específicos, como
puede ser Herodiano en lo relativo a la acentuación (cf Sandys, op. ch., 1, págs. 138-
139, y 3 19-322, respectivamente>.
431

Edad Media en lo que se refiere a la aplicación a la gramática de otros
principios más propios de la filosofía. Escritos por entero en griego,
mantenían por lo general la forma de diálogo —como el propio nombre de
Frotemata indica— en la exposición de sus enseñanzas.
Los avances, sin embargo, no se hicieron esperar y en un breve
período de tiempo cambió por completo, si no el contenido, sí al menos el
sentido pedagógico de las gramáticas: los nuevos manuales se escribieron
ya en latín (al tiempo que se traducían a esta lengua algunos de los
anteriores’~>); se adoptó una forma más científica en la exposición; se
aligeraron los contenidos de clasificaciones y ejemplos accesorios, y, por
último, los avances de la imprenta contribuyeron a que la presentación
formal resultara más comprensible y adecuada.
España no constituyó en este caso una excepción a la regla y nos es
posible encontrar a lo largo del siglo XVI un número no excesivamente
extenso, pero sí significativo, de publicaciones dedicadas a la enseñanza
del griego clásico. Como es bien sabido, el panorama de los estudios
helénicos hispanos durante ese siglo ha sido muy bien descrito por López
Rueda en su modélica obra’ 1, siendo especialmente minucioso el análisis
relativo a las Gramáticas griegas elaboradas por algunos de nuestros
humanistas; el profesor Lasso de la Vega, por su parte, completó aquella
descripción con el estudio de los Alfabetos griegos publicados en España
durante el mismo período’
2. Lo exhaustivo y excelente de ambos trabajos
nos limita casi forzosamente, en muchas ocasiones, a poco más que a
reproducir lo que en aquellos ya ha quedado expuesto. Así ocurre al menos
en lo que se refiere a la investigación del contexto en el que Núñez elaboró
su Gramma rica y su Alpha betum de la lengua griega; pero también la
propia doctrina gramatical de nuestro humanista ha sido tan
generosamente analizada y comentada por ambos estudiosos, que
10 La edición de los Eronemata de Crisoloras de Venecia, 1484, ya incluía la
versión latina; también la incluía la Gramática de Láscaris publicada en Venecia en
1495. Erasmo publicó en Lovaina la traducción al latín del Libro 1 y del Libro II de la
Gramática de Gaza en 1516 y 1518, respectivamente.
1. López Rueda, Helenistas españoles del siglo XVI, Madrid, 1973. Un
antecedente de este trabajo fue el de J. Apraiz, Apuntes para ana historia de los
esnadios helénicos en España, Madrid, 1874, superado hoy ya en muchos aspectos.
12]. Lasso de la Vega, “Notas sobre «Alfabetos griegos» en España”, Cuadernos de
Filología Clásica XIV (1978), págs. 9-81.
432

ciertamente resulta difícil añadir a sus respectivas conclusiones alguna
novedad.
2. La formación como helenista de Pedro Juan Núñez
Como ya indicábamos en su biografía, Núñez cursó sus estudios de
Gramática y Latinidad en Valencia, aproximadamente entre los años 1540-
1543. La Universidad de Valencia fue la tercera de las españolas en la que
se dotó una cátedra de Griego, cátedra que empezó a funcionar desde el
curso 1524-25. El año 1531 fue nombrado para ocuparla Miguel Jerónimo de
Ledesma, quien la regentaría ininterrumpidamente hasta 1547, fecha de su
fallecimiento.
Lo único que sabemos con certeza de la formación que Núñez recibió de
esta materia es el nombre de su profesor. No es poca cosa, no obstante, dado
que Ledesma fue un helenista destacado al menos en el terreno pedagógico.
Formado en las aulas complutenses bajo el magisterio de Vergara,
desempeñó la docencia en su ciudad natal (siempre como regente de la
cátedra de Griego), y se significó por su decidido apoyo a las ideas
humanistas 13.
Autor él mismo de una Gramática griega de la que hablaremos más
adelante, no habría sido ésta sin embargo el manual del que se sirvió
Núñez para su aprendizaje, puesto que no vio la luz hasta 1545, es decir,
cuando nuestro autor cursaba ya los estudios de Artes. ¿Qué Gramática
utilizaría Ledesma en sus clases antes de publicar la suya propia? No
tenemos posibilidad alguna de saberlo, pero con mucha probabilidad pudo
ser la de Vergara’4, impresa en Alcalá en 1526, y, según López Rueda’5 «la
‘3 Cf. J. López Rueda, op. ciii., págs. 123-125, y 5. García Martínez, “Sobre la
introducción del helenismo en la Universidad de Valencia durante la primera mitad
del quinientos”, Actes da ¡ Co¡loqae sur le Pays Valencien ñ l’époqae moderne, Pau,
1980, págs. 363-397 (sobre Ledesma págs. 383-397).
14 En la Biblioteca Universitaria de Valencia se conservan des ejemplares de esta
Gramática de Vergara (signaturas Z-4/24 y 7-4/97, respectivamente). Pero también
hay ejemplares de otras gramáticas publicadas con anterioridad a 1543 (fecha de los
estudios de Núñez): por ejemplo, uno de la de Crisoloras (Paris, 1534, sign.
Z-14/l65); dos de la de Gaza

mejor y más extensa de las que se publicaron en nuestro país durante el
siglo XVI». Desde luego, nada impedía que Ledesma explicara alguna otra
publicada fuera de nuestras fronteras, como de hecho sabemos que fue
muy utilizada en España la Gramática de Clenard (Lovaina, 1530). Si me
inclino por la de Vergara es porque éste había sido su propio profesor de
griego en Alcalá, por lo que es lógico que Ledesma sintonizara con su
método (y de hecho la Gramática griega publicada por Ledesma siguió en
buena medida la estela de la de Vergara).
Sean cuales fueren los textos de los que se sirvió para sus lecciones, lo
cierto es que, en el escaso tiempo que se dedicaba en el curriculum a la
enseñanza del griego, Ledesma consiguió inculcar en Pedro Juan Núñez
unos sólidos conocimientos y, lo que es más importante, el interés por esa
materia.
Lo relativo a los conocimientos es fácil constatarlo, pues la primera
cátedra para la que se contrató a Núñez nada más acabar sus estudios, fue,
precisamente, la cátedra de Griego. Lo segundo, el interés por la materia, se
deduce de que nuestro humanista continuara dedicándose a ella el resto de
su vida, y no sólo en el plano docente, en sus sucesivos destinos académicos,
sino mediante el estudio asiduo que ponen de relieve sus publicaciones en
este dominio.
Fue Pedro Juan Núñez, en efecto, autor de varios trabajos en los que
mostró un alto nivel como helenista. Uno de ellos, la edición de la Ecloga
del aticista Frínico (a la que dedicaremos parte del siguiente capítulo), le
consagró como filólogo fuera incluso de nuestras fronteras. Los otros dos
fueron manuales dirigidos a los estudiantes de griego, una Gramática y un
Alfabeto de dicha lengua, aunque hay que decir que la investigación que
desarrolló en este último supera con mucho los parcos objetivos de un
manual.
El propósito de este capítulo es ofrecer, mediante el análisis de las dos
publicaciones citadas de nuestro valenciano, tanto una síntesis de sus
conocimientos gramaticales de la lengua griega desde un punto de vista
científico, como una valoración —bajo una óptica más pedagógica— de sus
aportaciones a la metodología de la enseñanza de esta lengua; para ello lo
~ Op. ch., pág. 153.
434

hemos articulado en cuatro epígrafes, en los que estudiaremos,
respectivamente, sus ideas sobre la fonética, la morfología, la sintaxis y la
dialectología griegas. Pero antes de descender a lo específico, analizaremos
también los aspectos más genéricos de las teorías lingúísticas y
gramaticales de Pedro Juan Núñez.
3. El concepto de ‘gramática’ en el Renacimiento
Son muchos —y excelentes por lo general— los trabajos dedicados, bien
en parte, bien en su totalidad, a analizar las teorías gramaticales del
Renacimiento. A ellos nos remitimos para todos aquellas cuestiones de
detalle”>; no obstante, intentaremos resumir aquí muy brevemente el
estado de la cuestión, a fin de contar con un mínimo marco de referencia a
la hora de enjuiciar la actividad de Núñez como gramático.
Como en todos los demás ámbitos del saber, también en el dominio de la
gramática el Renacimiento supuso una ruptura con el concepto y el método
escolásticos de esta disciplina. El hecho queda bien recogido en estas
palabras de Padley:
The history of linguistics shows a regular swing of the pendulum between
periods of ‘observational adecjuacy’ (to use the term popularized by Chomsky>
in which the province of grammarians 15 ‘the practical knowledge of the general
usages of speakers and writers’, and periods of ‘explanatory adequacy’ in which
their aim is to demonstrate the underlying ‘causes’ of a language by applying to
it a logical or philosophical metalanguage. Medieval Modistic linguistics had
followed the latter of these two aims, while early humanist grammarians had by
and larger followed the ~
Así, pues, la vuelta al latín clásico de Cicerón y de Virgilio, y el rechazo
de la jerga escolástica, tuvieron su correspondencia en el terreno de la
16 Entre ellos hemos utilizado los de H. Arens, La lingúísnica: sus textos y su
evolución desde la Antiguedad hasta nuestros días, Madrid, 1976; C. Lozano, “Sobre el
concepto de gramática en el Renacimiento”, Humanística Lovaniensia (1992), págs.
86-103; L Kukenheim, op. cít; G. A. Padley, Grammanical Theory in Wesnern Europe.
1500-1 700. The Latín Tradítion, Cambridge, 1976 y del mismo autor, Crammatícal
Theory in Western Europe. 1500-1 700. Trends in Vernacalar Crammar, 2 vols.,
Cambridge, 1985-1988; R. H. Robins, Breve historía de la línguistica, Madrid, 1992.
~ G. A. Padley, 1985, 1, pág. 9.
435

teoría gramatical —al menos en un primer período del Renacimiento— en el
abandono de la gramática especulativa de la Edad Media y en su sustitución
por otra de carácter descriptivo-normativo, más acorde con los nuevos
presupuestos didácticos: « (...) las bases de la gramática especulativa —
comenta Robins’
8— fueron atacadas severamente por los gramáticos
renacentistas de orientación clásica por ser tediosas filosóficamente,
indeseables desde un punto de vista educativo y por estar sumidas en una
degeneración bárbara del latín». Los humanistas entendían, en efecto, que
en el aprendizaje de las lenguas clásicas las normas debían ser pocas y
sencillas, y, sobre todo, debían estar basadas en el usus de los escritores
antiguos, pues la finalidad de la gramática consistía, a su juicio, en poner
al alumno en disposición de acceder cuanto antes a la lectura de los textos.
Esta nueva metodología implicaba, pues, la ausencia deliberada de
cuestiones como los ‘modos de significación’ u otras por el estilo, que tanto
habían preocupado a los gramáticos medievales.
La investigación de las fuentes clásicas, general a todo el movimiento
renacentista, se encauzó en el caso de la disciplina gramatical hacia los
trabajos de Donato y de Prisciano, de manera que —en palabras de Padley—
«Much of late fifteenth- and early sixteenth-century grammar is a
restatement of Donatus and Priscian, often a word-for-word
reproduction»’9. Pero ese retorno a las fuentes trajo también consigo la
reincorporación de parte de las teorías lingilísticas de Aristóteles, con el
resultado de que la influencia aristotélica, si bien se produjo en un sentido
diferente a la que había tenido en la gramática medieval, proporcionó a las
gramáticas renacentistas un tinte filosófico que en aspectos bien
delimitados (como pueden ser las definiciones de ciertos conceptos, etc.),
las aproximaba a las de sus antecesores más de lo que sus autores hubieran
deseado.
Quizá fue en el terreno de la fonética donde los humanistas llevaron a
cabo una investigación más original con su preocupación por reconstruir
la pronunciación del latín y del griego clásicos, aspecto éste que hasta
entonces había sido descuidado. Por otra parte, los lazos que ligaban los
estudios gramaticales de forma exclusiva con las lenguas clásicas quedaron
18 R. II. Robins, op. ch., pág. 130.
~9G. A. Padley, 1976, pág. 15.
436

debilitados por el interés que comenzó a suscitar el estudio del hebreo y del
árabe, y, por consiguiente, por el contacto con una tradición lingúistica
distinta de la occidental. El hecho se vio fortalecido por el impulso que
comenzó a darse también al estudio científico de las lenguas vernáculas.
Asimismo, las relaciones entre las lenguas románicas y el latín sirvieron
para crear los primeros fundamentos de la lingtlística diacrónica 2(>.
Podemos afirmar, pues, que fueron muchos e importantes los progresos
de la disciplina gramatical en el primer Renacimiento; pero más que en el
ámbito de la investigación lingúistica, se produjeron éstos sobre todo en la
didáctica de las lenguas clásicas. Sin embargo, desde mediados del siglo XVI
es posible observar una reacción creciente hacia ese concepto de
gramática cuyo fundamento reposaba de forma casi exclusiva en el usus de
la lengua: los trabajos de Escalígero, de Ramos y de Sánchez de las Brozas
dieron paso a un segundo periodo caracterizado por la investigación de la
rano subyacente bajo esa estructura lingúística:
By 1540—señala Padley2’—, Humanism was well on the way to completing the
task it had set itself. Classical studies were flourishing, chairs of Greek and
Latin had been endowed, and both languages had been codified whith copious
examples from the best authors. After this date a fresh approach in
grammatical studies was required, and it was supplied by three grammarians of
first rank: J. C. Scaliger (De causis lingaae Latinae, 1540), 1’. de la Ramée, alias
Ramus (Grammanica, 1599) and E. Sanctius (Minerva, 1587 22). These three
authors make what is virtually a new departure in grammar, seeking to
establish philosophical bases for the study of language.
Y así fue como los autores mencionados, con su énfasis en el estudio de
las ‘causas’ de la lengua latina y en la ratio de la lengua, prepararon el
camino a investigaciones posteriores orientadas hacia una teoría general
de la gramática.
En resumen, pues, el Renacimiento reaccionó contra la gramatica
especulativa medieval sustituyéndola por una gramática normativa, basada
en los modelos de Donato y Prisciano y de mayor eficacia pedagógica. En un
segundo período (desde mediados del siglos XVI), se reabrió la línea de
20 Cf. R. H. Robins, op. oit, págs. 118 y ss.
21 Op. cm., pág. 58.
22 Para la edición primera de esta obra del Brocense, cf. E. del Estal, Francisco
Sánchez de las Brozas. Minerva (1562), Salamanca, 1975. De la edición de Salamanca,
1587, existe traducción al castellano a cargo de E. Riveras (Minerva, Madrid, 1976).
437

investigación que se preocupaba por el estudio de los problemas teóricos de
la lengua más que por su usus. Esta corriente teórica renacentista no
engarzaba, sin embargo, con la tradición especulativa medieval, sino que
se basó en una reinterpretación de las teorías lingúísticas de Aristóteles a
partir de las propias fuentes.
4. Ideas lingoisticas de Pedro Juan Núñez
Al leer las Institutiones grammaticae linguae Graecae de Núñez es fácil
advertir que esta obra responde de lleno al esquema de una gramática
normativo-descriptiva. Hay que señalar, no obstante, que el hecho es
habitual en las gramáticas dedicadas a dicha lengua, pues las reflexiones
teóricas sobre determinados aspectos del lenguaje —caso de producirse—
tuvieron lugar, por lo general, siempre en el marco de las gramáticas
latinas o, posteriormente, en el de las lenguas vernáculas.
Pero ni tan siquiera en los aspectos puramente gramaticales quiso
Núñez entrar en grandes controversias, y salvando el capítulo de la
fonética, en el que demuestra haber efectuado una investigación más
original, en la morfología o en la sintaxis del griego clásico no hizo otra
cosa que organizar el material existente de la manera más pedagógica
posible, pero respetando en líneas generales el sistema establecido. Así, en
lo que respecta por ejemplo a las partes del discurso, se limitó a enumerar
las ocho habituales sin introducir cambio alguno, como tampoco alteró las
clasificaciones correspondientes a cada una de esas partes; de la mayor
parte de ellas omitió, incluso, las definiciones, y sólo proporcionó las
relativas al nombre y al verbo en sus formulaciones más tradicionales (e
incluso estas dos definiciones fueron suprimidas en la edición de 1590)23.
23 Un juicio similar expresa C. Codoñer en relación a las Introdactiones Latinae
de Nebrija: «A Nebrija le interesa la exposición escueta de los hechos (..4. Esta
tendencia a la eliminación de disquisiciones no directamente relacionadas con los
rudimentos de la lengua la encontramos también en Alexander de villa Dei y,
actualmente, es moneda común en las gramáticas elementales de griego y latín. La
discusión sobre conceptos gramaticales, definiciones del sustantivo, adjetivo, verbo,
etc., quedan relegadas a los tratados sobre la propia lengua y, en un grado superior, a
los tratados sobre Lingúistica general» (“Las Introdactiones Latinae de Nebrija:
438

Cabría pensar, pues, que Núñez permaneció ajeno a las nuevas
corrientes gramaticales de su siglo, y que determinados temas que
preocupaban a sus contemporáneos —como el origen del lenguaje o la
naturaleza del signo lingúístico
24— no llegaron a encontrar eco alguno en
su obra.
Sin embargo, la sorpresa surge allí donde tal vez menos se esperaba,
pues en su De recta atque utili ratione conficiendi curriculi Philosophiae
de 1594 —una obra eminentemente filosófica— nos encontramos con que
Núñez dedicó un largo capítulo a exponer algunas cuestiones de carácter
lingúistico. El hecho no sorprende tanto, sin embargo, si se tiene en
cuenta el título que encabeza esas páginas: Explanado prin’fl cap. Lib.
Perihermeneias, expressa Methodis Logicis, ac ex decretis Aristotelis. Es
decir, lo que se propuso Núñez con ese capítulo fue proporcionar un
modelo de cómo debía, a su juicio, realizarse el comentario de un texto de
Aristóteles; pero el hecho de que el texto escogido perteneciera al De
interpretatione conlíevó el que inevitablemente se trataran cuestiones
lingtlisticas, lo que ha sido providencial para dejarnos conocer algunas de
sus opiniones en este terreno. Hay que advertir, no obstante, que el ex
decrenis Aristotelis del título se cumple a rajatabla, de manera que la mayor
tradición e innovación”, en Nebrija y la introduección del Renacimiento en España.
Actas de la III Academia Literaria Renacen tísna (V. García de la Concha, ed.),
Salamanca, 1983, págs. 105-122, pág. 121 para la cita reproducida).
24 Son varios los trabajos publicados (y hay otros muchos en prensa) que estudian
las teorías de algunos de nuestros humanistas en relación a estos problemas
linguisticos; entre ellos, W. Bahner, La Iíngúística española del siglo de Oro.
Aportaciones a la conciencia IingWstica de la España de los siglos XVI y XVII,
Madrid, 1966; M. Breva-Claramonte, Sanctíus’ Theory of Language. A con tríbation no
the History of Renaíssance Linguistics, Amsterdam-Filadelfia, 1983; C. Codoñer, op.
cm.: C. García, Contribución a la historía de los conceptos gramaticales. La aportación
del Brocense, Madrid, 1960; C. Lozano, “Sobre el concepto de gramática en el
Renacimiento”, Humanística Lovaniensia (1992), págs. 86-103; F. Maldonado,
“Doctrinas y corrientes linguisticas en el primer Renacimiento español”, en
Humanismo Renacentista y Mando Clásico (J. A. Sánchez y M. López, eds.), Madrid,
1991, págs. 237-246, y del mismo autor, “Doctrinas y corrientes lingúísticas en el
segundo Renacimiento español”, ibídem, págs. 247-256; J. A. de Molina, “[deas
lingoisticas de Bernardo de Aldrete”, Revista de Filología española, LI (1968), págs.
183 y ss.; J. M. Pozuelo, López de Velasco en la teoría gramatical del siglo XVI,
Murcia, 1981, y E. Torre, Ideas lingtiistícas y literarias del Doctor Huarte de San
Jano, Sevilla, 1977. Por su parte, F. Lázaro en Las ideas lingúístícas en España
durante el siglo XVIII (Madrid, 1949) efectúa también un brevísimo resumen de las
teorías sobre el lenguaje en el siglo XVI hispano (cf. págs. 25-29).
439

parte de lo que Núñez expone en ese capítulo viene a coincidir con el
punto de vista de la doctrina peripatética.
Como exposición introductoria al texto aristotélico, comenzó el autor
por investigar las nociones de nomen, verbum, orado y en unciatio, lo que
hizo según los métodos lógicos, es decir, a través de la búsqueda del genus y
la difieren tia.
La materia común a estos cuatro conceptos es la vox, la cual «universi
nosnri sermonis materia est
25. La vox es la emisión de un sonido, «quod est
comm une cum aliis animalibus. Sed in nobis ab animo linguam, labia,
palatum, den tes vane commoveni ad singula elementa litterarum vane
exprimenda»’~’, es decir, la voz humana es un sonido articulado, y esto, en
cuanto tal sonido y con independencia de su capacidad significativa, es lo
que la diferencia de los sonidos emitidos por los animales.
Por lo que respecta al genus del nomen, del verbum, de la oratio y de la
enunciatio, es común a todos ellos y consiste en ser «vox significativa ex
instituto»: significativa porque «quemadmodum nomina, et verba scripta
(eadem ratio de cetenis) significant ea, quae pronunciantu~ sic nomina, et
verba, quae proferuntur, declarant notiones siN subiectas»27; ex instituto,
porque «quae pro varia gentium consuetudine vane commutatu~ ex
instituto apposite significare dicetur»28.
Al hilo de estas formulaciones se plantean dos problemas interesantes:
el primero, la relación entre palabra, concepto y cosa; el segundo, la
naturaleza del signo lingílístico. Respecto al primer punto la opinión de
Núñez es ecléctica. Decir que las palabras designan conceptos o decir que
designan las cosas mismas no son para él términos excluyentes: las
palabras designan las cosas por mediación de los conceptos.
Dices: in Categoriarum expositione docueras vocibus significan res ipsas,
nunc notiones aís significan. Nallas turbas haec oppositío dabin, etenírn
utrumqae eodem revolvítarv Nam voces innervenna notionum res ipsas declarant
25 De recta ranione, fol. 59v.
26 Ibiclem, fol. 75v. A pesar de que este párrafo parece traslucir cierta confusión
entre sonido y letra (lo que hoy llamamos fonema y grafema), el autor tiene clara la
distinción entre ambos conceptos como señala unas páginas más adelante: «Nam
proprie elementum. un Crammatici veneres docent, dicítur in illis, quae proferan tun
litterae vero in iis, qaae scríbannur» (íbidem, fol. 79v).
27 Cf. Aristóteles, De ínnerprenaníone, 16a 4-6.
28 De recta ranione, fola 60 y 60v.
440

quía notiones nihil aliad sant, guam reram ipsarum simulacra, neqae aliad est
innelligere guam rei subiectae imaginem mente complecti 29,
En relación a la naturaleza del signo lingílístico, el «significans ex
instituto» que arriba mencionábamos ya es lo suficientemente elocuente
sobre la posición de Núñez al respecto. Sin embargo, el autor refuerza sus
argumentos con una distinción que es interesante comentar. Decimos que
el lenguaje es signum en cuanto que es arbitrario y designa por
convención; por el contrario, si hubiera una correspondencia necesaria
entre las palabras y las cosas, no sería ya signum sino simulacrum, es
decir, representación:
Differt autem signam a simulacro (...), quía signam, cam plane volunnarium
sin, ponest mille modis matan (...). Sim alacram vero, can> rern ipsam simulare
debeat, si perfecnam fanararn sit, vix potesn esse nisi anicum en síngulare.
ltaque simulacrum propias accedín ad ea, qaae naturalia sant Signam vero
magis est volantarían> .
Ese carácter arbitrario del signo lingúístico —matiza el autor— no
implica, no obstante, que esté sometido a la voluntad de cada cual, lo que
haría imposible la comunicación: «Neque vero quispiam síbi persuadeat,
, fol. 62. Cf. De innerprenaníone, 16a 20-22.
441

Otro tanto ocurre con lo relativo a las partes de la oración, que en esta
exposición el autor reduce a las tres reconocidas por Aristóteles. Comienza
Núñez por aclarar por qué en este tratado De interpreratione Aristóteles
sólo habla de los nombres y los verbos y no menciona las restantes partes
de la oración. Su opinión es que si Aristóteles actúa así es porque estas dos
son las partes indispensables para que exista la oración: «quia ex nomine
tan tum, et verbo potest enunciatio perfecta confici (...); ex reliquis vero
partibus quot velis copulato, nurnquam enunciationem confeceris»
33. Los
pronombres y los participios son reductibles a una de las categorías
anteriores, y en lo que respecta a las restantes partes de la oración
(artículos, adverbios, preposiciones y conjunciones), Núñez señala que
«non magis partes orationes sunt, guam naviurn aplustria, ut inquit
Apuleius, et hominum piliW4.
Ninguna de estas afirmaciones son sorprendentes: también el
Brocense, entre sus contemporáneos, sostuvo en su Minerva que las partes
de la oración son tres: «fornen, verbum, particulaeó35. Tal vez lo más
llamativo de la exposición de Núñez en este punto es el recorrido histórico
que efectuó a través de los autores de la Antigúedad que habían tratado el
asunto, analizando las sucesivas aportaciones de unos y otros y planteando
incluso alguna cuestión que ha sido motivo de debate siglos después (por
ejemplo, la de si Aristóteles independizó o no los artículos de las
conjunciones en lo que se refiere a las partes de la oración3~.
Mi opinión es que tos motivos son tos mismos que impulsaron al
Brocense, por ejemplo, a establecer en la discusión teórica sólo tres partes
~ Ibidem, fol. 71.
~ Ibídem.
~ F. Sánchez de las Brozas, Minerva seu de causis lingaae laninae, Salamanca,
1587, 1, 2. Cf. C. García, op. cit., pág. 82.
~ Cf. C. García, op. oit., pág. 70, nota, 21
‘442

de la oración, pero a explicar luego seis en la parte práctica de su
gramática
37. Ambos humanistas, en efecto, llevaron a cabo el tratamiento
de las cuestiones lingtiisticas en dos niveles —uno propio de la gramática
especulativa, otro de la puramente normativa—, pero no supieron, o no les
interesó, mantener en todos los casos una estricta coincidencia entre uno y
otro nivel. Sus contradicciones, en definitiva, no hacen sino poner de
relieve la tensión surgida del difícil ensamblaje entre la parte conceptual
y la parte normativa de la gramática, entre la reflexión sobre los
mecanismos del lenguaje y la enseñanza de una lengua concreta.
Por lo que se refiere a Núñez, podemos considerar el punto de vista
especulativo aquel que adoptó en el De recta ratione. Desde esta óptica, sus
definiciones de los conceptos lingilisticos se basaron primordialmente en
criterios filosóficos. Así, lo que importa de la noción ‘nombre’ es que éste
es vox significans, es decir, que si está escrito es significante del habla, y
si se pronuncia es significante de las notianes sibi subiectas; pero como no
todas las voces significan algo de la misma manera («voces aliae idem
valenn apud omnes gentes, ut vox suspirii, et gemitus; aliae diversa apud
vanas gentes significant»38), el nombre debe incluirse en la categoría de
las voces que significan ex instituto o, lo que es lo mismo, de las que «pro
varia gentium consuetudine varíe comrnutatur».
Hasta este punto, pues, se han manejado conceptos como el de signo
lingaistico y el de la arbitrariedad de ese signo, al amparo siempre de las
formulaciones aristotélicas39. Sin embargo, dado que estas nociones son
aplicables tanto al nombre como al verbo, para concluir la definición de
uno y otro hay que recurrir a la diferencia y ésta no se encuentra ya en el
terreno de la filosofía, sino en el de la gramática, pues la diferencia entre
ellos consiste en la “expresión de tiempo”: el nombre significa algo, por
convención y sin expresión de tiempo; el verbo significa también algo,
~ cf. c. García, op. cit, pág. 81.
~ De recta ratione, fol. 60v.
~“ Núñez no constituye en este aspecto una excepción, pues la mayoría de sus
contemporáneos adopta igualmente la solución aristotélica y no platónica al problema
de de la naturaleza del lenguaje. Así lo reconoce, por ejemplo, C. Garcia: «Aunque
para Lázaro (scif E. Lázaro Carreter) el Renacimiento supone un retorno a PJatón y,
por tanto, la aceptación de que Jas palabras corresponden a la naturaleza de las cosas,
no debemos olvidar que el predominio de la filosofía escolástico-aristotélica sigue
siendo casi absoluto, salvo esporádicas reacciones (..3» (op. tít., pág. 38).
443

igualmente por convención, pero con expresión de tiempo (de nuevo
Aristóteles).
Es decir, en el De recta ratione Núñez abordó las cuestiones lingúisticas
exclusivamente como filósofo, recurriendo a conceptos gramaticales tan
sólo allí donde lo juzgaba indispensable; sin embargo, en sus Instinutiones
grarnrnaticae actuó como gramático, y en este sentido no dudó en acumular
en la definición de nombre los conceptos puramente gramaticales, de
manera que al «sine cena significa done temporis» añadió «curn fiectatur
per casus».
Otro ejemplo de lo que venimos afirmando lo proporciona el distinto
tratamiento que recibe la cuestión de las partes del discurso. Hemos visto
que en el De recta ratione quedaban reducidas a tres, porque al filósofo lo
único que le interesa saber es que nombre y verbo son los constituyentes
esenciales de la oración. Por lo demás, las disputas de los gramáticos sobre
si las interjecciones son o no adverbios, u otras cuestiones similares, no las
considera de su dominio: «Pbilosopho vero satis illud est ex nomine tan turn,
et verbo enunciationes cornponi posse, neque sine illis ulla ratione posse
constare»
41>. Sin embargo, ¿cómo explica un gramático todo aquello que en
la lengua no son nombres o verbos si lo deja reducido a una única
categoría? Como gramático Núñez prefirió adoptar la clasificación más
exhaustiva, y probablemente más pedagógica, que subdivide ese no-
nombre/no-verbo en otras seis categorías gramaticales (artículo,
pronombre, participio, preposición, adverbio y conjunción), completando
así un total de ocho.
En resumen, podemos afirmar que la Gramática griega de Núñez es un
manual en el que el autor rehuyó las discusiones teóricas, y en el que
expuso los hechos gramaticales sin cuestionar, salvo raras excepciones, el
modelo tradicional en su época. Para lo concerniente a otros aspectos más
teóricos en el estudio de la lengua, es preciso recurrir a la lectura del
capitulo dedicado a este tema en el De recta ratone, en el que —aun dentro
de la ortodoxia aristotélica que mantiene la obra entera— nos es dado
conocer, con todo, no sólo algunas de las propias opiniones del autor, sino
también sus conocimientos acerca de la materia.
40 De recta ranione, fol. 75.
444

5. Iba Gramática y sus partes
Núñez se pronunció sobre la definición de ‘gramática’ y los contenidos
de esta disciplina en un par de ocasiones a lo largo de su obra impresa: en
la dedicatoria al lector de su Gramrnatistica linguae Graecae (1589), la
primera; la segunda, en otra dedicatoria, en este caso la que hizo de sus
Institutiones Gramrnaticae linguae Graecae (1590) al obispo Punter.
A partir de Dionisio Tracio, quien definió la gramática como «~¡nrcipía
rwv iíup¿ ironyraTh TE K~t rni-yypa’pciiotv ÓS (iTt 6 oXb XEyo$1¿v10v» 41,
comenzó un largo proceso de definición de los objetivos y los contenidos
propios de esta disciplina. Durante mucho tiempo se consideró que la
finalidad de ésta se hallaba ligada de forma exclusiva al comentario de
textos de los autores de la Antiguedad, hasta que Quintiliano42 estableció
por vez primera una clara distinción entre la gramática historice (o
auctorurn enarratio) y la rnethodice (o recte loquendi scientia). Durante la
época medieval se produjo un deslizamiento progresivo hacia esta segunda
parte de la gramática, que culminó con la lógica exclusión de todo cuanto
tuviera que ver con el comentario de autores o parte historice. De manera
que para algunos investigadores, como Chomarat43, la definición de
gramática permitiría incluso establecer una suerte de frontera entre los
autores medievales y los renacentistas, ya que éstos, en efecto volvieron de
nuevo su mirada a la definición de Quintiliano44 y consideraron de forma
41 Dionisio Tracio (170-90 a.C.), filólogo y discípulo de Aristarco, fue autor de la
primera T¿xvn ypaiiqiawtiaj, en la que resumió los conocimientos gramaticales de la
filología alejandrina (existe edición trilingúe, griego-latín-español a cargo de
y. Bécares, Zamora, 1993, pág. 1 para la definición de gramática).
42 «En fininae quidem sant partes duae, gaas haec professio pollicenan id est
ranio loqaendí et enarratío aacnorum, quarum íllarn nethodicen, hanc hisnorícen
vocann» (Instinatio Oratoria, 1, 9, 1).
‘~ Cf. op. éL, 1, pág. 183, nota 1.
~ Manuzio, por poner alguno ejemplo, afirmaba en sus Instinutiones Grammaticae
(Venecia, 1523): «(Crammaníca) ars esn en professío, qaae usa, ratione, atque
authoritate constat Qaaeque cam brevíssíme in duas partes dívidata~ recte loqaendi
scíennían en aathorum enarratíonem 4..)» (fol. 1); en el mismo sentido se pronunciaba
Nebrija en sus Introductiones in Laninam Grammanicen (Logroño, 1508): «(...)
Quintiliano aunore daplex, Historicen, qaae in enarrandís aatoribas versanur ad
inuitanionem proposina, en Menhodicen, quae amis praecepta con tinen» (fol. uy). La
excepción a este proceder generalizado la constituye el Brocense, quien dedicó un
capitulo de su Minerva (1, 2) a explicar que «Cramnmaticam non dividí in hísnoricen et
nienhodícen».
‘145

casi unánime que la auctorurn enarratio debía ser considerada parte
integrante de la disciplina gramatical, aunque hay que decir que, en la
práctica, la mayoría continuaron restringiendo sus manuales a la
explicación de la parte rnethodice.
Por lo que a Núñez respecta, sus opiniones sobre esta cuestión se hallan
expuestas de manera razonada y contando siempre con el apoyo de las
fuentes (lo que, por otra parte, era en él un proceder habitual). Lo más
interesante de su exposición es el recorrido histórico que efectuó en ella a
través de las distintas fases por las que había atravesado el concepto de
gramática. En opinión de nuestro autor, la gramática se divide en tres
partes y no en las dos que acabamos de enumerar; esta peculiar división la
atribuyó Núñez al filósofo Sexto Empírico 45:
Is (scíl. 5. Empírico) iginar cum maltas, easque ínter se discrepantes veteran
Gramniaticoram de ea re sententías attentias legisset, tu Tauríscí, Dyonisíi
Thracis, Asclepiadís en alioram, dísputanione tota bene diligenterqae
considera ta, tres tan tam illí partes easque amplíssimas tribuin: anam expertem
amis, qaan more et instituto maíoram Historicam nominavít, alteram
artificiosam, nerníanh, qaae superioram lumen desiderat, poetarum in primís,
aun cenerorum scriptoruni explanatricem ~
En su origen la gramática habría sido explanatrix, es decir, una
disciplina orientada al comentario de los textos:
Venus en nobilis Cramrnanicorum professio a primo eíus amis oUa ea fain,
snudiose lecton un poenaram scripta, quod ceteris antiquiora en obscariora
víderenta~ explananda sasciperent, eoramque sensus intimos ac recondítos,
quam planissime herí possen, interpretaren nar
Las necesidades inherentes a ese quehacer de explicar los textos dieron
lugar al nacimiento de una segunda parte de la gramática, la que Núñez
llama parte hisnorice~
Qaam (...) accessit anniquae illi professíoní altera pars Grammanicae
historíca: qaae cam veras tam falsas en commenti tías narrationes, nam etiam
glossaramn, sic enim Grammaníci loquannur, explananíonem contineren 48,
~ Sobre las partes de la gramática trata Sexto Empírico en el cap. IV del libro II
de Contra los matemáticos.
~ Instinaniones Crammanicae linguae Graecae (1590), fols. ¡y lv.
~‘ Grammatístíca linguae Graecae, fol. A2v.
48 Ibídem.
446

Pero, además de en la actividad crítica, la gramática se ejerció también
en una segunda vertiente enfocada a describir los elementos de la lengua y
a establecer su analogia; a partir de esta tarea se desarrolló, por último,
una tercera parte de esta disciplina, la llamada parte methodice:
Ex analogiae aunem potissimam animadversione profecta ea pars Crammaticae,
qaae a ranione en vía gua tradebatur, propriam nonien menhodíca invenín ~.
Esta parte metódica o artificiosa se estructuró por lo general en las
gramáticas griegas en cuatro niveles, que incluían, respectivamente, el
estudio de la letra, la sílaba, la palabra y la frase —o, lo que es lo mismo, la
ortografía, la prosodia, la etimología (entendida como morfología) y la
sintaxis—, con una evidente influencia de la gramática latina ~
Hasta aquí la clasificación de las partes de la gramática y el recorrido a
través del sucesivo desarrollo de cada una de ellas, que, dentro del tono de
narración que el autor ha adoptado, se corresponde en buena medida con
los hechos históricos.
Tras esta exposición introductoria y a la hora de justificar ya la
elaboración de sus propias Institutiones Gramrnaticae, señala Núñez que se
ha limitado en ellas al estudio de la parte rnethodica, la única, en su
opinión, que forma parte de la gramática en cuanto tal. Estos son los
argumentos con los que justifica su proceder:
Nos eqaídem e tribas praecípuis Grammaticae parnibas, de 1-lisnorica nihíl
fere disseraimas, quod aut nihil, aat si quid haben amis, iadicio veteranh ex
Rhetoricis sin repetendam, neque exegeticen attígimas, quod asam en
exercitarionem tan tam relíqaarum parnium praesnare víderenar, sed tertiani,
qaae sola ranione en vía anque serie praeceptionum perpetua a Granimatícís
vulgo explica mr 51.
Es decir, Núñez actuó en este sentido de una forma bastante original:
primero, al establecer en su recorrido histórico una división de la
gramática en tres partes y no en las dos que, basándose en Quintiliano,
eran las tradicionalmente admitidas por sus contemporáneos; y segundo, al
~ Ibídem, fol. A3.
~ Ibidem. La división en estas cuatro partes remontaría a la Gramática de
Prisciano (cf. Kukenheim, op. ciL, págs. 71-78, y C. Codoñer, op. cít, págs. 116-1 18).
~ Instítationes Grammani cae língaae Graecae (1590), fols. 4 y 9J 4v.
447

estringir los límites del ars grammatica a la parte niethodica, pero no sólo
en el plano práctico (como hacían los demás), sino justificando su proceder
mediante la correspondiente argumentación teórica. En este sentido su
postura se aproxima a la del Brocense, quien hemos visto que mantuvo un
criterio similar.
Se alejó también Núñez de los parámetros establecidos, al segregar de su
Gramática las dos primeras partes de aquellas cuatro en las que se
estructuraba esta materia, es decir, la ortografía y la prosodia. Y decimos
‘segregar’, porque no es que prescindiera de ellas, sino que prefirió
componer un opúsculo diferente (un Alpha beturn al que luego llamó
Grarnrnatistica) que consagró de manera exclusiva al estudio de tales
cuestiones.
Por si los límites entre uno y otro género pudieran dar lugar a cierta
confusión, hay que advertir que los Alfabetos eran opúsculos
genuinamente escolares, compuestos con el fin de enseñar las primeras
letras y consagrados, por consiguiente, de manera exclusiva a la
exposición de las cuestiones fonéticas, cuya explicación se llevaba
habitualmente a cabo en términos muy sencillos y elementales~
2. Las
Gramáticas, por su parte, se dedicaban primordialmente a sistematizar la
morfología y la sintaxis, pero incluían también en general alguna
exposición de carácter fonético53, y, dentro de su finalidad pedagógica,
alcanzaron cierto tono de erudición y un mayor nivel científico.
52 Tanto para los antecedentes del género como para una descripción del contenido
de estos Alpha beta, cf. Lasso de la Vega, op. cít, págs. 9-16. Por otra parte, el
fenómeno de la aparición de los Alphabeta tenía su correlato en el campo del latín,
según señala C. Codoñer: «Y así, desgajándose del conjunto del ars granimatica,
adquiriendo entidad independiente, surgen los tratados de orthographía en los que se
mezclan normas sobre ortopeya y ortografía. Estos tratados se conocen desde el siglo
11 d. de C. y el análisis de los mismos nos revela su relación, lógica por otra parte, con
el elemento básico del que parten las artes grammaticas: la lintera» (op. rin., págs.
107-1 08 para el tema que nos ocupa).
53 la excepción la constituye el propio Núñez, quien en su Gramática de 1577 se
limita a dar un cuadro titulado De ponesnane valgo recepta línnerarum Craecaram; pero
en la de 1590 omite por completo cualquier exposición en este sentido, y remite para
las cuestiones de pronunciación, prosodia, etc., a la obra que sobre estos temas él
mismo había compuesto: «De litteraram aatem en syllabarani natura, pronantiatione,
asa, de orthographía, et dístíncna lectione atque prosodia satís, opinon qaannum
filías argumenní ratio postulaban, a no bis in Crammnatistica liniguae Graecae
disputa num» (Institutiones Grammatícae línguae Graecae, 1590, fol. 4v>.
448

Las razones de Núñez para no someterse al esquema corriente en el
caso de estas Institutiones Grammaticae debieron de residir, a mi juicio, en
el interés especial que sentía por la fonética y que le llevó a ampliar el
estudio de este capitulo mucho más allá de los límites habituales. De ahí
que, dada la extensión de sus investigaciones, optara por dedicar a su
exposición una obra completa.
6. Fonética
Así, pues, las cuestiones relativas a la fonética del griego antiguo
fueron objeto preferente de la atención de Núñez, quien vertió su doctrina
al respecto en una obrita perteneciente al género ya mencionado de los
Alfabetos. De ella se hicieron dos ediciones, ambas en Barcelona. La
primera vió la luz en 1575, bajo el característico titulo de Alpha betum
graecum ~ A continuación del título, el autor resumía así los contenidos
de su opúsculo:
1-tabes in hoc libello malta utilíssima. De vera et anniqua pronunníanione
litneraruni en diphnhongoram. De ranione separandí syllabas, ne legendo, aun
scríbendo perturben tan De veris en anníqais nonís litterarun. De munanione
linguae Graecae in Latinam malta elegantissínia. De accentíbus ítem, quaedani
rara. De ranione veten en nova ínnerpangendi, at vulgo loquannur malta
praeclara. De nonís arinhmenicis alíqua etiam scína digna. Genera loquendí
Graeca elegantíssiina ex Synesio Antíco scripnore ad conscríhendas episnolas,
Latine reddina ad verba ni en elegannias.
En la segunda edición, la aparecida en 1589, prefirió nuestro helenista
sustituir el titulo primitivo por el de Grammatistica linguae Graecae ~ La
explicación del título de Grammatistica que Núñez dio a la segunda edición
de este opúsculo fonético, tiene su justificación en lo siguiente. La parte
artificiosa de la gramática, se subdivide, como ya hemos indicado, en otras
~ Alphabenurn graecuni a Penro loanne Nunnesio Valentino collectuní fere 02 TOU
iwzpaxpWva, sin portada, Barcelona, P. Malo, 1575 (datos tomados del colofón).
~ Cramniatisnica linguae Graecae auctore P. ¡oh. Nannesio Valentino, Barcelona,
J. Cendrat, 1589. En el prólogo del Alpha henam de 1575 matizaba el autor el sentido
en el que empleaba el término Grammanisníca: «...in ranione legendi et scribendi
limeras C,raecas: quam Grammanística, un Asclepiadis verbo atar sascipin en
profítetar» (fol. A2).
449

cuatro: orthographia, prosodia, etymologia (o morfología) y syn taxis. Las
dos primeras constituyen , segun Núñez, la parte rudior en ímperfectior de
la gramática y reciben el nombre de Grammatistica, y el de Grammatistes
quien las enseña (la luterano y el Iitterator de los romanos); las dos
segundas son el objeto de la parte pcrfecdor cii abso1utio~ que es lo que
denominamos con el propio nombre de Grammatica, como Grammaticus
llamamos al que la enseña (lftreratura y linera tus en latín)
51~. De ahí que
Núñez diera a sus dos opúsculos el nombre de Gramniatistica y Grammati ca,
respectivamente, en atención a la materia que se enseñaba en cada uno de
ellos.
Además de esta innovación, es digno de reseñar el que también la
doctrina aparezca en esta segunda edición revisada y muy acrecida, de
manera que los sesenta y cuatro folios que la componen duplican la
extensión del Alfabeto primitivo y exceden de largo los límites habituales
del género. Por otra parte, la estructura general de la obra aparece algo
modificada en su parte primera con respecto a la edición anterior.
El profesor Lasso ha estudiado, con la exhaustividad y la erudición que
le caracterizan, la hipotética atribución a Núñez de dos Alpha beta
anónimos, publicados en Tarragona (1585)~~ y Valencia (1600)58, que
según todos los indicios son obra de un mismo autor. Incluso un tercer
Alfabeto5 —si bien primero en el tiempo—, que algunos repertorios citan
r~’ Granimanisnica, fols. A3 y A3v. Esta distinción puede tener influencia de
Nebrija, quien la empleó en su Repetí tío secanda de 1486, aunque allí defendía que
averiguar la exacta pronunciación de las letras era tarea del línneranus o gramrnaticas
(cf L. Gil, “Nebrija y el menester del gramático”, en Nebríja y la introducccíón del
Renacimiento en España. Actas de la III Academia Literaria Renacentista (V. García de
la Concha, ed4, Salamanca, 1983, págs. 53-64, 54-55 para el tema que nos ocupa).
~ Alpha benum Graecam, in quo. 1 de vera Graecarum linerarum, ac Díphthongorum
Pronuncianione en Dívisione. II de Accennibus, ac Interpungendí, Numeroramqae
Notis. III Compendia Graecarum Litnerarum, vulgo Abbrevianiones vocann. IV
Christianae Fídeí Radimenta Graece. V Graece Loqaendí Formulae, Tarragona, F. Mey,
1585.
~ Alphabetani Graecum in quo de Graecarum línrerarum ac Dípnhongoram
pronunciatione, en divísione. De accen ni bus, en ceterís Graecaruni notis. Compendía, en
nexas linneraram. Ora tío Dominica, Salutanio Angelí ad Virginem, Symbolum Aposnol.
Graece en Latine. Fornalae dicendi ex Synesio, cum duplicí innerpretatíone.
Nameroram Notae, Valencia, E. Mey, 1600.
59Alphabenarn Graecam, Valencia, Vda. de Juan Mey, 1557 (cf A. Palau, Manual
del librero hispanoamericano, Barcelona-Oxford, 1948-1976, n0196.894, quien lo
atribuye a Núñez: los demás autores que incluyen esta referencia previsiblemente la
han tomado de él).
450

como publicado en Valencia en 1557, pero del que no aparece ningún
ejemplar, pudiera deberse, a tenor de las descripciones que de él se hacen,
a la misma pluma que los dos anteriores.
Lo que sí está claro, en cualquier caso, es que esta serie de Alfabetos
anónimos (los tres con tan sólo 8 hojas y, al menos en los dos que se
conservan, de contenido muy elemental) no son la misma obra que aquel
otro que apareció bajo el nombre de Núñez, de entidad mucho mayor tanto
en la extensión de la obra como en la erudición de sus contenidos. Ello no
empece el que, no siendo la misma obra, sí pudiera ser Núñez el mismo
autor, el cual habría elegido permanecer en el anonimato en el caso de la
edición más elemental:
(...) nada impide suponer —argumenta Lasso~~ que el mismo Núñez publicara
en Valencia, en 1557, un Alfabeto al uso, sin meterse en más finuras, y años
más tarde, en 1575 y 1589 una obra más personal y engrandecida de medida en
cada impresión, y que la primera cartilla, más enjuta y tratando los asuntos en
forma novicia, se hubiera reimpreso igualmente anónima por otras dos veces:
mayormente cuanto que nos parece apreciar un sincronismo entre las fechas y
lugares de tales impresiones y la biografía docente de Núñez. (...) ¿Hay
necesidad de buscarle a la obrilla otro autor?
Esta hipótesis resulta sin duda muy sugerente y ningún dato objetivo
permite, hoy por hoy, rebatirla
61; también es cierto que ninguno permite
probarla. Hay, no obstante, un punto que, a mi juicio (y reconozco que se
trata de una apreciación un tanto subjetiva), no concuerda en exceso con
la personalidad de nuestro autor.
Efectivamente, Pedro Juan Núñez, como hemos tenido ya ocasión de ver,
es autor de una extensísima producción tanto impresa como manuscrita,
que ofrece, como es previsible, cierta irregularidad en sus logros. Así, tal y
como suele ocurrir con toda obra de cierta magnitud, es posible apreciar
~‘Op. cít, págs. 44 y 45.
(1 Los datos objetivos más consistentes a la hora de negarle a Núñez la autoría de
estos Alfabetos anónimos serian, en mi opinión, los siguientes: extensión de éstos
mucho menor que la del suyo propio (8 folios frente a 30 de la primera edición de
Núñez y 64 de la segunda); tono menos erudito en las explicaciones; ausencia de
capítulos característicos en la obra de nuestro helenista como el dedicado a la forma o
el nombre de las letras; y, sobre todo, inclusión en los Alfabetos anónimos de las
habituales Chrisníanae Fidei rudimenna graece, cuya llamativa ausencia, por el
contrario, en el de Núñez caracteriza a éste frente a todas las demás obras del mismo
género.
451

en la bibliografía del autor títulos muy brillantes, de gran alcance teórico
y ampliamente reeditados, conviviendo junto a otras obrillas de
trascendencia menor. El propio Núñez era muy consciente de que en
ocasiones sus trabajos no aparecían todo lo meditados y pulidos que él
hubiera deseado, y no tuvo reparos en reconocerlo de manera expresa;
pero, en cualquier caso, ello no le impedía llevar a cabo su publicación. Un
ejemplo claro lo tenemos en la dedicatoria de su Gramática griega, donde el
autor afirmaba:
Ego vero illis nemporibus níhil edendum esse putaham, parnízn quía nun
perspici en corrigí a me non poneran opus un debuin, quod maximis
occupanionibas en pablicis en prívatis dístíneren parnim quía non ponerani
perfectum edi, qaod Mecenas tu patronas nobis opus esser, gui nostros sun1ptas
infinitos, qaí ad has edíniones Craecas, iui Hispania praesertí¡n, impendiun tan
sua ¡iberalinane mínueren

fue ampliar y perfeccionar con posterioridad los contenidos del opúsculo
inicial a lo largo de sucesivas ediciones.
Por todo ello resulta difícil explicarse por qué en el caso concreto del
Alfabeto de 1557 Núñez habría elegido el anonimato; y por qué lo habría
reeditado en 1585 y 1600, de nuevo anónimamente, si para entonces él ya
había compuesto otra obra del mismo género y de mucho mayor calado. Mi
opinión, en suma, es que no hay un motivo cierto que permita suponer la
atribución a Núñez de ningún otro Alfabeto distinto de aquél que figura
bajo su nombre.
Pasemos, pues, al estudio de las teorias de nuestro helenista sobre la
fonética de la lengua griega, que quedaron expuestas en el Alpha betum
Graecurn primero, y que fueron después ampliadas en la segunda edición
del mismo o Crammatistica.
Previamente hay que indicar que quizá sea la fonética el capítulo de la
gramática griega en el que nuestros helenistas muestran, en conjunto,
mayor originalidad. Esta al menos la opinión de un buen conocedor del
asunto como es López Rueda, quien así lo reconoce sin ambages:
La aportación mas efectiva y original de los helenistas españoles a la
gramática griega en el siglo XVI se produjo, sin duda, en el campo de la
fonénica~’>.
Los albores del siglo XVI fueron testigo de las primeras inquietudes de
algunos helenistas sobre la verdadera pronunciación de la lengua griega
en la AntigUedad, cuestionando la que tradicionalmente había sido
considerada hasta entonces la correcta: la conocida como pronunciación
bizantina. Constituía ésta la natural herencia dejada por los eruditos
provenientes de la órbita de Bizancio que habían sido impulsores ya desde
el siglo anterior del conocimiento en Occidente del griego clásico, lengua
cuya enseñanza habían llevado a cabo imprimiéndole la pronunciación
que a ellos les era familiar. El proceso, por el que —tras muchas y largas en
el tiempo vicisitudes— se llevó finalmente a cabo la restitución de la
65 López Rueda, op. cm., pág. 157. Cf. también las páginas 157-177 para su
análisis de los estudios sobre fonética del griego clásico en la España del s. XVI.
453

pronunciación antigua de la lengua griega, presenta gran interés, y en su
estudio el nombre de Engelbert Drerup ha marcado un hito decisivo

pronunciación antigua de la lengua griega, llamada hasta hoy en su honor
“pronunciación erasmiana~’ 7(>.
Las publicaciones que sobre temas de fonética griega se hicieron a lo
largo del siglo XVI en nuestro país, y las diversas fases por las que en él
atravesó el proceso de implantación de la pronunciación antigua, nos son
hoy bien conocidas gracias al magnífico estudio de L. Gil y López Rueda7h
El panorama se puede describir muy brevemente como sigue. A comienzos
de siglo, como ya ha quedado reseñado, Nebrija se muestra partidario de
sustituir la pronunciación del griego llamada moderna o bizantina por la
que él restituye como pronunciación clásica. Muy probablemente Demetrio
Ducas, que compartía con Nebrija las tareas docentes en Alcalá en la
segunda década del siglo, le secundaba en sus pretensiones. Esto es lo que
se desprende al menos del Alphabenum Graecum que Ducas hizo imprimir
al comienzo de su edición de los Frotemata de Crisoloras72, pues en él se dan
los nombres modernos de los signos, pero se les adjudica valores fonéticos
que, en algunos casos, se corresponden ya con los de la pronunciación
antigua.
Pese a estos antecedentes, reforzados desde el exterior en parte por las
publicaciones de Manuzio73 y muy especialmente por el ya mencionado
Diálogo de Erasmo, lo cierto es que todos los testimonios de los que
disponemos apuntan a que en las Universidades españolas se mantuvo en
la práctica durante buena parte del siglo XVI la pronunciación moderna.
Ésta es la que encontramos reproducida, por ejemplo, en el Alpha betum
Un análisis sistemático de las ideas de Erasmo sobre la fonética del griego
antiguo puede consultarse en J. Chomarat, op. ciÉ, págs. 354-378.
~ L Gil y J. López Rueda, “Reuchlinianos y erasmianos en el siglo XVI español”,
Revista de la Universidad de Madrid, XVIII (1969), págs. 151-178.
72 Froteniana Chrysolorae G..), Alcalá, 1514. El volumen, de 320 páginas, incluye
además de éste otros textos gramaticales seleccionados para los alumnos de Griego.
Según Lasso de la la Vega (cf op. cm., pág. 19), no hay que buscar en Ducas influencia
de Nebrija sino de Manuzio, pues el cuadro con las letras griegas del Crisoloras
aicaíno reproduce el Alphabetum aldino de la edición de Venecia, 1512.
~ Seguidor de la pronunciación neogreca pero conocedor del valor antiguo de
algunos sonidos, como demuestra el Alphabetani graecam (...), cam Praefatione latina
AIdi Manatíi, Venecia, 1499. El opúsculo fue incluido en Aldí Pu Manutíí
Insnínunionum Grammatícaram librí quanuon bajo el título de De líteris graecis, ac
diphnhongís, en qaemadmodum ad nos veniann (fols. 173-188 de la ed. que manejo,
Venecia, 1523).
455

Graecum de Valdés
74 o en las Gramáticas de Ledesma y Villalobos75, tanto
en los valores fonéticos que estos autores atribuyen a las letras, como en
el propio nombre por el que las denominan (Vuna/Bita, Zita, Ira, etc.). Ello
no significa que estos profesores ignorararan la incipienternente
restablecida fonética del griego clásico; algunos, incluso, llegaron a
exponerla en sus manuales o indagaron en su estudio más lejos aún de lo
que habían ido sus predecesores —tal fue, por ejemplo, el caso de
Vergara70—; pero bien fuera por motivos de simplificación, bien de
comodidad, lo cierto es que recomendaban que en la práctica se
mantuviera la pronunciación moderna.
Sin embargo, a finales de siglo la situación descrita experimentó un
vuelco espectacular, del que tal vez no sea exagerado afirmar que Pedro
Juan Núñez constituyó el motor, o por lo menos el mejor exponente. Pues,
en efecto, de entre las obras hoy por hoy conocidas de nuestros humanistas
que tratan cuestiones relativas a la fonética del griego, el Alphabetum de
Núñez de 1575 supone, a mi entender, exactamente el punto de inflexión
del proceso que estamos describiendo.
~4 Alphabetam Craecum Valdesíí, Salamanca, 1569. Esta obrita de Valdés es,
probablemente, la que mejor reproduce todos y cada uno de los rasgos característicos
de la pronunciación bizantina.
~ Graecaram Insniturionan Compendiani a Michaele Hieronymo Ledesma
Valentino medico conscripnam (Valencia, 1545), y loannís a Villalobos (...)
Grammanicae Craecae introdactio (Salamanca, 1576). Este último se muestra
contundente en su apoyo a la pronunciación moderna: «Sic enim reictis bis inutilibus
qaaesniancalís, de anniqais scilicet literaram sonis, et an recte proferantar, en an
non, en acceptis bis, qaae in usa sant (..4» (fol. A8). Ledesma enseña también esta
pronunciación, pero en ocasiones se muestra algo ecléctico; así, en el caso de j3 le
asigna el valor labial y no el de fricativa labiodental sonora propio de la
pronunciación bizantina; o en el caso de íc considera que ha de pronunciarse siempre
4/, incluso ante c, t, siguiendo también aquí la pronunciación antigua (cf.
Compendian, fols. 8 y 9 respectivamente).
~ Francisco de Vergara, De Graecae lingaae Gramniatica librí quinqae, Alcalá,
1537. Fn el capitulo que titula De litteris et earan dívisione anque accidennibas se
muestra partidario de atenerse a la costumbre en lo que a la pronunciación del griego
concierne: «Fueran quidem aeqaam anque optabile, veneram normarn rationemque
ípsam omnino praevalere. Sed nimirum consuetudo vicin: qaae cum omnium domina
reram, tumi maxime verborum est, un Salpitius Apollinaris dicebaL Quando igítur
vicissinado rerum esn: serviendunz tempori bac in re censeo, loquendamqae non
tan tum can> Favorino verbis, sed et vocibus praesentibus» (pág. 147). Pero, como
afirman L Gil y López Rueda (op. ciÉ, pág. 165), «A pesar de decidirse por la
pronunciación moderna, continúa el método de Nebrija y Erasmo, enriqueciéndolo con
nuevas aportaciones filológicas como el fragmento de Gratino sobre el balido y,
asimismo, con nuevas transcripciones».
456

Y no debe llamar a engaño el que Núñez dé comienzo a su opúsculo por
la exposición de la pronunciación bizantina
77, pues ésta, reproducida en
un lacónico cuadro que ocupa exactamente un folio por una sola cara, ha
quedado reducida aquí a pieza de museo. Y así es como, inmediatamente,
sigue otro cuadro con las letras en el que, por primera vez con respecto a
las Gramáticas de sus antecesores, éstas aparecen ya con los nombres que
corresponden a la correcta pronunciación (Beta, Zeta, Eta, etc.). Pero, con
todo, el dato verdaderamente importante, el decisivo, es que la única
pronunciación que de la lengua griega se explica en la obra —a lo que se
dedica nada menos que seis folios— es la vera potestas singu¡arum
litterarum et diphthongorum, lo que equivale a decir que era esa
pronunciación, la vera o antigua, la única que en realidad interesaba a
Núñez y la única que juzgaba digna de ser enseñada. La Grammatistica de
1589, a su vez, vino a confirmar plenamente esta orientación, pues en ella
el cuadro con la potestas vulgo recepra quedó incluso relegado al final de la
obra.
Antes de entrar en lo que es propiamente el estudio de las tesis de
Núñez en el campo de la fonética, existe todavía otra cuestión previa que es
también merecedora de algún comentario. Las enseñanzas fonéticas
constituían, como indicamos en su momento, el tema central de los
Alphabeta o cartillas dirigidas a los que comenzaban sus estudios de griego,
donde, como era lógico, aquellas enseñanzas se trataban de manera muy
rudimentaria. Por otra parte, también era frecuente que se dedicara a esta
cuestión algún capítulo en las Gramáticas, en el que los autores se
mostraban ya algo más eruditos y generosos en sus explicaciones: así,
Es probable que no considerara pedagógicamente adecuado dejar a sus alumnos
sin este referente, bien porque era el que ya conocían, bien porque si no, en
ocasiones, les iba a ser de utilidad. También los motivos pedagógicos le impulsaron a
anteponer a las letras griegas sus transcripciones latinas, lo que era bastante insólito
en esa época. Ambas cosas las justifica en su prólogo: «Platarchas auctor Craecas
erudiníssimus lib. 5. Paralleloram refern se lingaam Laninam miro qaodam artificio
didicisse, legendís scríptis Latínís earum rerain, qaarum ipse intelligentiam aliquam
antea habaísset. Quam ratíonem bominam ingenlis apnissimam esse, cum in muhis
saepe expertí sanjas non sine magna discentiam atilitate, tum in primis in ratione
legendi et scribendí litteras Craecas (..4. Jnaqae miran iure nemo potesn, quod contra
consuenadinem omníam Grammatistararn linneras La tinas Craecis praeposaerimas;
propnerqaam eniam caassam nec illad quispiam merito reprehenderin, quod vulgo
receptan> ponesnanen> lítteraram Graecaram primum descrípserimas, deinde
exqaisitam en accuranam» (Alphabetam, fol. A2).
457

