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La Asociación <strong>Aupazaragoza</strong>.com os presenta la publicación de los<br />
relatos que nos han presentado los participantes en la “I edición del<br />
Concurso de <strong>Relatos</strong> <strong>Aupazaragoza</strong>.com”. La portada la ha realizado<br />
nuestro dibujante y diseñador Daniel Moreno “Manzanas Traigo”, el<br />
prólogo es del miembro del Jurado del concurso y también de la<br />
Asociación <strong>Aupazaragoza</strong>.com, Felipe Zazurca, y el primer relato es el<br />
vencedor del concurso, “El último remate”, de Emilio Gil.<br />
Queremos agradecer a los miembros del Jurado, Carmelo Romero,<br />
Rubén Ramos, Pedro Ciria y Felipe Zazurca, su trabajo, dedicación,<br />
es fuerzo y acierto, estamos muy orgullosos de haber contado con ellos<br />
como Jurado.<br />
Asimismo agradecer también a cada uno de los autores de los relatos<br />
por el cariño con el que los han escrito, que se trasluce en cada palabra<br />
del relato. Sin ellos no hubiese existido este concurso y por ello les<br />
dedicamos esta publicación.
ÍNDICE<br />
Prólogo 3<br />
El último remate 5<br />
El gigante 11<br />
Orgullo posible 15<br />
Apocalipsis blanquilla 20<br />
Los dioses del fútbol 24<br />
El galgo de Torrero 29<br />
Un hombre muy listo 34<br />
La Romareda boca arriba 38<br />
Tenemos un equipo cojonudo 41<br />
Teoría de los miedos 45<br />
Sangre Blanquilla 50<br />
Peluquería “La Moderna 55<br />
De San Petersburgo a La Romareda 58<br />
A vueltas con el fútbol 63<br />
Los propietarios 64<br />
Alondra 70<br />
Como decía Machado, como decía Manrique 71<br />
Cuando Cedrún encestó mi zaragocismo 73<br />
El alma de la Recopa 77<br />
El jugador número 12 81<br />
Fondo Norte 85<br />
Zaragocistas de pico 89<br />
La emoción de papá 93<br />
- 1 -
Mi relato zaragocista 94<br />
La camiseta y los Beach Boys 98<br />
El cierzo 105<br />
Pasión en la venas 108<br />
Recuerdos zaragocistas 110<br />
El hombre gol 117<br />
El gol de mi vida 122<br />
Daniel, corazón de león 125<br />
Dos de Mayo 127<br />
El amor a unos colores 131<br />
El partido 134<br />
Justicia poética 137<br />
Lágrimas sobre barra 139<br />
Una tarde inolvidable 141<br />
Victoria 147<br />
Zaragoza fascinante 149<br />
- 2 -
PRÓLOGO<br />
Felipe Zazurca<br />
La historia de <strong>Aupazaragoza</strong>.com comienza a tener extensión, y desde<br />
un principio se ha caracterizado por la vitalidad, el espíritu de iniciativa y, ante<br />
todo, por la marca indeleble de un zaragocismo vivido con pasión y desinterés.<br />
El concurso de relatos cortos no ha sido más que una nueva manifestación de<br />
ese afán por mantener vivo el amor a nuestro Real Zaragoza en tiempos<br />
convulsos, posiblemente en los momentos más duros de la historia de nuestro<br />
club. Este volumen refleja tanto el esfuerzo del equipo directivo de la<br />
Asociación <strong>Aupazaragoza</strong>.com como la vibrante respuesta de 39 zaragocistas<br />
que han reflejado por escrito, precisamente eso: su amor al club, a la vez que<br />
aportan su granito de arena para que la memoria del equipo del escudo del<br />
león siga viva.<br />
En esta época en el que el fútbol se ha convertido en un negocio, en un<br />
espectáculo deshumanizado donde prevalecen los intereses personales sobre<br />
los sentimientos mucho más puros de los aficionados, en el que abundan<br />
personajes que vienen de fuera a hacer fortuna, futbolistas endiosados y<br />
situaciones equívocas que llevan al aficionado al escepticismo, sino a la<br />
desilusión, es de agradecer una iniciativa que nos devuelve a un universo<br />
futbolístico más auténtico, a la vez que le da al mundo del fútbol, y más en<br />
concreto el del zaragocismo, un baño de seriedad y cultura. No es cuestión<br />
intrascendente que cuando abundan las malas formas y las controversias<br />
inelegantes, las declaraciones tópicas con frases mal construidas y<br />
afirmaciones vacías de contenido, casi cuarenta personas hayan sido capaces<br />
de plasmar por escrito pasiones y sentimientos.<br />
El esfuerzo de tantos por redactar su escrito, la calidad de las<br />
redacciones y el profundo sentimiento zaragocista que late detrás de todos y<br />
cada uno de los relatos es para quienes formamos parte de <strong>Aupazaragoza</strong> y<br />
para todos los zaragocistas de buena voluntad, un consuelo, la patente<br />
demostración de que nuestro Real Zaragoza sigue vivo, de que se puede matar<br />
a las instituciones, pero no el espíritu de quienes las sienten como propias. A lo<br />
largo de la lectura de estos relatos se comprueba la verdad de un sentimiento,<br />
ese alma zaragocista que se transmite de padres a hijos, de abuelos a nietos,<br />
- 3 -
el amor a unos colores que convierte la pasión por el Real Zaragoza en vida de<br />
nuestra vida, en parte relevante de nuestra limitada y particular historia<br />
personal.<br />
- 4 -
EL ÚLTIMO REMATE<br />
Emilio Gil Moya<br />
- Mamá, me voy que llego tarde – le había dicho cuando se cruzaron en<br />
la parada del autobús. Le dio un beso y subió al 40 mientras buscaba en el<br />
bolsillo trasero de su pantalón vaquero la tarjeta del bus. Saludó como siempre<br />
a Pedro –debe ser duro conducir un autobús por la ciudad, pensó –y la vio<br />
alejarse con paso cansino hacia casa. Le había visto cara de cansada. Y triste.<br />
Habían pasado ya 20 años y sin embargo vivía ese día como si el tiempo no<br />
hubiese transcurrido.<br />
Pese al tráfico, la destreza de Pedro se hizo notar y con más de veinte<br />
minutos de tiempo estaba accionando el tormo de la puerta 16. Subió, como<br />
siempre, los escalones de dos en dos y recorrió de memoria el tramo que le<br />
separaba de su localidad. Sacó la cartera para guardar el carnet y las vio.<br />
Envejecidas por el tiempo, allí estaban. Desde aquel día las había llevado<br />
siempre encima. Mientras los recuerdos se agolpaban, los altavoces trataban<br />
de dar color a las gradas:<br />
“Mil banderas ondearan, en las torres del Pilar….”<br />
No lo pudo evitar. Los ojos se le humedecieron y la tristeza creó un halo<br />
que le aisló de todo cuanto le rodeaba. Y recordó…<br />
- Papá, si llegamos a la final nos vamos a París. Quien sabe cuándo<br />
veremos otra igual.<br />
Acababa de finalizar el partido de vuelta de la primera ronda y el<br />
contundente cuatro a cero con el que habían eliminado al Gloria Bistrita<br />
provocó en Pascual una euforia desmesurada.<br />
Había disfrutado del partido más que en cualquier otra ocasión. Sin<br />
saber explicarlo, algo había en los ojos de aquel entrenador novato que le<br />
había encandilado. Pero sobre todo, había visto a su padre. Durante todo el<br />
partido no había dejado de observarle. Sentado en su lado favorito del sofá, se<br />
había tapado con aquella manta de cuadros que mamá trataba siempre de<br />
tener perfectamente doblada. Las manos, curtidas por años de volante y<br />
- 5 -
sacrificios, se movían sin parar en busca de una aceituna o un sorbo de esa<br />
Garnacha de Campo de Borja que le encantaba, mientras Poyet anotaba su<br />
segundo gol particular de la noche. Aquel día había visto el brillo en sus ojos.<br />
Le había visto disfrutar y hasta abrazar a su madre cuando uno de sus paseos<br />
por el comedor había coincidido con el gol de Pardeza. – ¡tan pequeño y como<br />
corre! – había dicho ella. Y pensó que se lo merecía. El y toda su generación.<br />
Una generación sin oportunidades, luchadora, que había sabido dar a los suyos<br />
todo lo que a ellos la vida les había negado. Su padre le miró con cara extraña,<br />
sorprendido.<br />
-Hijo! no sueñes despierto. Ni llegaremos a la final ni podríamos ir.<br />
¿Cómo vamos a ir a París, si no tenemos una perra?-. Y, ¿cómo ibas a<br />
convencer a tu madre?<br />
Pero Pascual pudo adivinar, a través de aquellos ojos gastados por la<br />
vida, una chispa de ilusión que no pudo ocultar.<br />
-Bueno, ya veremos- dijo Pascual, zanjando la conversación. Pero sus<br />
pensamientos continuaron dándole vueltas al tema.<br />
Se acercaba la navidad y en el hospital habían repartido ya los días de<br />
fiesta. A pesar de estar ya en el cuarto año de residencia no pudo evitar tener<br />
que trabajar todos los días de fiesta. Pero no le importó demasiado. Tendría un<br />
dinero extra para París. Habían pasado casi dos meses pero la idea todavía le<br />
rondaba por la cabeza. En eso tenía sus pensamientos cuando, desde el<br />
control, le anunciaron que tenía una llamada.<br />
-Mamá? ¿Qué pasa? – había notado algo extraño en su tono de voz.<br />
-Hijo, tu padre no se encuentra bien. Hoy no se ha querido levantar de la<br />
cama. No se…<br />
-No te preocupes, mamá. En cuanto termine voy directamente a casa.<br />
No será nada, ya verás.<br />
Una semana después, los resultados de la analítica fueron concluyentes.<br />
Cáncer de próstata. Pero el especialista era optimista. Un tratamiento hormonal<br />
para reducir los niveles de PSA y visita para dentro de dos meses.<br />
- 6 -
Aquel segundo día del mes de marzo fue inolvidable. Por la mañana<br />
acudieron a la cita con el oncólogo y las noticias no pudieron ser mejores. Los<br />
niveles estaban controlados y el tumor parecía que remitía. Pascual decidió<br />
que había que celebrarlo. La comida en La Matilde fue de esas que no se<br />
olvidan. Lástima que el final del día no acompañó. El Real Zaragoza perdía con<br />
el Feyenord en Rotterdam, pero el exiguo gol de desventaja permitía seguir<br />
soñando. Y París seguía en la mente de Pascual.<br />
- ¿Cómo te encuentras, papá? ¿Listo para la remontada?<br />
Pascual acababa de llegar casa, justo a tiempo para ver el partido. Su<br />
padre, como siempre envuelto en la manta de cuadros, miraba atentamente la<br />
pantalla. La enfermedad, a pesar de la opinión del oncólogo y de los resultados<br />
de los diferentes análisis, parecía avanzar sin remedio. Remedió que llegó en<br />
forma de goles. Dos, como dos soles, de Pardeza y de Esnaider. Su padre<br />
parecía otro. No había dolor ni tristeza en su cara. Al acabar el partido, se<br />
levantó del sofá con una energía inusitada y, camino del lavabo le gritó:<br />
-Pascual, ¿sigue en pie lo de París? Igual tienes razón y somos capaces<br />
de llegar…<br />
La euforia se extendía por la ciudad, y también por casa de Pascual. El<br />
tumor parecía remitir. Los análisis de abril fueron alentadores. Más que el<br />
sorteo, que nos deparó un duro hueso de roer. El Chelsea eran ya palabras<br />
mayores.<br />
-Si yo puedo con el cáncer, estos podrán con el Chelsea – le dijo su<br />
padre aquella tarde.<br />
Pascual hacía días que observaba la actitud de su padre. Taciturno<br />
antes de las visitas al Servet, esperanzado tras los sorteos, eufórico tras las<br />
victorias. Pero había algo que le preocupaba. Y su madre se daba perfecta<br />
cuenta.<br />
-Hijo, dime la verdad. Tú eres médico.<br />
No había más que una verdad. El fútbol, su Real Zaragoza, provocaba<br />
milagros. Conocía perfectamente la gravedad de la enfermedad, y sin embargo<br />
- 7 -
no alcanzaba a comprender como su padre era capaz de mantenerse en ese<br />
estado de forma. No, a menos que….<br />
-¡Tres a cero! En mi vida había visto algo así. Tengo unas ganas locas<br />
de vivir, de gritar dijo mientras hacía ademán de abrir la ventana y compartir la<br />
alegría con todo el barrio. Esnaider acababa de marcar el tercero y La<br />
Romareda parecía venirse abajo.<br />
-Estáis tontos – dijo su madre. Al final os vais a llevar una decepción.<br />
Su madre se equivocó. Pero solo en parte. No hubo decepción quince<br />
días después, aunque sí mucho sufrimiento. Aquel gol de Aragón, al empezar<br />
la segunda mitad, tuvo un efecto impresionante en las almas de todos los<br />
zaragocistas. También en la de su padre. Fueron más de treinta minutos<br />
intensos que al final se tradujeron en abrazos, lágrimas… y sorpresas.<br />
-Pascual, ¡quiero ir a París! No sé cuánto me queda de vida. Pero<br />
seguro que no tengo otra oportunidad como esta. Desde la cocina llegaban,<br />
entrecortados, los sollozos de su madre. Su padre estaba tan eufórico que no<br />
los apreció, pero a Pascual se le derrumbó el mundo por un instante. Luego,<br />
como empujado por una fuerza interior, se levantó del sofá, abrazó a su padre<br />
y le dijo:<br />
-Papá, ¡nos vamos a París!<br />
Las gestiones fueron más complicadas de lo esperado. Pascual no<br />
quería viajar en autocar con su padre. El dinero de las guardias de navidad le<br />
permitía comprar billetes de avión y reservar un hotel decente para poder hacer<br />
el viaje de forma relajada. Así que echó mano de sus amistades y consiguió un<br />
par de entradas adquiridas directamente en París. Estarían en la zona central,<br />
en lo que llamaban zona neutral, frente a la tribuna principal. Mejor. Temía las<br />
aglomeraciones dadas las circunstancias.<br />
Sin embargo, aquel mes de mayo no pudo empezar peor. Los resultados<br />
de la analítica fueron demoledores. Aparentemente, su padre no se encontraba<br />
peor pero, dadas las circunstancias, los médicos decidieron ingresarlo. Aquello<br />
les desmoronó por completo.<br />
- 8 -
-¡Ahora que tenéis las entradas, no vas a reblar! – le dijo su madre<br />
colocándole bien las sábanas, doblando de forma perfecta el embozo con el<br />
símbolo de la Seguridad Social.<br />
Pascual sabía que nunca irían a París. La fecha se acercaba y la<br />
situación de su padre empeoraba por momentos. Lo veía escuchando<br />
atentamente los programas deportivos, con la mirada perdida hacia la ventana,<br />
desde donde podía ver la grada de Jerusalén.<br />
La vida es cruel. Pascual cambió su billete de avión por uno para la línea<br />
40. Subió los cinco pisos con una tristeza que le impedía respirar. Y al llegar a<br />
la habitación, descargó esa pesada carga en el pasillo y entró con la misma<br />
sonrisa que su madre contaba tenía cuando niño.<br />
-Aquí estoy papá ¿Listo? No vamos a París, pero vamos a ganar. Te lo<br />
prometo.<br />
Y empezó el partido de su vida. El partido de sus vidas. Su padre<br />
incorporado apoyándose en la almohada. Su madre en una silla junto a la<br />
cabecera intentando ver la tele pero mirando con pena a su marido. Pascual a<br />
la derecha de su padre, sentado en la cama. Cada jugada un apretón de<br />
manos. Cada ocasión un salto. El gol de Esnaider paralizó la quinta planta. Su<br />
padre, sin voz, intentó cantarlo sin éxito. Al poco, el empate los dejó sin<br />
esperanza. Su madre se enjugaba las lágrimas con disimulo. No por el fútbol.<br />
Y llegó la prórroga. Ahora Pascual había cogido las manos de su padre.<br />
-¡Esto se acaba, hijo! – dijo con un hilo de voz entrecortado.<br />
Y de repente el milagro. Las manos curtidas recuperan la fuerza.<br />
Aprietan como antes más aquellas manos de niño frente al colegio. El balón<br />
sube, y sube. El portero retrocede mas no llega. Y Nayim se vuelve loco. Y<br />
todos con él. De repente, las manos flaquean, se rinden. Pascual mira a su<br />
madre. Con miedo vuelven la mirada. Allí está su padre, la cabeza apoyada en<br />
la almohada, los ojos cerrados y una sensación de felicidad en el rostro<br />
imposible de olvidar. Final del partido.<br />
El pitido inicial del árbitro le devuelve a la realidad. Intenta mirar hacia el<br />
césped pero las lágrimas le impiden siquiera reconocer a los jugadores. Echa<br />
- 9 -
mano al bolsillo trasero y se guarda la cartera. Y mientras tanto suenan todavía<br />
por megafonía las últimas estrofas:<br />
“…cuando muera que así pinten mi ataúd”.<br />
- 10 -
José Antonio González de la Cuesta<br />
EL GIGANTE<br />
Parece un dragón dormido. Durante el rápido caminar cogido de la<br />
mano, no puede apartar la mirada de esa burbuja brillante en la oscuridad. En<br />
esa claridad detenida, se ve en el pesado aire suspendido lo que le parecen<br />
partículas de humo. La mole de hormigón se yergue ante él invitándole a entrar<br />
desde cada una de sus puertas. Es una llamada que lleva tiempo escuchando.<br />
Algunos amigos no dicen bien el nombre, Romadera; hay personas mayores<br />
que tampoco saben decirlo, Romadera. No sabe lo que significa pero le parece<br />
bonito: La Romareda. Y lo dice bien.<br />
Una vez dentro, asoma al final del pequeño túnel que se le hace eterno y<br />
es recibido por una explosión de verde y luz. La poderosa imagen le inunda y le<br />
supera pero la pospone. Es como la espera en el pasillo antes de entrar a ver<br />
lo que han traído los Reyes Magos.<br />
Paralizado, alza la vista hacia las torres de luz. Imponentes, asemejan<br />
cuatro soles. Deberían ser lunas, es de noche, pero nadie juega con la luz de la<br />
luna. Comprueba con alivio que las cuatro funcionan. Al venir veía unas<br />
encendidas y, preocupado, otras no. No son soles, sólo iluminan por un lado.<br />
Las ha buscado desde lejos, como tantas veces hizo de día al pasar por la<br />
zona hacia cualquier otro sitio. Le habían dicho para qué servían pero siempre<br />
sospechó de que estuvieran fuera del estadio y tuvieran una puerta, como las<br />
torres de un castillo. Quién viviría ahí, ¿un farero?, ¿uno en cada una? Tras la<br />
contemplación directa de los focos, ve flotando ante él luces incandescentes<br />
cuyo fulgor aumenta en cada guiño de sus ojos hasta que se acostumbra.<br />
Baja con cuidado, temiendo despertarle. Nota la respiración convulsa de<br />
la piedra. No hay asientos. Todo son asientos, todo es de pie, cada uno elige.<br />
Sigue bajando hasta el final de la grada, lo más cerca que puede del césped,<br />
igual que al llegar por primera vez a la playa se va directo hasta el mar. Sólo la<br />
valla le separa del campo, ¿protege a los jugadores de nosotros o a nosotros<br />
de los jugadores? Ellos son los distintos.<br />
- 11 -
Están ahí, calentando. Sumergido en el vaivén que aún siente bajo sus<br />
pies, asido a la fría valla azul, entre la línea de centro y la portería de la<br />
izquierda, intenta identificar las caras de los rivales. Reconoce entre divertido y<br />
extrañado a algunos de quienes el año pasado estuvieron en Méjico. Está el<br />
rubio de los cuatro goles que vio en un resumen porque los partidos eran muy<br />
tarde. Pero contra Bélgica le pidió a papá que le despertase, cree que no lo<br />
hizo pero se despertó igualmente y, tras las puertas cerradas, le encontró con<br />
sus hermanas mayores ahogando los gritos de ánimo. ¡Qué difícil fue no<br />
despertar a mamá cuando Señor empató! Señor, su favorito. Estaba un poco<br />
lejos pero tenía que estar ahí, el capitán. Tras unos ejercicios más y algunos<br />
gestos, se van. Ahora aprecio más mis cromos.<br />
Suena la megafonía, habla un hombre. Se hace pesado porque debajo<br />
hay un rumor creciente que pugna por salir. El himno retumba en su pequeño<br />
pecho y el corazón devuelve el compás acelerado. Al cesar los sonidos<br />
metálicos, un rugido crece. Silbar al rival, vitorear al local. Ya se celebra como<br />
si fuera un gol. ¿Es así como se hace aquí? Ha celebrado algunos en casa. Se<br />
acuerda de estar sentado en el suelo hace unos meses viendo en la televisión<br />
aquella falta tan lejana con la que ganaron la Copa. El poeta del gol. Eso es un<br />
nombre. No puede haberlo mejor.<br />
Estabilizado, ya no recela, pasó el temor a lo desconocido. Tanta gente y<br />
no se agobia. No soporta la aglomeración en el autobús pero tiene su sitio<br />
entre treinta y ocho mil personas. Puede moverse, sube, baja, se sentaría pero<br />
no quiere. Se puede hacer de todo, como en un tren. Despojado de las alertas,<br />
toma conciencia de lo que le rodea. Es inconfundible, el fútbol huele a hierba<br />
mojada y puro.<br />
Gol en contra. ¿Cuándo marcamos? Gol en contra. ¿Cuándo<br />
marcamos? Descanso.<br />
Aparecen los bocadillos. Es un sábado por la noche y no está en casa.<br />
Lo mismo que de excursión, tortilla y zumo. Mirando alrededor, identifica<br />
rellenos abundantes y variados acompañando una bota de vino que pasa de<br />
mano en mano entre propios y ajenos, como en una romería. Es el único<br />
momento en que se sienta, acariciando al granítico ser que les contiene, pero<br />
dura poco. Levanta la vista al cielo respirando el aire que anuncia el otoño y fija<br />
- 12 -
su atención en la retahíla de banderas que corona la cubierta. Es información<br />
puesta a la vista de todos para que nos enteremos bien. El gigante habla. En el<br />
centro, el país, la comunidad y la ciudad, por si no sabes dónde estás. A sus<br />
lados, se suceden los equipos por estricto orden actual en la clasificación. Las<br />
cuenta. Están todas. Busca el escudo del león. Intenta identificar las demás.<br />
Aquella es del Sporting de Gijón, con los Ablanedo y Joaquín. ¿Cuándo<br />
vienen? ¡Ojalá les vea! Le quedan dos cuando vuelven los jugadores. Que<br />
esperen, ahora termino.<br />
Gol en contra. ¿Cuándo marcamos? Se sucede el partido entre uys, ays,<br />
palmas, cánticos y comentarios de todo tipo. Hay un córner y algo<br />
extraordinario llama su atención. ¡En esas esquinas sólo hay niños! Decenas,<br />
cientos. Están solos. ¿Es posible? ¡Es el paraíso! Decide buscar si hay otros<br />
sitios especiales. La grada de enfrente parece para la gente mayor, es la que<br />
más asientos tiene y en la que menos se anima. Un fondo es todo de pie, el<br />
otro, salvo las esquinas, sentado. Y la General tiene mitad de cada. Eso es ser<br />
