Reciclatón 2012 - Facultad de Ingeniería - UNAM

tades de sociabilización; su tiempo disponible
se reduce para las actividades extracurriculares
y tienen una identidad dividida entre dos
realidades distintas; la de la escuela y la del
trabajo.
El doctor en antropología expuso las prácticas
académicas y de estudio adquiridas por
los estudiantes en el bachillerato, entre las
que destacan: asisten a clases regularmente y
son puntuales; no preparan la clase, por cada
hora de estudio dedican 3 o 4 a la televisión o
a la navegación por internet; sólo leen textos
cuando se los ordena el profesor, sus fuentes
de información son la biblioteca, el internet y
el libro de texto; pocos elaboran cuadros sinópticos
y fichas, el profesor dicta la clase y
no fomenta el trabajo en equipo, todo ello con
independencia del origen del bachillerato. En
suma, el joven no ha desarrollado prácticas
y habilidades de estudio que les permitan enfrentar
la vida académica de la universidad.
“Ésos son los estudiantes que recibimos, hagámonos
cargo de ello”, para lo cual, recomendó,
acercarse y vincularse con el bachillerato.
Todos esos factores inciden directamente en
el desempeño del alumno durante el primer
año de la universidad, que es cuando se observan
los mayores niveles de rezago escolar,
abandono y deserción. Llamarse universitario
es adoptar la prácticas académicas que llevarán
al joven a un tránsito exitoso durante su
carrera. Indicó que, precisamente a un año
de ingresar, continúan las mismas prácticas
adquiridas en el bachillerato, incluso, algunas
empeoran.
Para el estudiante, este proceso de adaptación
y cambio radical de sus parámetros y experiencias
no se resuelve de inmediato, se hace
de manera desigual, “de ahí la importancia
de que las instituciones elaboren programas
de integración a la vida universitaria y de nivelación
académica”, dijo el doctor De Garay.
Indicó que las instituciones educativas lejos de
que busquen que los jóvenes terminen en el
menor tiempo posible, deben acogerlos, pues
es mejor mantenerlos en la escuela que expulsarlos
y exponerlos a ser cooptados por la
violencia.
Por otro lado, expuso que ni el perfil socioeconómico
ni el bachillerato de origen, incluso el
género, inciden en las posibilidades de integrarse
al sistema académico de una institución,
y por ende que sean definitorias del tipo
de trayectoria del estudiante; lo que sí incide
es el promedio, el puntaje obtenido en el examen,
contar con bienes en casa que permiten
acceso a la educación y la cultura, menor
tiempo dedicado a la televisión, y más prácticas
de consumo cultural de productos de su
propia institución.
Además, nos enfrentamos a un fenómeno
generacional que consiste en el desinterés del
joven por el saber científico, tecnológico y humanístico,
“a ello contribuyen nuestros propios
modelos pedagógicos que se caracterizan
por su formalismo, su insensibilidad cognitiva
y sus estructuras curriculares reticulares”.
Se observan tensiones y paradojas entre
la cultura del saber y la que se aprende en los
medios. Esto da como resultado jóvenes escindidos
entre la actividad, la diversidad, la actualidad,
la pasividad, la uniformidad, redundancia
y anacronía de los modelos escolares.
Los jóvenes de hoy viven en la “zappingcultura”,
un mundo de concreción, dinamismo,
gratificación sensorial, de formación de identidad,
sujetos sociales que privilegian lo concreto
sobre lo abstracto, lo sensitivo sobre lo
reflexivo. Por eso la universidad necesita acercarse
a sus consumos, y a partir de ello construir
modelos educativos alternativos. Los
académicos deben considerar que los procesos
educativos se realizan en cualquier ámbito,
incluso en el llamado tiempo libre y utilizar
los recursos visuales y digitales que son comunes
a los jóvenes.
“Es preciso innovar el modelo de aprendizaje
que usamos, el cual debe verse desde un
punto de vista constructivista renovado, que
consiste en aprender y enseñar; lejos de ser
procesos de repetición y de acumulación de
conocimientos, deben transformar la mente
del que aprende para que se apropie de los
conceptos y el conocimiento científico a partir
de sus ideas y representaciones. Toda esta
labor requiere de un tipo de docente diferente,
capaz de superar la brecha generacional, y dejar
de ser el profesor que ve al alumno como
ignorante, vago e irresponsable”, apuntó.
La nueva actitud del profesor debe comprender
que la práctica educativa se desarrolla en
el campo de la emoción, la conversación, el
lenguaje, la interacción comunicativa. “Toda
acción educativa es una relación de alteridades,
es el acceso a la realidad del otro, interesarse
sobre su saber, y ésta es una labor de
Gaceta Digital FI • No. 7 • Mayo, 2012
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