Vergara dedica a explicar las letras griegas y su pronunciación cuatro
páginas, y otro tanto hace Ledesma 78.
Lo curioso es que Núñez invierte por completo —como ya señalábamos
líneas más arriba— esta norma general, de manera que en ninguna de las
tres ediciones de su Gramática incluye capítulo alguno sobre la fonética79,
pero convierte, por el contrario, el género tradicionalmente escolar de los
Alfabetos en un ejemplo de erudición que rompe por completo los moldes
establecidos. La mera extensión de la obra que publicó bajo este título
puede darnos ya algún indicio de ello: de los Alfabetos griegos impresos en
España en el XVI y reseñados por Lasso, el de Francisco de Vergara8t>
cuenta con tan sólo ocho folios (la impresión de estas obrillas en un solo
pliego era, por otra parte, práctica bastante habitual); ocho tienen
también los tres publicados por los Mey81, y sólo el debido a la pluma de
Valdés cuenta con diecinueve; sin embargo, la edición del Alphabetum de
Núñez de 1575 tiene ya treinta folios, y la Grammatisnica de 1589 nada
menos que sesenta y cuatro.
Este hecho no constituye sino una muestra más de que el interés de
Núñez por la fonética superó con creces el que sentía por los otros
capítulos de la gramática y, sobre todo, superó el de sus colegas hispanos,
como así lo reconoce López Rueda82: «Pedro Juan Núñez es, sin duda,
después de Nebrija, el helenista español del siglo XVI que dedica mayor
atención a las cuestiones fonéticas».
Hay que remontarse, en efecto, al De vi ac potestate litterarum de
Nebrija>~, para encontrar un antecedente en nuestro país de esta obra
fonética de Núñez. En ella, nuestro autor no sólo incluye las pertinentes
78 Cf. Vergara, Gramrnatica, págs. 146-149, y Ledesma, Compendium, fols. 8-11.
~‘

explicaciones del porqué de tal o cual pronunciación propuesta (que por
cierto adquieren aquí una amplitud y erudición insólitas), así como otras
cuestiones habituales como el acento
84, las silabas, las notae distinctionis o
las notae numerorum; atiende además, dedicándole una extensión inusitada
frente a lo que hacen los escasos antecedentes sobre el mismo tema, a la
Mutatio linguae Graecae in Latinam, y añade, por último, dos capítulos de
gran originalidad en el contexto hispano, dedicados respectivamente al
estudio de los signos de las letras del alfabeto griego y al de sus nombres.
En ambas ediciones, el autor proporciona, asimismo, un amplio compendio
de fórmulas literarias para la redacción epistolar extraído de Sinesio
—capítulo habitual en otras obras del género—, y un cuadro con las
abreviaturas tipográficas más usuales en las ediciones en griego, que
completa con sus respectivas correspondencias.
Pasando ya al análisis de las teorías fonéticas que el Alpha baum
contiene, hay que decir que ciertamente muchas de ellas se inscriben en
la tradición de las enseñanzas de Nebrija, Erasmo, Manuzio, Vergara y
Ledesma. En consecuencia, no nos detendremos particularmente en
aquellos aspectos en los que se sigue más de cerca a estos autores, e
intentaremos, por el contrario, ceñirnos a aquellos otros —que no son
pocos— en los que Núñez muestra mayor originalidad85.
a) Fuentes de la Antigúedad
Quizá sea éste el apartado que mejor demuestra que, frente a lo que
habían hecho sus inmediatos antecesores (Vergara y Ledesma), Núñez no
se limitó a repetir, añadiendo algún ejemplo aquí y allá, las teorías de
Nebrija, Manuzio o, sobre todo, Erasmo —aunque desde luego las conocía
tanto como las utilizaba—, sino que en determinadas cuestiones se propuso
efectuar una investigación propia, en la que la consulta de los gramáticos
84 Tal vez por influencia de los estudios de prosodia latina, la acentuación griega
se convirtió en tema principal de algunos opúsculos (cf. Lasso de la Vega, op. ciÉ,
págs. 58-60, nota 68).
~ Sigo, en parte, la estructura que proponen L Gil y López Rueda en su análisis
de las teorías fonéticas de Núñez (cf. op. cm., págs. 170-174), aunque en algunos
puntos la modifico y en otros la amplío considerablemente. En lo que respecta a los
ejemplos extraídos del texto de Núñez, me limito casi siempre a una selección que
pretendo más representativa que exhaustiva.
459

o escritores de la Antiguedad se inscribe en esa pasión por las fuentes
clásicas que siempre le caracterizo.
De entre los gramáticos, se ha servido preferentemente de Dionisio de
Halicarnaso —al que utiliza como fuente principal para describir la
articulación de los distintos fonemas—, pero también de Prisciano,
Terenciano Mauro, Mario Victorino, Teodectes de Fasélide o Herodiano, por
señalar sólo aquellos que aparecen citados con mayor insistencia. Ha
recurrido asimismo al testimonio de tratadistas musicales como Aristides
Quintiliano y Alipio
8t, muy utilizado este último en el capitulo sobre las
figuras de las letras (aunque a decir verdad, en este punto el autor al que
Núñez remite con mayor frecuencia es a Láscaris). De entre las numerosas
citas de autores clásicos, destacan, por su número, las que se hacen del
Cra tilo de Platón y del Teseo de Eurípides. Marciano Capela, San Isidoro y
un largo etcétera, completan la larga lista de autores citados —más de cien—
que el propio autor proporciona al final de su obra87.
b) Las letras y sus nombres
Núñez pospuso ambos capítulos al estudio de la pronunciación; el
primero de ellos, dedicado a explicar los signos gráficos que representaban
en la escritura los fonemas del griego antiguo, lo tituló De figuris vais
litrerarum y aparece ya en la primera edición del Alfabeto; por el
contrario, el segando —De nominibus ¡itterarum— no aparece en el
Alphabetum de 1575, pero silo hace en la Grammatistica de 1589.
En lo que se refiere a la forma de las letras, ésta es descrita con detalle
letra por letra, siguiendo en la ordenación de las mismas un criterio
alfabético. Para reforzar las tesis expuestas, el autor recurre a la autoridad
tanto de fuentes de la Antigúedad (especialmente el Teseo de Eurípides),
como de gramáticos más recientes (Láscaris sobre todo); añade a menudo
otros argumentos de orden filológico, geográfico, médico, etc., y no
~«>Alipio (s. 111-1V d. C.) fue autor de una Eioayuyi~ IJOVOLKI1 (editada por
L Zanoncelli en La manualísnica musicale Greca, Milán, 1990), que constituye la
fuente principal en lo que concierne a la notación musical del griego antiguo; en
dicha obra el autor empleó como signos para sus notaciones las letras del alfabeto y
otros caracteres derivado de ellas.
~ Cf. Gramniatisníca, fois. 63v-64v.
4k

enuncia, cuando le es posible, a la ayuda de la epigrafía y la
numismática
88. Reproduciremos aquí un ejemplo:
A, figura nríangali nonabatur: quos declaran Aegyptus en pars in Aegypní
medio, quae Delta vocabatar propter nriangali símilinudinem en libellí 8¿XTOL
appellati, quod epistolae antiquinus triangalí figura plícarentar; acies eniam ad
canei formani snracna, et inedia pars figarae rliombi, qaae triangulan> refern,
bbc nomine appellanun En in figuris caelesnibas SEXTWTOV asnram ab bac figura
nomen invenin; quin et Galenas in libello, gui Medicas inscribitur, ait figuras
qaasdam, quae accidann fronní specie qaadaní triangulí símiles esse S
La explicación sobre los nombres de las letras, por su parte, es más
genérica. El autor señala que «nomina ex Hebraeis fere conformata al
sonos earum exprimendos». Algunos de ellos — añade— son más bien
adjetivos que nombres: así «c 4.stXóv igitur nominatur, id est, E nudum,
atque sine vIla adiunctione alterius vocalis»; en otros casos, «facilis est et
expedita ratio propter sonem quantitatem, vto ítt¡cpov, itt estparuum, en tú
pÉj’a, itt est magnum, nominetur»9~’.
Lo más interesante de ambos capítulos —muy originales, como ya
adelantábamos, en el contexto de su época— lo constituye su propia
inclusión en una obra de estas características. Ni Vergara ni Ledesma
habían dado explicación alguna respecto a las formas o al nombre de las
letras, limitándose a explicar su pronunciación; en lo que a Erasmo se
refiere, si bien es cierto que dedicó varias páginas de su Diálogo a tratar
sobre la escritura entre los griegos91, lo hizo en términos generales y
asistemáticos en cuanto que no se detuvo a describir letra por letra.
En este sentido, pues, nuestro helenista demuestra, una vez más, haber
efectuado una investigación propia, en la que amplió muy notablemente
los cauces seguidos por sus antecesores.
c) Articulación de los fonemas
Quizá la nota más característica del conjunto de la fonética de Núñez sea
el especial hincapié que se hace en la descripción fisiológica de la
articulación de los sonidos. En este sentido y tomando como fuente
~ Vid. mfra, págs. 472 y 473, en las que proporcionamos varios ejemplos.
89 Grammatistica, fols. 9v y 10.
~ Ibídem, fol 13v.
91 Cf. Erasmo, Dialogas, págs. 60 y ss.
461

principal a Dionisio de Halicarnaso
92, el autor efectúa una minuciosa
descripción (que excede con mucho a la de sus colega?33) de la posición que
adoptan los órganos de fonación para pronunciar cada uno de los fonemas
de la lengua griega.
Pese a lo dicho, hay que reconocerle asimismo el mérito de la concisión,
que le llevó a no alargar sus explicaciones más allá de lo necesario. Valga
como ejemplo de ello la descripción de a: «Profertur apeno plurimum ore,
et spirinu versus palatwn sublato»’>4. La comparación con la descripción
que hacia Erasmo de este mismo fonema resulta bastante ilustrativa:
A, didacto largiter ore profertan lingua recte suspensa, boc esn, nec ad
palanam superias afflexa, nec in antenas dentiam vallan impacta, nec in lanas
den tiuu>i ilusa, nec inner den tiam ¡ña tun> inserna, voxque prodin ex arteria
profandiore, feriens saperias palatan>
¡Qué lejos ha ido a parar Erasmo aquí de aquella sencillez en la
enseñanza de los preceptos gramaticales que le vemos reclamar en otras
ocasiones!’>6 Sin demérito, por supuesto, de la genialidad del conjunto del
Diálogo, en este ejemplo concreto no creo que pueda decirse que su cadena
de negaciones aporten precisión alguna a la descripción fonológica, sino
que más bien, a mi entender, contribuyen a complicarla y oscurecerla.
Continuando con Núñez, veámos el ejemplo ahora de la pronunciación
propuesta para alguna consonante. Así, con respecto a X el autor explica:
«Ut prodidit Dionysius, exprimirur sic, ut lingua palatum versus assurgat,
en arteria spiritum con tineat. (...) Quocirca eodem etiam modo
~ Aunque nada se indica, lógicamente la obra utilizada por Núñez habría sido el
flcp\ ox,v6¿ocÚ)s óvo 1idrwv; sobre este tratado cf. Dionisio de Halicarnaso, Sobre la
composición estilística, ]. Pallí intr., ed. y trad., Barcelona, 1991.
93 A decir verdad, en este punto Nebrija constituye entre los nuestros el único
antecedente, pues tanto Vergara como Ledesma desatienden la cuestión. Erasmo sí
trató este aspecto en su Dialogas.
9~ Grammatisnica, fol. 5. La descripción de este fonema, como la de muchos otros,
está calcada de Dionisio de 1-lalicarnaso: «X¿yuun yup &VOLyoIiCVOu ThU O16~UTOS EliI
VXELUTOV KLLL TOU IrvEuparos OVW ‘PEpOIEVOIJ xpós íóv oúpavóv» (op. ciÉ, 14, 10).
9~ Dialogas, fol. 93. Erasmo parece encontrarse en este capitulo en dependencia
muy directa de sus fuentes, que, en opinión de Chomarat, habrían sido Mario
Victorino y Terenciano (op. ciL, 1, págs. 360 y ssj.
96 En su De ratione snadii, por ejemplo, precisaba que «Veram at huiasmudí
pracepta faneor necessaria, ita velin> esse quannan> fien possin, quan> paacíssima,
modo sint optinia» (pág. 103 de la edición de Lyon, 1531).
‘162

pronunciandum quaecunque vocalis sequatan non un gli Iralorum, vel si i
sequatur»’>
7. En el caso de las labiales, por poner otro ejemplo, tras
describir el punto de articulación que las caracteriza en su conjunto, se
establece que la diferencia entre ellas consiste en que «tenui quoclam
sono profertur», ‘p «densiori auneni et cum afflaru maiori» y ~ «medio vero
modo»98. Exactamente la misma distinción se observa en dentales y
dorsales.
En resumen, Núñez se habría inspirado muy directamente para este
capítulo en las fuentes de la Antigúedad (y de manera específica en
Dionisio de Halicarnaso), y no tanto en sus predecesores más inmediatos;
por otra parte, es digno de destacar el carácter metódico y sistemático que
el autor ha sabido aplicar al tratamiento de esta cuestión.
d) Defensa de la pronunciación antigua
En la explicación de la potestas o pronunciación de las letras siguió
Núñez un riguroso orden alfabético. Lo más característico de este capítulo,
como ya se ha indicado, es el rechazo de la pronunciación bizantina y la
defensa de los valores fonéticos propugnados por sus predecesores para el
griego clásico. Resumiremos los ejemplos más ilustrativos9~>:
- & Quare valebin b, non a consonum (...).
- U: Qaamobrem eodem modo proferannar haec litnera, can> seqauntur e et i, atque
can> sequantar ceterae vocales 4..).
- H: Non esn iginar proferendani att sed quasí e Iongam 4..).
- K: 4..) ex qao perflcienarproferendan> esse eodem modo ante omnes vocales (...).
- A: Eodem etiam modo pronunciandan> qaaecanqae vocalis sequatar 4.4.
- N: Profertar iginar TO y eodern modo, qaaecamque vocalis sequatan Quare sí sin
i, non esn proferendan> un gní; neque vero si post n in diversis díctionibas
seqaanarl3, aatv, proferendan> estatm.
- E: 4..) vídenur proferendum unp Latinorun>, etsi antecedat m, non un b.
‘>~ Gran> nianisnica, fol. 7v. Cf. Dionisio de Halicarnaso, op. ciÉ, 14, 16). Este
ejemplo es válido, además, para observar la supresión de la palatalización de X ante t,
propia de la pronunciación bizantina. Lo mismo se insiste para y: «Profemar igitarró
y, eodeni modo, quaecunque vocalis sequatur» (ibidem).
98 Ibidem, fol. 5.
‘>‘> Los ejemplos están extraídos del capítulo De vera potestate litteraram, fols.
4v-9 de la Grammatistíca.
~$63

T: Vt n Latínoram, non un d, quan>vis praecedan contínenter y.
- T: ; non ígitur un i pronuntiandan.
- X: 4..) sed eodem modo ante omnes vocales.
Por lo que respecta a los diptongos, la pronunciación bizantina los
monoptongaba en el caso de ou y de los diptongos con segundo elemento -t,
y pronunciaba -u como /v/ en los diptongos ay y EU. Nuñez rechaza esto
último («quia non esset sonus duarum vocalium>A<
1 in una
syllaba: ex quo sequi videtur ar nulla dípnhongus vete pronunnietar, can> una
tan tun¡ vocalis in eías prolatione aadínar. Quare nec ci proferendam erin an e,
un valgo profernur, nec ct, ot, iii p, proferendan> erunt un i, neque ou un a, neque
y un o, neqae q at a: nan> isto pacto níhíl prorsas inneresset ínter son un>
vocaliun> símplicían> en diph thongoran> ~.
En resumen, todos y cada uno de los rasgos que caracterizaban la
pronunciación moderna del griego fueron reseñados a la vez que
expresamente rechazados por Núñez, quien se opuso a ella tanto como
defendió para cada uno de los fonemas o grupos de fonemas afectados la
pronunciación antigua, aquella vera potes tas que había sido restituida por
sus predecesores.
e) Digarnma
El único de entre nuestros helenistas que hizo mención del digainma
fue Nebrija, quien no disertó específicamente sobre este fonema, pero si lo
trajo a colación al explicar la u consonante del latín (que él pronunciaba
como /v/) con la cual lo asimila:
V. vero consonans (scil apad latinos) in eaden> oris parte formanur qaa .f.
linnera (..) Est itaqae atriusqae litterae sinuilitado tanta, ut can> graeci aeoles
figura F pro digama aeolico unerentar, bbc esn pro u consonante, latiní non
dabitaverínt eandem sono illi sao propio accon>odare 11)2
100 Alpha benun>, fol. 82.
101 Ibídem, fol. 81.
102 De vi ac potesta te, hoja 111v.
464

Después de él, Núñez es el único que trató sobre el digamma y lo hizo
con una extensión y un rigor que resultan bastante admirables para la
época, máxime si tenemos en cuenta que sus colegas hispanos dan muestras
de ignorar la propia existencia del mismo. Describe nuestro helenista, en
primer lugar, el signo mediante el que se representa este fonema y del que
recibe su nombre —aunque más adelante recoge también el otro nombre
por el que se lo denomina— y el grupo dialectal que lo conserva: «Digamma
iginur norabant Aeoles hac figura E, quasi gamma unum supram alterum
locaretur: unde et nomen invenit, quasi dicas duplex Gamma».
A continuación, pasa a explicar las distintas posiciones en las que
puede aparecer:
Videntar aunen> hoc invenisse, un hiatan> vocaliun> vinarent 103, un in bac voce
&ztFbjv; sic en Romaní saam notam adspirationis interponunt, un hiatas vitetar,
un in non>inibas Ahala, vehemens. Adhibebant etian> illud Aeoles inínio
diction uní loco adspiraníonis, ut in nomine FEXÉ[Vfl pro EXÓm. Nan> can> ceteri
Graeci adspíranionem haberenn, eaque Aeoles non anerentur, vidennur loco
illias ¡mc genas afilanas adhíbaisse. Quod latine expresseranr u consonan ni;
propnerqaam enian> caassani, appellanus esn Lic afflanus a veneribas ~ quasí
dicas vau, at refern Priscíanas ex Varrone. Hinc enian> vídennur iidem Aeoles
dictionibus qaae ínciperent a p, praeposuísse TO ~3,un dícerenn I3p~uip pro
~nTvip: non quid sitíl sed ponías TO ~g 104
Propone el autor, por último, su posible valor fonético: «Ex his
perspicuum sit sonum digammati non esse sonum litterae, quamvis a
Romanis reddirur u consonan ti, sed potius sonum quendam aspirationis», y
establece alguna correspondencia fonética con otra lengua: «Huius
afflatus sonum videntur Germani exprimere accurate initio clictionum ut
Westfalia»
1~15. Como bien puede observarse, la explicación de Núñez sobre
el digamma, no sólo por lo que en ella se expone, sino por la propia
~ Los conocimientos científicos de la época no permiten comprender a Núñez que
los dialectos que presentan el digamma no innovan con objeto de evitar un hiato, sino
que el proceso es a la inversa: el hiato se produce por la pérdida de este fonema.
~~Alphabenuni, fol. 82v. Ya hemos visto como Nebrija defendía para el digamma
el valor de u consonante del latín entendida ésta como /v/. Por su parte, Erasmo trató
sobre este fonema en su Diálogo: «In hunc opinor asan> Aeoles repererann dígamma,
quod mediun> esse ínter a consonans nostrum en p» (pág. 105); pero parece ser que no
se mostró muy seguro de sus conclusiones al respecto (cf. J. Chomarat, op. ciÉ,
pág. 375).
105 Alphabetam, fol. B2v.
‘4455

estructura metodológica con que se hace, es verdaderamente una lección
fonética muy digna de reseñar.
f} Correlaciones fonéticas
Con notable rigor científico intuye Núñez lo que posteriormente
recibirá la denominación de correlaciones sistemáticas entre grupos de
sonidos.
Así ocurre, por ejemplo, en el caso de las consonantes llamadas dobles,
cuya pronunciación el autor propugna, en primer lugar, que no debe
efectuarse mediante dos fonemas («sic ut urriusque Iitterae ex quibus
constar sonus aucliatur»), sino mediante articulación monofonemática:
Qaia, at scri bit Dionysías (scil. Halicarnaseas), unríusqae símplicis sonas in
daplícibas corran>pitan en vox propria reddítar. Quare neque pronanciandam
erin íat ds, neqae un sd, sed terno quodan> sono (...) Quid quod jadicio Prisciani,
~ mejías sonat qaam cs aat gs, en 4> melius quan> ps vel bs; quod essen falsam,
nisi alias esset sonus daplíciun> línnerarun> atque earam ex quibas consnant.
Eadení iginur ranio in ~ valebin ~’.
De esta manera, Núñez establece la correlación 45 /ps/, t /ks/ y ~ /ds/, y
en ello se muestra original no sólo entre los nuestros’ ~ sino también en
términos más generales. Pues salvando la elemental prudencia que impone
el no haber consultado todas y cada una de las Gramáticas u otras obras
sobre fonética griega publicadas con anterioridad a la suya, dado que tres
de los helenistas que ejercieron mayor influencia con sus enseñanzas —
Erasmo, Manuzio y Clenard— proponen para ¿ la articulación fonética
11)6 Grammatístíca, fol. 6.
11)7 Todos sus antecesores hispanos habían sostenido en el caso de < la estructura
fonológica /sd/. Así lo había hecho Nebrija, al menos en 1503: «(..) sed antiqaorun>
ponus auctoritate dactí cunr ralen> son un>JIlí coeperimas clare:- qualem - díxímus .s.
linneram reddere; adiungemas ¡lii .d. litterae son am, siquidem ex atraqae compositam
esse monstravímas» (De vi ac ponesnane litteraram, hoja 17v), si bien posteriormente
parece que tuvo sus dudas (cf. L. Gil y López Rueda, op. ciÉ, págs. 154 y 155);
también Vergara (cf. Gran>n>anica, pág. 148) y Ledesma (cf. Con>pendiam, fol. 8v),
aunque éste añade: «videtar 8 nonnihil sen tiri». Sin embargo, los helenistas que
publican con posterioridad a Núñez incorporan la interpretación de éste: así lo hace,
por ejemplo, el Erocense (cf. Gramnmatica Graeca, Antuerpiae, 1581, pág. 4).
466

sd/’
t~8, se puede considerar que Núñez fue de los primeros —si no el
primero— que, por el contrario, propuso para este fonema la
pronunciación /ds/, basándose para ello en la comparación con las otras
dos consonantes dobles del griego.
Lo curioso es que habiendo llegado a esta conclusión, Núñez no fuera
capaz, sin embargo, de sacarle el lógico rendimiento morfológico que le
hubiera llevado a deducir que no eran tres lo que él llama en su Gramática
las ‘características’ del futuro1

añade: «Un constat ex versa Cratini comici 1...), qui versus exsnat apud
Aelium Dionysiwn0 12,
Hay sin embargo algún caso en los que ejemplos particularmente
interesantes parecen proceder de su propia cosecha (o al menos a mi no
me ha sido posible encontrar ninguna fuente de la que provengan). Tal
ocurre con la pronunciación del diptongo ca, para el que la pronunciación
moderna propugnaba /e/ y los partidarios de la antigua reconstruyen ¡aL,
pronunciación que el autor trata de probar con el siguiente ejemplo:
Al. Proferendan> un ai, un sapra exposaimus, quae pronantianio can> multis
argamennís possín confirman, nallam namen cernías quam illad, quod ex
carminibas Sophoclis deprominar, cani saspirii notam dicit Aíax sao nonnini
qaam maxíme congraere, qaasí nomen Marros, íd est, Aiacis ex nota saspinii a~,
¿itt, factum sic ~
Otro tanto sucede con el diptongo au (pronunciado al estilo bizantino
/av/ o /af/), sobre el que, tomando como fuente a Aristófanes, Núñez
argumenta:
AY. Sonas huías diphtongi nullo modo potesn esse af, quia non esset sonus
daaram vocalíam. 4..). Ñeque proferendum un au sican u sin Latinoram plane, un
sapra con firniatan> est, sed au, pressioríbas labiis, qaem sonun> expressín
Arisnophanes in latrata canun>, cum eam descripsit bac diphnhongo geminana a~,
~. (...). Multo minas in sono huias diphtongi exprizni posset sonus legitimas
digamn>atís Acolicí 114
De carácter filológico es también el testimonio que se utiliza para
probar que rl no se debe pronunciar /i/, tal y como se hacia en la
pronunciación moderna:
Plato in Granylo seribin veteres Graecos abi utendun> erar tw w adhibaisse
vocalem c, quod et Ausonius Poeta his versibus videtar obser’vasse:
1-ITa quod Acolidun>, qaodqae valen hoc latían E
Praesno quod E Latían> sen>per breve Doríca VOX E lls•
112 Grammanisníca, fol. 5.
~ Ibídem, fol. 82 , fols. B2 y B2v (cf. Aristófanes, Avispas, 903). Para entender cuál es
exactamente la pronunciación que Núñez propugna para este diptongo hay que pensar
que la que da para u es «quomodo proferrur u Gallícum>s.
115 Gran>matisnica, fol. 7. cf Platón, Cratilo, 426 b 4.
468

h) Comparación lingúística
En otras ocasiones, prefiere el autor recurrir como prueba de su
argumentación a la comparación lingúística. Tampoco en esto el
procedimiento de Núñez es nada original, pero sí lo son algunos de los
ejemplos que emplea. Así, en el caso de It a los tradicionales argumentos de
signo literario que propugnan su articulación labial, añade otro nuevo
basado en la comparación con la consonante hebrea «Be th, quae ut b
latinum pronuntiatur»
1 ~‘. A la misma lengua se recurre al proponer /ds/
para ?j: «lan vero cum respondeat Tt~ Tzade Hebraeorum, aperte colligitur
sonum mutae praecedere debere, ut in extrema dictione illi
pronunniant»1 17•
Pero, naturalmente, la lengua que más posibilidades ofrece a nuestros
humanistas para su comparación con el griego es el latín. A otros ejemplos
habitualmente utilizados añade Núñez los siguientes: &yicupa/ancora (para
la no asimilación de sonoridad entre la nasal y la dorsal sorda);
novingpompa (el mismo fenómeno referido a nasal más labial); pUs/mus,
TuXXtos/TuJlius (para negar el valor fónico de u como /i/>; para la no
monoptongación de ca. en ¡e!, argumenta «diaéresis item iDa, quae
utuntur poetae Latini, satis hunc sonum confirmat aulái, pictai»”8.
No es tampoco infrecuente el recurso a la autoridad de autores latinos
con el fin de corroborar determinada interpretación:
non esn pronanciandam un f, Latinoram, caías sonas esn lenis, en bebes, un
aín Terenníanus, sed un p, cum afflata 4..); guam sententían> comproban
Priscianus cam inquin pressioribas labiis proferendan> esse guam f Latínorum
4..). Quod clare cernitar in aversanníam adverbio Graeco wdi, quod Pía atas
Latine reddídín Phu 119
En otras ocasiones la comparación entre las dos lenguas clásicas le
sirve para extraer conclusiones referidas a la fonética del latín, como
sucede cuando tras afirmar que el diptongo a se debe pronunciar /ei/,
añade: «Hanc diphtongum vetustissimi Romani multis in locis
exprimebant, ut i recto pluralis secundi ordinis, quod declarat acrostichis
116 Ibídem, fol. Sv.
117 Ibídem, fol. 6v.
~ Ibidem, fol. 17.
119 Ibídem, fol. 9.
469

fabulae Plaurinae Captivei »‘
2Q También el famoso pasaje del 1~ < vEt/bini
ciceroniano le sirve para corroborar esta tesis de la existencia en latín
arcaico de un diptongo ¡eL, que posteriormente habría evolucionada a /i!
larga, pero que se habría mantenido como tal diptongo en formas como
queis 121
Gusta también el autor de establecer paralelos entre los distintos
dialectos griegos para probar o argumentar una determinada cuestión. A
este procedimiento recurre, por ejemplo, para justificar una vez más la
equivalencia 45/ps!, t/ks/ y C/ds/:
Nan> gui de dialectis scripserant, annonant ab Acolibas inverni ordinen>
línteraram símpliciam in daplícibas exprímendis: an on¿XXnov pro t$¿Xxtov
Aeolesproferabann, etoKt’pos pro titos, eto6cus pro /¿cós 122•
O cuando afirma que los que pronuncian ~ «ut vulgo Latine loquuntur,
et Capella pronuntiandwn esse innuit 1...), Aeolum potius consuetudinem,
quam linguae communis imitanturx’123; aeolico more seria igualmente el
pronunciar u como ¡u!.
Por último, aunque en el caso de Núñez las comparaciones lingtiísticas
con lenguas modernas se limitan casi exclusivamente a su lengua
vernácula, es posible encontrar también ciertos ejemplos en los que se
hace referencia a algunas otras.
Así ocurre cuando se explica la articulación de la consonante (3:
Vascones en ex nos tris Burgenses, Toletani, en Aragonenses laxius per u
consonantem exprính ant niale 1 24~
Al francés se alude al indicar que u se debe pronunciar «quomodo
profertur u Gal¡icum»; en la explicación del diptongo iii: «non est
proferendum ut i, ut supra expositum est, neque ut ui, quod exprimunt
120 Alpha betan>, fol. B2v y B3.
121 Ibídem. Dicho pasaje (cf. cicerón, Fam. IX, 22), aducido por Erasmo para
probar la articulación labial de ~, había sido reproducido con posterioridad por
prácticamente todos los estudiosos de la fonética griega. Núñez lo utiliza aquí en otro
sentido.
122 Gramn>atisníca, fol. Gv.
123 Alpha baum, fol. A8.
124 Gramrnatistica, fol. 5v.
470

vulgo Galli cum dicunt pui», o en la del diptongo Eu: «... tui supra exposuimus
in mi, et cu pronuntiandum estv u more Gallico, qui sonus legitimus est TOiJ
u»
1 25; al italiano, en la de X: «Quocirca eodem etiam modo pronuntiandum
quaecunque vocalis sequatun non ut gli Italoruni, vel si i sequattir»’26, y
al alemán en la de la digamma: «Huius alfla tus sonum videntur Germani
exprimere accurate initio dictionum ut Westfalia»127.
i) El vernáculo como ejemplo
En otras ocasiones Núñez efectúa interesantes equivalencias fónicas
entre sonidos griegos y los de su lengua vernácula, y sabe utilizar muy
bien las posibilidades que ésta le ofrece. A ella recurre, por ejemplo,
cuando explica la pronunciación en Griego clásico de las vocales largas:
In Ion gis efferendis pías conin>orandam qaam in breví bus. Qaod percípi posse
videtar ex ovian> balata, gaae, un expressit Cratinas, proferunn ~ij, ~ij, bbc est,
be, be. Sed ita proferendae longae, ut sonas non interrumpatun ut recte monet
Dionysias Halicar., guare non erín sonus gemínanae vocalis, sed eiasdem cam
mora. Vulgo víx disninguimas haec nempora in hoc pronunciando. Canalani, en
nostranes videntur haec internoscere, guam proferantdeu pro deo, aun deben
quasí8cú, en pro decem velani8i~u 128•
Referido a la distinción entre vocal larga y breve del mismo timbre está
también el ejemplo que se propone para o/ío: «Profertur autem ut o
longum, cuius sonus auditur, cum sermone patrio pronuntiamus molt. id
est, molitum; U Sonus vocalis TOU o, cum dicimus molt, Rl est, multum»129.
Al ejemplo del vernáculo se recurre, asimismo, en la explicación de los
diptongos llamados por él impropios:
Al, non valet a, un sapra docaimas, nec ai. Qaaerendus iginar alias sonas, gui
proprius sin huías díphnongí, Al, videnur is esse, quen> nos patrio sermone
exprimí> ¿is cum dicimus val, íd en, vado. 1...) 1-lis ita positis, cunz in
diphnongis impropriis exprimendís sin sonas improprius posneriorís vocalis, in
hoc aunen> exemplo vai, i, improprio sono aadiawr, en duaran> vocalium soní in
anam syllabam coeant, videnar hic sonus quan> elegannissime exprimere son arn
diphnongi q. Eadem rabo valebin in religuis duabas díphthongis, ~ w. Ex guibus
p exprimimas nostro sermone can> pronantiamasvei, íd est video, ande veja, íd
125 Alpha betun>, fol. ASv, fol. B3v y fol. B4, respectivamente.
126 lbidem, fol. A7v.
127 lbídem, fol. B2v.
128 Gramn>atistíca, fols. 2v y 3.
129 Alpha benam, fol. Rl.
471

esn, videat; g apparen in nostro sermone, cuni dícínsas oi, íd est, audio, ande
etíam dic imas oia, íd est, audiat. T¡, non est proferendum un i (...) sed
proferetar exemplo superioram diphnhongoram, at a nostris can> dicitur pui,
íd esn, ascendo, a gao puja, íd esn, ascendit. Quanquanh bbc exen>plum nostrum
non omnino responden vero sono eius diphnbongo: guía ~, quae antecedit non
protenar a nobis sono germano
También para ti propone Núñez una equivalencia fónica con el sonido
«quem exprimunt nostri cum efferunt nomen LazaroAQ y para ~ con el
sonido «qul a nobis exprimitun cum patri sermone pronuntiamus axi»> 32.
Otras veces la comparación es negativa, como ocurre cuando afirma que no
se debe pronunciar x «ut t profertur vulgo a nostris iii dictione caxa, sed
eodem modo ante omnes vocales»133.
j) Testimonios epigráficos y numismáticos
El interés por el estudio de la epigrafía y de la numismática constituye
una nota distintiva del perfil de Núñez en su vertiente filológica. Hay que
señalar que con toda probabilidad este interés se habría suscitado, o
cuando menos acrecentado, a raíz de su amistad con Antonio Agustín,
quien fue tan decidido entusiasta como experto conocedor, e incluso
coleccionista, de inscripciones y monedas de la Antigaedad. Al testimonio
de unas y otras recurre Núñez en más de una ocasión para apoyar
determinadas interpretaciones fonéticas. Tal es el caso de la pronunciación
de la vocal ~ como ¡e! larga, y no /i/ según postulaba la pronunciación
bizantina:
bloc enían> conf7rmat Plinias guam docen ex inscríptione quadam Delphíca
Graecos oliní TÓ c loco roú i} scripsisse. In nuniísmatís quogae Graecis legín~us
AOENAIQN, pro AOnvatwv ~.
El uso de tales testimonios es también muy rentable para la explicación
de la forma de las letras, capítulo en el que de nuevo nos es posible
encontrar vahos ejemplos. Así, éste referido a la letra A:
~3>~Ibídem, fol. B3v y B4.
131 Ibídem, fol. A6v.
132 Ibídem, fol. AS.
133 Ibídem, fol ASv.
134 Grammanistica, fol. 7.
472

A, figura constan ex figarís acutí en gravis accennas, un Grammaticí veneres
docent 4..). J-Iac enian figura notabann veneres A, ut refert Terentíanus, quan>
sen tentían> coníprobat epígramma antiquanh, quod spectatur Tarracone: in quo
legitur vox Aakíjoct triplicí figura TOÚ u (scil. roO X) repetita bbc modo:
AAAHcEI 135
O este otro relativo a cierta notación de £2:
£2, bac figura vídetar notan debere £2, ex Alypio, (...); qaamgaam in aliquibus
naniismanis Graecis legítur bac figura 1 qaasi sin T, supinum, un logaitur
Alypias. Raías £2 notam nienuiní me vidisse apud lllasnrissimum Antoniun>
Aagustínum Epíscopum Ilerdenseni in nomine BPETTIIN ~
k) La mutatio linguae Graecae in Latinam
Este capítulo final de la fonética de Núñez —extraordinariamente
amplio, por cierto
137— se inscribe en la creencia generalizada en la época
de que la lengua latina derivaba de la griega y particularmente del dialecto
eólico, según las teorías establecidas al respecto por Tiranión, Filóxeno y
Varrón. Tal hipótesis queda recogida en estas palabras de nuestro autor:
Latina qaiden> magnan> parten> ex Graeca fluxín, ac praesernin> ex dialecto
Aeolica, un Varro, et Fabius tradíderann. Nec mirum, Pelasgí enin>, gui Arcades
eran iv, duce Evandro in Ina¡iam venerant Arcades aanen dialecto Aeolica usos
faisse docen Snrabo lib. 8. Deinde Dorienses in eam partem Italiae, guae Magna
Graecía post adventam íl¡orum vocana fuin, migrarunt. Sant aunen> finínimae
n>axíníe Doríca atgae Aeolíca dialec tas I38~
Fueron varios los gramáticos renacentistas que investigaron en esta
línea: Manuzio, por ejemplo, dedicó un capítulo de su gramática a exponer
«Quemadmodum Iiterae ac diphthongi graecae in Iatinum transferrant»139.
Pero la singularidad del estudio de Núñez frente a otros dedicados al mismo
asunto radica en la estructura metódica que el autor aplicó a la
comparación de las dos lenguas clásicas y para la que se basó en los
siguientes criterios: algunas palabras griegas se han conservado tal cual
135 lbideni, fols. 10v y 11.
136 Ibídem, fol. 12v.
137 El capítulo sólo ocupaba 3 folios en el Alphabetam (del b8 al C3), pero en la
Grammanística sufrió una notable ampliación (folios 29 al 52) que lo convirtió en uno
de los estudios más sistemáticos al respecto.
138 Grammatistica, fol. 29.
139 A. Manuzio, op. cm., ibIs. 176 (mal paginado 171)-178 (mal paginado 173).
473

en latín (¿yÓ, ego; Xdpa, lyra; ~pqi ci, tremo, etc.), pero otras han sufrido
algún cambio en su paso a esta lengua; dichos cambios pueden deberse a
cuatro fenómenos, a saber, additio, derractio, transposinio y matarlo. Tales
fenómenos, a su vez, pueden afectar a una letra, a una sílaba, al espíritu, al
acento o a la cantidad; pueden darse a comienzo, en medio o a fina] de
palabra; incluso, es posible que en una misma palabra se mezclen varios de
ellos, todo lo cual acentúa la complejidad a la hora de reducirlos a un
sistema.
En la Grammanisnica Núñez recurre al análisis letra por letra del
alfabeto griego, con objeto de establecer y ejemplificar los cambios
sufridos por cada una de ellas en su paso al latín, bien hubieran estado
motivados dichos cambios por addirio, bien por detractio o por mutatio.
Tomemos como ejemplo la vocal a: additio seria el caso de rdv6~p, panthera;
detractio, ydXaís, glos; mutatio in e, Kapdpa, camera; mutatio in 1, KawLoTpov,
canisrrum; mutatio in o, SapÚi,donio; mutatio in u, Gpiiap(3os, triumphus 140
Para ejemplificar el fenómeno de la transpositio, sin embargo, el autor ha
preferido prescindir de la ordenación alfabética y recurrir a otros
criterios (según aquella afecte a una letra, a una sílaba, etc.).
Tal vez sean más las cuestiones que en relación a las teorías de Núñez
sobre la fonética del griego clásico podrían merecer algún comentario de
nuestra parte; sin embargo y para evitar ser en exceso prolija, me limitaré
a las aquí analizadas, en cuanto que las considero representativas, bien del
alcance teórico de la explicación, bien del planteamiento pedagógico con el
que el autor la ha revestido. En cualquier caso, creo que lo expuesto es
suficiente para corroborar las conclusiones que ya previamente habíamos
sugerido y que trataremos de sistematizar al final del presente capítulo.
7. Morfología
El estudio de la morfología, la sintaxis y la dialectología de la lengua
griega lo llevó a cabo Pedro Juan Núñez en sus lnstitutiones Grammaticae
140 Selecciono un único ejemplo de entre los muchos que el autor proporciona.
474

linguae Graecae 141, cuya editío princeps precede en veinte años a la del
primer Alfabeto que figura bajo su nombre. Conocieron, en efecto, estas
lnstiwtiones su primera edición en 1555, en plena efervescencia editorial
de nuestro autor, quien en 1552 había publicado sus Instituciones
Oratoriae, en 1553 el primer volumen del Organon de Aristóteles (en
traducción de Perionio pero acompañado de sus escolios), y en 1554 nada
menos que el segundo volumen del Organon, la traducción de los
Problema ca de Plutarco, la Oranio de causis obscuriraris Aristoceleae, las
Instituciones Physicae, el Libellus de constitutione artis dialecticae y el
Commentarius in Libellum. Podemos, pues, afirmar, sin ningún temor a
equivocarnos, que se encontraba Núñez en una etapa de gran creatividad,
en la que al desempeño de la tarea docente sumaba, como buen pedagogo, el
legítimo deseo de proporcionar a sus alumnos los necesarios materiales
bibliográficos con los que ayudarles en sus estudios.
No obstante, en el caso concreto de la obra que nos ocupa, habrían sido
más bien los ruegos de los propios estudiantes los que le decidieron a llevar
a cabo su publicación; al menos esto es lo que parece desprenderse de las
palabras del autor en la dedicatoria: atícae línguae Graecae, autore Petro loanne Nannesio
Valentino, Valencia, Juan Mey, 1555. Con anterioridad a la de Núñez sólo se habían
publicado en nuestro país otras dos gramáticas griegas obra de autores hispanos: la
de Francisco de Vergara (Alcalá, 1537) y la de Miguel Jerónimo de Ledesma
(Valencia, 1545). Para los antecedentes foráneos (Láscaris, Gaza, Crisoloras,
Calcóndilas, Clenard, etc.) y su influencia en nuestros helenistas, cf. López Rueda, op.
cm., págs. lSOy 151.
142 Insn. Gn, (1556) hoja 1. A decir verdad, esta motivación es aducida por
prácticamente todos los autores de Gramáticas griegas, cuyos discípulos al parecer se
quejaban de la ausencia de manuales o del fárrago de los existentes.
~ Instinationes Grammanicae Iinguae Graecae, autore Pecro loanne Nannesio
Valentino, Valencia, Juan Mey, 1556. No se puede, en efecto, hablar de nueva edición,
pues los 56 folios de que constaba la obra se reimprimen tal cual aparecían en la
edición del año anterior, reproduciendo incluso los mismos errores de paginación que
aquella presentaba; simplemente se anteponen tres hojas, sin foliación ni signatura,
con una nueva portada (aunque en el interior se mantiene la precedente), una
dedicatoria dirigida a los «a uditoríbus sais wtX¿XXi~ot» y una fe de erratas. Salvo
475

Aunque precisamente también en Valencia hubiera publicado Ledesma
en 1545 su Graecarum Institutionum Compendium, el fallecimiento de su
autor tan sólo dos años después y la consiguiente ausencia de nuevas
ediciones, dificultarían probablemente la adquisición de aquella primera
Gramática tanto como justificarían el que la de Núñez viniera a tomar su
relevo. El propio Núñez hace también mención en la dedicatoria de su obra
a la dificultad de encontrar por entonces —en Valencia, al menos— libros de
estas características, lo que le obligó durante el primer curso que impartió
Griego a dictar sus lecciones sin ayuda de ningún manual
144. Este hecho,
unido a las ya mencionadas peticiones de sus discípulos, fue lo que
probablemente le decidió a componer su propio texto, a pesar de las
múltiples ocupaciones que al parecer le agobiaban y a las propias
dificultades inherentes a la publicación en España de un libro con tipos
griegos; tanto de unas como de otras también dejó el autor constancia en su
dedicatoria’
Si se compara, en lo que a extensión se refiere, la Gramática de Núñez
tanto con la valenciana de Ledesma como con la complutense de Francisco
de Vergara —pionera ésta del género en nuestro país—, el resultado nos
muestra que la obra de nuestro helenista resulta ser bastante más escueta
que sus dos predecesoras’46. En cualquier caso, es superfluo matizar que
indicación en contra, cito por esta edición de 1556 que incluye la dedicatoria a los
alumnos, ya que ésta no figura, por el contrario, en la primera ed~cton.
144 «Cun superioris diebas 4..) instinationes Granimatícas linguae Graecae legere
vobis insninuissern 4..), nihil mihí fain ponías, guam un autores huias amis en stadii
haberetis, qui en vobis sanis essenn idonei, en mihí vehenjenter probatí. Ex quoran>
numero can> paucí admodun> míhí placerent, magnaqae esset tun] Valen tiae liEn-oran>
pauonas, ex memoria vobís auditores, quid de nota arte sen tiren>, meo arbitrata
exposai» (lnst Gr., hojas lv y II).
¾Vid. mfra, pág. 478, nota 151.
146 La Gramática de Núñez ocupa en su primera edición sólo 56 folios (frente a los
103 de Ledesma y a las 239 págs. de Vergara); en la segunda desciende a 37 y en la
postrera, la de 1590, alcanza los 112 folios, es decir, exactamente el doble de aquella
primera. Una explicación posible es que tanto la V como la 2a edición de esta
Gramática carecen de algún capitulo (la de 1556 no incluye la sintaxis, y la de 1577
carece de la dialectología)z sólo la última edición aparece finalmente completa en
todas sus partes, y de ahí que aumente la extensión de la misma. Por otra parte,
Núñez actúa en este aspecto en sentido inverso a la tendencia general, pues, a medida
que avanzaba el siglo, los autores tendieron a aliviar las Gramáticas de los contenidos
teóricos (que es de suponer que proporcionarían en sus lecciones) y a convertirlas en
resúmenes cada vez más esquemáticos. Así, la Gramática de Villalobos (Salamanca,
1576) ocupa sólamente 39 folios, y el caso extremo, en lo que a extensión se refiere,
476

mayor extensión no significa necesariamente mayor calidad, y así el
propio Ledesma, que admira y alaba la Gramática de Vergara, considera no
obstante que aquella es demasiado extensa y farragosa; al menos esto es lo
que se desprende del elogio que efectúa de la suya propia:
Placuin enin> in lacen> hanc edere lihellam, in gao pro vírílí in brevíssímos
canones eosdemg ue nihíl obscaritatis ha ben nes praeceptoran> farraginem (guam
fi tanta reran> varienane aferri fueran necessarian>) redigere conani samas 147.
No obstante este esfuerzo simplificador que desplegara Ledesma, López
Rueda considera que, si bien la Gramática de aquél pone de relieve gran
erudición y dominio del griego, pedagógicamente, sin embargo, resulta
todavía algo confusa. FI mismo investigador, por último, advierte que la de
Núñez es sucinta, pero, al contrario que a la de su paisano, la califica como
«de gran claridad didáctica» y añade que «trata bien los temas
fundamentales»1 48•
En general, la principal diferencia entre la Gramática de nuestro
valenciano y la de sus antecesores estriba, a mi entender, en el propósito
que la anima. Núñez no pretendió hacer una obra exhaustiva que
recogiera y tratara de explicar todas y cada una de las particularidades,
irregularidades, etc., de la lengua griega, un tratado, en suma, para
especialistas —como parece que sí quisieron hacer Vergara y, en menor
medida, Ledesma—, sino que se lin-iitó a componer un manual de tono muy
escolar, dirigido exclusivamente a facilitar el camino de los que
comenzaban su aprendizaje del griego. Todo ello sin prescindir tampoco de
lo sustancial, ni caer en exageraciones como las del Brocense, quien muy
satisfecho con su método, afirmaba en una carta dirigida al corrector
general Vázquez del Mármol y fechada en enero de 1581: «Tengo hecha
una arte griega, que más ha de parecer arte mágica, porque es para en
quince días saber el arte, y muestra cuán poco saben de arte griega y
latina los que hasta aqui han escrito»149.
lo constituye la Gramática del Brocense (Antuerpiae, 1581), que condensa sus
enseñanzas en tan sólo 31 páginas.
147 M. J. Ledesma, Compendíun>, fol. 2v.
148 Cf. López Rueda, op. cit, pág. 154.
~ Tomo la cita de T. González Rolán y P. Saquero, “Sobre los avatares de la
edición en el humanismo español: acercamiento a la actividad del granadino Juan
477

Si concedemos cierto crédito al dicho popular que sitúa la virtud en el
término medio, podemos otorgar sin temor esa virtud a la obra de Núñez,
pues, en efecto, esta ocupa un lugar equidistante entre la extensión, un
tanto excesiva, de las Gramáticas de Vergara y Ledesma, y la parquedad
extrema de las de Villalobos y el Brocense.
La concisión de estas Insticutiones Grammaricae se justifica, por tanto,
en la finalidad que animó su composición, siendo el fruto natural del
propósito —consciente, a mi juicio— del autor, de aliviar sus explicaciones
de todo aquello que al neófito le pudiera resultar confuso, prolijo o
farragoso, sin que se le puedan imputar tampoco carencias u omisiones
graves en el terreno puramente gramatical. Y no es difícil imaginar que
los estudiantes, en más de una ocasión, debieron de sentirse muy
agradecidos ante ese esfuerzo de Núñez por componer un manual que,
dentro de la sencillez de sus contenidos, no pecaba sin embargo de falta de
rigor. Concisión, claridad y rigor científico podrían ser, pues, las tres
notas distintivas que caracterizan no sólo a ésta, sino a la mayoría de las
obras de Pedro Juan Núñez, y que se corresponden con —tanto como lo
definen— el perfil pedagógico de quien las compuso.
El análisis del contenido de los 56 folios que, como ya hemos dicho, suma
esta primera edición de la Gramática de Núñez, revela fácilmente la
estructura que la informa. En primer lugar, sorprende el que la editio
princeps carezca de introducción o dedicatoria alguna —lo que se corrige
ya en la reimpresión del año siguiente— comenzando el autor sin más por
la definición de gramática: «Crammacica est ars bene loquendi»’ ~.Aunque
a continuación se afirme que las partes constitutivas de la gramática son
dos, erymologia y synnaxís, lo cierto es que la segunda brilla en esta edición
por su ausencia
15 1, dedicándose los primeros cuarenta folios a la
Vázquez del Mármol como corrector general y crítico textual”, Cuadernos de Filología
Clásica. Estudios Latinos, 3 (1992), págs. 23-37 (30).
15 enarracio. Por otra parte, en esta
primera edición se proporcionan escasas definiciones (sólo la de gramática, la de]
nombre y la del verbo), pero en las posteriores se prescinde ya de toda definición, en
concordancia con el alejamiento del autor de la gramática especulativa y su adhesión a
una gramática puramente normativa.
~ En la dedicatoria de la obra el autor trata de justificar esta omisión y promete
corregirla en cuanto así lo permita la generosidad de algún Mecenas: «En quo iflud
478

explicación de la etymologia o morfología, y los dieciséis restantes a una
tan extensa como llamativa exposición sobre los dialectos. Esta exposición
dialectal resulta singular, en efecto, no tanto —o no sólo— por su extensión
(aunque ésta sea considerable si se tiene en cuenta lo escueto en general
de la obra), sino principalmente —como tendremos ocasión de comprobar—
por lo original de su estructura, con un enfoque muy diferente del que
presentaban las otras dos Gramáticas griegas publicadas en España hasta la
fecha.
En 1575 sacaba a la luz Pedro Juan Núñez una nueva edición de su
Gramática, que apareció en esta ocasión bajo el título de Typus
Instica tion um Gramma ticarum etymologiae en cJlJvTatE ci s Iinguae Graecae,
y que fue publicada por Pedro Malo en Barcelona, ciudad en la que por
aquellas fechas enseñaba el autor. La principal novedad que presenta,
como es puesto ya de manifiesto desde el propio título, consiste en la
adición de un capítulo dedicado a la sintaxis griega, cuyo estudio
recordemos que en la edición valentina de 1555 había quedado omitido. La
morfología, por su parte, queda reducida a la mínima expresión, sin que se
pueda hablar tampoco de diferencias significativas con respecto a la
edición anterior; los paradigmas se mantienen en su totalidad, pero las
explicaciones que los acompañan son aquí de una concisión extrema. El
capítulo de la dialectología, por último, desaparece por completo.
Finalmente, en 1590 y también en Barcelona, aparece la tercera y
última edición de estas instituciones, que —como el propio autor indica— se
puede calificar de mulco auctior ec accuratior superioribus 152 y que
integra ya definitivamente el estudio de la morfología, de la sintaxis y de la
vehernenner dolenduni esse existimo, earn parten líbrí non exíísse, quae en ad usuní
ponior cerne eran, en ad atranquen> linguan> maltís en ¡nagnis ornamentis afficíendani
accommodanion Sed consolabilis hic dolor acerbíssimas esn, quando hoc sakem opus
proferre licuin, in qao ea pars Grammaticae traditu~ qaae guanto minas est
iacandíor altera, tanto magis est necessana. (...). Quamobrem accípietis liben ten
auditores língaae Graecae s¡sudiosi, hanc parten> mei operís, quae in vestro nomine
apparuín, dan> altera pars alicuias príncípis in repablica virí benignítane in apertum
proferanar» (ibiden>, hojas 11v y III). Efectivamente, en las dos ediciones posteriores
que se hicieron de estas Institutiones (las de Barcelona de 1575 y de 1589,
respectivamente) sí se dedica ya una parte de las mismas a explicar la sintaxis del
griego.
152 Instínuniones Grammanicae línguae Graecae, auctore Petro lohanne Nannesio
Valen tino, Barcelona, Vda. de Gotard, 1590.
479

dialectología
1 SM~ Esta última queda recogida en un capítulo al final de la
obra, como ya ocurría en la editio princeps, siendo también muy similares
a los de aquella los términos en que se formula su estudio, si bien se amplia
algo en el terreno de los ejemplos. La morfología, por su parte, recupera de
nuevo las explicaciones más extensas de la primera edición, que incluso en
algunos pasajes aparecen aún más perfiladas y completas. La adición al
comienzo de la obra de una dedicatoria al obispo Punter, quien recordemos
que había sido discípulo de Núñez en Zaragoza, supone sin duda otra
novedad interesante, pues, como ya vimos en su momento, el autor la
dedicó en buena medida a exponer sus teorías sobre los limites y los
contenidos del ars grammaticae.
Comenzando, pues, por la morfología, llamada aquí etymologia, hay que
decir que las explicaciones de Núñez no difieren, en lo sustancial, de las
habituales en la época. En primer lugar se procede a la enumeración de las
partes en las que aquella se dividía, que tradicionalmente eran ocho154:
artículo Ó{p6pov), nombre (6vo¡ia), pronombre (áwrcivu~da), verbo (Mpa),
participio (llETox4), preposición (IlpéBEcus), adverbio (&1¡55 Cf. lnst. Gr., fols. 2-3. A lo largo de todo el capítulo cito por la edición de
1555 y hago referencia explícita a la de 1590 sólo cuando se producen variantes.
480

con el qui, quae, quod latino
156. El permanente afán por establecer un
sistema en el que se relacionen al máximo unos elementos con otros, le
lleva a Núñez a afirmar que estos segundos artículos se hacen a partir
de los primeros «sublato T- ec posica aspiracione eius loco; primae voci
additur -s».
b) El nombre ‘~
Recordemos que en las Gramáticas de la época el adjetivo no era
considerado una parte del discurso distinta del nombre, por lo que el
estudio de ambos se realizaba de manera conjunta e indiferenciada bajo
este segundo epígrafe.
Núñez define el nombre como .xdictio, quae cum flectatur per casus,
rem aliquam sine cerca significa cione temporis declarar’>1 ~. Su estudio se
estructura en atención a las cinco consecutiones que le afectan, a saber,
genus, numerus, casus, species y figura.
Cinco son también los géneros gramaticales que se establecen: los
tradicionales masculino, femenino y neutro, a los que se añade el
commune (6 Ka’ fi ¿ív6pítvnos) y el omne (6 ~ctt fi áxr 1eijs, K»~ Ibídem, fol. 3.
159 No resulta claro el ejemplo escogido por el autor al hablar de este quinto
género, pues el adjetivo propuesto mantiene morfológicamente dos géneros que
responden a la oposición animado/inanimado. Por otra parte, resulta curioso el que
Núñez omita el género epiceno (o promíscaam), que por lo común incluyen las
gramáticas griegas de la época, y por lo contario incluya el omne que no es habitual
en ellas. En la edición de 1590 se enumeran los géneros en la manera tradicional
(masculino, femenino, neutro, común y epiceno).
160 Ibídem, fol. 3v.
481

Las declinaciones simples, a su vez, son cinco, cuatro parisílabas y una
imparisílaba (es fácil observar que tanto el sistema de cinco declinaciones
como la propia distinción parisílabas/imparisílabas reflejan una evidente
contaminación con el sistema nominal latino).
La primera declinación simple comprende los masculinos en -as y
~

lugar, se refiere en sus contenidos tanto a las declinaciones ya vistas como
a las contractas que se expondrán a continuación. Pero al no estar
fundamentadas las tales reglas en el sistema de la lengua, no pueden por
menos de resultar, al igual que ocurre con las de sus colegas, prolijas y
confusas en la mayoría de los casos.
Veamos un ejemplo: el dativo plural —afirma el autor
164— se hace a
partir del dativo singular añadiendo una ci ante la final: así ó bwts, ‘rl
équ, rots ¿i’pt-o-t. Si en el dativo singular se encuentran ante la t las
consonantes 6, y, ,-, 6, o el grupo v’r, la sigma se pone en lugar de estas
consonantes (como Tfl ¿ipvttlh, mis bpvtoi, etc.); si al quitar ~‘r delante hay
una o se añade u (it XEowrí, ‘rois >Áouot); si hubiera una E, se añade
~apt¿wrt, tuis xapídat). Por su parte, los nombres terminados en -aus, -EUS,
-oiL, -¿ y 94i forman el dativo plural añadiéndole al nominativo singular
una t (como é ñaotxcús, Tois ñaoíXEtiot, etc.). Naturalmente, con todo esto
Núñez no hacía sino compartir los mismos problemas que aquejaban a las
Gramáticas de cualquiera de sus contemporáneos, pues al carecer de las
nociones de tema, vocal temática y desinencia, los autores se veían
abocados a caer en sus explicaciones en una compleja casuística.
Antes de entrar en la exposición de las cinco declinaciones del segundo
grupo o contractas —que son todas imparisílabas—, comienza el autor por
precisar el propio concepto de contracción distinguiendo dos clases de ella:
una, la synaeresis, cuando de dos vocales en hiato resulta un diptongo
(como ¿‘~EL, o’pEt); otra, la crasis, cuando dos vocales contraen en una sola
(ÉxrlpooO¿vEa, ¿Mpoo6¿ni). En general, a lo largo de los paradigmas el autor
expone las formas primero sin y luego con contracción.
La primera declinación contracta incluye los masculinos, femeninos y
comunes en -TIS, como PUIWU5 (con neutro en -Es, en el caso de los
adjetivos), y los neutros en -os como ‘re t~txos; la segunda, los masculinos
y femeninos en -is (de los que se proporciona tanto el paradigma ¿lipis,
¿liptos, como el ático ¿í’pís, oipccis 165), y los neutros en -í; la tercera, los
164 lnsn. Gr., fols. 6v y 7.
165 López Rueda (op. cm., pág. 182) afirma: «Todos nuestros autores, excepto el
Brocense, (...), explican aquí los tres posibles genitivos del singular: el común -tos, el
jónico -cus y el ático -Ebis»: pero, como hemos señalado, en el caso de Núñez la
explicación se limita al primer y al tercer tipo.
483

masculinos en -cus 166; la cuarta, los femeninos en -ós y -ti (como ai&is y
Ai~ó); y la quinta y última, los neutros en -cas o -pas (de éstos si se
exponen los tres posibles genitivos, así de Tú KpÉas, genitivo ‘rolí Kp¿c¿Tos,
KpEaos, KpEb}s).
Al finalizar este segundo grupo, sistematiza a continuación Núñez los
adjetivos (considerados nomina epicheta), de los que establece catorce
clases diferentes en atención a criterios meramente formales, indicando
por cual o cuáles declinaciones se declina cada una de ellas: así, la primera
clase —afirma— es la de los adjetivos en -os, -n. -0v y se ha de declinar por
la segunda y tercera de las declinaciones simples, etc.
A pesar de las prolijas descripciones relativas a la flexión nominal,
queda no obstante a los gramáticos el problema de los nomina anomala que
no encajan en ninguno de los paradigmas relacionados. Núñez aplica para
su estudio un criterio que se revela bastante eficaz, clasificándolos en
cuatro categorías: Heterogenia, Heterocli ca, Deficien tía y Abundan tia.
Los primeros mantienen la misma declinación pero cambian el género
(así, ñ tcÚKXos, tú KUKXCL); los segundos son aquellos en cuya flexión nada
falta ni sobra, pero en ella se apartan del sistema (fl yuvij, ‘fis yUvatKos);
los terceros, o deficiencia, pueden ser indeclinables (como los numerales
¿~, tirrd, etc.), o faltarles bien el singular (tú Atovtiota, por ejemplo), bien
el plural (como a Za~s). Los abundantia, por último, son nombres en los que
un mismo nominativo presenta distintos temas en su flexión (como xcipis,
genitivo ~&pt~os, xc4n~8os o xa~~os 167), o bien el caso contrario (así el
genitivo SEt1TVOU, responde a los nominativos Bchn’os y SEivov); también
son abundan tía los nombres que tienen distintos nominativos y flexiones
(como ocurre con pdprus, ~tp’rupos y con pdp’rupos, papitpou), o que tienen,
por último, distintos géneros (por ejemplo, fi ópoqrmj y 6 5po’pos).
166 Simplificando al máximo la explicación, el autor proporciona un solo genitivo
(en -cos) que, curiosamente, no se corresponde con el ático. En los casos susceptibles
de contracción, se mantiene la constante de ofrecer la forma con y sin ella.
167 Resulta curioso el uso de este ejemplo, ya que según el Thesauras Linguae
Graecae (CD ROM, University of California Irvine, 1987) los genitivos xdp~os y
xdpto’ros no están documentados en griego antiguo y sólo aparecen en el Tkp’t KXtUEb)s
¿vqídrciv de Herodiano (en Calímaco se encuentra la forma XapíSas como nominativo de
un nombre propio). Herodiano reconstruye estos genitivos de xc¿p’.s por analogía con
los genitivos 64nt$os, e4vtTos y O4ítoros de 6¿vts (cf. III, 2, 700, 17-22, según la ed.
de Lentz, Leipzig, 1867-70). A su vez, tanto Eustacio como Favorino recogen el
testimonio de Herodiano, contribuyendo asi a la difusión de un ejemplo inexistente.
484

Antes de dar por finalizado el capítulo dedicado al sustantivo, establece
Núñez dos últimas clasificaciones atendiendo a los criterios de la species y
de la figura. Según la species, los nombres se dividen en primae speciei y
deriva ta, y estos últimos, a su vez, en comparativos, superlativos,
patronímicos, diminutivos, posesivos, denominativos y verbales
1t~8. De las
cuatro primeras clases, el autor explica minuciosamente los sufijos y las
peculiaridades más reseñables; sobre los posesivos y los denominativos, por
el contrario, la explicación es mínima y se reduce a aportar algún ejemplo;
para los deverbativos, por último, se proporciona la explicación, por otra
parte muy extendida, de que éstos se forman a partir de las tres personas
del singular del pretérito perfecto pasivo (así, por ejemplo, de lUTpUy[lUt,
resulta 1-o Trp&wa; de XéX~at, ‘ñ X¿tts de tTEiTouyrat, 6 ITOLflTflS).
La última clasificación de los nombres, la que se hace en función de la
flg ura, divide a aquellos en dos grupos: los simples, como i’nMos, y los
compuestos como flXllnTos.
En la edición de 1590 no se exponen aquí estas clasificaciones de los
nombres, sino que se incluyen en un capítulo, situado al finalizar el
estudio de toda la morfología, en el que el estudio de la figura y la species se
amplía a todas y cada una de las partes de la oración; la adición de este
capítulo, por otra parte, constituye la única innovación reseñable en el
terreno de la morfología que presenta esta edición postrera frente a las dos
precedentes.
c) El pronombre ¡69
Tampoco las explicaciones y clasificaciones de este capitulo difieren de
las comunes en la época’7

eía t-um (aúTds) y compuestos (¿vauTdv, dTEalJTGl’ y cau~ov, con sus
respectivas variantes).
d) El verbo 172
Como es habitual en cualquier estudio sobre la morfología griega, el
capítulo dedicado al verbo es el que merece mayor extensión, y ello es
debido tanto a la propia complejidad del sistema verbal cuanto, en la época
que nos ocupa, al desconocimiento de conceptos linguisticos claves cuya
ausencia dificulta y hace aún más prolija la explicación.
Núñez define el verbo como «pars orationis, quae vim faciendi ¿uit
accipiendi declarat cum cena temporis significa tione
0 ~S A continuación
enumera lo que él denomina consecuriones verborum, denominación bajo
la que se mezclan la figura (por la que los verbos se clasifican en simples
y compuestos —ITPOOWEPÚ—) o la species (por la que se dividen en
primitivos —MavOcívu— y derivados —Ma6nttZ—), con categorías verbales
como la de modo, tiempo, affectio o voz, número y persona. Con respecto a
estas categorías, poco es lo que hay que comentar sobre las tres últimas
(voz, número y persona) que se corresponden con las hoy habituales. En
los modos, a los cinco considerados como tales desde Dionisio Tracio
(indicativo, imperativo, subjuntivo, optativo e infinitivo) el autor añade el
participio, no porque lo considere un modo, sino porque sus formas se han
incluido en los paradigmas de las distintas conjugaciones’74. Con respecto,
por último, a los tiempos verbales, se los clasifica en presente, pretérito
imperfecto, dos aoristos (aor. primero y aor. segundo, de los que se señala
que «uterque idem valet quod praeteritum perfectum») y tres futuros: el
primero o m4>úi, el segundo o ThlTdfl y el «paulo post futurum, quod proprium
en —se añade— vacis passivae a dec¡arat rem niox futuram: ut TcevriuoIlat,
iam iam morior»175.
172 Cf. Jnst Gr., fois. 14v-39v.
173 ¡ugt. Gr., fol. 14v.
174 Recordemos que el participio era considerado —y así también lo hacia Núñez—
como una de las ocho partes en las que se dividía la morfología y, por tanto, con un
carácter independiente del verbo; pese a ello los helenistas no le dedicaban un
capítulo propio al finalizar la morfología verbal, de cuya exposición el participio
constituía una parte más.
~ !nst. Gn, fol. 1 5v.
486

El estudio de los verbos se estructura en las Gramáticas de la época en
un sistema que contempla tres grupos diferentes (los barítonos, los
contractos y los verbos en -pi) y que se completa con una larga relación de
aquellos verbos considerados irregulares. Núñez, por su parte, se atiene a
este sistema y da comienzo por tanto a su exposición por los primeros~ 76.
De los verbos barítonos, a su vez, se establecen seis conjugaciones’77 en
atención a las letras «quae antecedunt proxime exrremum -u» —recordemos
a este respecto que se desconoce el concepto de desinencia—, conjugaciones
que quedan reflejadas por el propio autor en la siguiente tabla~78:
Verboruni barytonorum coniugationes
1. 2. 3. 4. 5. 6.
Mediae 113 y 6 N yo-
Tenues Á ~ K T 1 00 ca-
Aspiratae L ~ O TT 1’ les.
ITT lCr 1 P
De todas estas posibles conjugaciones Núñez proporciona un único
modelo, eligiendo para ello el habitual verbo T1J1T’rtil. El paradigma es
visualmente claro (aunque las formas se exponen todavía en horizontal),
pero resulta demasiado extenso. El defecto es compartido por todos los
manuales, pues, además de incluir de forma sistemática el dual de las 2~ y
3~ personas —lo que contribuye a proporcionar una amplitud innecesaria—
las teorías gramaticales de la época tienden a rellenar todas las casillas del
sistema, con independencia de que las formas estén atestiguadas o no. El
único mérito de Núñez en este sentido consiste en que al menos fue
consciente de tal situación y así se lo comunicó a sus lectores: «In bis
176 En la edición de 1590 se antepone a todos los paradigmas verbales el del verbo
c14t1. 177 De nuevo este sistema verbal de las gramáticas renacentistas (con seis ou~uyíat
o conjugaciones para los verbos barítonos) continúa el establecido por Dionisio
Tracio.
178 Cf. ibidem, fol. 16.
487

exemplis addirum aliquando quod in usu non est, sed exempil causa factum,
tlt totus K~ vovioji órs tu Granimaticí Ioquun tun constaret» 17%
Al final del paradigma verbal, el autor añade un capítulo titulado De
temporum formatione 18, en el que explica los pasos a seguir para formar
un determinado tiempo de una determinada conjugación barítona. El
método, en general, es deductivo y tiende, en consecuencia, a formar unos
tiempos a partir de otros ya conocidos. Nociones elementales como tema’81,
vocal temática o desinencia son ignoradas, de manera que el procedimiento
es, con frecuencia, puramente descriptivo y basado en una supuesta
rentabilidad mnemotécnica: por ejemplo, afirma el autor, el pretérito
imperfecto pasivo se forma a partir del correspondiente activo «-¡un-
interposito» (E’rulrrov ETUTrTO—¡Ifl-V).
Sí hay, sin embargo, un atisbo de la existencia de sufijos temporales,
aunque no se llega a aislar cuáles sean éstos en realidad. Así, se indica que
el futuro primero se forma del presente «mutata characteristica thematis
in characterisricam futuri»’82, pero a continuación se añade que las
características de futuro son 4-, -t- y -o-; el pretérito perfecto, a su vez, se
forma del futuro «versa characteristica fururi prinii in characteristicam
praeteriri»’83, aunque de nuevo se señala que las características de
perfecto son tres: -‘p-, ->-a»’84.
En otras ocasiones, como es el caso del perfecto pasivo, las explicaciones se
tornarían tan complejas que Núñez renuncia a dar normas y considera
más correcto desde el punto de vista pedagógico limitarse a conjugar un
ejemplo de cada una de las supuestas seis conjugaciones’85.
1 ~ Typ os, fol. 37. Kukenheim comenta a este respecto que «lá oit les
grammairiens modernes présentent á peu prés 350 formes, leurs prédécesseurs en
avaient 600 environ» (op. ch., pág. 32).
18

Por lo que respecta al segundo grupo, el de los verbos inflexa o
contractos 18~, tras explicar las contracciones vocálicas de manera
puramente descriptiva, se proporciona un ejemplo de cada una de las tres
conjugaciones en que estos verbos se dividen: -ato, -~ y -6to. Los
paradigmas proporcionan la forma antes de contraer y la que resulta de la
contracción; por otra parte, sólo incluyen el presente —en todos sus modos—
y el imperfecto, pues los tiempos restantes —se señala— se conjugan igual
que los verbos barítonos (una vez explicado, naturalmente, que el futuro
de la primera y segunda conjugaciones termina en -ijoto y el de la tercera
en -ono (sic, por errata), lo que según su sistema permite deducir los demás
tiempos).
187, Núñez establece
En lo que se refiere, por último, a los verbos en -pi
las mismas cuatro conjugaciones que los gramáticos de su época, y
comparte con ellos también la curiosa teoría de que éstas conjugaciones
derivan de verbos contractos, en el caso de las tres primeras, y de que la
cuarta lo hace de un barítono de la sexta conjugación.
De manera que ihrriwí, TLOfljlt y SíSupí, resultan nada menos que de
*oflu *6¿oi y *66to cambiadas respectivamente -a- en -q-, -c- en -fl- y -o-
en -tú-; cambiada también la última -tú en -III; antepuesta una -í-, y
repetida, por último, la primera consonante según las normas
proporcionadas anteriormente para la reduplicación. La hipótesis no
puede ser más rebuscada por mucho que, eso sí, les permita explicar con
gran comodidad los futuros arjouo, Otjoín y
La cuarta conjugación, como ya se ha afirmado, resultaría por su parte
de un barítono de la sexta, de manera que ~Ñyvvpi. vendría de ~euyvOúi 188•
Cada una de estas cuatro conjugaciones es ejemplificada con su modelo
correspondiente

inevitablemente forzados a incluir un último capítulo bajo el título de De
verbis anomalis. Pero, como bien señala el autor, « Tani varia sunt et inulta
verba anomala proposita a Grammaticis, ut non possint certa rarione
doceri»’
89. Kukenheim1~> ha advertido que al sentirse incapaces los
humanistas de agrupar los verbos irregulares bajo criterio alguno,
acabaron por disponerlos sin más de forma alfabética, de manera que este
capitulo de las gramáticas se convirtió en un léxico que, según los autores,
podía llegar a incluir entre cien y doscientos verbos.
Al igual que ocurría en el caso de la flexión nominal, también aquí
nuestro helenista se revela pedagógicamente más eficaz al ensayar un
sistema que permita reducirlos a cuatro únicas categorías: los defectivos

preposiciones y, finalmente, el de los adverbios y conjunciones. El primero
clasifica las preposiciones en monosílabas y disílabas, enumerando unas y
otras sin entrar en mayores consideraciones; el segundo, por su parte,
aunque incluya en su titulo las conjunciones lo cierto es que nada dice
sobre éstas, limitándose simplemente el autor a una escueta exposición
sobre los adverbios’
95 (categoría bajo la que también se incluyen las
interjecciones 96).
8. Sintaxis
Como ya indicábamos en su momentot97, el capitulo relativo a la
sintaxis de la lengua griega no fue incluido en la primera edición de la
Gramática de Núñez, por lo que tendremos que acudir a la segunda —la
aparecida en 1575 bajo el título de Typus Institutionum Grammaticarum
etymologiae et oUvTa¿~Etos linguae Graecae— para conocer sus ideas al
respecto.
En el tratamiento de la sintaxis griega no se apartó el autor del criterio
que había presidido otras partes de su obra, es decir, el de orientar la
finalidad de sus explicaciones no tanto al especialista cuanto sí al
principiante. La consecuencia inmediata es que la extensión de este
~ Entre éstos se incluyen los adverbía qualítatís (que se forman de un genitivo
plural, sustituida la -v final por -s: así, de oowúv, ooÑis) y los adverbia positionis,
como ypcLllTÉov, que —señala el autor— «non sunr in uso Larínorum» (Inst Gr., fol. 39v).
Dionisio Tracio (642, 16) denomina a esta última categoría ectucóv ¿inppiya (adverbio
afirmativo), que los latinos traducen por adverbia positionís, cuyo significado no
queda bien recogido —a mi entender— en la traducción de López Rueda como adverbios
de ‘posición’ (op. dr., pág. 192). Éstos se hacen derivar de la 3’ del sg. del pretérito
perfecto y de ellos afirma el autor: «Nam re vera haec nomína sunr, tanien pro
adverbiis usurpantur in voce neutra rectí casos, ram síngularí quam piura Ji>’. La
exposición sobre (os adverbios e interjecciones aumenta considerablemente en la
edición de 1590 (cf. fois. 41v-42v), en la que se enumera un gran número tanto de
unos como de otras; también en esta edición se incluye el capítulo sobre las
conjunciones, que en las dos primeras había quedado omitido (cf. ibidem, fols. 43 y
43v.)
19 En su Minerva el Brocense excluye las interjecciones de las partes de la
oración (cf. 1, 2) con los siguientes argumentos: «Jnteríectionem Craecí adverbiís
annunierant. Sed falso. Nam neque voces Latinae, aur Graecae sunr, etiam si Latinis
aoL Graecis ¡herís scríban tun Sed signa u-istíríae, aoL laetitae, qualia in avibus, aoL
quádrupedibus, ín quibus Lamen, nec vocen, nec orationem concedimos».
~ Vid. sopra, pág. 478.
491

capitulo resulta ser en su Gramática bastante menor que la que dedicaban
al mismo Vergara y Ledesma en las suyas respectivas’
98. Las enseñanzas
que se imparten, a su vez, recogen lo fundamental de los conocimientos de
la época, pero en líneas generales podemos afirmar que se ciñen a lo
genérico tanto como prescinden de los detalles.
El criterio de Núñez, según sus propias palabras, es limitarse a explicar
los idioma ta, o usos peculiares de la sintaxis griega frente a la latina’ ~
Con esta finalidad estructura el capítulo en breves epígrafes, en los que
respectivamente se ocupa de la sintaxis de las partes de la oración (en
realidad, el artículo), del número, de los casos, de algunos verbos, de las
preposiciones en composición, del infinitivo y de los tiempos y modos
(conjunciones y adverbios).
El primero de estos epígrafes, el titulado idiomata partium orationis, se
limita en realidad al artículo y a su capacidad para sustantivar otras partes
de la oración distintas del nombre, deteniéndose de manera especial en su
empleo con el infinitivo. Desde el punto de vista pedagógico, resulta
curioso el hecho de que el autor remita al alumno a la lengua española
como lengua de comparación en lo que al artículo se refiere:
Si quid aliud est horum propriu¡n poterit ungua Hispana sois articulis nos
illud docere. Est enim qoan> simillimus eorom vsus in vtraqoe Jbigoa 20 «In bac parte grarnnaticae tan tun> ea videntor explicanda, in qul bus Graecí a
Latinis dissentiunt; quae idiornata exemplo Dyomedis appellabim os» (Typ os,
fol. 29v).
200 Typus, fol. 30. El medio folio escaso que Núñez dedica a exponer la sintaxis
del articulo contrasta con las exhaustivas explicaciones al respecto de Vergara y
Ledesma.
492