un buen anfitrión, el gigante ofrece comodidad para todos los gustos.<br />
El público salta en las gradas. A punto de contagiarse, se gira y pregunta<br />
muy serio: ¿le duele? Le sonríen. No hay respuesta. Es fuerte, seguro que le<br />
hace cosquillas. No se acaban nunca las sorpresas, las preguntas, las<br />
sensaciones. Pese al resultado, el partido le resulta magnético.<br />
El estadio parece crecer bajo sus pies o es él quien se siente más<br />
grande. En ese estado, recuerda un dato que al entrar no pudo procesar, preso<br />
del nerviosismo como estaba. Dos monolitos en una esquina conmemoran el<br />
hecho. Aquí jugó Yugoslavia. ¡Aquí se jugó un Mundial! También ponía Irlanda<br />
del Norte pero no le convence, no existe España del Sur, no puede ser verdad.<br />
Tiempo después sabrá que allí jugaron Maradona, Pelé, Di Stefano, Cruyff,<br />
pero esa noche sólo sabe que estuvo Yugoslavia. No sabe si eran buenos,<br />
pero le parece un nombre simpático.<br />
Expulsión, somos uno menos. Gol. Gol. Gol. Gol. ¿Cuándo marcamos?<br />
Sentimientos encontrados. Siete goles. Haz algo. No te quedes quieto. ¡Gol!<br />
¡Lo he visto! ¿Lo has visto? ¡Lo he visto! Salta agradecido haciendo cosquillas<br />
al gigante. Cinco goles en diez minutos, eso pasa aquí. Termina el partido. Le<br />
dicen que espere mientras salen los primeros aficionados con prisas. Muchas<br />
- 13 -
caras largas, es la mayor derrota jamás encajada en casa. Mira hacia abajo y<br />
sus ojos se abren de par en par. Entre el hormigón, a plena vista, unos brotes<br />
asoman contra toda naturaleza. Esas pequeñas plantas han crecido entre el<br />
sólido, frío y duro gris, deben de llevar años. No se puede contener, cuando lo<br />
ve se termina de convencer. ¡Está vivo!<br />
Se dirigen al vomitorio, llamado así acaso porque conecta con lo más<br />
profundo. A él le suena gracioso. Se acerca subiendo pesadamente, agotado<br />
de emociones. La abertura se va agrandando, no se divisa el final entre la<br />
gente y la oscuridad interna. Ya llega a esa puerta de salida que en realidad es<br />
de entrada.<br />
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ORGULLO POSIBLE<br />
Juan Antonio Pérez Bello<br />
Crecí al lado de esas traviesas, unas vías que marcaban el camino<br />
que nos llevaba, a mí y a los míos, desde la estación del Norte, en pleno<br />
Arrabal, rozando el barrio de Jesús, hasta la estación del Norte de la Valencia.<br />
Eran los primeros años setenta. Nuestra estación lucía en la puerta principal un<br />
curioso letrero que yo leía con alegría cada vez que cruzábamos el umbral:<br />
“Caminos de hierro del Norte” y bajo aquel techo amplio y abundante<br />
esperábamos pacientes a que saliera el ter que nos llevaría, al cabo de casi<br />
doce horas de sosegado viaje, hasta la valenciana calle Játiva.<br />
Al lado de aquellas vías, decía, crecí y comencé a beber los primeros<br />
vientos por lo que desde muy niño sería mi pasión: el fútbol. Aquellas vías que<br />
separaban el barrio, mi barrio Oliver, en dos mantos, uno blanco y otro tostado,<br />
este último marcado por la presencia de una población que rasgaba la guitarra<br />
flamenca con uñas de madera y negros cabellos en el alma. Los gitanos de mi<br />
barrio eran de esos que se casaban entre ellos y pintaban cada noche con la<br />
sangre de la luna y con ellos compartíamos calles y aulas, en una rara mezcla<br />
de acentos a contrapelo.<br />
Era “la vía”, a partir de la cual nacía y moría cada una de las dos<br />
formas de sentir la vida. La zona oeste se hallaba situada en las marginales<br />
laderas de La Camisera, que era como un submundo donde pasaban cosas y<br />
la gente vivía vidas con tormenta. En su costado emergía, como un monumento<br />
a la raza y el valor, el campo de fútbol que llevaba su nombre y en el que el CD<br />
Oliver peleaba cada balón que por allí rondaba. Lo hacía desde principios de<br />
los sesenta y a él acudíamos los chavales del barrio los domingos por la<br />
mañana, para ver a los muchachos batirse en aquella alfombra de piedras<br />
rugosas contra los mejores equipos de Aragón.<br />
Rara vez me aventuré por sus calles. Casi podría decir que nunca. Ni<br />
yo ni los chavales de mi cuadrilla, porque teníamos la sensación de que allí<br />
dormía el peligro. Los personajes más pendencieros del barrio surgían cada<br />
- 15 -
noche de sus parcelas, sobre todo en verano y los apellidos más ilustres del<br />
hampa local dormitaban tras las cortinas que, a modo de poderosos muros,<br />
protegían cada casa. Eran baratos mantos de tela rígida que presentaban sus<br />
respetos al paseante embozados en gruesas y veteranas manchas que nadie<br />
se preocupaba en hacer desaparecer. Alguno de esos príncipes de la tropelía<br />
acostumbraba a merodear las salidas de los colegios, como un precoz<br />
traficante de palabras prohibidas. Ese delincuente de nombre corto y seca<br />
osadía, aprovechaba los momentos de soledad de algunos grupos de<br />
pequeños escolares que se quedaban rezagados para robarles los objetos más<br />
apreciados del momento: chivas (canicas), estampas (cromos), tacos de goma<br />
o tabas. Lo hacían con violencia en minúscula, pero violencia al fin, y no era<br />
extraño que los mocos que se secaban en las comisuras de sus labios<br />
quedasen como rastro en la mejilla del atracado, que bien poco podía hacer si<br />
no era añadir su nombre a la lista de víctimas.<br />
Los chavales conversábamos de todo, hasta de la nada, hasta de lo que<br />
no conocíamos ni habíamos siquiera soñado. Hablábamos bajo el cielo rojo del<br />
verano, bajo las puntas de las estrellas de las noches cortas. También bajo el<br />
aliento de los que nos criaban y nos mandaban a las calles, a patear sonidos,<br />
lamentos, jadeos y miradas diagonales, de esas que traspasan aunque no<br />
entiendas nada. Como cuando cayó en medio de la calle un condón usado por<br />
el deseo rasposo de los dos reclutas que alquilaron el tercero B y hacían el<br />
amor con aquellas dos chavalas que estudiaban en la Universidad pero se<br />
reían como dos rayos blancos de atardecer. Pero no es eso de lo que quería<br />
hablar, sino de lo que sucedió aquella tarde del mes de abril.<br />
Habíamos quedado citados en la esquina de la Calle del Pino para<br />
emprender el largo camino que nos llevaba cada quince días a La Romareda.<br />
Entonces siempre era así. El Real Zaragoza, el equipo de nuestros amores, el<br />
equipo que siempre ganaba cuando jugaba en casa, el equipo gallardo en el<br />
que todos queríamos jugar cuando fuéramos mayores, se enfrentaba esa tarde<br />
al Real Madrid, el equipo campeón que llegaba a la ciudad para recoger los<br />
laureles que acababa de conseguir tras alcanzar el Campeonato de Liga.<br />
El camino hasta el barrio nuevo en el que se hallaba el estadio era un<br />
recorrido delgado, esbelto a veces, que hacíamos con ritmo de cobre en<br />
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formación desordenada, pero que servía para conocernos más y decorar<br />
nuestras espinillas con las piedras que saltaban a nuestro paso. Lo hacíamos<br />
con gusto, con las ganas de los que siempre tienen ganas de vivir. La distancia<br />
era mucha pero no nos cabía en la cabeza otra forma de llegar hasta el campo.<br />
Una vez allí rellenábamos aquel rincón del abono infantil desde el que veíamos<br />
cada domingo correr como la centella a Rubial para recibir los pases de García<br />
Castany. Aquellos pases profundos de tiralíneas que propiciaban los centros del<br />
pequeño asturiano. Lo veíamos tan cerca que incluso cuando punteaba el<br />
saque de los corners oíamos el seco encontronazo de su bota negra con el<br />
balón blanco que casi siempre encontraba la cabeza de Diarte o el empeine de<br />
Arrúa para tratar de romper la portería adversaria.<br />
Aquella tarde nos retrasamos. Faltaba Rubén, el más alto de todos. En<br />
la esquina de siempre, que ya he mencionado, esperábamos a que llegase el<br />
amigo lento cuando aquel hombre que permanecía de pie a unos cuantos<br />
metros de nosotros desde hacía algunos minutos, se acercó. Y nos hizo una<br />
pregunta simple, casi sin consonantes. Nos preguntó si pensábamos ir al fútbol.<br />
- Sí, ¿por? – contesto con cierta insolencia Miguelán.<br />
- Pues si es así vais a presenciar un hecho único. Hoy llorará el<br />
cielo. Y serán lágrimas marrones.<br />
Se dio media vuelta y se fue. Nos quedamos con las palabras secas.<br />
Yo no sé si los demás le entendieron. Supongo que no. Yo tampoco. Pero sé<br />
que me estremecí. Era aquel un tipo esquinado y lateral que miraba con tierra<br />
en los ojos. No me gustó nada. Y me asusté, aunque eso no es importante,<br />
porque yo era un chaval temblón y fácil para mis compañeros de juegos. Y eso<br />
que me querían. Claro, que eso lo supe años después, como tantas otras<br />
cosas.<br />
El hombre alto, enhiesto casi, había tirado una amarillenta colilla al<br />
suelo. Nos quedamos mudos, aunque alguno se atrevió a maldecir:<br />
- Este gacho está loco, có. – opinó Miguelán<br />
- ¿Alguien lo conoce? – preguntó Jorge<br />
- Yo no – pude decir – aunque su cara...<br />
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Mientras aún humeaba la pava en la acera, vimos con alivio que<br />
llegaba Rubén. Después de los habituales reproches emprendimos nuestra<br />
ritual caminata rumbo al templo de la furia colectiva. Esa tarde hablamos poco<br />
mientras anduvimos, si bien las roncas palabras de Miguelán y Paco, los<br />
mayores, que ya empezaban a cambiar la voz, servían para marcar nuestro<br />
territorio y decir con fuerza que aquel tipo no tenía media hostia y que la<br />
próxima que me lo encuentre igual le parto la cara, ¿o qué? Esa era la filosofía<br />
de Paco, qué se le va a hacer, al que el tiempo marcaría su destino llevándole<br />
a la cama de una mujer que le daría cinco hijos y al taller de un explotador que<br />
le quitaría cinco vidas.<br />
El estadio estaba lleno, lo recuerdo bien. Era un partido con doble<br />
página. Es verdad que un Zaragoza Madrid siempre ayuda a calentar el aire,<br />
pero aquel servía, además, para enfriar el latido de un 1 de Mayo que<br />
recorrería las calles de un país gobernado por un hombrecillo que decía vivir<br />
para Dios y la Historia, así, con mayúsculas. Por eso, las televisiones<br />
mostraban lo mejor del equipo del régimen y la audacia de un puñado de<br />
jóvenes que lamían la nuca del poderoso. Aquella Liga sería la del 6 a 1 a la<br />
opulencia.<br />
Vi el partido en color. Viví el partido en cuerpo y alma en el campo de<br />
mis sueños, de nuestros sueños. El Real Zaragoza nos invitó a la fiesta<br />
enfundado en su blanca camiseta, su calzón azul y su poderoso corazón<br />
latiendo en cada lance del juego. Fue el partido de García Castany, la elegancia<br />
hecha pálpito. Fue el partido de la magia y la luz medida. Pero fue algo más<br />
que un partido.<br />
Cuando la tarde comenzaba a apoderarse del sol, mientras veintidós<br />
hombres luchaban por el honor de la tribu, cuando toda una ciudad abría la<br />
boca para absorber la gallardía de sus gladiadores, ocurrió algo extraordinario.<br />
El cielo, hasta ese momento azul como el aire que respira el Real Zaragoza, se<br />
cubrió de un manto vivo y ancho. Era una especie de cortina de fulgores rojizos<br />
que se apoderó de la cúpula celestial y nos obligó a levantar la mirada a<br />
cuantos estábamos allí. Sus colores eran tan rojos como la pasión de un joven<br />
que explota su amor en el primer encuentro, como la saliva caliente de un beso<br />
largo y deseado. Así se extendió aquella amalgama de colores que, durante<br />
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unos minutos, estiró la mirada de los espectadores, en un movimiento vertical<br />
de sus cabezas más parecido al asombro que al miedo, como si todos<br />
deseásemos que aquello que contemplábamos significase el fin de nada y el<br />
comienzo de todo.<br />
Hubo un murmullo gigantesco, un susurro de miedo y preguntas sin<br />
respuesta. Fueron unos minutos, cortos y largos, finitos e inacabables, pero<br />
temblamos como niños. Hasta los futbolistas detuvieron su vigor, como si<br />
quisieran mostrar que ellos, auténticos dioses en la tierra, constructores de un<br />
choque para la historia, reconociesen el poder que no puede estar en otro sitio<br />
que no sea el Cielo.<br />
La noche pareció estrangular aquellos momentos erizados. Al día<br />
siguiente, los periódicos hablaron de globos sonda, de fenómeno inexplicable,<br />
de amenazas deseadas y temidas al mismo tiempo. Hubo quien se atrevió a<br />
mencionar esas naves circulares que cuadran a veces el espacio. Hubo quien<br />
no encontró ninguna respuesta, como no encontró Miguel Ángel, el portero<br />
madridista, ninguno de los balones que los zaraguayos y el catalán silverado<br />
alojaron en su arco. Eso, todo eso, quedará en nuestra memoria. Como quedó<br />
la premonición del hombre vertical, aquel que se acercó a un grupo de niños de<br />
barrio y les dijo que esa tarde el cielo iba a llorar y que iba a llover marrón. Se<br />
equivocó en el color, pero acertó cuando nos anunció que la tierra acogería el<br />
llanto del pasado para dibujar días más luminosos. Como este que respiramos<br />
hoy.<br />
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APOCALIPSIS BLANQUILLA<br />
José Ángel Tejero Giner<br />
No sé si alguien llegará alguna vez a leer estas líneas. No me gusta el<br />
fútbol, nunca me ha interesado y si alguien me hubiera preguntado si alguna<br />
vez creía que pudiera llegar a ser importante en mi vida me hubiera muerto de<br />
la risa. Y parece que eso es lo que va a pasar, que me acabará costando la<br />
vida. Y no me hace ni puñetera gracia.<br />
He oído decir que la mayor habilidad del demonio es precisamente lograr<br />
que nadie crea en él. Y así se esconde tras la leyenda urbana, la excusa<br />
indulgente con la que sortear el miedo que nos produce nuestro innato<br />
salvajismo o el eslabón supersticioso con el que justificar lo injustificable del<br />
que ha nacido miserable, porque por mucho que la historia se empeñe en<br />
engalanarle, Rousseau era bobo. Pero existe, vaya si existe. No el de los<br />
cuernos y las orgías con las brujas en los profundos bosques pirenaicos, no el<br />
sexy súcubo que apela a tu apetito carnal para apoderarse de tu voluntad, no<br />
uno, muchos, centenares, miles de ellos, dentro de muchos de nosotros. El<br />
demonio son ellos. Se organizan en pequeños grupos que en la sombra<br />
manipulan y destruyen los escasos grupúsculos de resistencia, a mayor gloria<br />
del orden real, ni legal ni escrito.<br />
Cuando comenzó 2014 en España había cosas que no se podían tocar.<br />
Lo sabíamos y entendiéndolo o no, compartiéndolo o no, transigíamos, porque<br />
era lo que debía ser. La iglesia y el fútbol eran sagrados. Y ni se podía elegir<br />
iglesia ni podías desvincularte del bipartidismo balompédico legitimado<br />
consuetudinariamente. Pero la ambición de ese secreto y secretista orden se<br />
dejó llevar por la gula y decidió conducir al fútbol al fin último con el que había<br />
sido creado, convirtiéndolo en la perfecta herramienta de control y castigo,<br />
porque ya no les bastaba con manipular someramente. Ansiaban el control<br />
total. La lobotomía generalizada.<br />
Una especie de absurda selección natural dicotomizada quedó patente y<br />
hasta pareció razonable. Las normas eran simples. Podías simpatizar con un<br />
equipillo, con la excusa de mi primer equipo y mi segundo, incluso mi tercero.<br />
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Era una burda justificación que algunos abrazaban con entusiasmo, pero que<br />
directa o indirectamente te obligaba a definirte y, a la par, ofrecía una excusa<br />
moral en la que invertir las 30 monedas de plata de la traición a tu tierra y tu<br />
historia. O Merengue o culé. Ni de ambos, ni de ninguno.<br />
Todo empezó a ir mal cuándo la pequeña aldea blanquilla que se hacía<br />
llamar Aúpa Zaragoza, decidió desvincularse de esa dicotomía. Se dejaron<br />
llevar por la pasión que les impedía tener dos amores simultáneos y<br />
embriagados por una extraña bebida de ambarino aspecto se creyeron muy<br />
fuertes, casi invulnerables y decidieron resistir ahora y siempre al invasor<br />
expresando públicamente su desafección “Culemerenguil”.<br />
Primero solo fueron amenazas, pero su efecto era nimio. El acoso fue<br />
poco a poco “in crescendo”. Alguien, un grupo de esos pequeños demonios de<br />
negra alma, no estaba dispuesto a consentir semejante muestra de<br />
desobediencia y empezó a marginárseles y humillárseles. Ya no bastaba con<br />
ignorarles. Ahora había que darles un escarmiento, porque se estaban<br />
demostrando tener voluntad propia y eso era intolerable. Se puso cerco al<br />
poblado y lo rodearon de campamentos fortificados habitados por personajillos<br />
de confuso pelaje que aunque decían estar ahí para proteger a la aldea, eran<br />
más falsos que la moral de un político y solo perseguían confundir y<br />
desestabilizar a los habitantes del tozudo reducto.<br />
Pero como dichas tretas aún confirmaban en su convencimiento al<br />
pequeño colectivo de disidentes se decidió aprovechar la ocasión tomando una<br />
medida radical. Los laboratorios Agapitarch, una herramienta de ese entramado<br />
invisible que buscaba homogeneizar la opinión de todos, habían diseñado un<br />
virus que infectaba y dejaba catatónicos a grupos poblacionales concretos a los<br />
que se deseara controlar. Nunca se había probado, así que tener cobayas les<br />
vendría muy bien. Manipularían el virus genéticamente para que solo afectara a<br />
los zaragocistas. Eso debería bastar para arreglar una chulesca oposición que<br />
menoscababa la posición de fuerza del verdadero poder, de ese que no<br />
necesita leyes ni constituciones para imponerse, de ese que puede comprar tu<br />
alma, pero de verdad y no como se supone que lo haría el ángel caído de la<br />
entretenida mitología judeocristiana, porque este poder no ofrecía nada a<br />
- 21 -
cambio, ni alternativa. Era obediencia debida o desobediencia punible sin<br />
normas escritas.<br />
El virus no falló, aunque tampoco funcionó como estaba previsto. Es<br />
cierto que los propios creadores quedaron sorprendidos de su magnífica<br />
capacidad de selección y eficacia, pues afectó a unos pocos miles de<br />
seguidores, pero no a otros. No afectó a la gran mayoría de los miembros de<br />
los campamentos aledaños al poblado. Ni el campamento oficial de la<br />
Federación de Peñas, ni el suntuoso palacio de la Directiva se vieron<br />
afectados. Tampoco afectó a buena parte de los socios del Real Zaragoza que<br />
se agrupaban en el campamento de “ahoranoeselmomento” o en el de<br />
“ahoramasquenunca”. Sin embargo la población de la aldea se vio diezmada de<br />
forma horrorosa y la gran mayoría de habitantes del pequeño núcleo disidente,<br />
quedaron sumidos en un profundo letargo cual degustadores de embrujada<br />
manzana. Los “aupazaragozanos” que no se sumieron en la abulia quedaron<br />
reducidos a la mínima expresión. Los laboratorios habían hecho un gran<br />
trabajo, pues el daño más importante se había asestado en el corazón mismo<br />
de la resistencia.<br />
Pero el regocijo se tornó pronto en desconcierto. Aquellos que quedaron<br />
en estado catatónico, de repente, como desembarazados de una carga moral<br />
que los humanizara se volvieron salvajes, violentos e irracionales. No<br />
escuchaban, no paraban, no cedían. Salieron del campamento y ninguna<br />
empalizada pudo contenerles. Se movían como una voraz metástasis que<br />
rastreaba y daba caza, primero a aquellos que estaban más cerca de su<br />
reducto, los autoproclamados zaragocistas que habían sobrevivido al virus, la<br />
propia junta directiva y todos los que habitaban los aledaños campamentos.<br />
Después fueron ganando metros y fijaron su nuevo objetivo en los que nunca<br />
se habían definido como zaragocistas y habían manifestado otra devoción<br />
ajena al equipo de su ciudad y en la culminación de la locura, incluso aquellos<br />
que habíamos despreciado el fútbol éramos su objetivo en una incontrolable<br />
escalada de eliminación sistemática de todo el que no fuera como ellos.<br />
Cuando alcanzaron La Romareda y ésta se tiñó de sangre la noticia dio<br />
la vuelta al mundo. Pero los instigadores sonrieron y se frotaron las manos. Su<br />
salvajismo sería castigado por las fuerzas del orden, ya no necesitaban excusa<br />
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para exterminarlos y los que eran potencialmente dudosos de abrazar la<br />
verdadera fe del bipartidismo balompédico también serían exterminados,<br />
impidiendo que una podrida manzana pudriera miles de cestas sanas y los<br />
daños colaterales eran perfectamente aceptables entre esa absurda minoría<br />
equivocada y prescindible.<br />
Sin embargo la policía se vio desbordada y la extraordinaria resistencia<br />
de aquellos deshumanizados seres, les superó. Aquella jauría de catatónicos<br />
salvajes siguió su macabra fiesta. Zaragoza entera fue acosada y perseguida.<br />
Ya nadie estaba a salvo. Una sola mente parecía guiarles. Y cual Hidra<br />
mitológica, cada vez que un miembro era cercenado, dos parecían surgir en su<br />
lugar.<br />
Cuándo la delirante orgía de sangre iba adquiriendo tintes de desastre<br />
