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Las campanas tocan solas - Autores Catolicos

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de los amores, que es lo único que se sabe bien el señor Felipe. Dos muchachos<br />

dan al manubrio del fuelle, ese asmático fuelle, pulmón del viejo instrumento, al<br />

que le han rejuvenecido la semana pasada, que vino un alemán a arreglarlo. Ha<br />

sido un acontecimiento; el día que se inauguró el órgano restaurado vino mucha<br />

gente a oírlo. Hasta don Higinio, que era abogado y ateo y padecía de cólicos<br />

biliares. Claro que don Higinio vino por dos cosas: primero, porque habían<br />

anunciado el acto con octavillas como “concierto de música sacra”, y don Higinio<br />

era el intelectual del pueblo y presumía de hombre liberal y amante de las bellas<br />

artes y de otras bellas; y segundo, porque Tiberio le había dicho que fuese.<br />

Tenía gracia el pánico de don Higinio por Tiberio. Sobre todo, desde aquel día<br />

cuando el abogado estaba discurseando en el Casino y echando pestes de los<br />

curas. Tiberio habrá entrado allí -el camarero le daba azucarillos y oyó la voz<br />

campanuda de don Higinio:<br />

-¡Todo eso son pamplinas, pamplinas y pamplinas! ¡Y vosotros, unos<br />

zopencos! ¡Pero, hombre, hablar de Dios, y de la Iglesia, y de los milagros, a estas<br />

alturas! ¡En pleno siglo veinte, después de Robespierre y Flammarion!<br />

Hizo una pausa, y vio a Tiberio, que escuchaba en la puerta con ojos<br />

asombrados.<br />

-¡Ese, ese chico! ¡Ven acá! ¿Creéis vosotros que a este chico le ha hecho Dios?<br />

Lo hubiese hecho inteligente, y no tonto. ¡Bah, bah! Todos sabéis que este<br />

muchacho es hijo de Marcelino, el tendero, un borracho, un desgraciado<br />

alcohólico. ¿Y a mí? ¿También me ha hecho Dios a mí? Eh, chico; contesta tú.<br />

¿Me ha hecho Dios a mí?<br />

Tiberio sonrió graciosamente:<br />

-Pues .... aunque no lo parece, sí, señor.<br />

-¿Cómo que no lo parece?<br />

-Bueno; se le fue la mano en el barro. A usted lo hizo de posos.<br />

-¡A mí me hizo mi padre! -bramó don Higinio entre las risotadas de los<br />

contertulios-, Mi padre, que era un hombre libre.<br />

-Su padre de usted era alpargatero -sugirió Tiberio, deslumbrante.<br />

¡Madre mía, la que se armó! El juez se desternillaba:<br />

-¡Entonces tú eres una alpargata!<br />

Don Higinio se levantó dando bufidos y salió con un portazo, y Tiberio se<br />

encontró con las manos llenas de azucarillos, mientras todos le daban golpecitos<br />

en el pescuezo.<br />

Desde entonces don Higinio le huía a Tiberio. Y la semana pasada, cuando lo<br />

del concierto de órgano, el niño fue a casa del incrédulo oficial del pueblo; porque<br />

casi todos los pueblos tienen incrédulo oficial, lo mismo que tonto municipal,<br />

perenne invitado a toda manifestación pública: entierros, bodas, funerales...; de<br />

igual manera, el incrédulo oficial es el encargado de recibir y agasajar al diputado<br />

socialista de turno.<br />

Tiberio fue a casa del abogado con una octavilla:<br />

-Don Higinio, mañana se estrena el órgano y hay un concierto. ¡A ver si va<br />

usted por la iglesia, que ya está bien!<br />

El abogado pasó por alto la indirecta, movió las peludas cejas, un poco mosca,<br />

y luego miró el papel.<br />

-¡Ah, Bach! ¡Ah, Haendel! ¡Ah, Franz Lehar! ¡Ah, buen concierto!<br />

-Le guardaré un sitio, don Higinio.

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