Una escueta referencia a la llamada atracción del relativo —recordemos
el carácter de artículo postpositivo que este merecía en las gramáticas de la
época—, pone punto final a este apartado que, como puede observarse,
silencia por completo la sintaxis pronominal.
Los usos de sujeto neutro plural con verbo en singular y de sujeto en
dual con verbo en plural es todo cuanto se explica en el brevisimo apartado
dedicado a los idiomata numen
La parte más amplia de la sintaxis de Núñez es la que aparece
estructurada bajo los siguientes epígrafes: idiomata genitivi, dativi,
accusativi, genitivi et dativi, genitivi et accusativi, datívi et accusativi y,
por último, idiomata duplicis accusativi.
En las gramáticas medievales los autores partían del ‘caso regido’ para
el estudio de la constructio o sintaxis; sin embargo, Perotti en sus
Rudimenta Grammatices de 1476, dirigió el enfoque hacia el ‘verbo que
rige” (así, verbos que rigen acusativo, verbos que rigen acusativo más
genitivo, etc.), convirtiendo este capítulo en un listado de verbos en el que
no se hacía mención de las otras partes del discurso. Sin embargo, su
sistema se convirtió en el más utilizado para la sintaxis verbal. Nebrija, por
su parte, también comenzó la sintaxis por el estudio de la constructio verbi,
pero no omitió la del nombre (sustantivo y adjetivo) como lo había hecho
Perotti 201.
En lo que respecta a las gramáticas griegas, tanto Vergara como
Ledesma presentan en el capítulo de la sintaxis una estructura muy
similar, que se encuentra articulada en torno a cada una de las partes de la
oración y que sigue en buena medida el mismo orden que se había
empleado en el estudio de la morfología. En el capitulo de la construcción
verbal siguen ambos el modelo de Perotti, de manera que lo dividen en seis
apartados, dedicados respectivamente al estudio de los verbos que rigen
acusativo, de los que rigen genitivo, etc.
201 Cf. Chomarat, op. cit, págs. 272-274, quien por cierto da una interpretación
curiosa de este hecho: «Ce changement en apparence mineur —afirma— qui consiste á
étudier d’abord la «syntaxe» du verbe signifie donc que la notion de substance
commence á perdre son róle fondamental: c’est l’un des symptómes par óu se
manifeste l’abandon de l’aristotélisme; le fait a d’autant plus d’intérét qu’il ne s’agit
sans doute pas d’un renoncement conscient et délibéré (...); mais spontanément on a
cessé de penser dans les catégories de l’ontologie» (pág. 274).
493

Sin embargo Núñez altera este modelo y en el suyo propio se aproxima
de nuevo al enfoque a partir del caso regido y no de la palabra que lo rige.
Es decir, para él el que tales verbos se construyan con acusativo, pongamos
por caso, no es el criterio clasificador, sino que lo es el propio concepto de
acusativo’, en torno al cual articula las partes de la oración que admiten la
construcción con ese caso.
Veamos como ejemplo el apartado dedicado precisamente a los idiomata
accusativi. Éste da comienzo con un listado de verbos transitivos (ncYOetv,
~X¿étv, KoXaKE1JELI/, 1TUÉ~EtV, Goq4EoOat, OiKTL 203•
Una nueva lista, en esta ocasión de las preposiciones que rigen
acusativo y sus ejemplos correspondientes, completa el epígrafe dedicado a
este caso.
A los seis apartados dedicados al estudio de los casos, siguen otros cuatro
muy breves en los que se estudia, respectivamente, verbos con igual
significado pero con distinta construcción (KalyyoptZ accuso, genitivo;
cyKaNn dariuo; aixú~tat accusatiuo); verbos con significados diferentes en
función del caso con el que se construyan (áyd~o~iai. GE, ata aoO, admiror
te; áyd~o¡iat ooi, indignor ribi); idiomata de las preposiciones en
2

composición
2t

‘sistematiza’, y lo hace además adoptando un criterio regular que aplica
tanto al caso de los nombres como al de los verbos 2t>8.
En el caso de la sintaxis resulta más dificil mantener ya el mismo juicio
benevolente, pues en este terreno hay que reconocer que, en más de una
ocasión, la concisión afecta a la claridad. Bien es verdad que, como ocurría
en la morfología, en ocasiones Núñez acierta suprimiendo: nada
justificaba, por ejemplo, las diecisiete clasificaciones meramente
semánticas que Vergara establecía para los verbos transitivos2t>9,
clasificaciones que bien podían, por tanto, resultar eliminadas. Pero en
otros aspectos, no cabe duda de que la explicaciones de nuestro autor son
insuficientes (por ejemplo, en la sintaxis del artículo), cuando no faltan
por completo.
Difícil resulta también decidirse —si hubiera necesidad de hacerlo— por
el sistema de Vergara y Ledesma o por el de Núñez en lo que se refiere a la
explicación de la sintaxis, pues ambos presentan en el aspecto científico
graves deficiencias desde el punto de vista actual. En lo que se refiere, por
su parte, al aspecto pedagógico, chocamos aquí, como en el resto de la obra,
con el mismo impedimento: la ignorancia de a qué tipo de lector pretendió
cada uno de ellos dirigir sus gramáticas, pues la posible valoración está
ligada a la adecuación con respecto a los objetivos que se hubieran
propuesto. Si los autores, como parece lo más probable, pensaban en
destinatarios diferentes a la hora de componer sus obras (especialistas o
estudiantes avanzados en el caso de Vergara-Ledesma, principiantes en el
de Núñez) nos vemos gratamente eximidos de establecer comparaciones,
que más que odiosas, resultarían en este caso de todo punto ociosas.
9. Dialectología
Según ya se ha indicado, la parte final de la Gramática de Núñez en sus
ediciones de 1555 y 1590 está consagrada a una amplia exposición sobre los
2

dialectos de la lengua griega. Tanto Vergara como Ledesma habían tratado
también en sus respectivas Gramáticas algunos aspectos de la dialectología;
el primero lo hizo, al igual que Núñez, al final de su obra, una vez
concluida la explicación de la fonética, la morfología y la sintaxis 2>~>;
Ledesma, por su parte, prefirió insertar este capítulo al final de la
morfología y antes de la sintaxis21 1, lugar que queda justificado por el
carácter exclusivamente morfológico de sus comentarios sobre los hechos
dialectales.
En relación a este capitulo, mi intención es proporcionar, en primer
lugar, un resumen de la exposición de Núñez, reservando para el final la
comparación con la exposición correlativa de sus colegas y las
conclusiones a mi juicio pertinentes.
Las explicaciones de nuestro autor comienzan por la propia definición
de dialecto («Dialectus est linguae proprietas»212) y la enumeración de los
principales dialectos de la lengua griega: ático, dórico, jónico y eólico,
amén del denominado communis (scil. la Kotvfl) cuya morfología es
precisamente la que se ha explicado en la primera parte de la obra. Se
precisa, asimismo, que en la explicación subsiguiente no se tendrán en
cuenta las diferencias dialectales «cum verbis plane dissentiunt», dado que
estas son lexicales y, por tanto, no propias de la gramática. Lo que
corresponde estudiar, pues, es cuando esas diferencias se producen ex
parre, lo que a su vez puede ocurrir o bien in dictione —entendiendo por
tal tanto los cambios fonéticos (in locutione), como los morfológicos (in
etymo¡ogia) — o bien in constructione. Como toda la exposición descansa,
como es habitual en nuestro autor, en un esquema impecable, considero
que lo preferible es reproduciría ateniéndose a dicho esquema.
Comenzando, pues, por los cambios fonéticos —que resultan ser los más
prolijos en cuanto a su descripción y clasificación—, éstos pueden estar
originados por cuatro causas diferentes: adición, detracción, inversión y
mutación, cuyas variantes respectivas quedan sistematizadas en el
siguiente cuadro:
21

- In principio
- Iii medio
- In fine
In principio
- In medio
- In fine
- Soni
- Liuerarum
- Spirituum
- Soni
- Quantitatis
- Litterarum
FONETICA DIALECTAL
1. ADDJTIO
-similis = Anadiplosis
-dissimilis Prosthes¡s
-syllabae
-Ii tterae
-dissoluta synaloepha = ¡J¡aeresis
-non dissoluta synaloepha = Epenthesis
-vocalis = Paren thesis
-consonan Lis
-eiusdem
-diversa e
= Proschematismus
2. DETRACTIO
-si milis A rsis
-dissirn ¡lis = Endeja
-syllabae
-litterae
= Synaloepha
= Syncopa
lis
-consonan Lis
= Apocopa
3. INVERSIO
4. MUTATIO
498
= Diplasiasmus
= Paremptosis
= E¡Ieipsis
-eiusdení = Parefleipsis
-diversae = Ecthlipsis

El esquema proporcionado permite apreciar lo que ya adelantábamos,
es decir, que las explicaciones de Núñez sobre fonética dialectal son tan
minuciosas, que pretender resumirías por completo no tendría, a mi
entender, gran utilidad. He considerado, pues, más oportuno ceñirme a un
sólo capítulo que pueda resultar ilustrativo del método seguido por nuestro
helenista. Para ello he elegido el primero, dedicado a ejemplificar el hecho
fonético que el autor denomina additio y que define de la siguiente
manera:
Additio locurionis est addirio Jirerae aut syllabae: quae ami 1k in principio,
aut in medio, ami in fine 213•
a) Anadiplosis (adición al comienzo de una sílaba igual)
- ático: perfecto de verbos comenzados por vocal, como á#YEPKa (por
flyEpKct 2t4)
- jónico y dórico: muy frecuente en estos dialectos, en futuros como
SES¿toliat (por 8«oiiat), y sobre todo en aoristos segundos: KEKaIIOOL
(por KaptiGL).
b) Prosrhesis (adición al comienzo de una sílaba diferente)
- ático: ¿ints por Tws; aoristo medio de u5v¿o¡ai, ¿uvrjac4i~v por
Ún’r~ad¡i~v
- jónico: participio de dpi, éSv por dh’
- dórico: artículo rol/tal por ol/al
- eólico: [ipóSa por ñ¿Sa; también anteponen digamma a las vocales:
Fáivos por divos.
c) Diaeresis (adición de una sílaba en medio por disolución de sinalefa)
- ático: aoristo 20 de áXíumcopat (éíXuv por fjXún’)
213 Inst. fin, fol. 40v. Cf. ibídem, fols. 40-43 para el resto de la explicación. En
cada uno de los apartados no incluyo todos los ejemplos aducidos por Núñez, sino que
me limito a una selección de los mismos. Por otra parte, no es mi pretensión efectuar
aquí una gramática paralela, rectificando todos y cada uno de los frecuentes errores
en los que el autor ha incurrido, por lo que me limitaré a unas mínimas acotaciones.
214 El ejemplo resultaría más correcto utilizando la forma dyrjycp~iat, puesto que el
perfecto activo de áyEÍpw es inusitado. En cualquier caso, el hecho recogido —como
ocurre en tantos otros ejemplos— es propio de la morfología y no de la fonética.
499

- jónico («Haec figura —afirma el autor— est familiarissima Ionum, gui
semper utuntur vocibus inconrractis>2
15): formas como áX~6Óos por
áXiiOJs, etc.; genitivos de la ia decí. simple (sing. -Eti por -mi: fl¿puct~
por fl¿poou, y pl. -¿top por -Ji’: llcpo4tov por flepoJv); genitivos en -tos
y -nos de las decí. 2A y 3~ contractas216; en el verbo, segundas personas
como TUTTTEat (por TxiTfl), ÉT1JUT¿O (por ETIJ1TTOU), infinitivos como
j3aXétv por ¡3aXEIV, etc.
- dórico: HooEtéciaIv por HooEúS65v
- eólico: -ci por -Et (‘ApyEfoí por ápyctoí), y -at por -aí/-q (náís por nats
j3oáís, I3oái por I3ods, ño@); genitivos pl. de la ia y Y simples en -átuv por
-65v (vupwáuov por vupip65v).
d) Fpenthesis (adición de una sílaba en medio no resultante de
disolución de sinalefa)
- ático: el autor la califica de muy frecuente en este dialecto, donde
tenemos este fenómeno en perfectos como áyxjo~a y EtcjOa (por ?ixa y
*Ei~ respectivamente), y en aor. 20 como ijyayov por ijyov
- jónico: en el verbo, sufijo —OK— (TÚ1TTEOKOV por ET1J1TToV), y
desinencias -aTat (llEnoíéaTaí por TTEIToLrp’Tat) y -curo (TiJITIÓIaTO por
TU11T Ot VT0)217
- dórico: dativo pl. en -ccn218 (ouo¡idrEoi. por odpaoi); infinitivos
en -¡tEmí219 (4ipcvat por dvao
- eólico: dat. pl. en -Em. (yuva=KEOL).
215 Inst. gr., fol. 41v.
216 No parece correcto afirmar que el jónico efectúa una diéresis en estos
genitivos, pues en ningún dialecto aparecen las formas con contracción (así de 110>43
tenemos los gen. sg. 116>405, vóX~os, nóXcos y VÓXEIjJS, respectivamente; y de I3aOIXEUS,
gen. sg. f3aoíXijos, j3aoÚÁws y 3aotX¿os).
217 Efectivamente, el jónico presenta las desinencias medias de 3a pl. -ant y -«Tu
por -irraí y -vio, pero el ejemplo, según la clasificación de Núñez, debería incluirse
más bien en la mutado ¡iuerarum que en la epenthesis.
218 La desinencia -fol de dat. pl. en la declinación atemática es una simplificación
de -cooí, creada por algunos dialectos sobre los temas en silbante, y característica
sobre todo del eólico. Pero -coí, menos frecuente, no es especialmente propia del
dórico.
219 Los infinitivos atemáticos en -puní son propios del lesbio. En dorio, como en
tesalio, beocio y la mayoria de los dialectos del grupo occidental, aparece
generalmente la forma -iscv.
sai

e) Paren rbesis (adición de una vocal en medio)
- jónico: se añade a E (KEtVOS por rEVEiS); -u se añade a o (voOoos por
vooos)
- dórico: se añade a o (xpoiá por ~poa)
- eólico:

Una vez concluida la explicación de la fonética dialectal, el siguiente
apartado lo dedica Núñez a estudiar las diferencias morfológicas entre unos
y otros dialectos. Éstas pueden tener lugar, según su propia clasificación,
bien en la declinación, bien en la conjugación, bien en la figura.
A. Cambios morfológicos en la declinación 224
a) Atico:
-declinación de nombres de la tercera parisilabos por la cuarta: (XEC=s,
genit. XEÓ, por Xaós, genit. Nantí); de nombres propios de la primera
contracta por la primera simple: (‘itt’ =~¡tooe¿vr,vpor A~poo6¿v~); de
los compuestos de noiis sin -s (mii T~t1TO1J por mu TpLlToSos 225)
-comparaciones en -outTEpOS (}StaÉTEpos), e -to’upos (XaXÉonpos)
-cambios en el género: ¿ OKOTOS por it OKOTOS
-cambios de flexión: 5 X¿TPOS por fi w’rpa, ‘it ñxtrtos por ‘it ñX4

0 Dórico:
-o ‘rróooat por 6 írciooaXos, fl Sa¡tdXn por fl SÚpaXts
-acusativo sg. de fl yuvfj: ‘djv yinrr~v por np’ ytIvaiKa («More Sículo, qui
Doricus eriiam est» 229).
-patronímicos en -ctíñv: ¿ A’rpcíoi’ por 6 ATpciSns
d) Eólico:
-nominativos a partir de genitivos: 6 ¡táp’rupos. 6 ‘pOXaKos, 6 &yúwos
-gen. sg. de la tercera contracta en -tos o -dos: [3aoíX¡os,I3aoÉXEíos
-participios de perfecto en -tov, -ov’ros, como EtpflKtov, EtpflKovTos.
- cambios de flexión: 6 y&os, 6 ~pospor 6 y&ws, ¿ ~ptos.
E. Cambios morfológicos en el verbo23t>
a) Atico:
-cambian barítonos a circunflejos: *ypaq:~EIn 231 por ypá’pto, y viceversa:
&v’ro¡tai por *ávTÉdvaL
-optativo de presente atemático en los verbos contractos: -rrototiw (por
írotoú¡t 0; optativo de aor. en *..EIU -Etas, -ElE (*~r1í4iE1a, 11J4$EIaS,
TtR~iEtE232)
-infinitivos en -cmi (sic): Tuwr¿ii¿i’aí por ‘rii’rrrcti’233.
b) Jónico:
-pluscuamperfecto en -ca: ijéca, jiScas, -jiSca (por ij&tv, etc.).
-infinitivos en -pci’ por -cii’ (áy¿pcv por ayctv), y en -pci’ por -vaí
(Sópcv por SoiivaO234
220 !nsr. Gr., fol. 48v. Pero lo cierto es que el acusativo dórico es yuvav, con
conservación de la alfa larga.
230 Cf. Inst. Gr., fols. 48v y 49.
231 Reconstituido por Núñez para explicar el futuro y»a#ooua¡.
232 Las formas de optativo de aor. TUOEtUS, TU4>ELE (2’ y 3’ persona del sg.) y
íii4>tuii’ (3’ del pl). son, efectivamente propias del ático, pero no se encuentra una
formación similar en la 1’ persona que es íó4aw¡.
233 Sorprende la atribución al ático de estos infinitivos temáticos en -pcvat, de los
que hay ejemplos en Homero pero de los que afirma Chantraine que «al parecer, no
tienen correspondencia atestiguada en dialecto alguno» (op. cit, pág 184).
234 La desinencia de infinitivo -MEv en los verbos atemáticos es propio del tesalio,
beocio y ciertos dialectos del grupo occidental, en los que esta desinencia se extendió
503

c) Eólico:
-cambian los verbos contractos a la conjugación en -pL: 9tX~pt por ‘ptX65
-futuro de verbos de la 5’ en -uu, como ap06i porápó”~
C. Cambios morfológicos en la figura 236
- así, el ático utiliza una voz compuesta para dos simples en casos como
ócvnpÉpat (por Loca fipépat)
- el jónico efectúa el proceso inverso en casos como &yptos ¿iXatos (por
ÚyptEXatos).
El último capítulo de su dialectología lo dedica Núñez a la clasificación
de las diferencias que se advierten al comparar la sintaxis de los distintos
dialectos, clasificación que realiza en función de las tres causas que —a su
juicio— producen esas diferencias, y que son la redundancia, la ausencia o
la alteración’37. En términos generales, no obstante, estas cuestiones
sintácticas son tratadas de manera más superficial que lo habían sido las
fonéticas y las morfológicas —también es cierto que su importancia es
menor en lo que se refiere a las diferencias dialectales—, como escasamente
relevantes son, asimismo, los ejemplos que se utilizan. Así, pues, con esas
breves explicaciones sobre determinadas peculiaridades sintácticas en los
distintos dialectos da el autor por concluido este capítulo, que constituía, a
su vez, el broche de la obra entera.
Comparando la exposición de Núñez con la de sus predecesores,
considera López Rueda238 que se trata de la más sistemática de las tres, y
merecedora, por tanto, de que se la utilice como modelo para ejemplificar
el panorama de los conocimientos sobre dialectología griega en la España
del siglo XVI. He de decir que, pese a que obviamente sería mi deseo
también al infinitivo temático. El empleo de esta desinencia no es, sin embargo,
propio del jónico.
235 Algunos verbos en p y X presentan en Homero formas sigmáticas en futuro,
pero no parece el caso de atpci; por otra parte, si existe la forma &0ou. pero es futuro
de 48w.
236 Cf. lnst. Gn, fol. 49.
~ Cf. lnst Gr., fois. 49v-5 lv.
238 Cf. op. cit., págs. 2 17-223, en las que transcribe de manera muy completa las
explicaciones de Núñez sobre los dialectos.
504

suscribir tales afirmaciones, sin embargo no comparto el juicio de López
Rueda.
El enfoque que dieron los tres autores —Vergara, Ledesma y Núñez— a su
respectivo sistema de los hechos dialectales es, en efecto, muy diferente.
Comenzando por este último, el resumen que acabamos de efectuar
demuestra que la dialectología de Nuñez adolece desde el punto de vista
actual de graves defectos. No es sin embargo mi intención demorarme en
ellos, puesto que en cualquier caso deben ser imputados no tanto a una
ausencia de conocimientos lingúísticos por parte del autor, cuanto al
propio nivel científico de la época, y, por tanto, la gramática de Núñez no
hace sino compartir tales defectos con las gramáticas de sus
contemporáneos’
3t1. Lo que me interesa, sobre todo, es analizar hasta qué
punto resulta o no adecuado el sistema mediante el que Núñez vertebró ese
conjunto de conocimientos. Y sistema ‘adecuado’ ha de entenderse aquí en
un sentido pedagógico, es decir, que favorezca la comprensión y
memorización de lo que se explica, pues pedagógico era también el
propósito con el que esta Gramática fue elaborada.
Bajo este punto de vista, el principal fallo de Núñez reside en que la
organización de las variantes estudiadas la efectúa bajo criterios de
clasificación meramente formales’4, que engloban —en algunos casos
incluso bajo etiquetas claramente inadecuadas— fenómenos de signo muy
diverso y difícilmente equiparables entre sí, reducidos en muchas
ocasiones a una lista de ejemplos y, por todo ello, de muy difícil
memorización.
Repasemos algún caso práctico. Así, por prorhesis 241 entiende el autor
la adición al comienzo de palabra de una sílaba diferente al fonema inicial
de la misma; pero en este epígrafe da cabida indistintamente a las
siguientes situaciones:
239 El nivel científico de la dialectología hispana del siglo XVI ha sido muy
certeramente analizado por López Rueda en las conclusiones del capítulo que dedica
al estudio de este tema, y a ellas me remito a este respecto (cf. op. ch., págs. 222 y
223).
24 también recoge los
fenómenos del pleonasmo, la anadiplosis, etc., aunque, eso sí, de forma menos
sistemática (cf F. de Vergara, Grammatica, págs. 211 y 212)
~< Vid. supra, pág. 499.
sos

-¿vilas por itds en ático
- j3pciSoi’ por ñóSov en eólico
- tov~oápxw por 65vqoá¡ir>v en ático; ~Óvpor Jv del jónio
- TOÍ, ra< en el nom. pl. dórico del artículo (frente a ol, al)
- eólico Fáivos por nl i’os
Naturalmente, hoy podríamos hablar de vocalismo diferente de una
raíz, en el ejemplo del participio jónico kúiv (de *esont.) frente al ático Ji’
(de *s.ont..); de pervivencia en unos dialectos de fonemas que en otros se
han perdido (como el digamma en eólico); o de diferencias morfológicas
motivadas por la pervivencia de formas antiguas, como en el ejemplo del
artículo (‘rol, Tat del dórico, frente a la innovación 01, al de otros dialectos).
Todo ello invalidaría el que estos ejemplos fueran pertinentes bajo el
epígrafe prosthesis, pues en ninguno de estos casos se puede hablar de
‘adición’ de una sílaba.
Pero tampoco desde el contexto científico de la época, que es el que nos
interesa, el sistema se revela pedagógicamente eficaz, y ello porque el
alumno ha de retener una característica formal (“la adición de una sílaba
inicial”) que afecta por igual a cuestiones fonéticas ([3póSov/~óSov,
Foii’os/oivos), de morfología del artículo (rol/nl), de morfología verbal
(¿&ív/Jj’, ¿wv~oc4i~i’/65vr>od¡t~v), o simplemente lexicales (&íras/nás), todo lo
cual le resultaría, a mi juicio, un tanto confuso y desde luego difícil de
recordar.
Otro ejemplo elocuente lo proporciona la llamada por el autor mutado
litterarum, donde entre los diversos cambios sufridos por la vocal a,
pongamos por caso, se incluyen cuestiones tan variopintas como el empleo
del jónico p¿ya6os en lugar de p¿yE6os, junto a dos lacónicos «Don yav pro
y~v» y «loni Otip~v pro Oxipav>0
42 (únicos ejemplos de características tan
decisivas como la conservación de la antigua alfa larga en los dialectos
distintos del jónico-ático, y el paso en jónico de a larga a ~ incluso en
aquellos casos en que el ático la mantiene).
Las consecuencias que podemos extraer de todo ello son varias. La
primera, que aunque Núñez distingue claramente en su esquema entre
diferencias dialectales in Iocutione (fonéticas) o in etymologia
242 Thu. Gr., fols. 46 y 46v.
5cx5

(morfológicas), lo cierto es que, como se ha tenido ocasión de comprobar, la
mayor parte de los cambios dialectales ocurridos en la morfología quedan
enmascarados bajo cambios fonéticos, lo que indudablemente tiende a
crear confusión. En segundo lugar, mediante su sistema quedan con
frecuencia equiparados y sin que se establezca gradación alguna entre
ellos, hechos meramente circunstanciales con otros que resultan ser los
rasgos constantes y definitorios de un dialecto
243, por lo que al estudiante
le debía resultar no ya harto difícil, sino imposible, extraer una síntesis de
las principales características que conforman lo específico de cada dialecto
frente a los demás (síntesis, por supuesto, siempre referida a los
conocimientos de la época).
Es cierto que, con respecto a este último problema, el autor pretendió
justificarse en las palabras que dirige a sus lectores al comienzo de la obra:
Quaniquam in dialectis explicandis plerun que non tan praecepta, quani
exenipla posui, neque niulta eiusdem praeceptí exempla adhibuí, quia lector
prudens potest facile ex exemplis praecepta generalia et ex proportione (quod
Graece melius dicirur ~K rib dvaxoyías) unius exempli caetera exen pía
cognoscere
Pero la pretensión de que fuera el alumno quien a partir d e
determinados ejemplos elaborara su propia síntesis del sistema dialectal del
griego —teniendo en cuenta, además, que se supone que estaba dando sus
primeros pasos en el estudio de esta lengua—, no dejaba de ser una
aspiración demasiado optimista o por lo menos inadecuada desde el punto
de vista pedagógico.
Diametralmente opuesto al método de Núñez es el de Vergara, quien,
tras una introducción de carácter general245, prefirió estudiar dialecto por
dialecto mediante la descripción de los rasgos que, en su opinión, lo
243 Son raras las ocasiones en que el autor pone de relieve que un determinado
hecho se produce con carácter sistemático.
244 ¡nsr. Gr., fol. III y 111v.
245 Núñez prescinde de introducción alguna y lo cierto es que se echan en falta
algunas explicaciones, por someras que fueran, que sirvieran de referencia al lector
desde el punto de vista geográfico, así como alguna indicación sobre cuáles eran los
escritores más célebres que habían escrito en cada uno de los dialectos. En este punto
Vergara es el más pedagógico, pues aborda tanto el primer aspecto —la geografía— como
el segundo —los autores— e, incluso, efectúa una pertinente comparación con las
lenguas y dialectos de la Península (cf E. de Vergara, Grammat¡ca, págs. 209 y 210).
507

definen y lo caracterizan frente a los restantes. Este procedimiento le
proporciona al estudioso una visión sintética de cada uno de ellos que
resulta ser bastante útil, bien sea para memorizaría, bien para consultar
cuando se esté traduciendo a un autor determinado. Lo prolijo de la
exposición dialectal de Vergara —rasgo que comparte con el conjunto de la
obra— no invalida, en este caso, la relativa eficacia de su sistema.
Ledesma, por su parte, se limita —como ya hemos dicho— exclusivamente
a la morfología, de manera que tomando como criterio de clasificación las
partes en que aquella se divide, estudia para cada una de ellas las variantes
dialectales que presenta. La manera —tan esquemática como sistemática—
en que lo hace, facilitaría enormemente, a mi entender, su comprensión y
memorización por parte de los alumnos. Pero quizá sea preferible recurrir
a un ejemplo que nos permita probar esta afirmación, como puede ser, en
la morfología del pronombre, el estudio del pronombre personal de Y
persona
2 ~:
a) Singular
- mi, com.; TU Km. ‘rlJVfl, Dor.
- ooii, com.; oco ~at ocio, Ion.; o¿o6cv cai oé6cv, Att.; ocd Kat rcii, flor
et Aeol.
- 001, com.; ‘ini, flor.; ‘tít’ Km. TEU’, poet.
- oc, com.; ‘tE Km. ‘tu, flor.
b) Plural
- iJpEts, com.; íi¡i¿cs, Ion.; iip¿s, flor.; iJppcs, Aeol
-t¡tJv, com.; i,¡t¿uiv Kat uii~tmí’, Ion.; ú¡t~i&ov, Aeol.
- tpív, com.; upw, poét.; iipIlti’, Dor.; áIipt, Aeol.
- t¡tás, com.; úpp¿as, Ion.; ii~i¡tas, Aeol.
En la exposición de Núñez, por el contrario, ‘ni del dorio aparecería en
el epígrafe de mutado Iitterarum; o¿o6cv del ático, en del proschematismus
(adición de una sílaba al final de palabra); tpÁs del dórico, en el de la
elleipsis (pérdida de una vocal en interior de palabra); o, por forzar la
cuestión, lJ[¡¡t cs del eolio podria ser indistintamente un ejemplo de mutatio
spirituum, de cliplasiasmus (adición de una consonante igual en medio de
palabra>, o de elleipsis.
246 Compendium, fol. 51v.
508

Por otra parte, frente a la indefinición en la que queda en la
explicación de Núñez lo sistemático de algunos rasgos fonéticos
(recordemos, por ejemplo, los «Don yÉIi’ pro y¡jv», o «Ioni Ehip~v pro 6típav»
que reproducíamos líneas más arriba), Ledesma, aun dentro de un
laconismo extremo, lo expresa a mi entender de manera más adecuada:
«Iones a in -s~, Dores vero w in o. productum verumnt, unde hic AivcÚ~s pro
Aii’eías ponitun et Kpai’c¡ pro Kflflhfl) ir] secunda» 247.
A la vista de lo expuesto, creo que es razonable concluir que la
exposición que Pedro Juan Nuñez realiza sobre los dialectos griegos no es
precisamente un modelo, ni de estructura científica, ni de eficacia
pedagógica y que, en este caso y a pesar de la apariencia brillante que
reviste su esquema, no llegó a alcanzar la claridad ni la sencillez que sí
logró imprimir a otros capítulos de su obra.
10. Conclusiones
Tras la exposición efectuada a lo largo de este capítulo, son varias las
conclusiones que cabe extraer en relación a las ideas gramaticales de
Núñez. En primer lugar, que aunque no sea posible inscribirle en la nueva
corriente especulativa inaugurada por el De causis linguae Latinae de
Escalígero y continuada por la Minerva del Brocense —entre otras cosas
porque las gramáticas griegas nunca se utilizaron de soporte para efectuar
reflexiones filosóficas sobre la lengua—, tampoco desaprovechó nuestro
autor otras ocasiones que se le brindaban para elevarse por encima de la
pura norma gramatical hacia otras cuestiones lingúísticas de carácter más
genérico. En este sentido, sus reflexiones sobre la naturaleza del signo
lingtiistico y su carácter arbitrario se inscribieron de lleno en el marco de
las teorías aristótelicas. Más original se mostró en lo que afecta a la
división de la gramática en tres partes —frente a las dos tradicionalmente
consideradas en su época—, y en su rechazo explícito de la parte exegetice y
de la parte historice como integrantes del ars grammatica, que, al igual
que hiciera el Brocense, dejó reducida a la parte merhodice.
247 Conipendium, fol. 51v.
509

Como gramático, cabe afirmar que Núñez se sintió particularmente
atraído por la fonética, superando con creces en este terreno el listón
establecido por las publicaciones precedentes de sus colegas hispanos. Y lo
superó no sólo desde el punto de vista cuantitativo —como puede ser la
mayor extensión, en general, de su Alpha baum, o la adición de capítulos
inéditos como el dedicado a los signos gráficos—, sino también por la mayor
erudición en sus contenidos. Característicos también de esta obra de Nuñez
frente a otras del género son tanto el recurso exhaustivo en sus
argumentos a la autoridad de las fuentes, como, en otro sentido, la peculiar
utilización que el autor efectuó de la epigrafía y la numismática en calidad
de disciplinas auxiliares
248. No menos original se mostró nuestro helenista
al suprimir por completo las habituales traducciones al griego del
Padrenuestro y otras fórmulas religiosas; aunque, para ser exactos, en este
sentido más bien habría que calificarle de singular, pues, efectivamente,
su Alfabeto es el único de los que hemos consultado en el que tales
oraciones brillan por su ausencia.
Subrayaremos, por último, aquello que, a mi entender, confiere al
Alphabetum una mayor trascendencia: el que su autor, con su decidida
defensa de la pronunciación erasmiana, impulsó y sancionó el ingreso
definitivo de ésta en las aulas universitarias, invirtiendo así lo que había
sido la práctica habitual hasta entonces. La mejor prueba es que, a la zaga
de Núñez, tanto el Brocense249 (en 1581) como Pedro Simón Abril2S adoptaron idéntico partido en su defensa de la pronunciación
antigua. Por lo que sin mucho temor a equivocarse, dada la influencia que
ejercieron los tres profesores en el ámbito del helenismo hispano, es
posible afirmar que en el último cuarto de siglo se habría impuesto en la
práctica aquella pronunciación en España, tanto como reconocer que
Pedro Juan Núñez contribuyó a ello de manera decisiva.
248 F. Grau ha estudiado ese particular interés de nuestro autor por la epigrafía,
—reflejado no sólo en esta obra, sino también en su correspondencia— en “Pere Joan
Nunyes, epigrafista (el primer testimoni de tres inscripcions de XéricaY’, Actas del
VIII Congreso Español de Estudios Clásicos. Madrid, 1994, III, págs. 451-458.
249 Cf E. Sánchez de las Brozas, Grammatica Graeca, págs. 2-8.
25

Por lo que respecta a la Gramática griega elaborada por Núñez, antes de
emitir un juicio desde una perspectiva de conjunto conviene matizar, una
vez más, que el posible valor de la obra se encuentra estrechamente
vinculado al prisma bajo el que se la contemple. Si éste es de carácter
científico, es decir, que lo que se pretende rastrear en ella es la presencia
del mayor número —y tratados con la mayor minuciosidad posible— de los
conocimientos científicos al uso en su época sobre la lengua griega,
evidentemente la obra de Núñez resulta insuficiente (aunque más por lo
escueto que por lo inadecuado de lo que en ella se expone). En este sentido,
sin duda Vergara ofreció la Gramática griega indispensable en su época
para cualquier especialista hispano de esta materia.
Ahora bien, si pasamos el foco de atención del especialista al neófito,
del maestro al alumno, parece igualmente obvio que, desde este nuevo
punto de vista, lo que considerábamos virtudes en la obra de Vergara se
transforman, si no en defectos, si en serios impedimentos (presentes
también en su mayor parte, aunque atenuados, en la Gramática de
Ledesma>. La propia extensión del manual, la minuciosidad en la
descripción de reglas y excepciones, lo prolijo de los ejemplos, etc.,
probablemente llegaban a constituir para los principiantes más un estorbo
que una ayuda.
Desde esta óptica pedagógica, sin embargo, es desde la que, a mi
entender, cabe valorar positivamente el trabajo de Núñez y su esfuerzo de
adecuación a unos lectores que comenzaban su andadura en el aprendizaje
del griego clásico; pero ello no le dio pie tampoco para convertir su manual
en poco más que un simple esquema, sino que supo conservar, por lo
general, un tono intermedio y adecuado a su propósito, tanto en lo que se
refiere a la selección de los contenidos, como en las explicaciones que hizo
de los mismos. Resulta curioso, en este sentido, que ya en pleno siglo XIX
Rutheford comente que la Gramática de Núñez «differs marveliously Little
from those now used in schools»
251, lo que corroborarla la afirmación de
que el valenciano supo encontrar un cierto equilibrio pedagógico.
Si, no obstante, nos viéramos forzados a establecer una gradación de esa
presunta utilidad pedagógica que adorna la Gramática que nos ocupa,
251 W. G. Rutheford, The New Phrynichus, Londres, 1881, pág. 504.
511

probablemente habría que reconocer que dicha virtud sigue un camino
más bien descendente a medida que avanza la obra. Así tenemos que el
capítulo más completo es el primero dedicado a la morfología; de
simplemente pasable calificaríamos al segundo, consagrado a la
explicación de la sintaxis, y francamente inadecuada resultaría —siempre
en mi opinión— la exposición final sobre los dialectos que hemos
comentado en último lugar.
Merece ser resaltado, por último, el hecho de que para el estudio de las
variaciones dialectales el autor utilice un método basado en los fenómenos
2~2,
de la additio, la ~uIetractio,la inversio y la mutado
idéntico al que emplea
en el análisis comparativo entre las lenguas latina y griega. Al margen de
los errores específicos cometidos tanto en una como en otra exposición (y
compartidos por lo general con sus contemporáneos), el principal defecto
del que adolece el método empleado, sobre todo en el caso de la mutado
linguae Graecae in Latinam, consiste en limitarse simplemente a los
hechos fonéticos, sin tener en cuenta las estructuras gramaticales. Pero
con eso y con todo, este proceder metódico en el análisis de los hechos
linguisticos constituye, muy probablemente, uno de los mayores méritos de
Núñez. Así lo expresó López Rueda en unas elogiosas palabras que
reproducimos a continuación, y que nos sirven para poner el punto final a
estas conclusiones:
La utilización del mismo método para el análisis de los problemas
lingúísticos que guardan entre sí cierta analogía, revela una actitud científica
de sorprendente modernidad. De suerte que, si bien la herramienta para el
estudio comparativo resulta pobre y rudimentaria, la ordenada aplicación de un
sistema para la investigación lingúistica hace de Núñez un pionero de la ciencia
del lenguaje, único en nuestro país durante el siglo XVI 253,
252 La aplicación de estos cuatro fenómenos a hechos fonéticos no es, en si,
original y puede encontrarse, por ejemplo, en Nebrija (cf. L. Gil, “Nebrija y el
menester del gramático”, en Nebrija y la introduccción del Renacimiento en España.
Actas de la III Academia Literaria Renacentista (y. García de la Concha, ed.),
Salamanca, 1983, págs. 53-64, págs. 58 y 59 para lo que venimos afirmando). Lo
singular del proceder de Núñez es la utilización del mismo método para la
investigación de hechos lingúísticos diferentes, como puede ser la fonética dialectal o
la derivación de la lengua latina a partir de la griega.
253 j• López Rueda, op. cit, pág. 230.
512

CAPITULO II
LAS EDICIONES
En sus dos últimos trabajos editoriales se decidió Pedro Juan Núñez a
acometer la edición de sendos manuscritos. Esta labor editora —que, pese a
lo extenso de su producción impresa, no había llevado a cabo hasta la
fecha’— constituía el natural reflejo de la notable madurez científica,
especialmente en su faceta filológica, que había alcanzado nuestro
humanista a estas alturas de su existencia y que le permitía acometer el
empeño con ciertas garantías de rigor.
En 1594, en efecto, daba el valenciano a la imprenta una Vita Aristotelis
ex veten transiatione, edición de un anónimo códice cuyo texto constituía
un eslabón más en la nutrida producción dedicada a la biografía del
filósofo. La Vita se acompañaba con unas tan abundantes como eruditas
Notas a cargo del editor, complemento muy valioso no sólo desde el punto de
vista de la crítica textual, sino también para una mejor comprensión de las
circunstancias y personajes que rodearon la vida del Estagirita.
Unos años más tarde, en 1601, veían la luz en Zaragoza los Phrynichi
epitomae dictionum atticarum libni III sive Ecloga. Pese al lugar y a la
fecha de publicación, la obra habría sido elaborada también en la etapa
barcelonesa de nuestro autor, como parece demostrar una serie de datos
1 En 1553-54 Núñez se había encargado de la edición valenciana del Organon
aristotélico, pero en aquella ocasión no fue el editor del texto, que se publicó en la
versión latina de Perionio.
513

que comentaremos en el capitulo correspondiente. En este segundo trabajo,
Núñez además de responsable de la edición del texto, lo fue también de su
traducción al latín. Por otra parte —tal y como ocurría en el caso de la Vila
Aristotelis —, el volumen se completaba con unas Notas consideradas
durante largo tiempo indispensables en las posteriores ediciones que se
hicieron de la obra de Frínico.
A lo largo de este capítulo haremos un estudio de estas dos
publicaciones de Pedro Juan Núñez desde el punto de vista de su trabajo
como editor del texto, es decir, desde el punto de vista de la crítica textual.
1. Renacimiento y crítica textual
La búsqueda afanosa —en ocasiones, casi febril— de manuscritos que
contuvieran textos de autores de la AntigUedad ha quedado
indisolublemente ligada a la imagen que nos hemos forjado de los sabios
del Renacimiento. El descubrimiento progresivo de códices con obras de la
literatura latina que yacían perdidos en las bibliotecas de los monasterios
—sumado al trafico con Oriente de manuscritos griegos, comenzado desde
antes de la caída del Imperio Bizantino
2—, constituye un largo y fascinante
proceso que atraviesa toda la época del Renacimiento, bien conocido hoy,
por fortuna, en sus hitos fundamentales y, a menudo, incluso en pequeños
detalles y anécdotas llenos de curiosidad. Los magníficos trabajos de
Sabbadini3 y de Reynolds-Wilson4 han contribuido no poco al
conocimiento de ese proceso, y la modélica descripción general que nos
hacen del mismo se puede completar con numerosos estudios que se ocupan
de otros aspectos más parciales.
Sin entrar en descripciones pormenorizadas, pues no es éste el lugar
apropiado para ello, diremos que, en términos muy generales, la búsqueda
de los manuscritos se desarrolló en dos fases: la más temprana (siglos XIV y
XV), estuvo protagonizada por los humanistas italianos, mientras que en un
2 Cf. a este respecto R. Pfeiffer, Historia de la Filología Clásica. II. (De 1300 a
1850), Madrid, 1981, págs. 88-90.
~ R. Sabbadini, Le scoperte dei codici ¡atini e greci ne’ secoli XIV e XV, 2 vols.,
Florencia, 1914.
‘~ L D. Reynolds y N. G. Wilson, Copistas y Filólogos, Madrid, 1986.
514

segundo momento (s. XVI) será el llamado humanismo nórdico el que
tomará el relevo
5. Por otra parte, «en la búsqueda y recogida de clásicos
—señala Pfeiffer6— hubo una mezcla de iniciativa libre entre filólogos
particulares y de organización consciente por parte de mecenas poderosos;
lo mismo ocurrió con la conservación de estos libros en las bibliotecas».
Pero el mero hallazgo de los códices, aun siendo en sí mismo
trascendental, no es con todo lo único importante en la historia de la
recepción en el Renacimiento de la literatura clásica. Los numerosos siglos
de transmisión manuscrita no habían pasado en balde, y cualquier
reflexión minimamente rigurosa sobre los entresijos y avatares del
proceso no puede sino mover al asombro ante el hecho no sólo de que sean
tantos los textos conservados, sino, más aún, de que se hayan transmitido de
manera más o menos inteligible —lo que tampoco quiere decir, es evidente,
que hayan llegado a nosotros libres de lagunas y faltas—.
Es en este último terreno, en el de la restauración de los textos clásicos a
su esplendor primitivo, en el que debemos incardinar la tarea de los
filólogos renacentistas, cuyos objetivos, por otra parte, iban más allá de la
mera solución técnica a un término o a un pasaje sospechosos de
corrupción, orientándose, en un sentido más amplio, hacia una restitución
integral del texto al contexto del que surgió. No otra cosa sugieren, a mi
entender, estas palabras de F. Rico aplicadas a Lorenzo Valía:
Roma, sin embargo, les llegaba a los humanistas tan maltrecha en la literatura
como en los monumentos. Una de las imágenes que Valía aplica a la restauración
de los clásicos, deturpados en una milenaria transmisión manuscrita, apunta
bien hasta qué extremo la crítica textual se le ofrecía como clave no sólo para
entender, sino también para recuperar en su plenitud la civilización antigua:
enmendar los libros en forma satisfactoria equivale a restituir «summos
auctores quasi in patriam»7.
~‘ Así lo describe, por ejemplo, E. 1. Kenney: «During the sixteen century the
process of rediscovery of classical antiquity initiated by the Italian humanist went
on North of the Alps. In its essentials German humanism was closely modelled on its
Italian prototype, and the hunt for ancient MSS was prosecuted with equal vigour and
perhaps more approach to system than in the great days of Poggio» (The Classical
Texr. Aspects of Editing in the Age of the Printed book, Berkeley-Los Ángeles-
Londres, 1974, pág. 77).
(‘Op. ch., pág. 90.
‘ F. Rico, EJ sueño del humanismo. De Petrarca a Erasmo, Madrid, 1993, págs. 38 y
39. También para Reynolds-Wilson el estudio comprensivo de la Antigoedad, unido a
un singular sentimiento de identificación, constituyen notas distintivas del
515

Restituir el texto genuino del autor, librándolo de las lagunas causadas
por el deterioro físico, y de aquellos errores involuntarios de los copistas u
otras interpolaciones que lo han ido contaminando a lo largo de] tiempo, es
el objetivo de lo que nosotros llamamos hoy crítica textual, pero es también
una actividad que los humanistas practicaron ya asiduamente bajo la
denominación de emendare o corrigere 8, Los estudiosos del Renacimiento
no fueron, pues, meros coleccionistas de códices, sino que pusieron en su
corrección y mejora tanto empeño como habían puesto en su
descubrimiento, forjando con ello lo que seria una de las contribuciones
claves del movimiento humanista 9.
Con todo, no sería justo pensar que las inquietudes filológicas del
Renacimiento europeo surgen completamente ex novo, olvidando los
precedentes que, en este sentido, había sentado ya la filología bizantina.
Como tampoco sería muy acertado considerar que los humanistas tocaron
techo en tan alta empresa, pues sus realizaciones en el campo de la crítica
textual dejaron, en más de un aspecto, bastante que desear: «Wilamowitz’s
dictum —recuerda Kenneyí(>~ that, with the distinguished exceptions of
Valía (...) and Poliziano, the humanists were not philologists, remains
unassailable».
El proceso de gradual perfeccionamiento por el que fue atravesando la
crítica textual durante los siglos XV y XVI ha sido bien estudiado1 1, y
conocemos con detalle las sucesivas aportaciones, no sólo prácticas, sino
también en términos teóricos, de hombres como Valía, l3rmolao Bárbaro y
movimiento humanista: «Este intento de aproximarse al espíritu clásico y de revivir y
repensar el pasado en términos de presente trasciende completamente la forma
medieval de acercarse a la literatura antigua» (op. cit, págs. 162 y 163).
8 Cf. S. Rizzo, U lessico filologico degli umnaist¡, Roma, 1973, pág. 244.
‘> Hay que matizar, no obstante, que aquella época no estuvo tampoco libre de
culpa en el proceso de contaminación de los textos. Cuando se hallaba un manuscrito,
en efecto, se hacían copias de él que circulaban entre los humanistas, con el resultado
de que si el manuscrito primero se perdía (como ocurría con cierta frecuencia), los
sucesivos copistas no sólo le habían añadido sus propios errores, sino que habian
diseminado por doquier conjeturas inadecuadas (cf. J. F. D’Amico, Theory and
Pracrice in Renaissance Textual Criticism. Bea rus Rhenanus Berween Conjecture and
l-¡istory, Berkeley-Los Angeles-California, 1988, págs. 8 y ss.).
1

Poliziano en Italia, de Erasmo, Beato Renano y Lipsio en los Países Bajos, y
de Budé, Turnebo, Lambino, Casaubon y Escalígero en Francia, por
seleccionar algunos de los ejemplos más representativos. Conviene hacer
cierto hincapié, no obstante, en el concepto de proceso, pues si algo no
debe ser considerada la crítica textual en el Renacimiento es una tarea
sometida ya a los principios y procedimientos de una ciencia estructurada
como tal; los sólidos cimientos para la formación posterior de esa ciencia
son, precisamente, los que van a quedar forjados durante esta época, por
obra de los sucesivos descubrimientos y tentativas ensayados por aquellos
y otros muchos humanistas.
Por otra parte, la conjunción de la aparición de la imprenta con la
época de mayor apogeo en el descubrimiento de los manuscritos fructificó
en el fenómeno de las llamadas editiones principes. En contra de lo que tal
vez más de uno pudiera pensar, el texto que se imprinta de un autor y que
pasaba a ser el textus recep tus no era, con frecuencia, el resultado de la
colación de una serie de manuscritos, ni siquiera necesariamente el texto
del mejor manuscrito. Más bien al contrario, la editio princeps se basaba
por lo general en una copia reciente pero que ofrecía la ventaja de ser más
legible para los impresores’
2, y el texto, que a menudo en esta primera fase
se ‘imprimía’ más que se ‘editaba’, mezclaba no pocas veces
indiscriminadamente las lecturas del manuscrito con las conjeturas del
propio editor. Naturalmente, ni esta descripción es aplicable por igual a
todos los casos, ni el proceso de edición de textos antiguos permaneció
estancado en esta fase.
Aun a riesgo de simplificar en exceso, diremos que la corrección de los
textos fue progresivamente sustentándose en dos pilares: la emendatio ope
codícum y la emendatio ape ingenhl u ope coniecturae 13• Con respecto a la
primera forma de esa eniendatio, no debe entenderse como una colación
sistemática del texto completo de los manuscritos de los que dispone el
editor, sino como la comparación eventual en todos, o sólo en algunos, de
12 Cf A. Dain, Les Man uscrits, París, 19642, págs. 160 y 161.
13 El uso de éstos y otros términos del vocabulario filológico de los humanistas ha
sido muy bien analizado por S. Rizzo en op. cit, especialmente en la Parte IV, “La
critica del testo” (págs. 207-299>. Por otra parte, conviene recordar que no seria
correcto hablar de la existencia en esta época de recensio y emendatio, sino tan sólo
de las dos formas de esta última que arriba han quedado señaladas.
517

un pasaje determinado’
4. Pero siendo la investigación de los códices un
paso importante a la hora de mejorar un texto, no era tampoco el único; el
siguiente lo constituía la emendado ope coniecrurae, por la cual el editor
proponía una lectura que él consideraba más adecuada, actuando ya al
margen de la autoridad de los manuscritos. Hay que reconocer que, en la
práctica y pese a la veneración hacia los manuscritos, esta segunda parte
del proceso gozó de mayor favor.
En cualquier caso, si bien es cierto que existía relativa conciencia de
que una buena edición debía cumplir los dos procesos citados, el grado
alcanzado de mejor o peor cumplimiento era casi tan variable como lo era
el número de editores.
Variable era también el lógico compromiso de informacion al lector
con respecto a sus métodos que, desde la óptica actual, el editor debe estar
obligado a proporcionar a sus lectores. No conviene olvidar, sin embargo,
que el propio lector de la época no pedía al responsable de aquellas
ediciones que hubiera hecho una colación completa de los manuscritos
utilizados, ni que le identificara éstos, ni que adjuntara un método que
justificara sus propias conjeturas, ni tan siquiera que indicara
necesariamente cuáles había sido éstas. En este sentido, la introducción de
la imprenta no había supuesto un cambio automático en los hábitos de los
lectores. Todo ello no quiere decir que, en muchos casos, el editor no
proporcionara, en parte al menos, tales explicaciones, utilizando con este
fin las annota dones o castigationes a la obra en cuestión, y contribuyendo
así a educar progresivamente a los lectores en una nueva actitud hacia los
textos’ ~.
En resumen, la crítica textual se fue perfeccionando gradualmente a
medida que iban viendo la luz las ediciones de los autores clásicos, llegando
a alcanzar cotas nada desdeñables, tanto en el plano del establecimiento de
sus primeros principios teóricos, como en el de su aplicación en la
práctica. Hay que reconocer, no obstante, que, como ya hemos apuntado,
no siempre los resultados en este último terreno quedaron a la altura de lo
que cabía esperar. Así lo reconoce D’Amico, cuando afirma que «Textual
14 Cf. R. Sabbadini, II merodo degli umanisti, Florencia, 1920, págs. SS y 59,
quien, tras sentar lo general de este proceder, señala las escasas excepciones.
15 cf. J. F. D’Amico, op. cit, pág. 5.
518

criticism, therefore, was a logical result of humanism, although Rs
execution was not always equal to the ideal»
1 Ó•
2. El caso de España
A la luz de este contexto, es lógico preguntarse por las aportaciones de
nuestros humanistas en el campo de la edición de los clásicos.
Desgraciadamente y salvo honrosas excepciones, el censo de las mismas no
puede proporcionarnos excesivos motivos de orgullo’7. Las causas de ello
han quedado muy bien sugeridas en estas palabras de L. Gil15: «La edición y
el comentario de textos al calor de academias o empresas editoriales les
estaba vedado (scil. a los humanistas hispanos), al no existir en España ni
grandes fondos de manuscritos1 9, ni oficinas tipográficas con la capacidad
de producción suficientes». Ni fácil acceso a buenos manuscritos, ni
buenas imprentas..., todo ello por no hablar de las infinitas trabas
burocráticas impuestas en España a la impresión y al comercio de libros2~.
Pero a estas dificultades de carácter objetivo se sumaban, además, otras
más sutiles, nacidas de los recelos inquisitoriales ante las llamadas “letras
humanas” y magistralmente retratadas por el propio Núñez con estas tan
concisas como elocuentes palabras: «...y lo peor es desto, que querrían que
nadie se aficionasse a estas letras humanas, por los peligros, como ellos
pretenden, que en ellas ay de, como emienda el humanista un lugar de
Ibidem, pág. 9.
No podemos entrar aquí en la enumeración, ni menos descripción de tales
trabajos, y nos hemos limitado a unas observaciones de carácter general. Lo relativo a
las ediciones griegas hechas en España en esta época ha sido estudiado por j. López
Rueda en Helenistas españoles del siglo XVI, Madrid, 1973, págs. 287-326.
¡8 “El humanismo español: una reinterpretación”, en A. Martínez Díez (ed.),
Actualización científica en Filología Griega, Madrid, 1984, págs. 705-722 (717).
¡o El propio L. Gil explica en su Panorama social del humanismo españoL 1500-
1800 (Madrid, 1981, págs. 704 y Ss.) esta escasez de manuscritos en España por la
ruptura que supusieron en el proceso de transmisión de los clásicos los avatares de la
Edad Media hispana.
2, así como las interesantes contribuciones de T. González
Rolán y P. Saquero en “Sobre íos avatares de la edición en el humanismo español:
acercamiento a la actividad del granadino Juan Vázquez del Mármol como corrector
general y crítico textual”, Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Latinos, 3

Cicerón, assí emendar uno de la escritura, y diziendo mal de comentadores
de Aristóteles, que hará lo mismo de los Doctores de la Iglesia» 2t.
Otro factor en contra de los nuestros —v nada desdeñable por cierto—
residía en el hecho de que muchos de los hombres de letras europeos
tenían no sólo los medios materiales, sino también el tiempo necesario para
consagrarse al estudio, liberados por patronos y mecenas de otras
inquietudes más terrenales. En España, por el contrario, casi todos nuestros
humanistas estaban sometidos a la servidumbre de la docencia, con las
cargas y las limitaciones que ello implicaba a la hora de dedicarse a tareas
más elevadas de investigación.
Como puede observarse, pues, ni la situación material ni el clima
espiritual contribuían mucho a que los humanistas hispanos pudieran
emprender en el campo de la crítica textual una tarea similar a la que se
hacía en otras partes de Europa, lo que, inevitablemente, deberá ser tenido
en cuenta a la hora de enjuiciar sus ediciones de textos de la Antiguedad.
Ninguno de nuestros humanistas estaba en situación de competir,
contando con sus solas fuerzas, con la formidable tarea que llevaban a cabo
los Manuzio en Venecia o los Estienne en París, por poner dos ejemplos
conocidos; así se explica, entre otras cosas, el carácter muchas veces
secundario de los autores y los títulos elegidos por nuestros compatriotas,
que se ajustaba mejor, probablemente, no tanto a sus gustos cuanto si a sus
limitaciones. De manera que, en justicia, no se debería achacar a la falta de
preparación o del necesario talento la causa de que sus trabajos hayan
quedado relegados a un segundo plano en este terreno, sino más bien a
todos esos otros condicionantes que acabamos de describir.
3. La edición de la Vila Arístotelis
Como indicábamos al comienzo de este capitulo, la Vita Aristotelis ex
veten transia done 22 vio la luz por vez primera en Barcelona, aún en vida
21 Carta de P. 1. Núñez a Zurita, editada en D. j. Dormer y J. E. l.Jztarroz,
Progressos de la Historia en el Reyno de Aragón y elogios de Cerón imo Zurita su
primer coronisra, Zaragoza, 1680, págs. 521 y 522. El subrayado es mio.
22 Vita Aristotelis ex veten transíatione cum eiusdem P. 1. Nunnesii notis,
Barcelona, Sebastián Cormellas, i 594. La obra apareció publicada en un solo volumen
520

de su editor (1594); posteriormente, sería objeto de tres reediciones más 23
—las tres fuera de nuestras fronteras— a lo largo del siglo XVII. La
evolución doctrinal de Núñez en el campo de la filosofía, que había
desembocado en la profesión de un convencido aristotelismo, justificaría
que nuestro humanista decidiera redondear el volumen dedicado a
desarrollar un curriculuin de signo peripatético para las Facultades de
Artes (su De recta ratione), con un completo estudio biográfico del
fundador de aquella escuela filosófica.
En la primera edición que se hizo de este trabajo la distribución de los
contenidos es la siguiente: la Vita Aristotelis propiamente dicha ocupa de
los folios 96v 24 al 102v; en los folios 102v al 104 se incluye una c2ui
Aristotelis vitam scripserint, et de huhus Vitae. Auctore Pet. loan.
Nunnesio. Goniectura 25; los folios 104v al 107 están dedicados a reproducir
una Chronologia in Olimpiades, et disdncta ab ortu Socratis ad znortem
usqué Aristotelis; los folios 107 al 190v reproducen las Notae de Núñez y,
por último, una Graecorum verborum, et locutionum interpretatio Ladna
ocupa los dos últimos folios del volumen.
En las ediciones siguientes se repite punto por punto esta distribución
(salvando las lógicas alteraciones en la paginación de los volúmenes) y la
única innovación reseñable consiste en que las tres anteponen otra Vita
Aristotelis en griego, atribuida según reza el titulo a Amonio o a Filópono,
de la que se proporciona tanto el texto griego como su correspondiente
traducción al latín.
A. Sobre el autor de la Vita y otras fuentes para la biografía de
Aristóteles
La Coniectura de apenas dos folios que Núñez incluyó a continuación
del texto de la Vita es, junto con sus propias Notas, lo más interesante de
esta obrita, pues en ella nuestro humanista, además de hacer una
con el De recta atque utili ratione conficiendi curricull Philosophiae (misma ciudad,
editor y año>, volumen en el que ocupa del folio 96v al final.
23 Vid. supra, págs. 121-1 23, para los datos bibliográficos de estas ediciones.
24 Hay un error de paginación por el que el segundo folio de la Vita figura como
94, pero se corresponde con el folio 97 deI volumen.
25 El titulo pertenece a la edición de 1621; en la de 1524 el texto de esta
conjetura aparece inmediatamente detrás del de la Vita sin ningún epígrafe que lo
encabece y sin solución de continuidad.
521

eferencia específica al manuscrito que había utilizado, repasa también las
fuentes para la tradición biográfica de Aristóteles (dandónos a conocer, de
este modo, el estado de la cuestión en su época), y sugiere algunas hipótesis
sobre el posible autor de este texto que él edita.
Muchos habrían sido —en opinión de Núñez— los autores que
escribieron en la Antiguedad sobre la vida de Aristóteles (así se desprende,
al menos, de las citas que otros hacen de ellos), pero cuyas obras
desgraciadamente no se han conservado a causa de los inevitables estragos
del tiempo. Entre ellos se cita de manera específica a Aristóxeno, Hermipo,
Teopompo, Apolodoro y Aristocles de Mesina 2~’.
Si bien nuestro autor reconoce la imposibilidad de probar su hipótesis,
sugiere que es bastante probable que también Porfirio hubiera escrito una
biografía de Aristóteles, como ciertamente la había escrito de los Siete
sabios, de Protágoras, de Sócrates o de Platón27. De lo que no le cabe duda a
Núñez, sin embargo, es de que Soción en su obra Tijs Sta Soxts —que Laercio
menciona con frecuencia—, sí habría escrito una biografía de Aristóteles.
Sospecha, igualmente, que tal vez pudo haber compuesto otra Damascio,
cuyos libros sobre Historia de la Filosofía son alabados en la Sucia 28•
Es posible incluso —conjetura Núñez— que esta Vita que él ahora edita
sea obra de Damascio29. A la hipótesis se opondría, sin embargo, el hecho
2(~ «Aristotelis Vitam scripserunt quam plurimi, e quibus hi, qui injuria
tenporis perierunt, citanturque a posterioribus: Aristoxenus auditor eiusdem
Aristotelis, Hermippus, Tirnotheus Atheniensis (Theoponipus, en la ed. de 1594),
Apollodorus, Aristocles Messenius et alii» (Vita Aristotelis, pág. 27>. De todos estos
autores hablaremos algo más adelante.
27 Porfirio (s. III d. C.), en efecto, fue autor de estas biografías, además de otra
que dedicó a su maestro Plotino: ningún dato permite, sin embargo, suponerle autor
de una Vida de Aristóteles, aunque si realizó numerosos comentarios a sus obras,
entre otros la famosa Isagoge que tanta repercusión tuvo en la escolástica medieval.
28 «...ira dubium non est, Sotionem in magno illo opere Tts 6ta6oKfls (sic) quod
saepius a Laerrio cirarun illam scrípsisse, 4..). Suspicor quoque a Damascio, audirore
Ammonii, eandem conscriptam fuisse, cuni et libros De Historia Philosophica, ut
Porphyrius ediddisser. quos laudat Suidas» (Vita Aristotelis, págs. 27 y 28; la
primera parte del párrafo reproducido figura en la edición de 1621, pero no en Jade
1594; en lo demás, el texto de la Coniecriura es idéntico en ambas ediciones). Soción
de Alejandría (s. II a.C) escribio unas Diadochai, resumidas posteriormente en seis
libros por Heraclides Lembos. Con respecto a la Suda, era habitual en esta época su
denominación como Suidas, transformando el nombre del léxico en un nombre de
persona.
29 «Ac fortasse haec, guam nos edirnus, erat illa Damascii, nisi conturbaret hanc
opinionen~ locos lIje, in quo ad extremum Simpliciurn citat» (ibidem). Damascio, que
522

de que al final de la misma se cite a Simplicio
3~1, cuando Simplicio en sus
Comentarios a la Física reconoce explícitamente haber sido discípulo de
Damascio. Es posible sugerir varias explicaciones a este hecho: no es tan
extraño que el maestro alabe al discípulo, pues así lo hace, por ejemplo,
Aristóteles con Teodectes en su Retórica; puede, incluso, que hubieran
existido dos Damascios por la misma época. Aunque la hipótesis de la
autoría de Damascio sea sugerente, reconoce Núñez que, en cualquier caso,
no está en situación de probarla, y así es como concluye con un resignado
«Sed uthaec, quae incerta sunt, nnttamus...x’31.
Dejando a un lado la cuestión del autor de la Vita, interesa detenerse
brevemente en las otras fuentes a las que nuestro editor confiesa haber
recurrido para enmendar ciertos pasajes o suplir algunas lagunas de su
códice. Con este fin ha utilizado otra biografía de Aristóteles en griego,
atribuida por entonces a Amonio o a Filópono; la Epistola att Ammaeum de
Dionisio de Halicarnaso —«qui circunscriptius, er distinctius, quam ceteri
Vitam Aristotelis persecutus est» ~—, y, por último, a Diógenes Laercio y la
Sucia. Habría que ampliar mucho, sin embargo, el catálogo de sus fuentes, si
atendiéramos a otras cuestiones de carácter más específico33.
vivió en el siglo VI d. C., fue el ultimo escolarca de la escuela neoplatónica de Atenas,
clausurada por Justiniano en el 529. Autor de unas Dubitationes et solutiones de
priniis principiis y de un In Platonis Parmenidem (editados ambos en París por C. A.
Ruelle en 1889, con reimpresión en Amsterdam, 1966), Westerink le adjudica
también la autoría de unos comentarios al Filebo tradicionalmente atribuidos a
Olimpiodoro (cf. Damascius. Lectures on the Philebus, wrongly attributed to
Qlympiodorus, Amsterdam, 1959).
~Hoy sabemos que este pasaje en el que se cita a Simplicio, el último de la obra,
es una adición posterior.
Ml Vila Aristotelis, pág. 28.
32 Vita Aristotelis, pág. 29. cf. Dionisio de Halicarnaso, ¡ Epístola ad Amniaeum,
5. Son dos las Epistolas de Dionisio de Halicarnaso dirigidas a su amigo Ameo. Los
historiadores de la literatura suelen atribuir al primer período de su producción la
que aquí se cita (aunque la cronología de la obra de Dionisio todavía suscita ciertas
controversias). Se trata ésta de una obra de historia literaria dedicada a refutar la
opinión de que Demóstenes habría aprendido oratoria a partir de la lectura de la
Retórica aristotélica, para lo que se proporcionan una serie de datos sobre la
biografía del Estagirita.
~ En la edición de 1621 figura en las seis últimas páginas un índex auctorum
Ph¡losophicorum, partim editorum, partim man uscriptorum, quorum locí
illustrantu~ corriguntur ant refelltzntur a Pet loan. Nunessio, que contiene casi
trescientos nombres, de los que una buena parte corresponden a escritores de la
Antiguedad.
523

Por otra parte, dado que en la biografía aristotélica se hace frecuente
mención de los arcontes («quibus tunc Athenis singuli anni notaban tur»),
el editor ha añadido una lista de los mismos y lo ha hecho tomando como
comienzo el nacimiento de Sócrates, para que se comprendan también las
menciones que tanto a él como a Platón se hacen en esta obra. La lista ha
sido confeccionado a partir sobre todo de los datos proporcionados por
Diodoro Sículo 34.
Entrando ya en el terreno de la investigación actual, la tradición
biográfica de Aristoteles ha sido exhaustivamente recopilada y analizada
por 1. Dúring en un trabajo que, hoy por hoy, es el instrumento
indispensable para cualquier estudio sobre este tema35. Posteriormente, el
trabajo de Chroust3. Diodoro, historiador siciliano del s. 1 a. C., compuso una
Biblioteca que es la historia general escrita en griego en la Antigúedad que más
completa nos ha llegado. Aunque se trate de una recopilación acrítica y un tanto
confusa, es valiosa en cuanto que ha contribuido a preservar una serie de datos
históricos tomados de las numerosas fuentes que utiliza.
35 Cf. 1. Dúring, Aristotle in the Ancient Biograpb ¡cal tradition, Góteborg, 1957.
~< Cf A-H. Chroust, Aristotle. New light on his life and on some of his lost works,
2 vols., Londres, 1973.
-~ Cf. también P. Moraux (Les listes anciennes des ouvrages d’Aristote, Lovaina,
1951), cuyas opiniones no son del todo coincidentes con las de los dos trabajos
anteriormente citados.
~ Cf. i. During, op. ch., págs. 459-476, y A-H. Chroust, op. cit., págs. XIX-XXVI.
~ Fruto de su actividad, que se inscribe en la pujante tradición biográfica
peripatética, fue la elaboración de una serie de biografías entre las que se contaría la
de Aristóteles. Hermipo, que trabajaba en la Biblioteca de Alejandría, habría tenido a
su disposición, con toda probabilidad, no sólo libros, sino también material
proveniente de los ‘archivos’ de la escuela peripatética.
524

siglo III a.C., a partir de fuentes muy diversas (Aristóxeno, Aristón de
Ceos, etc.);
- en la rica literatura helenística de género biográfico se inscribirían
asimismo algunas biografias de Aristoteles que tampoco se han conservado;
por ejemplo, la Crónica de Apolodoro
4 de sus 44X006’pwv ~íwv
KUI 60y31&TWV ouvaywyij e incluye un fragmento de la Cronología de Aristóteles
compuesta por Apolodoro y un catálogo de las obras de Aristóteles que,
probablemente, remonta a Hermipo. La obra de Laercio ha sido editada por R. D.
Hicks, 2 vol., Londres, 1950, y su biografía de Aristóteles lo ha sido por Dúring, en
op. cit, págs. 41-50.
42 Editada por 1. Dúring, op. chi, págs. 83-89.
525

primera mitad del siglo IV d. C., se caracteriza por su tendencia a glorificar
al Estagirita siguiendo ciertas concepciones neoplatónicas.
De esta Vida compuesta por Ptolomeo habrían derivado —además de
dos biografías sirias y cuatro árabes— otras tres conocidas como la Vita
Marciana ~, la Vita Vulgata y la Vita Latina ½En relación a estas tres
biografías hay un hecho importante que interesa destacar, y es que las
tres son versiones independientes de un mismo epítome original, datable
en torno al siglo y d. C. y utilizado presumiblemente por la escuela
neoplatónica de Amonio. De entre estas tres Vitae, las llamadas Vulgata y
Latina presentan mayores afinidades entre si, aunque difieran un tanto en
la selección y disposición del material.
Si intentamos ahora poner en conexión todos estos datos con aquellos
otros que nos proporcionaba Núñez, nos será posible extraer algunas
conclusiones de interés. Recordemos, por ejemplo, que nuestro humanista
conocía la existencia de la perdida biografía de Aristóteles obra de
Hermipo. En lo que se refiere a la de Ptolomeo, ignorando, como era lógico,
el nombre del autor, la utilizó tanto en la versión de la Vita Ladna —que es
la que él edita—, como en la versión de la Vita Vulgata (la biografía en
griego que atribuye a Amonio), con plena conciencia de que ambas
versiones correspondían a una misma fuente. Se habría servido asimismo
—siempre según su propia confesión— de la biografía de Diogenes laercio,
y, sin embargo, desconocía al parecer la de Hesiquio. Por último, también
conoció y utilizó las noticias sobre la vida del Estagirita transmitidas por
Dionisio de Halicarnaso.
Así pues, los conocimientos de aquella época en lo que se refiere a las
fuentes que transmitían la biografía de Aristóteles, se acercaban bastante,
en términos relativos, a los de la actualidad, aunque la ignorancia por
aquel entonces de una serie de datos hoy accesibles, impedía dotar al
conjunto de esa tradición de una cierta estructura.
‘