incontrolable, porque ya nadie parecía estar a salvo de su voraz instinto<br />
exterminador, los que habían creado esta pesadilla empezaron a temer porque<br />
el conflicto se les fuera de las manos. Hasta ahora habían logrado concentrar la<br />
operación en la anciana capital del Ebro, pero ya no estaban seguros de poder<br />
evitar que salieran de allí.<br />
Así que, aunque nos pidieron que permaneciéramos en nuestras casas<br />
por seguridad, muchos nos dimos cuenta de que lo cierto es que fue por<br />
comodidad. Era más simple para los comandos de operaciones especiales<br />
entrar en cada domicilio y eliminar a todos los que encontraran, infectados o<br />
no, zaragocistas o no, leales o no. Zaragoza debía ser cauterizada, sin que<br />
quedara rincón por registrar y limpiar.<br />
Los disparos se acercan y anuncian mi inevitable destino. Sé que vienen<br />
a por mí. Y sé que sea justo o no, es necesario atajar esto. Odio el fútbol y no<br />
creo merecer este fin, pero cuando he comprendido que el rey de los deportes<br />
era solo su herramienta de destrucción ya era demasiado tarde. Y no bastaba<br />
con no simpatizar, porque a ellos les daba igual. Y dijera lo que dijera Benito<br />
Pérez Galdós, ya no hay lengua que diga nada. De entre los muertos no surgirá<br />
ninguna voz… porque si estás leyendo esto, debes saber que, esta vez,<br />
Zaragoza se rindió hace ya demasiado tiempo.<br />
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LOS DIOSES DEL FÚTBOL<br />
Sergio Grima Trasobares<br />
“El “Paquete” Higuera cogió el balón. Lo situó en el punto fatídico. Cogió<br />
distancia.<br />
Tomó carrerilla. Chutó con su pierna derecha, intentando engañar a<br />
Cañizares y…<br />
- ¿Así que te llamas Marina? ¡Qué nombre más precioso! Eres azul. Y<br />
con esa piel tan blanca… Eres tan bonita como mi Real Zaragoza.<br />
- Pues que sepas que también es mi Real Zaragoza. Y no me seas tan<br />
zalamero, que sé cómo sois todos. Tus palabras y piropos no conseguirán de<br />
mí nada que yo no quiera.<br />
- ¡Por favor! No me seas tan hermética. Mira, esta noche iré a ver el<br />
partido de Copa en el que eliminaremos al Izarra y pensaré en ti. Y si ganamos<br />
te pediré salir.<br />
- Pues si esa es tu forma de ligar conmigo, lo llevas claro. Y si por<br />
ganarle al Izarra crees que voy a salir contigo es que me aprecias muy poco.<br />
- Es verdad. Tienes razón. Ganar y eliminar al Izarra no puede<br />
considerarse algo excepcional como tú lo eres. Te mereces algo más<br />
trascendental. Mmmm… ¡Ya lo tengo! Si ganamos la Copa saldrás conmigo y<br />
me presentaré a tus padres. Pero eso no lo sabremos hasta dentro de unos<br />
meses, así que mientras tanto espero que aceptes quedar conmigo para ir al<br />
cine, o a cenar, o a tomar unas copas. Sin malos rollos, de verdad, confía en<br />
mí. Y así comprobarás que sí te valoro. ¿Te vale?<br />
- Me vale.<br />
Marina dio su aprobación, no sin arrepentirse en el mismo momento de<br />
articular sus palabras de asentimiento. El chaval con el que había coincidido a<br />
la hora de matricularse, en la fila de la secretaría de la Facultad, le había<br />
calado muy hondo. Su sincero tono de voz, su mirada tersa y limpia, y el color<br />
de sus ojos…¡cuánto brillo tenía! El corazón le dio un vuelco y allí mismo le<br />
habría dicho que sí, si le hubiese propuesto salir sin condiciones ni ambages.<br />
- 24 -
Carlos, que así se llamaba él, había quedado flechado de Marina<br />
instantáneamente y, asomándose por encima del hombro de ella, había leído<br />
en la solicitud de ingreso, el nombre que había conquistado su corazón<br />
zaragocista.<br />
Desde ese momento, tanto Marina como Carlos anhelarían, sin decírselo<br />
el uno al otro, que si existen los dioses del fútbol, les concedieran el prodigio de<br />
un Zaragoza campeón que justificase su relación de esta manera tan absurda,<br />
tímida y juvenil. Ambos comenzaron a quedar. Tres cines, un par de pizzas,<br />
varias quedadas para compartir apuntes y preparar exámenes y sus citas<br />
quincenales para acudir a La Romareda. Y ya no había vuelta atrás.<br />
Marina meditaría cada noche de los siguientes meses como expresar a<br />
Carlos que, aunque el Real Zaragoza hubiese sido eliminado, ella estaba<br />
dispuesta a salir con él, a presentarle a sus padres y a lo que hiciera falta, con<br />
tal de compartir cualquier momento y no separarse nunca de su lado.<br />
* A 45 segundos del final saca Andoni Cedrún de puerta. No llega Poyet,<br />
despeja Linigham. El balón para Nayim. Y Nayim lo que intenta es…<br />
- ¿De verdad abuelo? ¿Iremos a algunos partidos aunque se jueguen<br />
bastante lejos?<br />
- ¡Pues claro! Pero ya puedes pedirle autorización a tus padres. ¡Y<br />
tendremos que sacarnos los pasaportes! Porque supongo que los<br />
necesitaremos en algunos países.<br />
- Eso está hecho abuelo. Y el permiso de mis padres seguro que lo<br />
consigo. Ya tengo los quince y me prometieron la moto si aprobaba todo. Pero<br />
en lugar de la moto prefiero irme contigo a ver los partidos que juguemos en<br />
Europa.<br />
Allí, en medio de una Plaza del Pilar inundada de alegría y jolgorio, en<br />
ese océano azul y blanco, José Antonio acababa de prometer a su nieto Ismael<br />
que acompañarían al Real Zaragoza en su periplo europeo tras haber<br />
conquistado la Copa del Rey del 94. Dos semanas antes José Antonio había<br />
pasado por uno de los peores trances de su vida. Si ya fue duro en su día<br />
haberse quedado viudo, ahora el cruel cáncer le condenaba a una muerte<br />
inexorable. Año, año y medio o dos años le había pronosticado el oncólogo. No<br />
- 25 -
había seguridad en el plazo de vida que le restaba a José Antonio. Ahora,<br />
precisamente ahora que era más cuando disfrutaba de la compañía de su nieto<br />
le llegaba esta sentencia. Este año ambos se habían abonado, iban juntos y<br />
realmente habían gozado con su Real Zaragoza. Tal y como José Antonio se<br />
deleitó en los años 60 transmitiendo el mismo sentimiento a Roberto, el padre<br />
de Ismael. Pero ahora era diferente ya que económicamente podía permitirse<br />
llevar a Ismael mucho más allá. Todo el tiempo que no pudo dedicar al padre<br />
de Ismael lo estaba disfrutando ahora. Y con la guadaña del tumor taladrando<br />
sus pulmones estaba dispuesto a compartir con su nieto, cada segundo que los<br />
dioses del fútbol permitiesen que el Real Zaragoza estuviese vivo en Europa.<br />
Mientras la competición siguiese viva y el carcinoma le permitiese, allí estarían<br />
José Antonio, Ismael y el Real Zaragoza. Así lo había decidido esa misma<br />
tarde en el trayecto hasta la Plaza del Pilar, y su hijo Roberto no podría<br />
negarse a concederle esta gracia de vivir sus últimas experiencias con Ismael.<br />
* …¡Gol! El “Paquete” Higuera engañó a Cañizares que se estiró en la<br />
dirección equivocada, entrando el esférico en la portería hasta el fondo de las<br />
mallas.<br />
Marina y Carlos celebraban aquella Copa del Rey en la plaza del Pilar.<br />
Era su copa. El galardón que atestiguaba en secreto el cariño, ternura y pasión<br />
que se profesaban. A su alrededor, la muchedumbre parecía conformar un coro<br />
perfecto: un grupo de aficionados con banderas y trompetas, admiradoras del<br />
goleador Esnaider con su camiseta, ondeando sus bufandas al viento un<br />
abuelo con gorra abrazaba a su nieto,…<br />
En el día anterior, desde el mismo momento que se inició la tanda de<br />
penaltis, ellos eran conscientes que esa copica acabaría enfilando la calle<br />
Alfonso hasta la plaza. Los dioses del fútbol no podían ir contra natura y obviar<br />
el afecto que se dedicaban. Aquella victoria era por y para ellos, y ninguna<br />
fuerza en el universo podía contrariar ese mutuo sentimiento.<br />
- ¡Ves princesa mía como estaba destinado que estuviéramos juntos!<br />
- Sí Carlos, pero no creo que haya relación entre la Copa y lo que<br />
sentimos nosotros.<br />
- ¿Qué no? No me hagas hacer otra promesa.<br />
- 26 -
- ¿Y qué se te ha ocurrido esta vez?<br />
- ¡Escucha! ¿Has oído lo que ha prometido Andoni? ¡Nos traerán la<br />
Recopa! ¡En cuanto la traigan a esta plaza te pido matrimonio!<br />
- ¿Sin acabar nuestras carreras en la Uni? No me seas guasón, bastaría<br />
con comprometernos.<br />
- Al año que viene, cuando traigan la Recopa a esta misma plaza nos<br />
comprometemos.<br />
¿Te vale?<br />
- Me vale.<br />
* …se estira Seaman…¡Gol! ¡Goool de Nayim!<br />
11 de mayo.<br />
En medio del bullicio y la alegría de la multitud, Ismael y su padre<br />
Roberto lloran. Una mezcla de emociones encontradas les compele a manar<br />
lágrimas a raudales, a la vez que siguen los cánticos que el gentío entona.<br />
José Antonio no resistió más. Un empeoramiento rápido y fugaz se lo<br />
llevó tras el encuentro de la ida de semifinales contra el Chelsea. Consciente<br />
de su fin, y con una sensación agridulce por los viajes realizados con Ismael,<br />
pero con la pena de no poder llevarlo a Londres, José Antonio, en su lecho de<br />
muerte, pide a su hijo que lleve a Ismael a París. Está convencido que el<br />
partido de vuelta contra el Chelsea no supondrá la eliminación del Real<br />
Zaragoza. Los dioses del fútbol no pueden ser tan crueles en un trance así.<br />
José Antonio expira diez días antes del partido más glorioso que los dioses del<br />
fútbol generaron.<br />
Y así cumple Roberto con su promesa. Lleva a su hijo Ismael a París<br />
donde asisten a la victoria de sus recuerdos sobre la muerte.<br />
Al día siguiente, como hace poco más de un año, Ismael está en la plaza<br />
de los triunfos acompañado de su padre. Ambos portan la bufanda y la gorra de<br />
José Antonio.<br />
- 27 -
- Papá, el abuelo me dijo que no estuviera triste cuando él se fuera. Pero<br />
no puedo olvidar su ausencia y me amarga que no pueda sentir nuestra victoria<br />
y ver todo esto.<br />
- No te preocupes Ismael. El abuelo lo está viendo todo. Está con la<br />
abuela, y con los Alifantes, y con tantos y tantos zaragocistas del pasado que<br />
están velando por nosotros.<br />
Detrás, como el año anterior, Carlos y Marina celebran el éxito de la<br />
Recopa.<br />
- Era imposible que no ganáramos Marina. Todo estaba predestinado<br />
para convertirnos en un todo.<br />
- Lo sé desde el primer día. Supe que estaríamos juntos desde que me<br />
dijiste que era tan bonita como nuestro Real Zaragoza. Nunca me habían dicho<br />
unas palabras tan bellas.<br />
- ¿Te valió con eso?<br />
- Sí, con eso me valió.<br />
* Andoni comenzó a vociferar con ánimo enardecido. La plaza estaba<br />
enfervorecida. Y entre los vítores y el entusiasmo gritó: “¡Diooos!, por fin...<br />
Hace un año prometí la Recopa y aquí está... se ha cumplido. ¡Gracias,<br />
Pilarica!"<br />
- 28 -
José Ignacio Domingo Regidor<br />
EL GALGO DE TORRERO<br />
Antes de morir, el abuelo me lo contó muchas veces, que aquel había<br />
sido el mejor partido de su vida, el mejor del Zaragoza. Fue en el campo de<br />
Torrero, muchos años antes de que yo naciera, en 1952, la primera vez que el<br />
Zaragoza le ganó al Athletic de Bilbao. Lo eliminaron en primera ronda de<br />
Copa, remontando un 3-0 del partido de ida.<br />
Entonces el abuelo era muy joven, no tenía dinero para la entrada y su<br />
padre no quería que fuera al campo, así que se coló. No se lo hubiera perdido<br />
por nada del mundo. Era el Athletic de Venancio, Lezama y Gainza, y Zarra<br />
que no jugó; un equipo de galácticos de los de entonces.<br />
Tantas veces me lo recordó que un día, cuando yo tenía nueve o diez<br />
años, me llevó a ver aquel campo donde todo ocurrió. Bueno, lo poco o nada<br />
que quedaba de él. Aquella mañana hacía bastante frío y había una niebla<br />
muy espesa de esas que ahora apenas se ven. Recuerdo que cuando<br />
llegamos, un perro flacucho se me acercó a olisquear el balón que yo llevaba<br />
cogido entre el brazo y la cadera. Él se dejó acariciar la cabeza, pero el abuelo<br />
lo ahuyentó enseguida y me advirtió de que no debía tocar a los perros<br />
abandonados. Otras personas que paseaban por allí dijeron que podía ser<br />
peligroso y que llamarían a la perrera.<br />
Cuando llegamos me esperaba un gran estadio de fútbol, por eso me<br />
extrañó que el abuelo me llevara a un pequeño parque rodeado de grandes<br />
bloques de casas de ladrillo blanco. Observé cómo caminaba, dando pasos<br />
largos y mirando a todos los lados, como si intentara buscar un tesoro.<br />
Siempre hablábamos del Zaragoza, del resultado de cada semana, del<br />
último gol. Sabía más que los que escribían en los periódicos o hablaban en la<br />
radio, con él era fácil. En cambio en el colegio no tanto. Los chicos que eran<br />
de otros equipos se reían de mí, me decían que yo era igual de paquete que<br />
los que jugaban en el Zaragoza. Entonces yo tiraba la cartera y me ponía a<br />
- 29 -
perseguirles, corriendo sin parar hasta que se cansaban, se rendían y tenían<br />
que retirar sus palabras.<br />
Unos días antes de llevarme a aquel parque me enseñó el recorte de un<br />
viejo periódico, su papel amarilleaba. Se veía a Belló marcándole el cuarto gol<br />
al Athletic. Me lo relataría cientos de veces, yo se lo pedía, y puedo decir que<br />
es como si yo también hubiera visto aquel partido. Me lo contó todo, cómo se<br />
marcaron los cuatro goles, las ocasiones perdidas, lo que atacó también el<br />
Athletic pero sin éxito, lo que corrían nuestros jugadores que parecían no once<br />
sino veintidós sobre el campo, la agonía del tiempo de prolongación. Y al final,<br />
el entusiasmo incontenible de los hinchas de entonces celebrando aquel triunfo<br />
increíble. Hasta en otros campos lo vivieron con emoción y celebraron el triunfo<br />
de los nuestros. Me contó el detalle de nuestro entrenador, Berkessy, entrando<br />
al vestuario del Athletic para felicitarles por el partido que habían hecho y,<br />
aunque parezca increíble, ellos también le abrazaron y le felicitaron por la<br />
hazaña.<br />
El abuelo estaba tan entusiasmado con sus mediciones en el parque que<br />
al final lo dejé y me puse a jugar yo solo. Me imaginé la portería entre dos<br />
grandes pinos y empecé a tirar tiros. Enseguida se acercaron varios chicos que<br />
me preguntaron si podían jugar y empezamos un partido de lado a lado del<br />
escaso césped del parque. En una de las jugadas me tocó ir a buscar el balón.<br />
Aquel perro lo había atrapado y lo protegía bajo sus patas. Un hombre más alto<br />
que el abuelo y más joven lo estaba acariciando. Era delgado, algo desgarbado<br />
hubiera dicho mi madre, pero tenía pinta de ser de esos a los que no es fácil<br />
ganarles en una carrera. Me vio y empezó a hablarme.<br />
―Eh, chaval ¿Es tuya esta pelota? –me preguntó.<br />
Asentí y él se la quitó al perro. Empezó a tocarla con las dos piernas,<br />
con las rodillas, con la cabeza. Me pareció que tenía que ser profesional, a lo<br />
mejor incluso algún jugador del Zaragoza. Llevaba una camiseta blanca<br />
remangada hasta los codos con varios lazos en el pico de su cuello y un<br />
pantalón azul muy ancho que parecía un bañador de esos que se ponía mi<br />
padre en verano.<br />
―¡Vaya balón! ¿Es nuevo? Yo juego con otros más gastados.<br />
- 30 -
―Me lo regalaron mis padres por mi cumpleaños. –recuerdo que le dije.<br />
―Seguro que tú eres bueno jugando, ¿eh?<br />
―No tanto como tú. Me dicen que soy un poco paquete. El entrenador<br />
me tiene de suplente y sólo me saca de defensa. Dice que corro como los<br />
perros.<br />
―Hay perros que corren como liebres, ¿has visto correr a éste? –me<br />
respondió muy seguro- . Pero no te preocupes, a mí también me toca estar<br />
muchas veces en el banquillo. –me decía mientras seguía tocándola y el perro<br />
se alejaba olisqueando algún rastro.<br />
―¿De qué juegas? –le pregunté.<br />
―De extremo.<br />
―A mí también me gustaría ser extremo –él seguía manejando la bola<br />
como los jugadores que yo veía en la tele- ¿Sabes que aquí hubo un campo<br />
de fútbol? –me atreví a preguntar.<br />
―Ya lo creo, menudo campo. Mira, allí una portería y allí la otra.<br />
Él lo decía como si las estuviera viendo de verdad, pero por un lado me<br />
señalaba a los pinos que utilizábamos como portería y por el otro en dirección a<br />
la niebla. Los otros chicos del partido empezaron a reclamarme.<br />
―Me llaman. ¿Quieres venir a jugar con nosotros? –le propuse.<br />
Entonces él me devolvió la pelota.<br />
―Gracias, pero yo también tengo que irme. Hoy tengo un partido muy<br />
importante. Quizás otro día.<br />
Di una patada a la pelota para enviársela a los chicos. Le vi marcharse<br />
trotando y desaparecer entre la niebla, tocando sus tobillos con las manos<br />
mientras corría en línea recta, como mirando algo con atención a su derecha.<br />
Seguí jugando el partido y pronto vi al abuelo volver de sus<br />
investigaciones por el parque. Espantó otra vez al perro, que andaba<br />
correteando por allí y le tiró varias piedras. Me dijo que teníamos que irnos, que<br />
hacía frío para estar allí. Yo, como siempre, le pedí que sólo un gol más, que<br />
íbamos empate y había que decidir quién ganaba.<br />
- 31 -
En la siguiente jugada, en una arrancada me desmarqué de mi contrario,<br />
controlé el balón y me planté delante del portero que intentó salirme, pero le<br />
lancé una vaselina que sólo llegó a rozar con los dedos. Por detrás venía un<br />
defensa intentando llegar inútilmente al balón que, muy despacio, terminó por<br />
entrar en la portería.<br />
Entonces ocurrió algo realmente extraño. Se escuchó un rugido que no<br />
supimos de dónde vino. El abuelo dijo que podía ser de un avión pero a mí me<br />
pareció como el aullido de una multitud que gritara mi gol, un grito de júbilo<br />
desbordado cuya onda nos atravesó a todos. Duró varios segundos y se fue<br />
apagando como si se alejara hacia otro lugar.<br />
Después, el abuelo me cogió de la mano, quería mostrarme algo. Me<br />
señaló un lugar indeterminado del césped. “Desde aquí marcó Belló”, me dijo<br />
emocionado, curiosamente más o menos desde donde yo había marcado.<br />
Luego fuimos a recuperar el balón y vimos otra vez al perro, ahora estaba<br />
mordisqueando mi pelota como si fuera una presa. El abuelo hizo otra vez<br />
ademán de ir a espantarle, pero unos hombres con una especie de uniforme<br />
azul se le acercaban uno por cada lado. El primero llevaba una vara larga con<br />
un lazo de metal, el otro una red. Estaban a punto de atraparle y entonces, sin<br />
saber muy bien porqué, grité.<br />
―¡Vete! ¡Vete!<br />
Todos me miraron como si hubiera hecho una de mis travesuras. El lazo<br />
estuvo a punto de atraparlo por el cuello pero consiguió liberarse de él saltando<br />
y retorciendo su cuerpo. Salió corriendo y el otro hombre trató de ir tras él. Le<br />
lanzó la red, que se deslizó por su lomo y se enredó en una de sus patas<br />
traseras, pero en su carrera consiguió soltarla. Se alejó dando grandes<br />
zancadas, saltando por encima de un banco y esquivando los troncos de los<br />
pinos como si fueran rivales que quisieran pararle. Se perdió entre la niebla.<br />
A los pocos días de aquello murió el abuelo y desde entonces, ir al fútbol<br />
ya no es lo mismo. He pensado mucho en todo lo que ocurrió aquella mañana y<br />
he llegado a la conclusión de que es el galgo el que se los lleva. Puede que los<br />
esté reuniendo a todos para ver el partido otra vez y algún día me encontraré<br />
otra vez con ese perro flacucho, estoy seguro. Dejará que acaricie su cabeza y<br />
- 32 -
me guiará hasta la grada con el abuelo. Será fácil para él reconocerme, ya no<br />
corro como los perros.<br />
- 33 -
UN HOMBRE MUY LISTO<br />
José Ignacio Cepero Briz<br />
Como todos los días del calendario, los 19 de junio tienen sus<br />
efemérides, pero para mí tienen una importancia especial. No, no es mi<br />
cumpleaños. Yo nací un 14 de julio, día de la Revolución Francesa. ¡Allons<br />
enfants de la patrie y todo eso! Pero bueno, quizá sí sea mi cumpleaños o más<br />
concretamente el día de mi bautizo zaragocista.<br />
El culpable de todo fue mi abuelo. Vivía con nosotros y me fascinaba con<br />
sus historias sobre el sindicalismo, la guerra y, sobre todo, el fútbol de su<br />
época. Muchas veces me sentaba en el suelo, al pie del sillón donde él leía el<br />
periódico, para escucharle hablar de cosas que no terminaba de entender, pero<br />
que me inflamaban con la misma pasión que él sentía. Él era un hombre listo y<br />
se daba perfecta cuenta de que estaba en sus manos evitar que su nieto<br />
cayera en las garras de los equipos mediáticos.<br />
Un 19 de junio de 1991, con apenas 10 años, mi abuelo decidió llevarme<br />
al fútbol por primera vez. El Real Zaragoza se jugaba la permanencia en<br />
Primera División ante el Murcia. En la ida habían empatado a cero y había que<br />
ganar. Llegamos a La Romareda con el tiempo justo y me impresionó el ruido y<br />
el colorido de la afición que abarrotaba las gradas. Recuerdo cómo retumbaba<br />
el estadio con los gritos de celebración de los goles. Mi abuelo debió verme<br />
muy entusiasmado, porque a la temporada siguiente pagó mi abono para<br />
llevarme con él a todos los partidos.<br />
Yo disfruté mucho de aquella primera temporada, pero veía que mi<br />
abuelo estaba cada vez más enfadado. Un día —que ahora sé que era el 25 de<br />
marzo— explotó y dijo que nos habían quitado el club, que lo habían convertido<br />
en una empresa y que ya no era de los aficionados y que se iba a dar de baja.<br />
