estratos - Enresa
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TRIBUNA LIBRE<br />
casi automáticamente en todas las redacciones<br />
para la mayor parte de los<br />
temas (a ningún periodista de una sección<br />
de política internacional se le ocurrirá<br />
escribir sobre la «perestroika», el<br />
sionismo o la «contra» nicaraguense sin<br />
previamente haberse documentado al<br />
respecto), es en cambio flagrantemente<br />
ignorada en temas de ciencia. Incluso<br />
en los medios de comunicación más<br />
importantes. Y así, es posible observar<br />
cómo una avería de muy escasa importancia<br />
económica y de nula repercusión<br />
tecnológica y humana obtiene honores<br />
de grandes titulares y varias columnas<br />
de texto si se trata de una avería<br />
en una central nuclear de producción<br />
de electricidad. El fenómeno mismo<br />
de la radiactividad sigue siendo un<br />
misterio insondable para la población,<br />
en general, y para la mayoría de los periodistas,<br />
incluso los más cultos humanísticamente<br />
hablando, en particular.<br />
Sin embargo, sin necesidad de haber<br />
estudiado en una escuela de ingenieros<br />
o en una facultad de ciencias, es probablemente<br />
más sencillo comprender qué<br />
es y cómo se produce la radiactividad<br />
que, por ejemplo, adivinar por qué la<br />
Bolsa ha sufrido el «crash» que ha sufrido,<br />
o por qué era más izquierdista<br />
que Gorbachov el defenestrado Boris<br />
Eltsin, posteriormente nombrado viceministro<br />
de la URSS.<br />
No obstante, estoy seguro que cualquier<br />
periodista se atreverá a dar su<br />
opinión, generalmente enfática y contundente,<br />
sobre tan inexplicables fenómenos<br />
económicos y políticos, y en<br />
cambio ¡seguirá afirmando que la radiactividad<br />
no existiría si el hombre no<br />
hubiera descubierto la energía atómi-<br />
ca! (leido en un periódico de Madrid<br />
hace un mes). Y no son sólo los periodistas;<br />
ya hemos visto más arriba que<br />
los que nos dedicarnos al noble oficio<br />
de comunicar sólo somos un reflejo<br />
fiel de la sociedad para la que trabajamos.<br />
No me resisto, como colofón a estas<br />
reflexiones desencantadas, a narrar un<br />
sucedido, como se dice en los pueblos,<br />
experimentado por mi mismo. La medicina,<br />
aliada a la tecnología más vanguardista,<br />
dispone desde hace muy pocos<br />
años de un nuevo aparato para visualizar<br />
el interior del cuerpo humano<br />
tan perfecto o más que el famoso<br />
«scanner»; igualmente caro, eso sí, pero<br />
que por no utilizar rayos X resulta<br />
totalmente inofensivo para el organismo.<br />
Se llama RMN (Resonancia Magnética<br />
Nuclear) porque se basa en un<br />
principio físico de los electrones en los<br />
átomos de hidrógeno, cuya vibración,<br />
por así decirlo, es detectable por medios<br />
magnéticos (los protones, núcleos<br />
del hidrógeno, están cargados positivamente<br />
y desempeñan un papel fundamental<br />
en el proceso; de ahí el adjetivo<br />
«nuclear» unido al fenómeno físico de<br />
la «resonancia» detectada por medios<br />
«magnéticos»). Pues bien, a finales del<br />
pasado mes de noviembre, en un simposio<br />
neuroquirúrgico organizado por<br />
el Hospital Ramón y Cajal de Madrid,<br />
se remitió a los medios informativos<br />
una documentación muy extensa sobre<br />
los actos a celebrar, con un excelente<br />
texto de información para la prensa,<br />
conteniendo una documentación exhaustiva<br />
sobre un fenómeno nuevo y<br />
de enorme interés médico: la «resonancia<br />
magnética». A los especialistas del<br />
Ramón y Cajal, o al menos a los responsables<br />
del envío de tan completa<br />
documentación, se les ha caido por algún<br />
sitio el tercer adjetivo, «nuclear»,<br />
que caracteriza a ese medio de diagnóstico.<br />
Confieso humildemente que<br />
cuando leí los papeles yo esperaba encontrar<br />
algo diferente, nuevo, quizá<br />
una derivación sofisticada de la RMN<br />
que yo conocía; pero no, lo que ellos<br />
llamaban resonal)cia magnetica no era<br />
más que la RMN habitual, de la que<br />
han hablado, y seguirán hablando cada<br />
vez más, las revistas especializadas e<br />
incluso la prensa en general (con motivo,<br />
por ejemplo, de la adquisición por<br />
la Seguridad Social de varios aparatos<br />
de este tipo después del pasado<br />
verano).<br />
y es que lo «nuclear» no vende, aunque<br />
se trate, como es este caso, de algo<br />
que no tiene que ver ni remotamente<br />
con las bombas nucleares, ni siquiera<br />
con las centrales nucleares o la propia<br />
medicina nuclear, que utiliza isótopos<br />
radiactivos para el diagnóstico de enfermedades<br />
o para la eliminación de<br />
tumores.<br />
Ya quedó claro el desencanto de<br />
quien esto escribe ante fenómenos de<br />
semejante calibre. Con todo, la solución,<br />
que seguramente será lenta y a<br />
largo plazo, no puede ser más que una:<br />
la información. Tenemos que informar<br />
correctamente a la sociedad. Y si para<br />
ello tenemos que informarnos previamente<br />
nosotros, hagámoslo. Perdámosle<br />
el temor reverencial, teñido de<br />
suficiencia displicente, a la ciencia y<br />
sus conceptos. No es más difícil adquirir<br />
una más que suficiente cultura científica<br />
que adquirir dosis similares de la<br />
cultura más tradicional. Porque se me<br />
antoja que cultura sólo hay una. Y somos<br />
nosotros los que nos empeñamos<br />
en compartimentarla.<br />
No es posible concebir un hombre<br />
culto en los albores del siglo XXI si no<br />
integra en esa cultura los valores humanísticos,<br />
artísticos, literarios, científicos<br />
y, en general, todo aquello que el<br />
hombre ha sido capaz de ir descubriendo,<br />
apreciando y utilizando. La humanidad<br />
asiste, entre inquieta y expectante,<br />
al advenimiento de un nuevo siglo<br />
en medio de extraordinarios avances<br />
del conocimiento en todos los campos.<br />
No cerremos los ojos ante esos avances,<br />
dejándoles el usufructo exclusivo a<br />
unos pocos; incorporémonos a ellos<br />
con entusiasmo. Son, lo mismo que la<br />
cultura del pasado, parte sustancial de<br />
nuestra cultura presente; y, desde luego,<br />
de la cultura del próximo futuro . •<br />
Manuel TOHARIA<br />
ESTRATOS 37