compendio - Biblioteca Universitaria de la Universidad de Málaga

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to á los Siracusanos ya abatidos: lograron tales
ventajas, que se vio Nicias precisado á pedir
socorro á Atenas.
Por haber concebido tan seguras esperan­
zas admiró esta petición de nuevos refuer­
zos, pero no acobardó. Enviaron los Atenien­
ses otra armada, y la mandaba Demóstenes,
General atrevido y confiado, con ocho mil
hombres, máquinas y muchos víveres. Llegó
esta con aparato y ayre de victoria, corona­
das las popas de flores, y los mástiles carga­
dos de banderolas. Los ecos de Siracusa sitia­
da se encontraban con el ruido de las trom­
petas y gritos que salían del campo y de la
armada.
A las tropas que habían llegado de re­
fresco las abrasaba el deseo de señalarse. De­
móstenes determinó á Nicias á dar el asalto,
pero no fue feliz. Los Atenienses que blo­
queaban á Siracusa se vieron bloqueados en
, el puerto. La necesidad de una retirada, que
empezaban á conocer como precisa, los empe­
ñó en hacer los últimos esfuerzos para sal­
var su armada, y esto les ocasionó un com­
bate de los mas terribles que se refieren en
las historias. Estaban formados los dos exér-
citos de tierra sobre la costa: los ciudadanos