Supongo que observó mi cara de tristeza y se recompuso y me dijo que solo<br />
seguiría siendo socio si yo quería ir con él. Efectivamente, seguimos yendo al<br />
fútbol.<br />
- 34 -
Mi abuelo no se arrepentiría, porque aquel año quedamos sextos y nos<br />
clasificamos para la UEFA. Al año siguiente jugamos una final de Copa del Rey<br />
en Valencia que nos robó el Madrid. Pero en 1994 fuimos al Calderón para<br />
disputar una nueva final contra el Celta... ¡y la ganamos! Todavía nos esperaba<br />
lo mejor. El 10 de mayo de 1995 estuvimos juntos en París, en la final de la<br />
Recopa de Europa. Vimos cómo subía y subía aquel balón... y bajaba y<br />
bajaba.... y cuando se coló en la portería del Arsenal, la explosión de júbilo fue<br />
brutal. Yo creía que se iba a caer la grada. Nos dimos un abrazo intenso, que<br />
no necesitaba palabras. Nunca había visto tal expresión de éxtasis en la cara<br />
de mi abuelo. Felices y agotados llegamos al autobús que nos tenía que llevar<br />
de vuelta a Zaragoza y recuerdo muy bien cómo mi abuelo, con el hilo de voz<br />
que le quedaba después de una larga jornada de cánticos y gritos de ánimo,<br />
me dijo: "Disfruta de esto, hijo mío, porque no va a ser lo habitual".<br />
Aquello me chocó porque yo creía que el Real Zaragoza era un equipo<br />
ganador. Entonces fue cuando empecé a interesarme por nuestra historia y vi<br />
que sí, que ganábamos cosas, que en general jugábamos muy bien al fútbol,<br />
pero que también teníamos muchas épocas oscuras en las que tocaba sufrir.<br />
Poco imaginaba yo lo pronto que iba a tener ocasión de comprobar cuánta<br />
verdad encerraban aquellas palabras de advertencia.<br />
Pero es que ya he dicho que mi abuelo era muy listo. Además, llevaba<br />
muchos años siguiendo al Real Zaragoza y lo conocía bien. Y quizás en aquel<br />
momento de apogeo adivinó que iba a llegar el final de un ciclo. Lo cierto es<br />
que los años siguientes marcaron el declive del Equipo de la Recopa y poco a<br />
poco el fútbol empezó a ausentarse de La Romareda. Pero yo ya estaba<br />
ganado para la causa. Y lo soporté estoicamente.<br />
En cambio mi abuelo, que ya tenía más de 70 años, no lo llevó bien.<br />
Aquello no era lo que él entendía por fútbol. Cada vez disfrutaba menos en el<br />
campo y su único aliciente era estar con su nieto. Además, pese a todas sus<br />
quejas cuando se produjo la conversión del club en Sociedad Anónima<br />
Deportiva, Alfonso Soláns Serrano era un hombre con quien se podía<br />
identificar, un forofo zaragocista hasta la médula. Pero en 1996 tomó las<br />
riendas su hijo, Alfonso Soláns Soláns, y mi abuelo echaba las muelas: "pero si<br />
a este tío no le gusta el fútbol", "no tiene ni idea de cómo se lleva un club", "¡si<br />
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solo está en el Real Zaragoza porque su padre le obligó por testamento a<br />
tenerlo durante 10 años!".<br />
En 2001, mi abuelo ya no renovó el carnet. El año anterior, con Chechu<br />
Rojo, habíamos gozado de una pequeña oportunidad de ser Campeones de<br />
Liga y mi abuelo se ilusionó con la posibilidad de que volviéramos a ser<br />
grandes. Pero una vez más el sueño se esfumó y volvimos a pelear por no<br />
descender. Es verdad que evitamos la catástrofe y ganamos otra Copa del Rey<br />
en Sevilla contra el mejor Celta de la historia, pero el día que mi abuelo me dijo<br />
que había perdido la esperanza de ver al Real Zaragoza ganar una Liga, sus<br />
ojos reflejaban una inmensa tristeza. La salud tampoco le acompañaba y su<br />
nieto ya tenía 20 años y se iba solico. Enfermo o no, yo creo que mi abuelo<br />
demostró una vez más lo listo que era —o su visión de futuro— y se evitó el<br />
dolor de vivir en el campo un nuevo descenso a Segunda División después de<br />
25 años.<br />
Yo le intentaba convencer de que se viniera conmigo a ver algún partido,<br />
pero siempre se negaba. Tras el ascenso, pensé que volvería a entrarle el<br />
gusanillo, pero no fue así. Ni los Villa, Milito y Savio consiguieron animarle.<br />
Cuando jugamos la final de Copa del Rey contra los Galácticos creí que<br />
vendría conmigo, pero tampoco. Con todo lo increíble que fue aquella victoria<br />
contra pronóstico en Montjuic, me quedó el regusto amargo de haber dejado a<br />
mi abuelo en Zaragoza.<br />
Al año siguiente, seguí insistiéndole. Cada semana le preguntaba si se<br />
vendría conmigo y su respuesta era invariablemente negativa. Me decía que no<br />
le gustaba este fútbol y yo le replicaba que este equipo jugaba bien, pero él se<br />
reía rememorando a los Magníficos y a los Zaraguayos e incluso a los Héroes<br />
de París, victoriosos con la SAD pero todavía herederos de la tradición del Club<br />
Deportivo. Cuando se cansaba de discutir, me decía que estaba demasiado<br />
enfermo para ir al campo y yo no podía decirle nada, porque era verdad que su<br />
salud se deterioraba a marchas forzadas. Y yo me preguntaba hasta qué punto<br />
influía en ello la tristeza que vi aquel día en su mirada y que todavía asomaba<br />
de vez en cuando, en momentos en que él no se daba cuenta de que yo le<br />
observaba. No recuerdo exactamente cuando dejé de pedirle que me<br />
acompañara a La Romareda.<br />
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El 12 de abril de 2006 no quise viajar al Bernabéu para ver al Real<br />
Zaragoza disputar otra final de Copa del Rey. No podía dejar otra vez solo a mi<br />
abuelo. Vimos por la tele cómo nos ganaba el Español y a mí se me llevaban<br />
los demonios. Pero mi abuelo sonreía y decía que esto nos pasaba por ir de<br />
favoritos. No sé por qué estaba de tan buen humor. Quizá fuera porque su<br />
salud parecía haber mejorado notablemente en las últimas semanas. Pero el<br />
forofo acérrimo que yo recordaba de mi niñez hubiera soltado todo tipo de<br />
improperios contra todo bicho viviente antes de recuperar la compostura y<br />
reconocer que el rival nos había superado con todo merecimiento.<br />
El 7 de mayo, mi abuelo me sorprendió al pedirme que le llevara a La<br />
Romareda. Era el último partido de la temporada en casa. Quise decirle que<br />
para qué, si ya estaba todo el pescado vendido, si ya habíamos conseguido la<br />
permanencia y el partido contra el Alavés era totalmente intrascendente. Pero<br />
no lo hice, porque me alegré mucho de que mi abuelo quisiera volver al fútbol<br />
conmigo.<br />
Lo vi muy animado, recordamos viejos tiempos, alabó la plantilla y<br />
celebró los tres goles como si fuera él aquel niño que se hizo zaragocista en<br />
una Romareda abarrotada para apoyar a los suyos en un choque decisivo.<br />
Cuando el árbitro pitó el final del encuentro, me volví hacia él para decirle la<br />
suerte que había tenido, porque este Zaragoza no nos había dado demasiadas<br />
alegrías en La Romareda en Liga, pero me frené en seco. Su cabeza colgaba<br />
inerte, hundida en su pecho. Le toqué en el hombro, le hablé sabiendo que no<br />
iba a contestarme, que no podía contestarme. Me quedé allí sentado un rato,<br />
abrazado a él, llorando en silencio.<br />
El 25 de mayo de 2006, prácticamente 10 años después de hacerse<br />
cargo del Real Zaragoza, Alfonso Soláns Soláns vendió la Sociedad Anónima<br />
Deportiva a Agapito Iglesias. Yo siempre supe que mi abuelo era un hombre<br />
muy listo y lo demostró hasta el final.<br />
- 37 -
Eduardo Martínez de Pisón<br />
LA ROMAREDA BOCA ARRIBA<br />
El aire le resultaba amable y placentero. Pese a su temperatura más<br />
bien cálida, le proporcionaba un agradable frescor al introducirse por sus<br />
orificios nasales. Le sentaba tan bien que por momentos pensó en interrumpir<br />
su huida de los guerreros, clavar sus rodillas en el suelo e inhalar una gran<br />
bocanada. Quería disfrutar de su olor a bayas, un aroma que desconocía hasta<br />
hacía unos días pero del que estaba seguro que nunca iba a hartarse.<br />
Mientras daba largas zancadas que le hundían en el barro, pensó en la<br />
reconfortante humedad que sentía en las plantas de los pies. A pesar de su<br />
atropellada escapatoria, en la que las ramas le latigueaban el rostro y las<br />
virutas de polen le nublaban la vista, casi había olvidado por completo la<br />
imagen de su compañero – ¿para qué ponerle nombre –, cuyo cuerpo yacía<br />
desollado apenas cien metros atrás.<br />
Se sabía el único superviviente de la expedición. De los quince que<br />
habían penetrado en la selva, hacía ya tres días, solo él seguía respirando.<br />
Pero en su cabeza no cabía el recuerdo de su prometida destripada ante sus<br />
ojos, ni la de los miembros inferiores de sus suegros devorados por una<br />
chiquillada de piel morena y generosos colgantes. Quizás el día era tan<br />
hermoso que por una vez decidió pensar únicamente en lo bueno que le<br />
aguardaba.<br />
De repente algo le extrañó. Hacía unos minutos que notaba un viento<br />
punzante, como el cierzo que le aguijoneaba las mejillas cuando enfilaba<br />
Fernando el Católico camino del Estadio Municipal de La Romareda. Pero no<br />
había dejado de oír los gritos guturales de quienes le perseguían. Con un<br />
rápido movimiento de cabeza acertó a vislumbrar, por el rabillo del ojo, las<br />
antorchas que marcaban la posición de los salvajes.<br />
Era cierto que se había propuesto apartar los malos pensamientos de su<br />
mente, pero no pudo evitar sospechar que estaba incubando una fiebre<br />
tropical. Al margen de los síntomas de agotamiento, inevitables tras veinte<br />
- 38 -
minutos de alocada carrera en la selva, había algo que no terminaba de<br />
encajar. Sin dejar de correr, aguzó el oído con la intención de confirmar sus<br />
sospechas. Sí, era el inconfundible sonido de unos dientes frontales quebrando<br />
la cáscara de unas pipas. Se sorprendió a sí mismo rechazando amablemente<br />
el ofrecimiento de su compañero de tribuna, que insistía en tenderle su bolsa<br />
de pipas de girasol, argumentando que haría “más llevadero el suplicio de ver<br />
jugar a estos desustanciaos”.<br />
Durante un instante fijó la vista en el verde, donde Luis García se<br />
entretenía dando vueltas sobre sí mismo y ralentizando las contras. Trató de<br />
calmarse, pero su pulso se aceleraba al mismo ritmo que las taquicardias le<br />
bombardeaban el tórax. Notó las manos frías, pese a que llevaba unos gruesos<br />
guantes de lana, así que decidió apoyar las palmas en el asiento y sentarse<br />
sobre sus dorsos. Levantó la vista, pero el silencio del Municipal era tan<br />
inquietante que volvió a bajar la mirada a sus pies. Al hacer un leve contoneo,<br />
tratando acomodarse, percibió que sus guantes se habían adherido a la<br />
superficie del asiento, con motivo de la capa de suciedad que se acumulaba<br />
desde hacía temporadas.<br />
Oyó de nuevo los gritos guturales de quienes le perseguían. En su<br />
apresurada fuga se agachó para esquivar una rama de la que colgaba una<br />
tremenda serpiente. Sin dejar de correr, saltó un impresionante charco – que,<br />
sospechaba, podía esconder arenas movedizas – y al aterrizar de forma<br />
impecable se maravilló por su agilidad. Los últimos rayos de sol de la tarde se<br />
filtraban entre la arboleda, justo delante él, creando un maravilloso efecto de<br />
contraluz. Era como si la luz le esperara al final de su escapada, y estaba tan<br />
seguro de que iba a llegar a ella, que una inyección de euforia le brotó en el<br />
pecho, subió por su cuello y le estalló en la parte interior de las mejillas. Todo<br />
iba a ir bien.<br />
Cuando la falta de higiene del estadio le hizo desistir de calentarse las<br />
manos bajo su propio peso, decidió apoyarlas en sus rodillas. Mientras trataba<br />
de controlar unas nauseas cuyo origen sospechaba, no pudo evitar fijarse en la<br />
nuca del hombre que se sentaba delante de él. No le extrañó no reconocerle: el<br />
equipo afrontaba la recta final de la temporada, y ante la posibilidad de que se<br />
consumara el descenso a Segunda División B, la directiva había optado por<br />
- 39 -
vender entradas a cinco euros, en una campaña cuyo eslogan rezaba “Sonreíd,<br />
puede ser la última vez”.<br />
Lo peor no fue la caída en los matorrales repletos de espinas, lo peor fue<br />
la torcedura de tobillo que le provocó haber encajado el empeine en una raíz<br />
sobresaliente. Y aun así, ni siquiera le pareció un dolor excesivo. En<br />
comparación con el espectáculo que antes presenció, la tibieza de la tierra a la<br />
que se arrastró le pareció reconfortante. Recostado boca arriba sobre el barro,<br />
colocó los codos contra el suelo y expiró con gravedad: trataba de convencerse<br />
de que esa era la realidad, de que ese partido y los siete años anteriores no<br />
podían haber sido sino una pesadilla fruto de algún psicotrópico que los<br />
salvajes debían de haberle mezclado con la comida.<br />
Pero cuando apoyó el mentón sobre su pecho notó el áspero tacto de la<br />
bufanda conmemorativa de la final de Montjuic. Abrió los ojos poco a poco,<br />
deseando hallar infinidad de lanzas apuntando contra su rostro. Pero lo que vio<br />
fue la espalda de una pareja de treintañeros que discutían sin demasiado<br />
fervor. Solo acertó a escuchar lo que decía uno de ellos: “Ponlas tú”. En su<br />
camiseta blanquilla, la que antaño vistieron Violeta, Lapetra, Marcelino, Arrúa,<br />
Savio, Villa o Diego Milito, vislumbró un funesto nombre: Javier Paredes.<br />
Ansió con todas sus fuerzas que eso fuera una pesadilla y rezó por<br />
despertarse. Quiso amanecer empalado en medio de una hoguera, si así<br />
conseguía apartar de su cabeza esa temible certeza de que en un plazo de un<br />
año no existiría lo que tanto tiempo le había mantenido vivo. No soportaba<br />
recordar la dilapidación patrimonial, la torpe especulación inmobiliaria, las<br />
formas caciquistas, la mediocridad institucional, la pérdida de prestigio, la<br />
triplicación de la deuda, el concurso fortuito, el “se compra pero no se paga”, la<br />
corrupción moral, el desprecio a la cantera, los rumores de maletines, el<br />
oscurantismo en los fichajes, la comisión como norma, el menosprecio al<br />
aficionado...<br />
Pensó en la selva. Y la echó de menos.<br />
- 40 -
TENEMOS UN EQUIPO COJONUDO<br />
Luis Gómez Rivas<br />
-“Tenemos un equipo cojonudo”.<br />
Me acuerdo de escucharlo entrar en mi cuarto con la alegría especial<br />
que concede el poder compartir la alegría con otros. Recuerdo como si fuera<br />
hoy un loro grande y negro que tenía “para cintas y para música, tío” donde una<br />
retransmisión múltiple de lo partidos decía que el Zaragoza había levantado un<br />
2-1 al Betis (recuerdo clarísimamente que era el Betis, no por nada en<br />
especial), y había puesto un 3-2. Me acuerdo de la sensación más que del<br />
partido mientras el torrente de palabras que llegaba a mi antena decía que<br />
habíamos marcado. Habían pasado ya los tiempo de la Recopa pero la resaca<br />
de esa tormenta todavía podía hacer naufragar a muchos en las aguas siempre<br />
complicadas de un juego veloz y alegre, que nos hacía perder contra el<br />
Albacete y ganar contra el Madrid. Me acuerdo también de esto como si fuera<br />
hoy, de ganar al Madrid (no muchas veces) .Volver a clase en primaria, hinchar<br />
el pecho de orgullo delante de los vikingos del oportunismo y los millones y<br />
decir con sonrisa picara “¿Qué tal el partido el domingo, tío, lo viste? “,¿No?”,<br />
”¿No lo viste?”. Naturalmente eran pocas veces y nuestras “riñas” acerca de lo<br />
que para aquel entonces consideraba una traición imperdonable, el ser de uno<br />
de los llamados grandes del fútbol naciendo en la ciudad del Ebro y del gol de<br />
Nayim, se arreglaba con un partidillo en el recreo en los que no solía tocar bola<br />
y que normalmente presentaban un ajustado marcador como aquel 19-21<br />
donde marqué un gol. No hay como el fútbol para hacer a la olvidar a la gente<br />
las cosas importantes, como el fútbol.<br />
-“¿Qué prefieres, correr o andar rápido?”<br />
Qué tipo, mi padre. Correr o andar rápido. Que además, siendo tan crío,<br />
más que correr o andar volaba de su mano. Menudo dilema existencial me<br />
planteó y todo por llegar tarde a un juego inventado por los ingleses en el siglo<br />
XIX. Bueno, a este respecto quizás convendría aclarar que el concepto de<br />
“tarde” para mi padre es aproximadamente veinte minutos antes de la hora<br />
convenida, treinta si se trata de un evento con mucha gente. El público se<br />
- 41 -
agolpaba a la entrada y mi visión me hacía verlos más altos de lo que eran y la<br />
mano fuerte de mi progenitor me recordaba que no me separara de él. No era<br />
para menos, ya que era el partido de liga justo posterior al gol que voló de las<br />
nubes de un cielo de París. Partidos que sirven de entradas victoriosas de un<br />
equipo en la ciudad para coronarse con los laureles del triunfo a en forma de<br />
banderas, cánticos y bufandas. Decían de los generales romanos que cuando<br />
entraban en Roma victoriosos, en su carro permanecía un esclavo cuya función<br />
era recordarle que eran mortales.<br />
Quizás hoy en día sea lo contrario y la función de miles de personas sea<br />
recordarles que a partir de ahora y, a pesar de que marchen a jugar a Inglaterra<br />
o dejen el fútbol y vuelvan a Buenos Aires, Montevideo o Ceuta, siempre serán<br />
inmortales en los momentos de nuestra memoria que nos hacen volver a<br />
levantarnos del sofá de un brinco y abrazar al hermano, primo, amigo o incluso<br />
al cuñado borrachín hasta sacarles el alma, y que hizo que un tío mío que<br />
siempre ha preferido el esfuerzo sereno y pausado que implica coronar una<br />
montaña que a 22 tíos detrás una cosa redonda, me llevará en el pescante de<br />
su bicicleta por toda la ciudad cantando con los hinchas que se quitaban la<br />
camiseta y se bañaban en las fuentes. Es curioso como es la memoria ya que<br />
recuerdo con la misma emoción el partido que el posterior viaje en bicicleta por<br />
el miedo a caerme. Dicen que la expansión del fútbol ha tenido algo que ver<br />
con la supuesta perdida de popularidad del ciclismo. No lo sé, pero desde<br />
luego para mí quedaron siempre unidos balón y bicicleta en la laguna particular<br />
que son los recuerdos de un niño.<br />
-“Tengo un mal presentimiento.”<br />
Menuda intuición la mía. Todo el día de la gran final. De la final de<br />
finales. De la final para dirimir quien sería el campeón de los campeones de<br />
copa, ahí es nada, y yo en lugar de irradiar la contagiosa alegría que se les<br />
supone a los chavales voy y digo que la cosa me da mala espina. Lo bueno de<br />
esa final es que puedo corroborar que no soy gafe y que a veces el tan manido<br />
tópico de que hay que dejar guiarse por tu intuición es más falso que un euro<br />
con la cara Popeye. Así pues, once tipos vestidos de azul y blanco, en una final<br />
de las que ves en una película de fútbol (pero el otro, el que se juega con las<br />
manos) y no puedes dejar de esbozar una sonrisilla del tipo que raro que ganen<br />
- 42 -
los buenos, vencieron al Arsenal y mandaron a paseo mi presentimientos<br />
agoreros. Eso sí, aunque mi comentario no fue afortunadamente el más<br />
acertado, el premio se lo llevó mi tía que al ver salir a nuestros rivales de<br />
Londres con su característica camiseta roja con un cañón en el pecho preguntó<br />
si esos tipos eran la selección española<br />
-“Hellow.”<br />
Qué gracia de palabra la mía y encima en inglés. Me acuerdo de pasear<br />
otra vez con mi padre alrededor del estadio el día previo a enfrentarnos con<br />
otro grande de Inglaterra y de Londres en semifinales, el Chelsea, y ver con<br />
aura de admiración a ese grupo de rubios altos que venían de lejísimos para<br />
poder ver a su equipo, en especial a otro chico de mi edad al que le dejaban<br />
viajar con su padre, seguramente saltándose clase. Para mí ya tenían un<br />
estatus de privilegiados mis compañeros de clase que eran socios, así que no<br />
podía dejar de observar con respeto y algo de envidia a mí homólogo británico,<br />
que adornado con su bufanda azul no se atrevía a contestar mi brillante<br />
discurso por timidez, hasta que su padre le dijo que lo hiciera con la típica frase<br />
de padre que te dice que hay que ser educado y contestar cuando te hablan.<br />
Después los dos adultos se miraron con complicidad paterna y nos<br />
marchamos, terminando ahí mi corta pero fructífera confraternización con la<br />
afición de Stamford Bridge. A veces me acuerdo de ese chico y me pregunto si<br />
seguirá viendo a su equipo y viajando con él. En el fondo es una pregunta<br />
estúpida y hace mucho que conozco la respuesta.<br />
-“¿Cómo van?”<br />
Esa complicidad que produce el fútbol entre desconocidos que los son<br />
un poco menos cuando descubren que tienen algo en común, permite a veces<br />
saltarse el protocolo que haría tener que añadir a la pregunta unas fórmulas de<br />
cortesía. Era de noche y el autobús recorría las calles de Zaragoza, llevándome<br />
de vuelta a casa mientras el conductor me decía con una sonrisa que justo<br />
ahora habían marcado el tercero a un equipo de una galaxia muy cercana. Mi<br />
adolescencia moría ya y el partido terminaría 6-1 en una de las noches donde<br />
al bajarse el telón de La Romareda los aficionados volverían a casa sobre una<br />
nube, surfeando en una ola de alegría que recorría toda la ciudad. Después de<br />
