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Las campanas tocan solas - Autores Catolicos

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24<br />

Bordoneaban ejércitos de moscas sobre los niños desnudos con el ombligo al<br />

aire; niños azules casi de puro renegridos, con ojos verdes y pelo lacio y escaso<br />

sobre las testas macrocéfalas.<br />

En uno de los carros tenían un mono; era muy pequeño, raquítico; se<br />

arrancaba los pelos con las uñas desasosegado por el bullir de los piojos y las<br />

garrapatas. El mono se subía a lo alto de una caña y bajaba dando vueltas de<br />

caracol; una gitana lo llevaba por el pueblo, y luego una chiquilla pasaba un plato<br />

desportillado que servía de bandeja petitoria. Otras veces cantaba; un hombre<br />

tocaba una guitarra que sólo conservaba dos cuerdas:<br />

-Chin, pon; chin, pon; chin, pon...<br />

Y unas muchachas cantaban y bailaban una melopea inidentificable. Lo<br />

mismo daba; luego caían unas perras sobre el plato.<br />

Tiberio les seguía sonriente por todo el pueblo, uno más entre la multitud de<br />

chicos que se pegaban a los talones de los húngaros. Hasta “Chicha y Pan”<br />

dejaba su cesta con boñigas en medio de la calle y seguía embobado a la<br />

caravana subyugado por el “achín, pon” de la guitarra. Tiberio les llevaba<br />

peladillas, almendras y fideos de la tienda de su padre.<br />

Un día, cuando estaban los húngaros en pleno festejo callejero, cuando las<br />

gitanillas flacas se contorsionaban las pobres en el remedo triste de una danza,<br />

aparecieron las furias, Antonino y Salvador, porra en mano. Los “guindillas”<br />

irrumpieron brutalmente en el corro y dejaron caer el peso de aquella justicia de<br />

goma y badana sobre las costillas de las “bailarinas”.<br />

La folklórica reunión se deshizo en pocos segundos; huyó la gente por si las<br />

porras, mientras la fuerza pública llevaba a los gitanos -porra va, porra viene-<br />

hasta la cárcel municipal, un cuartucho infecto con un ventanuco de barrotes en<br />

la puerta, detrás de la fuente de los Caños Nuevos.<br />

Tiberio se quedó pálido. Pero no tardó en reaccionar y se fue hacia el<br />

Ayuntamiento. Algunos vecinos le siguieron de lejos y pronto se corrió la voz por<br />

todo el pueblo:<br />

-¡Tiberio va al Ayuntamiento!<br />

Sebastián estaba liando un cigarrillo de cajetilla de “Dianas” cuando se abrió<br />

bruscamente la puerta del despacho; el alcalde frunció el entrecejo:<br />

-¿Qué haces tú aquí? ¿No sabes que hay que pedir permiso para entrar?<br />

-¿Por qué has mandado encarcelar a los húngaros? -contestó Tiberio.<br />

-¿Y a ti qué te importa?<br />

-Di al alguacil que los suelte.<br />

-¡No me da la gana! ¡Aquí se hace lo que yo digo! ¡Además han robado tres<br />

gallinas a mi suegro!<br />

Tiberio se asomó al balcón; junto a la acera, mirando atónitos el nido de<br />

cigüeñas de la torre, estaban Eufrasio y Antolín. Tiberio dio una voz:<br />

-¿Antolín, Eufrasio? ¡Traeros ahora mismo tres gallinas del corral! ¡No os<br />

traigáis la moñuda, que se va a enfadar tía Evelina!<br />

Los hermanos salieron trotando y Tiberio salió del despacho:<br />

-Ahora te traen las gallinas. Di al alguacil que suelte a los “húngaros”.<br />

Sebastián se había quedado con la boca abierta. Luego se enfureció:<br />

-¡Esto se va acabar ahora mismo! ¡Pedazo de...! ¿Pero qué te has creído tú,<br />

mocoso? ¡Te meteré en la cárcel con esos piojosos húngaros! ¡Quasimodo!<br />

¡Sinvergüenza!

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