Hay todavía un último aspecto en torno a estas cuestiones que merece, a
mi juicio, algún comentario. Me refiero a la inspiración neoplatónica que
Dúring señala para las tres biografias conocidas como Vita Martiana,
Vulgata y La tina. Esta resultaría obvia para cualquier estudioso de la
filosofía en el caso de la Viti atribuida a Amonio (la Vulgata), dada la
adscripción de este autor a dicha escuela; pero es digno de reseñar que
Núñez acertó plenamente tanto al observar idéntica influencia
neoplatónica en el texto de la ‘¿ita Latina que él editaba, como al atribuir su
autoría a algún discípulo de aquella escuela:
Nostra sane belle congruit cum sensibus Ammonii, uL ex efus officina
prodiisse videa tun Erenim laborar vebemnenter de consenso Píatonis er
Aristotelis, arque Mathematicas numeraL in partibus Philosophiae; quae
familiares sunt sen ten tiae Ammonii er ejus secta toronh
E. El manuscrito utilizado por Núñez
Dejó escrito Núñez que el códice por él utilizado para esta edición era e]
único que había podido encontrar de la ‘¿ita, y que el ejemplar se hallaba,
al parecer, en mal estado de conservación
46. Nada indicó, por el contrario,
sobre el origen del mismo o el lugar donde había sido adquirido o
consultado, lo que, siendo censurable, no lo es tanto si recordamos que la
no identificación de los manuscritos constituía en la época una práctica
bastante habitual’.
48 cf Dúring, op. ch., pág. 179.
527

afinidades con los manuscritos que componen la familia c
1. A esta familia
de manuscritos atribuye Dúring los siguientes49:
5. XIII - Paris. 119
5. XIII-XIV - Matr. 1427
Vita Latina: Familia c1
- Rouen 920
- Prag IV 0 6
- Trento 1780
Ninguno de los mss. reseñados lo identifica, no obstante, como e] que
utilizó Núñez en su edición, lo que mueve a pensar, aunque nada se indique
en este sentido, que este códice se considera hoy perdido.
Manifiesta Dtiring cierta sorpresa ante el hecho de que nuestro autor
creyera estar haciendo una editio princeps cuando, en realidad, el texto
que editaba era ya bien conocido: «Apparently he did not know that this
Vita already had been used by many other scholars, but published it as an
eclitio princeps»5

una segunda edición apareció en Aristoteles. Opera nonn ulla latine pa
loannem Argyroprflos et alios (Venecia, G. de Gregoriis, 1496)~’. Parece ser
que tan sólo estas dos ediciones precedieron a la que realizó Núñez en 1594,
casi cien años después. La primera edición crítica de esta ‘¿ita, por su parte,
fue la realizada por V. Rose en sus Aristotie. Fragmenta (Leipzig, 1886,
reimp. 1966), y la más reciente, y completa hasta la fecha, es la que incluye
Dúring en su trabajo ya largamente mencionado 53.
C. Estudio crítico de la edición de Núñez
A la hora de enjuiciar la labor editora de nuestro humanista, resulta
casi superfluo señalar que tal juicio no debe tomar como criterio normas
fijadas como tal mucho tiempo después. Ciñéndonos, pues, a las pautas
vigentes en su propia época, ya hemos descrito al comienzo de este capítulo
el estado de la cuestión en sus rasgos generales, aunque lo hayamos hecho
de forma apresurada y sin duda un tanto superficial. Precisamente uno de
los aspectos que destacábamos allí era el de la no existencia todavía de unas
normas claras y codificadas a las que se supone que debieran sujetarse las
ediciones de textos antiguos5’.
53 Cf. 1. Dtiring, op. ch., págs. 151-158.
~ El primer tratado teórico de crítica textual lo constituye el De arte sive ratione
corrigendi antiqoorum libros disputatio de F. Robertello, a cuya publicación en 1557
seguirá la del De arte crítica a praecipoe de altera eios parte emendatr¡ce (1597) de
O. Sciopio (cf. E. 1. Kenney, op. ch., págs. 29-3 7>.
529

3. La emendatio ope coniecturae, en la que se ponía a prueba el ingenio
del editor y para la que se utilizaban toda clase de recursos filológicos
(conocimiento de la lengua griega, recurso a las disciplinas auxiliares,
etc.), era la parte más apreciada del proceso.
4. La comunicación al lector de las fases anteriores era voluntaria tanto
en la propia existencia o no de la misma, como en la extensión y
profundidad de las explicaciones; éstas podían extenderse a todos los
cambios realizados o limitarse sólo a algunos de ellos; caso de que este
comentario a la edición se llevara a cabo, se incluía, generalmente al final
de la misma, en forma de Notae o Castiga dones.
En el caso de la Vita Aristotelis editada por Núñez, el objetivo de este
capítulo es, como ya se ha indicado, analizar la edición desde el punto de
vista de la crítica textual, lo que haremos utilizando como criterio los
requisitos anteriormente enumerados, pues, a mayor grado de
cumplimiento de los mismos, mejor cabe considerar la edición sometida a
juicio.
1. Aunque nuestro humanista no identificara el manuscrito utilizado
para su edición, recordemos que sí señaló, por el contrario la fuente a la
que había recurrido para completar los pasajes corruptos y las lagunas de
aquél
55; se trataba de la~ AptOTOT¿Xous píos, en griego, que figura en los
Comentarios a las Categorías de Amonio (o según otros de Filópono) y cuyo
texto se corresponde con el de la llamada ~./itaVulgata. Esta biografía, más
concisa que la Vita en latín que él edita, habría sido elaborada, a juicio de
nuestro autor, a partir de ésta: «Ex bac ‘¿ita Aristotelis quani nos edimus,
decurtata lila fuit, quae praeposita est Commentariis Categoriarum
Aristotejis Ammonii, aut tu alii volunt, Pbiloponi»56, idea que repite en
varias ocasiones a lo largo de la obra57.
~ «Curavirnus tamen, or potoinius, illod restituere, facta comparatione com ifla
‘~‘ita Graeca, qua Philopono tribuitu~ licet lila multo auctior huios contentione
reddarur» (Vila Aristotelis, pág. 29>.
56 Vita Aristotelis, pág. 28. Tanto Amonio como J. Filópono fueron filósofos
neoplatónicos de la escuela alejandrina. Del primero nos queda una obra titulada De
fato y de ambos una serie de Comentarios a obras aristotélicas (publicadas en
Comnientaria in Arisrorelem Graeca, IV, 3; lv 4; IV, 5 y IV, 6, respectivamente).
5~ «Illud unom veheinenter dolendum, Graecum exempIar huius vitae nobis non
contigisse, neqoe illud, quod praepositum est Comnientariis Categoriarom purum
putoni Graecom esse, sed videri poLios ex transíatione veten con versom» (Vita
Anistotelis, págs. 29 y 30).
530

2. Hoy sabemos que no es así x’ que se trataba de dos textos distintos,
aunque derivados ambos de la misma fuente (un epítome del siglo V d. C. de
la biografía elaborada por Ptolomeo), y coincidentes, por tanto, en muchos
pasajes. Sin embargo, el hecho de que Núñez creyera que esta ‘¿ita en
griego era un epitome de la Vita latina, justifica que la utilice (allí donde le
es posible hacerlo) como el punto de referencia necesario para hacer una
auténtica emendatio ope codicwn, pues sus conocimientos de la lengua
griega bien le permitían hacerlo.
Teniendo en cuenta que un punto de apoyo muy importante para la
fijación del texto lo constituían también, en opinión de los humanistas, los
llamados testimonia scriptorum idoneidoruin o tradición indirecta 58,
alguien a quien queramos considerar buen editor estaría obligado a
declarar cuáles de estas otras fuentes ha utilizado. Así lo hizo Núñez quien,
según veíamos en el epígrafe anterior, dio cumplida información a sus
lectores sobre este punto.
3. Con respecto al proceso de la emendatio ope coniectura, fue éste un
procedimiento seguido por Núñez en más de una ocasión. Lo afortunado o
no de sus hallazgos, tendremos ocasión de juzgarlo inmediatamente, pues a
continuación estudiaremos cada uno de pasajes en los que corrigió el texto
mediante este procedimiento.
4. En cuanto al último aspecto a tener en cuenta en una buena edición,
la información a los lectores de las enmiendas hechas al texto y del método
seguido en su ejecución, hay que reconocer, en honor a la verdad, que
Núñez no sólo utilizó sus Notas para hacer acotaciones de tinte histórico,
filosófico, literario, etc., sino que también se sirvió de ellas para elaborar
un verdadero aparato crítico. De esta manera, es decir, a partir de su propio
testimonio, nos es dado conocer casi todas las correcciones que ha
introducido en el texto, así como los argumentos que le movieron a
efectuarías.
Según las características descritas, podemos afirmar que, en líneas
generales, la edición de Núñez se ajusta a los cánones de su época. Hay un
~ Así lo señala, por ejemplo, S. Rizzo, quien hablando del proceso de ernendare
seguido por los humanistas precisa: «1 mezzi di cui essi si valgono vanno dalia
colazione di altri manoscritti al confronto con la tradizione indiretta, o colí’
originale nel caso di traduzione, alía congettura» (op. cit, pág. 244).
S31

par de cuestiones, sin embargo, en las que, siendo exigentes, es posible
hallar algunos motivos para la crítica.
La primera de ellas es que esa actitud de informar al lector de las
enmiendas efectuadas no haya sido elevada al rango de norma, ya que en
unas cuantas ocasiones parece evidente que el editor ha corregido el texto
y, sin embargo, no indica haberlo hecho. Claro está que conviene
mantener cierta prudencia al respecto, pues al haber utilizado Núñez un
solo manuscrito y al no poder cotejar sus lecturas por estar hoy perdido, es
difícil establecer, en estos casos dudosos, si estamos realmente ante
conjeturas de la cosecha del propio editor (aunque Éste no las reconozca
como tales), o si estas supuestas conjeturas se corresponden con variantes
que presentaba el códice hoy desaparecido frente a las lecturas del resto de
los manuscritos.
La otra cuestión censurable es que tampoco haya sido explicito Núñez
en el método seguido para incorporar o no al texto las correcciones que
realiza. En unos casos, en efecto, lo que se enmienda es el propio texto de la
‘¿ita, pero en otros la corrección se limita sólo al campo de la Nota, sin que
se llegue a rectificar el texto; no nos ha sido posible, sin embargo,
averiguar la pauta seguida, por lo que no podemos explicar bajo qué
circunstancias el editor ha aplicado uno u otro criterio.
Comenzaremos nuestro estudio, pues, por la recopilación de aquellas
correcciones al texto que Núñez señala como propias, y por el análisis de lo
acertado o no de las mismas. Dentro de esta primer grupo hemos
distinguido, a su vez, tres supuestos diferentes: el primero lo constituyen
aquellas lagunas de su manuscrito que el editor suple lo mejor que puede,
recurriendo generalmente para ello al texto de la ‘¿ita Aristotelis en
griego; el segundo, son correcciones que Núñez efectúa en sus Notas, pero
que, por razones que ignoramos, no llegó finalmente a incorporar al texto;
e] tercero y último, lo constituyen las correcciones al texto propiamente
dichas.
A continuación, procederemos al estudio de las variantes con respecto a
las lecturas de su familia de manuscritos, cuyo origen, aunque nada se
indique al respecto, presumiblemente deba situarse más bien en una
conjetura del editor que en el del texto del manuscrito.
532

a) Lagunas en el ms. de Núñez ~
1. - (...) cuius , Nu.
- (.4 cuius faínam eL nutrimenrum hahens in memoriarn ipsius Filiom Nicanora
educaviL eL docui eL sibi filium fecit eL in morte sua precepit in testamento
suam filiam 4..), y. Lat.
- (...) O KOI rs tpow~s gt«~c~v~1EvOs 4 ‘AptoíoiÁXtw e~J ~tcvOV [GV TO1JTOIJ
NtKávopa áv¿Qpc$E «ti ndoav nat6Etav E1TatSEUIEV áKXá «ti uiói’ UUTOV
(hKctoTlonloaTO «ti TEXEUTt)V y ~v Ttlts L&ais StaO~jKats tTT¿TPE4>E TT)V &turoii
eUyaTEptL (...), y. Vulg.
Su ms. presentaba en este pasaje una laguna, que Núñez suple con la
traducción del pasaje correspondiente de la ‘¿ita griega, como él mismo
dejó indicadé>’ y cómo es fácil comprobar mediante el cotejo con ésta.
2. - Proprium autem foit pbilosophiae Aristotelis non discedere , y por «V.Lat» el texto de la ViLa Latina (para esta
dos últimas utilizamos el texto tal y como lo fija 1. Dúring en su edición crítica: los
números entre paréntesis que hacemos figurar a continuación de la página se
corresponden con los parágrafos en los que Dúring lo divide). Por otra parte, la
numeración que hacemos de los distintos pasajes comentados, tiene como objeto el que
sea más fácil remitirse al pasaje correspondiente a la hora de extraer las
conclusiones.
69 Núñez, pág. 18; During, págs. 151 (3) y 131 (2).
~ Cf. ViLa Aristotelis, Nota 12, pág. 50.
62 Núñez, pág. 26; Dúring, pág. 157 (50-52).
63 Vita Aristotelis, Nota 73, págs. 162.
533

testimonio de los comentaristas de Aristóteles, puesto que la ausencia de
este pasaje en la ‘¿ita griega le impedía recurrir a ésta:
Quia nil crebrius in omnibus explanatoribus Graecis legimus, guam
ArisLoLelenl et eius secLa Lores nunqoan ct’fioTcLoOat TflS EVcLpyELOS, idque in eius
libris ubique verum esse experirnur. Sed nullus illorom planius, neqoe
accuratios hoc instirorum Aristotele docuit, guam Simplicios in TOZS
1IpOyeyO[tEvOt~ (scil. UPO>WYOVÉVO¡s ) Categon bis verbis, quae Latine expriniam:
nusquam autem solet (Aristoteles) ab evidentia recedere {...>64,
El cotejo con los restantes mss. —que presentan la lectura a manifestis—
permite comprobar que Núñez acierta plenamente en el sentido de su
conjetura, aunque, como por otra parte era lo lógico, no llegara a adivinar
el término exacto. Lo mismo se puede decir del campos uit que conjetura
para la laguna al comienzo del segundo párrafo: t

enmienda, basada en la lectura de la Vita griega, lo prueba el hecho de que
otra familia de manuscritos presente, efectivamente, mittitur in
Macedoniam, que es también la lectura que propone Diiring.
4. - ArisLoLeles (...) eL rnultum laboravit pro rege (scA!. Philippo) 69, Nu, V. Lat.
- (...) noNNá ydp ¿6unj&~ napd ,~ ~aotXd, V. Vulg.
Todos los mss. ofrecen en este lugar la misma lectura, con tan sólo las
variantes de carácter morfológico ¡aborabat ¡‘la boravit. Sin embargo, el
sentido de este verbo, en un pasaje en el que se habla de la influencia de
Aristóteles ante Filipo, le parece a Núñez un tanto sospechoso; en
consecuencia y a partir del cotejo con el texto griego, propone la lectura
valuit apud regem y sugiere que la causa del error bien pudiera haber
estado en una confusión del traductor entre los verbos ~SnvijO~y tnonj6~:
In Graeco exernplari pro illis verbis et multum laboravit pro rege, rectos
scribiLur noXX& 46uvV~ napd u4 j3aotXÉi, q. d. multum valuit apud regem. Forte
hic aocLor legerat tnovi*n, quod fbI Lis Lestimoniis posseL confirniari 70
5. - (...) declarant missae ab eo episLolae (~••) ~ Nu.
- (...) declarant misse ab eo episLole 4..), V. Lat.
- (...) SpXoioouotv al WEPó~EWLL aiiroii ouwra~wa’t 4ntoroXat (...), y. Vulg.
En este pasaje, recomienda el editor efectuar una inserción, cuyo objeto
es precisar el sentido de epistolae mediante el adjetivo commendaticiae, y
que estaría justificada «ex codice Graeco, in quo otJoTaTtKat diserte
positum» 72.
6. - (...) festivitatem celebrahabant Aristotelis, Aristoreflam ipsam vocantes ‘-~, Nu.
-¿opri~v ¿ITLTEXoUoL TI) ApLUTOTEXEL, AptaTo’ÑX¿ta aúTflV T?POOUyOpEUOVTES, V. Vulg.
Todos los códices presentan la lectura Aristoteliam, pero Núñez indica
en la Nota correspondiente a este pasaje: «Lego autem Aristotelia neutro
sia ch’ essa venga ricavata da fonti manuscritte, sia che venga restituita per
congettura» (op. dL., pág. 280).
~ Núñez, pág. 20; Dúring, pág. 153 (15) y 134 (15).
70 ViLa ArisLotelis, Nota 37, págs. 88 y 89.
~ Núñez, pág. 20; Dúring, pág. 153 (16) y 134 (16).
72 Vita AristoLelis, Nota 38, pág. 89.
~ Núñez, pág. 20; Dtiring, pág. 153

pluralia, nr apud Ciceronem in Verrem Marcellea (...) et alia sexcenra
einsclem generis»
74. La enmienda, correcta desde el punto de vista
gramatical, se apoya en la lectura del texto griego y es la misma que
sugiere Dúring en su aparato critico, donde afirma que «Aristotelia
legendum».
7. - Philosopbiae autem addidiL qointam essenLiam ~, Nu.
- Pbisice autem addidiL quintam essentiam, y. Lat.
- (...) Tfl & yc ‘pjoui~ TTOoO(OTIKE TflV TTC[IITTIjV oúoiav, V. Vulg.
De nuevo en sus Notas corrige el texto Núñez con mucho tino, a partir
del cotejo con la ‘¿ira griega: «Hoc loco in Graeca viLa legitur venus
Physicae, Id est, parti naturali Philosophiae. Forrasse Jegebatur Physicae,
et ex compendio scniptnrae manavir error ant quod melius Physiologiae
quo verbo utitur M. Tullius. Nisi malis per antonomasiam positum nomen
generale pro speciali>’798.
‘~ Vita Aristotelis, Nota 39, pág. 90. Con respecto al uso de legere precisa S.
Rizzo: «II verbo lego é spesso usato dagli umanisti in contesti filologici. (.j. II verbo
é usato sia per lezioni manoscritte che per congetture» (op. cirt, pág. 209).
~ Núñez, pág. 24; Dúring, pág. 156 (37) y 136 (27).
76 ViLa Aristotelis, Nota 60, pág. 127.
~ Núñez, pág. 17; During, pág. 151 (1).
78 Vira Aristotelis, Nota 1, pág. 41.
536

9. - Non enim verum, quod aedificavit AvistoLeles Lyceum contra Píatonem vivum
existenteni, sicut Aristoxenus accusaviL, eL Aristocles postea y’>, Nu.
- (...> et Aristotides postea, c.
- 4..) et Aristides postea, V. Lat.
En este pasaje, el argumento del que se sirve el editor para apoyar su
conjetura es de otro orden bien distinto:
Aristocles vero Messenius Peripateticus apud Eosebium lib. 15. de Praep
Evangel. cuni caeLera crimina, qoibus iacLabatur a sois aemulis Aristoteles
diluisset, duo tan tutu fateretur vere illi obiici: onuni de nuptiis Pythiadis,
alterom de ingrato animo in Píatonem, quamvis prius quoque dissoloit. Ex quo
loco nos, cum legeretur in Ms. Aristotides, curavimus reponenduni
Aristocles 8.
Como se aprecia en el texto de la ‘¿ita latina, Dúring establece la lectura
Aristides que traen algunos manuscritos. Sin embargo, la conjetura de
Núñez merece cierta consideración. El argumento en que se basa es la
Praeparatio Evangelica de Eusebio, donde se han conservado algunos
fragmentos del De Philosopbia de Aristocles, filósofo peripatético del siglo
II d. C.; entre ellos figura uno en el que, tras defender al Estagirita de las
inj ustas calumnias de sus enemigos, sólo le reprocha su boda con Pitiade y
su ingratitud hacia Platón81. El fragmento es bien conocido y resulta muy
interesante en cuanto que representa un inapreciable testimonio de las
tempranas invectivas contra Aristóteles82. ¿Estaba pensando en este texto
el autor de la ‘¿ita? ¿Es correcta la conjetura de Núñez? Ciertamente no me
atrevo a aseverarlo, pero, en cualquier caso, tampoco parece estar fuera de
lugar.
10. - Plato aotem natos foit Diotimo dominante Atheniensi bus, eL vivens annis LXXXI,
ñniviti vitam soam sub Theophi¡o ~, Nu.
- (...) Dictimo dominante Atbeniensibos eL vivens annis LXXXII (..4, c.
- (...) Diotimo dominante Atheniensibus et vivens annis LXXXII (...), V. Lat.
~‘> Núñez, pág. 19; Dúring, pág. 152 (9).
~ ViLa Aristotelis, Nota 26, pág. 73.
SI Cf. Eusebio, Praep. Ev., XV, 791a-793c.
82 Cf. 1. Dúring, op. ch., págs. 373-375, 463 y 468.
83 Núñez, pág. 19: Dúring, pág. 152 (10).
537

Atendiendo a fuentes muy diversas, recuerda Núñez en las Notas que
existe cierta disparidad sobre el número de años que vivió Platón:
Neantes apud Laért 84 annos eum vixisse tradit, qoam ratione secu tos ignoro
plane. Atbenaeus vero 82, quern eL sequitur Soidas (...) Laért. quiden diserte
refert ex flermippo 81 annos vixisse 4..). Valerius Maxim. ad octogesimum
quoque eL unum annom cius vitam perductam prodit M. antea Tullius in Catone
81 suae actatis mort-uum fuisse testatus eraL Apertius Lamen Censorino De die
¡]atali 81 anno euni viLa excessisse ait 4..). Sed omniuni distinctissime Seneca
epistola 58, aoL uL ahí numerant 59, bis verbis: «Nam hoc scis puro, Platoni
diligentias suae beneficio contingisse, quod natali suo decessit, et annum unum
atque octogesimum implevit sine ulla deductione» 84.
Aunque la mayoría de las fuentes que aduce Núñez opta por atribuir a
Platón en el momento de su muerte los ochenta y un años por los que él
también se inclina en contra de la lectura de su manuscrito, lo que sobre
todo ha motivado su conjetura al respecto son los datos que proporciona el
propio texto, a saber, que el nacimiento del filósofo había tenido lugar
bajo el arcontado de Diotimo (428-427) y su muerte bajo el de Teófilo
(348-347).
Para argumentar el primero de dichos datos, y la nueva conjetura que
en este punto ha efectuado, arguye el editor que «Diotimo restitul ex
Diodori Bibliotheca, cnm legeretnr Dictymo in Ms.». La conjetura (que se
justifica con bastantes más argumentos que ahorramos aquí) resulta
apropiada, como demuestra el hecho de que sea ésta también la lectura
que establece Dtiring a partir de la que presentaban otros mss. El arcontado
de Teófilo para la muerte de Platón, por su parte, lo apoyan varias
fuentes, entre ellas el propio texto de esta ‘¿ita: «Quod autem archonte
Theophilo obierit Plato, confirmant Dionysius Halicarn. et Athenaeus
atque Laertius

II. - Aristoteies natas sub Diotrepbe ~, Nu.
- 4..) eL Theophanii suorom discipnlorum, V. Lat.
Dúring y el consenso de los mss. presentan la lectura Tbeophanii.
También ocurría así en el de Núñez Cf. Vita Aristotelis, Nota 39, págs. 90 y 91.
539

Entre los primeros está la cita que hace Estrabón en su libro XIII del
peripatético Fanias; también Ateneo cita en muchos pasajes a un Fanias de
Freso, peripatético y, por último, Plinio, en su libro XXI, ha utilizado pasajes
de los escritos de Fanias, especialmente en lo relativo a las plantas.
Por otra parte, tanto la inclusión del nombre de Fanias en la lista de
díscipulos de Aristóteles que aparece al final de esta ‘¿ita (...discipulos
Theophrastum, Phaniam...), como su colocación en segundo lugar
inmediatamente después del de Teofrasto, prestan un sólido apoyo a la
corrección de Núñez, quien propone leer también aquí Theophrasti et
Phaniae en lugar del Theophrasti et Tophani que trala su texto, pues el que
los dos nombres se citen juntos —argumenta nuestro humanista— bien
puede deberse a que ambos discípulos eran originarios de la misma ciudad:
«quod ambo Eresii fnissent ex insula Lesbo». Por último, sugiere el editor
que la lectura Tophanii del ms. bien puede ser una mala interpretación del
griego T&U ‘tavíou, lo que es sugerente (aunque pudiera ser también una
falta de contexto por influencia del Theophrasti precedente).
En mi opinión, el texto de la ‘¿ita Latina merecería, tal vez, ser revisado
en este pasaje, pues no sólo la conjetura de Núñez está solidamente
argumentada, sino que hay otros dos hechos muy importantes que la
avalan:primero, que no hay documentado ningún discípulo de Aristóteles
cuyo nombre sea Teófanes
91; y segundo, que la Vita Marciana —otro de
aquellos epitomes que derivaban, como ya hemos dicho, de una fuente
común—, presenta, en efecto, en este lugar la lectura OEOIppUOTOU KW.
tavíou92, es decir, la misma que conjetura Núñez.
14. - (...) scripsit Alexandro libruni unum de regno ~, Nu.
- (...~ITEpt B«OLXEtaS Eypw}Ev 4v #h Vovof3~$Xqj, y. Vulg.
El unum, que no figura en ningún códice, lo inserta el editor a partir
de la lectura de la ‘¿ita en griego: «Restitni TO nnum ex Graeca vita: nbi
legitur tK é4 vovo13í13X9 ÍTep\ BautXdas, q. d. singularem librnm de regno
edidit»94.
91 El único Ocowdvns que conocemos es un historiador del siglo II d. C.
92 Cf. 1. Dúring, op. cit, pág. 100 (17).
~ Núñez, pág. 21; Dúring, pág. 154 (21) y 135 (22).
9’~ ViLa Aristotelis, Nota 42, pág. 94.
510

15. - (...), addidit autem philosopbiae pl ura, quae ipse invenit ~ Nu.
- (...), quae ipse elegit, c.
- (...), quae ab ipsa elegiL, V. Lat.
La conjetura de Núñez se basa, en este caso, en sus conocimientos de la
lengua griega. Así, interpreta que la lectura elegit de su ms. se debe a que
el traductor habría leído en griego 4pflKE: «Pro qno ego malíñ T)UPflKE
minina mutatione. Atqne ita reposuit invenitx’
96. La hipótesis de la
confusión entre estos dos perfectos no estaría, desde luego, infundada y
mejora la comprensión del texto; sin embargo, Dúring ha mantenido la
lectura elegit.
16. - 4..) eL sic mnaiorem tieri axeni base 4..) ‘~, Nu, V. Lar.
En este pasaje, el códice de Núñez presentaba una falta de copista, quien
había interpretado la palabra axem como una cifra: A XCIII. El error es
propio de este ms. y no aparece en ningún otro. El editor lo advierte y,
haciendo gala de gran agudeza filológica, conjetura la lectura correcta:
«Legebatur in Ms. maiorem fien a XCIII base, quasi notae essent
anithnieticae. Ex quibus ego axem describendum curavi>~98.
17. - 4..) discipulos Theophrastum, Phaniam, Plama, Fudimuin, Clitom (...) ~ Nu.
- 4..) pbaniam, planiam, eodimiom, oliLnnj (...), c.
- (...) Phaniam, Evdimum, Clitum

Así, el nombre de Flama (Planiam, en c), que Dúring desestima pues no
aparece en otras familias de mss., le produce a nuestro editor la extrañeza
que era de esperar: «Sed qnad sequitur Plamae, quid sit ignoro. Nullnm
novi discipulum Aristotelis eo nomine». Son dos las posibles rectificaciones
que se sugieren: la primera que se pueda leer Platón, pues hubo un
discípulo de Aristóteles con este nombre («nisi forte legas Pía tonem. Fuit
enim ea nomine auditor Aristotelis de qno Laértius in Platone, et
Philoponus in Commen tan lib. 1 De syllogismaxO; más apropiada, sin
embargo, le parece a Núñez esta otra interpretación: «Mala tamen
reponere Phaniae, quad propius abest a scriptura: nt quemadmodnm
Demosthenes Demosthenis, a allí sexcenti cognomines patnnn, sic Phanias
Phaniae apellaretur; qnanqnam id nnsqnam de Phania legi».
Al carecer de algún otro ms. para su cotejo y al darse la circunstancia
de que este pasaje no aparece tampoco en la Vita griega, hay que
reconocer que Núñez no podía hacer mucho más en este punto de lo que ha
hecho. A partir de las lecturas de otros códices de la familia c que
presentaban la lectura

18. - (...) ducitur ad quendam Proxenum Atarnensem (...) >~>, Nu.
- (...) ducitor a quodam nomine Proxeno Atarneo 4..), y. [st.
- (...)ávdytmt (...) i¡apá TLVL IIPOtÓ’OJATLLPVEZ, V. Vulg.
La lectura Atarneo de la ‘¿ita Latina es una conjetura de Dúring; los
mss. ofrecen diversas variantes en este gentilicio pero todas incorrectas
(la familia c presenta Acartn). En cuanto a la lectura a quadam (que
aparece en todos los mss.), Díiring no la modifica, pero indica que debe
interpretarse como «rnistake of the translator&’ t>2.
¿Cómo explicar que en este pasaje la edición de Núñez se oponga a las
lecturas que ofrecen los manuscritos e incorpore avant la lettre las dos
correcciones que hace Dúring? Mi hipótesis es que sencillamente el pasaje
faltaba en el códice de Núñez, y éste (aunque no mencione que lo ha
hecho) ha recurrido una vez más a la ‘¿ita en griego para suplir la laguna,
como el cotejo entre ambos textos permite apreciar. Esto explica las
supuestas conjeturas, que en realidad no serian tales, sino que
simplemente responden a la traducción que hace el editor del texto griego.
19. -Martuo aotem Socrate PíaLonem adit, cum eoque annos viginti versa tus esL103, Nu.
-Mortoo autem Socrate adhesit Píatoni et moratos est cum eo annis XX, c.
-TEXEUTIjOUVTOS St 70V IbiKpaTous wovr« HXáTWVL KUt TOUTOJ OUVEOTLV (TI) EIKOOL,
V. Vulg.
Al igual que ocurría en el ejemplo anterior, las discrepancias del texto
de Núñez con el de los mss. (que en lo que concierne a este pasaje son sólo
lexicales) parecen deberse a que el editor ha recurrido de nuevo al texto
griego, lo que pudo haber hecho (dado que, por lo demás, el sentido en
ambas versiones es el mismo) para suplir una laguna de su códice.
20.- (...) etetiam Eressom urbem Theophrastii (•~•> ~ Nu.
- (...) et etiam Ephessom urbem Theophrastii 4..), c.
- (...) er etiam Eressnm orbem Theopbrasrii 1...), y. [st.
- (...) «ti T~VEpEOJ’OV SE TflI’ 70V OowpdoTou MÓX¡v (...), V. Vulg.
11>1 Núñez, pág. 17; During, págs. 151 (3) y 131 (2).
102 Op. ciÉ, pág. 159.
~ Núñez, pág. 18; Dúring, págs. 152 (5) y 132 (4).
104 Núñez, pág. 20; Dúring, pág. 153 (18) y 134 (17).
543

Puesto que el consenso de mss. de la familia c presenta Ephessum, es
lógico pensar que ésta sería también la lectura del códice de Núñez; sin
embargo, su edición ofrece el nombre correcto, Eressorn, que es el que
también establece Dúring basándose en otras familias de mss. distintas de c.
Todo parece indicar que ha sido nuestro humanista (buen conocedor de la
historia de la filosofía y, por tanto, de cuál era la auténtica patria de
Teofrasto>
t>5) quien ha corregido el texto, con el apoyo además de la lectura
de la Vita en griego que presenta el correcto ‘Epcoaov.
21. - Speusippo autem nepote Plator>is morLuo 5005 discipulos suscipiont Xenocra Les,
eL Aristoteles ~ 106, Nu.
- (...) suos discipulos suscipiunt Xenocrates eL Aristotiles (...), V. [st.
- (...) «ti áv~ó’rcpot ot’rot a TE ‘AptOTOT&07, No.
- Composuit (...) etaspectiva problemata eL mathemat¡ca (...), c.
- Composuft 1...) eL aspectiva problema La eL mechanica (...), y. [st.
Es difícil establecer aquí si era el códice de Núñez el que se apartaba de
los restantes mss. de su familia con la variante mechanica por
mathematica, o si, por el contrario, ésta responde a una conjetura del
editor. Si me inclino más bien por este segundo supuesto, se debe sobre todo
a las exhaustivas explicaciones que acerca de los aristotélicos libros de los
Problemas Núñez da en la Nota correspondiente, y que demuestran que
>

conocía la cuestión suficientemente bien como para haber sido él quien
conjeturó la lectura correcta> t>8.
Para finalizar este apartado, señalaremos por último que, aunque no se
haga ninguna referencia a ello, Núñez ha enmendado el texto de la Vita en
todo lo que se refiere a la transcripción de los nombres propios.
Comenzando por el del propio Aristoteles frente al Aristotiles de los códices,
y continuando por todos los demás: Olyntho (por Olintho), Methanae (por
Mothoni), Aesculapio (por Escnlapio), Rhetorica (por Rethorica),
Polyaenus (por Polienus), Cha briarn (por Gambriam), etc. En este mismo
sentido, ha corregido también cuidadosamente el iotacismo que mostraba el
primitivo traductor, de manera que encontramos los correctos Arimnestus
(por Arimnistus), Lyceum (por Lyciurn), etc.
Ha efectuado el editor, asimismo, otras correcciones fonéticas que no
afectaban de manera exclusiva a nombres propios; así, ateniéndose a la
norma clásica, corrige sistemáticamente la grafía [e] del manuscrito
cuando ésta notaba /ae/: aeqnale (por equale), aedificavit (por edificavit),
praecipi ente, (por precipien te), etc.
Este proceso de corrección, que enmienda los errores fonéticos de los
sucesivos copistas, era muy frecuente entre los humanistas, aunque en
ocasiones su extensión conlíevara ciertos peligros’09.
A la vista de todo lo que se ha ido exponiendo, procede, pues, enjuiciar
la tarea que como crítico textual llevó Pedro Juan Núñez a cabo en esta
edición de la Vita Aristotelis.
En este sentido, aunque en el caso que nos ocupa, sólamente sea uno el
manuscrito utilizado para efectuar la edición, el cotejo con la ‘¿ita en
griego (que para Núñez no era sino un epítome del mismo texto), le ha
permitido efectuar la colación y establecer una serie de emendationes
sobre una base textual con objeto de restablecer la lectura correcta. A este
108 Cf. ViLa Aristotelis, Nota 64, págs. 134 y 135.
109 Así lo señala, por ejemplo, Sabbadini: «Ora in questo lavoro, tanto utile, della
trascrizione, comincia giá ad affacciarsi un grave pericolo. L’umanista era
ordinariamente un uomo instruito e dotato di un forte sentimento della propria
personalitá. Per questa doppia ragione egli copiando non seguiva l’ortografia del
codice, ma applicava la propria (...)» (II metodo degli omanisti, pág. 56).
545

apartado corresponden las enmiendas efectuadas en los pasajes 1, 3-7, 14 y
18-2 1, es decir, once correcciones de un total de 24 (46%)’’~>
En lo que concierne, por su parte, a las conjeturas establecidas con
independencia de la autoridad de los textos, suman un total de trece, que se
corresponden con las correcciones efectuadas en los pasajes 2, 8-13, 15-17
y 22 (54%). Así, pues, las cifras demuestran que Núñez ha actuado bastante
equilibradamente a la hora de hacer la emendatio del texto entre el recurso
a la autoridad de los manuscritos y el recurso a la conjetura. Hay que tener
en cuenta, no obstante, que ninguno de los pasajes en los que se ha
decidido por este segundo procedimiento venían en la ‘¿ita griega, por lo
que, aunque hubiera querido hacerlo, no le fue posible en ningún caso
recurrir al cotejo.
En otro orden de cosas, son varias las conjeturas cuyo origen hay que
situar en los conocimientos lingúísticos del editor, bien sean éstos de la
lengua griega, bien de la latina. A ambas lenguas y a su correcta
morfología, conciernen las efectuadas en los pasajes 6 (Arístorelia por
Aristoteliam) y 8 (Stagirita por Stagiritanus); al griego, por su parte, las
del 3 (profectns est por nutritus est, a partir del griego ~

que, efectivamente, otras familias de mss. presenten la lectura «mittitur in
Macedoniam».
Por lo que respecta al pasaje 4, en él aparece la frase «et multum
laboravit pro rege» en un contexto en el que se menciona el aprecio de
Filipo por Aristóteles y la capacidad de influencia de éste junto al rey.
Núñez propone el cambio de «Iabaravit pro rege» por «valnit apud regern»,
lectura que le parece más adecuada al sentido del párrafo y que toma del
ÉSuvIjOfl del texto griego; la corrupción del pasaje pudiera deberse, a su
juicio, a que el traductor de la ‘¿ita hubiera leído Énonjefl donde decía
tE3uvij6~.
En otras ocasiones, son los conocimientos paleográficos de nuestro
humanista los que le permiten enmendar alguna lectura’
t1. Así ocurre,
por ejemplo, en el pasaje 7, en el que su ms. presentaba Pbilosaphiae en
lugar del Tfl ‘pUUtKfl del modelo griego, lectura ésta que al editor le parecía
más adecuada y que restituyó en su texto. Lo curioso es que Núñez acierta
no sólo al elegir la variante correcta, sino también al diagnosticar el
origen del error en la incorrecta resolución de una abreviatura. También
a sus conocimientos de paleografía hay que atribuir, en el pasaje 17, la
acertada interpretación del numeral XCIII como una mala lectura por parte
del copista de la palabra axern, suposición que apoya el resto de los mss.
Sus conocimientos de la historia de Grecia le permiten, por su parte,
argumentar otra serie de conjeturas; así, la del pasaje 10 (Diotirno en lugar
del Dyctirna de su ms.), o las del 11 (Diatrephe y Philoclis, por Dioctirfa y
Philothei), efectuadas todas ellas en atención a las fuentes consultadas, a
saber, Diodoro, Dionisio de Halicarnaso y Apolodoro. Los nombres
propuestos por Núñez son los que, en efecto, se leen en otros mss. y Dúring
establece. Como buen conocedor, asimismo, de la historia de la literatura
griega conjetura, en el pasaje 12, el correcto Philachorus por Philocalus.
Hay que reconocer, pese a todo, que la sólida formación filosófica de
Núñez ha sido la responsable última de la mayor parte de las conjeturas no
lingúísticas que efectuó en el texto de su manuscrito. Así sucede, por
ejemplo, en el pasaje 2, donde se recurre a los comentaristas de Aristóteles
~ El recurso a la paleografía no es especifico de Núñez, sino que era habitual
entre los humanistas como señala S. Rizzo: «II criterio paleografico é largamente usato
dagli umanisti nelí’ emendare» (op. ch&., págs. 229 y ss.).
547

para suplir —con gran acierto, por otra parte— una laguna; en el 17, en el
que se modifica el nombre de algunos discípulos de Aristóteles; o en el
pasaje 9, en el que la conjetura Aristocles en lugar de la lectura Aristotides
parece bastante justificada.
El pasaje 13 ofrece una hipótesis del editor particularmente
interesante, al corregir Tophanii de su códice por Phaniae atendiendo a
todo tipo de argumentos relativos a la historia de la filosofía y a muy
diversas fuentes; la conjetura presenta, además, el atractivo de contar con
un serio apoyo paleográfico, puesto que Núñez sugiere la verosímil
confusión del traductor al leer como un nombre —Tophanii— lo que era un
sintagma artículo más nombre —TOtJ ‘Favíou—. Ya hemos sugerido que tanto
la conjetura de Núñez, como la lectura tavtou de la ‘¿ita Marciana, pueden
hacer pertinente una revisión del texto en este punto.
A sus conocimientos de historia de la filosofía responden también, por
último, las adecuadas enmiendas de Eressum por Ephessurn (en el pasaje 20)
y Aristoteles por Aristaphanes (en el 21), y la conjetura Mechanica por
Mathematica (en el 22).
En definitiva, si bien hay que reconocer que con la edición de esta ‘¿ita
Núñez se propuso, ante todo, contribuir al mejor conocimiento de la figura
y la obra de Aristóteles (hacia este objetivo apuntan las exhaustivas y
rigurosas Notas que lo acompañan, elaboradas desde un prisma
primordialmente histórico y filosófico), pese a ello, su condición de
filólogo le impulsó a cuidar los aspectos relativos a la edición del texto,
tanto como le impidió desaprovechar las magníficas oportunidades de
lucimiento que éste le brindaba.
De sus posibles aciertos en este terreno ya ha quedado constancia en las
páginas precedentes. Como curiosidad, no obstante, aportaremos alguna
cifra más. Si descontamos las cuatro lagunas que había en el texto (pasajes
1, 2, 18 y 19) y las dos inserciones que Núñez hace a partir de la ‘¿ita en
griego (pasajes 5 y 14), queda un total de 18 enmiendas efectuadas al texto,
bien fueran resultado del cotejo con la ‘¿ita griega, bien conjeturas
del editor. Pues bien, nada menos que 13 de esas dieciocho lecturas,
las encontramos recogidas en la edición de la ‘¿ita latina hecha por
Dtiring, lo que supone que un 72% de las correcciones de Núñez se
548

consideran adecuadas desde el punto de vista de la moderna crítica
textual’ 12
Por tanto, y teniendo en cuenta además la precariedad que suponía
hacer la edición de una obra sin contar con otros manuscritos para
efectuar la colación del texto, creo que la tarea de Núñez como editor de
esta Vita Aristotelis merece —con independencia de otras aportaciones— ser
también elogiada desde el punto de vista específico de la crítica textual.
4. La edición de la Ecloga de Fn[nico
La edición de Frínico llevada a cabo por Pedro Juan Núñez veía la luz en
Zaragoza, bajo el titulo de Phrynichi epitomae dictianurn atticarum libri
III sive Ecloga 113, en 1601, si bien, como ya se ha comentado al comienzo
de este capítulo, tal vez sea necesario situar en una etapa bastante anterior
la redacción de la misma. El dato que siempre se maneja al respecto es la
dedicatoria del autor dirigida a A. Schott y fechada en Barcelona en 1586.
Este hecho ha movido a algunos estudiosos a situar incluso en dicho año
una primera edición’ 14~
Desde luego parece claro que la obra se compuso por esas fechas y
siempre con anterioridad a 1594. Esto último se infiere de que en las Notas a
Frínico, el autor hable de la ‘¿ita Aristotelis todavía como de un manuscrito
y no de un texto editado. Dado que la aparición de esta ‘¿ita tenía lugar en
1594, la redacción de la Eclaga habría tenido que ser anterior; ahora bien,
ello no implica, necesariamente, que lo hubiera sido también su
publicación.
112 No incluyo en este cómputo la conjetura efectuada por Núñez en el pasaje 13 al
no haber sido recogida por Dúring, aunque, a mi juicio, quizá deba ser considerada
más pertinente que la lectura establecida por éste.
113 Phrynichi epitomae dictionom attican libri III sive Ecloga, a Petn lo.
Nunnesio Valentino integritati restituta, Latine conversa. Eiusdemque eL Davidis
Hoeschelii Aug. Notis, in quis eL aliorum auctorum loca partirn emendantur, partim
illustrantur, aucta, Zaragoza, M. Manger, 1601.
114 Así lo hacen Menéndez Pelayo, quien afirma que «El insigne helenista y
fecundísimo escritor P. J. Núñez tradujo en latín y publicó en 1586 las Dicciones
áticas de Erínico» (Bibliografía Hispano-latina, Madrid, 1950-53, X, pág. 251);
E. Fisher (Die Ekloge des Phrynichos, Berlín, 1974, donde en la pág. 51 al título de la
edición de Núñez se añade: «Barcelona, 1586») y J. López Rueda (op. cit, pág. 313).
549

La hipótesis de que hubiera existido una edición anterior a la de 1601, si
puede sustentarse, por el contrario, en el hecho de que en la Vita
Aristatelis de 1594 el propio Núñez se refiera a la Ecloga de Frínico como
un texto ya publicado: «Sic et in Pbrynichi Epitarna nominum Atticanzm
M.S. eta nobis edita (...p>I15.
Sin embargo, y a pesar de la clara connotación del eclita, lo cierto es que
no existe rastro alguno de esta supuesta edición, por lo que, hoy por hoy,
no está justificado hablar de otra anterior a la ya reseñada de 1601. Lo que
cabe suponer es que, en efecto, el valenciano hubiera compuesto la obra, y
que estuviera a la espera de encontrar algún editor que quisiera, o
pudiera, llevar a cabo su publicación. Aunque quince años gestionando
una edición puedan parecer a un lector poco avisado demasiados años, no
pensará así quien conozca las miserias y penurias de la tipografía griega
en España durante el siglo XVI, paradójicamente agravadas, si cabe, con el
propio discurrir del siglo’ 16•
Pasemos ya a exponer los contenidos de la edición de 1601 y su
distribución dentro la obra. El volumen consta de 934133 páginas
numeradas y 16 hojas sin numeración. Se inicia con una dedicatoria
dirigida a A. Schott que ocupa dos hojas, seguidas de otras dos que
contienen una De Phrynicha a elus scriptis Praefatia P. la. Nunnesii. En
las dos primeras páginas numeradas, se reproduce un texto griego sobre
Frínico «ex Ribliotbeca Phatii Parriarchae Cp.», y en las tres siguientes un
De Phrynicha lexico extraído de la misma fuente. El texto propiamente de la
Eclaga —en griego en la pág. de la izquierda y en latín en la de la derecha—
ocupa de la página 6 a la 93; en el reverso de esta última da comienzo un
índexAucrorurn et verborurn graecorurn que ocupa ocho hojas. Con nueva
numeración, las páginas 1 a la 95 contienen las Pet. lahan. Nunnesii in
Phrynichum Notae, seguidas de las Notae D. Hoeschelii ad can dem
Phrynichurn , se reproducen varias Epístolas «ex Cocí. Aug. M.S.» (texto griego). Las
cuatro últimas hojas del volumen se dedican al Auctarum qai vel
ernendantur vel illustrantur in Notis Nunnesii índex
~ ViLa ArisLotelis, pág. 58.
116 Cf. L CII, Panorama ..., págs. 584 y ss., quien realiza una tan minuciosa como
desalentadora descripción del problema de las imprentas hispanas de la época.
550

El análisis de esta publicación de Núñez que, siempre bajo el punto de
vista de su trabajo como editor, pretendemos realizar en el presente
capítulo, tiene como objeto completar el bosquejo de esta faceta de su
actividad intelectual que hemos ido dibujando a lo largo de las páginas
precedentes.
A. Sobre Frínico y su obra
Vivió el sofista Frinico, natural de Bitinia, bajo el imperio de Marco
Aurelio y de Cómodo, es decir, en la segunda mitad del siglo II de nuestra
era. Su tiempo, en el aspecto estrictamente literario, estuvo caracterizado
por el predominio del movimiento aticista, cuyos estrechos limites dibuja
bien Lesky cuando afirma:
En esta época no comienza un proceso cuyo cometido fuera dar nueva vida a
las antiguas formas, sino que lo que se considera esencial es el cuidado del
estilo como pieza de museo
1 It
No podemos deternos aquí a describir las luces y las sombras de este
movimiento, pero entre sus consecuencias menos desafortunadas está la de
haber asegurado la pervivencia de un número importante de obras de los
clásicos de la literatura ateniense, debido a su imposición de usar sólo
dicción ática del mejor periodo’ ~
la contribución de Fi-inico a esta corriente se plasma en su obra’ EKXOyt¡
Ka~ ÓVOpáTOW, dedicada a Corneliano, a la que hay que añadir una
XoWIUTLKn MpohTcLpcttlKEln) 119, en 37 libros, que fue dedicada a Cómodo.
El objetivo de Frínico al elaborar la Ecloga parece que se limitó a
establecer una relación de palabras —en menor medida, construcciones—,
cuyo uso consideraba inadmisible según los cánones del dialecto ático, y a
sustituirlas por la dicción correcta; esta finalidad puramente lexical
justificaría la brevedad y concisión que caracterizan la obra.
Ya los alejandrinos habían sentado un importante precedente en los
estudios lexicográficos, pero fue en época imperial cuando se empezaron a
componer de manera algo más sistemática los primeros léxicos. Los
117 A. Lesky, Historia de la Literatura Griega, Madrid 1968, pág. 864.
‘‘~ Cf. Reynolds-Wilson, op. ciÉ, págs. 64-67.
119 Editada por J. y. Bornes, Leipzig, 1911.
551

nombres de Elio Dionisio de ¡-lalicarnaso o de Pausanias el Gramático 12»,
constituyen, entre otros, los antecedentes más próximos a Frinico,
mientras que Pólux’2’ o el anónimo autor del Antiaticista 122 se cuentan
entre sus contemporáneos.
A la hora de establecer la relación entre el texto de Frinico y las
fuentes de las que presumiblemente se sirvió, resulta de imprescindible
consulta el libro de E. Fisher Die Ekloge des Phrynichos 123, en el que esta
cuestión es tratada de forma tan exhaustiva como clara y escueta. Considera
Fisher que una de las principales fuentes de Frínico habría sido el
Antiaticista, relación que prueba mediante unas tablas de paralelos entre
este tratado y las glosas de la Égloga, especialmente las que median entre la
307 y la 364. El Antiaticista se encuentra ordenado alfabéticamente; el
conjunto de glosas comprendidas entre las que hemos citado muestra, a su
vez, claras huellas de lo que podemos considerar una primitiva ordenación
alfabética. Por otra parte, en ambos casos sólo la primera letra es relevante
para esta ordenación. Por todo ello es presumible colegir que la ordenación
alfabética, en el conjunto de glosas que conservan rastro de ella, se puede
imputar a su fuente124. Hay, asimismo, paralelismos con el Antiaticista en
otras partes de la obra, que inducen a pensar que también allí Frinico se
sirvió de este tratado aunque no llegara a utilizarlo directamente como
modelo.
Es posible percibir también en la Ecloga, por último, huellas bastante
patentes del Sobre nombres áticos de Elio Dionisio. En los fragmentos
1 2» contemporáneos ambos de la época de Adriano. fueron autores,
respectivamente, de un áITtKWV évovdrwv y de una ~uvuywyií Xc~wv xpíío4>viv,
que no se han conservado en su totalidad, pero de los que conocemos algunos
fragmentos.
121 Su ‘01’o[IaoTuW¡’ en diez libros, del que sólo conservamos extractos, no está
ordenado alfabéticamente sino por materias. M. Naechster sugirió la idea de que
Frínico hubiera escrito su obra polemizando precisamente contra este Onomástico de
Pólux (cf. De Pollucis eL Phryníchi con Lroversiis, Tesis Doctoral, Leipzig, 1908).
>22 Este tratado anónimo, bastante mutilado, fue compuesto a fines del siglo II
d. C. en oposición al movimiento aticista. Pero precisamente a causa de su intención
de demostrar que los aticistas eliminaban como vulgarismos términos y expresiones
utilizados por escritores áticos en fechas anteriores al 200 a.C, contribuye a ampliar
nuestro conocimiento de esas fuentes.
[23 Cf. op. ciÉ, particularmente las págs. 39-44 para la cuestión de las fuentes.
[24 En este sentido, Fisher rechaza las conclusiones a las que llegó Schóll sobre la
posible ordenación alfabética del conjunto de la Égloga (cf. R. SchólI, “Die Ecloge des
Atticisten Phrynichos”, SRA 1% Munich, 1893,11, 493-540).
SS?

conservados de esta obra hay cuarenta y ocho glosas que también están en
la obra de Fi-inico; aparecen éstas principalmente desde la glosa 145 hasta
el final del libro 1, y están ausentes, por el contrario, en la parte del libro
II que depende del Antiaticista.
B. El manuscrito utilizado por Núñez
Para realizar su edición de la Égloga de Frínico, utilizó Pedro Juan
Núñez un códice de enorme importancia en la transmisión de este texto,
pero que, desgraciadamente, hoy se considera perdido. Como ya hiciera en
su edición de la ~/ita Aristotelis, tampoco en este caso identificó Núñez el
manuscrito utilizado, por lo que, hoy por hoy, desconocemos cualquier dato
al respecto. Lo único que sí sabemos con certeza es que el códice llevaba
algunos escolios, pues así lo menciona Núñez en un par de ocasiones 125.
Los rasgos distintivos que presentaba el manuscrito, en lo que a la
redacción del texto se refiere, son los siguientes:
- Su característica fundamental es la de ofrecer la redacción más completa,
pues omite tan sólo las glosas 191, 412 y 424 126•
- Lleva el titulo de la obra.
- Contiene la carta dedicatoria a Corneliano.
- Conoce la división en tres libros (al comienzo del segundo se lee TOT
ATTOT ErnTOMH, y sólo se indica que es el segundo libro al final del mismo,
donde se lee: TEXOS TOU &XJTEPoU).
- Incluye el fragmento de Herodiano.
Manejando este grupo de características, Fisher lo sitúa en su stemma
en la familia b, de la que habría dos únicos testigos: el códice de Núñez y el
W (Laur. conv. soppr. 8, 1360). La hipótesis de que ambos códices
provienen de un modelo común queda probada por las siguientes
características compartidas: presentan la epístola a Corneliano y la
división en tres libros; su redacción es muy completa (sólo carecen de las
tres glosas arriba mencionadas, aunque W omite también la 19 y la 39); son
los únicos que presentan la glosa 237; ambos acaban en la glosa 423. Son
125 «Wc Iocus sic explanaLur in ora nostri Phrynichi MS.» y «Pi ora autem nostri
MS. haec accessio facta» (Phryn. Ecl., págs. 11 y 85, respectivamente).
126 En la edición de Núñez las glosas no están numeradas; la numeración de las
mismas se corresponde con la que realiza Fisher.
553

varias, además, las faltas en la redacción del texto que les unen: gí. 73, tiró
(U, E, c) /

C. La transmisión impresa del texto de la Ecloga
El breve recorrido que haremos por la transmisión impresa de esta
obra de Frínico, no tiene otro objetivo que el de permitirnos valorar en su
justo término el importante papel desempeñado en ella por la edición de
Núñez.
La editio princeps de la obra que nos ocupa fue llevada a cabo por
Zacarías Calierges en Roma, en 1517, con el título de 4’pui4~ou tKXoyT)
ATTtKGd’ ñfl¡táTuv ¡«it óvovdwtov. Las glosas se hallan en esta edición
colocadas por orden alfabético, lo que debe atribuirse a la iniciativa del
propio editor más que al texto original. En 1524, Asulano publicaba en
Venecia, en la imprenta de Aldo, un Dictionaritim Graecum 128 que
adjuntaba, entre otros textos, una nueva edición de la Ecloga de Frínico. La
tercera edición de Frínico’
29, a cargo de Vascosano, vio la luz en Paris en
1532.
Todas las ediciones hasta aquí mencionadas presentan las siguientes
características:
- siguen un orden alfabético en la colocación de las glosas;
- no hacen distinción de libros;
- no traen anotaciones, ni relativas a cuestiones de crítica textual, ni de
ningún otro tipo;
- carecen de traducción.
Si comparamos estas tres ediciones con la siguiente, la realizada por
Pedro Juan Núñez y publicada en Zaragoza en 1601 13(1, hay que reconocer
que ésta significó un paso de gigante en todos los aspectos. En primer
lugar, porque el valenciano, como ya hemos señalado, tuvo la fortuna de ir
a dar con el códice que conservaba la Ecloga de Frínico en su versión más
128 Dictionariurn graecum cum interpretatione latina. (...). Thomae Magistri ecloge
atticoruni norninum, eL verborum. Phrynichi ecloge atticorum nominum, eL verboruni.
Emnanuelis Moschopuli eclogae atticarum dictionum, nunc primumn impressae, Venecia,
1524.
129 Thomae Magistrí dictionum Atricarum collectio. Phrynichi Atticorum
verboruzn et nominum collectia. Manuelis Moschopuli vocum atticarum collectio

completa. Por consiguiente, su edición amplió enormemente el texto, que
pasó a contar con 423 glosas frente a las 359 que tenían las anteriores (eso
justifica el que Núñez siempre que se refiere a éstas las denomine
Epitome).
Por otra parte y en contra de la norma seguida por sus predecesores, el
editor no sólo dividió el texto de Frínico en tres libros y prescindió por
completo de la artificial ordenación alfabética de las glosas, sino que
también adjuntó a la edición del texto griego su propia versión latina.
Además de todas estas innovaciones, compuso asimismo el humanista
valenciano unas tan copiosas como eruditas Notas, que hacían las veces de
un completo aparato critico a la vez que aclaraban el sentido de cada una
de las glosas del texto original o lo completaban en determinados aspectos.
Para comprender bien el nivel científico que alcanzó Núñez en su
edición de Frínico, quizá baste con señalar que la suya fue la edición
canónica durante más de doscientos años, ya que, si bien es cierto que en
1739 J. Cornelio de Paw publicaba una nueva edición de la Ecloga 131, ésta
no sólo mantuvo el texto griego establecido por Núñez, sino que hizo lo
propio con su traducción al latín y todas sus Notas, limitándose el editor a
añadir a éstas y a las de Hoeschel (que ya figuraban en la edición de 1601),
las de Escaligero y las suyas propias.
Hoeschel, en efecto, había agregado a las Notas de Núñez otras de
factura propia, más escasas en cuanto a su número, y más breves en cuanto
a su contenido. En ellas se limitó a añadir algunos pasajes que sancionaban
los vocablos recomendados por Frinico, haciendo especial hincapié en
testimonios extraídos de la Biblia y de los Padres de la Iglesia. En
131 Phryniclii Eclogae nominum et verborurn atticoruní. cumn versione latina
1’. loannis Nunnesii et eiusdem ac Davidis Hoeschelii notis; ut eL notis fosephi
Scaligeri in Phrynichum eL Nunnesil notas. Curante 1. Cornelio de Paw qul notas
quoque suas addidig j. Evelt, Utrecht, 1739. El texto de Frínico aparece exactamente
igual que en la edición de Núñez. En sus Notas Paw efectúa algunas nuevas enmiendas,
aunque más bien escasas y confirma o corrige (a veces con razón, a veces sin ella)
algunas interpretaciones del valenciano. Su contribución más importante consistió en
ofrecer regularmente las lecturas de la editio princeps, a cuyo cotejo Núñez sólo
había acudido en los pasajes dudosos, como Pawse encargó de reprocharle: «Accurate
scilicet Editionem Calliergi cum editione Nunnesii contulimus, diversiratesque
ornnes exacte adeo notavimus, (...); Id autem cum facere etiam debuisset Nunnesius,
perperam ab eo neglectu¡n est, eoque eveniL, uL in locis quibusdani maJe cespitaverit,
quae inoffenso pede facile transire potuisset si Calliergi Editionem consuluisset»
(op. ciÉ, h. *2v).
556

escasisimas ocasiones se detuvo a realizar alguna corrección al texto o a
proponer alguna nueva lectura, sin descalificar nunca en estos casos (ni
tan siquiera mencionar) la lectura de su predecesor.
Muy diferente fue el tono adoptado por Escalígero, quien más que unas
Notas a Frinico parece que tuvo la intención de hacer unas Notas a Núñez.
Sus escasos y concisos comentarios a la Ecloga, centrados exclusivamente
en cuestiones de crítica textual, se cebaron en los errores del editor con
una mordacidad que llamaría la atención si no se supiera que este estilo ad
horninem era en la época bastante habitual 132.
No tendría sentido recordar aquí lo de «la paja en el ojo ajeno», ni
hacer acopio de los propios yerros de Escalígero, que también los tuvo133:
nadie puede dudar de su enorme valía como filólogo’34, rayana en la
genialidad, y no es mil intención hacer aquí una comparación entre él y
Núñez que estaría fuera de lugar. Sólo deseo precisar que a través de la
lectura de sus Notas muy bien se podría obtener del trabajo de Núñez un
juicio negativo, y esto no sería justo en cuanto que no se corrresponde con
la realidad.
En cualquier trabajo intelectual de cien páginas (que es exactamente lo
que ocupan las Notas del valenciano) y sea quien fuere el autor del mismo,
le sería posible a cualquiera que se detenga a revisarlo con detalle
encontrar con toda seguridad más de un error, lo que no invalidaría, en su
caso, la valía del conjunto. Pues bien, esa fue la situación a la que se vio
sometido nuestro autor, pero con la especial circunstancia de que ni el
mérito de su trabajo en general, ni uno sólo de sus aciertos en particular,
132 Por ejemplo, en la Nota a la glosa 81 utiliza Escalígero expresiones como
«neque pueri ignorant» o «nugae sunt haec onjnia» para descalificar opiniones
vertidas por Núñez (Pbryn. EcL, 1739, pág. 43), y como éstas tantas otras.
133 Reproduciremos sólamente un par de ellos, por ilustrar la cuestión. En la
glosa 186 (en la que Núñez corregía el áf*ulsfloat de su ms. por d8r~povíjoat de la editio
princeps) comenta Escalígero: «Falsum est inter 4ux~jv eL KUX(ds inserendum TO
d&tOvfloaL. Quis ¡mc intelligereÉ7» (Phryn. Ecl., 1739, pág. 92). Sin embargo Fisher le
desautoriza, puesto que á&iwoviioat es exactamente la lectura que establece. O en Ja
glosa 280 ante la lectura del ms. de Núñez Oc¿Xtvov rat6a elloEts (que por cierto éste no
había corregido) ironiza: «¡6 ¡ai&t quani ridiculumN. Pero su propia conjetura
(«nc8aOíjocts, ¡mc est, IJEneIloEts, Aeolice), tampoco se compadece con el vó&¿ &TloELs
que establece Fisher para el pasaje en cuestión.
134 Sobre el perfil intelectual de Escalígero y sus importantes contribuciones a la
historia de la filología clásica, cf. It Pfeiffer, op. ch., págs. 194-204.
557

encontraron el más mínimo eco en las Notas de Escalígero, quien, muy por
el contrario, no tuvo a bien perdonarle ni una sola de sus equivocaciones.
Continuando con las ediciones de la Ecioga de Fi-inico, hubo que esperar
nada menos que al siglo XIX para que una nueva edición, la realizada en
1820 por August Lobeck
135, viniera definitivamente a tomar el relevo de la
de Núñez. Este reprodujo las Notas de Escaligero en su totalidad, pero las de
Núñez, Hoeschel y Paw, aunque todavía fueron tenidas en cuenta, las
incluyó por lo general en forma muy resumida. En el caso específico de
Núñez el juicio de Lobeck es ponderado, pues consideraba que el trabajo de
aquél había sido erudito y meritorio para su época, pero que doscientos
años después —cosa muy lógica— estaba superado en muchos aspectos1 ~>.
A fines del mismo siglo, 1881, veía la luz en Londres la edición de
W. G. Rutheford bajo el titulo de The New Phrynichus 137; este editor utilizó
cuatro manuscritos, pero lo hizo de modo ecléctico y sin establecer
relación alguna entre ellos. Otro paso importante en el conocimiento del
texto de Erínico lo supuso el trabajo ya citado de R. Schóll Die Ecloge des
Atticisten Phrynichos, de 1893, dado que fueron ya dieciocho los
manuscritos que este investigador llegó a manejar.
La última hasta la fecha en la lista de ediciones de la Égloga es la
publicada en 1974 por E. Físcher, que ya ha sido repetidamente citada en
estas páginas. Su mérito principal reside en haber afrontado por vez
primera un serio trabajo de crítica textual, recopilando todos los códices
transmisores del texto de Frínico actualmente localizados (un total de 27) y
proponiendo el correspondiente stemma de los mismos. El resultado de sus
investigaciones se plasma en la edición de tres redacciones distintas del
texto (la de la familia q, la del códice T y la de los restantes mss.),
acompañada cada una de ellas de un completo y riguroso aparato crítico.
135 Phrynichi Eclogae nominum eL verborurn atticorum, cum notis P. J. Nonnesii,
D. Hoeschelii, J. Scaligeri et Cornelii de Paw, parLan integris partin con tractis
edidir, explicoir Clin Aogosr Lobeck. Accedunt fragrnenturn ¡-lerodiani eL notae
praefationes Nunnesii eL Pauwi ..., Leipzig, 1820 (reimp. Hildesheím, 1965).
130 «Qua in parte superioroni interpretom copiis iLa osus sum —afirma Lobeck—,
tu 1 Scaligeri notas fere integras er illiba Las, Nunnesii, Hoeschelii, Pauwii, in
brevius contractas exhiberem. 1..). Sed ex lis, quae horno Hispan us, non indoctos
sane, tu illa erant tempora, ante Los ducen tos annos cornmentatus esL, pleraque ad
nostraní aetatezn ita vetusta sunt, uL neque fructus neqoe delectationis causa Jegí
mereantur» (Phryn. Ecl., 1820, pág., LXXV).
137 Reimp. l-Jildesheim, 1968.
558

