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Las campanas tocan solas - Autores Catolicos

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47<br />

Con un lápiz escribió Tiberio:<br />

-“Azul”.<br />

-¿“Azul” ¿Y por qué “azul”?<br />

- No lo sé. Hice lo que me dijo.<br />

-¡Ahora, el reactivo de Adler ¿Qué es lo que sueñas más frecuentemente?<br />

-Con el silencio.<br />

-¡Oh, el silencio!<br />

-¡Indudablemente se trata de un “tipo subjetivo”!<br />

-¿Qué harías si fueses rico?<br />

-Un asilo de perros vagabundos. Y un hospital para cigüeñas.<br />

-¿Y por qué no para hombres?<br />

Tiberio sonrió lacónico:<br />

-Pienso que no vale la pena. Hay muchos. Y ellos se defienden; las cigüeñas,<br />

no.<br />

Don Amadeo le acercó una cartulina:<br />

-Mira este dibujo. ¿Qué puede ser?<br />

-¿Esto? Un barco; no, no, quizá una amapola; son rojas y crecen con el trigo,<br />

¿sabe usted? Son como los labios de la mies.<br />

-¿Y nada más? ¿No ves más cosas en ese dibujo?<br />

-Claro que sí: un reloj de sol, una palmera, un yunque, un espantapájaros, el<br />

álamo de Los Carrascos, una hoz, una mata de hinojos, un cigüeño chiquitín, un<br />

surtidor, un Mar Caspio...<br />

-¡Qué imaginación!<br />

-¡Maravilloso!<br />

-¡Fenómeno!<br />

-¡Ahora, dibuja tú algo!<br />

-¿Qué es eso? ¿Quién es?<br />

Tiberio extendió su mano, erguido el índice.<br />

-Aquel señor.<br />

-¿Yo? -chilló don León.<br />

-¡Atiza! ¡Si ha pintado una boca mordiendo una oreja!<br />

Se morían de risa. Tiberio se disculpó:<br />

-Así se quedará tranquilo, señor. Créame, es malo hacer gestos nerviosos;<br />

debe ir al médico.<br />

-¡Al médico, al médico! ¡Ji, ji, ji! -se desternillaban los colegas.<br />

Les interrumpió Tiberio, que aún tenía la lámina de dibujos en la mano:<br />

-Perdonen, ya sé lo que es esto: es la nada. La nada es así; no tiene más límite<br />

que Dios, que es el Todo.<br />

Los médicos, pasado el momento de hilaridad, se movían como murciélagos<br />

borrachos por la habitación. Examinaban la órbita de Tiberio, le aplicaban el<br />

estetoscopio, le golpeaban las rodillas con un martillo de goma, consultaban<br />

libros, mordían sus labios pensativos... Y discutían, rápidamente, como si les<br />

quedase poco tiempo, como si algo les angustiara el corazón y quisieran<br />

desahogarlo en palabras absurdas, sin sentido, disparatadas.<br />

Mientras, Tiberio seguía hablando. Agitaban su cuerpo, le zarandeaban, pero<br />

él miraba fijamente las acacias tras las ventanas, un trozo de cielo azul, recortado<br />

de chimeneas y buhardillas. Los ojos se le encendían con pavesas de oro, como<br />

una noche de feria. Y vibraban unas palabras dulces que, al principio, nadie oía:

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