abandonar la pasión que me hacía gritar en el coche los domingos por la tarde<br />
- 43 -
mientras la voz de los locutores y el humo del tabaco de mi padre anidaban en<br />
mi memoria para formar otro de los lugares donde mi cerebro suele ir a pasar<br />
un rato cuando las cosas van mal, volvía a encontrarme con el fútbol. También<br />
con mi padre. Supongo que cuanto más perdido estuviera y menos me<br />
soportara a mí mismo las posibilidades de volver a sentir otra preocupación<br />
cuando ves a los delanteros rivales acercarte al área de tu equipo son menos<br />
lógicas. Pero creo que las vacunas también llevan parte del veneno que se<br />
quiere neutralizar y conforme me fui acercando a la veintena me fui viendo a mi<br />
mismo otra vez mordiendo el borde de una bufanda por los nervios, hasta un<br />
día encontrarte en una autobús con destino a una “nofinal” para no bajar a<br />
segunda división que los que levantan copas de España, Europa, el Mundo y la<br />
Vía Láctea como si fueran churros quizás nunca comprendan. Supongo que es<br />
ese veneno el que te hace volver a gritar cada vez que el árbitro te pita en<br />
contra un fuera de juego o que te hace esconder la mirada en el botellín<br />
cuando otra vez en el último minuto, y además otra vez de corner, alguien del<br />
equipo contrario le mete un gol al domingo por la tarde. También supongo, que<br />
no deja de ser el mismo veneno que te hace levantar lo puños de rabia y unirte<br />
a miles de voces y abrazos cuando vuelves a ver zarpazos del viejo león, que,<br />
acosado por buitres que vuelan alrededor suyo, vuelve a soltar algún rugido<br />
que recuerda a las viejas tardes. Es entonces cuando me parece volver a oír la<br />
voz de mi padre diciendo que tenemos un equipo cojonudo.<br />
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TEORIA DE LOS MIEDOS<br />
Carlos del Pozo Manzanares<br />
Los periodistas son muy dados a preguntar a los toreros sobre esa<br />
manida cuestión del miedo al toro, tema que no viene a ser sino fiel trasunto de<br />
otro miedo superior: el miedo a la muerte. No muchos son los diestros capaces<br />
de explicar cabalmente ese sentimiento de enfrentarse a un animal fiero que en<br />
cuestión de segundos se te puede llevar por delante, aunque parece que ese<br />
miedo acontece en diferentes fases: antes de encasquetarse el traje de luces,<br />
después de estar vestidos para la ocasión, cuando esperan a que el toro<br />
traspase la puerta de toriles y, finalmente, a partir del preciso instante en que el<br />
animal ya campea por el coso. Cada uno de esos momentos los vive el torero<br />
de muy distintas maneras, con sus ritos y supersticiones. En este intervalo de<br />
tiempo, además, tienen suma importancia aspectos tales como los colores, los<br />
gestos, los hábitos y hasta las creencias religiosas. Pero esos imprecisos<br />
instantes en los que el tiempo no es tiempo porque se estira y se minimiza de<br />
un modo caprichoso, diríase que casi cruel, mueren cuando suena un clarín y<br />
el silencio se apodera de cada rincón de la plaza.<br />
El alicantino Luis Francisco Esplá tal vez sea el torero vivo que mejor<br />
haya sabido retratar las miserias y grandezas que rodean el arte de la<br />
tauromaquia; siempre ha blandido en sus respuestas a las entrevistas que le<br />
han hecho un finísimo bisturí con el que diseccionar la razón y sinrazón del<br />
toreo y, sobre todo, la relación del hombre con el toro. Cuando al Maestro<br />
Esplá se le ha preguntado sobre el miedo, nunca se ha escondido ni mucho<br />
menos negado su existencia. Otros en su lugar dijeron antes y después que si<br />
ese miedo existía, ellos intentaban olvidarse de él para que no sobrevolara sus<br />
pensamientos. Al Maestro Esplá, en cambio, le gusta que le definan como<br />
domador de miedos, y es que para él el miedo no es singular, sino que<br />
pertenece a una incuestionable pluralidad: los miedos. Los mismos que hacen<br />
que las zapatillas pesen como cuando caminamos por un bosque embarrado y<br />
cada vez nos cuesta más sostener los pies, de modo que parece muy cercano<br />
el momento en que ya no podremos seguir avanzando.<br />
- 45 -
Para Luis Francisco Esplá, cuando llega el momento de la flojera, a lo<br />
que el torero instintivamente ha de propender en todo caso es a fagocitar esos<br />
miedos. El fagocito, según explican los diccionarios, es una célula emigrante<br />
que existe en todos los organismos y que tiene la propiedad de englobar y<br />
digerir cuerpos extraños, especialmente microbios. Si el torero es capaz de<br />
hacer lo mismo con todos esos miedos que se agolpan en su mente cuando el<br />
toro deja los chiqueros para buscar su destino, que también lo será el del<br />
torero, éste los habrá vencido. Y para ilustrar esta particular teoría de los<br />
miedos, el Maestro Esplá siempre cuenta una vieja anécdota futbolística.<br />
Alfredo Di Stefano es uno de los mejores jugadores que ha dado la<br />
historia del fútbol. Que la FIFA lo haya considerado el mejor jugador del siglo<br />
XX y que ese mismo juicio compartan todos los futbolistas que ganaron el<br />
Balón de Oro hasta el año 2000 nos descubre la enorme dimensión que como<br />
jugador de fútbol tuvo aquél a quien todos coincidieron en apodar La saeta<br />
rubia.<br />
En el verano de 1953 se produce su fichaje por el Real Madrid, tras un<br />
rosario de incidencias contractuales adornado con inevitables tintes políticos<br />
que enfrentarán al club merengue y al F. C. Barcelona, que se disputaban el<br />
mejor derecho sobre el argentino. Una resolución salomónica de la FIFA que<br />
decide que La saeta rubia juegue un año con los blancos y otro con los<br />
azulgranas provoca que estos últimos renuncien a su fichaje. Con la llegada de<br />
Di Stefano al Madrid se produce un cambio en la hegemonía futbolística en<br />
España, que en los últimos veinte años había ostentado el Barça, y a partir de<br />
ese momento el Madrid conocerá su período más glorioso de triunfos y su<br />
proyección internacional resulta incuestionable. En el Real Madrid, Di Stefano<br />
jugará durante once temporadas, hasta 1964, ya con treinta y ocho años.<br />
Durante dos cursos ligueros más lo seguirá haciendo en el Real Club Deportivo<br />
Español de Barcelona, retirándose al filo de los cuarenta.<br />
Toreros y futbolistas se han dispensado siempre una admiración mutua.<br />
No es raro ver en los tendidos de las plazas de toros a futbolistas deleitándose<br />
con una faena en esas tardes en que ellos no son los protagonistas. Como<br />
tampoco a los toreros, fuera de temporada, emocionarse en el palco de un<br />
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estadio de fútbol contemplando las jugadas que perpetran las estrellas del<br />
balón.<br />
La anécdota que centra este relato tiene como protagonista, junto a Di<br />
Stefano, a un futbolista. O por mejor decir, a dos futbolistas: el que cuenta la<br />
historia y el que la protagoniza junto a La saeta rubia. Del protagonista<br />
omitiremos su nombre, mas no en el caso de quien nos descubrió el relato. Se<br />
llamaba, y se sigue llamando, Francisco Santamaría, aunque es más conocido<br />
por Paco Santamaría, o simplemente como Santamaría para el mundo del<br />
fútbol. Fue un defensa internacional nacido en Cantabria que, procedente del<br />
Rácing de Santander, llegó al Real Zaragoza en el año 1962 y se retiró del<br />
fútbol en este equipo en la primavera de 1969. En la actualidad pertenece a la<br />
Agrupación de Veteranos del club aragonés.<br />
Alfredo Di Stefano poseía un estilo de juego muy peculiar. Remataba<br />
con similar acierto tanto con el pie como con la cabeza, tenía un gran sprint y<br />
un envidiable fondo físico, ayudaba a sus compañeros con frecuencia a<br />
recuperar el balón en el centro del campo y, si se terciaba, cometía alguna<br />
falta. Los que le vieron jugar así lo explicaban gráficamente: Hasta dando leña<br />
era bueno.<br />
Pero quizá la característica más destacada del juego de este futbolista<br />
eran sus caracoleos en el uno contra uno frente a la defensa rival, yendo arriba<br />
y abajo con la pelota, desplegando su famosa gambeta. Los defensas nunca<br />
sabían por dónde iba a salir el bueno de don Alfredo. Daba varias vueltas sobre<br />
sí mismo, giraba, ponía la marcha delantera, luego reculaba con la marcha<br />
trasera, y al final, cuando decidía encarar la portería contraria para marcar el<br />
gol, dejaba sentado en el suelo al pobre defensa rival que había osado hacerle<br />
frente.<br />
La anécdota se la había contado el futbolista Paco Santamaría a un<br />
torero amigo suyo. Databa de la primera temporada que Santamaría jugó en el<br />
Real Zaragoza, poco antes de que Di Stefano dejara el Real Madrid. El torero<br />
amigo de Paco Santamaría se llama Luis Francisco Esplá, y la primera vez que<br />
el diestro alicantino la escuchó, poco se pensaba que estaba ante la más<br />
fidedigna representación de la única forma de vencer los miedos. Ahí va.<br />
- 47 -
El Real Madrid visitaba ese año La Romareda. La Romareda es, para los<br />
neófitos en fútbol, el estadio donde juega el Real Zaragoza desde 1957, año de<br />
su inauguración. Llegaba allí el Madrid con todas sus figuras: Puskas, Gento,<br />
Pirri, Sanchis, y llegaba también, claro, al frente de todos con Di Stefano, su<br />
gran baluarte. Pese a que su figura comenzaba lentamente a decrecer, con<br />
treinta y seis años a cuestas, seguía no obstante siendo Di Stefano, el de<br />
siempre: un tipo capaz de sembrar el pavor entre los defensas rivales. Con él<br />
de rival, cualquier defensa podía hacerse una cabal idea durante algunas fases<br />
de un partido de lo que era realmente el miedo. Porque, pese a que no la<br />
hayamos citado como característica del juego de Di Stefano, la principal arma<br />
que este hombre solía esgrimir en un terreno de juego era su inmensa<br />
capacidad de infundir miedo en la defensa rival.<br />
Uno de los defensas que se enfrentaban a él esa tarde, el que<br />
probablemente y por indicación del entrenador iba a pulular por la zona del<br />
campo que de seguro ocuparía La saeta rubia, era un tipo bajito que no medía<br />
mucho más de un metro y sesenta centímetros de altura. Ese hombre tenía<br />
órdenes de parar a Di Stefano como fuese y ese hombre estaba, literalmente,<br />
cagado de miedo. Debió de dormir poco o nada durante la víspera, y la mañana<br />
del partido probablemente la consumió calibrando cómo superar ese miedo que<br />
atesoraba ya en su más recóndito interior, antes de que se dirigiera en el<br />
autocar junto al resto de compañeros hacia el estadio, mucho antes de que se<br />
abriesen las puertas de ese estadio, de saltar al césped y de que el árbitro<br />
diera el pitido inicial del partido con su silbato. Ese momento, el del silbido<br />
inicial del árbitro, tal vez se asemeje demasiado al del clarín en el silencio de la<br />
plaza. Y es que ambos son prólogo del miedo. O de los miedos.<br />
En un momento en que los jugadores de ambos equipos hacen<br />
ejercicios de calentamiento, media hora antes de comenzar el choque, el<br />
defensa del Real Zaragoza avista a Di Stefano desde la parcela del campo<br />
donde entrenan los maños. La saeta rubia está peloteando a unos cincuenta<br />
metros de donde está él, y en ese momento sonríe y hace bromas con el balón<br />
junto a Paco Gento e Ignacio Zoco, dos de sus compañeros. El defensa,<br />
rompiendo un pacto no escrito que impide a los jugadores pisar el terreno<br />
donde entrena el rival, se adentra en la parcela ajena y se acerca a Di Stefano.<br />
- 48 -
Éste apenas se apercibe de su presencia hasta unos segundos después;<br />
recordemos que el hombre apenas sobrepasa el metro sesenta de alzada.<br />
Cuando tiene delante a la saeta rubia, el defensa proyecta su cabeza sobre el<br />
cielo y le dice:<br />
- ¿Podría hablar un momento con usted?<br />
Di Stefano asiente, y en ese instante, los compañeros que le rodean se<br />
alejan de allí y quedan el defensa y la saeta rubia frente a frente. Dicho así<br />
pudiera parecer que hablamos de dos pistoleros del lejano Oeste prestos a<br />
desenfundar; lo más probable es que la escena tuviese mucho de esto. Di<br />
Stefano le dice al defensa chaparrete que qué se le ofrece, y el otro, mirándole<br />
fijamente a los ojos, con el sol de la tarde inundando las seseras de ambos,<br />
comienza a recitar.<br />
- Mire usted, yo vivo aquí y mi gente también -señala el contorno del<br />
campo, como si toda Zaragoza quedara encarnada en él-. Aquí me gano el pan<br />
y quiero seguirlo haciendo muchos años.<br />
Di Stefano no entiende nada. El defensa prosigue su relato sin<br />
pestañear:<br />
- Esta tarde, meta usted todos los goles que quiera, haga las diabluras<br />
que se le tercien, pero por lo que más quiera, se lo ruego: no se cachondee de<br />
mí. Porque si se le ocurre cachondearse de mí, le juro que lo quito del fútbol.<br />
Esa tarde Di Stefano no dio pie con bola. Estuvo torpe con el balón,<br />
desasistido por sus compañeros y extrañamente ofuscado de cara a la portería<br />
contraria. Los miedos que solía infundir en sus rivales fueron convenientemente<br />
fagocitados por uno de esos rivales, al que sacaba dos cabezas, que no tuvo<br />
más remedio que desprenderse de sus miedos expulsándolos de dentro de sí<br />
mismo y transmitiéndoselos a su adversario.<br />
Es, un poco, la teoría de la fagocitación de los miedos.<br />
Es, también, una hermosa historia, o al menos eso cree uno. Algo que,<br />
creo también, comparte enteramente el Maestro Luis Francisco Esplá, que es<br />
quien la explica a menudo.<br />
- 49 -
SANGRE BLANQUILLA<br />
Juan Alonso García<br />
Las luces de las habitaciones de la tercera planta se iban apagando, a la<br />
par que se desvanecía la esperanza, poco después de que la enfermera<br />
hubiera entrado a quitarle el termómetro tras comprobar su temperatura. La<br />
fiebre se había estabilizado en 38 grados. Lucía ya había perdido unas cuantas<br />
noches y le cogía la mano izquierda con mimo, sentada en una de esas sillas<br />
negras de hospital, incómodas, junto a la cabecera. En el otro brazo tenía la<br />
aguja que conectaba su vida con el goteo pausado y constante, al otro lado de<br />
la cama. Iván cerró los ojos y en una mueca de seguridad, la que le<br />
proporcionaba la cercanía de su madre, se quedó dormido. Lucía salió al<br />
pasillo para llamar por el móvil, al comprobar que el pequeño descansaba.<br />
− Se ha quedado ya dormido, le dijo a su marido, casi entre<br />
sollozos. No tenemos tiempo, Marcos<br />
− No te derrumbes ahora, cariño. Hemos llegado hasta aquí y<br />
hemos recibido buenas noticias del Registro, con el grado de<br />
compatibilidad de ese hombre.<br />
Lucía inhaló profundamente todo el aire que le había faltado durante<br />
esos siete tortuosos años de altibajos y recaídas cuando parecía que todo<br />
estaba solucionado. Siete años que se habían vuelto insoportables,<br />
especialmente en los últimos meses. Se agotaba el tiempo y las posibilidades.<br />
Los resultados de incompatibilidad con sus familiares no dejaban muchas<br />
opciones.<br />
Cedrún; Belsué, Cáceres, Aguado, Solana; Aragón, Poyet, Nayim;<br />
Pardeza Higuera y Esnaider. La había oído muchas, muchas veces y otras<br />
tantas la había recitado de memoria, aunque nunca pudo verlos jugar juntos,<br />
salvo en el deuvedé que su padre conservaba de la gesta del 10 de mayo del<br />
95 en el Parque de los Príncipes. Decenas de veces se lo había puesto, pero<br />
que el destino no le hiciera contemporáneo de aquella generación, lo<br />
lamentaba casi tanto como la enfermedad que lo estaba consumiendo. A<br />
alguno de ellos, como Cedrún o Santi Aragón los había visto, bastantes años<br />
después, en algún partido de ASPANOA, aunque no era lo mismo, obviamente.<br />
- 50 -
Como un tesoro conservaba el autógrafo dedicado de uno y otro. Para Iván con<br />
todo el cariño, de su amigo Andoni Cedrún, rezaba el del exguardameta, cuyo<br />
carácter dicharachero, bonachón y cercano, le ayudaba a sobrellevar bastantes<br />
momentos difíciles y su amistad le hacía presumir entre los compañeros de<br />
clase, a quienes mostraba orgulloso la firma del grandullón -como<br />
cariñosamente lo llamaba- al pie de la fotografía en la que aparecía subido a<br />
sus hombros, tras uno de esos partidos de la Asociación, a los que cada año<br />
acudía, siempre que la enfermedad se lo permitía. Con todo, quería conseguir<br />
algo del famoso cinco, de Yiyi. Aunque fuese un par de centímetros de una de<br />
sus medias, o de su camiseta, como ese trozo de la de César Sánchez que un<br />
periódico regalaba al día siguiente del 6-1 al Madrid, -la primera vez que Iván<br />
acudía a La Romareda-, en la semifinal de copa de 2006 y que conservaba con<br />
celo, como todos los atuendos y objetos zaragocistas que sus padres habían<br />
ido coleccionando y que le llenaban de ilusión. Algunos eran de los magníficos,<br />
como unas botas Violeta o un pantalón de Darcy Canario. En efecto, Nayim era<br />
el único que le faltaba de la quinta de París, porque hasta el negro Cáceres,<br />
que apenas tres días antes de ser tiroteado había ido a visitarlo a su casa, le<br />
había obsequiado con un pedazo de la red de la portería a la que<br />
gloriosamente se había subido en aquella noche mágica después de los ciento<br />
veinte minutos de partido. Esa era la imagen que siempre conservaba en su<br />
retina. Esa y la de la parábola de dibujos animados del ceutí en el último<br />
segundo de la prórroga.<br />
En la sala de espera de la consulta del Hospital Infantil, su padre<br />
hojeaba el periódico sin concentrarse mucho en la lectura. Aquella mañana de<br />
finales de mayo de 2006, se había despertado soleada y más calurosa de lo<br />
habitual para esas fechas aún primaverales. Parecía un buen presagio. Una<br />
señora de unos treinta y tantos o cuarenta abrió la puerta de la consulta para<br />
asignar el orden a los pacientes. Tenían cita para las diez y cuarto y habían<br />
acudido a recoger los resultados de los análisis. No será nada, mujer, le decía<br />
Marcos a su esposa. Ya verás como todo va a ir bien. Lucía no las tenía<br />
consigo. Su aguda intuición maternal le hacía, cuando menos, estar precavida.<br />
No quería lanzar las campanas al vuelo, aunque tampoco pretendía ser<br />
pesimista. No. Y menos delante de su hijo. Tenía que verla alegre, con la<br />
- 51 -
sonrisa de siempre, aunque la procesión fuera por dentro. Iván abrazaba a su<br />
madre, sentado en su regazo, mientras aguardaban. En sus escasos dos años<br />
de vida –había nacido un dieciocho de marzo y al día siguiente de la final de<br />
Montjuic, ¡cómo no iba a ser zaragocista hasta la médula!- no había visitado<br />
mucho al médico, salvo para las revisiones rutinarias, ya que había gozado de<br />
buena salud. Pero en los dos últimos meses, su estado parecía haberse<br />
debilitado hasta tener que pasar por el ambulatorio más veces de las que<br />
hubiera deseado. Eso de los análisis de sangre, no le gustaba nada. Salió la<br />
persona de bata blanca e Iván se despertó de un sobresalto cuando oyó<br />
pronunciar el nombre que, a pesar de ser el propio, le sonó como una alarma<br />
en sus tímpanos infantiles. El padre dobló el periódico. La doctora los recibió de<br />
manera distinta a ese tono seco que en ocasiones mostraba a sus pacientes.<br />
Sabía que lo que debía decirles iba a ser demasiado duro de encajar para una<br />
pareja con hijo único y tan pequeño. La madre apenas podía contener las<br />
lágrimas para no alterar a Iván, a quien lógicamente, se le escapaba aquel<br />
lenguaje tan raro en el que hablaba la doctora. Leucemia linfoblástica aguda. Al<br />
salir de la consulta, Lucía repetía una y otra vez las palabras de la doctora<br />
como un eco mortal, palabras que ahogaban su corazón en un llanto sin<br />
consuelo. La doctora les había dicho que dentro de lo malo, no había que<br />
alarmarse, era uno de los tipos de leucemia con más índice de curación, en<br />
muchas ocasiones sin necesidad de transplante. El padre mantenía la mirada<br />
perdida. En el periódico, doblado por la mitad, podía leerse el titular: Agapito<br />
Iglesias compra el Real Zaragoza.<br />
La primavera del 2013 no fue la mejor ni la más afortunada para Iván,<br />
quien había empezado a faltar al colegio reiteradamente. Era buen estudiante y<br />
le gustaba ver a sus amigos y compañeros de clase y jugar con ellos en los<br />
recreos. Después de unos años luchando contra su enfermedad y tras una<br />
época en la que parecía recuperado, según mostraban las distintas revisiones<br />
en oncología, los últimos resultados apuntaban a una recaída y así trasladaron<br />
los médicos el diagnóstico a la familia. Para colmo, el Zaragoza, y por segunda<br />
vez en cinco años, había bajado hacía pocos días, después de perder contra el<br />
Atlético de Madrid en La Romareda. Iván no pudo ir a ese partido, la<br />
enfermedad se lo impidió, pero se veía reflejado en el rostro de ese<br />
- 52 -
desconsolado niño cuyas lágrimas, consumado el descenso, habían recogido<br />
las cámaras de televisión, lágrimas que hacía suyas. Los días previos a su<br />
nueva hospitalización, los pasó viendo videos de los partidos del Zaragoza de<br />
otros tiempos: desde la final del 86 en el Calderón, contra el F.C. Barcelona,<br />
tenía todas grabadas, así como las eliminatorias de la Recopa. Parecía que su<br />