Otras cuestiones relativas a la composición y transmisión de la Egloga,
como el problema del libro III, las fuentes utilizadas por el autor, la
ordenación alfabética de las glosas, etc., son igualmente abordadas por
Fisher con un rigor que convierte a su trabajo en herramienta
indispensable para cualquier estudioso de este tema.
D. Estudio crítico de la edición de Núñez
El hecho de que Núñez contara con un sólo manuscrito para efectuar la
edición, suprime en teoría el proceso de la colación —una de tas tareas
básicas del editor a la hora de fijar el texto— y nos priva, por consiguiente,
de conocer el rigor filológico con el que nuestro humanista habría actuado
en este punto caso de tener unos cuantos manuscritos más a su disposición.
Sin embargo, este supuesto no es del todo cierto. Y no lo es porque Núñez
utilizó la editio princeps de Frinico
138 como punto de referencia para
hacer un auténtico proceso de emendatio ope codicum, como tendremos
oportunidad de comprobar. Y aunque parezca haber cierta contradicción
entre el ope codicum y el hecho de que se esté utilizando una edición, la
contradicción no es tal si pensarnos que muchos manuscritos se destruían
después de ser llevados a la imprenta, ocupando el texto vulga tus su
antiguo lugar139.
No hay que olvidar, pese a todo, que cuando hablamos de ‘colación’ en
referencia a aquella época, el proceso no debe ser entendido en el sentido
actual del término, es decir, como un cotejo sistemático de todas las lecturas
de un texto en todos los manuscritos. Por lo general, según ya
comentábamos al comienzo del capítulo, los humanistas siguen fielmente el
138 Pudo haber utilizado tanto la verdadera editio princeps publicada por
Calierges en 1517, como cualquiera de las otras dos impresiones que aparecieron
después, pues las tres mantienen un texto idéntico por lo general.
~ Así lo señala D’Amico: «Once the text was printed, the manuscript was often
discarded (and then not infrequently lost) and not aJways used to check the
published version» (op. ciÉ, pág. 12). La pérdida o la destrucción de los códices una
vez que se imprimían, convertían con frecuencia, pues, al texto impreso en el único
punto de referencia para el futuro editor: «With remarkably few exceptions —dice
Kenney— the descent of any given ten though the printed editions is in a single Une,
and each editor is found to base his work on that of bis (usually though not
invariably) immediate predecessor. For each author the base text, the lectio recepra
—the text ¡rut courr— is the printed ten; this is now the uniquelly stable point of
reference» (op. ciÉ, págs. 18 y 19>.
559

texto de un único manuscrito, y sólo recurren a otro u otros —o a la editio
princeps, en su caso— cuando la lectura de un pasaje determinado les
resultaba dudosa.
En este sentido, pues, hay que interpretar el uso que hizo Núñez del
texto impreso de la Ecioga. Pero no sólo la edición o ediciones previas de
Frinico le sirvieron para llevar a cabo la emendatio ope codicum. Con el
mismo fin utilizó también el texto de Favorino, quien, sin mencionar a
menudo su origen, había incluido las glosas de Frínico entre las fuentes
que utilizó para elaborar su Dictionarium 140• Por tanto, aquellos pasajes en
los que el editor prefiere alguna lectura de Favorino distinta de la de la
editio princeps y de la que traía su propio códice, no deben ser
considerados, a mi juicio, propiamente conjeturas, sino el resultado de un
proceso de ‘colación’ del texto.
En aquellas otras ocasiones en las que ninguno de estos textos impresos
proporcionaba la lectura sospechosa de corrupción —lo que ocurría con
relativa frecuencia al ser el texto del códice de Núñez más completo—, no le
quedaba ya otro remedio al editor que recurrir a la conjetura. En tales
casos, sin embargo, nuestro humanista procuraba apoyarse siempre que le
era posible en los testimonia scriptorum idoneidorum. Las fuentes a las que
principalmente recurrió con este fin fueron Tomás Magistro y Manuel
Moschopulo, quienes habían recogido también parte de las glosas de
Frínico, aunque a menudo sin mantener el texto de este autor de manera
literal.
El estudio crítico de las conjeturas de Núñez que realizaremos a
continuación nos permitirá comprobar la veracidad de estas afirmaciones,
pero adelantemos aquí un par de casos. En la Nota a la glosa 353, por
ejemplo, la corrección del texto se justifica así: «t~XcrXc(6ou, reposui ex
Thom. (scil. Magistro) MS. et vulgato» 141; o en la de la 104 se indica que
[41>Discípulo de Láscaris y Poliziano, Favorino fue preceptor de León X, director
de la Biblioteca de los Médicis y obispo de Nocera. Su Diccionario fue editado por
Zacarías Calierges: Magnoni ac perutile Dictionariom, quodqoidem Varinos
Phavorinus Camers Nucerinus Episcopos, ex moltis variisque auctoribus in ordine
alphabeti collegit, Roma, 1523. Núñez debió de utilizar la segunda edición (Basilea,
1538), pues en numerosas ocasiones se refiere al testimonio de Favorino añadiendo
«in Basiliensí editione» o una expresión similar (cf., por ejemplo, Phryn. Ecl., pág.
22: «Pi Pliavorino Basiliensi deest TO oú, quod est addendomxj.
141 Phryn. EcL, pág. 72.
560

«Vbi ffic legitur TtT6~flv reponendum vid. TiOnv, cum prima w ex schediis
Mosch.» 142
Así, pues, conocemos por su propio testimonio que el texto de Magistro
lo utilizó tanto en la versión de un manuscrito como en la de una edición;
ésta fue, presumiblemente, la publicada por Vascosano en París, en 1532, la
cual adjuntaba asimismo el texto de Moscopulo y el de Frínico
143. También
dispuso Núñez de algún ejemplar manuscrito de Moscopulo, pues así lo dejó
indicado en alguna ocasión~44.
Por otra parte, en todo lo que concierne a este campo de la crítica
textual muy bien se puede afirmar que, como ya hiciera en su edición de la
‘¿ita Aristotelis, también en esta otra utilizó Núñez las Notas al texto como
un auténtico “aparato critico”, aplicando siempre al sentido de esta
expresión las lógicas restricciones.
Con objeto de poder enjuiciar su trabajo como editor del texto de Frinico
—lo que constituye el objetivo de este epígrafe—, seguiremos en nuestro
análisis un esquema similar al ya utilizado en el capitulo dedicado a la ‘¿ita
Aristotelis. Se han recopilado, pues, todas aquellas correcciones al texto
que el editor reconoció como propias, bien hubieran estado motivadas por
el cotejo con el texto impreso, bien se trate de conjeturas. Dichas
enmiendas han sido distribuidas a su vez en tres grupos, según
correspondan a una laguna del texto, se efectúen sólo en Nota, o se
incorporen al propio texto.
No he encontrado aquí nada similar a lo que se recogía en la Vita
Aristotelis como variantes no reconocidas como propias por el editor pero
que parecían atribuibles a su tarea, por lo que he suprimido este apartado.
Sí he elaborado, en cambio, un listado de las lecturas propias del
manuscrito de Núñez, que he completado con el estudio de algunas
variantes que deben ser consideradas, a mi juicio, erratas de impresión
más que errores del manuscrito.
42 Phryn. Ecl., pág. 24.
143 A esta edición se alude, por ejemplo, en el siguiente pasaje: «Non Chariclide,
ut in lib. volgato Parislis Thornae editorn est» (Phryn. Ecl., pág. 53).
144 Por ejemplo en la Nota a la glosa 98, donde afirma: «Nam, uL scri bit Moschop.
in eclogis, non ut in volgatis quidem, sed ot in nostro exemplari (...)» (Phryn. Ecl.,
pág. 23).
561

a) Erratas de impresión’ 45
Las lecturas que reseñamos a continuación aparecen en el aparato
crítico de Fisher como variantes del ms. Nu. El cotejo con la traducción
latina de Núñez y con sus Notas permite conjeturar, sin embargo, que se
trata en todos los casos de posibles erratas de imprenta.
- Cl. 7: ádvat Fisher / ¿iúvai Nu (8)
La hipótesis de la errata se sustenta en que, como forma correcta,
Núñez da a continuación ánt¿vat y no tin¿vai.
- Cl. 140: ~úXXas Risher ¡ XOXas Nu (28)
En el texto griego de la glosa aparece efectivamente la lectura 2dxas,
pero en la traducción latina se utiliza el término SXXas, y en la Nota se
afirma: «Sylia, aut Syflas qui sit, adhuc quaero» (32). Cabe, pues, atribuir
SÚXas a una errata de impresión; no obstante, el hecho de que el códice W
—el más directamente emparentado con el de Núñez— ofrezca la lectura
ZiiXas, aconseja mantener en este caso cierta prudencia.
- Cl. 283: XÚVSPoKWVELOV Fisher / xovSpoKovEtov Nu
Sin embargo, en la Nota correspondiente (62) se utiliza el correcto
XOV6POKOVEIOV.
- Cl. 286: napaKaa&rj¡a~v Pisher / napaKae4rp’ Nu (56)
La lectura correcta se utiliza tanto en la versión latina como en la Nota
(62>; en ésta, además, el editor señala de manera expresa que napaucaTaOljKflv
es lo que se lee en su ms., por lo que claramente hay que atribuir el
TrapaKaOflKEv del texto griego a una errata.
- Cl. 336 Búvwvat Fisher / 6óvo~at Nu (66)
En la traduccción se reproduce el término griego en su forma correcta
(SóndIÁa t), p9r lo que el Siivouat del texto nuede interpretarse como errata.
~ Dado que las glosas no se encuentran numeradas en la edición de Núñez, se
indica siempre entre paréntesis la página en la que se encuentra el texto aludido. Hay
que tener en cuenta, no obstante, a la hora de buscar un determinado pasaje, que la
parte del volumen en la que vienen las gJosas y aquella otra que trae las Notas
presentan distinta paginacion.
562

- 01. 396 ijrot ~ivap Fisher / ijtot KaT bvap Nu (78)
De nuevo la traducción de la glosa proporciona la pista de una errata de
imprenta en el texto, puesto que en ella no aparece el incorrecto ¡«vra.
b) Lecturas propias del códice Nu
No incluimos en esta relación las glosas 7, 283 y 286, pues aunque éstas
presenten, en efecto, lecturas que aparecen sólo en la edición de Núñez,
han quedado clasificadas en el apartado anterior como erratas de
impresión. Por otra parte, sólo reflejamos aquellos casos en los que el ms.
Nu se opone al consenso de todos los demás que incluyen esa lectura; no
aquellos otros en los que Nu presenta una lectura distinta a los demás, pero
éstos también difieren entre sí,
- GI 8:
- Cl. 61:
- CI. 90:
- 01. 98:
-01. 125:
-Cl. 126:
-GI. 140:
-01.167:
- 01. 177:
- Cl. 184:
-01.186:
-01.188:
- Cl. 193:
- Cl. 206:
- 01. 217:
- 01. 226:
- Cl. 232:
- 01. 235:
- Cl. 239:
- Cl. 248:
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563
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om. Nu
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Nu (8)
Nu (14)
Nu (20)
Nu (22)
Nu (26)
(26)
No (28)
Nu (32)
(34)
Nu (34)
No (36>
Nu (36)
Nu (36)
No (36)
Nu (38)
Nu (40)
Nu (42)
Nu (44)
No (44)
No (46)
(50)
Nu (50)

- cl.
cl. 279:
- Cl. 309:
- cl. 323:
- cl.
- cl.
cl.
- Cl.
- cl.
255:
332:
355:
357
377:
388:
- Cl. 391:
- 01. 402:
- Cl. 418:
- Cl. 419:
ilpOOTtUElJ(VU
CITÍOIJKOS
YIIEPEWI)S
SÉI
Kat~’
1ITUtWV
ot o,> 5
Sta ‘popa y
¿¿~vXcipov
EtIJXEOPOV
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M ¿ va ¡‘Sp E
OU’pEQTOV
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avTtKpuS
ávuvóSflTos
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Xctp3v 146
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Sta ‘p6opáv
CKIIXEupoV
EKllXEOpov
ITtOTEOV
M¿vavSpos
trip ‘¡E TOV
Etilos
& VTt KpUS
dvwnóSE TOS
Nu

c) Lagunas en el códice Nu
En dos casos estas lagunas fueron tal vez motivadas por el rninio con el
que se escribían las iniciales, que, al deteriorarse, las habría hecho
ilegibles, aunque también puede ser que éstas nunca llegaran a escribirse.
- Cl 79: FEVI*JfiVUL ÚVTL T0~ yEvEoeat Fisher
En el texto de Núñez faltan estas cuatro primeras palabras de la glosa
(la laguna hay que retrotraería al arquetipo de la familia a, puesto que se
reproduce en W/B). Núñez indica en la Nota (18): «In nostro (scil. Ms)
desunr initialis literae, tu loquitur 1). Hieronymus, tu minio notan
possento, pero la extensión de la laguna impide atribuirle este origen. Al
no aparecer la glosa en la editio pninceps, no le fue posible tampoco al
editor suplir la laguna a partir de ella.
- Cl. 248: {rnóomots Fisher / án5oTauts Nu (50)
Anota Núñez: «In Epitoma Phrynichi

- Cl. 19: ÚXXOKÓTEpUS Fisher, Nu (10)
Aunque en el texto mantenga ÓXXoKcÍ’rcpus, en la Nota el editor se
inclina por la lectura ÚXXOKÓTÉIJS que figuraba en Favorino y en la editio
princeps: «malim ÓXXoKÓ’rus, ut apud Phavorinus» (4). Sin embargo, Fisher
elige el áXXoKÓTepos de Nu/B, frente al ÚXXOKÓTOS de la familia c.
-Cl. 104: #env Fisher ¡ TÍTOflV Nu (22)
En su códice se leía Tt’rOpv y en la Editio princeps TLOT3V, pero el editor
prefiere el TflOflv de Moscopulo: «Vbi hic legitur TI2reflv reponendum vid.
se leía TÍTOI1V.
~ En este caso, como en bastantes otros, Lobeck atribuye incorrectamente a Paw
la corrección .
566

- Cl. 141: - ouv TÚ) E EtOtEVGtt ?ÁyEtv Fisher
-00V T~ E X4yELV Nu (28)
Aunque su ms. omite EttltEVat (también lo hace W), el editor sugiere en
la Nota, con buen criterio, insertarlo a partir del texto impreso: «Deest in
MS. TÚ EtOtEV~t, cuius exemplo falsus est Lollianus: illud Lamen
reponendum ex Epitoma et Phavon» (32).
- Cl. 142: ña’pav(Sa Fisher / ~ctp’tSa Nu (28)
La falta la compartía este manuscrito con los códices W/U. En la Nota
restablece Núñez la lectura correcta a partir del cotejo con la editio
princeps: «Suspicor pro bawíSa reponendum hoc loco esse iba wav=Sa,ut
legitur quoque in Epitoma» (32).
- Cl. 186: - TO 45uxIiv dS~tovijoat KaXtiJs Fisher
- TO 4nJXIiV &Buiiíjoat KaXÚJs Nu (36)
Nos encontramos ante una de las faltas propias del ms. de Núñez —la
lectura á6u¡tfjoai. no aparece en ningún otro—, en cuya corrección acierta
el editor al inclinarse por la lectura de la Editio princeps y de Favorino:
«(...) inter TÚ 4ni>
El error afecta a todos los manuscritos que dependen de y y por tanto
aparece reproducido también en la Editio princeps. De nuevo en la Nota
correspondiente se inclina nuestro humanista por la lectura que figuraba
en el texto de Favorino y que es la correcta: «Apud quem (scil. Phavorinus)
rectius legitur Epa tertia persona» (47).
- Cl. 215: - StSoiiotv, tv TO) ITEp\ EUXTIS $aj3upivos offru X¿yEt, Séov St&
5aaL TO
S¡So~otv &XXo it OfljtatVEt, ~TO &1V} Fisher
(...) To y&p StSoiiotv, &XXo Ti OT~U1VEt, TO Sdv Nu (40)
50 El vebo inserere es utilizado principalmente por los humanistas en la
corrección de textos griegos, como señala 5. Rizzo: «Dai passi citati in questo
paragrafo risulta che i verbi piú usati per indicare la restituzione dei passi greci
sono insero (5 volte), inscribo (2), restituo (2), intersero (1)» (op. ciÉ., pág. 299).
567

Núñez en su Nota intentó explicar la última frase, pues lo cierto es que
tal como ésta se leía en su manuscrito y en el Epitome impreso carecía de
sentido. Para ello conjeturó *SISE’iV por tiEtv, que sería el infinitivo de un
supuesto aoristo 20 *~‘8l5ov del verbo 546w, verbo al que hace pertenecer
también el SiSolion’ previo: «In hoc loco extremo legitur 54V corrupte, ut
arbitror.

griego es la siguiente: «AuxvÉav candelabrum pro XuxvÉov, dicendum, ut in
Comoedia o•
Sin embargo, en la Nota afirma, con acierto, que el texto debe ser
entendido exactamente al revés; para conseguirlo, inserta el ?Áyc que
suponemos (aunque no lo indique) que había leído en el texto impreso,
donde aquél sí figuraba: «Sic accipio hunc locum, uL 4K TOtJ KOLVOU
intelligatur: TO apatToiJ, íd est, repudiato to XuXv
La restitución de la lectura correcta no le ofrece a Núñez, en este caso,
duda alguna, dada la variedad de fuentes que la sustentan: «TflXEKXÓSou
reposui ex Thom. (scii. Magistro) MS. et vulgato, et Epitoma Phrynichí
atque ex Suda quem lege de Telecide ex Atbenaco, et llilium» (72).
- Cl. 357: - KaOtoÚIÍEVOS oú ilóvov aór¿5v Ttj}V Xóywv otovs xpii Xtyc¡v,
oxIlliaTos (...) Fisher
- (...) xp~ XéYEIV oxflhjaTos (...) Nu (70)
La inserción de áXXÓ ~ai en el texto la atribuye Fisher a Núñez y con
razón, pues éste no modifica, una vez más, el texto griego, pero sí realiza la
conjetura en la traducción: «constitutus non so¡um sermonís, quo
utendum, sed etiam ornatus (...)» (71).
- Cl. 388: roirro Kat o’t iarpo\ ¿navopOofivTat, «nXEOpov (tKnXcOpov Nu)
>ÁyourrEs cal oúx ~dITXEepov Fisher Nu (76>
Tampoco esta glosa figuraba en el texto impreso de Fi-inico. En la Nota
correspondiente realiza Núñez una conjerura muy interesante: «¡¡oc autem
569

loco pro cIc1TXEOpoV
1>1, et ¿~ct-rrXc6pov, repono EK1TXE1JpoV et ¿~d’rtXEupov, tit
proxime pro sex costis. Quid enini medicis cum iugeris? ad agrorum
mensores illa releganda. ha MS certe EKItXE6PoV, et ¿&ínXEepov legitur»
(79).
La conjetura de Núñez, aunque ningún manuscrito la apoye, parece
muy acertada y el pasaje tal vez mereciera, a mi juicio, ser revisado. El uso
específico que hace Frinico del término iaTp& fuerza un tanto, en efecto,
el sentido de la glosa tal como ésta se lee hoy; sin embargo, con la
rectificación sugerida por Núñez el texto cobra indudablemente mayor
coherencia.
e) Correcciones incorporadas en el texto
En este apartado se recogen aquellos pasajes en los que el editor no
limita la elección de otra variante o la conjetura sólamente al terreno de la
Nota, sino que modifica de manera expresa el texto de Fi-inico tal como éste
figuraba en su manuscrito.
- Cl. 125: -ávíoraro X¿YE, ¡‘h ijvtoraro Pisher
- CVLOTILTO X4yE, ¡dli flVtOTLLtO Nu (26)
Su códice presentaba la lectura ávúrrwro como también lo hacía la
Editio princeps; sin embargo, el editor lo corrige mediante una conjetura
que en este caso no parece pertinente: «EvtcTTaTo sic reponendum curavi
ex Thom. non ávíoraro» (28).
- Cl. 138: l1ueaúX~s Fisher / AútaiiX~s Nu (28>
El texto de Núñez es el único que presenta la lectura A escrito AtO- en el
1>1 El nX¿Opov, como es sabido, es una medida de longitud, que equivalía a 100
pies o a la 6~ parte de un estadio.
570

texto. El error se había producido por una falsa lectura de la fl inicial como
A (o tal vez por la conjetura de A al faltar en el códice la inicial); de
manera que de flu6aóX~s resultó el AúOczúX 1s que Núñez corrige en
A&ra

en otras ocasiones, la corrección de Núñez y da la lectura (36XOt~roov para b
(Nu/W).
- Cl. 346 -itt dv ‘ppdoaE, not’oíí i6 Lovúotov ;l>~ Fisher
- TIS ay ‘¡paGUE nats It TO ALOVI Oto)’ Nu

En el caso de la edición que ahora nos ocupa, tal vez las cifras no
muestren tanto las preferencias del editor cuanto sí sus limitaciones. En
efecto, siendo el texto de Fi-inico que edita Núñez bastante más completo
que el de las ediciones anteriores (recordemos que éstas presentaban sólo
359 glosas, frente a las 424 de Núñez), son muchos los pasajes en los que no
pudo recurrir al cotejo, viéndose forzado así a la conjetura. La hipótesis la
refuerza el que de las trece conjeturas que se efectúan, siete se
correspondan con glosas que no figuraban en el texto impreso. Incluso de
esas trece conjeturas, cuatro se resuelven mediante el testimonio de los
llamados testimonia scriptorum idoneidorum (Magistro o Moscopulo>, que
casi podíamos decir que hicieron las veces de esos otros manuscritos de los
que Núñez careció para la colación.
Dado que a lo largo del capitulo hemos tomado el texto de la moderna
edición de Fi-inico hecha por Fisher como punto de referencia, tal vez
pueda resultar interesante antes de darlo por finalizado proporcionar
algunos datos resultantes de la comparación entre el texto de Núñez
—limitado, claro está, a aquellos pasajes en los que se ha producido alguna
enmienda— y el de la edición citada. A estos efectos, hay dos pasajes que
considero que no deben ser tomados en consideración: uno (glosa 232),
porque sigue hoy en día constituyendo para los investigadores una crux
philologíca; otro (glosa 355), porque al apartarse la lectura del códice de
Núñez del consenso de los mss., es lógico que su conjetura no se
corresponda con la lectura que establece Fisher.
De las veintitrés correcciones restantes que efectuó nuestro editor,
resulta significativo observar que en dieciséis ocasiones la lectura que él
propuso coincide exactamente con la que establece Fisher; es más, en tres
de estos pasajes (glosas 216, 357 y 416) éste no sustenta su lectura en el
texto de códice alguno, sino que da por buena la conjetura que al respecto
hizo Núñez en su día. Como caso dudoso considero el de la glosa 388, pues
aunque Fisher no recoja en ella la conjetura de Núñez, ésta pudiera ser, a
mi juicio, más adecuada que la lectura que él propone. Quedan, por tanto,
sólo seis casos en los que las correcciones hechas por Pedro Juan Núñez
son desestimadas.
Si tomaramos, pues, como criterio de ‘certeza’ la edición de Fisher,
obtendríamos de los datos expuestos los siguientes resultados: de 23
573

correcciones realizadas por nuestro humanista, el 69’6% son ciertas, el
4’4% dudosas y sólo el 26% teóricamente falsas. Los datos arrojan cifras
muy similares a los que resultaban de la comparación entre la edición de
Núñez de la ‘«‘ita Arístote¡is y la efectuada por 1. DiXring (72% de
correcciones adecuadas>.
4. Las Notas a la Crestomatia de Proclo
Pese a que las dos ediciones que acabamos de estudiar significaron el
punto culminante de la labor de Núñez como editor y como filológo, no
constituyen, sin embargo, su única aportación en el terreno de la crítica
textual, pues fueron más las ocasiones en las que nuestro autor compuso
Notas a diferentes textos, aun no siendo él en dichos casos el responsable de
la correspondiente edición. Tal ocurrió con la Chresromarhia de Proclo, con
un Fragmentum scriptoris incerti antea Censorino tribu tum —publicados
ambos por su amigo A. Schott— y con la Chorographia de Pomponio Mela~ ~
Todos estos trabajos de Núñez vieron la luz de manera póstuma: las Notas
a la Crestomatía y al Fragmentum lo hicieron en los Observationum
Humanarum libri Vde Schott (Hannover, 1615); las Notas a Mela, por su
parte, no serían publicadas hasta el s. XVIII. A ellas se refiere el siguiente
comentario de Mayáns, realizado en una carta dirigida a Nebot con fecha 4
de marzo de 1741, muy sugerente en relación a la suerte que pudieron
haber corrido:
Estoi leyendo a Pedro Juan Núñez. Le conocí tarde. El i Luis Vives han sido
los valencianos más ingeniosos y eruditos. FI Padre Scoto embió sus
manuscritos a Vossio para que se imprirniessen. Vossio los disfrutó y no los
imprimió. Es opinión de mi Juan Antonio que Isaac Vossio el hijo, también se
vaho de Núñez para formar sus célebres notas sobre Pomponio Mela. En la
librería de Marona se conservavan los manuscritos de Núñez. lin Maestro de
Cramática del Reino (no se quién> los compró. Yo los pagaría a precio de
plata ~
~ Para los detalles bibliográficos relativos a estas ediciones, vid. supra págs.
126 y ss.
155 En Gregorio Mayáns y Siscan Epistolario, IV, (M. Peset, ed.), Valencia, 1975,
págs. 342 y 343.
574

Sean verdaderas o no las apreciaciones de Mayáns sobre el uso que dio
Vossio a los manuscritos de Núñez remitidos por Schott, lo único que
sabemos con certeza es que las Notas del valenciano a la Chorographia de
Mela (limitadas a los capítulos 1 y 2 del libro 1) permanecieron inéditas
hasta la edición de dicha obra realizada por Gronovio en Leiden, en 1748.
Del buen hacer como critico textual del humanista valenciano ya han
quedado suficientes pruebas a lo largo del capítulo como para que no sea
necesario alargarlo con un estudio sistemático de estos otros trabajos. Sí
queremos, sin embargo, detenernos algo más en sus interesantísimas Notas
a la Crestomatia de Proclo, pues si bien en ellas, dado el contenido de la
obra comentada, Núñez atendió sobre todo a cuestiones de lo que se ha dado
en llamar Crítica Literaria, ofreció también ciertas propuestas de
enmienda al texto glosado que resultan de gran valor y que no merecían
ser pasadas por alto en un capítulo dedicado precisamente a su faceta como
critico textual.
A. La transmisión de la obra de Proclo
Parece conveniente realizar unos brevísimos apuntes sobre la historia
de la transmisión de la Crestomatía de Proclo
157. Nos encontramos, pues, con dos fuentes de tradición
independiente, carácter bien diferente y de muy desigual categoría; de las
dos, nos interesa aquí la segunda, es decir, el testimonio de Focio, pues es
sobre este texto sobre el que Núñez realizó sus Notas.
150 La obra indispensable a este respecto es la de A. Severyns, Recherches sur la
Chresto¡nsthie de Proclos. L Lude paléograpbique er critique. II. Texte, traduction,
conimenraire, Lieja, 1938.
157 Sobre Focio se puede consultar el trabajo de N. C. Wilson, Filólogos Bizantinos,
Madrid, 1994, págs. 133-173 (138-163 para lo que se refiere de forma específica a su
Bibliotheca).
575

La transmisión textual de la Crestomatía va ligada, en consecuencia, a la
de la Biblioteca de Focio, que cuenta con dos testimonios principales: dos
manuscritos venecianos, uno del s. X (el Marc. 450 = A) y otro del s. XII (el
Marc. 451 = M), que ofrecen entre sí divergencias muy importantes’
58. Las
investigaciones de Severyns han demostrado que tales divergencias son
debidas a que el manuscrito M desciende de un ejemplar que había sido
corregido por el bizantino Aretas’>~~, discípulo de Focio, por lo que la
fidelidad de dicho manuscrito con respecto al texto original es menor que
la del códice A.
Así las cosas, ambos manuscritos, A y M, fueron colacionados por Henri
Estienne en Venecia en 1555, quien, ante el ímprobo trabajo que suponía la
realización de la edición completa de la Biblioteca, publicó entre 1557 y
1594 diversos capítulos, no encontrándose entre ellos el 239 que era el que
contenía los comentarios de Focio a la Crestomatía. La editio princeps de
este Codex 239 fue llevada a cabo finalmente por A. Schott, quien la publicó
en Tarragona en 1585, acompañando el texto con sus escolios y con los de
su amigo Pedro Juan Núñez. Como demostró E. Martini160, el jesuita de
Amberes utilizó como fuente para su edición un manuscrito de escaso valor
(Escur. Y 1 13, s. XVI), dependiente del veneciano M que había sido
corregido por Aretas.
Cinco años más tarde, en 1590, F. Sylburg publicó en Frankfurt una
segunda edición del Codex 239 con los comentarios de Focio a la Crestoinatia
de Proclo1 En torno a la figura y la obra de Aretas cf? la obra citada de N. 0. Wilson
Filólogos Bizantinos, págs. 174-194.
~ Op. cit. págs. 110-112. El manuscrito, como indica el propio Schott en la
dedicatoria, pertenecía a la Biblioteca de O. Antonio Agustín.
~ La Crestomatía figuraba como apéndice en una edición de Apolonio Díscolo:
(Apollonii Alexandrini De syntaxi sev Constrvctione orationis ¡ibri 1111...) Add¡ta e
Procli Chrestomathia grainmatica, Phorii Parriarchae CF Electa; ab Andrea Scbotto
primurn edita, Latinitate donata & scholiis illustrata; nunc iteruin a Sylburgio m.s.
exemplaris colla tione passim emendata, suppleta, nota tionibus aucta, Francfurt,
1590.
576

por incluir las mejores lecturas del manuscrito A, hasta el punto de que el
propio Schott publicó en Hannover en 1615 una segunda edición de su
obra, en la que se limitó a seguir servilmente el texto propuesto por
Sylburg.
El comentario de Núñez se había realizado sobre el texto de la primera
edición, la publicada por Schott en Tarragona en 1585 siguiendo el
mediocre manuscrito del Escorial. Ahora bien, Schott no publicó dicho
comentario hasta la edición de 1615 (en la que recordemos que el antiguo
texto de la Crestomatía había sido sustituido por el establecido por Sylburg),
de tal manera que se producen algunas inconsecuencias entre las Notas de
Núñez y el texto al que acompañan. Es de señalar, en este sentido, que las
Notas, pese a tales divergencias surgidas por el nuevo establecimiento del
texto, continuaron publicándose acompañando ediciones posteriores de la
Crestomatía, como la realizada en 1810 por Th. Gaisford
162. Es posible
afirmar, pues, que aunque el comentario de Núñez quedó desfasado en
algunas de sus lecturas con respecto al texto al que luegó acompañó, sin
embargo mantuvo su vigencia desde el punto de vista de la crítica literaria,
hasta el punto de que mereció su redición hasta entrado el s. XIX.
B. Las Notas de Núñez.
Las Notae de Núñez In Proclí Chrestomathiam suman un total de setenta
y siete, de las cuales sólo diez tratan cuestiones relativas a crítica textual.
Como ya ha quedado indicado, Núñez compuso sus Notas sobre el texto
publicado en 1585, para el que su amigo Schott había utilizado el
manuscrito de El Escorial dependiente del poco fiable códice M; pues bien,
el buen hacer y entender del filólogo valenciano queda patente en el
hecho, bastante insólito, de que todas sus propuestas de corrección al texto,
con tan sólo una excepción, hayan quedado posteriormente sancionadas
por las mejores lecturas del manuscrito A.
Veamos los correspondientes ejemplos’ 63:
162 Publicada como apéndice al Enchiridion de Hefestión, vio la luz en Londres en
1810, con reimpresiones en Leipzig, 1832, y oxford, igss.
163 Corno contrapunto al texto de Schott se utiliza el de la moderna edición de
Severyns, en op. cit., II, págs. 3 1-59. Los números entre paréntesis se corresponden
con los parágrafos en los que éste ha dividido el texto de Focio.
577

1. - a\«I1~3óVEtV 5’ 4v 4~ ~ictpa&iSeioiSchott
- AtaXaÑ3c¿vEt 54 caL rEpt KptOEEJS llouwaTos, 4v 43 ii~puSíSuot Severyns (10)
Sobre este pasaje comenta Núñez: «Corruprus ¡onu. Quid sí ~i..aXaj’f~ivci.
6’ ~v ‘rÉ~ (3? Quasi superiora sint ex libro 1 Procli, quae sequuntur ex
secundo excerpta; nam ex tertio et quarto nihil repetitur»’~~
4. En primer
lugar, la laguna que presentaba en este pasaje el ms. M le hace rectificar a
Núñez, con buen sentido, un relativo que de esta manera quedaba
descontextualizado, y que si hubiera tenido acceso al texto íntegro
(proporcionado por el códice A> no hubiera necesitado modificar; pero lo
que importa aquí, sobre todo, es el buen tino con el que corrige el
=taXcq~~3cíveit’de M por AtaXaItIBcÍvEt, lectura ésta posteriormente
sancionada por la del —para él ignorado— manuscrito A.
2. K&Í ¿It 16 ¡iéXos Schott / Ka¡ ¿It TO bios Severyns
Sobre la lectura iéXos, Núñez señala en sus Notas: «liben ter reponerem
e-rros»16>; su conjetura coincide, de nuevo en este caso, con la lectura del
códice A.
3. Hyijotov Tov =aXa[sivíov Schott / ‘Hyiyñvov To)’ ZaXcqdviov Severyns (22)
En relación a este nombre propone Núñez: «Quid si ‘Hywu(uv ¡egarnus?
quod nomen magis receptum»166. Como vemos su propuesta de corrección
(compartida por Schott, Sylburg y Gaisford> no es aceptada, por el
contrario, por Severyns, quien considera a este respecto que: «Les deux
formes sont donc également légitimes et u serait, pour les moins,
imprudent de bannir Hy~oTvov du texte de Photius au profit de ‘Hy~aiiav
transmis par Athénée,>ltT.
4. Nó¡j t~sos Y6P ¿ ‘AnóXXwv Schott, Severyns (44)
En realidad Núñez no propone efectuar aquí modificación alguna, sino
que se limita a manifestar su extrañeza —con razón— ante el epíteto de
164 Nota a la pág. 5, línea 23 (pág. 62 —mal numerada 72— de la edición de
Hannover, 1615, que es la que utilizo para el texto de Schott a lo largo de todo el
epígrafe).
165 Nota a la pág. 6, línea 3 bis (pág. 64).
166 Nota a la pág. 6, línea 36 (pág. 65).
167 Op. ch., II, pág. 95.
578

Apolo, pero mostrando asimismo respeto al texto: «Qyod Apollo quidem
Nd¡stos, eL pastor Admetí, sexcenti testes. Sed quod N4t ijios ano ‘¡61v vópúw
díceretur, síngulare prope est, nec alibi, quod sciam lectum. (...). Retineo
Lamen scripti librí lectíonem»’
68. Es de señalar que su criterio conservador
coincide plenamente con el del editor moderno: «J’ai conservé Nóvqios
dans le texte de Photius —afirma Severyns—, bien que Proclos alt súrement
écrit N¿pios»169.
5. TflS 4v TOtS TOTIOLS EÚ’fpootJvtls Schott / (...) 4v ToiS ITOTOLS (...> Severyns (51>
El error no es atribuible al codice M, que presenta en este caso la
lectura correcta, sino a algún copista del mismo. La nota del valenciano a
este pasaje propone, de nuevo, una corrección plenamente justificada:
«Omnino legendum ~v TUIS -itirrots, inverso ordine litterarum; qui error
mana viL in ea quae mfra leguntwt fl&’ro trapa ‘reus r&Trous. Restituendum
nd’rous, uL ex omníbus scriptori bus huius argumenti liquet»17~1.
6. - uccvr’ ánt~p~otv, (5s 4nÉnav Schott
- KÉZT~L ávtt’ppautv Td y&p IZUT& ávd~aatv (58 4iiúnav Severyns (59)
Una serie de razonados argumentos, basados en la comparación con
otros autores, le lleva a Núñez a conjeturar que el pasaje

8. ouvExEoeat Schott ¡ ouvEtyEoOal Severyns (65)
La propuesta de corrección que hace Núñez coincide, una vez más, con
la lectura establecida posteriormente por Severyns a partir cte A: «In bis
verbis —afirmó
173— pro uiwéx~o6at reponen dum ouvcóx¿oOat».
9. i¡cwao~s¿vos Schott ¡ ITE’fEtoItcvbJs Severyns (66)
En relación al pasaje en el que aparece el término señalado, comenta
Núñez: «Totidem verbis leguntur haec iii Etymologico (scil. Erymologicum
Magnum>, ubi recte TTE’pEtO[IEvtdS est, quamvis posset reponi EWUOIIEV&S,
quasi aperte hoc facerent»’74.
10. tod wu obJpcLTos Schott / ¿it TOÚ 00410T05 Severyns (67)
De nuevo el cotejo con el Etymologycuni Magnum le permite a nuestro
humanista proponer una corrección afortunada: «Eadem quae hic
leguntur ad verbum in Etymologico de Epicedio et Threno; ex quo
reponendum ethic ETI pro EGTͻ17~.
5. Conclusiones
Del estudio que hemos realizado, tanto de las dos ediciones que
estuvieron a cargo de Pedro Juan Núñez, como de sus Notas a la Crestomatía
editada por Schott, es posible extraer, a mi juicio, las siguientes
conclusiones.
Hay que señalar, en primer lugar, que los medios con los que contó
nuestro humanista fueron bastante limitados, en el sentido de que en todos
los casos sólo tuvo a su disposición un único manuscrito de la obra que
anotaba; no obstante, demostró rigor cientifico al acudir a otros medios a su
alcance (ediciones previas de ese mismo texto, en unos casos, tradición
indirecta, en otros) con objeto de cotejar y, en su caso, corregir los pasajes
sospechosos de corrupción.
~ Nota a la pág. 10, línea 26 (pág. 71).
174 Nota a la pág. 10, línea 32 (págs. 71 y 72).
175 Nota a la pág. 10, línea 34 (pág. 72).
SSO

En otro orden de cosas, resaltaremos que el proceso de corrección y
fijación del texto realizado por Núñez demuestra que éste poseía una sólida
formación filológica, visible, a mi juicio, en los siguientes aspectos:
a) dominio de las dos lenguas clásicas;
b) utilización de disciplinas auxiliares como la paleografía;
c> amplios conocimientos históricos, literarios y filosóficos.
El mejor resumen de las ideas de Pedro Juan Núñez con respecto al
ejercicio de la crítica de los textos lo encontramos, hecho por él mismo, en
un pasaje de su Oratio de causis obscuritatis Aristoteleae; una obra, ya lo
hemos visto, caracterizada por su intensa impronta filológica. El pasaje en
cuestión reza como sigue:
Urile ergo esset varia exernplaria Graeca Aristotelis consu¡i a viris doctis et
inter se conhparari, u¡ cuni varii occurrerent textus, verior lectio approbaretur
propositis argunientis et coniecturis, caeterae notarentur tanquarn minus
probabiles; omnes ¡amen uno libello descrip¡ae separa tim, ¡a liberuni esset
cuiuis sequi lectionein quan probare¡ 176•
El programa es impecable desde el punto de vista teórico; pero lo más
original de sus planteamientos quizá resida en la propuesta que se hace, en
el sentido de ofrecer al lector no sólo la lectura que el editor ha
considerado más correcta, en el caso de que los manuscritos presentes más
de una —elección que, en cualquier caso, está obligado a justificar
propositis argumentis—, sino también todas las demás variantes, con objeto
de que aquél, el lector, posea toda la información disponible y se encuentre
en condiciones de efectuar también él su propia elección.
Descendiendo al terreno de la praxis, se puede afirmar que como editor
Núñez mantuvo en líneas generales una actitud de respeto hacia el texto
que está bastante acorde con la fecha de sus trabajos (fines del siglo XVI),
pues por entonces la fiebre correctora que padecieran los primeros
humanistas afortunadamente había comenzado a atemperarse. Uno de los
nuestros, Juan de Grial, refleja bien en estas palabras suyas esa nueva
disposición hacia los textos, caracterizada por una mayor prudencia, que
había ido progresivamente imponiéndose:
Ibidem, fols. 7 y 7v.
581

En emendar el primer lugar se suele dar a los libros antiguos. Y no digo yo
que no deven ser ayudados de coniecturas de hombres doctos, ni tampoco digo
que sin libros jamás aya de valer el ingenio y la razón, aunque la experiencia
(h>a mostrado bien estos días quán lúbrico sea este camino. Pues ya lo que más
se tratta es en desemendar emendaciones hechas por hombres ingeniosos y
doctos
1 ~
Aun así, todavía no se habían erradicado por completo ciertos hábitos
por los que los humanistas, imbuidos de sus notables conocimientos de la
Antiguedad, se sentían obligados a corregir la traducción manuscrita en
aras de una mayor ‘perfección’ del texto. En el caso de Núñez, las
estadísticas que hemos ido proporcionando a lo largo del capítulo
demuestran que el número de correcciones efectuadas por ‘colación’ y el
de conjeturas estaba bastante equilibrado (46% y 54%, respectivamente, en
el caso de la ViLa Aristotelis; 48% y 52%, en la Ecloga de Frínico). En
muchas ocasiones, además, hay que reconocer que la conjetura se producía
en pasajes en los que no había posibilidad alguna de cotejo, debido a la
ausencia del pasaje en cuestión en los otros textos de los que disponía; en
otros casos, aunque sean los menos, Núñez fue deudor de su tiempo y
corrigió más allá de lo que el texto exigía.
Con respecto al buen tino filológico del valenciano a la hora de
proponer sus enmiendas, la comparación que hemos efectuado entre sus
ediciones de la ViLa Aristotelis y de la Ecloga de Frínico y la edición más
reciente de cada uno de esos textos, arroja resultados ya de por sí muy
elocuentes: 72% de correcciones adecuadas, en el primer caso, y 69,6% en
el segundo. Este porcentaje favorable se dispara en el caso de las Notas a la
Crestomatía, donde de las diez correcciones del valenciano nada menos que
nueve han quedado recogidas en la moderna edición de Severyns, en
atención a las lecturas de un manuscrito de mayor valor que el comentado
por Núñez. Si a todo ello le sumamos el hecho de estar comparando
ediciones del siglo XVI con otras hechas en nuestros días, con la disparidad
—por no decir el abismo— entre los medios bibliográficos y de todo tipo que
177 Carta de Juan de Grial al Brocense (tomo la cita de E. Asensio, “El Ramismo y
la crítica textual en el círculo de Luis de León”, Academia Literaria Renacentista 1.
Fray Luis de León (y. & de la Concha, ed.), Salamanca, 1981, págs. 47-76, pág. 73 la
cita reproducida).
582

ello comporta, creo que, en justicia, muy bien podemos concluir que labor
de Núñez como critico textual fue francamente notable
1 78,
Idéntico juicio parece desprenderse de la larga vigencia de la que
gozaron sus trabajos. La Víta Aristotelis, con las eruditas Notas de Núñez, no
sólo fue largamente reeditada a lo largo del siglo XVII (1621, 1666 y 1677),
sino que todavía extendió su influencia durante buena parte de la centuria
siguiente, de manera que, en palabras de Dúring’79, «His book (scil. de
Núñez) was the standard work on the subject until, two hundred years
later, it was superseded by Buhle’s introduction and editions of te Vitae in
his Arisrotelis Opera omnia». Doscientos años de vigencia para un trabajo
científico, aun en la época que nos ocupa, hay que reconocer que son
muchos años; los suficientes, al menos, para pensar que estamos ante una
obra singular y de enorme valía. Sin embargo, he de decir que ese valor y
esa singularidad no le vienen tanto —o no le vienen sólo— por el lado de la
crítica textual, cuanto por los comentarios con los que Núñez adornó y
completo el escueto texto de la Vita. Son estas Notas, con lo exhaustivo y lo
riguroso de los datos que aportan, las que, a mi entender, convirtieron la
obra del valenciano en un manual imprescindible para cualquier estudioso
de filosofía, en general, y de la escuela peripatética, en particular.
Otro tanto ocurrió con la edición de Frínico, cuyo texto, tal y como lo
estableció Núñez, así como la versión latina que de él hizo, merecieron
todavía en 1739 ser tomados por Paw como base de su propia edición y no
fueron reemplazados hasta la edición que hizo Lobeck ya en el siglo XIX
(1820). No podemos sustraernos a la tentación de reproducir el juicio que
este trabajo de Núñez le merecía a Tovar, pues las palabras de éste resumen
la cuestión de manera mucho más elocuente que cuanto podamos afirmar
aquí: «única contribución española considerable —afirmó Tovar’811— a la
filología clásica en tres siglos».
178 Un dato más para reforzar lo que decimos. Núñez dispuso en las dos ediciones
que efectuó de un solo códice; Dúring ha manejado 65 mss. para su edición de la Vita
Aristotelis Latina y Fisher 27 para la suya de la Ecloga de Frinico.
~ Cf. op. cit., pág. 179.
180 A. Tovar, “Aventura de unos manuscritos griegos en España”, Revista de
Occidente, II, 18 (1964), págs. 292-303 (303>.
583

Si fijamos nuestra atención, por último, en las Notas a la Crestomatia de
Proclo, el hecho de que Gaisford las incluyera en su edición de 1810 les
confiere asimismo una vigencia que no hace sino confirmar su valía.
Todos los datos expuestos avalan, pues, la conclusión de que Núñez fue
un muy buen filólogo, y que, pese a no contar con unas condiciones ni
unos medios materiales en exceso favorables, supo aprovechar el hallazgo
de dos manuscritos interesantes (particularmente el de Frínico), calibrar
la importancia de lo que tenía entre manos y llevar a cabo su edición con
notable pulcritud. Conviene preguntarse si en este sentido debemos
considerarle una excepción a la regla de lo que ocurrió con las ediciones
de los clásicos en nuestro país, o si, por el contrario, su trabajo constituye
otro ejemplo más de lo que pudo haber ocurrido, caso de que nuestros
humanistas hubieran disfrutado de unas condiciones y de unos medios algo
más favorables.
584

CUARTA PARTE
NÚÑEZ PEDAGOGO

CAPITULO 1
REFLEXIONES TEÓRICAS SOBRE EL PROCESO EDUCATIVO
1. Humanismo y Pedagogía
Los dos términos que encabezan estas líneas, humanismo y pedagogía,
no albergan conceptos emparejados de forma aleatoria o simplemente
circunstancial. Resulta difícil pensar en el humanismo renacentista sin
asociarlo de inmediato a la idea de un movimiento intelectual que, ante
todo, aspiró a una nueva educación y cuya base estuvo sólidamente anclada
en los llamados studia humanitatis Una educación, por otra parte,
preocupada por definir el modelo de hombre moderno como ser no sólo
individual, sino sobre todo social, y que estaba muy lejos de ser concebida
simplemente como un juego literario o un problema que afectara al
individuo de manera aislada. Cuando Lorenzo Valía exhorta al comienzo de
sus E)eganriae, «Certemus, quaeso, honesrissimum hoc piflcherrimum que
certamen>’, ese ‘certamen’ al que el humanista italiano convoca
..no es simplemente —afirma Francisco Ricok~~~ un torneo literario, por más que
literarias sean las armas: el rescate del latín supone toda una visión de la
Así lo concibe, por ejemplo, P. O. Kristeller: « ...el humanismo renacentista no
era, como tal, una tendencia o un sistema filosófico, sino más bien un programa
cultural y educativo, en el cual se enfocaba y desarrollaba un campo de estudios
importante pero limitado» (El pensamiento renacentista y sus fuentes, Méjico, 1982,
pág. 40).
2 ~¡ sueño del humanismo. De Petrarca a Erasmo, Madrid, 1993, pág. 21.
587

historia y pone en juego toda una civilización, de las leyes a las artes plásticas,
de la medicina a la espiritualidad, sin desdeñar ninguna faceta que atafla al
provecho y al bienestar general de la humanidad.
Naturalmente que el salto desde lo que aparentemente sólo son muchas
veces minucias gramaticales o filológicas de los humanistas, a toda esa
nueva civilización de la que se habla, no resulta fácil de explicar. Pero es
la actitud con la que se abordan esos trabajos, el enfoque desde el que se
realizan, el relativismo que implican, los métodos que se utilizan, la
secularización de los fines, todo lo que, en suma, abre el camino a
perspectivas hasta entonces insospechadas.
Estas nuevas perspectivas, no individuales sino sociales, que a los ojos
de los humanistas la restitución de la cultura clásica traerá consigo, no
pueden por menos de estar indisolublemente ligadas a la educación del
individuo, a tenor del nuevo papel que éste, en cuanto que ciudadano, está
llamado a desempeñar. En el fondo, lo que los humanistas recuperan no es
otra cosa que el concepto de írat8&a, tal y como éste era entendido en la
antigua Grecia: «Los antiguos tenían la convicción —señala Jaeger
3— de
que la educación y la cultura no constituyen un arte formal o una teona
abstracta, distintos de la estructura histórica objetiva de la vida espiritual
de una nación».
La Antiguedad greco-latina representaba, pues, un ideal que
permanecía vigente —por mucho que necesitara la adecuada adaptación a
las nuevas condiciones— y la lectura de los autores clásicos era susceptible
de proporcionar no sólo la sabiduría científica —la rerum cognitio—, sino,
sobre todo, un modelo de actuación en lo individual y en lo colectivo con el
que mejor encarar los problemas del mundo moderno. Woodward lo resume
así4:
Cosi viene assegnato un posto a parte ai grandi scrittori: si devono leggere
scrupolosamente in quanto essi hanno autoritá in ogni campo de! sapere, in
quanto provvedono essempi e modelli di carattere, maniere, coltura personale e
nazionale: lo studio di essi ci rende «parat¡ores al virtutemx’.
~W. Jaeger. Pa¡deia, Madrid, 198l~, pág. 2.
‘~ W. U. Woodward, Studies in Education during dic Age of Renaissance. 1400-
1600, Cambridge University Pres, 1906 (utilizo La pedagogia del Rinascirnento 1400-
1600, tirad. al italiano de E. Codignola e A. Lazzari, Florencia, Vallecchi Editore,
1923, pág. 100).
588

Como es natural, esa benéfica influencia otorgada a la literatura clásica
sólo era susceptible de ejercerse mediante la instrucción de los jovenes. El
humanismo comportó así, ante todo, una nueva visión del proceso
educativo, que, por una parte, cuestionaba de manera radical los valores,
los contenidos y los métodos de la etapa inmediatamente anterior, y, por
otra, situaba el conocimiento de la cultura greco-latina y la instrucción
mediante la que se adquiría —los studia humanitatis— en la cima de su
propia escala de valores 5.
La recuperación de las lenguas clásicas, particularmente del latín, se
hallaba en la base misma de todo ese proceso; la crítica textual y, en suma,
la filología constituían los instrumentos que iban a permitir depurar y
restaurar a su primitiva integridad y belleza los maltrechos testimonios de
aquellas lenguas, y la invención de la imprenta, por último, los haría
fácilmente accesibles a todos.
A la fase inicial de las grandes individualidades y los maestros
singulares (pensemos, por ejemplo, en el caso emblemático de un Guarino
de Verona en la Ferrara del Quarroccento), le sucede la conciencia
creciente de la necesidad de dotar a todos aquellos cambios de un carácter
institucional, es decir, la búsqueda del nexo entre el trabajo de aquellos
primeros humanistas y la educación de los jovenes mediante la regulación
de los suidia humanitaris. La reforma, por consiguiente, de aquellos
estudios —reducidos por entonces a la Facultad de Artes y dotados de
carácter propedeútico a la enseñanza propiamente universitaria— se
convertirá en el principal objetivo de la pedagogía humanista. Una
reforma que afectará tanto a planes de estudio como a contenidos y
métodos, y cuya consecución está íntimamente ligada, en primer término,
a la crítica y a la superación del concepto de la enseñanza encarnado por
la escolástica.
~‘ Así encontramos en Erasmo sentencias de este catado: «ut rectissime scripserit
quidain, primuin, nediu¡n, ac terriurn, hoc est totius hunanae felicitatis caput ac
sunjrnam esse, rectam institutionein ac Iegitimam educationem» (De pueris statim ac
liberaliter instituendis libellug utilizo la edición de Lyon, 1531, pág. 10); o más
adelante: «Quod est omnium praestantissimurn, filio clare non potes, aL bis artibus
potes ifluni instruere quibus ea parantun quae sunt optima» (pág. 13). Esta obra de
Erasmo ha sido editada, traducida y comentada por J. C. Margolin, Ginebra, 1966.
589

2. La crítica del humanismo a la pedagogía escolástica
Tras intentar desbrozar lo accesorio, revestido a menudo con aquellos
ropajes de ironía —cuando no de franca mordacidad— de los que bien sabían
hacer gala nuestros humanistas, los motivos de las insistentes críticas
vertidas desde las filas del humanismo contra la enseñanza escolástica
pueden quedar articulados en torno a tres aspectos esenciales: defectos
formales, defectos de método y defectos en la organización pedagógica.
Defectos formales
Si algo caracterizaba al latín utilizado por los escolásticos es el haberse
convertido en un prototipo de lengua ruda e incomprensible, y al estilo
que empleaban en un modelo de barbarie para aquellos humanistas que se
preciaban de beber en las fuentes originales. Como ocurre con frecuencia
en las sectas, y como si de una de ellas se tratara, la escolástica había
desarrollado un lenguaje propio y arcano, a menudo ininteligible para los
no iniciados, que con frecuencia no pretendía explicar sino tan sólo
mostrarse como un signo de diferenciación. A esta situación el humanismo,
como ya hemos dicho, opuso el deseo de restauración de la lengua latina a
su primitivo esplendor, lo que sólo era posible merced a la lectura y la
imitación de los textos de los autores clásicos, recuperados por entonces
mediante una tan paciente como exhaustiva labor filológica.
Defectos de contenido y de método
Pero no sólo el lenguaje utilizado era objeto de crítica. También se
censura la oscuridad en la exposición de las ideas y el que éstas se
presenten de manera sofística, cuando no contradictoria, así como la
excesiva prolijidad con la que se desarrollan las cuestiones y que conduce
inevitablemente a discutir sobre innumerables nimiedades, carentes de
todo interés e utilidad y que, en opinión de los humanistas, sólo sirven para
entorpecer el proceso educativo
6. Gran parte del interés pedagógico del
6 La siguiente cita de P. Simón Abril, referida a la disciplina lógica, no es sino
uno más de entre los innumerables ejemplos con los que se podría ilustrar esta queja:
«Dellas con que el arte, que contenida dentro de sus limites y terminos es facil, breve
y llana, y de mucha utilidad, la vienen a hazer difficultosa, prolixa, oscura, y de
ningun provecho...» (Primera parte de la Filosofía? ¡¡amada la Lógica, o parte racionaL
590

humanismo se concentrará, por consiguiente, en la búsqueda de una más
eficaz transmisión de los saberes, recurriendo para ello a la
reorganización de los contenidos de las distintas disciplinas presidida por
criterios de simplificación, claridad y orden
7, y a la elaboración de
manuales didácticos que permitieran la mejor comprensión y
memorización de las mismas.
Censuran también los humanistas a la escolástica el alejamiento de las
fuentes, lo que no sería en sí mismo reprobable si no fuera porque los
calificados por Vives de ‘pseudodialécticos’ conceden el criterio de
autoridad máximo e infalible a Aristóteles, y lo hacen, a pesar de que
muchas veces ni siquiera lo han leído, o si lo han hecho no lo han
comprendido8. De esta manera, la ausencia no sólo de un rigor crítico en
términos intelectuales, sino incluso de los más elementales principios de
crítica textual, llevaba aparejado desde que se aceptaran como propios de
Aristóteles pasajes e incluso obras enteras que no son suyas, hasta que se
emitieran interpretaciones absurdas basadas en traducciones erróneas.
La vuelta a las fuentes de la Antiguedad iba a permitir la correcta
utilización e interpretación del pensamiento de los clásicos; pero no sólo la
depuración de los textos mediante la herramienta de la crítica textual era
para el humanista una tarea insoslayable, sino que defendía con igual
ímpetu la idea de que al argumento de autoridad como criterio intelectual,
sólo cabía oponer la búsqueda de la verdad a través del rigor científico:
Utamur igitur Aristotelis consilio —aconseja Pedro Ramos9— et unicam
verirarem (uL iubet) habeamus pro omne autoritate: falsa libere repudiemus,
mo tilia sine meto damnemus, vera sequamur, u tilia probemus.
Alcalá, 1587, fol. 103). Esta obra ha sido editada por L de Gafligral, en Pedro Simón
Abril: Textos de humanismo y didáctica, Albacete, 1988,
‘ El mismo Simón Abril lo expresa con estas palabras: «En lo de la dotrina y arte,
con que ha de ser ayudada la buena naturaleza, se deve guardar sobre todo aquel
prudente consejo del poeta Horacio, que las reglas y precetos, con que han de ser los
hombres enseñados, sean pocos, y por claros terminos dichos, y por buena orden
puestos, y con exemplos manifiestos declarados» (ibidem, fols. 102v y 103).
8 No hago más que emplear la misma expresión que utiliza Fox Morcillo en su De
usu et exercitatione Dialectica Liber 1: «Adeo ut mibi certe plerique nec Aristotelem
ipsum, quem unum in bac parte, quem sequamur, habemus, ¡egisse; nec si legerint.
inrellexisse satis» (Basilea, 1556, pág. 10).
~ Aristote¡icae Animadversiones, París, 1543, fol. 21. «Ratio praeponderat
aotoritati» es una expresión que se repite con insistencia en los textos de los
591

Por otra parte, los contenidos de esta escolástica decadente se hallaban
centrados en demasía en cuestiones a menudo puramente semánticas, en
divisiones y subdivisiones de conceptos, desatendiendo en cambio los
grandes temas de investigación filosófica. La situación ha quedado
elocuentemente descrita por un testigo tan de fiar como Melchor Cano,
quien, aun confesando de si mismo no ser “de ingenio tardo”, no podía
menos, sin embargo, que justificar su falta de interés por estas cuestiones:
Quis enini ferre possiti disputationes lilas de universalibus, de norninum
analogia, de primo cogniro, de principio individoalitionis (sic eni¡n
inscribunt), de disrinctione quanritatis a re quanta, de maximo eL tnininho, de
infinito, de intensione eL remissione, de proportionibus et gradibus, deque
aPis hoiusrnodi sexcenÑs, quae ego eriam, con nec esseni ingenio ninhis tardo,
nec bis intelligendis parum eL diligentiae adhibuissem, animo ve! informare
non poteram? Puderet me dicere non intelligere, si ipsi intelligerent, qui haec
tractaront 10
También Núñez hizo un llamamiento en este sentido desde las páginas
de su De recta atque uLlil ratione conficiendi curriculi Phflosophiae,
pidiéndole al filósofo que pusiera más interés en la investigación y menos
en las palabras: «Doctor philosophiae illud unum potissimum curandum in
tradenda philosophia, ut res ipsas earum que naruram potissimum spectet,
non ¡ibris tan tum neque verbis addictus sitA 1•
Bn el método escolástico, por recoger una última queja del humanismo,
se abusaba del razonamiento deductivo y se concedía a la discusión y al
empleo de los silogismos la patente de razonar, con olvido de otros métodos
de reflexión y de exposición de las ideas. De esta manera, la escolástica
había llegado a otorgar al estudio de la dialéctica un papel preponderante,
por no decir exclusivo, con el consiguiente detrimento de otras parcelas de
la Filosofía
12, y los cultivadores de esta disciplina, aquellos verbis addicti
contemporáneos y que Núñez hace suya en su Libellus de constitutione artis
Dialecticae (cf. fol. 119 y).
10 De locis Tbeologicis, Salamanca, 1563, Libro IX, cap. VII

en la expresión de Núñez, no se ufanaban tanto por su saber, como por el
triunfo de su ingenio en logomaquias y debates. Estos últimos habían
acabado por suplantar lo que sería la tarea propia de cualquier estudioso,
es decir, la investigación de la verdad, que quedaba ahora sacrificada con
frecuencia en aras de cualquier discusión sobre cuestiones tan fútiles
como intrascendentes:
Qué es. pues, vuestra Dialéctica —resume elocuentemente el propio Vives 13—
sino un arte de palabras con el cual pretendéis engañar alterando la
significación de los vocablos? Decidme: ¿qué es lo que enseña? Demasiado
prueba no contener esas especulaciones ciencia alguna, el hecho de que no
sirven para fundamentar conocimiento de ninguna especie, ni dejan tras de sí
elemento aprovechable para la inteligencia, de suerte que cuando sales de las
aulas, a no ser que poseas una memoria tenacísima, todo aquel humo, al soplar
el viento más suave, se disipa.
Defectos en la organización pedagógica
La organización pedagógica de la escolástica, rígidamente estratificada
y vertebrada, como acabamos de ver, por el estudio de la dialéctica,
otorgaba el lugar cte honor a los estudios teológicos. Los humanistas
aspiraron a que disciplinas como la gramática y la filología, la retórica y la
poética subieran de escaño y a disminuir el papel de la dialéctica’4.
Por otra parte —se quejan los humanistas—, la enseñanza que se hace de
la filosofía no pone a los jóvenes en la senda de la investigación de la
verdad, al no haberlos pertrechado previamente, a modo de equipaje, con
el conocimiento de los filósofos clásicos; bien al contrario, las fuentes de la
Antigúedad han quedado sepultadas tras comentaristas y comentarios que,
decidont>s en De causis corruptarum artiuin, III, 8 (cito por Opera omnia, G. Mayans
cd., Valencia, 1783-1790, VI, págs. 146 y 147).
13 Tomo la cita de Bonilla y San Martín, Luis Vives y la filosofía del Renacimiento,
Madrid, 1903, págs. 344 y 345.
14 p• o. Kristeller afirma: «Los stodia bumanitaLis excluyeron la lógica, pero
añadieron a la gramática y retórica tradicionales no sólo la historia, el griego y la
filosofía moral, sino que además hicieron de la poesía, antes un satélite de la
gramática y de la retórica, el componente más importante de todo el grupo» (El
pensamiento renacentista y las artes, Madrid, 1986, págs. 193 y 194). Hablar de
exclusión’ de la lógica por el humanismo me parece, sin embargo, excesivamente
tajante, pues fueron muchos los humanistas que cultivaron esta disciplina, si bien
privándola del carácter central y exclusivo del que había gozado en la enseñanza
escolástica. También Ch. E. Schmitt considera que tal distinción explica bien el caso
de Italia, pero no debe ser generalizada aplicándola sin más a otros lugares (Aristote
et la Renaissance, París, 1992, pág. 20).
593

lejos de iluminar y explicar, como sería lo propio de su tarea, no hacen más
bien sino oscurecer y dificultar. Las enseñanzas filosóficas, en suma, se
han visto reducidas a la memorización de tratados lógicos o Súmulas que se
consideran insustituibles, y que no tienen reparos en suplantar la lectura
de los textos originales. Una situación que Pedro Ramos no se priva de
describir con su proverbial ironía:
Avistotelis interpretenh secundarii in Lerpretes nova interpretatione sic
interpretentur, UL ipsi ternariOs interpretes reqoirant? Oh vanitatem
interpretonh: siccine bonae iuventuLi illuclitur? 15~
La crítica a la escolástica no constituye, en definitiva, más que el
reverso de cuyo negativo se extraen, punto por punto, los rasgos que
caracterizan el anverso propuesto por la pedagogía humanista. Muy
probablemente este movimiento también fracasó en muchas de sus
propuestas: «Los humanistas —sentencia Francisco Rico— nunca llegaron a
resolver por completo la tensión entre autoridades y experiencias, entre
fidelidad al pasado e implicación en el presente», y añade líneas más abajo,
«Nos consta, sin embargo, que ese panorama tan rico en novedades no sólo
está lejos de ser una concreción satisfactoria del sueño del humanismo,
sino que en muchos aspectos únicamente pudo alcanzarse a costa de
renunciar a él, a costa de despertar»’
6. Pero, reconociendo lo acertado de
esas apreciaciones, nadie podrá tampoco negar que el movimiento
humanista sentó las bases que permitieron a sus sucesores avanzar por los
caminos del pensamiento moderno.
En cualquier caso, la pretensión de este capítulo no es otra que
establecer los posibles nexos entre la figura del humanista que nos ocupa y
los proyectos de renovación pedagógica que han quedado esbozados. La
contribución de Pedro Juan Núñez a ese intento de iluminar las muchas
sombras de la escolástica con las nuevas luces del humanismo se llevó a
cabo, dentro de sus posibilidades, en varios de esos terrenos que acabamos
de acotar. En algunos casos su contribución pertenece al campo de la
praxis, empezando por toda una vida consagrada a la enseñanza de algunas
de esas asignaturas más preciadas por el humanismo, como pueden ser el
13 p~ Ramos, Aristotelicae Animadversiones, fol. 13.
16 P. Rico, op. cm., págs. 152 y 153-1 54, respectivamente.
594

Griego y la Oratoria, o continuando por la elaboración de una serie de
manuales según los criterios metodológicos de claridad y rigor
propugnados por ese movimiento
17. Del mismo tenor son también otras
publicaciones que contribuyen al mejor uso de la lengua latina —como los
Apposita M. Tulii Ciceronis— o que plasman en la realización concreta de
una edición crítica, como la que hiciera del aticista Frínico, sus ideas sobre
crítica textual. En otras ocasiones, por el contrario, su aportación es
estrictamente teórica, colaborando con sus reflexiones a arrojar algo de luz
sobre aspectos diversos del proceso educativo, como son la especulación
sobre el método, el estudio de los requisitos exigibles tanto a discípulos
como a profesores, o la propuesta de un nuevo plan de estudios para la
carrera de Filosofía. De algunas de estas cuestiones, tales como su perfil de
filólogo o sus ideas metodológicas, ya hemos tenido ocasión de hablar en
páginas precedentes y no vamos a insistir de nuevo sobre ello.
Dedicaremos, pues, este capítulo a completar el perfil pedagógico de Núñez
en aquellos aspectos, fundamentalmente teóricos, de los que hasta ahora no
se ha hecho mención.
3. Natura, ars y exercitatio como principios pedagógicos
A. Las fuentes clásicas
El hallazgo y la restitución de los textos clásicos y la nueva
consideración a la que ahora se los somete, supuso también, entre otras
muchas cosas, volver la mirada hacia una parte de las teorías pedagógicas
profesadas en la Antigúedad. Es el caso, por ejemplo, de la recuperación
teórica de aquellos tres elementos que la sofística griega había situado
como base de la educación —naturaleza, enseñanza y hábito— y que
17 Cada una de las asignaturas que ocuparon su actividad docente fue
sistematizada en forma de libro de texto en algún momento de su extensa producción
editorial: a la lengua griega le dedicó sus InstiLo tiones grarnmaLicae linguae Graecaey
el Alpbabetu¡n Graecum: a la retórica, las Instítutiones Oratoriae y los Institutionuin
Rhetoricaruni librí y, que completó con otras publicaciones de carácter escolar como
las Tabolae lnsritutionorn Rhetoricarum, los Progymnasmata o la Ratio brevis; a la
enseñanza de la lógica contribuyó con su Libellus de constitutione artis Dialecticaey
a la de la filosofía natural con las lnsLiLutionum Physicarum quatuor librí priores.
595

Plutarco había fielmente transmitido en su De Jiberis educandis 18 Entre
los sofistas —afirma Jaeger— «se ha llegado al convencimiento de que la
naturaleza (‘ptioís) es el fundamento de toda posible educación. La obra
educadora se realiza mediante la enseñanza (~‘d6~ois), e] adoctrinamiento
(SlBaoKccXÍa) y el ejercicio (aan~ots), que hacen de lo enseñado una
segunda naturaleza»” 1.
El problema de la posibilidad de educar la naturaleza humana no es, en
el fondo, si no un caso más de las relaciones generales entre naturaleza y
arte; por ello Plutarco recurrió al ejemplo de la agricultura, considerada el
caso emblemático del dominio de la naturaleza por el arte humano, para
explicar la relación entre esos elementos de la trinidad pedagógica de los
sofistas: el terreno para la educación es la naturaleza del hombre, el
educador hace las veces del campesino, los preceptos y doctrinas
transmitidos por la palabra son la simiente. Comparación que, traducida al
latín, ha acertado a crear la metáfora de la cultura aninii que tan
hondamente ha calado en el pensamiento occidental2

preceptos, serán reconocidos también por el humanismo como los tres
componentes en los que ha de basarse todo aprendizaje 22.
La tensión entre naturaleza y arte —ingrendientes de cuya mixtura en
la proporción adecuada se genera finalmente la educación— se ha
decantado hacia uno u otro poío según los autores y las épocas, e incluso en
un mismo autor es posible encontrar sentencias que acentúan
indistintamente uno u otro aspecto. En la propia Grecia Isócrates, por
ejemplo, atribuye en sus discursos sobre la retórica el papel más
importante a las dotes naturales (en tanto en cuanto se trata de una
creación que no puede estar completamente sujeta a las reglas técnicas), y
relega a un segundo plano el conocimiento y la práctica; Platón, por el
contrario, inclina la balanza en el Fedro hacia los dos factores menos
apreciados por Isócrates, y muy particularmente hacia la episteme 23 En
Cicerón, a su vez, podemos encontrar pasajes que abogan por la primacia
del usus 24; más adelante, Quintiliano afirma que es posible concebir la
naturaleza sin el arte, pero no el fenómeno contrario25.
B. El Renacimiento: Erasmo y Ramos
Si acercamos el foco de atención a lo que ocurría en el Renacimiento, es
indudable que el punto de partida de la pedagogía humanista arranca
también de la natura y de la posibilidad de sacar el máximo partido a las
cualidades innatas en el propio alumno; pero, a decir verdad, el énfasis
22 Tomemos estas palabras de Erasmo, en su De pi>eris instiLuendis libellus, como
ejemplo de la consideración en la que eran tenidos estos tres elementos y de la
estrecha interdependencia existente entre ellos: «Tota vero rabo feliciratis hunianae
Lribus potissimunh rebus consLat, natura, ratione, eL exercitatione. (...) Natura
rationem desiderat, exercitatio nisi ratione gubernetun multis periculis atque
erroribus est obnoxia. VehemenLer igitur fallun Lun qui saLis esse putant nasci: nec
minus errant, qui credunt tractandis rebus gerendisque negociis absque philosophiae
praeceptis paran sapienriam» (pág. 26). y más adelante insiste: «Nectanius igiLur
hunc triplicem funiculum, uL et naturam ducar ratio, et rationem consunmet
exercitario» (pág. 27>.
23 Vid., particularmente, Fedro, 269d 1-6. Cf. también W. jaeger, op. ch., págs.
992 y ss.
24 Vid., por ejemplo, De orariore, 1, 4, 15: «...ut al eam doctrinam, quam suo
quisque studio consecutus esset, adiungeretur usus frequens, qul omnium
magsrroru¡n praecepta superare t».
25 Así en las InstituLiones Oratoriae, II, 19, 2: «Si parti utri libet omnino altera
deLrabas, natura etiam sine doctrina multum valebiL, doctrina nulla esse sine natura
potenit».
597

mayor en esta época se hizo recaer en la parte técnica y en las
posibilidades que el método, con su eficaz sistematización de los preceptos,
y la exercitatio, mediante la práctica asidua de los mismos, ofrecían en
orden a una correcta transmisión del saber. En este sentido se expresaba el
propio Erasmo al afirmar que: «Efficax res est natura, sed hanc vincit
efficacior institutio»
26, sentencia que desarrolló aún más en las siguientes
palabras:
Errant qui credunt naLurani nullas homini notas addidisse, quibus colligit
possit ingeniurn. peccant vero, qui datas non observant Tametsi meo quiclern
ludicio, vix ulla est disciplina, ad quam hominis ingenium non docile nascatun
si praeceptionibus et exercítatione instituerimus 27,
La tricotomía a la que venimos haciendo referencia fue también
fielmente recogida por Pedro Ramos; veamos un ejemplo referido al ámbito
específico de la dialéctica:
Comparatur autem dialectica, sicut facultas artium reliquarum, natura,
doctrina, exercita tione. NaLura namque disserendi principium instiruit,
insLitutum doctrina propriis et idoneis praeceptis instruit, instructunh ab arte
exercitatio in opus educit, atque ita absoluiL 28,
La adquisición de la facultas de cada una de las disciplinas se concibe
por Ramos, pues, como la culminación de un proceso, en el que cada uno de
los componentes integra y subsume el anterior: «Ars igitur naturam sibi
propositam semper habeat, exercitatio artem’>29. En la fase primera de su
doctrina, sin embargo, Ramos hacía recaer de manera muy especial el
acento sobre la natura y sobre las posibilidades que ésta encerraba en sí
misma, con independencia incluso de otros elementos artificiales:
Rhretorica pbilosopbiaque tota magna ex parte naturalis est muid sine
rhetorum praeceptis ornate dicunt, mu¡ti sine philosophorum dogmatis acute
disputant, res naturales intelligunt, bene beateque vivnnt 30,
26 Erasmo, De pueris instituendis libellus, pág. 12.
27 ¡bidem, pág. 34.
28 p, Ramos, Dialecti ca, París, 1550, pág. 10.
29 p, Ramos, Dialecticae Partitiones, París, 1543, fol. lv.
~ P. Ramos, Pro pbilosophica Parisiensis Academiae disciplina Oratio, en P. Rarni
eL A. Ta¡ri Collectaner Praefationes, Episto¡ae, Orationes, Malpurgi, 1599, pág. 269
(hay reimpresión facsímil, W. J. Ong ed., I-lildesheim, 1969).
598

