Las campanas tocan solas - Autores Catolicos
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20<br />
rumor de las nubes que llenan de lucidez su cerebro, las madres le llaman y<br />
quieren obsequiarle:<br />
-Toma, hijo, toma una rebanada de pan con miel...<br />
-¿Quieres probar las nueces de mis nogales, Tiberio?<br />
-Tiberio, entra hijo... Ven a tomar la merendilla con mi muchacho.<br />
Sin embargo, hay una mujer en el pueblo que aborrece a Tiberio, la única:<br />
Alfonsa, la mujer de Práxedes, el fondista de la estación. Alfonsa tiene el pecho<br />
liso y un oscuro bigote oscureciéndole el bozo con una rúbrica de maligna<br />
masculinidad. Tiene, además, la peor lengua del pueblo y un mal genio que se<br />
deshace frecuentemente en insultos contra su marido, canijo y flaco. Práxedes la<br />
oye asustado desde un rincón de la fonda, junto a la mesa de mármol en la que<br />
nadie ha comido desde que el Rey Alfonso XIII fue al pueblo a inaugurar la traída<br />
de aguas.<br />
-¡Bragazas, mequetrefe, que eres un vaina! -chilla Alfonsa.<br />
Ella siente una oscura rabia contra Tiberio; le llama hipócrita, santurrón y<br />
mameluco en cuanto tiene ocasión. Tal vez influyan en todo esto la fracasada<br />
maternidad de Alfonsa y su bigote. Y quizá también lo que Tiberio le dijo un día;<br />
cuando la fondista arrastraba a su marido borracho por la plaza:<br />
-¡Gandul, canalla, cobarde! ¡Vamos a casa, que te voy a sacar la borrachera<br />
con la maza del almirez!<br />
Práxedes se emborrachaba porque no tenía más remedio que hacerlo. A ver<br />
qué vida, con aquella mula por señora. Y lo que él decía una vez a Tiberio:<br />
-Si no la “pesco” no la puedo aguantar. Pero en cuanto me echo al coleto una<br />
buena frasca... ya me puede dar con el rodillo o con la badila. No la siento. Y<br />
además me olvido de ello. Créeme, Tiberio, el vino de Felipe es la mejor anestesia.<br />
Aquel día, cuando Alfonsa tiraba de su marido, Tiberio, que estaba viendo a<br />
Evaristo podar un geranio haciendo maravillas con la podadera, se encaró con<br />
aquella fiera corrupia:<br />
-Deja en paz a tu marido. Se emborracha porque tú le pegas y le haces la vida<br />
imposible.<br />
La fondista barbotó, roja de ira:<br />
-¿Y a ti, mequetrefe, asqueroso, quién te da vela en este entierro?<br />
Era verdad, que aquel arrastre tenía algo de entierro. Tiberio, sonrió,<br />
imperturbables los ojos:<br />
-Eres una víbora.<br />
Alfonsa agitó sus manazas sobre Tiberio.<br />
-Pégame si puedes. Pero no puedes; no eres sino una pobre irresponsable. Yo<br />
te quiero, aunque eres peor que un alacrán. Al fin y al cabo, también el alacrán es<br />
una criatura de Dios.<br />
La fondista se agitó como si le diese un acindoque. Apiadado, Tiberio fue a<br />
avisar a don Herminio para que aplicase unas sanguijuelas a la mujer.<br />
-A ver si así se le descargan las venas. Echaba espuma por la boca.<br />
Pero no hizo falta. Alfonsa salió de estampía para su casa, rugiendo frases<br />
ininteligibles, mientras la quisquilla de su marido dejaba el anestésico de Casa<br />
Felipe sobre una de las más lustrosas y prometedoras madreselvas de Evaristo.<br />
Desde entonces, Alfonsa no puede tragar a Tiberio ni en pintura. Cuando le ve<br />
por la calle, la fondista da una media vuelta de recluta y sale arreando por la<br />
primera esquina.