sueño de ser un día jugador del Real Zaragoza se desvanecía, así como su<br />
deseo de llegar a ser testigo de un equipo que jugara finales, que ilusionara<br />
como siempre lo había hecho y del que se pudiera sentir orgulloso. Su<br />
Zaragoza y su enfermedad parecían correr paralelos. También el estado del<br />
equipo de sus pasiones parecía terminal.<br />
Era domingo por la mañana cuando recibió la visita de Andoni, quien le<br />
anunció que Nayim iba a ir a verlo pronto. También le trasladó la promesa de<br />
que se llevaría un recuerdo de su ídolo de París, el único que le faltaba. La<br />
noticia fue como un soplo de esperanza en esos momentos por los que estaba<br />
pasando, en los que la muerte parecía querer cebarse con él ¿Aún tendría<br />
tiempo? El plazo previsto por los médicos para el transplante se agotaba,<br />
después de que pocos meses atrás le diagnosticaran leucemia linfoblástica<br />
aguda infantil recidivante.<br />
Unas semanas más tarde, recibió la visita de Nayim. ¡Nayim! ¿Era un<br />
sueño? ¿Estaría delirando? No se lo podía creer, no podía ser. El ídolo, el<br />
héroe de París, el campeón, entraba por la puerta de la habitación 312. Casi en<br />
el último momento, como en la final de la Recopa. Se acercó a la cabecera de<br />
la cama y le dio un beso. ¿Sería el regalo que le faltaba, el último recuerdo de<br />
aquella generación? Era como si su presencia le hubiese insuflado unas gotas<br />
de vida. Habló con él todo el rato que pudo. Le contó muchas anécdotas y le<br />
trajo una fotografía en la que aparecía en el momento de aquella mágica<br />
parábola del minuto ciento veinte, firmada por su propio autor. ¡Increíble! Le<br />
dijo que estuviera tranquilo, que todo iría bien. Todo va ir bien, Iván, ya lo<br />
verás. Esas fueron las últimas palabras que escuchó de su ídolo antes de que<br />
se lo llevaran al quirófano, antes de que la médula donada por el ceutí fuese el<br />
último halo de esperanza.<br />
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Ramón Ángel Fumanal Ciércoles<br />
PELUQUERÍA “LA MODERNA”<br />
Cuando Juan era pequeño, era su madre quien le cortaba el pelo. Hasta<br />
que llegó el día en que, por fin, acompañó a su padre a la peluquería a la que<br />
este solía acudir: la peluquería “La Moderna”, en pleno corazón del barrio de<br />
San José. Juan se preguntaba por qué tenían que andar casi media hora<br />
habiendo otras peluquerías cerca de su casa, pero su padre siempre acudía a<br />
esta. La regentaban a medias Leopoldo, un amigo suyo, y su socio. Aquel<br />
establecimiento era algo más que una peluquería.<br />
Situada en un estrecho inmueble, y adueñándose de una esquina, la<br />
peluquería “La moderna” lucía uno de esos cilindros con dos hélices pintadas<br />
en rojo y azul tan característicos al lado de la puerta, en apariencia frágil, pero<br />
en realidad sólida y acostumbrada a un gran trasiego de gentes. Nada más<br />
entrar, las figuras de Leopoldo y Ramiro a la izquierda manejando con maestría<br />
la navaja de barbero sobre rostros cubiertos de espuma blanca, o haciendo<br />
danzar las tijeras sobre los cogotes, calvos o pilosos, que de todo había. A la<br />
derecha, los asientos donde los parroquianos aguardaban su turno. No había<br />
mucho sitio, pero todos cabían, y la peluquería siempre estaba llena. Mientras<br />
esperaban su turno, el pequeño Juan tendía su mirada hacia la pila de<br />
periódicos y revistas, buscando el Mortadelo, y se encerraba en su mundo<br />
hasta la hora decisiva de ser llamado al butacón y enfrentarse a sí mismo ante<br />
el espejo, rehogado su cuello en esa tirilla de papel elástico al tiempo que<br />
escuchaba a Leopoldo preguntar: ¿Qué…, cómo siempre?<br />
Muchos años después, el pequeño Juan aprendió que se podía cortar el<br />
pelo de una cabeza en menos de cuarenta minutos. Y es que Leopoldo y<br />
Ramiro dedicaban la mayor parte de su tiempo de trabajo a dirimir todo tipo de<br />
cuestiones con los presentes. A través del humo de los cigarros, se cruzaban<br />
conversaciones muy variadas. Igual se anunciaba la noticia de un piso que<br />
quedaba sin inquilino en el barrio, de alquiler barato, que se comentaba que<br />
Fulano ponía su moto usada a la venta. Aquello era un auténtico centro social<br />
- 54 -
de dimes y diretes, de trueque y cambalache y, también de vez en cuando, se<br />
escapaba algún cotilleo sobre famosos de la tele. De política también se<br />
hablaba, aunque ahí el pequeño Juan se hacía un lío y se extrañaba cuando la<br />
vehemencia subía de tono. En ese momento, tan tenso que hasta el cliente<br />
callado y discreto que ojeaba el “interviú” apartaba su mirada de las fotos de<br />
“gachís”, las afiladas tijeras dejaban de emitir su metálico sonido de “schick,<br />
schick” y Leopoldo, que nunca se enfadaba, se convertía en árbitro pacificador<br />
y todo volvía a la normalidad.<br />
De lo que más se hablaba era de fútbol. Del Real Zaragoza. Los clientes,<br />
mayormente hombres y de edades variadas, hablaban y hablaban sobre el<br />
equipo y los jugadores, sus resultados y su estilo de juego. A veces se hablaba<br />
del Madrid, del Barcelona o de los “Atletics”, pero sobre todos, se hablaba del<br />
equipo del león. Y no de forma ajena, ni en un tono triste. No, esa gente lo<br />
sentía desde dentro, eran zaragozanos y zaragocistas, y comentaban la<br />
jornada con pasión. Cada uno hablaba como si tuviera la posesión de la verdad<br />
sobre los remedios de los males del equipo, que eran por entonces, no entrar<br />
en los puestos de la Copa de la UEFA.<br />
Entre el humo, el sonido de la navaja de barbero contra la banda de<br />
cuero que servía para afilar, y el suelo lleno de cabelleras desmechadas, el<br />
pequeño Juan aprendió a querer al equipo de su ciudad a base de escuchar las<br />
efusivas conversaciones de los clientes. De entre estos, los que se llevaban la<br />
flor de la atención, los que más impregnaban de respeto la tertulia, eran los que<br />
iban los domingos al estadio, los socios que veían de primera mano los<br />
partidos y que hablaban del Zaragoza de Amarilla y Valdano con la suficiencia<br />
del que ha visto jugar a los Magníficos. El resto, que no eran pocos, se<br />
conformaban con los resúmenes en blanco y negro de “Estudio Estadio” o con<br />
las nada desdeñables locuciones radiofónicas de los grandes locutores de<br />
entonces.<br />
Con el tiempo, el joven Juan cambió de casa, de barrio, y de peluquería,<br />
pero para entonces ya era socio del Real Zaragoza. Vivió la época dorada de<br />
las Copas del Rey y viajó a París para traerse de vuelta una Recopa de<br />
- 55 -
Europa. Fueron años felices, de orgullo, de amigos, de tertulias en los bares, y<br />
de mucha afición.<br />
Un día, años después, al pasar por la encrucijada entre San José y<br />
Tenor Fleta, Juan observó como la peluquería “La moderna” ya no existía.<br />
Incluso el viejo y estrecho inmueble que hacía esquina había sido derribado.<br />
Fue entonces cuando Juan, que seguía viviendo en Zaragoza, recordó confuso<br />
todo lo que de niño le parecía cotidiano y se dio cuenta de que en la ciudad ya<br />
no se hablaba de fútbol. Mientras retomaba sus pasos por la Avenida de San<br />
José, Juan creyó escuchar de nuevo por última vez a los vehementes<br />
tertulianos discutir sobre el partido del domingo, con unas voces que se<br />
apagaban lentamente en la distancia, mientras sus pasos se alejaban de<br />
aquella esquina donde estuvo una vez la peluquería “La Moderna”.<br />
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DE SAN PETERSBURGO A LA ROMAREDA<br />
Sergio Gimeno Abós<br />
La esposa del mayor paquete de las últimas y aciagas temporadas del<br />
Real Zaragoza (y según los más veteranos, el mayor de toda su historia) era lo<br />
que en otros tiempos se conocía como una mujer de bandera. Su rasgo físico<br />
más llamativo eran sus pechos, aunque a la muchacha, además se le podía<br />
reconocer a distancia por sus bellos ojos azules. No entraría en la categoría de<br />
top model, aunque en conjunto sí que podría formar parte de esa clase de<br />
bellezas apabullantes venidas del este. Con todo, en la tertulia futbolística a la<br />
que soy asiduo había disparidad de opiniones. Así, Juan opinaba que en la<br />
Sala López había cientos de mujeres como ella, Ignacio ni la tomaba en<br />
consideración pues para ceñirse a su prototipo femenino le faltaban a la moza<br />
unos 40 kg, mientras que para Luis era tal su glamour y belleza que le<br />
reafirmaba en su vieja sentencia de que la noche zaragozana era una puta<br />
mierda ya que mujeres como ésa no se veían por estos lares.<br />
En lo que no existía ninguna duda, ni en mi tertulia ni en toda la ciudad,<br />
era en que su marido era un tuercebotas, un engendro futbolístico, impropio de<br />
un club del pasado del Real Zaragoza, pero totalmente representativo de su<br />
desgraciado presente. Un insulto al fútbol. Viéndolo evolucionar sobre el<br />
césped, realmente te preguntabas si era futbolista profesional o bien un cruce<br />
entre Chiquito de la Calzada y un jabalí borracho.<br />
Desde que por desgracia, hará unos 15 años, el anterior máximo<br />
accionista se hizo con la propiedad del club, el número de futbolistas mediocres<br />
(siendo generosos) que se habían incorporado al Real Zaragoza era casi<br />
infinito. La mayoría de ellos provocaba un aullido de indignación en las cada<br />
vez más despobladas gradas de La Romareda, aunque en los últimos años los<br />
gritos de desaprobación se habían tornado en sonoras carcajadas o falsos<br />
aplausos (quizás por desesperación) cada vez que cualquiera de esas figuras<br />
tocaba el balón. El peor de estos futbolistas, por así llamarlos, era un artista en<br />
comparación con Dimitri, que así se llamaba el marido y con este nombre se le<br />
conocía en el mundillo. No se recuerda tal afrenta a este deporte en España,<br />
- 57 -
quizás desde que los ingleses lo llevaron a las playas de Huelva a finales del<br />
siglo XIX. Realmente no se sabía si era zurdo o diestro, pues le daba al balón<br />
igual de mal con ambas piernas y cuentan que no veía bien por uno de los ojos,<br />
quizás porque ninguno de los pases que envió a sus pobres compañero se<br />
acercó a menos de dos metros de su teórico destinatario. Su aspecto era<br />
desgarbado y poco estético, verlo correr producía una sensación que iba de la<br />
hilaridad a la ternura. Algunos decían que lo habían visto en aquellos<br />
documentales de campos de concentración de la guerra de Bosnia, quizás<br />
porque su rostro denotaba un hambre de siglos, su dentadura recordaba a la<br />
del cantante de The Pogues y un halo de tristeza y melancolía invadían su<br />
mirada.<br />
A pesar de sus nulas aptitudes, Dimitri llegó a disputar algunos<br />
encuentros y fue el memorable protagonista de una de las jugadas más<br />
estrambóticas que se recuerdan en La Romareda (y en todo el fútbol español) y<br />
que sirvió para que el público lo aclamara al final de partido como al mejor<br />
gladiador del Coliseo romano, además de para evitar el descenso a segunda<br />
división.<br />
Fue en un Zaragoza-Barcelona de la temporada 10/11, último partido de<br />
Liga. Si se conseguía la victoria, el equipo salvaba la categoría, como en los<br />
últimos años. Nadie daba un duro por el equipo, pues a pesar de haber<br />
remontado en las últimas jornadas, llegaba al partido con importantes bajas y el<br />
Barça se presentaba con casi toda la artillería pesada, aunque solo jugándose<br />
la honrilla.<br />
Increíblemente se llegó a la prolongación con 3-2 a favor de los<br />
blanquillos. Con todo el Zaragoza encerrado en su área, el Barça trenzó una de<br />
esas jugadas fantásticas que habían maravillado al mundo y que a mí tanto me<br />
hacían rabiar. Messi logró esquivar a Roberto, aunque un mal bote del balón le<br />
hizo escorarse un poco. Controló de nuevo y dribló a Paredes (que quedó en el<br />
suelo haciendo un inexplicable y doloroso spagat) y a Lanzaro y descargó un<br />
zapatazo para batir a Roberto, que se había podido recuperar y ya cubría<br />
ángulo. El balonazo golpeó de forma brutal en la cara de Dimitri, que acertó a<br />
pasar por ahí, y cayó redondo junto al poste izquierdo, con la cabeza sobre la<br />
línea de gol. La pelota salió rebotada hacia las inmediaciones del punto de<br />
- 58 -
penalti. El inexplicable barullo que se formó a continuación entre portero,<br />
defensas y atacantes acabó con el balón en dirección a la portería y a la<br />
cabeza del futuro héroe. Esta vez el impacto fue suave y Roberto pudo atrapar<br />
el rechace. No faltaron jugadores del Barça que reclamaron cesión de Dimitri y<br />
por tanto libre indirecto dentro del área. Alves fue uno de ellos.<br />
Tras esto el árbitro detuvo el juego para que entraran las asistencias y<br />
considerando las circunstancias y que se debió apiadar tanto del Real<br />
Zaragoza como de Dimitri, señaló el final del choque, con el consiguiente<br />
alborozo de la afición y aquí fue donde empezó la efímera gloria de Dimitri<br />
Nikolaievich Záitsev…Y también el proceso que me llevó a entender el porqué<br />
de su fichaje.<br />
Tras la salvación del equipo, el bueno de Dimitri fue el protagonista<br />
absoluto de los periódicos y distintos programas de televisión y radio, tanto a<br />
nivel local como nacional. Su fama era tal que en Zaragoza se bautizaron<br />
varios niños con su nombre. En los reportajes televisivos se le veía incómodo y<br />
tímido, evasivo en las respuestas, sobre todo cuando se hablaba tanto de su<br />
pasado personal como futbolístico. En realidad se sabía que había jugado en<br />
equipos de poca monta de su San Petersburgo natal y que de ahí había<br />
pasado al Real Zaragoza, gracias al empeño personal del antiguo máximo<br />
accionista. En varios de los reportajes emitidos por televisión, aparecía rodeado<br />
de su familia, en la que llamaba muy poderosamente la atención su esposa,<br />
Yekaterina. El hecho de que un hombre con tan poco atractivo físico<br />
compartiera lecho (y pan y cebolla, en teoría) con semejante mujer aumentó de<br />
forma notable la popularidad de Dimitri.<br />
Pero en el acelerado mundo actual, lo que hoy es noticia mañana se ha<br />
olvidado y la estrella de Dimitri fue perdiendo fulgor durante el verano. Al llegar<br />
la siguiente temporada (que sería tan deplorable como las previas), volvió a ser<br />
objeto de las chanzas de la afición, algunas no poco ingeniosas y otras más<br />
soeces relacionadas con su esposa. Dimitri, además, ya no fue nunca más<br />
Dimitri, sino que pasó a ser ya solo conocido como “el marido de la rusa”.<br />
Una tarde de febrero de la última temporada me conecté a Roja Directa<br />
para ver un Osasuna–Zaragoza, en el que por supuesto no tenía depositada la<br />
más mínima esperanza de sacar algo positivo. Tras el tercer tanto del conjunto<br />
- 59 -
navarro en el minuto 25 decidí que ya tenía suficiente. Una afrenta como tantas<br />
sufridas desde el año 2008.<br />
Aprovechando que tenía el ordenador encendido me dispuse a ordenar<br />
las fotos de las vacaciones de los últimos años. Tras las de Alemania le tocaba<br />
el turno a las de Rusia, viaje que empezaba en San Petersburgo y finalizaba en<br />
Moscú, 7 días más tarde. Fotos del museo del Hermitage, de la Perspectiva<br />
Nevsky, de la Iglesia de la Sangre Derramada, fotos de jóvenes rusas que<br />
paseaban aprovechando el sol de septiembre. (Sí, teníamos la costumbre de<br />
fotografiar de forma discreta en todos los viajes la belleza de las mujeres<br />
autóctonas. Mención especial para aquellas berlinesas-si es que lo eran- que<br />
se dedicaban al oficio más viejo del mundo).<br />
No puede ser, pensé, esa chica que está en el centro de ese grupo se<br />
parece a…. Pasé a la siguiente foto, pero era de una de esas cúpulas de<br />
iglesias rusas. Como a la vuelta de cada viaje teníamos la costumbre de<br />
intercambiarnos las fotos entre todos, decidí echar un vistazo a las de Rafael. Y<br />
ya no me quedó la más mínima duda, él había hecho tres fotos y en dos de<br />
ellas se apreciaba con nitidez el bello rostro de Yekaterina; en la tercera<br />
aparecía de cuerpo entero junto a 6 jóvenes más. Inmediatamente le telefoneé<br />
y descolgó echando pestes del partido y sugiriendo la posibilidad de fusilar al<br />
amanecer al equipo contra las tapias del cementerio de Torrero, opción que no<br />
me pareció en modo alguno descabellada. Le expuse lo que yo creía que había<br />
visto y una hora y media más tarde me llamó y me confirmó que sí, que era ella<br />
sin posibilidad de error.<br />
El resto vino rodado. En las fotos se apreciaban, aparte de aquellas<br />
muchachas rusas vestidas de forma un tanto provocativa aunque elegante, los<br />
rótulos de un conocido hotel de la ciudad. Sí, se trataba del hotel del famoso<br />
escándalo de aquellos empresarios españoles tan importantes, cuyos nombres<br />
no salieron jamás a la luz, que quisieron celebrar uno de los suculentos<br />
contratos anteriores a la crisis con caviar, champán, mujeres y quizás otras<br />
sustancias. Parece ser que alguno se excedió en el trato con alguna de<br />
aquellas chicas. Se intentó presentar denuncias, aunque el asunto quedó<br />
rápidamente en el olvido porque había mucho en juego y se usó la mejor<br />
mordaza que se conoce: el dinero. Las fechas de las fotos y del escándalo<br />
- 60 -
coincidían y al siguiente mes de enero, llegó a Zaragoza Dimitri Nikolaeivich<br />
Zaitsev. Esto es lo que yo sé y puede ser lo que parece que es o quizás no. En<br />
la rocambolesca historia reciente del Real Zaragoza este episodio no<br />
desentonaría lo más mínimo.<br />
Lo que todo el mundo sí sabe ahora es que el antiguo máximo accionista<br />
del Real Zaragoza acabó en el talego por cohecho y otras minucias y que al<br />
final de la pasada temporada Yekaterina y Dimitri se separaron. Este se retiró<br />
definitivamente del fútbol y se recluyó en una oscura población de la taiga<br />
siberiana para escribir la biografía de Vladimir Tachenko, su ídolo. Yekaterina<br />
se marchó a la capital y de vez en cuando se acerca por Zaragoza, a visitar a<br />
sus amigas. Gente hay que asegura que se la ha visto por Zuera algunos días<br />
en los que estaba programado el vis a vis en el centro penitenciario…<br />
- 61 -
A VUELTAS CON EL FÚTBOL<br />
Raúl Garcés Redondo<br />
No se soportaban. Y por mucho que ella mediara entre ambos, no había<br />
nada que hacer. Su padre era del Iberia y su marido del Zaragoza. Un “avispa”<br />
y un “tomate” en la misma familia.<br />
La comida de los domingos se convertía así en un auténtico campo de<br />
batalla donde se enfrentaban el sentimiento gualdinegro de uno y colorado del<br />
otro: Que si mi equipo tiene más solera, que si el mío ostenta el título de Real,<br />
que si para ambiente el campo de Torrero, que si esto que si aquello que si lo<br />
de más allá.<br />
Si alguien fue feliz aquel histórico 18 de Marzo de 1932, momento en el<br />
que ambos clubes constituyeron uno nuevo, este Real Zaragoza blanquiazul,<br />
fue la sufrida hija y esposa. Lástima que la alegría durara tan poco: Que si se<br />
trata de una absorción, que si es una fusión…<br />
- 62 -
LOS PROPIETARIOS<br />
Ricardo García Ferrer<br />
Él tenía un Renault Mégane, adquirió la licencia de taxi hace un par de<br />
años harto de buscar trabajo “de lo suyo”. En el retrovisor del mismo luce<br />
orgulloso el banderín que le regalaron su primer año de abonado. Acostumbra<br />
a hacer ruta por la zona del Actur, salvo los días que coincide su turno con un<br />
partido. En ellos asoma por la vetusta Romareda, el iluminar de los focos y el<br />
sonido ambiente en las grandes noches le hace sentirse parte del encuentro<br />
que suena en la radio del coche, igual que hizo aquella tarde. Es en esta<br />
situación que, por primera vez en lo que va de jornada, un cliente reclama sus<br />
servicios alzando la mano. Tiene por costumbre dar conversación a sus<br />
pasajeros salvo que note que estos no la valoran. Este no sería el caso,<br />
rápidamente encontraron el nexo que les unía:<br />
- Buenas tardes, al Royo Villanova por favor.<br />
- Perfecto, allá vamos.<br />
- Perdona, ¿puedes subir el volumen?, a ver que cuentan.<br />
- Por supuesto, claro, claro, lo pongo bajito para no molestar.<br />
- Ya, ya, normal, bueno ¿Y qué vamos a hacer?<br />
- Cualquier cosa, yo no me fío nada, la verdad...<br />
La conversación se extendió durante el resto del trayecto, durante el cual<br />
comenzó el partido. Ambos compartían preocupación aunque no en la misma<br />
intensidad: uno consideraba que la mala racha que arrastraba el equipo se iba<br />
a romper esa misma tarde, el otro, en cambio, no lo veía tan claro, de hecho<br />
consideraba que con el entrenador teníamos poco que hacer. Nuestro cliente<br />
no entendió muy bien ese razonamiento -aunque no quiso rebatirlo-, pese a la<br />
mala racha actual no entendía tanta desconfianza con quien no hace tanto nos<br />
había conducido a una de las noches más gloriosas del club. Una vez en el<br />
destino, se despidieron con un deseo de suerte para los setenta y cinco<br />
minutos restantes.<br />
- 63 -
El cliente bajó del taxi. Abogado de profesión, estaba preparándose para<br />
ir al estadio cuando recibió una llamada informando del ingreso de su hermana<br />
por una fiebre alta. No dudó en su escala de prioridades y acudió a verla. Muy<br />