Por tanto, a juicio de Ramos el ars no debería ser sino el espejo de esa
natura: «Ars enim dialecticae debet ab imitatione et observa tione naturalis
dialecticae proficisci», lo que le llevó incluso a afirmar, con el
consiguiente escándalo por parte de sus detractores, que «ars dialecticae
est imago naturalis dialecticae>A
1. Posteriormente, no obstante, el concepto
de ars irá desplazando de forma progresiva al de natura, y la búsqueda de
un método pedagógico, que es en definitiva lo que la noción de ars implica,
llegará a convertirse en el motivo central de sus preocupaciones y, en
consecuencia, de su propia obra. También la primitiva importancia
concedida por el filósofo francés a la exercitatio —y prueba de ello es el
importante lugar que ocupa en la primera fase del ramismo la reflexión
teórica al respecto—, irá cediendo poco a poco terreno a favor de una
progresiva entronización del concepto de método32.
C. Natura y ars en Pedro Juan Núñez
Es más que probable que haya sido precisamente a través del propio
Ramos como esta triple división del aprendizaje llegara también hasta
Pedro Juan Núñez. Los primeros ecos de la misma los encontramos en las
páginas de su Libellus de constitutione anis Dialecticae —restringidos por
tanto al ámbito de la lógica—, a raíz precisamente de la descripción que se
hace de la facultas dialéctica:
SI P. Ramos, Animadversiones, 1543, fol. 3v y fol. 4v, respectivamente. Esta tesis
le supuso severas críticas por parte de sus detractores, especialmente Govea que
afirma en su Responsio: «Prim uní DialecLicam ulla ni naturalem dici ncgo, cum
Dialectica raLlo sfr diligens dissercndi; diiigenter auLem disserere nenia possft, qul
naturam tan tuin sequiLur ducen>, neque adbibeL artein. Aliud ars est, aliud natura.
it.) Dialectica igitur non naturalis Dialectica imago est, sed ratio quaedam, qua ea vis
quae in animis nostris insiLa ad ratiocinandum est, excolitur» (A. Govea, Pro
Aristotele responsio adversus Perri Rami calumnias; utilizo la edición de 3. Van
Vaassen, A. Coveani Opera, Roterdam, 1756, pág. 790).
32 A este respecto comenta L. Merino: «Sin embargo, tanto en uno como en otro
caso, no ha de pasar mucho tiempo para que los ramistas eliminen de sus manuales el
tratamiento de natura y de exercitatio, sin que ello suponga renuncia alguna a la
trinidad humanista, sino pensando simplemente que la óptima adecuación de sus
tratados dialécticos y retóricos a los fines didácticos que persiguen en su elaboración
exige de su parte una nítida presentación como artes, esto es, como testimonios de una
doctrina expuesta mediante preceptos” (La Pedagogía en la Retórica del Brocense. Los
principios pedagógicos del Humanismo renacen tisLa (natura, ars yexercitatio> en la
ReLórica del Brocense (memoria, methodus y analysis>, Cáceres, 1992, págs. 23 y 24).
599

Nain si quis observet diligenter eL accurate quomodo omnes honiines, natura
duce, disputent, qul bene eL qui male haec faciunL, tun> ad praecepta artis se
con ferat, quibus usus errores narurae emendet, deinde in iis se exercear ad
arLen confirmandan>, is cene perfectani faculLatenh Dialecticae consequetur ¾
Estas palabras constituyen una buena muestra de la adhesión de Núñez
a la tesis de que sólo a través de la conjunción de natura, ars y exercitatio
es posible lograr la perfecta consecución de una facultad, es decir, es
posible consumar el aprendizaje de una disciplina. Idéntica idea expresaba
el autor casi cuarenta años después, en sus Institutiones Rhetoricae de
1593, si bien aplicada en esta ocasión al ámbito de la facultas retórica:
Eloquentiae, ut ceteraruin artiun facultas, tribus parti bus perficitur: natura,
arte, et exercítatione. NaLura munere divino potissimum nobis donaLa est, arten>
a inagistris eL praeceptis accepinius, exercitationen> praestat quisque pro sw
ingenii facultate ex arLis inLelligentia, uL circunsLantiarunl nultiplex, eL varia
vis, eL natura postulat ~“.
Si nos ceñimos ahora al concepto que Núñez tenía del primero de esos
términos que estamos sometiendo a examen, es decir, el papel que asignaba
a la natura en el proceso educativo, la referencia más explicita que cabe
citar al respecto se encuentra en las páginas de su De recta atque utili
ratione conficiendi curriculi Philosophiae. Al analizar allí nuestro
humanista los requisitos imprescindibles para el futuro estudiante de
filosofía, no es casual que el primero que mencione sea precisamente el de
poseer determinada vis o cualidades innatas en el individuo, que él mismo
define en los siguientes términos:
Primun> vis ea, qua res propositae facile percipiun tun cui vulgo proprie
nonien ingenii uiribuimus; deinde altera vis gravior iudicii, ac praesertin> illa
qua quae per se nota, quaeque non per se notae, diiudicat (...). Memoria quoque
ingenio subiicitur a uctore Cicerone¾
En consecuencia, la opinión de Núñez es que esa vis innata que cabe
esperar en el alumno ha de presuponer no sólo la capacidad de
comprensión y de juicio con respecto a lo que se pretende enseñar, sino
~ Libellus, fols. 61 y 61v
~ Institutiones RheLoricae, 1593, págs. 406 y 407.
~5 De recta ratione, fols. 4 y 4v.
(JU

también la memoria, en cuanto que ésta se entiende también como algo
subordinado a la inteligencia natural
36. Todas esas cualidades, esa natura
en suma, suponen el punto de partida innegable e imprescindible, pero un
punto de partida susceptible también de perfeccionarse; el trabajo del ars,
complementado por la Éxercitario, consistirá precisamente en conseguir
que alcancen su máximo desarrollo.
De esta manera desembocamos en el meollo mismo de la cuestión.
Porque hay que reconocer que Núñez, al igual que había hecho su maestro
Ramos, otorgaba también al ars el lugar central en el proceso de
aprendizaje. Qué concepto debemos entender bajo tal denominación es algo
que nos es posible conocer por las propias palabras de Núñez:
Quamobrem vere diffinietur ars de sententia Aristotelis dispositio a
generaliorí bus praeceptis ad specialora descendens, per quani unaquaeque res
facilius percipi, docerique possfr ¿

que esta identificación entre ars y methodus sea algo original de nuestro
humanista, pues es bien sabido que ambos términos eran utilizados en la
época como sinónimos.
La extensión que tanto Ramos como Núñez dedican en sus obras
respectivas a la cuestión del método, pone de relieve la importancia que
revestía este concepto en la doctrina de uno y otro filósofo, y el peso
especifico que ambos le otorgaron en el proceso de transmisión del saber.
Esa ha sido precisamente la causa de que hayamos hecho del método el
objeto de un epígrafe especifico, cuya inclusión en el capítulo dedicado a la
doctrina lógica ya hemos tratado de justificar y al que ahora nos
remitimos 4.
D. Exercitatio: la herencia ramista
En lo que se refiere, por último, al tercer escalón de este sistema
pedagógico, la exercitatio, había ésta experimentado asimismo un fuerte
desarrollo doctrinal en el Renacimiento, bien es verdad que mucho mayor
en su aplicación al terreno retórico que al propio de la dialéctica. La
práctica retórica —con la que se completaba el proceso de aprendizaje que
se había hecho de los preceptos a través de su comprensión y
memorización— se basaba en dos pilares: inrerpretatio de textos literarios
(auctorum enarratio), e imitatio de los mismos (progymnasmata y
declamationes)4

Proponía Ramos, en efecto, un sistema basado en dos procesos, analysis y
genesis ‘~, es decir, interpretación y composición, procesos ambos que se
regulaban mediante los correspondientes preceptos de cada ¿rs
De la importancia que el filósofo francés confería a la exercitatio nos
da buena prueba esta afirmación de sus Institutiones Dialecticae: «Summa
igitur, ac prope sola disserendi virtus est in exercitatione$
5; recordemos,
además, que hasta 1555 un libro entero de la Dialéctica, el libro tercero,
estaba exclusivamente consagrado a la explicación de la exercitatio de esta
disciplina. El libro comenzaba precisamente definiendo la aplicación
dialéctica del doble sistema de analysis y genesis
Anis vero praeceptis cognitis, et in animo memoriaque penitus infixis
duplex exerciratio dialectica commode distinguetur, altera in exploratione
disputationis iam factae, altera in nova effectione eL compositione. Haec
genesis, ¡¡la analysis nominetur ~
Con respecto al primero de estos conceptos, el del ana¡ysis, su nombre
se hace derivar ÚITO TOtJ ávaxaictv, que se traduce, a su vez, por retexere ~‘.
Esta parte del proceso, que se aplica «in scriptis alienis perspiciendis» y
W. 3. Ong (Ramus. Method, aud dic Decay of Dia¡ogue, Cambridge Mass., 1958, págs.
263-2 67).
43 Hay que advertir que en estas páginas nos ceñiremos exclusivamente a la
aplicación que Ramos hace de este sistema a la disciplina dialéctica, puesto que en
este trabajo omitimos el estudio de la retórica de Núñez. Para la exerci taLio retórica
de Núñez, cf. Ferrán Grau, Las Retóricas de Pedro Juan Núñez, Tesis Doctoral,
Valencia, 1994, págs. CXCII y ss., y L Merino, op. cit., págs. 236-241. Las teorías de
Núñez sobre la inuitatio retórica han sido estudiadas por V. Pineda en su articulo “La
Ratio iniitandi de Pedro Juan Núñez”, Romanische Forsch ungen, 105 (1993), págs.
3O2~3 14.
~ Este sistema dicotómico y que adopta una terminología aristotélica, no aparece
en Ramos desde el comienzo de su producción. En 1543, por el contrario, la
exercitatio presentaba una estructura trimembre bajo una denominación más cercana
al legere, scribere y dicere quintilianeos: «Sumnía igitun ac prope sola disserendi
virtus est ¡ji exercitatione, quae inszerpretatione, scriptione, dictione con tinetur»
(Dialectica, 1543, fol. 44). El cambio se opera a partir de las Disquisitiones in
t2uintilianum (París, 1546) y de la edición de la Dialectica de esa misma fecha; tanto
esta nueva redistribución de la fase práctica del aprendizaje, como la nueva
denominación bajo la que aparece, son precisamente las que Núñez adopta ya en su
Libellus.
~ P. Ramos, Dialectica,1 550, pág. 146.
46 P. Ramos, ibidem.
‘~ La cita textual de Ramos es: «Nomen &ir~ woO ¿VaVJELV, id est retexere, quod
baec exercitatio quasi Penelope con Lextam iam teJan> retexat» (ibiden>, pág. 147).
603

que tiene por finalidad «a capite retexet opus universuni’>, consta —siempre
según Ramos— de las siguientes fases: discernir cuál es la cuestión que se
propone el texto objeto de análisis, examinar mediante qué argumentos se
trata y de qué lugares se han extraído éstos, y comparar, por último, la
colocación de los mismos con la regla teórica que se haya previamente
propuesto para la dispositio ~8. Las conclusiones de este examen han de
tener en cuenta no sólo los posibles motivos de alabanza, sino también los
defectos de los que la obra o el texto aducido como ejemplo adolezcan; se
pretende, mediante esto último, capacitar para rechazar lo ajeno, explicar
lo oscuro, resolver lo ambiguo, negar lo falso y, finalmente, suprimir las
inconsecuencias 49.
Hasta aquí hemos hecho un brevisimo repaso de la doctrina de Pedro
Ramos relativa al analysis. Antes de pasar a exponer los preceptos relativos
a la gen esis, conviene reseñar que la explicación teórica de ambos
procesos se encuentra en Ramos francamente escorada hacia el primero,
es decir, hacia el analysis o comentario de textos. Así diremos, por si puede
resultar indicativo, que mientras a esta cuestión se le dedicaban en la
Dialéctica de 1550 nada menos que treinta páginas, una escasa, por el
contrario, es todo cuanto necesitó el autor para exponer sus ideas sobre la
genesis o compositio. De ello no puede menos que desprenderse una
indisimulada identificación entre exercita tío y analysis: exercita tío para
Ramos era, sobre todo, interpretación y comentario de los textos.
Si atendemos ahora a la segunda faceta de la práctica dialéctica, la
genesis, diremos que ésta queda definida como «affectio novi operis», sin
que se llegue a establecer distinción alguna entre la composición oral o la
escrita5Q Los pasos que comprende esta otra forma de la exercitatio —en
opinión de Ramos—, son los siguientes: seleccionado el autor al que se
48 «Primum igitur analysis quod explicanduni susceperit, a capite retexit opus
universum: quaestionem cernet, quae disserenti proponitur; argumenta qui bus
tiractatur, aspiciet, eL ad loci unde sumpta sunt, legem naturamque referet:
dispositione postremo ad propositam regulan> con parabit» (P. Ramos, ibidem).
~ , pág. 148).
5~> «Genesis, non est inspectio propositi exempli uL analysis, sed affectio novi
operis: quae meditatio unan> et eandeni viam in scribendo dicendoque sequitur»
U’. Ramos, ibiden>, pág. 177>.
604

pretende imitar y conocidas sus virtudes tanto en el campo de la invención
como en el de la disposición mediante la luz del análisis, se elegirá, en
primer lugar, una cuestión similar a las que dicho autor suele tratar;
después, se escogerán los argumentos pertinentes para desarrollar esa
cuestión, teniendo siempre en cuenta los preceptos de la inventio;
finalmente, se procederá a la ordenación de esos argumentos ateniéndose a
las reglas prescritas por la dispositio ~
La breve exposición que hemos hecho acerca de la doctrina ramista
relativa a la exercitatio dialéctica, cobra su plena justificación en el
momento en que establecemos la comparación correspondiente con las
tesis de Pedro Juan Núñez, pues es éste, en efecto, un extremo donde de
nuevo vuelven a confluir —y lo hacen de manera más que significativa— la
doctrina de nuestro autor y la de su maestro parisinW.
La explicación teórica de Núñez sobre la exercitatio arranca del estudio
de los officia dialécticos, que son definidos en el Libellus como «opus
extremum, quod quisque artifex praestare debet, ut finem sibi proposirwn
consequatur»:
Ex qua diffinitione —prosigue Núñez
53— tria consecraria colliguntun Prirn un>,
offícium esse proprium cuiusque anis. Secundum, ultimum esse, sed ante
finen>. Tertiun>, versan in actione. Quamobren> cum omne officium in actione
positun> siL, tot erunt officiorum genera, quot sunt exercitationis.
A tenor de la última afirmación, no cabe sino concluir que las distintas
tareas que se asignen al dialéctico han de estar en consonancia con los
exercitationis genera que se establezcan. ¿Y cuáles son éstos, en opinión de
Núñez? Pues ni más ni menos que analysis y genesis, es decir, exactamente
~ «Tum authonis propositi cun> virtu Les omnes inventionis, et dispositionis
ana¡yseos ¡umíne perspectae fuerint, quaestio a¡iqua consimílis earum reruni, quae
ab authore illo tractan tun statuatur et exp¡icetun 4..) Tun> causas, elfecta,
caeteraque argunientorun> (quae Jicebit) genera e fon tibus inventionis hauriemus.
Postremo omnes dispositionis modos simili diligentia exercebinius» U’. Ramos,
ibideni, págs. 177 y 178). Al mismo tema de la exrcitatio dialéctica le dedica también
Ramos algunas páginas de su Pro disciplina philosophica Oratio (cf. págs. 272-275 de
la edición citada).
52 Otro tanto ocurre con el Brocense, quien fue modificando su sistema de la
exercitario retórica en un sentido de progresivo acercamiento al ramismo (cf.
L. Merino, op. ch., págs. 254 y ss.).
~ Libellus, fol. 43v.
605

las dos mismas clases de ejercicios dialécticos que prescribía también la
doctrina de Ramos:
Duo auteni sunt genera exercitationis: genesis, quae est con fectio novi operis,
et analysis, quae retexit opus con fectuni, et ad sua principia revocat Quare duo
sunt offlcia Dialectici: unum, conficere opus novuin; alterun>, de confecto opere
iudicare ~.
En este caso, no obstante, y a pesar de la evidente similitud no sólo
estructural, sino terminológica (analysis, genesis, retexere...), el autor no
hace mención explícita de Pedro Ramos, sino que ha preferido recurrir al
testimonio de las propias fuentes de la Antiguedad, en este caso Aristóteles
y Galeno
35. Una vez que han quedado establecidas cuáles son para Núñez
las exercitationes dialécticas, examinemos a continuación las funciones
que el autor asigna a cada una de ellas. Comenzando por el analysis, o
interpretación de textos ya elaborados, su finalidad consiste en discernir
las virtudes que presente el texto de sus posibles defectos:
Quonian> aute¡n in officio posteriori (scil. analysis) vitia a virtutibus
separamus, quot erunt vitia rationis, Lot erunt officia praestanda. Quinque
auten> sunt vitia rationis: alienun>, obscuruni, anibiguum, falsum eL
inconsequens. Ex his existunt quinque officia Dialecticae: aliena
eiicere, obscura explicare, ambigua distinguere, falsa refutare eL
inconsequentia tollere ~
~ Núñez, ibiden>.
~ «Haec duo officia declarat Aristoteles 1 Priorum. Primurn disputans de
con ficiendis syllogismis, secundun> Lerda sectione prin>i Priorum disputans de
ludicio con fecti syllogisn>i. ítem Galenus baec duo officia tribuit Logicae in libello
De optimo genere docendi lis verbis: quoniam ex naturae iudicio artes omnes parant
sibi instrunienta iudicandi secundurn artem, per quae alia quiden> ipsi sibi
cornponunt, alia rursus ab aliis composita iudicanb’ (ibiden>, fols. 74v y 75; cf.
Aristóteles, APr., 47a 2-5, y Galeno, De optin>o docendi genere, 4, 3, en Corpus
Medicorun> Craecorun>, y. í, 1, A. Barigazzi ed. y tr., Berlín, 1991>. A pesar de no
haber una referencia explícita a Ramos en este pasaje, Núñez ha dejado bien clara su
aprobación a la exercitatio ramista cuando, al atribuir al francés la autoría de la
inventio dialéctica que adopta en su Libellus, añadía: «i-luius inventionis autor est
Petrus Ramus Veromanduus, vir natus ad docendas omnes artes brevi eL utilite~
cuius praecepta et ranonem explicandi autores vehementer laudo et approbo.
Animadversiones auten>, eL Quaestiones Bru tinas et Disquisitiones in Quintilianun>
in ¡nultis sequor» (ibiden>, fol. 92). La ratio explicandi autores no es otra cosa que el
analysis de Ramos que Núñez adopta, y las Disquisitiones in Quintilian un>, que Núñez
confiesa seguir, era una obra en la que precisamente Ramos oponía a la exercitatio
retórica de Quintiliano su propio sistema.
56 Libellus, fol. 44.
606

Si comparamos ahora el «vitia a virtutibus separare» de Núñez, con el
«non solum laudes cernere, sed vitia notare», de Ramos, no requerirá un
gran esfuerzo reconocer que la finalidad que uno y otro autor atribuyen al
analysis presenta una similitud extrema; ni lo hará tampoco comprobar
cómo los cinco defectos en el razonamiento dialéctico que Núñez establece
en función de los propios defectos de la razón —aliena, obscura, ambigua,
falsa e inconsequentia ~ coinciden exactamente, tanto en número como
en la denominación que reciben, con aquellos que Ramos señalaba 58.
Por otra parte, el ejercicio del análisis hecho con el fin de detectar los
posibles defectos en el proceso del disserendi de un autor, debe ejercitarse
siempre en atención a los componentes de ese proceso; si el arte de la
dialéctica versa sobre argumentos, argumentaciones y método, los defectos
en el razonamiento pueden haber sido cometidos en cualquiera de estas
tres fases. En primer lugar y en lo que concierne al argumento, dado que
éste se ha buscado para explicar la cuestión, es evidente que si no se
comprende el argumento, difícilmente se podrá tampoco comprender la
cuestión propuesta; y si no se comprende es, o bien porque no se entiende
en absoluto, o bien porque se entiende de manera distinta: en el primer
caso el autor ha incurrido en el defecto de lo obscurum, en el segundo en el
de lo ambiguum. Ahora bien, puesto que el argumento se busca no sólo
para explicar la cuestión sino también para probarla, si no resulta
adecuado para probar es señal de que el autor ha caído en el defecto bien
de lo falsum, si el problema está en el propio argumento, bien de lo
inconsequens, si el problema, por el contrario, afecta a la argumentación.
Por último, puesto que ninguna cuestión puede ser explicada ni probada
mediante cosas inadecuadas, cuando alguien actúa de esa manera está
incurriendo en el defecto de lo alienum ~.
~ Sobre todos ellos —añade Núñez— Aristóteles ha disertado en diferentes pasajes
de sus obras. Por ejemplo, sobre el defecto de lo falsum: «De vitio falsí tractat
Aristoteles 2 Prioris Analysews, cum explicat quo modo ex falsis vero sequatur, eL
cun> docer quae ratio falsa sit, octavo etian> Topico cunj exponit argumentationen
falsan>, eL in Elencliis disputans de vitio non causae uL causae» (ibiden>, fol. 76).
Para las menciones a Aristóteles, cf. respectivamente APn, II, 53b 27 ss., Top., VIII,
162b 3-31 y SE, 167b 21 ss.
~ Vid, nota 49 de este mismo capítulo.
~> Cf. Libellus, fols. 75 y 75v para la explicación de Núñez sobre el proceso de la
analysis.
607

En lo que concierne a la otra faceta de la práctica dialéctica, conficere
novum opus o compositio, la explicación de Núñez, al igual que ocurría con
la de Ramos, es extraordinariamente escueta. Existen una serie de
exercirationes relativas a la genesis que todos reconocen como propias de
la dialéctica; pero también serian dialécticas, en opinión de nuestro autor,
otras que sin embargo son por lo común atribuidas a los oradores. Esta es la
sistematización que se hace de unas y otras:
Priori olficio (scil. genesis) subiecta sunt o¡nnia opera rationis: qualia sunt
laudare, vituperare, suadere, díssuadere, er re¡íqua quae falso rhetores
assumpserunt: et quae propria dialecticoruin esse ab omnibus conceduntur:
disputare in contrarias partes, locos coniniunes explicare, rationen et vian>, Id
est, nietljoduni adhibere in rebus explicandis, docere rationen> explicandae
ícxvoXoyías cuiusque autoris, et alia sexcen La, quae a multis vulgo afferuntur
niagis ex opinione et iudicio vulgi nota, quam ex observatione propria~> t~.
Poco más es lo que se añade desde estas páginas del Libellus a lo que
aquí ha quedado reseñado. Por desgracia, hoy por hoy nos es desconocido
el libro que, según testimonian las propias palabras del autor, había
dedicado a tratar de forma específica el tema de la exerckatio dialectica ~.
E. El caso particular de la memoria y el empleo de las dicotomias
En la época renacentista el concepto de memoria se fue desplazando
desde su primitivo asiento como parte integrante de la retórica, hacia una
progresiva consideración dialéctica, cuyo punto culminante lo constituyen
las tesis ramistas al respecto:
(...) la memoria —resume muy bien el proceso L. Merino62—, que fuera retórica
en la Antiguedad, ética en el medievo y ars memorativa en el Renacimiento, pasa
a ser entre los ramistas un capítulo de la dialéctica, pues el único método que
admiten para desarrollar esta facultad no es otro que la niethodus doctrinae, es
decir, la organización natural que procede desde lo general a lo particular.
~ Ibiden>, fol. 75. Con esta crítica, de carácter muy humanista, Núñez sale en
defensa de la investigación propia frente al criterio de autoridad de los libros y los
maestros. El ex observatione propria de nuestro autor tiene su correlato en este
“rechercher par mol-méme” de Ramos: «J’ai pris peine premiérement d’eslire de tant
de livres, voire beacoup plus de rechercher par moi-méme, tels précepts et régles que
la matiére d’art requiert» (Dialectique, Paris, 1555, p. VIII),
61 «Quia pauci admodun> ~‘wec exercuerunt, de quibus disputabimus nos copiose
in libro de variis generibus exercitationun> Dialecticarum» (ibident.
62 L. Merino, op. cit., págs. 53 y 54.
608

El propio Merino —antes de desembocar en Ramos— ha efectuado un
recorrido por las distintas ideas que sobre la memoria sostuvieron tres
figuras señeras del humanismo: Agrícola, Erasmo y Vives. La conclusión a
la que este autor llega es que todos ellos rechazaron en mayor o menor
grado la memoria como ars o proceso artificial, inclinándose más bien por
una consideración de la misma como parte de la natura. Ello no obsta para
que también los tres admitan la existencia de determinadas circunstancias
que pueden favorecer el desarrollo de esa memoria natural 63.
A este respecto constituye casi un lugar común el consejo de utilizar
tabulae que resuman de manera ordenada determinados contenidos y que,
colocadas en un lugar visible, contribuyan al proceso de memorización
de los mismos. Así lo recomendaba por ejemplo Erasmo en su De ratione
studii ~
Adiuvabit non niediocrite~ si quorun necessaria quidein, sed subdifíicilis
eriL memoria (...) aut si qua sunt si¡nilia, ea quam fien potest brevissine siniul
eL luculentissine in tabulas depicta, in cubiculi parietibus suspendan Lun quo
passim en aliud agentí bus sint obvia. ítem si quaedam breviter, sed insigniter
dicra, velut apoplithegrnata, proverbia, sententias, in frontibus atque in
ca¡cíbus singuloruni codícuni inscribes, quaedam annulis, aut poculis
insculpes, nonn ulla pro fonibus, et in parietibus aut vitreis etiani fenestris
depinges, quo nusqua¡n non occurrat oculis, quod eruditionein adiuvet.
El consejo es recogido por Núñez, quien hasta tal punto lo consideraba
pertinente que él mismo se preocupó, en más de una ocasión, de elaborar
esos esquemas de sus propias obras, con objeto de favorecer la
memorización de las mismas por los alumnos. Tal fue el caso, por ejemplo,
de las Institutiones Physicae de 1554, en cuya introducción el autor
justificaba así su proceder: «Tabulam etiani separatim excudendam curavi,
ut affixa parlen memoriam totius libelli quotidie renovaretx’65. Esa misma
63 L. Merino, op. ch., pág. 54.
64 Erasmo, De ratione studii, 1512 (utilizo la edición de Lyon, 1531, pág. 106).
Esta obra ha sido editada por 1. C. Margolin, “Un maitre ouvrage de pédagogie
humaniste: Le Plan des études d’Erasme (1512>”, Bulletin Guillaume Budé, III (1973>,
págs. 273-299. Un procedimiento similar aconsejaba también Vives: «One teaching
aid that vives described in 1531 was prepared by Peter Mosellano, namely’ a table of
figures of speech, wich can be hung np on the wall so that it will catch the atention of
the pupil as he walks past it, and force itself upon his eyes» (B. Vickers, In Defende
of Rlietoric, Oxford, 1988, pág. 261; toma la cita de F. Grau, op. cit., pág. L, nota 71).
~‘> lnst. PIiys., fol. *2v.
609

función de ayuda y soporte de la memoria se atribuía también a las tabulae
en la Oratio de causis obscuritatis Aristoteleae, obra compuesta por las
mismas fechas que la anterior: «... ut totus Aristotelis —afirma allí Núñez sequutum viahhl ¡lían> con>pendiaria¡n
docend¡ per Tabulas, quanh praeter caeteros Parishs promoverat Petrus Ramus, en in
Hispania eius discipulus, Petrus Joannes Nunnesius» (Organ un> rhetoricun eL
oratorium, Valencia, 1774, fol. 3v).
67 «The use of dichotomies, or division by twos —señala Ong—, was not uniquely
Ramist, although extreme specialization in them was. (...) Ramus’ preoccupation with
dichotomization has its real origin largely in the pedagogical appeal of the tidy
brackeed tables of dichotomies which he studied in the printed commentaries and
epitomes of Agricolas Dialectical Invention. (...) The great medieval developments in
quantification had been iii grat part class logics, and while it was not new to Ramus
the cult of dichotomies which reaches its peak of development with him and his
followers, could hardly have taken place independently of this medieval heritage»
(Method, págs. 199-203).
68 Cf. Ch. E. Schmitt, op. cit., págs. 69-73.
69 La constatación de este hecho mueve a Schmitt a reflexionar sobre su posible
causa: «Cette discussion révéle la force d’une organisation de lespace dans le
systéme de mémorisation et sa popularité dans la culture de l’Europe du Nord á la fin
du XVI< siécle. II resteraít á comprendre pourquoi ce phénoméne ne s’est pas répandu
en Italie avec la méme intensité et quel effet cela a pu avoir sur la technique
d’enseignement et les procédures du savoir. II serait difficile de déterminer si
610

Curiosamente en su obra más decididamente ramista, el Libellus de
constitutione artis dialecticae de 1554, Núñez no elaboró la
correspondiente dicotomía, a pesar de que Ramos la incluía ya de forma
regular en las ediciones de su Dialéctica de esa época. Sí lo hizo, sin
embargo, como comentábamos líneas más arriba, en otra obra publicada en
ese mismo año, los Institutionum Physicarum quatuor libri priores. La
anacephalewsis en un folio se imprimió, al parecer, en edición aparte de la
del manual, aunque, como es lógico, ambos se vendieran conjuntamente.
La finalidad escolar de esta hojilla, que como hemos visto indicar al
propio Núñez consistía en ser “affixa parie ti”, ha hecho que se hayan
perdido casi todos los ejemplares de la misma, aunque afortunadamente en
la Biblioteca Nacional se ha conservado uno que aparece plegado y
encuadernado en el mismo volumen que las Institutiones 70• Otro tanto ha
ocurrido con las Tabulae Institutionum Rheroricarum, en las que Núñez
recurrió al mismo procedimiento para resumir su doctrina retórica
71. En
este caso las tablas ocupaban 24 hojas, pero a pesar de ello se reproduce el
hecho de la extrema escasez de ejemplares conservados.
Por e] interés que reviste en sí misma, y como otra prueba más de que
Núñez fue durante una época el seguidor más fiel del ramismo entre los
nuestros, me he permitido reproducir a continuación, como ejemplo de
cuanto venimos afirmando, la Tabulae de las lnstitutiones Physicae que
nuestro autor elaboró para sus alumnos. En ella llevó a su máximo
desarrollo el procedimiento empleado por Pedro Ramos en sus Institutiones
Dialecticae, como la comparación con la dicotomía ramista que hemos
reproducido páginas más arriba permitirá fácilmente comprobar72.
lEurope du Nord a atteint une maitrise plus aigúe des textes aux programme que
Iltalie»; y concluye: «Cependant, il est clair que les tabulae sont devenues chose
commune dans les manuels et méme une forme littéraire en soi á la fin du XVI0
siécle» (op. cit., pág. 73).
7(1 Lleva la signatura R/15038.
71 Conocieron tres ediciones, dos en Barcelona en 1578 y 1585 respectivamente, y
una en Valencia en 1599. Fueron reimpresas por Mayans en su Organum rlietoricum eL
oratoriun> (Valencia, 1774>. Un antecedente de estas Tabulae rhetoricae de Núñez Jo
constituyen las Tabulae brevis in Audoniari Ta!aei Rbetorican (Reims, 1553).
72 Vid. supra, pág. 296, en la que reproducimos la dicotomía de las Dialéctica de
1 550. Es posible que Núñez conociera las anónimas Tabulae in octo libros Aristotelis
de auscultatione Physica (Paris, 1550), que resumen en seis hojas los ocho libros de
la Física; en cualquier caso no le sirvieron de fuente inmediata, pues en estas Tabulae
parisinas el contenido del tratado aristótelico se resume libro por libro.
611

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3. Los estudios de Artes
A. Regulación de estos estudios: una preocupación humanística
La organización correcta y adecuada de los estudios de Artes que se
cursaban con anterioridad al ingreso en las Facultades superiores de
Teología, Medicina o Derecho constituía la medula misma del movimiento
humanista. La edad a la que convenía iniciar estos estudios, la duración de
los mismos, las asignaturas integrantes del curriculum o el orden en que
éstas debían impartirse, son cuestiones todas ellas que merecieron la
atención de insignes eruditos. No podemos entrar aquí en un estudio a
fondo de tal cuestión, pero sí poner algún ejemplo que pueda resultar más
o menos ilustrativo.
El antecedente más remoto de este tipo de tratados pedagógicos
probablemente lo constituya el De ingenuis moribus et ¡iberalibus
adolescentiae studiis compuesto por Pier Paolo Vergerio hacia 1400 ~. Para
Vergerio, la historia, la filosofía moral y la elocuencia constituían la base
de la educación. Su opúsculo, pese a no ser un tratado sistemático, ni
afrontar problemas precisos de carácter didáctico, ejerció una gran
influencia como representante de un programa genérico, comúnmente
aceptado y sucesivamente definido, comentado, corregido y ampliado. En la
Italia del siglo XV «todos los grandes humanistas, —señala Garín
74—, desde
Francesco Filelfo hasta Lorenzo Valía y Leon Battista Alberti, no se
abstendrán de coger la pluma para hablar de los estudios, de la educación y
de la formación humana».
Más allá de los Alpes, también el humanismo llamado nórdico compartió
esa preocupación por los temas de orden pedagógico. A ellos dedicó
Agrícola su epístola De Formando Studio (1484), en la que más que un
estudio estructurado realizó un esbozo de los mismos, pero en la que
resumió los rasgos fundamentales de su forma de entender la educación. la
filosofía constituía para él el fin último de aquella. Una filosofía, sin
embargo, contemplada desde un punto de vista ‘moderno’ y divida por
~ Para el contenido de este opúsculo y las ediciones del mismo, se puede
consultar E. Carin, La educación en Europa, 1400-1600, Barcelona 1987, págs. 111-
115.
“~ Op. ch., págs. 118 y 119 para la cita reproducida, y págs. 103-138 para el
estudio de la pedagogía italiana del periodo.
613

Agrícola en tres partes: filosofía moral, reruni cognitio y ars commode
eloqui. La primera ocupa el puesto principal, por encima de todos los demás
saberes: es el fin último al que éstos se orientan; la rerum cognitio, o artes
liberales, incluye el estudio de la natura (geografía y filosofía natural), la
historia, la poética y la política; el arte de exprimir las propias ideas, por
último, se basa en el estudio de la retórica y la dialéctica
75. En este último
ámbito, ya hemos mencionado repetidamente la importancia de su tratado
De inventione Dialectica, que reivindicaba para la dialéctica su carácter de
ars sermocinal.
Las decisivas aportaciones de Erasmo76 —quien fue, ante todo, un
educador— atañen a múltiples aspectos del proceso educativo, como pueden
ser los de la escuela, los maestros, los planes de estudio, la psicología de los
alumnos y la educación de la mujer, por entresacar los principales. Su De
Pueris statim ac liberaliter instituendis o el De civilitate morum puerilium
fueron dedicados, como muchas otras de sus obras, a tratar cuestiones de
este tipo contempladas bajo uno u otro prisma. Por otra parte, la
importancia formativa que concedía a la lectura de los clásicos, al estudio
de las bonae litterae, vertebra todo su sistema educativo. Uno de sus
opúsculos más interesantes en este sentido tal vez sea el De ratone studii ac
legendi interpretandique auctores, que, si bien no presenta un plan de
estudios estructurado como tal, si ofrecía sin embargo un completo
programa de educación lingúística y literaria para los jovenes.
En lo que respecta a las materias constitutivas de los estudios de Artes
—lo que constituye e] objeto especifico de este epígrafe— un resumen de la
opinión de Erasmo aparece recogido en el De recta Latini Graecique
sermonis pronuntiatione Dialogus las dos lenguas clásicas, la retórica, la
dialéctica, la geografía, algunos conocimientos de aritmética, música y
astrología, ciertas nociones de física y, por último, la filosofía moral
constituyen las materias de estudio en las que los jóvenes se ejercitarán
hasta los diecisiete o dieciocho años, edad en la que accederán a los estudios
superiores. En resumen, un vasto programa de estudios —de cuya
enseñanza se hará cargo el grammaticus—; programa enciclopédico pero, a
75 Vid. Woodward, op. ch., págs. 98-102.
76 Un resumen de las mismas puede encontrarse en los trabajos citados de Garin
(págs. 142-149) y de Woodward (págs. 103-124>.
614

la vez, elemental, pues el objeto de estas disciplinas no es el estudio
sistemático de todas ellas per se, sino en cuanto que capacitan a los jovenes
para la lectura y la comprensión de los clásicos 77.
No podía faltar tampoco la aportación a este punto de un humanista tan
preocupado por los asuntos de orden pedagógico como fue Juan Luis Vives,
quien —muy influido por Erasmo, pero con una visión al propio tiempo
muy personal— dejó vertidas sus opiniones sobre los estudios de Artes en el
De tradendis disciplinis, uno de los grandes monumentos de la pedagogía
humanista y uno de los tratados más sistemáticos al respecto. El plan de
estudios ideado por Vives —reflejo de aquella preocupación humanística
por la institucionalización del curriculum— contempla tres niveles de
formación, y comprende desde la instrucción elemental en latín y griego
(de los 7 a los 15 años) hasta la formación superior (medicina,
jurisprudencia y teología), pasando por un estadio intermedio (de los 16 a
los 25 años) en el que se cursarían los estudios de dialéctica (parte
analítica), filosofía natural, metafísica, parte tópica de la dialéctica,
retórica y matemáticas78.
Dejaremos conscientemente de lado nombres tan ilustres como los de
Melanchton —apodado el Praeceptor Germaniae— y Sturm en Alemania,
Moro y Colet en Inglaterra, o Budé en Francia, pues nuestro propósito no se
centra tanto en el estudio de los grandes educadores del humanismo,
cuanto en la sistematización que algunos de ellos llevaron a cabo de los
llamados studia humanitariis. En este sentido, quizá el intento de programa
de los estudios de Artes que presenta una estructura más precisa y acabada
—a lo que une, además, el atractivo de haber sido llevado a la práctica—, es
el que Pedro Ramos elaboró para el Collége de Presles y dejó plasmado en su
Pro philosophica Parisiensis Academiae disciplina Oratio ~ El curriculum
que se establece está pensado para los alumnos entre los siete y los quince
~ Cf? J. Chomarat, Crammaire et Rhétorique chez Prasme, París 1981, 1, págs. 162
y 55.
78 El orden en el que hemos mencionado las distintas disciplinas se corresponde
con el propuesto por Vives para el estudio de las mismas. La argumentación de Vives
sobre el curriculum que deben cursar los alumnos se desarrolla en los libros III, IV y
y del De tradendis disciplinis. Cf. C. G. Noreña, Juan Luis Vives, Madrid, 1978, págs.
23 1-233.
‘~ Pronunciada por Ramos en febrero de 1550; para la edición utilizada vid.
supra nota 30 de este mismo capítulo.
615

años de edad, y comprende las siguientes asignaturas y el siguiente orden:
durante los tres primeros años los alumnos estudian gramática y en el
cuarto, retórica; el quinto, lo dedican al aprendizaje de la dialéctica; la
disciplina ética y las matemáticas son cursadas en el sexto año y,
finalmente, en el séptimo, proceden al estudio de la fisica
8~~: «atque ita
tandem septimo exacto stucitiorum anno —se jacta Ramos— magistrwn artium
non nomine, sed re vera ac veritate perficimus et absolvimus, gui Latinam
Graecamque linguam, qul Grammaticam Rhetoricam, Dialecticam,
Arithmeticam, Geometriam, Physicam didicerit, quique alios iam docere
paratus sU» ~
Centrándonos ya en lo que ocurría en nuestro país, son varios los
autores que dejaron plasmadas por escrito sus opiniones sobre el
curriculum de Artes. Así, Pedro Simón Abril expresó algunas ideas a este
respecto en el capítulo preliminar de su Primera parte de la filoso fia,
llamada la logica, capítulo que precisamente tituló “Sobre la orden que se
deve guardar en el aprender las ciencias”82. Defiende allí el autor que el
estudio de la lógica y las matemáticas tenga lugar de los 12 a los 14 años, y
el de la elocuencia de los 14 a los 16 (dando por supuesto que el alumno ha
aprendido la gramática de su propia lengua y también la de las lengua
latina y griega entre los 5 y los 12 años); antes de los estudios superiores, el
alumno todavía debe cursar filosofía natural hasta los 18 años, y filosofía
moral, en unión de la metafísica, hasta los 20 83
St) «Tribus primis annis pueruin (...) in gramniaLico studio, Latino graecoque
retineznus».

Otros autores hispanos no dedican obras ni tan siquiera capítulos
específicos al análisis de esta cuestión, pero sí hacen referencias
circunstanciales a ella desde las páginas de otro tipo de escritos,
principalmente manuales de dialéctica. Es e] caso, por ejemplo, de Fox
Morcillo, quien en su Libellus de Philosophici studii ratone efectuó una
relación de las disciplinas cuyo estudio consideraba necesario, aunque sin
llegar a establecer tampoco una gradación detallada del curriculum. Tras la
gramática —señaló— ha de aprenderse dialéctica y retórica
84, añadiendo
también las matemáticas y algunas nociones de astrología y música85. El
aprendizaje de la filosofía, por último, representaba a su juicio la
culminación de los estudios de artes86.
Sobre el mismo asunto reflexionó también el valenciano, y colega de
Núñez en el Studi, Pedro Monzó. En las páginas de su Compositio tocius artis
dialecticae expusó Monzo su convicción de que era necesario un estudio de
las matemáticas previo al de la lógica, de manera que los alumnos pudieran
comprender los numerosos ejemplos que hay tomados de estas artes en el
Qrganon de Aristóteles87. El Brocense, por su parte, se mostraba más bien
deziocho a los veynte se podra aprender la mejor parte y mas necesaria de la filosofia,
que es la parte moral. Y juntamente la metafysica’> (Logica, fois. *2v*4>.
~ S. Fox Morcillo, De Philosopbici studii ratione ad Franciscum fratrem Liben
Lovaina, 1554. Este opúsculo de Fox Morcillo fue editado junto con su De naturae
Philosopbia, seu de Pía amis eL Aristotelis consensione ¡ibri y, Lovaina, 1554. Utilizo
el ej. de la E. Nacional de Madrid R/27922, en el que el De studii Philosopbici
ratione ocupa de las págs. 382 a la 414. Al caso de la dialéctica y retórica se alude en
las siguientes palabras: «Itaque quando Crammnaticam una cum Latina, Graecaque
lingua didicisti, nec tibi bac aniplius opus est arte: restant Dialectica et Rhetorica,
quas sumrna debes cura addiscere, quippe cum inde ingentem ad omnia utilíratem sis
con]paraturus» (pág. 386).
«... ut artiuni Mathemaricarurn aliquem saltem gustum capias: non tam ad earum
notitiarn, qnae pulchra et commocia est, quam ad ipsam Phiiosophiae notionem, quam
sine illis assequi perfecte numquam poterisx’. «Ad baec Astrologiae et Musicae
brevein addes cognitionemn, non uL in iis artibus multum operae ponas (...) sed ut quae
in iis sine tibi utilia et aliarum reruni intelligentia congruentia consecteris» (S. Fox
Morcillo, ibidem, págs. 392 y 395, respectivamente>.
86 «Universa Phi¡osophia duas in partes a me alias divisa est, in contemp¡atricem
et actuosain. Quaruin illi tres partes subieci, Physicen, Mathematicen eL Primam
Phhlosopbiam: huic rursus totidem alias, Ethicen, Oecononiicen, Politicen. Quibus
etiam adiugendae sunt dicendi tres artes, Cranimarica, Dialectica eL Rbetorica, non uti
partes Phhlosophiae (neque enim sunt) sed tanquam instrumnen La» (S. Fox Morcillo,
ibidem, pág. 397>.
87 Vid. mfra, nota 94 de este mismo capítulo.
617

partidario de anteponer el estudio de la dialéctica al de todas las demás
artes, con la lógica excepción de la gramática 88.
Como es posible apreciar por los testimonios precedentes, no desde
luego los únicos existentes pero sí validos a mi juicio para mostrar e] estado
de la cuestión, las opiniones sobre los estudios de Artes distan mucho de
presentar un panorama uniforme y más bien deberíamos calificar éste de
francamente dispar8~9. También Pedro Juan Núñez quiso con respecto a este
problema aportar su particular visión, y así lo hizo en al menos tres
ocasiones diferentes: la primera, desde las páginas de su Libellus de
constitutione artis Dialecticae (1554); la segunda, en su De recta atque utili
ratione conficiendi curricuil Philosophiae (1594) y, finalmente, al mismo
88 «Si Dialecrica, uL author esr Aristoteles, instrumentunj est, cuius praesidio
caeterae artes utantur, eL omne instrunentum reni illan> antecedat, ad q uam
explicanda adhibe tun efficitur procul dubio, ut ipsa Dialectica sive Logica (utroque
enim nomine, sine discrimine appellatur) ante oznnes disciplinas, Gramniaticani
excipio, sit proponenda>’ (E. Sánchez de las Brozas, Organum dialecticun> et
rhetoricuni cunctis disciplinis utilissimuni ac necessariumn. Lyón, 1579, fol. 11v; esta
obra ha sido recientemente editada y traducida por C. Chaparro, en (E Sánchez de las
Brozas) Obras. 1, E. Sánchez Salor y C. Chaparro Gómez. eds. y trads., Cáceres, 1984>.
~‘> La falta de unanimidad se extiende hasta nuestros días. P. O. Kristeller, por
ejemplo, considera que: «En la primera mitad del siglo XV studia humanitatis vino a
significar un ciclo claramente definido de disciplinas intelectuales —a saber, la
gramática, la retórica, la historia, la poesía y la filosofía moral— entendiéndose que el
estudio de cada una de esas materias incluía la lectura e interpretación de los
escritores latinos usuales y, en grado menor, de los griegos. Este sentido de studia
hwnanitaris estuvo en uso en general en el siglo XVI y posteriormente, y ecos tenemos
de él en el empleo que damos al término ‘humanidades’. (...> los studia humanitatis
incluían una disciplina filosófica —es decir, la moral—, y excluían por definición
campos como la lógica, la filosofía natural y la metafísica, así como las matemáticas,
la astronomía la medicina, las leyes y la teología, por sólo mencionar aquellas áreas
de estudio firmemente establecidas en las actividades universitarias y en los
esquemas de clasificación de ese período» (El pensamiento renacentista y sus
fuentes, págs. 39 y 40). Sin embargo, otro estudioso del humanismo como E. Garin se
enfrenta a esta visión de Kristeller, matizando que: «Si luego deseamos habérnoslas
con la función desempeñada por los cultivadores de las litterae humanae en las
facultades de artes, no podernos dejar de reconocer, a pesar de la opinión de los
«grandes historiadores», que, además de gramática y retórica, enseñaban lógica, una
de las artes del discurso, y frecuentemente filosofía moral, es decir, ética, política y
economía, e incluso filosofía natural, por ejemplo, a través de la lectura de
Aristóteles en el original griego y según los comentarios griegos. Por tanto, no es
cierto que los «humanistas» (...) se constituyeran como grupo diferenciado y
enfrentado a los maestros de artes>’ (La revolución cultural del Renacimiento,
Barcelona, 1981, pág. 258). A mi juicio, esta segunda opinión está más cercana a la
realidad de los humanistas de nuestro país. Para esta cuestión, vid, también
D. Ynduráin, Humanismo y Renacimiento en España, Madrid, 1994, págs. 57 y ss.
618

asunto dedicó también algunas reflexiones en sus Notas a la ~¿itaAristotelis
publicada el mismo año que la obra anterior.
Precisamente en esta última obra se detuvo nuestro humanista a
aclarar algunos conceptos sobre la propia denominación de “artes
liberales”, precisando que: «... ut videatur innuere liberales artes appellatas
a liberis homini bus et ingenuis, quod pueri, et adolescentes ingenui vulgo
lIlas discerent, antequam ad rem publicam accederent0t Una definición
de carácter más bien tradicional, pero que a renglón seguido gana en
matices cuando el autor afirma —mediante la inevitable referencia a
Aristóteles— que el calificativo de ‘liberales’ merece aplicarse a las
diversas disciplinas sólo en el caso de que medien las siguientes
circunstancias:
Aristoteles tamen lib 8. Politicorum sic haec definitt Eam vocat doctrinani
liberaleni, quae corpus non reddit mutile ad virtutes exercendas, neque
animanh, neque nientemn reddit vilem, et abiectani, ut arLificia mercenariorum, et
sellulariae artes. (...). Deinde -—matiza aún más, lineas abajo— si non exercearur
causa virtuLis, aut nostra ipsorun, aut amicorum, sed quaestus aut anibitionis e
Iiberalium quoque numero iudicio Aristotelis exirnuntur ~
~ ViLa Aristorelis, fol. 116. Este mismo sentido de liberales, por otra parte el
más extendido, es el que señala Lausberg: «Las artes liberales subrayan con el
adjetivo liberalis la capa social a la que estaban destinadas: son un caudal cultural y
un programa educativo de los ciudadanos libres (Sen. ep. 88, 2 quare liberalia studia
dicta sint, vides; quia honiine libero digna sunt) y por eso se llaman también TEXVaL
éyKUKXLOL (Sen. ep. 88, 23). Y nótese que la palabra ¿yKiiKXlos (cargo en cuyo
desempeño se turnan los ciudadanos libres por el sistema de rotación y que no
requiere una formación especializada; corriente, cotidiano) alude al carácter común,
obligado y elemental (no especializado ni profesional> de estas artes» (Manual de
Retórica literaria, Madrid, 1975, Pp. 70 y 71). La denominación que recibió esta
instrucción primaria entre los griegos, da pie a Núñez para hacer gala de uno de esos
ejercicios de erudición que, en ocasiones, le son tan gratos: «Sic Strabo, libro 1
Geographiae, áyÚryi~v ¿yKIJKXtOV «U ouvrjEfr TOtS ¿XcuO¿pots «u ‘ptXooopoúoi. eam vocaL, id
est, institutionem trivialeni (uL loquitur Quinctilianus) et usitatam ingen vis, et iis
qui philosophantur. Philo item ¿yKÚKXLU praecise, eL cum adiunctione ¿yKtiK\ta
Ocwp~j[IaT« ea appellat, atque eEv)pws, et dno,-rpas ¿yicóKXtous. eL nat8ctav cyicuicXtov, eL
¡JOUOtKlfl’ EyKuKXtov, atque Xoytictv, eL IlouotKOV ¿yKUKXIOV. Plutarchus ¿yKliKXta
iiat8cu¡tata ea vocaL Synesius vero KUKXOV, licet Porphyrius addat huic quoque noznini
Phi¡osophiam tan guam culmen orbis disciplinarumn liberalium, uL videtun Plinius eL
Quinctilianus EylcuKXolTcztbEtav. Theo ÉyKáKXa maEhjjman. Tyrius Maximus ¿~lK\tU. ítem
Laertius. Quoque in Democrito tyKÓKXLOUS Xóyous, in Menedemo, eL Zenone ¿yK1IKXL~
ata. In Zenone etiam ~yniKXiov nat8cíav. Seneca epist. 89 ex Posidonio artes
tyKuKXtolJs nominat. Epicurus bis omnibus antiqulor in epist. ad Pythoclem 4yKÚKXLa
quoque vocaverac» (ViLa Aristorelis, fols. 133v y 134).
91 Vita Aristotelis, fol. 116v. Cf. Aristóteles, PoL, VIII, ]337b 4-21.
619

Ni que decir tiene que Núñez no desempeña aquí el papel de mero
transmisor, sino que parece sumarse con entusiasmo a estos requisitos
aristotélicos en el ejercicio de las artes.
Pero más polémica que el posible sentido del calificativo ‘liberales’, se
presentaba —como hemos tenido ocasión de comprobar— la discusión sobre
cuál era el número de esas artes y cuál el orden en el que debían ser
estudiadas. El evidente cambio de actitud que se advierte entre las tesis que
defiende Núñez en sus primeras publicaciones y las que, por el contrario,
sostuvo en la última etapa de su vida, merece que le dediquemos a este
punto algo más de atención.
A. La opinión de Núñez en 1554
La primera cuestión cuyo estudio aborda Núñez al comienzo de su
Libellus, editado en 1554, está efectivamente referida al orden en el que
deben ser estudiadas las distintas artes, revistiendo allí su análisis relativa
amplitud
92. Comienza en él por revisar el testimonio de algunos autores de
la Antiguedad, anteponiendo a todas las opiniones la de Platón; para éste la
enseñanza de las matemáticas debía anteponerse a la de las demás artes
incluida la dialéctica, criterio que, en este caso, Núñez no comparte:
Plato quidem 7 De Republica —explica Núñez— Mathematicas appellat
npoimatScías, quasi dicat priores institutiones (...) Hine in gymnasio Pía tonis
scriptum eraL «Ne quis ¡mc ingrediatur expers Geometriae». Hinc etiani Plato
obscurissimas quasque disputationes, numerorum et figuraruni similitudine
exp¡icavit (...). Aristoteles etiani onines suos libros exeniplis Mathematicis
illustravit Sed cuni Dialectica contenta siL sensu communi —concluye algo más
adelante— et absque exemplis Mathenaticis comprehendi possit, non erunt
necessario Mathe¡naticae ante hanc tradendae ~.
El aprendizaje de las matemáticas previo a los estudios filosóficos queda
de esta manera tajantemente rechazado. Es curioso como al tratar este
punto Núñez y su colega Monzó emplean, en ocasiones, expresiones casi
idénticas que parecen sugerir algo más que casualidad; sin embargo, las
conclusiones a las que uno y otro llegan no son las mismas, pues ya hemos
92 Cf. fols. 41 y 54-55v del Líbellus.
9~ Libellus, fols. 54 y 54v. El pasaje de Platón al que se alude es el de la
República, 522c y ss. Para el carácter propedeútico de las matemáticas en la paideia
platónica, cf. W. Jaeger, op. cit, págs. 702-7 12.
620

tenido ocasión de comentar que Monzó sí se mostraba partidario de
anteponer el estudio de las matemáticas al de la lógica 94.
Continúa Núñez pasando revista a otras opiniones, como la de Diógenes
de Apolonia —quien postula comenzar por la filosofía moral—, o la de
Panecio y la mayoría de los estoicos —que prefieren la filosofía natural—,
para concluir, finalmente, que la mejor de entre ellas es la que antepone la
enseñanza de la dialéctica a la de las restantes artes, hecha la lógica
excepción de la gramática: «Quibus ea praestabílior est, gua excepta
Grammatica, Dialecticam caeteris artibus anteponit»9k De esta manera
Núñez se aparta de los criterios ramistas y se suma, por el contrario, al
orden en las disciplinas del curriculum propuesto por Vives.
Para apoyar esta conclusión, por otra parte muy generalizada en la
época, recurre Núñez en el Libellus a dos argumentos. El primero de ellos
hace referencia al carácter instrumental de la lógica: el genus de esta
disciplina consiste en servir de instrumento común a las demás artes para
definir y demostrar, luego es natural que se enseñe antes que todas ellas96.
El segundo argumento se basa en la similitud de las causas eficientes:
puesto que «ars imita tur naruram», y la naturaleza postula que primero
hablemos —gramática—, segundo razonemos —dialéctica— y tercero
adornemos el discurso —retórica—, conviene que sea ese mismo orden
‘natural’ el que también se siga en la enseñanza97.
~ «Plato Mathemati cas vponat&tas appel¡at —afirma por su parte Monzó-, hoc est,
priores institutiones, in cuius gymnasio scriptum erat “Nc quis huc ingrediatur
expers Ceo¡netriae”. Hinc obscurissi¡nas quasque disputa tiones, numerorum et
figurarum simílitudine explicavir. Aristoteles vero praecepta omnia dialecticae
exemplis Mathematicis illustravit”. «Mihi —concluye a su vez—certe standum esse
niaiorum sententia in bac parte videtur, tradendaque elementa sa¡tem
Mathematicarum adolescenri bus primo loco» (Compositionis totius artis Dialecticae
ad usum traductae, aeditio saecunda, Valencia, Juan Mey, 1566, fols. 14v y 15. Utilizo
la segunda edición —la primera es de 1559— que aparece renovada en algunos
aspectos). En este caso Monzó, quien además de enseñar Dialéctica regentó también la
cátedra de Matemáticas en el Studi valenciano, se muestra acorde con esta última
faceta de su personalidad académica.
~ Libellus, fol. 55.
~ «Logica autem instrumentum comm une est, cuius praesídio caeterae artes
utuntur ad diffiniendum eL demostrandvm: ergo docenda ante reliquas artes”
(ibidem, fols. 55 y 55v).
~ «Ars imitatur naturam: ordo autem naturae hoc postulat, uL primum loquamun
deinde utamur ratione, postremo sententias eL verba ornemus; guare primum docenda
est Crammatica, quae instruit sermone; deinde Dialectica, quae rationem informat;
postremo Rhetorica, quae sententias et verba dicendo ornat» (ibídem, fol. 55v).
621

E. Propuestas definitivas (1594)
Sin embargo, la cuestión de cuál sea el orden apropiado en el
aprendizaje de las artes representa un capítulo del sistema pedagógico de
Núñez en el que hay que reconocer que éste evolucionó de manera
llamativa. A las tesis que acabamos de exponer y que se corresponden con
los inicios de su carrera docente, opone el valenciano, cuarenta años más
tarde, otras que presentaban como aval toda una vida consagrada al
ejercicio de la enseñanza. Y así es como en su De recta atgue utii ratione
conficiendi curriculi Philosophiae, al que por la fecha en que fue
compuesto podemos otorgarle casi un carácter de testamento, nuestro autor
llega a una conclusión manifiestamente opuesta a la que hemos
reproducido líneas más arriba: a saber, no sólo las matemáticas, sino
también la retórica e incluso la poética han ser aprendidas por los alumnos
con anterioridad a la lógica. Por otra parte, el detenimiento con el qúe se
trata la cuestión en esta última obra y la abundancia de argumentos —más
elaborados, por lo demás— que se despliega
98, mueven a pensar que el autor
trataba de justificar así el viraje de sus conclusiones, aunque bien es
verdad que en todo momento silencia sus opiniones de antaño.
Resulta, pues, indispensable rastrear los hitos que señalan ese cambio
de rumbo. Por elementa eruditionis, como se califica en el De recta ratione
a los estudios previos a la filosofía, aclara Núñez que se debe entender la
instrucción en las artes liberales tradicional entre los griegos; pero no
tanto aquel grado elemental o primero de los estudios que incluía la
gramática, la gimnasia y la música —posteriormente también la pintura—,
cuanto un segundo más elaborado que consistía en el estudio de la
gramática, la retórica y las matemáticas.
Desde las páginas de la Vita Arisrotelis, vuelve de nuevo nuestro
humanista a hacer referencia a una gradación de los estudios en tres
niveles —elemental, intermedio y superior—, describiendo los contenidos de
cada uno de ellos en los siguientes términos:
Itaque Aristoteles libro 8 Politicorum eam sententiani secutus, quattuor artes
esse docuit, quas fere vulgo ingenui discerent; cae erant FPdÍWQTa (...),
Gymnastica quae in palestra exercebatu~ et Musica, uL nunc ¡oquimur,
practica, atque ad extremum Pictura. Alter gradus artium liberalium est earum.
98 Cf. De recta ratione, fols. 6v-19v.
622

quae propter Philosophiani discebantur (...): in quibus numeraL (sci¡. Sextus
Chaeroneus) Crammat¡carn. Rheroricam, er quattnor Mathemati cas; nan> Logicani
(...) in Lerdo gradu una cun phi¡osophia censuit. Tertio gradui attributa est
philosophia; ad quenh etiani videntur revocandae íllae, in quibus ultimuni
nostrorurn studioruin graduo> facimus, uL Medicina, lurisprudentia ‘y>.
La cita es muy interesante en cuanto que en ella Núñez parece
propugnar que los estudios filosóficos se desgajen de los estudios de Mtes y
accedan a un nivel superior, o lo que es lo mismo, que se cree una Facultad
de Filosofía de rango similar a las ya existentes de Leyes y Medicina. Por
otra parte, sus palabras hacen patente el cambio de parecer con respecto a
lo mantenido años atrás, al postularse ahora el aprendizaje de las
matemáticas y de la retórica como un paso previo al estudio de la filosofía
—y por tanto de la lógica—. Repasaremos los argumentos con los que se
defiende este nuevo criterio.
Del indispensable conocimiento de la gramática nadie parece dudar,
por lo que tampoco el autor se extiende más en este punto. Más conflictivo
se presenta el proyecto en lo que concierne a las otras dos disciplinas
propuestas —retórica y matemáticas— y, consciente sin duda de ello, se
apresta nuestro humanista a aportar gran variedad de testimonios y
argumentos que lo justifiquen.
Atendiendo en primer lugar al caso de la retórica, el autor recurre una
vez más al ejemplo de Aristóteles, puesto que —en su opinión— el Estagirita
habría expresado claramente la necesidad de estudiar este arte con
anterioridad a las demás, exceptuadas las matemáticas>

etórica
12. Tampoco resulta válido el argumento de quienes afirman que
Aristóteles ha utilizado los procedimientos propios de la lógica para
elaborar el arte retórica, y por consiguiente aquella debería estudiarse
antes que ésta: por lo mismo entonces —responde Núñez— la lógica debería
aprenderse antes que la gramática (pues tampoco ésta puede ser reducida a
un arte sin los procedimientos lógicos), y esto todo el mundo reconoce que
es absurdo.
Pero anterior aún al estudio de la retórica debe ser el del arte poética,
indispensable para la parte tópica de la lógica que se halla ilustrada con
ejemplos de historiadores, oradores y poetas, y que exige, por consiguiente,
estar versado en esta clase de escritorest3. Resumiendo, pues, la cuestión,
tanto el conocimiento de la retórica como el del arte poética son
considerados ahora por Núñez requisitos imprescindibles para acceder al
estudio de la filosofía. En este punto se produce, pues, la primera fisura
respecto a lo que él mismo había sostenido en 1554, cuando, en función de
las exigencias de la natura, el ornare orarionem de la retórica era
tajantemente pospuesto al disserere de la dialéctica, y de la poética ni tan
siquiera se llegaba a hacer mención’1~4.
102 «Eteniní si comparernus instrunienta eL locos cuni dialecticos Luni sophisticos,
quos libro 2 Rhetoricorum persequitur, cum Topicis eL Elenchis, magnum intervallum
inter utru¡nque locum interiectum esse aniniadverteníus, ac multo subtilius eadeni in
logicis qua¡u in Rhetoricis explica La fuisse. 1..) c2ua re si res civiles et Logicae pingui
tan tumn Minerva, non exquisita ratione tradendae a Rhetore eL exercendae ab oratore,
non esr necesse ur ante Rhetoricam Logica eL Philosophia discantur» (De recta
ratione, fols. 14 y 14v).
lOS «Er quoniam ahera pars Logicae, quam Aristoteles Dialecticani, vulgo Topicain
noniinanius, iilustratur historia atque exemuplís Poetaruní, historícoruni eL oratorurn,
qui opinionem hominum potius quam veritatem spectant, oportet quoque eos, gui in ea
progressus magnos facere volunt, in bac genere scriptorunh esse aliquantulum
versa tos» (ibidem, fol. 12v). Por otra parte, el orden poéticalretórica se establece,
una vez más, invocando el testimonio de Aristóteles: «Illud porro bbc locum videndum
esui, Poeticane ante Rhetorícan tradenda sit, an post illa cognoscenda. Ac íudicio
quidem Aristoteles videtur ante Rhetoricamn cognoscenda» (ibidem, fol. 14v>. También
en la Vita Aristotelis el estudio de la poética se hace simultáneo al de la gramática, y
por tanto anterior al de la retórica, siguiendo de esta manera, según se afirma, el
ejemplo de la Antigoedad: «Nan cum poetaruní srudio coniuncta eraL ars
Grarnznaticoruni, gui magnan partem sui studii in poetarum explanatione
consurnehant» (ViLa Aristotelis, fol. 118).
104 Al adoptar esta nueva disposición Núñez se aparta por completo del Brocense,
quien en su Organum dia¡ecticum eL rhetoricuni sostenía una postura idéntica a la de
Núñez en 1554: «Praecedat oportet Grammatica, quae voces ordinat; sequatur
Díalectica, quae ratione informar; addat colophonem Rhetorica, quae sententias
624

