Noveles
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«yo no me preparé para esto. Estudié una carrera docente para enseñar en un grupo diferente<br />
a los que estoy tratando ahora. Hay alumnos que no escriben ni cinco renglones, que<br />
ni siquiera abren la carpeta en clase. Se suponía que el alumno iba a la escuela a aprender.<br />
Pero ahora tenemos alumnos muy apáticos, no quieren estudiar y no les interesa la<br />
clase. Tuve que bajar el nivel ¡pero al subsuelo! Hasta el nivel de diálogo tiene que bajar<br />
porque hay palabras que no conocen, manejan un vocabulario limitado y si los sacás del<br />
“loco” y otras palabra menos ortodoxas, ya no te entienden» (profesora de Geografía).<br />
Cristina Corea (2005) planteaba que en la era de la información la comunicación ha<br />
dejado de existir y con ella ha ocurrido la destitución del código, lo que vuelve imposible<br />
la comunicación pedagógica. La idea misma de compartir con el otro un código es<br />
anacrónica, por lo tanto, el problema de «la incomunicación» entre docentes y alumnos<br />
no radica en el código que se conoce/des-conoce sino en la dificultad de las instituciones<br />
para producir reglas de sentido y lugares de enunciación. La comunicación<br />
en el aula, la recepción de los mensajes, no está garantizada, no es algo dado, no está<br />
instituida, no es seguro que ocurra. Esto coloca a los docentes ante un nuevo desafío:<br />
¿cómo producir esa posibilidad de comunicación, cómo hacerla posible sin intentar<br />
«restaurar» el código común que se ha perdido? ¿Será posible generar nuevas «ligaduras»<br />
y vínculos entre los actores de la escena educativa, entre profesores y alumnos?<br />
«¿Cuáles son los modos de la conversación, del enseñar y del aprender cuando el lenguaje<br />
ya no se arma desde reglas trascendentes, ni desde los consensos, ni desde los referentes<br />
culturales? ¿Qué estatuto le damos a la enunciación hoy?» (Corea, 2005: 47-48).<br />
Al analizar el declive del programa de las instituciones modernas que se ocupan<br />
del trabajo de socialización sobre los otros, Dubet (2006) muestra cómo en la actualidad<br />
de los liceos franceses, la experiencia de ser profesor se construye sobre la base<br />
de una brecha esencial que existe entre su estatuto objetivo, su jerarquía, puesto o<br />
función atribuida por el sistema educativo y el oficio ejercido. Es decir, la manera real<br />
en la que los profesores realizan su trabajo. Si se piensa esta idea en relación con los<br />
docentes principiantes hay que considerar que justamente esta experiencia de ser<br />
profesor, constituida por la mencionada brecha entre estatuto (cargo/puesto asumido)<br />
y oficio/trabajo real solo puede constituirse como tal a partir del período de socialización<br />
e inserción profesional, a lo largo de la trayectoria docente. Otra opción<br />
resultaría difícil de sostener para las instituciones formadoras, ya que implicaría negar<br />
y anular su propia empresa y propósito. La formación inicial no puede trabajar sobre<br />
esa esquizofrenia y escisión sino a riesgo de negar su sentido y objeto: constituir un<br />
estatuto, un grupo profesional determinado, proporcionando cierta identidad fundada<br />
en una condición docente que se presenta como meta y horizonte de llegada.<br />
Es, por lo tanto, una tarea de los dispositivos de acompañamiento a los nuevos<br />
trabajar sobre esa brecha, promover la reflexión en torno a las tensiones que plantea,<br />
analizar junto con los principiantes cómo una parte de los resultados que logren depende<br />
de las operaciones que realicen, de las condiciones que generen de manera<br />
local en cada escuela y grupo de alumnos. Para ello es fundamental la responsabilidad<br />
colectiva, el entusiasmo de los profesores, es decir, la tan mentada y a la vez<br />
vilipendiada vocación. Cuestiones que se ubican más allá del status o de la función<br />
formalmente conferida por el sistema, pero que siguen siendo necesarias a la hora de<br />
renovar el deseo y el compromiso con la enseñanza.