pronto las noticias fueron tranquilizadoras; dentro de la gravedad, ella estaba<br />
consciente, incluso con sentido del humor y si todo iba bien el ingreso no sería<br />
prolongado.<br />
Nuestro protagonista -ya más tranquilo en el motivo de su visitarápidamente<br />
detectó a unos metros de la habitación un corrillo de allegados a<br />
la familia cuya conversación pudiera interesarle, al menos para saciar lo que,<br />
en ese momento, era otro de sus intereses. Efectivamente, estaban<br />
comentando el partido y, tras los oportunos saludos, obtuvo la información que<br />
necesitaba:<br />
- Pues seguimos a cero, igualado, pero deberíamos estar<br />
con uno más -aseveró el más aferrado a sus auriculares.<br />
- ¿Tan pronto? ¿Qué ha pasado? -se interesó el letrado.<br />
- Sí, una entrada brusca al parecer. Aquí dicen que es roja muy clara.<br />
- ¿Qué escuchas? Yo venía oyendo que no ha sido para tanto –apostilló un<br />
tercero<br />
de la conversación. La respuesta que obtuvo le hizo esbozar una<br />
sonrisa.<br />
-Normal, es que esos son muy llorones. Casi tanto como tú.<br />
- Sí, ríete, pero a este lo tengo ya fichado, siempre nos la prepara.<br />
El debate sobre las actuaciones de los señores colegiados en general, y<br />
respecto del Real Zaragoza en particular, monopolizó parte de la conversación<br />
posterior. Por lo visto, tampoco el encuentro estaba dando para cambiar de<br />
tema. Seguramente la trascendencia del partido estaba atenazando a los<br />
equipos, o al menos eso locutaban las emisoras elegidas por los participantes<br />
de la conversación. Estaba en juego el descenso y la cosa no estaba para<br />
bromas en el Municipal.<br />
Hablando de bromas, lo que sí tuvo gracia, aunque nuestros<br />
protagonistas no se dieran cuenta, es cómo un empleado del centro “pegó la<br />
- 64 -
oreja” a la conversación. Concretamente, nuestro nuevo protagonista trabajaba<br />
como celador. Llevaba unos pocos meses en el puesto; desde luego no los<br />
suficientes para que fructificaran con éxito sus gestiones para cambiar ese<br />
turno de aquel domingo de mayo y haber podido asistir a tan trascendental cita.<br />
Terminadas sus funciones en aquella planta -y habiendo podido conocer<br />
al menos que el marcador continuaba inalterado-, regresó al punto de reunión a<br />
la espera de nuevas órdenes. De nuevas órdenes y, por qué no decirlo, de<br />
nuevas noticias también. Ya casi debía de estar a punto de llegar el descanso y<br />
el empate no era suficiente. Además, desconocía cómo estaba trascurriendo el<br />
partido, (más allá de un estéril debate arbitral). Ya que las noticias aún no eran<br />
buenas, esperaba que al menos las sensaciones sí lo fueran.<br />
Una vez en el punto de reunión, entendió rápido que el choque estaba<br />
en su tiempo de descanso pues no encontró la misma aglomeración de<br />
compañeros sufridores en torno al humilde transistor que había dejado a su<br />
marcha. Obviamente, algunos estaban con nuevas labores propias de sus<br />
respectivas funciones en el centro, pero no en todos los casos. Entre los<br />
presentes no obtuvo las tranquilizadoras noticias que buscaba; por lo visto, si<br />
algún equipo estaba cerca del gol no era el blanquiazul, aunque la<br />
conversación, en este caso, derivó hacia la intrahistoria de nuestro rival aquella<br />
tarde:<br />
- Según comentan, al portero de ellos se le ve especialmente motivado -<br />
comentó con ánimo meramente informativo quien más parte del partido había<br />
podido escuchar.<br />
- Normal, yo sabía que aunque Osasuna no tenga nada en juego iba a<br />
venir con especiales ganas -puntualizó nuestro celador, con tono bastante más<br />
susceptible.<br />
- Que sí, pero que da igual, por muy motivados que estén, si tú te la<br />
juegas y ellos no, les tienes que ganar. Aparte, yo no entiendo esta rivalidad,<br />
no creo que sea para tanto -trató de restar importancia uno de los presentes,<br />
conocido por todos ellos por su simpatía hacia las dos entidades.<br />
El intercambio de impresiones sobre el origen de la rivalidad entre las<br />
aficiones de ambos equipos, su traslado al césped y las sospechas sobre la<br />
- 65 -
motivación extra de un rival que ya tenía sus deberes hechos, condujeron la<br />
conversación hasta el comienzo de la segunda parte, momento en que el<br />
entrenador que llevaban dentro les hizo debatir sobre las soluciones a aplicar<br />
en los cuarenta y cinco minutos restantes.<br />
Un aviso -por el conducto reglamentario- informó al más conciliador de<br />
nuestros protagonistas de sus nuevas labores a realizar. Aunque sencillas, le<br />
tendrían ocupado el resto de la tarde. Previsor -y conocedor de que necesitaría<br />
saber cómo acababa el encuentro-, envió un mensaje al móvil de un amigo<br />
rogando le tuviera informado con cierta frecuencia de los sucesos más<br />
relevantes.<br />
Es curioso, porque pudo enviar el mensaje a muchos de sus amigos,<br />
incluso a algún presente en el estadio, pero un particular sentido de la empatía<br />
le hizo pensar en alguien que -aunque seguro pendiente- se encontraba en una<br />
situación similar a la suya.<br />
Por similar a la suya, evidentemente nos referimos a trabajando.<br />
Transportista de una distribuidora de medicamentos, tampoco estaba<br />
recibiendo las noticias deseadas de sus locutores favoritos. No declinó la<br />
solicitud de su amigo y de semáforo en semáforo le hacía llegar cómo se iba<br />
consumiendo el encuentro sin que el gol deseado llegará a materializarse.<br />
Alcanzó la farmacia que tenía por destino para cuando el partido empezaba a<br />
alcanzar su fase decisiva, los últimos veinte minutos. Fue un servicio rápido,<br />
dejó la mercancía casi en la entrada, firmaron los documentos de entrega y se<br />
despidieron con educación. Llevaba prisa por volver al camión con el deseo de<br />
que los últimos cambios realizados por Víctor Muñoz hubieran dado ya sus<br />
frutos. Lo que nunca llegó a saber, ya que apenas cruzaron palabras -más allá<br />
de un respetuoso saludo y una cordial despedida-, es que idéntica prisa y por el<br />
mismo motivo llevaba la receptora de la mercancía.<br />
Ella, empleada en aquella botica desde hace cuatro años, se encontraba<br />
de guardia aquel 9 de mayo de 2004. Abonada desde antes de que tuviera<br />
conciencia, nunca se perdía un partido; de hecho, se desplazaba con<br />
frecuencia a ver al equipo por toda España y -cuando podía- por Europa.<br />
Aunque de guardia, de tiempo para escuchar el partido disponía. Conocía de<br />
otros turnos que no tendría más de un par de clientes en una tarde como esa;<br />
- 66 -
otra cosa es que lo estuviera haciendo, -que no era el caso-. La narración en<br />
radio le ponía muy nerviosa y un debate interno sobre si andar mirando el<br />
resultado cada quince minutos o sucumbir ante lo que consideraba una mala,<br />
pero constante, narración del encuentro, la había tenido ocupada toda la<br />
primera parte.<br />
Lo cierto es que para esos últimos quince minutos ya había cambiado de<br />
sistema. Lo largos que se le hacían esos tramos sin noticias ya eran razón<br />
suficiente, pero fue determinante una ridícula superstición: pensó que si no<br />
escuchando el partido no habían marcado, igual cambiando de sistema había<br />
más suerte. Cosas de futboleros, no le busquemos el sentido.<br />
Cuando el narrador locutó la llegada del minuto noventa no lo creyó; tuvo<br />
la sensación de que esos últimos minutos habían transcurrido muy rápido, lo<br />
que no deja de ser otra ridícula sensación de futbolera, pues quince minutos no<br />
transcurren ni lentos ni rápidos, transcurren en quince minutos, sin más. Pero el<br />
gol no había llegado, la desesperanza le pudo y ni siquiera esperó al pitido final<br />
para desconectar la narración. Se puso a ojear la clasificación en el periódico<br />
del día con objeto de calcular la nueva situación cuando un repentino griterío le<br />
alegro la tarde. Con dicho griterío entendió que, en realidad, nunca hubiera<br />
necesitado de la radio para recibir las buenas noticias que esperaba. Los<br />
clientes del bar de la esquina le hubieran informado inequívocamente, como<br />
fue el caso, con su explosión de entusiasmo.<br />
Dicho local, regentado por una pareja muy querida en el barrio,<br />
congregaba cada fin de semana a muchos de los zaragocistas de la zona o al<br />
menos, en un domingo como aquel, a los que por sus diversos motivos<br />
tampoco habían podido acudir al estadio. Uno había prometido no volver a La<br />
Romareda hasta que el club no cambiara de presidente; otro no se lo podía<br />
permitir por problemas económicos; encontramos también una mujer que se<br />
había quedado en casa por un dolor de cabeza, no lo suficiente fuerte como<br />
para impedirle, al menos, bajar a ver el partido; y como ellos varios casos más.<br />
En aquel momento a todos ellos les unía la misma sensación entre alegría y<br />
alivio tras aquel dramático final. Ni siquiera se conocían pero compartieron<br />
miradas cómplices, choques de manos y algún abrazo mientras las dos<br />
televisiones del establecimiento emitían las imágenes de la repetición del gol<br />
- 67 -
de Álvaro Maior en la última acción del choque; de la montonera de jugadores<br />
celebrando; de un Víctor Muñoz enfervorecido como pocas veces; y de las<br />
gradas saltando con las bufandas al viento.<br />
Hablando de gradas, y de bufandas, los tornos reflejaron la presencia de<br />
más de 33000 espectadores aquella tarde. De aquellas bufandas y de aquel<br />
dato se hicieron eco todos los medios al día siguiente. De lo que nunca queda<br />
constancia es de aquel taxi, de aquellos familiares de un paciente, del mismo<br />
paciente, de aquellos profesionales de guardia o de aquellos aficionados de<br />
barra de bar. De lo que nunca queda constancia es de hasta qué punto, cuando<br />
el partido está en juego, la ciudad está pendiente. Los unos (en la grada) y los<br />
otros (llamemos pendientes) le dan su razón de ser a ese sentimiento llamado<br />
Real Zaragoza.<br />
Esa razón de ser puede no venir reflejada en un título de propiedad o en<br />
un paquete accionarial pero sí en el corazón de cada uno de los que lo sienten<br />
suyo. Puede incluso que la razón nos hable de documentos y escrituras pero<br />
esta es una historia de sentimientos y el corazón tiene razones que la razón no<br />
entiende. A lo largo de 82 años muchos corazones han escrito esta historia -<br />
con sus preocupaciones y desvelos-, dejando una huella mucho más profunda<br />
que la que jamás reflejarán trazos de tinta en un blanco papel.<br />
- 68 -
ALONDRA<br />
Jorge Alberto Vilches Sánchez<br />
El humo, los perfumes y el éxtasis reinaban en el ambiente. El profundo<br />
sonido de un bajo se mezclaba con las cascadas de luces que descendían<br />
sobre los huracanados cabellos de las fogosas bailarinas.<br />
El alcohol hacía acto de presencia en mi aliento, y el vacío en mi<br />
billetera. Con la vista ya nublada, divisé en la barra a la esbelta rubia de ojos<br />
verdes que, a la luz del neón, encendía mis instintos. Con mi habilidad en el<br />
arte de la seducción (y del engaño) logré encerrarnos en los baños, para<br />
satisfacer nuestros primitivos deseos carnales.<br />
Sus labios eran ardientes como el fuego y su tez morena me excitaba al<br />
tacto. ``Nunca he estado con un futbolista, y mucho menos de Zaragoza ´´, me<br />
dijo con su tono sensual y a la vez pícaro, mientras sus manos comenzaban a<br />
humedecer mi entrepierna. ``Ni yo con un ángel ´´, respondí al tiempo que mis<br />
manos asaltaban su pelvis, deslizándose suavemente y rozando su piel, hasta<br />
tocar sus cortos vellos. Antes de darme tiempo a reaccionar, con la mirada<br />
clavada en mis ojos, dijo: ¡Soy un hombre!<br />
- 69 -
COMO DECÍA MACHADO. COMO DECÍA MANRIQUE<br />
José Ramón Remírez Pérez<br />
Resulta curioso, o cruel según se mire, escribir los recuerdos que guardo<br />
de mi equipo el día en que se cumplen 75 años de la muerte de Antonio<br />
Machado. No porque compartiéramos el sentimiento blanquiazul, improbable,<br />
sino por ese tono nostálgico y suavemente melancólico que utilizaba a menudo.<br />
Como cuando nos emocionaba describiendo a aquel olmo lastimero, "viejo y<br />
hendido por un rayo, y en su mitad podrido". Igual que el Real Zaragoza de<br />
nuestros días.<br />
Los viernes salía excitado del colegio. Había recitado como un autómata<br />
el último padrenuestro, igual que la alineación que exponía de carrerilla.<br />
Cedrún, Belsué, Aguado, Cáceres, Solana, Poyet, Aragón, Nayim, Higuera,<br />
Pardeza y Esnáider. Tomaba la pesada mochila con mucho esfuerzo, la<br />
sujetaba con un sólo hombro porque era la moda, y corría ilusionado hacia<br />
afuera, con la certeza de que iba a disfrutar de un fin de semana tan rutinario<br />
como apasionante.<br />
Comenzaba viendo en familia la película que había elegido en el<br />
videoclub, casi siempre protagonizada por Bud Spencer y Terence Hill. Seguía<br />
jugando a fútbol con los amigos -imposible olvidar la perenne sed y el dolor de<br />
piernas tras partidos de cuatro horas- y disfrutaba de mi Spectrum, ese<br />
ordenador que cargaba cintas de cassette y que me hizo paciente, y que hoy<br />
resulta inconcebible. Los domingos, con la excusa de acudir a misa,<br />
abandonaba mi casa con impunidad, y acudía a la Plaza de los Sitios para<br />
jugar a las canicas. Por la tarde, por fin, penetraba orgulloso en el graderío de<br />
La Romareda. Llevo marcado a fuego el olor a césped húmedo, el griterío<br />
incesante y el ruido estremecedor de las enormes trompetas azules y blancas.<br />
Y me emociono al rememorar la alegría infinita de los goles, la sucesión de<br />
abrazos enternecedores y delirantes, y el impacto de advertir que aquellos<br />
miles de personas éramos en realidad sólo una.<br />
En aquellos tiempos, despertar un lunes no era malo, salvo si tenías<br />
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examen o te tocaba salir a la pizarra. Acudir al colegio te daba la oportunidad<br />
de evocar con los compañeros las hazañas de tus héroes, que intentabas<br />
después imitar en el recreo. Y tras comer aceleradamente, escuchaba<br />
concentrado y arrogante el programa deportivo de la radio, que explicaba con<br />
detalle la gran victoria, para regresar posteriormente a clase soñando de nuevo<br />
con el viernes siguiente.<br />
Y para acabar como empecé, tan poético como relista - o pesimista<br />
según se mire- no se me ocurre mejor manera que parafrasear a otro grande<br />
de la literatura, Jorge Manrique, con su célebre "cualquiera tiempo pasado, fue<br />
mejor".<br />
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CUANDO CEDRUN ENCESTÓ MI ZARAGOCISMO<br />
Olga Torres Carreras<br />
Día de Reyes, comienzo de la década de los 90 en una planta del Infantil<br />
de Zaragoza, un grupo de muchachos recorren nerviosos los pasillos, saliendo<br />
y entrando de sus habitaciones.<br />
Es un nerviosismo que les hace olvidar todos sus dolores, la razón que<br />
les tiene en uno de los días más especiales del año para los niños lejos de los<br />
suyos entre las cuatro paredes de ese hospital.<br />
Hoy no importa nada, es bien sabido que vienen los reyes. Son además<br />
unos reyes muy especiales, que no visten traje real, visten los colores del Real<br />
Zaragoza.<br />
Desde hace un par de días su visita es un hecho que tiene<br />
revolucionada a toda la planta. Aquellos que pueden, imitan a nuestros<br />
visitantes jugando al fútbol entre las regañinas de las enfermeras.<br />
Los que están más flojicos, se toman la medicina sin rechistar, para<br />
estar al 100 % cuando llegue el momento de recibirlos. Y unos y otros tenemos<br />
nuestras habitaciones, perfectas para recibir a tan ilustres visitantes.<br />
Los más veteranos han visto algún trocito de partidos de liga desde el<br />
ventanal de los ascensores y han abierto una porra sobre los nombres que<br />
vendrán a visitarnos y los regalos que nos traerán.<br />
Yo también he participado en esa porra y lo he hecho apostando a<br />
seguro que “el de mi barrio”, Javier Villarroya, seguro que será uno de los que<br />
vendrá. Les he contado a todos que es amigo de mi tío Alberto y que su madre<br />
es la cocinera del colegio al que voy.<br />
Os podréis imaginar que esto me ha hecho ganar un hueco en la<br />
popularidad de los ingresados, con la coletilla de “esa conoce a uno”. Casi les<br />
ha hecho olvidar que soy una chica, ahora soy la que conoce a Villarroya<br />
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Se percibe en el ambiente que es un día grande, un día casi tan grande<br />
como el de la final de la Copa del Rey de hace unos años. Esa que ganaron los<br />
chicos del Real Zaragoza, dándome un pequeño disgusto.<br />
Llegados a este punto, tengo que hacer una confesión: Soy Olga, nací<br />
en el Barrio de la Jota y soy un poquito del Barcelona.<br />
Lo soy para alegría de mi tío Javier y disgusto de mío Eusebio. Uno y<br />
otro han tratado de aprovechar mi interés por el fútbol para hacerme seguidora<br />
de su equipo.<br />
Eusebio me ha explicado la teoría del fuera de juego a base de vasos de<br />
cola cao y galletas, con nombres de defensas y delanteros zaragocistas.<br />
Mi tío Javi, me ha enseñado su colección de fotos del Campo Nuevo y<br />
me ha contado batallitas de los títulos ganados.<br />
Uno me ha llevado al campo, otro me ha traído regalos de Barcelona.<br />
Me he sentido como un jugador importante por el que pujar para llevar a su<br />
equipo.<br />
Entre ellos han estado jugando un partido, su propia final de la Copa del<br />
Rey. Como la del Calderón, pero con el premio de la fidelidad de su sobrina a<br />
unos colores.<br />
Cuando parecía que Javier había ganado el choque, llegó la jugada que<br />
lo cambió todo. No fue Rubén Sosa el que anotó el gol definitivo, en esta<br />
ocasión fue Andoni Cedrún el que encestó mi zaragocismo.<br />
No me he equivocado al usar esa expresión, es así como sucedió. Más<br />
que un gol por toda la escuadra al barcelonismo, Andoni marcó una canasta<br />
que me uniría al Zaragoza para siempre.<br />
Comparto mi cuarto del hospital con una chica que tiene 10 años como<br />
yo y el pequeño Pedro Javier.<br />
Pedro Javier, 6 años, con unos problemas de espalda propios de una<br />
persona mayor, pero con un buen humor que es la mejor de las medicinas para<br />
los tres de la habitación.<br />
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Hoy no puede moverse de la cama, le duele demasiado. Les ha dicho a<br />
las enfermeras que le digan a los del Zaragoza que no se vayan sin dejarle su<br />
regalo. Y es que es zaragocista casi desde que nació, con sólo un mes ya tenía<br />
su tarjeta.<br />
Aunque tiene 3 años menos que yo y no me conoce de nada, se cabreó<br />
como el delantero que falla un gol clarísimo, cuando supo que me gustaba el<br />
FC Barcelona. Llegó a decirme que se iba a chivar a los jugadores para que no<br />
me dejasen regalo, pero estoy tranquila y sé que es tan bueno que no lo hará.<br />
Y llega el momento que se abre la puerta de la habitación, y se hace el<br />
silencio entre nosotros tres. De repente todo se llena de jugadores, miró sus<br />
caras y compruebo que he ganado la porra y ha venido Villarroya.<br />
También está Belsué, Pardeza, Señor, Higuera, Salillas (que me caen<br />
bien por qué se llaman Paco como mi padre, aunque a uno le digan Paquete) y<br />
sobresaliendo por encima de todos: Andoni Cedrún.<br />
Reparten los regalos, reparten preguntas sobre cómo nos encontramos y<br />
sus deseos para que podamos ir pronto a casa, incluso nos ayudan a<br />
desenvolver lo que nos traído.<br />
A mi compañera, la han traído una Nancy, a mi me han traído un<br />
peluche de un conejo y el pequeño Pedro ha sido el que más suerte ha tenido,<br />
pues le han traído un Exit Basket.<br />
Ha tardado unos segundos en desenvolverlo y ponerlo a punto para<br />
jugar y aún ha tardado menos en preguntarle a Andoni, si quería jugar una<br />
partida.<br />
Cedrún lo ha mirado mientras sonreía, le ha preguntado si podría<br />
sentarse en la cama para poder jugar, que le vendría bien hacer una pausa en<br />
eso de repartir y que con tanto jugador seguro que no le iban a poner falta.<br />
De repente como si le hubieran aplicado el mejor calmante del mundo,<br />
Pedro Javier se ha incorporado con una rectitud que no le he visto en los cuatro<br />
días que llevo aquí.<br />
El efecto Cedrún, ha hecho más por sus dolores que una semana de<br />
tratamiento con pastillas.<br />
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Desde mi cama y no sin cierta envidia les miró jugar y no sé quien está<br />
disfrutando más del momento, si el gran Pedro o el pequeño Andoni.<br />
En mitad de mi observación silenciosa, entre las risas de uno y otro, el<br />
portero me ha preguntado si quería jugar: “Ven que se te nota en la cara, lleva<br />
un mando de los de Pedro, a ver si así podéis ganarme”<br />
Y también he sentido el efecto C, he olvidado que hace cuatro días<br />
olvide todo y por eso estoy allí. Estoy sentada con Pedro Javier para ganarle<br />
una partida al portero del Real Zaragoza.<br />
Y así entre canastas, risas y bromas han venido a buscarlo para<br />
marcharse y entonces se ha puesto serio, pidiendo que le diesen cinco minutos<br />
más o el rato que fuera necesario pues tenía un asunto importante que no<br />