Más profunda aún, sin embargo, es la divergencia que se advierte en lo
tocante al estudio de las matemáticas, pues si en el Libellus el caso de la
retórica se trataba tan sólo de pasada, en cambio se había hecho gran
hincapié, acompañado de un despliegue de argumentos también bastante
mayor, en negar la necesidad de un estudio de las matemáticas previo al de
la lógica. Consciente Núñez, muy probablemente, de que en esta cuestión
su cambio de parecer resultaría más llamativo —aunque insisto en que no
menciona para nada el que él mismo hubiera mantenido otro distinto
tiempo atrás l(í5~, muestra tal vez por ello especial interés en reforzar esta
parte de su argumentaclon.
La necesidad de un conocimiento previo de las matemáticas —estima
ahora Núñez— no es un requisito indispensable sólo para el estudio de la
lógica aristotélica, sino que se extiende también a prácticamente la
totalidad de la obra del filósofo griego’
1>6; al menos así ocurriría, en su
opinión, para una correcta comprensión del De caelo 107, y lo mismo de la
metafísica, la ética y la política aristotélicas108. Pero el énfasis mayor se
hace en el terreno de la propia lógica, en cuya explicación —y muy
ornando conímutat et tigurat» (op. ch., fol. III). Por el contrario, en relación a este
punto concreto, la postura de Núñez se aproxima ahora a la de Ramos —que también
propugnaba un conocimiento de la retórica previo a de la dialéctica—, autor con el que,
curiosamente, no coincidía en cambio en su etapa ramista. Fox Morcillo, por su parte,
se inclina por una enseñanza conjunta de dialéctica y retórica: «Con iugendae igitur
sunr ¡me seniper duae artes, quemadmodum Aristoteles, aliíque magni viri
praecipiunt, non a se invicem segregandae» (De studii Philosophici ratione, pág.
389).
~ Incluso, con evidente “pérdida de memoria”, afirma el autor que «No vi non
defuturos Loe loco, qui iactitent ¿«3 philosophiam Aristotelicam, guam solarn vulgo
o¡nnes protYtemnu~ non esse necessariam marihematicarum cognitionem, quod memi ni
me aliquando inaudisse, praesertim in logicis” (De recta ratione, fols. 9 y 9v; el
subrayado es mío).
11W, Recordemos que exactamente la misma opinión mantenían Fox Morcillo y Pedro
Monzó (cf. notas 85 y 94, respectivamente>. Simón Abril, por el contario, posterga el
estudio de las matemáticas al de la lógica: «Despues de bien entendida la logica, y con
muchos exemplos y esperiencia bien exercitada, sin duda ninguna seria de
grandissima importancia exercitar mucho a los oyentes en las mathematicas y
particularmente en la arithmetica y en la geometria» (Logica, fols. 8 y 8v).
107 ‘t..negare nullo modo possent quin libros de C’aelo Aristorelis nemo omnino sir
percepturus accurate, nisi gui astrononjiam noverit» (De recta rabona fol. 9v>.
108 «Nam quid dicemus de prima philosophia? cuíus dísputatio illa claríssinia de
numero rnentium tota pendet ex Astronomiae cognitione (...) 1am vero in Etbicis
guau) interest ad iustitíae dístríbutionein rationem Arithmeticam analogiarum
nosse. Libruni vero octavum Politicorum quis perfecte unquam assequetur ignorata
arte Musicae? (ibídem, fols. 9v y 10).
625

especialmente en la parte Analítica— Aristóteles emplea abundantes
ejemplos matemáticos que conviene mantener, y que difícilmente podrán
ser comprendidos sin la ayuda de las matemáticas:
iI/ud tamen necessario fatendum eaní parreni (scil. Analyticam) Logicae, uL
ab Aristotele explicatur, vix sine ¡nathernaticarum intelligentia percipi posse:
cuní er raÑo docendí, gua utitufl tota ma thematica siL eL litterarum usus, eL
vocabula ipsa, nr ‘rer¡nini’, ‘intervalla’, ‘figurae’, er plera que exemnp)a
,natheniatici sim. 4..) Ita ¡narhemnaricarumn artium cognitio magno est ornamento
ad parteni Analyticam recte intelligendam 109
Los filósofos que sean buenos conocedores de las matemáticas, además,
veran mediante el ejemplo de estas artes muy facilitada su labor en una
serie de tareas claves: en examinar y explicar por separado los elementos
de las cosas naturales (materia y forma> que se encuentran unidos; en la
percepción de las cosas universales; en la búsqueda de los razonamientos
necesarios, siempre que lo permita la naturaleza de la cosa; en trasladar a
sus disertaciones, cuando la cuestión lo requiera, las analogías y simetrías
de los aritméticos y geómetras; en la aplicación del método de análisis; en
tejer una sucesión ininterrumpida de demostraciones, y lo que es más
importante de todo, concluye nuestro humanista, «de hominum ludido
parum, aut nihil, de veritate vero et rei natura multum laborare»
1 ~
En resumen, por elementa eruditionis —a juicio del autor— se debe
entender el conocimiento de la gramática, la poética, la retórica y las
matemáticas1 1I• Idéntico criterio han sostenido muchos hombres ilustres, a
cuya autoridad se recurre como aval: Filón, Clemente de Alejandría,
Orígenes, Sinesio, Sexto de Queronea, Porfirio, Marciano Capela, Casiodoro,
San Isidoro... Y, por no aburrir al lector con más testimonios, lo mismo han
sancionado también las autoridades académicas al decretar que nadie sea
admitido a los estudios de Teología y Medicina, ni sea nombrado doctor en
Filosofía sin haber cursado previamente los estudios de Artes:
109 Ibidem, fols. 1 2 y 1 2v.
110 Ibídem, fol. 12.
III En la Vita Aristotelis, Núñez al tratar la misma cuestión remite alibí, en clara
referencia a este pasaje del De Recta ratione: «Arístoteles item, uL A. Gellius
observabit, in auditore legitimo philosophiae futuro requirebar elementa erudirionis,
íd est, npoi¡a¡Seías nr loquirur Plato, quo nomine Crammaticam, Poeticani, Rhetorican,
eL Mathemaricas comprehendí nos alíbi docuimus» (ViLa Aristotelis, fols. 162v y
1153).
626

...nisi quí septem iflas artes coniites phílosophiae antea percepísset, suaeque
eruditionis in ii/ls specimen publice dedisset, periculum que illius in
batallaría tu ab eruditis viris factuni diligenter fuisset 112•
Aunque los argumentos de Núñez sean aún más prolijos, no queremos
alargar más de lo que ya lo hemos hecho esta exposición y daremos por
bien argumentados los puntos de vista del valenciano con respecto a los
estudios de Artes previos al ingreso en las Facultades superiores. Queda por
examinar, no obstante, la cuestión del orden que en el que sería más
oportuno cursar esas disciplinas, pues también en este punto se producen
discrepancias sobre si resulta preferible que después de la gramática los
alumnos estudien primero las matemáticas o, por el contrario, la retórica.
Muchos, por no decir exhaustivos, son los testimonios que se proponen en
uno y otro sentido
1 U, para dar paso, finalmente, al sentir del propio autor:
In tanta igitur sententiarum varíetate, teneamus hunc cursum medium, gui
ratíoni congruens videtur, uL puerí una cum utraque Grammatica doceantur
sensim, eL facilí ratione mathematícas: quod príscís placuisse videmus,
possuntque pueri facile eas discere, earum que fructum percipere, ut alt
Aristoteles lib. 6. Nicomm. phflosophiam vero dífficile, eiusque fructun, vix
percípíunt, post Crammaticam, cum qua poetíca, nec sine Hístoriae quídem
cognítione discenda, eL Rhetorica illis tradenda videtur, non intermisso Lamen
studíc, mathematicarum 114
Así pues, en lo relativo al orden en la enseñanza de las artes que deben
cursarse con anterioridad a la lógica y al resto de la filosofía, Núñez se
112 De recta ratíone, fol. 9. Así lo establecía, efectivamente, la Constitución de
1561 vigente en el Studi: «ítem se statuex que a ninguna persona se done lo grau de
bachiller en Medicina si primer no és bachiller en Arts”; y «ítem se estatueix que
qualsevol persona que vodrá ésser graduada del grau de bagifler en theoiogia en la
present Universitat, sia obligada á tenir primer lo grau de bagiller en Arts», en
A. Gallego Barnés, “La Constitución de 1561. Contribución a la Historia del Studi
General de Valencia”, Estudís 1(1972>, págs. 43-84, (76 y 80 las citas reproducidas).
113 La explicación se extiende de los folios 15v al 18v del De recta ratíone. A
favor de que el estudio de las matemáticas sea conjunto con el de la gramática, se
aporta el testimonio de Platón; en defensa de anteponer a las matemáticas el estudio
de la retórica, se aducen los testimonios de Dionisio de Halicarnaso, Quintiliano y
otros muchos; para defender, por último, que en cualquier caso el estudio de la
retórica debe preceder al de la filosofía, se citan los ejemplos de Hipócrates,
Esquines y Aristóteles, quienes según sus biógrafos habrían estudiado antes retórica
que filosofía.
114 De recta ratione, fols. 18 y 18v. La referencia a Aristóteles corresponde al
pasaje de EN, VI, 8, 1142a 11-20.
627

inclina por comenzar con un estudio simultáneo de la gramática y las
matemáticas, continuar con algunos conocimientos de historia y poética, y
posponer a la última fase el estudio de la retórica. Y si algunos se
preguntan en qué medida se han de aprender estas materias, la respuesta
está en el sentido común más que en otros criterios, de manera que a nadie
le parecería lógico, por ejemplo, pretender que el estudiante de filosofía
compita en conocimientos matemáticos con Euclides o con Arquímedes:
Finis iDe praestitutus siL tan mm earum artiumn discat, quantum saris ad
Philosophiam percipiendam, quatenus earum opera adiuvarí potest, esse
videbitur 115
Acerca de la edad a la que conviene comenzar estos estudios o sobre la
duración de los mismos, nada se nos dice; debemos conformarnos, pues, con
conocer las opiniones de Núñez sólo en lo relativo a las asignaturas que
componen el curriculum de Artes y al orden en que deben cursarse.
En líneas generales, el punto más álgido de la discusión entre los
humanistas en torno a estas cuestiones lo constituía, sin duda, el binomio
dialéctica/retórica y la conveniencia de cursar antes una u otra disciplina.
Tal vez resulte interesante señalar que la evolución que Núñez ha
experimentado al respecto le ha aproximado a las tesis de Pedro Ramos,
pues, en efecto, ambos autores coinciden ahora en su apreciación de que la
retórica debe preceder al estudio de la dialéctica
1 “. FI interés se acentúa si
recordamos que en esta última etapa de su produccción el valenciano se
había apartado prácticamente por completo de los presupuestos ramistas. El
Brocense, seguidor también de Ramos en muchas partes de su doctrina,
mantiene sin embargo —al menos en 1579 fecha de la publicación de su
Organum dialecticwn et rheroricum— la postura contraria.
Pero más que los estudios de Artes, hay que reconocer que el capítulo
que verdaderamente preocupó a Pedro Juan Núñez fue el de la correcta
organización de los estudios de filosofía. Al estudio específico de este tema
115 De recta ratione, fol. 19.
116 Discrepan sin embargo Núñez y Ramos en el orden preceptivo para el estudio
de las partes de la Filosofía, pues nuestro autor antepone el estudio de la filosofía
natural al de la filosofía práctica, mientras que Ramos actúa exactamente en sentido
inverso.
628

dedicó una obra completa, cuyos análisis y propuestas serán objeto de
nuestra atención en páginas posteriores.
4. Conclusiones
Recapitulando, pues, muy brevemente la exposición hecha en este
capítulo, podemos afirmar que Pedro Juan Núñez —en línea con los
principios de la pedagogía humanista— hizo propios los conceptos de
natura, ars y exercitatio como principios reguladores del aprendizaje, y
que, tanto en la formulación teórica de los mismos como en su aplicación
en la práctica, sostuvo tesis muy próximas a las de su maestro Ramos, sin
que sea posible constatar una variación sustancial de las mismas a lo largo
de su producción editorial. La adopción del sistema de analysis y genesis en
lo que se refiere al capitulo de la exercitatio le sitúa, una vez más, en una
línea de convergencia con el raniismo. De influjo claramente ramista es,
asimismo, el procedimiento seguido por Núñez en la elaboración de Tabulae
o esquemas de algunas de sus obras.
Todo ello nos mueve a concluir que la influencia del filósofo francés se
extendió a otras facetas de la personalidad intelectual de Núñez, bastante
más allá de lo que atañe en exclusiva a la doctrina dialéctica. Pero sólo en
éste último ámbito reconoció nuestro autor de forma expresa los lazos que
le unían con el ramismo. El sistema adoptado para la exercitatio, por el
contrario, lo hizo remontar, saltando por encima de Ramos, al propio
Aristóteles; o, a su vez, en la Tabula de las Institutianes Physicae prefirió
recurrir al ejemplo de Platón’
17. Y todo ello ocurre en 1554, cuando no nos
queda el recurso de atribuir el hecho a la presión Inquisitorial, que, en lo
que a Ramos se refiere, no comenzaría a ejercerse hasta 1568. No nos queda
sino concluir, pues, que Pedro Juan Núñez se distanció doctrinalmente del
ramismo, y que los elementos pedagógicos del mismo que pervivieron en
117 «Scripsi igitur has instítutiones more Platonico (gui tizo Galeno initio Artis
parva .qd artes memoria comprehendendas va/de probatur)...» (Jnst. Phys., fol. *2v>; en
las Tabu¡ae Rhetorícae de 1587 se invoca de nuevo a Galeno: Tabulae Institutionum
Rhetoricarum. Gal en us in Arte parva, Methodus dívidendi quanto inferior est ea quae
tít per Resolutiionem, dignitate, et ,nethodo, tanto superiorem ii/am comperiemus ad
compendiuni totius, eL memoriam singulorum.
629

su sistema, prefirió referirlos a otras fuentes que disimularan cualquier
tipo de relación con su maestro parisino.
En lo que respecta a las opiniones de nuestro humanista con respecto a
los siudia humanitatis, es posible observar en ellas una clara evolución,
que se produjo en el sentido de modificar no tanto las asignaturas que
componían el curriculum de Artes, como sí el orden en el que debían
cursarse. Partiendo de una primitiva consideración de la dialéctica como
disciplina anterior a todas las demás, hecha excepción, como es natural, de
la gramática
1 18 Núñez se decanta en una etapa posterior por el criterio
opuesto, a saber, el de posponer el estudio de aquélla al de las matemáticas,
la poética, la historia y la retórica.
Por otra parte, Núñez concedió a los estudios de Filosofía un peso
específico, al propugnar que todas las ramas de esta disciplina (no sólo la
metafísica, la filosofía natural y la filosofía moral, sino incluso la lógica>
debían desgajarse de los estudios preliminares y acceder a un estatuto
superior. Giard señala que «Au nord —entendiendo por tal las
Universidades de París u Oxford—, la philosophie faisait partie du cycle des
arts, qui précédait obligatoirement l’entrée éventuelle dans l’une des
facultés supérieures (droit, médecine et théologie), et la théologie était
placée au centre du dispositif institutionnel. Dans le modéle italien,
théologie et philosophie avaient un róle différent, cette derniére étant liée
á la médecine>” 1 0~ El modelo de la Universidad de Valencia se aproximaba al
primero, con un trienio de Artes (filosofía incluida), preceptivo para la
entrada en cualquiera de las tres Facultades superiores. Pero si no
interpretamos mal el pensamiento de Núñez, su criterio era alargar a cinco
años los estudios de Filosofía —como veremos en el capítulo que sigue a
éste— y concederles un estatuto de Facultad superior12.
118 En la enseñanza de esta disciplina Núñez, al igual que habían hecho Erasmo y
Vives, se mostró siempre partidario de un estudio simultáneo de las dos lenguas
clásicas (vid. supra, págs. 36 y 37).
‘‘~> L. Giard en la introducción a Ch. B. Schmitt, op. cit, pág. XXI.
12(1 Eso al menos parece desprenderse de sus palabras cuando afima que: «Tertio
gradui attributa est philosophía; ad quem etiam vídentur revocandae illae, in quibus
ultínum nostrorum studiorum gradum facimus, uL Medicina, lurispruden Lía» (ViLa
Aristotelis, fol. 118. Un modelo similar presentaba la Rabo studioruin jesuítica, en la
que tras el estudio de un primer ciclo de humanidades, se accedía a un segundo ciclo
filosófico.
630

CAPITULO II
PROPUESTA DE UN PLAN DF ESTUDIOS DF FILOSOFIA
En la última década del siglo, residía Pedro Juan Núñez en Barcelona,
ciudad a la que había regresado tras una breve estancia (de 1581 a 1583> en
su Valencia natal. En estos últimos años de su existencia, el magisterio
desde las cátedras de Griego y Oratoria y una renovada labor editorial iban
poniendo el broche de oro a una vida tan dilatada como fructífera.
Precisamente entre las últimas obras que dió a la imprenta —y la última
de contenido estrictamente filosófico, por lo que adquiere un valor casi de
legado intelectual en lo que se refiere a esta parcela del saber—, se
encuentra una propuesta de plan de estudios titulada De recta atque utili
ratione conficiendi curricull Philosophiae y publicada en 1594. Muy lejos
quedaban ya los años en los que nuestro humanista se había consagrado al
magisterio de la Filosofía
1, y hacia tiempo que la Oratoria y la enseñanza de
la lengua griega ocupaban sus tareas docentes y editoriales. ¿Cómo surge,
pues, la idea de volver sobre un terreno que ya no era objeto de su
actividad profesional, aunque no dejara por ello —suponemos— de formar
parte de sus inquietudes intelectuales? La respuesta a este interrogante la
proporciona la propia dedicatoria de la obra al obispo Punter, que había
1 La última dotación documentada que tenemos para ocupar la cátedra de Filosofía
es en Zaragoza, de 1557 a 1560 (es, decir, casi cuarenta años atrás>. Tal vez pudo
ocupar de nuevo esta cátedra en su segunda estancia en Zaragoza (de 1563 a 1567), o
en alguno de esos años que en su biografía hemos calificado de ‘oscuros’, pero no lo
sabemos con certeza.
631

sido alumno de Núñez en Zaragoza: se trata simplemente de un libro de
encargo. En efecto —al menos según refiere el autor—, fueron los
valencianos quienes, muy preocupados por la lastimosa situación de los
estudios de filosofía en su ciudad
2, habían pedido a Núñez que les ayudara
mediante la explicación detallada y precisa de aquel plan de estudios
filosófico, que el autor define como
...curriculuni philosophiae integrum, eL omnibus suis partibus absolutun,,
cum accessione etiam Poericorum et Rhetoricorum Aristo te/ls, a me
Caesaraugustae decursum fuisse, ex illisque spatiis, uL lis videbatur,
claríssinios viros non so/un, in studio philosophíae, sed in allis quoque artibus
evas¡sse
Lo granado de la lista de alumnos que se habían beneficiado de sus
enseñanzas en Zaragoza —algunos de cuyos nombres el autor ofrece a
continuación —habría hecho pensar a sus conciudadanos que Núñez era el
hombre indicado para poner algo de orden en la Facultad de Artes
valenciana. Pero imaginamos que, no menos que atender al ruego de sus
colegas, habría pesado también en el ánimo del humanista el deseo de legar
una síntesis de sus conocimientos tras los muchos años consagrados a la
lectura y al estudio de textos filosóficos: la posibilidad de organizar
un curriculum de Filosofía le brindaba, sin duda, una oportunidad de oro
para ello4.
Dentro del panorama editorial hispano, Lorenzo Palmireno publicaba
en 1560, bajo el título de Catálogo de Autores Catholicos para Dialéctica y
Philosophia Natural y Moral, un interesante tratado en el que recopiló una
completa y ‘actualizada’ bibliografía para los estudios de Artes; sin
embargo, y a pesar de que los datos que proporciona son de gran utilidad
2 A. Gallego Barnés afirma que fueron los colegas barceloneses de Núñez los que,
con sus quejas, le animaron a la redacción de este opúsculo (cf. “El Plan de estudios
filosóficos de 1’. J. Núñez”, Actas del 11/ Seminario de Historía de la Filosofía
española, (1983), págs. 395-405). Pero tanto por el comienzo de la dedicatoria como
por todo el contexto de la epístola, parece claro que fue en Valencia donde se produjo
el encargo.
~ De recta ratíone, fol. ~7.
~ Esta obra de Palmireno ha sido estudiada por A. Gallego Barnés en “La enseñanza
cJe la Filosofía en Valencia en el siglo XVI a partir de la legislación oficial y del
«Catálogo de Autores Catholicos para Dialéctica y Philosophia Natural y Moral» de
Juan Lorenzo Palmireno”, Actas del 1 Seminario de Historia de la Filosofía Española,
Salamanca, 1978, págs. 187-205.
632

en muchos sentidos, no se puede decir que el autor llegara a estructurar un
proyecto de curriculum, en cuanto tal, de dichos estudios.
Otro título sugerente encontramos en el De optimo genere tradendae
totius Philosophiae U Sacrosantae Scripturae explicandae compuesto por
Fray Diego de Zúñiga, aunque hay que reconocer que el contenido del
opúsculo no responde en absoluto a las expectativas que el título suscita 5.
FI esbozo de curriculum filosófico más acorde con el de Núñez, lo
tenemos, a mi juicio, en las páginas del De Philosophici studii ratione de
Sebastián Fox Morcillo6; conviene matizar, no obstante, que entre ambas
obras median grandes diferencias. Así, el opúsculo de Fox Morcillo,
concebido como una serie de consejos y orientaciones para los estudios de
filosofía de su hermano Francisco, tiene un tono casi familiar o, en
cualquier caso, algo menor que el de Núñez, que estaba destinado a regular
un plan de estudios universitario. Nada se dice tampoco en aquél de un
factor tan crucial en la enseñanza como es el de los requisitos exigibles a
profesores y alumnos, tema al que, por el contrario, el humanista
valenciano presta gran atención. Pero en otros aspectos, como pueden ser
la sistematización de las distintas partes de la Filosofía y de los contenidos
correspondientes a cada una, o la recomendación de un catálogo de
lecturas apropiadas a cada parte, sí presentan ambas obras estrechas
coincidencias que merecen una lectura comparada.
Con independencia de lo adecuadas, o no, que merezcan ser
consideradas las apreciaciones y propuestas hechas en las páginas del De
recta ratione de Núñez y que expondremos a continuación, hay además
otros dos motivos que acentúan de manera especial el interés de esta obra.
Nos permite este curriculum philosophiae, en efecto, conocer cuál era el
estado de la Facultad de Artes valenciana cincuenta años después de
aquellos primeros tanteos humanistas, que habían tenido lugar en la etapa
estudiantil del autor y durante sus primeros años como docente. A ello
~ Ms. 470 del fondo Otobboniano de la E. Vaticana, editado por 1. Aramburu,
Archivo Agustiniano, LV (1961>, págs. 329-384. FI opúsculo había sido redactado
para Pío \‘ a petición de éste. Su contenido está escorado del lado de la Teología; de la
Filosofía sólo se explican las quince ciencias que la componen (en un batiburrillo
que incluye desde la Retórica hasta la Construcción de máquinas) y el objeto de cada
una de ellas. Nada se explica sobre método, bibliografía, profesores, alumnos u otros
aspectos pedagógicos.
~ Vid. supra, pág. 617, nota 84.
633

hemos de sumarie, además, el atractivo de que sus páginas sean el
principal testimonio de la evolución doctrinal experimentada por Núñez
desde la época de sus primeras publicaciones filosóficas en los años
cincuenta.
De los términos en los que se produjo esa evolución ya dejamos
constancia al estudiar todo lo relativo a la doctrina lógica
7. Centrándonos,
pues, en el otro aspecto al que nos referíamos, diremos que la situación que
se describe por boca de los conciudadanos de Núñez en la epístola
dedicatoria se corresponde con la que tendría lugar en la Valencia de los
años ochenta. Por aquella época se encontraba nuestro humanista
enseñando en la Universidad de su ciudad natal, siendo por entonces
cuando tuvo lugar el encargo de elaborar el opúsculo. Los avances con
respecto a la situación anterior, la que describíamos en las páginas
dedicadas a la formación filosófica de nuestro autor, parecen haber sido
tan escasos —al menos en el campo específico de las Artes— que más bien
podríamos hablar casi de un franco retroceso.
La exposición más exacta de lo que ocurría en la facultad de Artes en la
década de los cincuenta, nos era proporcionada también por el propio
Núñez desde las páginas de su Orado obscuritatis aristoteleae. Describía allí
el autor de qué manera, al cambiar el plan de estudios, la dificultad con la
que alumnos y profesores se enfrentaban a la oscuridad de los textos
aristótelicos ponía en peligro la situación de los estudios de filosofía.
Recordemos sus palabras:
Discipuli omnes non sua culpa sed nostra, a studiis Aristote/is deterrentur
difficultate Aristotelea fracti, eL debilitad a Logicae eL Philosophíae amore
abducuntur8
Nada se dice ahora de las dificultades que entraña el estudio de
Aristóteles, pero el abandono de los estudios, si creemos las palabras de
Núñez, continúa teniendo lugar, si no se ha acrecentado:

los pocos que al parecer conseguían alcanzar la meta, «...a calce ad carceres
plerosque suasu eruditorum hominum fuisse revocatos: quod rudes ad huc
a ignari phulosophiae existimarenwc”’ 1.
La consecuencia es fácil deducirla: los estudios de Artes languidecían
en la ciudad del Turia10, con el riesgo de que la plaga se extendiera
también a las Facultades de Medicina y Teología, de las que a renglón
seguido se recuerda que «ibi tanta celebritate nominis a famae, iaindiu
floruerant”.
¿Cuales son las causas que propiciaban esa supuesta decadencia? Los
profesores, como no podía ser menos, resultan ser los primeros
responsables (como ya lo eran en la Orado, treinta años atrás). A ellos se
les culpa de transmitir a sus díscipulos sólo una mínima parte de los
contenidos de las asignaturas, así como de retrasarlos en sus estudios, con
inútiles y prolijos debates, más tiempo del debido’ ~• Pero no menos
culpables parece que, en esta ocasión, son considerados también los
propios alumnos, lo que no deja de constituir una novedad, pues lo cierto es
que en la Orado —tal vez por la bisoñez de quien la escribía—se tendía más
bien a eximirlos de culpa ’12.
No dudan, pues, en pedir ayuda a Núñez sus colegas valencianos, fiados
del éxito obtenido por él durante su estancia en Zaragoza no menos que de
su assiduum srudium; le piden, asimismo, que les escriba sus orientaciones
patrio sermone, para que las entiendan mejor —según se aduce— los que
De recta ratione, fol. lv.
1(1 ~ vehementer querebantur omnia srudia bonarum arr/vm apud illos, ac
praesertim phílosophiae non sine communí omnium artium detrimento íampridezn
iacere” (ibidem, fol. 1). Recordemos que los estudios de Artes eran requisito
indispensable para acceder a las Facultades superiores, por lo que una deficiente
preparación en ellos repercutía, inevitablemente, en la calidad de la enseñanza
superior.
~ «...quod vix ac nc vix quidem quidem decimam partem praeceptionun
philosophiae suis audítoribus Lraderent, eosque et prolíxís eL inutilibus
disceptarioní bus lusto longius eL diudius remorarentur” (ibídem, fol. lv).
¡2 Ibídem, fol. lv.
635

están al frente de los asuntos públicos y son, en cuanto tales, los
responsables de adoptar las decisiones pertinentes. Si a lo primero accede
Núñez con gusto, y aquí está la obra que lo confirma, no así a lo segundo,
permaneciendo fiel, una vez más, al principio de escribir todos sus libros
en lengua latina’ 3.
1. Contenidos del curriculum
Bajo el título de QuoL et quae docenda, ut decursus spatii philosophiae
cumulate perficiatur, se aborda, en el capitulo cuarto de la obra, la tarea de
fijar las materias que deben ser objeto de estudio a lo largo de la carrera de
Filosofía. Según se concluye tras el análisis de la larga exposición del
autor, los contenidos del programa quedan organizados en tres partes, que
reciben respectivamente los nombres de Lógica, Filosofía contemplativa y
Filosofía moral14. Pero antes de descender a la explicación de los
contenidos concretos que debe comprender, en opinión del autor, cada una
de esas partes, veamos un cuadro de conjunto que nos permita obtener una
visión sintética del programa propuesto por Núñez.
13 Aunque el tajante latina oratione, se ve suavizado por las siguientes palabras:
«licet ad quotidiauam (ere sermonis scholarum consuetudineni dernissa» (ibidem, fol
11v).
~ Cf ibídem. fols. 29v-39v. P. Simón Abril presenta una organización de los
estudios filosóficos similar a la de Núñez, distribuyendo los contenidos también en
tres partes a las que llama, respectivamente, “parte racional”, “parte natural” y
parte moral” (cf. Logíca, fols. 7 y 7v>. Sin embargo Fox Morcillo divide la carrera de
filosofía en tan sólo dos partes, contemp/atrix y actuosa, e incluye las matemáticas
entre las asignaturas preceptivas, segregando, en cambio, el estudio de la lógica; ésta,
debido a su carácter instrumental, debe ser estudiada previamente, en unión de la
gramática y la retórica: «Universa Phi/osophía duas in partes a me alias divísa est, in
con templatrícem eL acruosam. Quarum ílli tres partes subiecí, PIiysicen,
Matliernaticen et Primam Phi/osop/iiam: huic rursus totidem alías, Etbicen,
Qecononulcen, Politicen. Quibus etíam adiugendae sunt dícendi tres artes,
Crammatica, Dialectica et RIietorica, non uti pates (sic> Philosophiae (neque enim
sunt) sed tanquam instrumen La” (De studii Phílosophící ratione, pág. 397). Sobre la
la necesidad de aprender las matemáticas con anterioridad a la filosofía y, por tanto,
sobre la exclusión de esta materia del curriculum filosófico, Núñez se muestra tajante
en esta obra (cf. De recta ratione, fols. 6v-7v,9-12v y 18>, y vuelve a insistir sobre
ello en sus Vita Aristoivelis (cf. Notae, fols. 162v y 163>. A este respecto, vid. supra,
págs. 625 y 626.
636

PARTES DE LA PILOSOFIA
A. La Lógica’ 5
La primera cuestión a la que el autor pasa revista es la relativa a la
disciplina lógica, en cuyo estudio nada debe omitirse, a su juicio, puesto
que es la que con sus métodos pertrecha adecuadamente al alumno para el
estudio de las otras dos partes de la filosofía.
Parte elemental
1. Logíca Parte Analítica
2. Filosofía contemplativa
3. Filosofía moral
Parte Tópica
Metafísica
Filosofía Natural
Etica
Política
La división de la lógica en parte analítica y parte tópica, es una división
que tiene su origen en el propio Aristóteles. La adición de una tercera
parte, a la que se llamó elemental o OToLXEtUTLKU —en cuanto que explica los
elementos que la componen—, y en la que se incluyen los tratados De
enuntiatione y Categoriae, es por el contrario obra de sus seguidores
peripatéticos’6. Ya comentamos en su momento que, tanto esta división de
15 Cf. De recta ratione, fols. 30v-34.
16 Cf. ibídem, fols. 41v y 42. Exactamente la misma división de la doctrina lógica
se encuentra en otras publicaciones del autor de este último periodo, confirmando así
la desaparición de la inven tío y la díspositio en las que Núñez dividía la lógica en su
etapa ramista. Por ejemplo, en la Vita Aristote/is se afirma que: «P/anius eL venus
Logicam more Peripatetícoruni in duas partes príncipes divísísset unam quae solam
veritatení eL rei naturam spectat, a/teram quae ad hominum potius opinionem
refertur; i//am Analyticam, hanc proprio nomine dialecticam ab Aristote/e appellari
637

las partes de la lógica, como la propia inclusión del tratado aristotélico
sobre las Caregoriae dentro del curriculurn de esta disciplina, llevaban en
ambos casos aparejada la rectificación de criterios anteriores. En efecto,
aunque Núñez no haga mención de ello aquí, lo cierto es que en el llibellus
de constitutione artis Dialecticae y bajo la influencia indudable de las tesis
ramistas, el autor había negado, con el mismo vigor con que ahora lo
afirma, no sólo la división de la lógica en esas partes que ahora se
establecen, sino también la pertenencia del tratado de las Categoriae al
1 7~
Organon aristotélico
En lo que concierne de manera específica a la parte analítica, ésta
—recomienda Núñez— ha de ser cuidadosamente explicada en su totalidad,
sin olvidar aquellos pasajes que, al parecer, se omitían con frecuencia en
la época. Fntre éstos se menciona, de manera específica, «pars illa longe
uti¡íssima de mixtione syllogismorum» y «secunda illa sectio de copia
propositionurn»1 >~.
Pero tampoco la parte tópica debe ser en absoluto menospreciada, como,
de nuevo, parece que ocurría a menudo en las aulas, donde aquella se
trataba de forma negligente con el consiguiente perjuicio para los
alumnos. Si Aristóteles explica mediante el método tópico tanto sus
disertaciones sobre los principia, que son extraordinariamente complejas,
como otras cuestiones filosóficas, le causa bastante asombro a nuestro
humanista que estas cuestiones puedan llegan a entenderse sin conocer
dicho método. Y más extraño aún resulta que en una época, en la que por
encima de las explicaciones teóricas se halla entronizada la práctica de
debatir sobre cualquier cuestión, se pueda prescindir de la parte tópica que
es, precisamente, la que proporciona la facultas para el debate:
1//ud mirandum potius cur haec aetate, cum vulgo omnium poene
philosophorum studia, ut alías artes omíttam, ad quaestíones díspu tandas magis
propendeat guam ad con textum orationis Arístote/ícae aut alterius scríptorís
explanandum, illaeque non alía ratione guam Topíca disputentun quamv¡s
vídemus; utríque vero parti communem esse re/iquam, guam OTOLXELLJ&I)s Graecí vocant,
libros videlícet Categoriarum etflEp\ ¿p[11~vEtas» (Vita Aristotelis, fol. 186v>.
17 Vid. supra, págs. 329 y 330.
~ De recta ratione, fols. 31v y 32. Ambas disertaciones pertenecen al libro 1 de
los Primeros Analíticos (cf. A Pr., 1, 23 y 24)
638

Analytica earuni pars vera constituatur, cur illa parteni, gua illa facultas
comparatun despicatui ducaL lO
Por consiguiente, privan de un gran provecho a sus alumnos quienes
no les enseñan los Topica ni los ejercitan en ellos, pues, mediante esta
práctica, convertía Aristóteles a sus alumnos en hombres de gran
elocuencia, o por lo menos muy preparados para discutir con argumentos a
favor y en contra sobre cualquier asunto propuesto. El que durante mucho
tiempo los sucesores del Estagirita ejercitaran exclusivamente a los
discípulos en el debate de cuestiones, es un hecho cierto, pero que tiene su
explicación en la pérdida de los libros acroamáticos: al carecer de éstos, en
los que Aristóteles y Teofrasto habían dejado explicada su doctrina, los
antiguos peripatéticos se vieron forzados a debatir las tesis aisladas con
argumentos sólo en pro y en contra, siguiendo así la costumbre y el modo
de los libros exotéricos. Pero esta situación —afirma con razón Núñez— en
nada es comparable a la de su propia época, en la que la mayor parte de los
escritos acroamáticos resultaba perfectamente accesible:
At hoc saeculo cun benignitate Dei op. max. suppetant nobis onmnia fere
scripta Arístotelis et Theophrastí, guae decursui philosophiae perficiendo
necessaria sunt, nescio quo faLo haec pestis in omnia (ere gymnasia grassatur,
ut Arístotelem et Theophrastuni, gui instar oraculorum illis esse debebant,
nurnguam adeant, semper a/rercentur, digladiandique nulluni tlnem faciant 20~
La crítica que profiere el autor, y algunos términos que emplea del
cariz del altercentur y del digladiandi, nos lleva a concluir que en algunos
lugares —al menos en lo que se refiere a las disputas escolásticas—, el
panorama no había variado en exceso de aquel que ofrecía a comienzos de
siglo la escolástica decadente, cuando por los furibundos ataques de la que
le hacían blanco los humanistas se presumía, según vemos ahora con
cierta precipitación, que iba a tener lugar un cambio en la educación de
los jovenes tal vez más profundo que el que de hecho tuvo lugar en la
práctica.
En otro sentido, la insistencia de Núñez sobre la necesidad de un cabal
conocimiento de la parte tópica de la lógica le mantiene, aun dentro de su
ID De recta ratione, fol. 33v.
20 Ibídem, fol. 34.
639

fe peripatética, en el seno de aquella corriente de la lógica renacentista
que, a partir principalmente del De inventione Dialectica de Jorge
Agricola, hacía especial hincapié en el importante pape] de esa parte
dentro de la doctrina dialéctica.
Hay que destacar, por último, el hecho de que en este plan de Núñez
brille por su ausencia la asignatura de Súmulas, cuyo estudio era práctica
habitual en las facultades de Artes. El autor juzga al parecer innecesario
que el profesor se demore en la explicación de compendios o resúmenes
preparatorios a la disciplina lógica, y considera preferible, por el
contrario, que los alumnos comiencen directamente por el estudio de las
propias fuentes.
B. La Filosofía contemplativa
Una vez expuesto lo concerniente a la lógica, se emprende a
continuación el examen de los contenidos correspondientes a la que ha
quedado establecida como segunda parte del curriculum filosófico, es decir,
la Filosofía contemplativa
2t. A juicio de Núñez, ésta había sido dividida por
Aristóteles en Filosofía primera (correspondiente al tratado aristotélico
sobre la Metaphysica), y en una segunda parte a la que en aquella época se
denominaba indistintamente Fisiología, Física o Filosofía natural, y que se
correspondía con los escritos del Estagirita sobre la naturaleza.
Comenzando su disertación por esta última, afirma el autor que, aunque
Aristóteles la había distribuido en seis partes al comienzo de sus
Mereorologi ca, en las Universidades se enseñaban sólo las tres primeras, y
de las tres restantes apenas se explicaban los libros del De anima.
Efectivamente Aristóteles, en su prólogo a la obra citada, expone el ciclo
completo de los estudios sobre la naturaleza22. En una dirección se
21 Gallego Earnés clasifica erróneamente, a mi juicio, los contenidos que Núñez
atribuye a esta parte de la filosofía: «En la Contemplativa incluye (Núñez>, conforme
a la mayoría de sus contemporáneos, las Categorías, los Analíticos y los Tópicos» (“El
plan de estudios , pág. 399>. Pero estos estudios, según hemos reflejado, formaban
parte en opinión de Núñez de la lógica y nunca de la filosofía contemplativa.
22 Cf. Mete. 1, 1, 338a 20-339a 10. Este prólogo ha sido objeto de análisis en
alguno de los numerosos estudios actuales sobre la filosofía natural aristotélica:
entre ellos se cuentan los de A. Mansion (Introduction á la physigue arístotélicíenne,
Lovaina-París, 1945) y F. Solmsen (Arístotle’s System of the Physical World: A
comparison witli bis predecessors, lthaca-N. York, 1960).
640

menciona lo ya visto: las causas primeras de la naturaleza y el movimiento
(estudiadas en la Pliysica), el orden de los astros y los elementos terrestres
(en el De caelo) y la generación y corrupción (en el tratado homónimo);
en otra dirección, lo que queda por estudiar: los fenómenos atmosféricos
(en los propios Meteorologica) y la naturaleza viviente. Con respecto a esta
última, hay que reseñar que el Estagirita engloba bajo este concepto no
sólo los estudios biológicos sino también los psicológicos, por lo que
pertenecen a ella tanto los libros sobre los animales (Historia anirnalium,
De partibus animalium y De generatione animalium>, como los Parva
Naturalia y el De anima. En consecuencia y según se desprende de las
afirmaciones de Núñez, los libros cuya explicación se omitía y el autor
reclama, serían los Meteorologica, los libros sobre los animales y los Parva
Maturalia. La consecuencia de ese estudio incompleto y negligente
quedaría reflejada en que los alumnos que después de Filosofía pasaban a
cursar Medicina, se jactaban con frecuencia de haber aprendido más en
un año de Medicina que en toda la carrera de Filosofía: «Quae macula non
insedisset philosoph¡ae, si omníbus suis partibus perfecta et absoluta
doceretur” 23.
No mucho más halagíleña debía de ser la situación en la Facultad de
Teología, donde, si creemos a Núñez, los doctores se veían obligados a
explicar la Metafísica a los discípulos que accedían a esta Facultad, por la
manifiesta ignorancia de esta materia con la que llegaban. También toda
esta parte de la filosofía aristotélica debe ser enseñada, «quod fien in
scholiis non video»24, se queja el autor.
C. La Filosofía moral
Un perjuicio no menor, al parecer, es el que sufrían los alumnos de
Teología por su desconocimiento de la Filosofía moral o práctica, puesto que
en sus estudios anteriores «eam primoribus labnis attigenint»25. A esta
23 De recta ratione, fol. 34v. Fox Morcillo incluso aconseja añadir al estudio de la
Filosofía natural algunos conocimientos de medicina: «Atque ego sane non modo el,
gui Phílosophíani naturae vo/et accurate cognoscere, haec omnía ediscenda censeo,
sed brevem etíam aliquarn Medicinae rationem» (De studii Philosophici ratione,
pág. 403).
24 De recta ratione, fol. 34v.
25 De recta ratione, fol. 30v. De la misma opinión se muestra P. Simón Abril,
quien refiriéndose a la Filosofía moral afirma: «...ay un solo error, que vale por todos,
641

parte corresponden los estudios sobre Rica y Política, y para suplir los
problemas del mal estado en que esta última había llegado a su época,
aconseja el autor recurrir al siguiente procedimiento:
Et quoniam pars Politica Aristotelis mutUa ad nos pervenit, explananda est
ab optimo doctore philosophiae pars illa aut opera Cfrríaci Stroxae, gui ex
P/atonis eL aliis illarn sarcit, aut al/ter certius ex locís eiusdem
Aristotelis 26
Como no es sólo esta parte de la filosofía aristotélica la que presenta
problemas de conservación, los consejos se extienden a otras disertaciones
que, o bien faltan en el corpus del Estagirita, o bien aparecen mutiladas 27.
2. Orden en la enseñanza dc las distintas materias
Establecidas las partes del curriculum, es importante determinar el
orden que ha de seguirse en su explicación, pues será de esta manera como
el plan de estudios filosófico quede perfectamente perfilado, no sólo en lo
que afecta a sus contenidos, sino también en la prelación de los mismos.
Las opiniones sobre la materia por la que deben comenzarse los
estudios de Filosofía no muestran excesiva unanimidad. Si éstos han
quedado divididos en tres partes —Lógica, Filosofía contemplativa y
Filosofía moral—, otras tantas corrientes de opinión existen que toman cada
una de ellas, respectivamente, como el óptimo punto de partida. De esta
manera, algunos opinan que debe emprenderse la carrera de Filosofía por
el estudio de la Filosofía natural, puesto que esta parte es más fácil que las
demás. Pero —objeta el autor— no siempre se ha de comenzar por lo más
fácil, como testifica el propio Aristóteles:
que es el no saberse, ni estudiarse en las escuelas y universidades, si no por manera
de cumplimiento” (Apuntamientos de corno se deben reformar las doctrinas, Madrid,
1589, fol. 11. Editado en RAE, LXV, Madrid, 1953).
26 De recta ratione, fo!. 35.
27 Por ejemplo, «disputatio de animí perturbationibus, suplen posse videtur ex
libro 2 Rhetoricorum eiusdem, eL ex quarta Tusculana Ciceronis atgue Jibe/lo
Andronici cuiusdam de eo argumento (...) argue ex Seneca et Ca/eno, Laerriique
Zenone, —aunque advierte el autor— ea Lamen condí Lione, uL nihil SYoicum admisceatun
sed mera Peripatetica doctrina” (De recta ratione, fol. 3 5v).
642

Docet siguideni Arístotelis libro 5 Primae philosophiae non semper a
facilioríbus eruditionís mit/am sumendum esse, nisi cum sine illis posteríora
percipi non possunt 28•
Otros autores postulan, por el contrario, comenzar por la Filosofía
moral, lo que permite, con la ayuda de la virtud, comprender la filosofía
más fácilmente y juzgar acerca de la verdad con imparcialidad mayor. Sin
embargo, tampoco este parecer merece la aprobación de Núñez, que basa
su argumentación en que difícilmente se podrá comprender la Filosofía
moral (que los peripatéticos enseñan mediante demostraciones, en la
medida en que el asunto lo permite> sin el conocimiento previo de la
Lógica. Más correcta resulta, por ello, la opinión sostenida por muchos
otros de comenzar los estudios de Filosofía precisamente por la Lógica:
Quare verior est sen ten Lía (...) guaegue vulgo recepta est, uL a Logica initium
ducatun Propterea guod ípsa instrumenta suppeditat, quibus ventas possit in
omni parte Phhlosophiae certo affeni ~
La lista de testimonios para corrobar esta última opinión, que
naturalmente es a la que el autor se adhiere, es extensa: no sólo la han
sostenido Andrónico de Rodas y la mayor parte de los peripatéticos, dice el
autor, sino que también lo han hecho muchos estoicos e incluso Epicuro.
El segundo lugar, inmediatamente detrás de la Lógica, le corresponde
en el plan de Núñez a la Filosofía contemplativa, seguida finalmente por la
Filosofía moral
3

Finalmente, igual que se ha establecido un orden determinado para el
estudio de las tres partes de la Filosofía en su conjunto, corresponde ahora
hacer lo mismo con los contenidos que comprende cada una de ellas.
Orden en el estudio de la Lógica
En la enseñanza de los libros que componen el Organon aristotélico,
recomienda el autor mantener el orden que normalmente solía ser el
observado entre los peripatéticos, es decir, comenzar por el tratado de
Categoriae, seguido por el De interpretatione; continuar con la explicación
de los Analytica, a la que sucederá la de los Topica; finalizar, por último,
con el De sophisticis elenchis 32•
A pesar de que ciertamente era éste el orden convencional, no ignora
tampoco Núñez que existen otras propuestas. Es el caso, por ejemplo, de los
que defienden explicar los Tópicos después de los Primeros Analíticos pero
antes de los Segundos, porque en su opinión quien se haya ejercitado
primero en los argumentos probables (Tópicos>, alcanzará más fácilmente
el conocimiento de la verdad (Segundos Analíticos). Comparte este punto de
vista nuestro humanista en lo que se refiere a la práctica, pero de ello,
opina, no se concluye nada en lo relativo a la enseñanza, pues es posible
explicar cada parte sin necesidad de la otra 33.
Más interesante son sus opiniones respecto a otras propuestas, que en
otra época no había tenido reparos en compartir; por ejemplo, la de
quienes dividiendo la lógica en inventio y dispositio, anteponen la primera
(Topica) a la segunda (Analytica); pero la evolución de Núñez a este
respecto ya ha sido objeto de estudio en otro capítulo al que me remito34.
Orden en el estudio de la Filosofía primera
Mientras que las indicaciones de Núñez para la explicación de la parte
lógica son bastantes convencionales y reflejan, como hemos advertido, el
faci/ior multo erít instítutio Phí/osophiae contemplativae, guae solís
demonstrationibus contenta nihíl praeterea desiderat”

orden que tradicionalmente se seguía en su estudio, no ocurre lo mismo
con lo relativo a la Filosofía contemplativa. En la distribución de los
contenidos de esta segunda parte de la filosofía, ya se trate de la Metafísica
ya de la Filosofía Natural, se muestra el valenciano más singular en sus
propuestas tanto como éstas se apartan de lo comúnmente establecido por
los planes de estudio.
El convencimiento de que Aristóteles había dividido en dos partes los
catorce libros de su Mctaphysi ca (a la que Núñez llama aquí De sapientia),
estaba, a juicio del autor, absolutamente generalizado entre los
peripatéticos
35. Una de esas dos partes, la integrada por los once primeros
libros, la habría dedicado Aristóteles a establecer los principios de todas las
artes y las ciencias; la otra, constituida por los tres libros restantes, a
estudiar las primeras naturalezas3k Esta distinción es relevante para el
caso que nos ocupa, pues, en lo que concierne al orden en que —en opinión
del autor— ha de ser enseñada la Filosofía contemplativa, es preciso separar
estas dos partes que la componen: la primera se enseñará antes que la la
Filosofía natural; sin embargo, el estudio de la otra, la correspondiente a
los tres últimos libros, se debe realizar con posterioridad.
La decisión se justifica mediante los siguientes argumentos. Puesto que
la Aletaphysica trata en sus once primeros libros los principios de todas las
artes y las ciencias, éstos deben estudiarse antes que la Filosofía natural;
sin embargo, dado que las primeras naturalezas (las divinas), cuanto más
por encima están de nuestra naturaleza más difícil nos resulta
~ Esta división de la metafísica en dos partes es, según Lohr, atribuible al jesuita
Pereira (1535-1610>, valenciano de nacimiento aunque vivió gran parte de su vida en
Roma. £1 mismo autor señala la posible influencia de la división propuesta por
Pereira en la que efectúa su coetáneo Núñez, e insiste en el importante papel
desempeñado por Ja Universidad de Valencia en la introducción dei estudio de la
metafísica en España (Ch. E. Lohr, “Metaphysics”, en Ch. E. Schmitt et alii, eds.,The
Cambridge Hisrory of Reinassance P/ii/osophy, Cambridge, 1988, págs. 535-638, 606-
610 para el tema que nos ocupa).
~ A la luz de las investigación actual el problema se revela bastante más
complejo, ya que ni los catorce libros de esta parte fueron escritos por Aristóteles de
forma continuada, ni tampoco todos ellos lo fueron después de la Física (de donde
reciben el nombre de kETcL va UotKa>. Para esta cuestión, se puede consultar W.
Jaeger, Aristóteles, Méjico, 1946, págs. 194 y ss., quien opina que «Debemos rechazar
todo intento de hacer un todo literario de los materiales (scil. de la Metafísica)
conservados, trasladando o suprimiendo alguno de los libros, y condenar la opinión
que postula precipitadamente su unidad filosófica a expensas de sus peculiaridades
individuales» (ibídem, pág. 198>.
645

comprenderlas, el aprendizaje de éstas (es decir, los tres últimos libros de
la Metafísica), deberá postergarse al de la Filosofía natural 37.
Orden en el estudio de la Filosofía Natural
Esta parte de la filosofía es, tal vez, la que ofreció al autor más
complejidad para su organización, dado el número de tratados que la
componen y las discrepancias que existen acerca del orden en el que
deben ser estudiados.
Con respecto a los tres primeros tratados, existe unanimidad —según
Núñez— en mantener el orden tradicional en su explicación, siendo éste el
que también él mismo propone, es decir, comenzar por la Physica, y
continuar con el De caelo y el De generatione et corruptione. Más
problemas ofrece el tratado aristotélico colocado a continuación, los
Meteorologi ca, por las dudas que se suscitan en torno a su libro cuarto,
dado que Alejandro de Afrodisíade lo antepuso a los restantes libros
meteorológicos colocándolo inmediatamente detrás del De genera done ½
La exposición del problema es extensa y la argumentación complicada:
finalmente, tras estudiar las opiniones de unos y otros (se cita a Filópono,
Amonio, Olimpiodoro...), Núñez se muestra partidario del criterio de
Alejandro, es, decir, después del De generatione se estudiará el libro cuarto
de los Mereorologica y, a continuación, los otros tres libros de este
tratado3’, en j. A. López Pérez, ed.,
Historia de la Literatura griega, Madrid, 1988, págs. 712 y 713.
3É) «...existit aliqua dubitatio, an liber 4 Meteoro/ogicum post libros De ortu
con tinenter collocandus. ut voluit Alexander (t.). Haec sane sententia probabilior
ceteris» (De recta ratione, fol. 47>.
646

los Meteorológicos se emprenderá el estudio de los libros sobre los animales
(comenzando por los libros De historia animalium y continuando por los De
parti bus aninialium>; a éstos les debe suceder el libro De incessu
animaliunt> y, a continuación, el De anima y los tratados englobados bajo
el título de Parva Naturalia; finalmente se estudiarán el De motu animalium
y el tratado De generatione animalium 41• En lo que respecta ya a la última
parte, la relativa a las plantas, esta disertación se estudiará a través del
texto de Teofrasto, y se hará de manera que, como ocurría en los animales,
se conozcan antes los diez libros de historia que los seis de las causas.
Recordemos que los tres últimos libros del De sapientia (Me taphysica)
habían sido preteridos a la Filosofía Natural, por lo que se estudiarán en
último lugar como broche de toda la Filosofía contemplativa.
Toda esta exposición, que hemos reducido aquí prácticamente al
esqueleto de los titulos, en la obra se despliega durante un buen número de
folios
42; en ellos se recogen tanto opiniones de signo contrario, con objeto
de refutarías, como argumentos y testimonios que contribuyen a apoyar
las propias tesis. No hemos reproducido lo prolijo de las polémicas por no
alargar, innecesariamente en mi opinión, este apartado.
Orden en el estudio de la Filosofía moral
No merecería en realidad esta apartado un epígrafe propio, si no fuera
por el deseo de mantener un cierto orden tipográfico: hasta tal punto es
sucinto el autor en este punto. la opinión común, y que Núñez no
cuestiona, es estudiar primero la Rica y, a continuación, la Política43.
Antes de dar por finalizada esta parte del plan de estudios filosófico
elaborado por nuestro humanista, proporcionamos un cuadro de conjunto
que recoge tanto los contenidos propuestos, como el orden en que
finalmente han quedado fijados. En él hemos respetado los nombres de los
tratados aristotélicos, o de Teofrasto en lo relativo a las plantas, tal y como
aparecen en la obra.
~ Hoy es considerado un apéndice del De gen eratione anima/ium.
41 Cf. De recta ratione, fols. 48v-52v.
42 Cf. fols. 44v al 53.
~ «Reliqua est pars Pbulosophiae practicae, in qua, quae omniuni est consentiens
opinio, prius Ethica tradenda, deinde conLinenter Po/itica” (De recta ratione, fol. 53).
647

1. Lógica
2. Filosofía
contemplativa
3. Filosofía moral
CVRRICVLVM PHHIOSOPHIA1!
Parte elemental
Parte Analítica
Parte Tópica
Categoriae
De enuntiatione
Analytica Priora
Analytica Pos tenora
Topica
Líen cija
Filosofía Primera De sapientia (libros LXI)
Filosofía Natural
1. Physica
2. De coelo
3. De ortu er interitu
4. Meteorologici (libro IV)
Meteorologici (1, II, III>
5. De historia animalium
De par¡iibus aninialium
De ingressu aninialium
De anima
Parva naturalia
De mora animalium
De c’rtu anima/ium
6. De historia plantiaruni
De causis plan rarum
Filosofía Primera De sapientia (XII, XIII, XIV)
648
Lthica
Poli Lica

3. Duración de los estudios
Al llegar a este punto de su exposición, no le pasa inadvertida a nuestro
humanista la duda que comenzará a bullir en la cabeza de sus lectores, bien
sean éstos simples estudiantes, bien aquellos «qui respublicis praepositi
essent», como se decía al comienzo de la obra, cuya obligación consiste en
reglamentar en la práctica estos estudios. Y esta duda, naturalmente,
consistirá en el tiempo que el autor juzga necesario para llevar a cabo este
plan de estudios, porque si es preciso aprender tantos conocimientos como
aquí se aconseja, haría falta toda una vida —se estará diciendo más de uno—
para hacerlo.
Por aquello de que la mejor defensa es un buen ataque —suponemos—,
comienza Núñez por recriminar el que ni tan siquiera se llegue a plantear
esta cuestión: «Praeclara vero duda. Quasi vero Aristoteles id curaret, qui
vigenti annos in Phflosophia discenda consumpsit>0
4. Además —se añade a
continuación—, no sólo Aristóteles habría dedicado gran parte de su vida a
aprender filosofía; también lo hicieron Zenón y Epicuro, maestros ambos
de otras dos ilustres escuelas, y como ellos tantos otros. Eso sin contar con
que aquellos hombres estudiaban filosofía no en una lengua ajena, sino en
la suya propia, bien pertrechados además (‘tincti’, para ser exactos) del
conocimiento de la retórica, la poética y las matemáticas. Y nosotros —se
queja el autor—, que estudiamos filosofía en una lengua ajena, sin el apoyo
de las demás artes, apenas casi aprendida la gramática, «patimur bienniuni,
aut ad sunimum rriennium philosophorum exhedras sectari?”. «O tempora
nostra miserrima>05, no puede por menos de concluir el autor su retórica
queja.
Naturalmente que lo que Núñez practica aquí no es sino el recurso
habitual en estos casos, que consiste en remitirse al ámbito de lo teórico —lo
deseable—, para intentar mejorar algo el de la práctica —lo posible—. Y así
después de la exposición utópica, se transige en ofrecer una respuesta
concreta: ésta cifra en cinco años, dos más de los que habitualmente se le
De recta rarione, fol. 53.
~ Ibidem, fol. 53v.
649

dedicaban, la duración de la carrera de Filosofía
46. Pero, se insiste una vez
más, ese es un mínimo indispensable y válido sólo si lo que se pretende es
adquirir un ligero barniz intelectual, cosa, por otra parte, con la que al
parecer se contentaba la mayoría de los estudiantes:
Quanquan videtur plus parenti oníniun artium inpertiendum. Sed
concedanius aliquid nostrorum horninum praeproperae festination], dum píen un
et oninibus parribus abso/utum cursum phi/osophiae confician~ ac sin minus
rincti eo genere lirterarurn, perfusi certe, quod satis plerique esse exisrinhanr,
v¡deantur ~
Lo curioso es que si echamos la vista atrás, a la época en que Núñez
escribió su Oratio de causis obscuritatis por la década de los cincuenta, una
de las preocupaciones del autor en aquel discurso era la de que los alumnos
empleaban demasiado tiempo en sus estudios de Filosofía. Esta fue la causa
que motivó el que una de las finalidades primeras de la Oratio consistiera
en acortar algo el tiempo de esos estudios: «parvo labore —señala el autor—,
exiguo tempore auditores nostri dialecticae et utriusque philosophiae
scientiam et fructum consequantur»48; «Ut omnium artium et doctrinarum
coniun cta opera —insiste en una segunda ocasión—, auditores nostri, parvo
tempore u exiguo labore, optatum finem logicae et utriusque Philosophiae,
non sine magna voluptate, consequantur>09. Bien es cierto que entonces el
problema que se pretendía atajar era el de que la dificultad de Aristóteles
venía a sumar un tiempo extra a la duración que ya de por sí tuvieran los
estudios. En cualquier caso, parece que Núñez años más tarde se había
olvidado de cualquier receta que incluyera’parvo tempore’ o ‘exiguo
labore’ entre sus ingredientes, pues hemos visto hasta qué punto sus
opiniones en el De recta ratione siguen más bien rumbos contrarios.
46 «Qua ratione fien posse videtu~ ut quinquennio saltim 4..), totus decursus
pl-iilosophíae absolveretur” (ibidem, fol. 54>. La Constitución de 1S61 de la
Universidad valenciana fijaba en tres cursos la duración de los estudios de Artes:
«ítem se statueix que algu deis catedrátichs de Arts no puga llegir lo curs en meny
temps de tres aynns (contat per terser ayn del primer dia de setembre fins al dia de
Sant Juan aprés segúent), axí per que la ciutat paga lo salan per tres aynns, com
tanibe per lo profit deis studiants» (tomado de A. Gallego Barnés, “La Constitución de
1561”, pág. 67).
‘~ De recta ratione, fol. 54v.
48 Oratio, fol. 4v.
~ Orario, fol. 40.
650

Con estas indicaciones sobre la posible duración de los estudios de
Filosofía queda concluida la exposición sobre los contenidos teóricos y el
orden más aconsejable de los mismos que, en opinión de Núñez, debería
recoger un plan de estudios de esta materia~ t>.
4. Conclusiones
La mayor originalidad de este De recta atque utiui conficiendi
curriculum Philosophiae estriba, a mi entender, en la finalidad que su
autor se propuso al componerlo y que se anuncia desde el propio titulo de
la obra. Como es lógico, la literatura filosófica de la época se proyectó sobre
distintos ámbitos: ediciones y traducciones de filósofos clásicos,
introducciones o comentarios al conjunto o a algunas de sus obras,
manuales divulgadores de su doctrina, colecciones de sentencias y un largo
etcétera de géneros muy diversos. Pero la composición de un curriculuni
filosófico estructurado, en el que se pasa revista a aspectos que van desde
las materias que lo componen y el orden en la enseñanza de las mismas,
hasta otros como los requisitos exigibles a los aspirantes a cursar dichos
estudios o a los profesores encargados de impartirlos, es una idea que
sorprende por su originalidad. Prueba de ello es que Schmitt, en su trabajo
sobre Aristóteles en el Renacimiento, incluye esta obra de Núñez como
único ejemplo del apartado que dedica a los planes de estudios51.
Por otra parte, más que el programa en si que Núñez propone, lo más
interesante es la consideración que el autor tiene de los estudios de
50 En el De studii Philosophici ratione de Fox Morcillo, la distribución de las
distintas disciplinas filosóficas sigue las siguientes pautas. En primer lugar, como ya
se ha indicado, la parte lógica queda excluida de estos estudios. De las dos partes que
el autor establece, en la primera o con remp/arrix se regula en primer lugar el
aprendizaje, no de la filosofía contemplativa —como ocurría en Núñez—, sino de la
filosofía natural; sin embargo, el orden que se sigue en la explicación de esta materia
sí es muy similar al que Núñez propone, incluyendo el estudio del libro IV de los
Meteorologica con anterioridad al de los otros tres libros de este tratado (cf. págs.
398-408). La filosofía primera o metafísica se estudiará inmediatamente después de
la filosofía natural y sin que se haga división alguna de sus contenidos (cf. pág. 409).
Por último, establece F. Morcillo una segunda parte de la filosofía, la actuosa o moral,
en la que el orden tampoco difiere del propuesto por Núñez (cf. págs. 4 10-414).
~ Ch. 13. Schmitt, op. ch., pág. 150.
651

filosofía como un ciclo definido y con un status superior al de los estudios
de Artes, de los que hasta entonces aquellos formaban parte. El análisis no
sólo de las materias que componen el programa, sino de las condiciones
exigibles a los actores del aprendizaje, es decir, maestros y discípulos, es
otra de las cuestiones que también debemos situar en su haber.
Tal vez revista cierto interés, por último, detenerse brevemente a
comprobar si las propuestas de Núñez llegaron a tener algún eco. Ya
recordamos en su momento que en la fecha en la que se publicó este De
recta ratione (1594> enseñaba Núñez en Barcelona. Precisamente la
Universidad de esta ciudad redactó sólo dos años más tarde, en 1596, unas
nuevas Constituciones mediante las que se regulaba la vida universitaria
en todos sus ámbitos, incluido naturalmente el de los planes de estudio de
las diferentes Facultades. Pues bien, hay que decir que estas Constituciones
plasman, en lo relativo a las disciplinas filosóficas, un programa muy
similar, tanto en contenidos como en el orden en que se distribuyen, al que
el valenciano proponía. Creo que merece la pena reproducirlo aquí, con
objeto de facilitar el cotejo con el de Núñez:
(...) y llegint desta manera la llogica, acabaren les Peril-iermeneies, ab
Predicables, y Predicaments, per tot lo mes de Abril, y per tot lo mes de Agost
los lItres de Priors, y Posteriors: y en lo segon any, comen§ant los llibres des
Topichs, acaben aquelís abs los llibres deIs Elencs pera Nadal vinent (...>.
Acabada la llogica llegiran los huít Ilibres de Phisichs, y quatre de Coelo, y dos
de Generatione, y quatre de Meteoros, y tres de Anima, fins a Pascha del tercer
any, y acabada en aquex temps tota la Physica, comengaran la Ethica, y llegiran
de aquella tot lo que poran fins al Agost (•~,)SÁ.
Excepción hecha de los Parva Naturalia y de los tratados aristotélicos
sobre animales y plantas, cuya exclusión resulta hasta cierto punto
comprensible, la gran diferencia con el programa de Núñez estriba en la
ausencia de la Metafísica (lo que, por otra parte, no hace sino confirmar su
queja de que ésta no se explicaba en las facultades de Artes o se hacía muy
deficientemente>. Otro aspecto en el que Núñez no consiguió, por el
momento, sus propósitos fue el de ampliar de tres a cinco años la duración
de los estudios de Filosofía.
z,2 Ordinations e nou redrec fet per instauratio, raformatio e reparario, de la
Universitat del Studi general de la ciurat de Barcelona, en ¡o any MU smc cents
novanra y sis, Barcelona, (1596>. Existe reproducción facsímil en Barcelona, 1973.
652

1. Los discípulos
CAPITULO III
MAESTROS Y DISCÍPULOS
Es justo reconocer que las preocupaciones pedagógicas de Pedro Juan
Núñez no se limitaban a los planes de estudio. Conocía muy bien, como por
otra parte era lógico esperar, que el proceso educativo no descansa sólo en
un curriculum, por muy perfecto que éste sea, sino que existe además un
complejo entramado de circunstancias que rodean ese proceso y a las que
es indispensable atender si se pretende conducirlo a buen puerto. Una
importante corriente dentro del pensamiento pedagógico del humanismo
así lo había comprendido, y había mostrado desde tiempo atrás su interés
por analizar desde este otro punto de vista, más psicológico si se quiere, el
sistema educativo, es decir, desde la perspectiva de los actores del mismo:
maestros y discípulos. Dejaremos el caso de los primeros para más adelante,
ciñéndonos ahora, en primer lugar, al problema de los discípulos.
La linea pedagógica que, según hemos dicho, mostró cierto interés por
el estudio de la psicología del alumno, arranca del propio Erasmo
1, tiene en
Vives uno de sus más genuinos representantes2 y un exponente
Cf. particularmente, a este respecto, su De pueris statim ac liberaliter
instiruendis libellus ya citado.
Cf la epístola De ratione studii puerilis y, muy particularmente, los libros II y
III del De tradendis disciplinis. Sobre Erasmo señala Woodward que: «E evidente per
ogni accurato studioso dei suoi scritti sulleducazione, che Erasmo aveva delle chiare
653

emblemático, por lo extremo de sus planteamientos psicológicos, en Huarte
de San jJuant
Otros autores, por centrarnos en nuestro país, no entraron tan a fondo
en los matices psicológicos, pero sí proporcionaron buenos consejos con
vistas a facilitar y propiciar el proceso educativo atendiendo a las
necesidades y circunstancias del alumno. Este es el caso, por poner algún
ejemplo, de Simón Abril y la defensa apasionada de la lengua vulgar
realizada en sus Apuntamientos
4, o de los consejos tan sencillos como
llenos de sentido común del De liberis educandis libellus de Nebrija5.
Las propuestas de estos humanistas son muy variadas e incluyen
aspectos igualmente muy diversos, como pueden ser el de la necesidad de
atender a la peculiaridad de cada alumno, o el de los requisitos que debe
cumplir un buen sistema educativo. Entre estos últimos se analiza —en el
caso de la educación primaria— dónde se debe llevar a cabo (casa o escuela>,
bajo qué tipo de preceptores, etc.; o en el caso de la educación superior o
reglada, en qué lengua se debe realizar (latín o vulgar>, cuáles son y en
qué medida los conocimientos previos exigibles a los alumnos, cómo se debe
seleccionar a los profesores, y una amplia gama de otros consejos prácticos
cuya finalidad es mejorar la tarea de docentes y discentes.
Núñez se extiende algo más en el caso de los maestros —en el fondo todo
el De recta ratione está elaborado desde el punto de vista de éstos—, pero es
también bastante explícito en el de los alumnos. Dedicadas a ellos
encontramos a lo largo de su producción impresa algunas referencias
aisladas, que se hacen por lo general al paso de otras cuestiones. De este
intuizioni di buoni principi psicologici sull’insegnamento, sebbene non giungese ad
essi mediante l’analisi del pensiero» (La pedagogia del Rinascimento, Florencia,
1923, pág. 120>; por el contrario, de Vives se afirma que «Egli fu il primo umanista
che applicasse il metodo di ricerca empirica ai fenomeni conoscitivi» y, finalmente,
que: «II Vives sorpassa Erasmo per la cura con la quale considera la posizione della
scuola e il suo arrendamento, la preparazione dei maestri e l’ufficio dei giuochi e
infine per il suo vivo interesse per la psicologia (...)» (ibidem, págs. 183 y 208,
respectivamente).
~ Cf. Examen de ingenios, para las sciencias..., Baeza . Esta obra ha sido
editada recientemente por Guillermo Serés (Examen de ingenios, Madrid, 1989) con
una introducción muy completa.
~ P. Simón Abril, Apuntamientos de corno se deben reformar las doctrinas,
Madrid, 1589. Editado en BAE, LXV, Madrid, 1953, págs. 293-300.
5 Editado por R. Chabas, Revista de Archivos. Bibliotecas y Museos, 3~ ép., IX
, págs. 56—66
654

tenor son las que incluye, por ejemplo, la Oratio de causis de 1554, una obra
de los comienzos de su carrera docente, en las que se observa un tono
laudatorio hacia los discípulos, se les exime de culpa en el fracaso de sus
estudios y se elogia su carácter noble y generoso
6. En 1594, con cincuenta
años de docencia a sus espaldas, la visión de Núñez no parece ya tan
optimista; en parte por su propio cansancio, suponemos; pero en parte
también porque el entorno social había influido de manera negativa en el
ambiente universitario, como bien describen estas reflexiones de Luis Gil:
Las crecientes necesidades burocráticas de una monarquía universal como la
de los Austrias; el señuelo de los privilegios, libertades y exenciones de los
grados universitarios; el natural deseo de mejorar de posición y hasta cierto
esnobismo muy propio del prurito de hidalguía de la época hicieron confluir en
nuestros centros docentes un número enorme de estudiantes que no siempre
reunían las suficientes cualificaciones intelectuales y la necesaria vocación
para emprender estudios superiores’.
Semejante situación no pasó inadvertida a nuestro humanista, que en
su De recta ratione cambiará notoriamente el sesgo de sus apreciaciones,
sin poder reprimir cierta crítica hacia la praepropera festinatio de los
alumnos y hacia sus expectativas de «exirus magis et insignia guam
intelligentia philosophiae’>8. El que los estudios universitarios se hubieran
convertido para muchos alumnos en un trámite casi enojoso y únicamente
necesario para el objetivo de satisfacer —mediante la sanción del título
académico— otras expectativas profesionales, constituía un penoso
espectáculo que no arrancaba sólamente las quejas de Núñez. Ya un lustro
antes, por espigar tan sólo un ejemplo de entre los muchos disponibles,
Pedro Simón Abril había atribuido una de las causas de la decadencia de los
estudios, al «desordenado desseo, que tienen los que aprenden, de llegar de
Se califica a la studiosae iuvenrutis indoles de ingenua er generosa, y se
recuerda a los maestros que «discipuli oznnes non sua culpa sed nostra, a studiis
Aristore/is deterrentur~> (Oratio de causis obscuritaris Aristoteleae et de il/arum
reniediis. fol. 37v).
L Gil, Panorama social del humanismo español (1500-1800), Madrid, 1981, pág.
74; cf. todo el capitulo 4 (págs. 67-85), en el que se efectúa un excelente análisis de
la decadencia de la vida académica (contemplando sus causas tanto desde el enfoque
de los alumnos como desde el de los profesores), corroborado por una extensa
selección de citas de los contemporáneos de Núñez.
8 De recta ratione, fol. lv.
655

presto a tomar las insignias de dotrmna, que vulgarmente llaman grados’».
De manera que el propio Núñez se convierte en un buen exponente de
cómo el problema de la enseñanza, que a principios de siglo parecía
centrarse exclusivamente en la falta de adecuación de los maestros y de sus
métodos pedagógicos, ha sufrido a finales del mismo un desplazamiento
hacia el lado de los alumnos. La creciente falta de interés de los jóvenes por
sus estudios, consecuencia de lo espurio de los fines que en la mayoría de
los casos motivaban su permanencia en las aulas, no había hecho —como
bien percibe Núñez— sino agravar la situación.
Pero con independencia de esas referencias más o menos coyunturales,
Pedro Juan Núñez dedicó también al mismo tema de los discípulos dos
exposiciones algo más extensas y sistemáticas. La primera corresponde al
capítulo de su De recta atque utili ratione conficiendi curricuil
Philosophiae titulado Quae requirantur in co qui philosophiam utiliter
discere velit la segunda, que responde al titulo de Avisos pera estudiar les
arts en particular, se corresponde con el contenido de un brevísimo
opúsculo redactado en romance y conservado manuscrito.
A. Requisitos para el ingreso en la Facultad de Artes
Comencemos por la primera de esas disertaciones, en la que, como el
propio título advierte, se analizan las condiciones que debe reunir el
futuro alumno de Filosofía. Aunque es cierto que el autor se ciñe aquí a lo
específico de esta materia, no es menos cierto que sus reflexiones
trascienden el caso particular y dejan traslucir ideas pedagógicas
perfectamente aplicables al discipulo en general. Como ocurre en tantos
otros pasajes de Núñez, toda la exposición destila una intensa impronta
vivista, de manera que, al leer estas páginas, ciertas ideas que en ellas se
expresan no pueden por menos de evocarnos aquel capítulo del De
tradendis disciplinis en el que su paisano había tratado un tema similar’~k
En primer lugar, el autor se confiesa partidario de establecer algún
tipo de prueba o examen preceptivo para acceder a los estudios filosóficos,
‘~ P. Simón Abril, Apuntamientos, fol. 4v.
~> De tradendis disciplinis, II, 3: Quando et quibus instructos oportear pueros
priusquam ad Academiarn accedant; qua lege adniittendos ingeniorum mira vanetas
ostenditun
656

con objeto de que sea posible seleccionar adecuadamente a los alumnos.
Esta selección, en cualquier caso, ha de hacerse en virtud no sólo de los
conocimientos de aquellos, sino también —lo que para Núñez es igualmente
importante— de su talento y aplicación:
Primnun, ne quivis e vulgo auditoruin ad studia philosophiae ad¡nittatur, nisi
is, cujus ingenii, industriae, ac ceteroruni ornamentorum cuni naturae tun
studh et eruditionis, prius ab erudito et probo viro facturn fuerit
Las Constituciones de algunas Universidades —la de Valencia, sin ir más
lejos
12— recogían en sus artículos este requisito. Su aplicación, sin
embargo, no debía estar muy generalizada, cuando no es sólo nuestro
humanista quien parece echarlo en falta; idéntica reclamación la
escuchamos en otras voces, como es la de Sabuco en su Coloquio de las cosas
que mejoran este mundo y sus repúblicas, quien, dicho sea de paso, lo
expresó de manera bastante gráfica: «Digo y aún para las otras ciencias
había de haber orden de examinadores de los ingenios para entrar en ellas,
que algunos van a estudiar que no nacieron más para las letras que los
bueyes para volar»’3.
De recta ratione, fol. 1. La misma opinión es compartida por Vives: «In
unoquoque, ad tradendan ei eruditionem, spectandum est ingenium» (De tradendis
disciplinis, II, 3, en Opera omnia, VI, pág. 286>; éste, por otra parte, se muestra más
estricto en sus conclusiones, recomendando que «maneat puer in paedagogio ununi aut
alteruni menseni, ut ingenium illius exploretur”, y que, en el caso de que ese examen
resulte negativo se le oriente en otra dirección, . Lo mismo es sugerido
también por P. Simón Abril: «Sea pues este el primer preceto, que el maestro haga
prueba de sus oyentes: y a los que le pareciere que no son aptos para esta profession,
los encamine a otra, para la qual le parecieren ser mas aptos» (Logica, fol. 102).
12 La Constitución de la Universidad valenciana de 1561 lo hacia preceptivo para
los estudios de Artes, incluso con la advertencia de que el catedrático que acogiera
algún alumno sin haber sido éste examinado, perdería su cátedra: «ítem, se statueix
que algun cathedrátich que comen9ará á llegir lo curs de Arts no aculla en la sua
classe algun srudiant per’a oir dit curs, si lo tal primer no es examinat per lo Rector
de la Universitat, o qui tendrá les vices de aquelí y porte ¡¡icencia inscriptis per’a
oyr dit curs, firmada de la má del Rector (e lo mestre que contravendrá al present
statut perda la cátedra e lo Rector no’l dexe llegir>» (tomado de A. Gallego Barnés, “La
Constitución de 1561”, pág. 66).
13 Tomo la cita de L. de Cañigral, “P. Simón Abril y M. Sabuco: coincidencias
programáticas en pedagogía y reforma de la enseñanza”, Revista de estudios
albacetenses, 2~ época, 22 (1987>, págs. 43-53 (49>. El Coloquio de Sabuco se
encuentra editado en RAE, LXV, Madrid, 1953, págs. 372-376.
657

Pero, como no podía ser menos en una exposición tan ceñida a las tesis
peripatéticas como es el De recta ratione, el criterio de autoridad al que se
recurre para fijar los requisitos considerados imprescindibles en un
futuro alumno, lo constituyen Aristóteles y las cuatro cosas que, en
opinión de Núñez, aquél habría exigido a sus discípulos: «ingenium,
studium in discendo arque ¡abon et elementa eruditionis”’
4. Dedicaremos
las siguientes lineas a examinar con mayor detenimiento el alcance de
cada uno de estos conceptos.
Comenzando por el de ingenium o inteligencia, por tal entiende el
autor lo que normalmente se identifica con ese nombre, es decir, «vis ea,
qua res propositae fadie percipiuntur”15; pero también, y más importante,
cierta capacidad de discernir las cosas que se conocen por si mismas y las
que no, de manera que en las primeras no se pida una demostración y sí se
haga en las restantes’k También la memoria se subordina a la inteligencia,
y si lo está en cualquier época, con más razón lo estaría en la Antigúedad
«cum scriptis confidere —aclara el autor—, ut hac aetate, non possentx’1 ‘.
14 De recta ratione, fol. 4. Sobre la misma cuestión insiste Núñez en la Vita
Aristotelis (fol. 178>. F. Patricio en sus Discusiones Peripateticae (Venecia, 1571, 1,
fol. 42) enumera estos mismos requisitos: «Huic disciplinae quam dixi Acroania ticen,
tenipus exercendae dabat in Lycio mnatutinunh; nec ad eam quenquarn temere
adrnittebat. nisi quorurn ante ingeniurn, & eruditionis elementa, atque in discendo
studiun, laboremque explorasset”. La influencia de Patricio —un antiaristotélico que,
curiosamente, dedicó su obra citada a un completo estudio biográfico, bibliográfico y
doctrinal del Estagirita— es muy visible en Núñez, que parece haber tomado muchos
datos de él tanto en su De recta ratione como en la Vita Aristotelis. La aficción de
nuestro humanista a las Discussiones Peripateticae la conocemos, además, de forma
muy directa, gracias a una epístola dirigida por Antonio Agustín a Zurita en la que
aquél afirmaba: «El dicho libro de Patricio es muy diligente para los que estudian en
Aristoteles; trata de la vida, y libros, y methodo dél, y pone grandes zelos al Maestro
Nuñez, porque es de su manera de entender a Aristoteles, por lo que dize en otras
partes, y por los interpretes griegos, y otros: trabe todo lo que se ha perdido, y habla
de todos los Peripateticos que huyo en el mundo, y que escrivieron, y assi otras cosas
muy curiosas, y muestra tener mas libros de los impressos de varios Philosophos, de
los cuales algunos tengo yá por acá» (en O. J. Dormer-J. F. A. de Uztarroz, Progressos
de la Historia en el Reyno de Aragon y elogios de Geronirno Zurita, su primer
Coronísta, Zaragoza, 1680, págs. 399 y 400).
½De recta ratione, fols. 4 y 4v.
Ib Vives, cuya exposición a este respecto es mucho más amplia que la de Núñez,
describe también el ingeniuzn en términos muy similares: «¡ngenii partes sunt acies
ad intuendurn, capacitas ad comprehendendum, collatio ad iudicium» (De tradendis
disciplinis, II, 3, en Opera omnia, VI, pág. 286).
17 De recta ratione, fol. 5. En Vives la referencia a la memoria como parte del
ingenium está basada en el testimonio de Quintiliano: «Me¡noriamn sign un) ingenii
658

El segundo requisito de Aristóteles, y en consecuencia de Núñez, lo
constituía el studium, pero no el de la ganancia ni el de la ambición (que
ya presentaban los sofistas de la Antigúedad y que parece que prosperaba
de nuevo entre los contemporáneos del autor), sino más bien el studiuni
ardens veritatis:
Cuius,nodi est illorun, gui causa seniper ¿mt rationem conquirunt, nec
unquarn conquiescunt nisi cognita causa cur ipsi ata Mii quicque faciant ant
dicant 18
El afán en la búsqueda de la verdad ha de constituir, pues, la principal
característica del auténtico estudioso. Esta opinión entronca a nuestro
autor, una vez más, con lo más genuino del pensamiento humanista y con
aquel gusto, tan característico de este movimiento, por el saber y el
conocimiento per se, lejos de otras motivaciones más utilitaristas.
Nluy relacionada con lo anterior, estaría también aquella laboris
assiduitas que el Estagirita habría exigido a sus discípulos en tercer lugar.
Son varias las pruebas que, a juicio de Núñez, ponen de manifiesto el
trabajo y el esfuerzo llevados a cabo por aquellos antiguos peripatéticos,
cuyo ejemplo se recomienda emular: así, el que Aristóteles hubiera pedido
a sus discípulos, para cada parte de la filosofía, el conocimiento previo de la
historia de la misma, cosa que éstos no habrían obtenido «sine magno
labore»; o bien la elaboración por los alumnos, con el. fin de conocer
perfectamente cualquier arte, de libros hypomnematici, en los que
reunían las opiniones de los antiguos y en los que asimismo «multum erat
studii et diligentiae collocandum’>. Por último, si Aristóteles convertía a sus
discípulos en hombres de gran elocuencia, resulta evidente que tampoco
habrían adquirido esta facultad «sine magno studio er labore»
1 ~. El autor
no añade más al suponer, creemos, que los ejemplos aportados eran lo
suficientemente ilustrativos acerca de la necesidad de que el alumno posea
capacidad de trabajo y constancia.
Quintilianus ponit, quae duabus constat partibus, facile percipere, et fideliter
con tinere; prius indubitatum est acuminis indicium, alterun capacitatis; sequetur
postea paullatirn iudicium» (De tradendis disciplinis, II, 4, en Opera omnia, VI, pág.
291).
18 De recta ratione, fol. 5.
~ Cf. ibiden, fols. 5v y 6.
659

Queda, por último, analizar el parecer de Núñez con respecto al cuarto
punto: los elementa eruditionis, o estudios previos que deben exigirse a
quien se dispone a cursar Filosofía. De las tesis que a este respecto sostuvo
en distintos momentos de su vida ya hemos dado cumplida cuenta en el
capítulo precedente, por lo que nos remitimos a lo allí expuesto para todo
cuanto atañe a esta cuestión; recordaremos tan sólo que el criterio adoptado
por el autor en la obra que aquí nos ocupa, se resumía en pedirle al alumno
conocimientos de gramática, matemáticas, historia, poética y retórica.
Dos últimos consejos completan este capítulo dedicado al analisis de los
elementa eruditionis. Consisten éstos en la recomendación de seguir
preferentemente las enseñanzas pitagóricas en lo que concierne al estudio
de las ~ y de hacer lo propio con los libros de Aristóteles para
el estudio de la retórica. Con respecto a esto último y para no incurrir en
contradicción —recordemos que su propia ars Rhetorica estaba inspirada
en la doctrina de Hermógenes— matiza el autor que, al tratarse de aprender
filosofía peripatética, sin duda los libros retóricos del propio Aristóteles
resultarán más fructíferos 21.
De esta manera puso Núñez punto final a sus reflexiones sobre
aquellos «ingenium, srudium in discendo atque labor, et elementa
eruditionis» que Aristóteles, y él a su zaga, exigían de sus discípulos. La
petición de establecer un riguroso examen previo para los aspirantes a
cursar estudios superiores —manifestado por Núñez y compartido por no
pocos humanistas—, no es sino una muestra de buen sentido común que, de
haber sido atendida, sin duda hubiera contribuido a dignificar algo más la
vida universitaria.
B. Algunos consejos prácticos
Todo lo consignado en el epígrafe anterior concierne sin duda a los
alumnos, pero contemplada la situación de éstos desde un punto de vista
20 Lo que se fundamenta en que «Aristotelem puhlicam potius opinionem, quae
tuni Pythagoricum erar, sequeretur» (ibidem, fol. 19>.
2] «Aian de Rhetoricis, quaznvis conemur ahbi artem Hermogenis multo
praestabiliorem esse docere, quod, et oraroreni expeditioreni ad dicendum, atque
acriorem reddat, tanien, quoniam Rhetoricam ad intelligenriam Philosophiae, ac
praesertim Aristotelicae, requirimus, non est dubiuni, quin eiusdem Aristotelis libri
sint futuri multo fructuosiores>’ (ibidem, fols. 19 y 19v>.
660

institucional; es decir, lo que pretendió el autor al redactarlo fue regular
algunos criterios que permitieran una correcta selección de los
estudiantes previa a su ingreso en una Facultad superior. No se olvidó
Núñez, sin embargo, de dirigirse también a los propios discípulos; a ellos
dedicó unos muy breves y sencillos consejos, redactados además en lengua
vernácula, con objeto de propiciar su mejor comprensión, y que hoy nos es
posible conocer por un manuscrito del que se conservan varias copias. En
sus páginas continúan siendo muy perceptibles los ecos de Vives, cuyas
ideas impregnan tantas reflexiones de su paisano en el terreno de la
pedagogía.
Comienzan estos Avisos pera estudiar les Arts en partículas afirmando
que aprender es una actividad específica del ser humano que exige ciertos
requisitos; entre ellos se cuentan tanto la memoria de lo que ya se ha
aprendido, como la inteligencia de lo que en ese momento se esté
estudiando
22. Para lo primero o recuerdo de lo ya aprendido, nada hay
mejor —recomienda Núñez— que enseñar a otro (procedimiento que, por
otra parte, Erasmo ya había aconsejado si alguien desea valorar lo que de
verdad ha comprendido y lo que no23). Si aquél a quien enseñamos sabe
menos que nosotros, la enseñanza se debe hacer por estima y honra, nunca
por interés; ante los iguales, se enseñará teniendo en cuenta que serán
jueces de lo que se diga; ante los que saben más, por último, lo mejor es no
enseñar.
Pero donde el autor se hamostrado más explícito es en el apartado que se
refiere a los estudios que cada uno esté realizando en ese momento, los
cuales se pueden llevar a cabo bien mediante un trabajo personal, o bien a
través de las enseñanzas de un maestro. «Estudiar por uno mismo es más
útil que aprender de otro», se afirma, pero para ello conviene tener en
cuenta ciertos requisitos. Consiste el primero de ellos en utilizar buenas
22 «Lo estudiar y apendre es obra particular de homens y axi no pot ser perfecta
sins prudencia y discrecio. La prudencia te en si tres parts: memoria del pasat,
intelligencia del que tenim present y entremans, y provehir al devenidor» (Avisos
pera estudiar les Arts en particulan ms. 152 de la E. Nacional, fol. 60). El último
aspecto de la prudencia, «provehir al devenidor», queda aquí enunciado pero no se
explica posteriormente en el texto, como sí se hace con los dos primeros.
23 «Postremo illud non ad unum aliquid, sed ad omnia simul p¡urimum conducet,
si frequenter alios quoque doceas. Nusquan enim melius deprebenderis quid
intelligas, quid non” (Erasmo, De ratione studii, pág. 106).
661

ediciones de los autores cuyo estudio traemos entre manos; Núñez
recomienda de manera explícita las ediciones de Plantino y de Paulo
Manucio para los autores latinos, y de Enrico Esteve (scil. Stephanus) para
los griegos. Es muy importante también releer el pasaje varias veces y con
atención; si surgen dudas en su interpretación, se debe atender al orden de
las partes de la oración y al contexto, y si todo ello no fuera suficiente,
consultar algún léxico o recurrir a los comentarios. Entre los
comentaristas, se recomienda utilizar pocos y preferentemente los
antiguos, de manera que en un curso de Artes se aconseja particularmente
a Teofrasto, Alejandro de Afrodisíade y Temistio.
En el caso de que el estudio, por el contrario, se efectúe asistiendo a las
lecciones de un maestro, resulta conveniente, como primer requisito,
profesar hacia él cierto afecto. Esta inclinación al maestro es un consejo
que encontramos frecuentemente repetido en los escritos pedagógicos de
los humanistas, si bien formulado con diversos grados de exigencia. Así, el
propio Núñez recomienda «sentir afecto por el maestro, pero no hasta el
punto de que la pasión llegue a estorbar el estudio»
24, y Erasmo se muestra
más bien lacónico en su afirmación de que «primus discendi gradus est
praeceptoris amor»25. Pero otros autores van más lejos en sus
pretensiones, como es, por ejemplo, el caso de Vives, quien llega a decir
que «Praeceptor non minus amandus, venerandus, colendus, quarn si esset
pater”, y recomienda tener sus palabras por oráculos y admirar
«quaecun que seu dixerit seu fecerir>”6.
Si en algo no se comprendiera al maestro, aconseja Núñez que se
reclame de él el uso de ejemplos e, incluso, la utilización de la lengua
24 «...conve lo primer de tot tenir afeccio al Mestre, pero no de tal manera que la
pasio vos destorve vostron estudi» (Avisos, fol. 60v>.
25 De pueris instituendis ¡ibellus, pág. 44.
2(’ De ratione studii puerilis, en Opera omnia, 1, pág. 270. Sobre idéntico
argumento, y con igual intensidad, se insiste también desde las páginas del De
tradendis disciplinis: «Píatonis discipuli curvum eius dorsum referebant;
Aristotelis, balbutiern; quod ea etiarn pulchra et imitanda ducerent, quia
magistrorum. Fquidem imita tionem vitiorunl non probo; sed malo ut ve! vitia
exprimanr, ¡nodo cum virtutibus, quam ut ne virtutibus quidem» (III, 3, en Opera
omr¡ia, VI, pág. 309).
662

materna en las explicaciones
27. Resulta importante la precisión que se
hace con respecto a que la asistencia a las aulas no exime al alumno de su
propio trabajo personal. En este sentido Núñez recomienda leer
previamente la obra que el maestro esté explicando y traer preparada de
casa la lección correspondiente, «esforzándose en entender por sí mismo lo
que se pueda”28.
Ya estudie uno por su propia cuenta, ya asistiendo a las clases de un
maestro, los ejercicios prácticos deben ser considerados, en cualquier caso,
indispensables. En el aprendizaje del griego y del latín, por ejemplo, se
aconseja traducir cada día de una lengua a otra; también utilizar
traducciones literales y ver cómo se expresa en una lengua lo que está
formulado en la otra. Los libros que se utilicen para estos ejercicios
estarán en consonancia con los estudios que se pretenda llevar a cabo, de
manera que el que pretenda dedicarse a la medicina estudiará griego con
un libro de Galeno o Dioscórides; el futuro jurista, con las Noveles de
Juliano2’5 y el aspirante a teólogo con el Nuevo Testamento.
Dos últimos consejos, muy prácticos y eficaces, ponen final a estas
reflexiones de nuestro humanista dirigidas a sus discípulos. El primero
recomienda que, para no dispersarse y no perder el tiempo, se estudie en
pocos libros pero buenos, y siempre «pluma en mano». El segundo consejo
consiste en servirse de un libro en blanco en el que el alumno irá
anotando todo lo que se considere relevante, recomendación que
constituye casi un lugar común en la pedagogía de Vives3t>. Núñez, en
27 El uso del vernáculo en las clases fue aconsejado por Núñez no sólo en este
manuscrito, sino también en un impreso (cf. De recta ratione, fols. 57 y 57v), corno
veremos algo más adelante al tratar de los maestros.
28 «Es menester del llibre que aveu de oir pasarlo algunes vegades tot ants que os
lo lligen, en la llengua que mes lo podreu entendre, y cada lliso que aveu de oir anarli
proveínt de vostra casa esforqant a entendre lo que podreu per vos matex» (Avisos,
fol. 60v)
20 En el ms. 152 de la E. Nacional, el autor de la primera copia de las dos que
incluye el volumen ha corregido pertinentemente al margen: «voidra dir Justiniano»
(Avisos, fol. 2>.
~» Este hace mención de ello tanto en su De ratione studii puerilis («compones
tibi librum chartae purae iustae magnitudinis, quem in certos locos ac velut nidos
partieris , en Opera Omnia, 1, pág. 272), como en el De tradendis disciplinis
«ltaque unusquisque puerorum habebit librum chartae vacuum, in partes aliquot
divisum (...): habebít maiorem codicem; eodem referet tum quae a praeceptore
acceperit copiosius dicta et fusius, tun quae ipse sua opera apud magnos scriptores
legerit, vel ex alis dicta observarit” (III, 3, en Opera omnia, VI, pág. 310). El empleo
663

concreto, aconseja dividirlo por materias y anotar las cosas notables que se
lean y la referencia al autor correspondiente.
2. Los maestros
El otro pilar sobre el que reposa el proceso de enseñanza es, como es
lógico, la figura del docente. Al igual que ocurría con los discípulos,
también son dos las ocasiones en las que en las páginas de alguna de sus
obras reflexiona nuestro humanista sobre el papel de los maestros.
La primera de ellas, cronológicamente hablando, se encuentra en la
Oratio de causis obscuritatis aristoteleae —discurso pronunciado en 1553 y
publicado un año después— en el que Núñez, más que un intento de análisis
profundo, lo que hace es dibujar —-con acusados tintes retóricos— un retrato
de los ‘malos’ maestros, que permita extraer, por oposición, las virtudes
que deben adornar al buen docente:
Qui, non coniparatis inter se variis exe¡nplaribus, Pflilosophiam perrurbant.
Qui ingenia bona, polyonyinis non expositis, confundunt: qui ambiguetate
vocum, perspicuam orationem obscurant; qui ignorata proprietate sermonis
C,raeci, Aristoreleni non inrellígunt; qui voces, quibus alii Philosophi uruntun
ignoranr; gui neglecta varietate versionum, auditores perdunt; gui vocibus
barbaris interprerum, quae Latine respondeant, nesciunt; qul locis ¡nutilis et
depravatis Aristotelem con taminant; qui vocabulis artium et dictionibus
Barbaris miseros auditores repellunt; qui ignoratione grammaticae, quid desit,
quid supersit et quae sint hyperhata, non vident: gui quibus argumentis, gua
forma syflogis¡norum. gua ¡netliodo utatur Aristoteles, non explicant: qui aliena
argumenta, alienos syllogismos, aliena methodun in propria loca non
transterun t; gui obscura argumen ta, obscuros syllogismnos, obscuram niethodum
non declarant; gui, quae desunt in syllogismis et methodo, non addunr, guae
supersunt, non detrahunt; gui perturbata et indigesta non distinguunt, negue
ordine collocant; gui varia argumenta, varias sen tentias, varias expositiones,
sine censura sectantur; gui sparsa, uno loco non col¡igunt: gui falsa argumenta
a veris, inconsequentes syllogismos a consequentibus non separant; gui
autores, ex quibus mutuatus est sua Aristoreles, non consulunr; gui alioruin
philosophorum opiniones pro Aristoteleis recipiunt; gui sententias plebeias
sine autore et ratione mordicus tenent; gui disputationes integras et libros
de cartapacios o cuadernos clasificadores en el que se anotaban frases proverbios,
etc., fue recogido por los estatutos de la Universidad de Valencia de 1561, aunque —
según comenta Alcina— su uso corresponde a una tradición de la Corona de Aragón
documentada desde el siglo XV (“Notas sobre la pervivencia de Vives en España (Siglo
XVI>”, S’tudia Philologica Valentina 1(1996), págs. 111-123, 120 para el tema que nos
ocupa).
664

Aristoteli falso ascribunt; gui sententias pJuilosophorum, ab Aristotele
refutatas, non exaniinant; gui in quaestioni bus incertis, sententiani certam non
pronunciant; gui praecepta Aristotelis cuni exemplis illius non comparant; gui
exenpla Arithmetica, Ceomnetrica, Musica, Astronomica, Cosn¡ograpb¡ca,
Arcbitecturae, Physica, Medica, Philologica, Poetica et Historica con temnunt;
gui veruin praeceptoruni usuin ignorant, ac tandeni onmnia bonaruni artiumn
studia insatiabili lucri cupiditate corrurnpunt
Es posible constatar por esta larga cita, cuya reproducción me he
permitido con objeto de transmitir íntegramente las palabras de nuestro
filósofo, que la finalidad del epílogo parece consistir más bien en
recapitular de nuevo los puntos de oscuridad en Aristóteles que se han ido
exponiendo a lo largo del discurso (mediante el procedimiento de aplicarlos
a las tareas del maestro), que en hacer una descripción estructurada, desde
una óptica estrictamente pedagógica, de la figura del docente. En
consecuencia, la lista resultante es lo suficientemente larga y prolija como
para que no resulte sencillo extraer una idea clara de las condiciones que,
en opinión de nuestro autor, deben concurrir en un buen maestro.
Mucho más sistemática y ordenada es, en cambio, la exposición que
sobre este mismo argumento se hace en las páginas del De recta ratione.
Los muchos años transcurridos desde la aparición de la obra anterior,
ocupados en su mayor parte en el ejercicio de la enseñanza, le han
permitido al autor obtener una visión más cabal del asunto. A exponerla
dedica los capitulo tercero (el titulado precisamente Quae desiderenrur in
eo qui Philosophiam docere velit) y sexto (Qua ratione doctor
philosophiam, quod commodo fiar audirorum, explanare possit 32). Como
ocurre con el resto de los temas que se tratan en esta obra, la disertación
relativa a los maestros se centra en el caso específico de los que enseñan
Filosofía; pero aunque existan muchos matices difíciles de trasvasar a la
figura del maestro entendida en términos generales, muchas otras
cuestiones sí son, por el contrario, susceptibles de generalización.
Recordemos cómo en el capítulo dedicado a los discípulos, Núñez
articulaba su exposición tomando como eje a Aristóteles y las cuatro cosas
que supuestamente aquél exigía a los aspirantes a aprender filosofía. El
31 Ibídem, fols. 38-39.
32 Ocupan estos capítulos los folios 20-29 y 54v-57v del De recta ratione,
respectivamente.
665

mismo procedimiento se sigue exactamente en el caso de los que aspiran a
enseñar, y el pasaje aristotélico que esta vez se toma como pretexto esta
extraído del libro tercero de la Política W Formalizaba allí Aristoteles,
aplicadas al campo concreto de la medicina, tres facetas del saber, sin
olvidarse de añadir que estas mismas se repetían en cualquiera de las
demás materias
34. Esta exposición aristotélica la refiere Núñez al campo de
la enseñanza y a partir de esa transposición establece los tres requisitos
que, según su criterio, debería cumplir el profesor de cualquier disciplina:
la posesión de la paidela del arte que profesa; el estudio de la scientia de ese
mismo arte; la longa et assidua exercitatio que, a ejemplo de los artesanos,
le haga ocallescere, es decir, ‘encallecer’ en su práctica. Veámos como
desarrolla el autor cada uno de estos conceptos, si bien es necesario
precisar, una vez más, que en el De recta ratione que nos ocupa se ha
ceñido en su disertación al caso especifico de la filosofía.
A. La paideia
De la asimilación al concepto de método que recibe en Núñez el término
paideia ya hemos hecho mención en páginas precedentes. Recordaremos
aquí que en las Institutiones Physicae de 1554, tomando como pretexto la
introducción de Aristóteles a su tratado De partibus animalium ~, había
establecido dos tipos de método: uno general, que se identificaba con el
método analítico aristotélico, y uno específico, por el que se aplicaba ese
método general a la enseñanza de un arte determinada. Pues, bien, ambos
métodos, o paideiae si se sigue la terminología del autor, debe poseerlos el
~ «Sunt tamen multo piura, quae in doctore perfecto reguiruntur: guae, ut
praeunte eodem Aristotele, ut in auditore fecimus, tria LIJe observat libro 3
Po!iticorum in optimo cuiusvis artis doctore inesse oportere» (De recta ratione,
fol. 20>.
~ Cf. Aristóteles, Po)., III, 11, 1282a 3-7. En este pasaje Aristóteles distingue
entre ¿ 6~ptoupyós, el que practica la medicina, é ápxtTEKTovtKos, el que posee a fondo
los conocimientos científicos, y 6 iitiiatB~u~i¿vos, el hombre meramente culto en
materia de medicina. La equiparación que hace Núñez entre el primero y exercitatio y
el segundo y scientia, es más transparente que la que se efectúa entre el tercero y
paideia, en el sentido en que ésta es entendida aquí por el autor.
~ Cf De partibus animaiium, 1,1, 639a 6-12. Allí Aristóteles distingue entre el
hombre que posee la capacidad de discernir acerca de todo (lo que Núñez identifica
con la paideia generalis> y el que posee esa capacidad en un campo específico (la
paidea specialis de Núñez>.
666

maestro
3’ (De recta ratione, fol.
20v).
~ Cf. Aristóteles, EN 1, 7, 1098a 26-b 8.
38 Cf. De recta ratione, fols. 55v-57.

primera, que todo el libro se refiera a un único y mismo asunto; la
segunda, que todos sus preceptos, derivados unos de otros en una
determinada y continua sucesión, contemplen un mismo fin; la tercera,
por último, que éstos se expresen en un estilo apropiado. Las dos primeras
las explicará el docente recurriendo a los métodos lógicos; la tercera,
mediante los preceptos retóricos y en especial los de la elocutio. En la
explicación de los métodos lógicos se procurará, a su vez, que el método
analítico —que es propio exclusivamente de la ciencia— el alumno lo
comprenda y lo memorice firmemente, pero que por el contrario el método
tópico —que es el de la opinión— lo estudie atento sobre todo a la práctica y
menos de memoria.
La recomendación que se realiza a los profesores sobre el necesario
conocimiento y la adecuada exposición de los métodos de la elocutio merece,
tal vez, un comentario más detenido, en cuanto que revela la preocupación
del autor, de carácter muy humanista, por la conjunción entre retórica y
transmisión de los conocimientos. El testimonio de Aristóteles, una vez más,
es traído a colación para argumentar esta necesidad de aplicar los
preceptos de la elocutio en la enseñanza de casi todas las disciplinas:
Nani et ipse Aristoteles libro 3 Rhetoricorum artium disertini profitetur,
praecepta de elocutione ad onines artes docendas necessaria fere esse, exceptis
scilicet matbematicis sive negligentia, sive
ignora tione eorum, gui scho!as adniinistrant, aut docrorunj, sive praepropera
auditoruni festinatione, ut pauci, guae adiunt, guaeque legunt, intelligant;
41 De recta ratione, fol 8. cf. Aristóteles, Rhetorica, III, 1, 1404a 8-12.
668

pauciores possint, guae sentiunt, alios docere (quod tanien propriunh signun
scientis esse Plato in 1 Alcib. et Aristoteles 1 De Sapientia notarunt);
paucissinit gui ea guae norunt, litterarum nionurnentis consignare, et posteris
ea tradere possint; muId vero qui impudentissime audeant publice. et prix’atim
dicere non soluin Barbariem, er orationis squaloreni pluilosophiae non nocere,
verumn etiarn ilIi cognoscendae nulturn prodesse. U guod onlniuní
mndignissiní uni, necessariamn esse
Las causas sobre la ruptura de esa alianza entre sapien tía y eloquentia
puede que continúen siendo las mismas que señala Núñez, pero no cabe
duda de que sí son idénticos los efectos, de manera que en nuestras escuelas
algunos tampoco entienden hoy lo que leen, y pocos son capaces de
enseñar bien a otros lo que saben.
Un problema más para el sistema de enseñanza basado en los libros, lo
ofrecen los propios escritos de Aristóteles, pues a menudo presentan
lecturas diferentes y el texto está corrupto en numerosos pasajes. Como ya
hiciera desde las páginas de la Oratio de causis obscuritatis aristotelicae,
recomienda también aquí el autor confrontar varios ejemplares,
especialmente griegos, para que mediante el cotejo entre ellos u otros
criterios que se apliquen, sea posible finalmente aprobar la lectura
correcta
43. Hay que reconocer, no obstante, que en este apartado tal vez la
condición de helenista que ostenta Núñez le ha llevado demasiado lejos,
pues, incluso desde el punto de vista material, no es fácil que todo profesor
de Artes se viera en condición de cumplir tamaño requisito. Más adecuado
resulta, como de hecho se hace en las páginas de la Qratio, recomendar un
trabajo interdisciplinar, que permita a los profesores de filosofía
beneficiarse de los conocimientos de sus colegas de otras disciplinas44.
42 Vita Aristote¡is, fols. 178v y 179.
43 ~

Algún otro consejo más se ofrece desde las páginas del De recta ratione
para mejorar la enseñanza de la filosofía. Por ejemplo, un método muy útil,
que el autor asegura haber experimentado él mismo con gran provecho
para sus alumnos, consiste en examinar en un libro cualquiera de
Aristóteles qué pasajes pertenecen a la paideia, cuales a la scientia y cuáles
a la exercitatio de la filosofía 45.
Pero como ante todo «munus doctoris est docere’>, la recomendación
final, en la que se condensa y resume cualquier otro objetivo metodológico,
consiste en no descansar hasta que el alumno haya comprendido bien lo
que se le enseña:
Quoniani auteni ¡nunus doctoris est docere, non con guiescenduin illí, nisí cum
probe noverit ab auditore comprehensuni esse id quod docet, atque seniel et
iterum perconctandus, dumn auditor, guod proposituni est, assequatur; guod
facilius consequetufl si se ad sermonem pau-iuni et maximum usitate demiserit,
argue exen pía ex rebus maxime notis auditori repetiverit -~.
Resulta particularmente interesante en este párrafo, aparte de la noble
intención que lo preside, la referencia al uso de la lengua vulgar en las
aulas, especialmente por ser ésta la única ocasión —a excepción del
manuscrito que anteriormente hemos citado47— en la que Núñez se
pronuncia sobre la llamada “cuestión de la lengua”. La polémica acerca de
si era más correcto mantener en la enseñanza el uso del tradicional latín o
si se debía, por el contrario, utilizar la lengua vernácula para este
menester, llevaba varias decadas en plena efervescencia48. Los testimonios
en uno y otro sentido, preferentemente en el segundo, son numerosos.
Destacamos aquí el del propio Simón Abril, quien convierte sus
Apuntamientos en un alegato a favor del uso del romance en la enseñanza,
y advierte que el «primer error en el enseñar comunmente las Ciencias, es
el enseñallas en lenguas estrañas y apartadas del uso comun y trato de las
~5 «Mac ratione oporteret auditoribus omnes partes phi¡osophiae a Doctoribus
tradi. 4..) Nos certe in ea parte physo¡ogiae, gua vulgo in scholis explicatun iliud
aliquando elaboravinius non sine magno auditorum cornmodo” (De recta ratione, fol.
22).
~‘ Ibidemn, fols. 57 y 57v.
~ Vid. supra, pág. 663.
48 Cf. a este respecto L. Gil, op. cit., quien el capítulo “Latín y vernáculo” hace
una excelente descripción del estado de la cuestión, ofreciendo múltiples testimonios
de nuestros humanistas (págs. 39-66>.
670

gentes»
43. El mismo Abril, en el prólogo a su Gramática griega, había
calificado de «grandísimo disparate aprender juntamente la ciencia y el
modo del saber”5~ La única excepción la constituye el breve manuscrito, ya mencionado, Avisos
pera estudiar las arrs, quizá justificada por su carácter particularmente didáctico.
~ Vid. supra, pág. 636.
671

también una síntesis del mismo, con objeto de dar a conocer las opiniones
de Núñez acerca de la formación científica de un filósofo.
Nadie cuestionará el que los mismos conocimientos pedidos a los
discípulos —gramática, historia, poética, retórica y matemáticas— deban
serle asimismo reclamados al maestro, aunque se haga, como es natural, en
un grado mayor; pero a este último debe exigirsele, además, el
conocimiento de la scientia Philosophiae:
Alteruni caput est ut scientiam PIiilosophiae egregie sciat. íd ut assequatur
necesse est, ut singulas cius conclusiones per denionstrationem cognoscat, et
resolutionis mnethodo ad principia cena, el- exquisitas definitiones singulas
La scientia de la Filosofía consiste, pues, en conocer a la perfección, a
través de los métodos análiticos de la lógica, las definiciones,
demostraciones y principios que la componen. Pero también el docente
debe poseer un adecuado conocimiento de la otra parte de la lógica, la parte
tópica, lo que le capacitará para mantener sobre el asunto que haya sido
propuesto debates con argumentos en pro y en contra. Esta distinción no
hace sino recoger la misma que Aristóteles había establecido entre 56ta, o
conocimiento probable, y Éflta4¡tfl, o conocimiento universal y
necesario
56; ambos tipos de conocimiento, pues, debe poseerlos el maestro
de filosofía referidos a su materia.
Un tercer escalón en la scien tía exigible al profesor de Filosofía lo
constituye el conocimiento de todos los libros de Aristóteles, mediante una
lectura asidua de los mismos. Así lo recomiendan Ammonio y Simplicio y
—añade Núñez— es realmente un consejo muy razonable. Conviene, no
obstante, ser un buen conocedor no sólo de las obras aristotélicas, sino
también de los escritos de sus discípulos y seguidores, pues grande es el
provecho que se puede obtener de la comparación entre los libros de éstos
y los de su maestro, cuando ambos son relativos a un mismo tema. Tal
ocurre, por ejemplo, con la comparación entre el De interpretatione
aristotélico y los fragmentos del De afrirmatione el negatione de Teofrasto
o del De locutione de Fudemo; y lo mismo entre los Topica, el De caelo, los
5~ De recta radone, fol. 20v.
~ Cf. A Po., 1, 33, 88b 30 y ss.
672

Meteorologica, el De lapidibus, De sensu, De plantis y los fragmentos
correspondientes de Teofrasto; entre la Physica y la obra correlativa de
Eudemo, etc. En determinados pasajes puede incluso resultar conveniente
la confrontación con la obra de otros autores no necesariamente
peripatéticos, entre los que se nombra a Herón, Aquiles Estacio, Cleomedes,
Ptolomeo, Proclo, Séneca, Plinio, etc.: «Ac sunt alii multi —añade el autor—,
gui operam suani possunt his (scil. libris aristotelicis) accomodare: quos si
persequerer sigillatirn, Bibliotheca integra esset explicanda>A
7. La última
recomendación en este sentido consiste en conocer bien los comentaristas
antiguos de Aristóteles y emplearlos habitualmente en la explicación;
entre ellos, se recomienda a Alejandro de Afrodisíade como al más
sobresaliente>8.
Un nuevo apartado en el capítulo de la scientia, lo constituye el
conocimiento cabal de la doctrina de otras escuelas filosóficas distintas de
la peripatética, por más que sea ésta, matiza el autor, la única que
comúnmente se enseña. De esta manera, si se producen discrepancias en
algún punto entre una y otras, estará el maestro en condiciones de mostrar
lo que es correcto y de repudiar lo falso5~3. Es posible, reconoce Núñez, que
quien pretenda cumplir este requisito se tope con un obstáculo dificil de
franquear, cual es la pérdida de gran parte de los escritos de muchos
filósofos debida al inevitable rigor del mucho tiempo transcurrido.
El intento de paliar esta carencia en la medida de sus posibilidades, le
permite a nuestro humanista hacer cierta gala de su erudición,
proporcionando al lector una suerte de catálogo de lecturas aconsejables
para el conocimiento de las otras escuelas filosóficas~

para lo concerniente a la doctrina pitagórica, y «mientras no vean la luz
los libros de Jámblico y de Simplicio”, se aconseja recurrir a los pasajes
que Escutelo ha interpolado tomándolos de Jámblico y a lo que Laercio dejó
escrito en la vida de éste.
Por lo que a Platón se refiere, casi todos sus escritos están a disposición
de los estudiosos, como lo están también muchos comentarios griegos a su
obra, aunque el autor eche en falta una edición de Proclo~’
1. Muy
provechosa para el conocimiento de esta escuela resulta la lectura de
Plotino, ya editado por entonces en griego y en latín. Circulan asimismo
algunos escritos de Jámblico, Numenio y otros platónicos, aunque en mal
estado de conservación, y también se puede consultar a Apuleyo~’2.
Poco es lo que ha llegado de la doctrina epicúrea, pero nos es posible
conocer mucho de Epicuro gracias a Laercio, dado que se mostró más
minucioso en la descripción de esta corriente que en la de otras; el estudio
se completará con Lucrecio, quien describió en verso la filosofia natural
de esta escuela. Para conocer la filosofía estoica, se recomienda leer el
libro de Epicteto, con los escolios de Simplicio y de Arriano63, pero sobre
lodo a Séneca; también serán de utilidad —en lo concerniente a la física—
los Meteoros de Cleomedes; como epítome, por último, se puede también leer
lo que Laercio escribió sobre Zenón. Por lo que respecta, por último, a la
escuela escéptica, de ella trató con mucha erudición Sexto Pirrón en sus
En general, la bibliografía de Núñez, no sólo en esta ocasión sino a lo largo de toda la
obra, ofrece un carácter más exhaustivo y minucioso que la de su colega, pero se halla
casi exclusivamente escorada hacia la lectura de las fuentes. Sin embargo, Fox
aconseja, en determinadas cuestiones, las obras de algunos contemporáneos, tomando
esta afirmación en sentido amplio. Así, el nombre de Vives aparece citado, y muy
ekogiosamente por cierto, en dos ocasiones (pág. 407 y 408>, o para la mejor
comprensión del pensamiento platónico se recomienda leer a Marsilio Ficino y a
Bessarión (pág. 406>.
61 «Utinarn aliquando ederentur comnhentaril Graecí in Platonem et libri illi De
Theologia Platonica Proclí, arque integra Stoechiosis eiusdem Theoí. Pía ton. guam
vulgus ficto indice de causis falso ascripsit Aristotelí» (De recta ratione, fols. 22v y
23>.
62 El autor de El asno de oro escribió también varios tratados filosóficos, entre
ellos un De Platone et eius dogmata que es libro al que aquí hace referencia Núñez.
63 «Stoicarn disciplinaní gui nosse cupil-, adeat Epicteti libe¡lum aureolum cum
sclioiiis Sim plicii, sed copiosiores commentarii Gráeci Arriani” (De recta ratione,
fol. 23>. El consejo pone de manifiesto cierta confusión en Núñez, pues Epicteto nada
escribió de su propia mano, y las conocidas Diatribas —en las que se recoge su
pensamiento— no fueron comentadas sino compuestas por su discipulo Arriano.
674

libros Adversus mathematicos y en las Hypotyposeis, traducidos por
Herveto y muy bien anotados, se recalca, por Estéfano 64.
Las otras escuelas filosóficas no son de gran interés, pero —añade el
autor— si desea consultarse algo sobre ellas, se utilizará preferentemente a
Laercio, el De decretis philosophorum de Plutarco o la Historia
Philosophica de Galeno «aut quicungue fuit»65. Estos dos últimos textos
están bastante deteriorados y resultan muy útiles para corregirlos las
Églogas de Estobeo66, de las que nuestro humanista confiesa haber visto un
ejemplar manuscrito en casa de Antonio Agustín. Finalmente, se completa
la bibliografía sobre este apartado con la siguiente relación:
Ornare hanc guogue studioruni parteni possunt nultuni scrípta Ciceronís,
Pío tarchi, Galeni, al-que explanatoruni Platonis, et Aristotelis, Athenaei,
Apuleii, A. Gellit Macrobil, Porphyrii, et praesertini in libro De Abstinentia
animatorum atque in Commentaria Harmonicorum Proiomei. (...) Possunt er alii
non parun con ferre ad hoc institutuni: ut Strabo Creographus, gui pro fessione
fuit stoicus, el- Achules Stathius in illis guae ad Aratumn scripsit,
Quinctilianus, Portunatianus et alii, guos longurn esset recensere 67~
Con la sugerencia de leer también a los Padres de la Iglesia, finaliza el
autor este largo excurso dedicado a las lecturas recomendables para el
estudio de otras escuelas filosóficas.
En otro sentido, recomienda también muy vivamente el autor que se
adquiera un buen conocimiento de la cronología de los filósofos, lo que se
podrá aprender mediante la lectura de Laercio, Eunapio68 o en algún otro
lugar. Lo importante es evitar esa ávtoTopflo(a tan execrable en cualquier
clase de estudios. Así se podrá adquirir, además, la capacidad de corregir
más certeramente los libros que tengamos entre manos, dando con justicia
las gracias al autor y menos merecidas a quien ha copiado y, al propio
tiempo, se evitará caer en errores del calibre de los que Núñez aduce a
manera de ejemplo y que reproducimos aquí por lo anecdótico:
64 Tanto estas Hypotyposeis, que en parte recogen efectivamente el pensamiento
de Pirrón, corno el Contra ¡os matemáticos son obra de Sexto Empírico.
~ De recta ratione, fol. 24.
66 Sin embargo, Estobeo, al copiar en muchos casos selecciones elaboradas por
otros, presenta, con frecuencia, un texto deficiente.
~ Ibidem, fols. 24 y 24v.
68 Las obras de Diógenes Laercio y de Eunapio a las que se refiere Núñez son las
Vidas y opiniones de los filósofos y las Vidas de los sofistas, respectivamente.
675

Huius observa tione negligentia excitata sunt illa monstra errorunh in litteris:
«Arisvoteles bbc iocuni Epicurum refellin’, cuni vix ex ephebis excessisset
Epicurus, quo anno nortuus Aristoteles. Et alterurn hu¡c geneflum: «Hoc
desumpsit Galenus ax Porphyrio» gui centumn prope annis post Calen un¡ in hanc
luce susceptus fuirb Ibídem, fol. 29.
71 Cf. ibidem, fol. 21.
676

cívicos, por una parte, y morales, por otra, que caracterizaban los escritos
sobre educación de los grandes pedagogos de la primera parte del siglo. Es
bien conocida la línea divisoria que a este respecto han establecido los
investigadores entre el humanismo italiano y el nórdico, pues —con todos
los riesgos que siempre implica la generalización— mientras que este
último hizo suyos y profundizó en aquellos fines que comentábamos, en
Italia el movimiento humanista evolucionó hacia una progresiva
academización.
Pues bien, las ideas pedagógicas de Núñez parece que deben inscribirse
en esta línea caracterizada por la secularización —que no paganización— de
la enseñanza, y por el énfasis en su vertiente propiamente académica.
Resulta interesante en este sentido constatar, por ejemplo, la ausencia de
otros requisitos en el maestro que no pertenezcan sensu stricto al campo de
lo intelectual. Frente a ello, Vives, de quien por otra parte tanto poso hay
en muchos escritos de Núñez, insiste con frecuencia en el perfil moral del
profesor
72, faceta que en nuestro humanista queda, sin embargo, relegada
al silencio. Entre aquellas exigencias de orden, pues, estrictamente
intelectual que preocupaban a Núñez, éste hace particular hincapié en el
conocimiento de las fuentes y en el empleo de los instrumentos que
permitan acceder a ellas en las mejores condiciones, entendiendo por tales
instrumentos el conocimiento de las lenguas clásicas y la aplicación de
rigurosos criterios filológicos y de crítica textual. Pero el perfil del
profesor quedaría incompleto si a esa faceta intelectual no se le suma la
necesaria preparación pedagógica, lo que nuestro autor plasma en el
necesario conocimiento y aplicación de lo que él denomina paideia, y que
no es sino el método. Esa exigencia de una adecuada formación en ambos
aspectos, el científico y el metodológico —la scientia y la paideja—, que
72 Por ejemplo en el De tradendis discípiínis se pide a los profesores, además de
conocimientos y capacidad para enseñar, que «mores sint in eis puris” (II, 1, en
Opera omnia, VI, pág. 274). En el mismo capítulo afirma Vives que «Qui ad magisteria
evehentun censeantur non ex doctrina modo, sed etiam moribus’>, e insiste en ello
apenas unas líneas más adelante: «Faciant eos professores aut magistros, gui
eruditione, iudicio, moribus, et docere alios, er in vulgus approbari possint» (ibidem,
pág. 276>.
677

Núñez se aplicó a sí mismo tanto como predicó para los demás, resume con
precisión sus ideas sobre los maestros 73.
Otro tanto cabe afirmar en el caso de los discípulos. Si Erasmo74 había
colocado entre los fines de la educación no sólo el amor a las artes
liberales, sino, sobre todo, la preparación para los deberes cívicos y el
reforzamiento de la piedad, poco podemos encontrar en nuestro humanista
de estos últimos aspectos y mucho, por el contrario, del primero. Sólo una
vez habla Núñez de la virtud como fin de la educación y lo hace tomando
un referente no cristiano, sino aristotélico75; por lo demás, lo que pide y
espera de sus alumnos se resume en una serie de cualidades de orden
exclusivamente académico: inteligencia, conocimientos y aplicación,
traducción de aquellas natura, ars y exercitatio tomadas por el humanismo
de la sofística griega.
En cualquier caso, es evidente que no podemos convertir a Núñez en un
exponente de las ideas pedagógicas imperantes en nuestro país a fines del
siglo XVI; es más, diríase que hasta cierto punto fue, en este sentido, un
personaje bastante singular.
~3 Llama la atención en el capítulo dedicado a los maestros el hecho de que nada
se indique sobre la necesidad de seleccionarlos mediante algún examen previo, algo
que sí se había pedido, y con relativo énfasis, en el caso de los alumnos.
~ «Sicut prima —afirmó Erasmo—, ita praecipua, est ut tenellus aninius imbibat
pietatis seminaria,proxirna vi- liberales disciplinas er amet er perdiscat, tertia est in
ad vitae officia instruatur, guarta est ut a prin’is statim aevi rudimentis civilitati
nioruin adsuescat» (tomo la cita de W. H. Woodward, op. cit, pág. 115).
‘~ «Deinde —matiza aún más, líneas abajo— si non exerceatur causa virtutis, aut
nostra ipsorurn, aut amicorum, sed guaestus aut ambitionis e ¡iberalium quogue
numero ludicio Aristotelis eximuntur» (Vita Aristotelis, fol. 116v. cf. Aristóteles,
Pol., VIII, 1337b 4-21>.
678

CONCLUSIONES GENERALES
§ 1. La impresión que queda tras el recorrido que hemos efectuado
en este trabajo a través de la vida y la obra escrita de Pedro Juan Núñez no
es la de encontrarnos ante un pensador excepcional, ni siquiera
excesivamente original, pero sí ante uno de los ejemplos más
representativos, en lo que a España se refiere, de genuino cultivador de
aquellos studia humanitatis que dieron nombre al movimiento humanista.
A enseñar las ‘letras humanas’, y a enseñarlas bien, dedicó buena parte de
sus esfuerzos, que se aplicaron no sólo a la práctica cotidiana de la
docencia, sino que tuvieron también reflejo en la nutrida serie de
manuales que compuso y en las frecuentes reflexiones de carácter
didáctico y metodológico que atraviesan su obra. Representa Núñez uno de
esos casos en los que el ejercicio de la enseñanza parece que respondió
verdaderamente a una vocación, y no, como ocurre con tanta frecuencia, a
un acto de resignación ante la falta de mejores perspectivas.
~ 2. La reconstrucción que hemos hecho de la biografía de Núñez
permite comprobar, en efecto, que fue la suya una vida consagrada a la
docencia. Este hecho justificaría sus continuos desplazamientos de
Universidad en Universidad, motivados por el propio sistema de
contratación del profesorado universitario en aquella época que permitía
ofrecer condiciones ventajosas a los catedráticos de prestigio. Que Núñez
formaba parte de ese grupo es algo fácil de constatar, si atendemos a las
elevadas retribuciones económicas —excepcionales, en ocasiones— que
679

percibió en sus destinos sucesivos, y que estaban muy por encima de los
exiguos salarios con los que se retribuía por lo general a los profesores de
Gramática y de Artes, el peldaño más bajo en el escalafón universitario.
~ 3. Esta, más que otras motivaciones de carácter ideológico, parece
haber sido la causa última de una vida itinerante —siempre en el marco de
la Corona de Aragón—, que tuvo a las ciudades de Valencia, Zaragoza, Lérida
y Barcelona como principales escenarios de su actividad. La excepción a la
regla la constituye, en este caso, la salida de su ciudad natal en 1563, tras el
Proceso con el que la Inquisición asestó el golpe de gracia al erasmismo
local. La amistad de Núñez con algunos de los procesados y el hecho de que
su nombre saliera a relucir en la correspondencia de aquéllos aconsejaba
una prudente retirada, que Núñez practicó no sólo con su partida hacia
Zaragoza, sino también con un prolongado silencio editorial.
§ 4. El análisis de la biografía de nuestro autor permite asimismo
constatar otro hecho interesante, como es el de que las dos personas que
tuvieron sobre él mayor ascendencia intelectual, Antonio Agustín y Pierre
de la Ramée, ocupen los dos extremos del espectro religioso de la época: un
arzobispo de la Iglesia católica, en el primer caso, y un calvinista —que
pagó con su vida por ello— en el segundo. Otro tanto ocurre en lo que
concierne a su círculo de amistades, pues entre ellas encontramos,
igualmente, representantes de dos mundos tan opuestos como el de los
jesuitas —el Padre Schott— y el de los protestantes —Pedro Galés—, o, cuando
menos, erasmistas —Conqués y Centelles—. La aparente contradicción se
resuelve si del plano religioso pasamos al intelectual; en él encontramos el
eslabón que lo vincula tanto a unos como a otros, ya que fueron todos ellos,
en efecto, reputados hombres de letras.
S 5. El hecho es demostrativo de lo que podríamos llamar el carácter
tolerante de Núñez en materia religiosa. Ciertamente no conocemos sus
creencias más íntimas, pues nunca permitió que se mezclaran en su obra
las cuestiones científicas con los asuntos de la fe; pero como hombre que
era de gran finura intelectual, es lógico pensar que le preocuparan los
conflictos religiosos que azotaron su época. En cualquier caso, dio muestras
680

de una sentida libertad de espíritu y de una independencia religiosa, cuyo
beneficio inmediato fue el permitirle contar con buenas amistades en
ambos frentes, y que quedaron asimismo reflejadas en el carácter laico y
puramente académico que preside toda su producción impresa.
5 6. Fue Núñez un fecundo e incansable escritor, cuya actividad en
este sentido, al menos la que llegó a ver la luz, se concentra en torno al
comienzo (1552-1557> y al final de su vida académica (1575-1601>, con un
largo período intermedio sin publicaciones. Como es lógico en toda obra de
las dimensiones que alcanzó la suya, no todo cuanto Núñez dio a la
imprenta a lo largo de su vida reviste una importancia similar, y así
encontramos trabajos de gran alcance intelectual conviviendo con otros
títulos de tono bastante menor.
5 7. Gran parte de la obra impresa de Pedro Juan Núñez tuvo una
marcada orientación didáctica, visible sobre todo en la producción de su
primera época. Así, entre 1352 y 1556 vieron la luz las Institutiones
Oratoriae, el Libellus de constitutione artis Dialectica, las Institutiones
Physi cae, las Institutiones Grammaticae linguae Graecae y los Apposita M.
it Ciceronis; un conjunto de manuales que, como la mera lectura de los
títulos permite comprobar, cubría prácticamente el espectro de las
enseñanzas que se impartían en los estudios de Gramática y en la Facultad
de Artes. La excepción a esta regla la constituyó la Oratio de causis
obscuritaris Aristoreleae de 1554, un curioso texto de crítica filológica
orientado a facilitar la tarea de los profesores de Filosofía en lo que se
refiere al comentario de los textos de Aristóteles.
Tras un periodo de retiro, el reencuentro de Núñez con las prensas se
inició con la factura de dos nuevos manuales (el Alphabetum Graecum y
las Institutiones Rhetoricae con las Tabulae que las resumen> y con la
reedición de alguno de los que había compuesto con anterioridad. Lo más
sobresaliente de esta etapa es el tono científico y erudito que comienzan a
adquirir sus publicaciones nuevas, y la profunda revisión que se hace de
las obras que se reeditan. También hay que señalar, por lo que significa,
que nunca volvió a imprimir ninguna de las obras ramistas de su juventud.
681

Por último, al final de su vida Núñez cambió por completo la
orientación de su obra impresa. las obras de esta última etapa, ediciones y
anotaciones a las mismas (caracterizadas todas ellas por la madurez
intelectual de su autor), fueron precisamente las que consagraron a Núñez
como filólogo y le dieron un cierto renombre internacional. Entre ellas se
cuenta la Vita Aristotelis, edición de una anónima biografia del Estagirita,
a la que Núñez completó con una auténtica ‘enciclopedia’ peripatética. Su
edición de la Ecloge del aticista Frínico, también generosamente anotada,
marcó, por su parte, un hito en la historia de la transmisión textual de este
autor. Las Notae a la Chrestomatia de Proclo, a un fragmento anónimo
anteriormente atribuido a Censorino y a los dos primeros libros de la
Chorographia de Pomponio Mela, completan las obras de carácter
filológico que caracterizan esta brillante fase final de su producción
impresa.
§ 8. En lo tocante a los también numerosos manuscritos con obras de
Pedro Juan Núñez que han llegado hasta nuestros días, su contenido se
corresponde, por lo general, con apuntes de clase hechos por alumnos o
con lo que parecen ser notas del propio autor para sus lecciones. En otros
casos se trata de resúmenes o meras copias de alguno de sus textos
impresos. Alguno de esos textos, no obstante, revisten especial interés en
cuanto que nos permiten rastrear las huellas de una evolución doctrinal,
que en otro caso no quedaría suficientemente documentada, dado el
silencio editorial que el autor practicó durante una larga etapa de su
existencia; tal es el caso, por ejemplo, de la doctrina dialéctica, terreno en
el que los manuscritos prestan una gran ayuda para fijar las sucesivas
fases por las que atravesó su autor. Excepcionalmente, por último,
constituyen el único testimonio de una obra por completo original en
relación a su producción impresa, como es el caso del léxico filosófico
greco-latino conservado en un manuscrito de Zaragoza.
§ 9. Como filósofo Núñez cultivó principalmente la disciplina lógica.
En este terreno, se alineó con aquella corriente de la lógica renacentista
—inaugurada por Lorenzo Valía y Jorge Agrícola— que, prescindiendo por
completo del bagaje de la escolástica, reivindicaba para esta disciplina el
682

primitivo carácter de ars sermocinalis que ocupaba junto con la gramática
y la retórica en el antiguo rrivium. La ausencia de todos los temas propios
de la lógica nominalista (como la consequentia, la suppositio terminorum,
etc.> caracterizaba a esta corriente, tanto como lo hacia el traspaso de la
inventio y dispositio de los argumentos, desde su primitivo asiento en la
disciplina retórica, a su nueva consideración como partes de la lógica.
Núñez fue el primero en introducir esta nueva orientación en las aulas
valentinas, como lo fue asimismo en aplicar el espíritu crítico y las
prácticas filológicas del humanismo al comentario de los textos filosóficos.
El Libellus de Constitutione Artis Dialecticae y la Oratio

conficiendi curriculi Philosophiae de 1594. Con este impreso podemos dar
por cerrado el ciclo de la evolución del humanista valenciano, quien,
arrancando de unos comienzos como seguidor de Pedro Ramos —el
antiaristotélico quizá más ferviente que ha dado la historia de la filosofia—
desembocó finalmente en una firme adhesión a los principios de la escuela
peripatética, aunque manteniéndose siempre a lo largo de su particular
periplo dentro de los límites de la más pura ortodoxia humanista. Y con esto
último me estoy refiriendo a asuntos de no escasa envergadura, como
pueden ser el rigor en la crítica de los textos, el estudio de la lengua griega
como medio de acceso a las fuentes originales, la lectura atenta de estas
fuentes, la crítica a los debates hueros y estériles de la escolástica o la
adopción de nuevos métodos y criterios pedagógicos; características todas
ellas que se dan cumplidamente en Pedro Juan Núñez y que, más que la
adhesión a una u otra escuela filosófica, serán las que, en suma, definan su
perfil de filósofo humanista.
§ 13. Tanto en una como en otra etapa, sus méritos como filósofo no
traspasaron los términos del buen divulgador, primero de las ideas
ramistas y después de las aristotélicas. No sería justo, sin embargo, dejar de
reconocerle las no pocas virtudes con las que supo adornar este papel de
fiel transmisor de las doctrinas ajenas. Cabe subrayar entre ellas, su muy
acentuado rigor científico, que le llevó a argumentar y justificar
exhaustivamente sus adhesiones, e, incluso, a disentir tanto de Ramos como
de Aristóteles cuando así lo consideró conveniente. Igualmente destacables
son, a mi entender, los criterios filológicos que aplicó al estudio de los
textos de los filósofos clásicos, y el estilo claro y extraordinariamente
metódico con el que revistió todas sus exposiciones.
§ 14. También como filólogo gozó Núñez en su época de alto aprecio,
siendo considerado ya por entonces un excelente helenista. En este sentido,
al contrario de lo que ocurría en el capítulo anterior, sus aportaciones
científicas revistieron mayor originalidad y demuestran una
investigación propia en diversos terrenos. Tal ocurre en el caso de la
fonética del griego antiguo, tema por el que se sintió particularmente
atraído. Nadie había abordado su estudio en nuestro país, desde Nebrija, con
684

el rigor con el que Núñez lo hizo. El resultado quedó recogido en un libro
extraordinariamente interesante en varios aspectos: el Alpha betum
Graecum de 1575. El título resulta familiar en cuanto que es común a un
tipo de publicaciones dedicadas a presentar las primeras letras de la lengua
griega a los principiantes; sin embargo Núñez convirtió lo que en otros
casos no pasaba de ser una ‘cartilla’, en un tratado que sorprende por su
nivel científico —dentro de los límites propios de la época—, y, una vez más,
por su carácter extraordinariamente metódico. La decidida y argumentada
defensa que en él se hace de la pronunciación antigua frente a la
bizantina —habitual esta última por entonces en nuestras Universidades—,
tuvo como resultado el que a partir de su publicación aquélla comenzara a
imponerse en las aulas de nuestro país.
§ 15. Otra faceta de su actividad intelectual en la que quedó recogida
la rigurosa formación filológica de Núñez fue la de editor. En dos ocasiones
—ambas, como ya hemos señalado, al final de su vida— acometió la tarea de
hacer la ‘edición crítica’ de un manuscrito, que contenía una anónima
Vii-a Aristotelis, en el primer caso, y la Ecloge del aticista Frinico en el
segundo. A este interés por la crítica textual y por la filología —ambas
ediciones fueron acompañadas de unas extensas y eruditas Notas— no
habría sido ajena, a mi entender, su amistad con Antonio Agustín. Las
frecuentes visitas e incluso estancias en el Palacio Arzobispal de quien era
un hombre de grandes inquietudes intelectuales y con una posición social
que le permitía satisfacerlas, supusieron para Núñez un impulso decisivo a
su vocación de filólogo. Allí pudo disfrutar, no sólo de una magnífica
Biblioteca, sino también de las monedas e inscripciones de la Antiguedad
que Agustín coleccionaba; participar —al menos indirectamente, como así
hemos dejado constancia— en la correspondencia intelectual mantenida
con eruditos europeos; conocer a otro hombres de letras, como fue el caso
del Padre Schott, su gran amigo y colaborador a partir de entonces;
obtener, en suma, un alto provecho humano e intelectual, al que no serian
ajenas estas brillantes publicaciones del final de su existencia.
§ 16. El estudio que hemos llevado a cabo de las dos ediciones
mencionadas permite comprobar que Núñez tuvo un agudo instinto como
685

crítico textual, que le llevó a proponer una serie de enmiendas y
correcciones cuyo acierto, en buen número de casos, han demostrado
ediciones más recientes. La aceptación que tuvieron ambos trabajos y la
larga vigencia de la que disfrutaron, con sucesivas reediciones en siglos
posteriores, son los mejores testimonios del nivel científico que Núñez
acertó a imprimirles.
§17. Uno de los aspectos que quizá llamen más la atención al leer las
páginas de la producción impresa de Núñez —ya sea en su vertiente
filológica, ya filosófica o retórica— consiste en la extraordinaria erudición
de su autor que aquellas rezuman. Los númerosos autores clásicos que se
cita, junto con la exposición de muchas de sus ideas y de las obras donde
éstas se vierten, son hechos que denotan una familiaridad con las fuentes
de la Antigúedad greco-latina que no sólo despertaba admiración ya en su
época, sino que sigue llamando la atención todavía en nuestros días.
§ 18. Las inquietudes pedagógicas formaban parte de la sustancia
misma del movimiento humanista y Núñez participó de ese sentir general,
que propugnaba modificar los planes de estudios, tanto como las
condiciones en las que se llevaba a cabo la enseñanza y los métodos
empleados por los profesores. Si hemos comprobado anteriormente que la
vinculación doctrinal de Pedro Juan Núñez con el ramismo fue
relativamente efímera, no es posible afirmar lo mismo con respecto a la
herencia que recibió de Ramos en el plano pedagógico y metodólogico y a
la que Núñez permaneció fiel hasta el final de sus días. Fue Pedro Ramos,
en efecto, ante todo un pedagogo, un hombre profundamente preocupado
por la adecuada organización de los planes de estudio y por el método como
eficaz ayuda en la transmisión del saber. Ambas preocupaciones fueron
heredadas por nuestro humanista, quien a lo largo de su obra dedicó no
pocas reflexiones teóricas a tratar ambas cuestiones.
§ 19. La propia concepción del aprendizaje como una adecuada
combinación de natura, ars y exercítatio, así como la formulación teórica
de estos tres conceptos, presentan en Núñez una clara influencia ramista.
Esta es especialmente visible en el caso de la exercitatio, que fue explicada
686

por Núñez como un sistema bimembre basado en los procesos de analysis y
gen esis, reproduciendo así punto por punto no sólo la estructura, sino
incluso la propia terminología de Ramos. Exercitatio era para Ramos sobre
todo analysis y analysis era, a su vez, comentario de textos. Pues bien,
aunque Núñez modificara posteriormente el aspecto terminológico, lo
cierto es que mantuvo siempre lo esencial del modelo de comentario de
textos propuesto por Ramos.
§ 20. En lo que respecta, por su parte, al método, nuestro autor
abandonó pronto las formulaciones teóricas del ramismo que había
adoptado en una primera etapa (aunque nunca había llegado tampoco a
seguirlas de una forma completamente ortodoxa>. Pero la huella que en
este sentido le dejó Pedro Ramos fue la propia preocupación metodológica
en sí, cuestión que en este caso constituye lo auténticamente relevante y
no las sucesivas adhesiones de Núñez a tales o cuales métodos. La obsesión
por el método, en efecto —entendido no sólo como un concepto sometido a
discusión teórica, sino, sobre todo, como algo a lo que debía someterse en
primer lugar la propia producción—, impregna hasta tal punto toda la obra
de Núñez, que ese carácter metódico y sistemático ha llegado precisamente
a constituir su principal característica.
§ 21. La elaboración de tablas dicotómicas como apoyo para la
memorización de las enseñanzas —tan característica del ramismo— es otro
de los aspectos didácticos que vinculan de forma inequívoca a Núñez con
dicha escuela, pues fue él uno de los principales cultivadores de ese sistema
en España y su introductor en nuestro pais.
§ 22. No tanto de influencia ramista, cuanto reflejo de una
preocupación compartida por todos los humanistas de la época, son las
propuestas de Núñez encaminadas a la reorganización de los estudios de
Artes. También en este aspecto sus opiniones evolucionaron, atravesando
por fases diversas. Pero la más original de entre todas sus propuestas fue la
de desgajar los estudios de Filosofía del ciclo de Artes, reivindicando para
ellos un estatuto de estudios superiores y una duración de cinco años.
687

§ 23. Por lo que respecta al influjo de otros teóricos de la educación,
como pudo ser el caso de Erasmo o Vives, parece evidente que Núñez
conocía bien la obra de ambos, en especial la de su paisano, cuyos ecos son
muy perceptibles en más de un pasaje. Sin embargo, dichos ecos se limitan,
con frecuencia, a los aspectos más académicos del proceso educativo, con
ausencia de otras implicaciones psicológicas, y no digamos morales, tan
presentes por el contrario en la obra de los dos humanistas citados. En este
sentido, pues, nuestro humanista parece haber estado más identificado con
el modelo pedagógico italiano que con el del humanismo llamado nórdico.
§ 24. La conclusión final, en definitiva, es que la semblanza que de
Pedro Juan Núñez hemos intentado dibujar a lo largo de este trabajo puede
muy bien resumirse en un solo rasgo: el de humanista. Un humanista
riguroso en su quehacer intelectual y comprometido con su tiempo en su
afán por la renovación de la enseñanza, que merece, a nuestro juicio, un
papel bastante más destacado en el panorama del humanismo hispano que
el que la historia ha querido otorgarle hasta el momento.
688

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