podía dejar sin terminar.<br />
“Estaba jugando al básquet con sus amigos Pedro y Olga, y aún no<br />
había terminado la partida”<br />
Y mientras nosotros nos hemos sentido importantes, los más<br />
importantes del hospital, los que tenía un jugador en exclusiva. Y por si fuera<br />
poco, un jugador que era su amigo.<br />
Creo que ni en 2 contra 1 pudimos ganarle, a mi ese día Andoni, me<br />
ganó doblemente.<br />
Recuerdo que al salir del hospital, en casa de mis abuelos vi a mi tío<br />
Eusebio y le dije que desde ese año sería del Real Zaragoza. Le conté que era<br />
amiga del portero y que entonces tenía que ser de su equipo, de ese equipo de<br />
gente tan buena que te sacan una sonrisa y te hacen olvidar los dolores.<br />
En aquella habitación, en aquellos quince minutos de juego, Cedrún<br />
decantó la balanza del partido entre mis tíos y me hizo del Real Zaragoza.<br />
Ese día de Reyes, desde entonces para siempre, Andoni encestó mi<br />
zaragocismo.<br />
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EL ALMA DE LA RECOPA<br />
José Luis Artús Tejero<br />
Embutido en una cazadora bomber verde de las que se utilizaban en los<br />
años 80 y principio de los 90, con una gorra calada cubriendo su frente y unas<br />
gafas de sol tapándole los ojos, Sergi López Segú llegó el 17 de abril de 1990 a<br />
Zaragoza para vivir una de sus pasiones: la de aficionado al baloncesto y,<br />
concretamente, al FC Barcelona. Acompañado de un amigo que había militado<br />
en las categorías inferiores de la sección de balonmano del club azulgrana,<br />
Sergi, que entonces formaba parte de la plantilla embrionaria de lo que<br />
finalmente sería el ‘Dream Team’ de Johan Cruyff, visitaba la Ciudad del Ebro<br />
para asistir a un espectáculo de los grandes: la ‘Final Four’. Era la época de<br />
Epi, Audie Norris y compañía. Por entonces, el Barça no había logrado ganar<br />
todavía la máxima competición continental. Tardaría aún varios años. De<br />
hecho, en aquella edición de Zaragoza, la Jugoplastika de Toni Kukoc se cruzó<br />
en su camino en la gran final.<br />
Sergi no llegó a ver la finalísima, pero sí estuvo en las semifinales ante<br />
el Aris de Salónica, un encuentro en el que la máquina azulgrana aplastó a los<br />
griegos con un contundente 104-83. Tenía entonces 23 años recién cumplidos<br />
y en aquel momento no sabía la ligazón que más tarde le uniría a Zaragoza.<br />
Protagonizó dos anécdotas divertidas. La primera, cuando antes de entrar al<br />
Pabellón Príncipe Felipe y mientras buscaba el acceso que le correspondía,<br />
pasó por el que estaba asignado a los hinchas del Aris. Con su bufanda del<br />
Barça no pasó desapercibido. Las miradas le fulminaban y la chispa se<br />
encendió cuando uno de los seguidores griegos tiró de la citada bufanda. Sergi<br />
soltó un manotazo que derivó en un tumulto. Y el tumulto, en una carga policial<br />
a caballo que fue noticia al día siguiente en los principales diarios de la capital<br />
aragonesa. La segunda anécdota fue que una vez dentro y pese a que<br />
intentaba ir de incógnito, fue reconocido y saludado por uno de los entonces<br />
vicepresidentes del Barça, Josep Mussons. No le hizo gracia al directivo verlo<br />
de esa guisa, lo que derivó en que Sergi no estuviera presente al día siguiente<br />
en la final.<br />
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Su alma era la de un aficionado y siempre vivió como tal. Nacido en<br />
Granollers y criado en La Masia, fue uno de los componentes de la llamada<br />
‘quinta del Moro’, a la que precisamente un héroe zaragocista como Nayim dio<br />
apodo. De aquella hornada formaban aparte, aparte de los citados, futbolistas<br />
como Covelo, Cristóbal, Vinyals o López López, apadrinados por un Guillermo<br />
Amor que era espejo de todos. No tuvieron suerte en su mayoría, al vivir la<br />
convulsa época posterior al ‘Motín del Hesperia’ en Barcelona.<br />
Sergi, elegante central de 1’80 metros (de esa especie ahora<br />
prácticamente desaparecida que se denominaba líbero) y cuya técnica se llegó<br />
a comparar con la de Beckenbauer, estuvo en los inicios de la ‘era Cruyff’.<br />
Ganó una Liga, una Recopa y dos Copas del Rey, pero se marchó un año<br />
cedido al Mallorca en la campaña 1991-92 para acabar recalando en el Real<br />
Zaragoza en la temporada 92-93, dentro de la operación de traspaso de Pablo<br />
Alfaro al Barça. Lo hizo justo cuando se iniciaba una de las etapas más<br />
gloriosas del club aragonés. Aquel año, los blanquillos llegaron a la final de<br />
Copa, perdida ante el Real Madrid en Mestalla (2-0); al siguiente, ganaron ante<br />
el Celta en el Vicente Calderón (0-0 y por penaltis); y el siguiente, alcanzaron la<br />
gloria de la Recopa, con el inigualable triunfo en el Parque de los Príncipes de<br />
París ante el Arsenal (2-1) con un gol precisamente de su compañero de<br />
quinta, Nayim, desde el centro del campo.<br />
Fueron tres años inigualables en los que Sergi, un culé de cuna, dejó<br />
que se instalara en su corazón un sentimiento zaragocista que ya no le<br />
abandonaría nunca. Sergi fue un compañero entrañable para todos los que<br />
compartieron vestuario con él, una fuente de alegría constante pese al<br />
sufrimiento que llevaba por dentro. Su prometedora carrera como futbolista<br />
encontraba continuos obstáculos en las lesiones. Una rotura del menisco<br />
externo en 1987 que se produjo al realizar un mate en una canasta en un<br />
entrenamiento atípico del Barça le marcó para siempre. Sus problemas en<br />
ambas rodillas fueron continuos, hasta el punto de que en el 1997 recibió la<br />
incapacidad permanente total. Tenía entonces 30 años, aunque ya había<br />
dejado el fútbol dos antes. Su último equipo, justo después de salir del<br />
Zaragoza, fue el Gavá .<br />
- 77 -
Esos problemas fueron un calvario para el jugador, que sufrió varias<br />
depresiones de las que fue tratado psiquiátricamente durante su etapa en el<br />
Real Zaragoza. Pero Sergi siempre tuvo un carácter diferente, un espíritu que<br />
le hacía ser querido por todos. Visto que no podía ayudar a su equipo sobre el<br />
césped, el central decidió jugar otro papel: el de convertirse en el primer hincha<br />
del equipo aragonés. Cada dos semanas era habitual verlo en la curva norte<br />
que por entonces ocupaba el Ligallo con megáfono en mano, su bomber llena<br />
de parches con símbolos de la peña de animación y entonando uno a uno los<br />
cánticos habituales del equipo aragonés.<br />
Su presencia era tan importante para el Real Zaragoza que pese a que<br />
finalizaba contrato en junio de 1994, su entrenador, Víctor Fernández, dio su<br />
aprobación para que se le renovara por una temporada más. Era de esos<br />
futbolistas que unían y hacían piña en un vestuario. El remate llegó cuando<br />
aquel inolvidable 10 de mayo de 1995 y siendo uno de los dos descartados por<br />
el entrenador para la final ante el Arsenal, Sergi no dudó en coger su<br />
característico megáfono y situarse con los seguidores que habían viajado hasta<br />
París. Desde allí vivió el triunfo y celebró como pocos los goles de sus<br />
compañeros Esnaider y Nayim. Después, fue el gran animador en el balcón del<br />
Ayuntamiento en la celebración de la Plaza del Pilar, igual que lo había sido el<br />
año anterior en la de la Copa del Rey lograda en Madrid ante el Celta. Los<br />
botes de Alfonso Soláns Serrano y aquella improvisada canción que decía ‘que<br />
bonica, que bonica que es la Copa, Pilarica’ seguirán en el recuerdo para<br />
siempre.<br />
Sergi no tuvo una vida fácil después. Tras dejar el fútbol, se marchó a<br />
Argentina, donde recorrió numerosos estadios para seguir viviéndolo como un<br />
aficionado más. Allí conoció a su mujer, con la que tuvo un hijo, pero la relación<br />
finalmente no funcionó. Sus graves problemas personales volvieron a afectarle<br />
(dicen que estuvo incluso ingresado debido a sus depresiones) y su hermano<br />
Juli fue a buscarlo para llevárselo a casa. El 4 de noviembre de 2006, y con<br />
sólo 39 años, un tren le atropelló en Granollers. Todo apuntaba a un suicidio.<br />
Su hermano Gerard, ex jugador de Barça, Valencia o Milán, entre otros, se<br />
enteró de la noticia cuando jugaba un partido con el Mónaco.<br />
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Había nacido para ser un grande de este deporte, pero el físico no le<br />
respondió. Consiguió, sin embargo, convertirse en una leyenda inolvidable del<br />
zaragocismo, de esos nombres que deberían estar siempre en los libros de<br />
historia cuando se habla de una de las mejores etapas que ha vivido el club<br />
desde su fundación. Pese a su situación personal, supo darle a sus<br />
compañeros algo que no tenía para él mismo, en una actitud generosa como<br />
pocos. Quienes le conocieron nunca le olvidarán. Sergi fue, sin duda, el alma<br />
de la Recopa.<br />
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EL JUGADOR NÚMERO 12<br />
Manuel-Esteban López Lapuente<br />
Me costó que la soltara. Le había dado la camiseta con las firmas de los<br />
jugadores y, para variar, se la quería quedar para él. Como si no hubiera tenido<br />
bastante con cambiar mi camiseta del CAI con el 12 de McGee por unas<br />
bufandas de equipos italianos sin decírmelo y por su cuenta, como<br />
acostumbraba a hacer con nuestras cosas mientras las suyas no se podían ni<br />
mirar. Así era, es y no sé si con el tiempo irá cambiando mi hermano pequeño,<br />
pero hay algo que siempre le he envidiado y es su manera de sentir al Real<br />
Zaragoza.<br />
Un par de semanas antes habíamos quedado en mi casa para cenar y<br />
ver el partido de ida de la Copa entre el Valencia y el Real Madrid que daban<br />
por TV3 y que vendría con un amigo. Ese amigo resultó ser Sergi, que en<br />
aquella época tras la lesión de rodilla en Sevilla, había perdido la titularidad y, a<br />
veces, por lesiones o sanciones, disponía de pocos minutos. Hasta que hablé<br />
con él tenía la idea de que los suplentes lo eran por ser de inferior calidad que<br />
los titulares, utilizando la lógica, que queda apartada por los caprichos del<br />
destino… y de las personas.<br />
Sergi llevaba un tiempo siendo un inseparable compañero de andanzas<br />
en la grada ultra junto a mi hermano, uno de los líderes y fundadores del<br />
Ligallo. Su sentido del humor, su gusto por las bromas, los programas que<br />
hacían esbozar una sonrisa o soltar una sonora carcajada, los chistes y la<br />
inteligencia como medio de comunicación con sus compañeros, aficionados y<br />
con cualquiera que se acercara a hablar con él, hacían resplandecer un<br />
carisma que sólo un deportista por afición, por vocación y con sentido de<br />
equipo sabía cómo utilizar en beneficio de los suyos. Nadie podía imaginarse<br />
en ese momento lo que le ocurriría con el tiempo. ¡Qué pena!<br />
No relataré las anécdotas que ya contó Petón en “Punto pelota” estando<br />
presente su hermano Gerard. Anécdotas muy recientes en esos momentos.<br />
Me habló de un chaval de quince años que iba para crack, su apelativo favorito.<br />
Era su hermano Gerard, al que pocos años después le vimos debutar en<br />
- 80 -
primera con el Barcelona y del que siempre esperé que viniera a tapar una<br />
importante parte del hueco que dejó en el campo, en la grada y en el<br />
sentimiento zaragocista, Gustavo Poyet. También estuvimos hablando sobre el<br />
partido, el último de la temporada, que jugó en La Romareda en las filas del<br />
Mallorca, antes de fichar por el Real Zaragoza y el gol que marcó. Comentó<br />
anécdotas suyas con Cedrún, Nayim y alguno más, pero eso se queda entre<br />
nosotros… “los códigos del vestuario”. Bueno, puedo contar una sobre Nayim.<br />
A Nayim le gustaba, como a Sergi, el baloncesto, y más el de la NBA, y en<br />
especial, los partidos con final reñido que acababan con un tiro ganador sobre<br />
la bocina… ¿premonitorio? Quizás el saberlo fuera lo que me hizo decir un<br />
sencillo y claro: Gol, sin admiraciones, pero con seguridad en cuanto lanzó su<br />
histórico disparo en el Parque de los Príncipes. Un gol y una anécdota que me<br />
persiguen. Pero como decía Michael Ende: “Esa es otra historia”.<br />
El 12 era su número y era el que llevaba la camiseta firmada que me<br />
regaló. Un número con el que se identifica a la afición: El jugador número 12. Él<br />
lo demostró con creces. Cuando no estaba convocado ocupaba un lugar en la<br />
grada, entre los Ligallo, y era de los que les gustaba animar a la grada a que<br />
animara al equipo. Jugaba el partido aunque no pisara el terreno de juego, o<br />
como le gustaba decir por aquel entonces a mi hermano: ¡Cómo lo vive!<br />
Los informadores que siguieron al equipo por París, y algunos<br />
aficionados relatan como andaba por el campo, y por las calles de París, tras<br />
haber hecho Historia, megáfono en mano, el de mi hermano, cantando el: “Alé,<br />
Zaragoza, alé, alé” que había sido el cántico de toda la Recopa, desde la<br />
primera eliminatoria y la segunda, jugadas en Valencia cumpliendo la sanción<br />
de dos partidos impuesta por la UEFA por lanzar una moneda a un asistente en<br />
el partido en La Romareda frente al Borussia Dortmund de Chapuisat.<br />
Al día siguiente fue el maestro de ceremonias desde el balcón del<br />
ayuntamiento, cantando y dirigiendo los cánticos de los cien mil aficionados<br />
que abarrotaban la Plaza del Pilar, orgullosos y contentos con el Real<br />
Zaragoza.<br />
Esa camiseta es mi más preciado tesoro zaragocista por muchos<br />
motivos que representa. El primero y más importante, que es un recuerdo de<br />
Sergi. El segundo que tiene la firma de todos los jugadores de la plantilla que<br />
- 81 -
ganó la Recopa. Para identificar las firmas guardo la camiseta junto con un<br />
poster que publicó “El Punto Deportivo” con la foto de la plantilla y la firma de<br />
cada jugador sobre cada uno de ellos. Me falta la firma de Víctor Fernández<br />
que no estaba el día en el que la firmaron tras un entrenamiento. Sin embargo,<br />
si estaba en la firma de un balón, un balón muy especial por diferentes motivos,<br />
que también llevó Sergi y era para regalárselo mi jefe a su hijo pequeño. Lo<br />
firmaron la semana anterior a la final y, por lo que le comentó Sergi a mi<br />
hermano, les había hecho mucha gracia.<br />
El jugador número 12 con su manera de animar, con su manera de ser,<br />
con su generosidad, dándolo todo sin esperar nada a cambio, me volvió a<br />
acercar al Real Zaragoza del que andaba algo alejado hasta que, digamos la<br />
casualidad, me hizo que una serie de circunstancias encadenadas que ni el<br />
más ingenioso guionista hubiera llegado a imaginar, reavivaron mi corazón y fe<br />
zaragocista, aquella que mi padre se había encargado de enseñarnos a tener,<br />
mimar y acrecentar a mis hermanos y a mí desde bien pequeños. Al ser el<br />
mayor tuve la suerte de poder ir con él y sentarme en sus rodillas mientras<br />
ocupaba su localidad en Tribuna Cubierta donde empecé a descubrir el gusto<br />
por el buen fútbol, la exigencia y el apoyo de la grada de La Romareda, las<br />
diferentes maneras de querer y entender al equipo que se fundían en un grito<br />
fuerte y contundente de “¡Ggggoooooooooooollll!” cada vez que marcaba el<br />
Real Zaragoza y con más ganas y alegría cuanto mayor era la historia e<br />
influencia del equipo contrario.<br />
He reído y he llorado con el Real Zaragoza y lo que más me corrompe<br />
las tripas es que haya llegado un momento en el que las derrotas, como ocurría<br />
antes, ya no produzcan un afecto de apretar puños y dientes y buscar ganar el<br />
siguiente partido, aprovechando la furia del enfado para aumentar la<br />
concentración y buscar soluciones para los errores cometidos, que llegue el<br />
momento en el que hasta no sepa cuando se juega el siguiente partido, más<br />
por falta de interés que por olvido ¡Quién me lo iba a decir! Pero, como un<br />
ángel de la guarda, guardián de mi alma y de mi fe, llega el recuerdo de Sergi,<br />
el jugador número 12, que me guiña el ojo, me pasa el balón y me suelta la<br />
frase tan denostada que, con la misma ilusión y ganas pronuncia Pedro<br />
Hernández al acabar “La Jornada”, pero más personal: ¿Te lo vas a perder?<br />
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Y, ¡qué le voy a hacer! Si nací, crecí y moriré zaragocista… aunque no<br />
voy al campo por diferentes motivos (aunque el principal es la promesa que<br />
hice de no volver hasta que se vaya Agapito) procuro no perderme el partido:<br />
por televisión, por internet o por la radio. Cojo el balón que me pasa Sergi y<br />
procuro llevar peligro a la meta contraria, como Marcelino, Bustillo, Ocampos,<br />
Diarte, Amarilla, Esnaider, Milosevic, Diego Milito y muchos más que me dejo,<br />
para acabar haciendo retumbar La Romareda con un grito que nos une en la<br />
alegría y la emoción de nuestras almas y corazones zaragocistas, para acabar<br />
siendo LA VIDA del Real Zaragoza, el jugador número 12:, empujando con<br />
nuestras gargantas y palmas, y decir todos a una:<br />
¡¡¡¡¡¡¡¡GGGGGGGOOOOOOOLLLLLL!!!!!!!!<br />
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FONDO NORTE<br />
Julio Pascual Azagra<br />
Llevaba treinta y cuatro años sentándose en el fondo norte, “donde la<br />
feria de muestras, hijo mío, te lo he dicho mil veces”, me explicaba con voz<br />
ruda, y tono resignado, ¡como si yo debiera saberlo!, aunque hacia unos diez o<br />
doce años, se tuvo que cambiar de localidad, mi padre jamás dejo de acudir a<br />
su fondo, el fondo norte.<br />
El Zaragoza era más que sus amigos, eso lo tenía claro, y cambio su<br />
ubicación, pero sin salir de su fondo, para así no tener que ver a gente que le<br />
había traicionado en su vida personal, sus “amigos” de siempre (eso creía él)<br />
en su sitio más sagrado: La Romareda.<br />
Sabía que al Zaragoza no lo abandonaría jamás, que ese amor reciproco<br />
no tenia posibilidad de romperse, pensaba , y en realidad así era, por muy rara<br />
que se tornase la vida.<br />
Con cuatro años mi padre me llevo por primera vez a La Romareda,<br />
aunque era socio desde el día que nací, ya que solo fue al registro civil, antes<br />
que la calle Eduardo Ibarra, para hacerme socio, mis colores estaban decididos<br />
desde mucho antes de nacer…<br />
Ese día me puso una camiseta blanca con un león en el pecho, que me<br />
había regalado para mi cumpleaños, una bufanda al cuello, y nos fuimos hacia<br />
el estadio.<br />
Que frio hacia, la gente gritaba unos junto a otros, las escaleras eran un<br />
asiento más, y no se podía jugar a nada, ya que no había sitio apenas para<br />
sentarse.<br />
Nos dirigimos a su fila, la cinco, el partido se había iniciado y yo notaba<br />
que papá se ponía muy nervioso, se enfadaba y se alegraba de un momento a<br />
otro, y saltaba como un loco cuando los nuestros metían la pelota dentro…. Y<br />
creedme, que eso pasaba varias veces…<br />
- 84 -
Justo detrás de mí, se sentaba un señor mayor, quizá de unos 70 años,<br />
de complexión fuerte, y con un bigote fino, de la época, pelo cano, y con un<br />
gran abrigo forrado de borreguillo marrón, llevaba un puro en la boca, y nos<br />
echaba el humo encima, lo que parecía no molestar a nadie, excepto a mí,<br />
claro, pero yo no podía decir nada.<br />
“Booooqueeeeeeee” que eres un boque, fue la frase que en más<br />
ocasiones decía don Pío, nuestro vecino de localidad, sentado cómodamente<br />
en su almohadilla, mientras apuraba su enorme puro.<br />
El sentimiento del león, transmitido por mi padre, ya había arraigado en<br />
mí, como era previsible, y en cuanto tuve la edad mínima para jugar, mi padre,<br />
siempre él, me llevo al equipo del barrio.<br />
Me acompaño cada día, cada entreno, cada nevada, cada día lluvioso.<br />
Mi primer partido dejo algo claro, aquello de meter el balón en la portería<br />
era algo innato en mí, y no me era difícil hacer lo que otros les costaba<br />
horrores, lo que me hacía sentir increíblemente orgulloso, y cuando miraba a<br />
papá, me sentía el niño más feliz del mundo.<br />
El orgullo de aquel hombre, al verme jugar, era algo fuera de lo humano,<br />
notaba en sus ojos, en su voz, y hasta en sus andares, sentía suyo cada gesto<br />
que yo hacia dentro del campo.<br />
Y cada quince días, compartíamos la fila cinco del fondo de la feria de<br />
muestras, viendo fantásticos jugadores con el escudo del león, hablando de<br />
jugadas imposibles, gritando los goles, y escuchando decir a Don Pío que los<br />
árbitros nos robaban unas diez veces por partido, todo aquello sin quitarse el<br />
puro de la boca, a esas alturas Don Pío, era uno más en nuestra familia<br />
futbolística.<br />
Un día, a escondidas, me hice un tatuaje, con un escudo, de fondo rojo,<br />
y un león rampante, y entonces solo los presos y los locos llevaban tatuajes… y<br />
yo tenía 17 años.<br />
Cuando mi padre vio aquello, me castigo, pero en el fondo, lo que sentía<br />
era otra cosa muy distinta.<br />
El tiempo pasa.<br />
- 85 -
Quizá el día que os voy a contar, fue el más triste de mi vida.<br />
Era primavera, pero parecía verano, vivía lejos de Zaragoza, y echaba<br />
mucho de menos a mi padre, jamás libraba en fin de semana, con lo que hacía<br />
tiempo que no podíamos ir al fútbol juntos, y aunque en estos últimos años, la<br />
cosa iba de mal en peor, el siempre siguió fiel, y yo, aún en la distancia<br />
también.<br />
Llegue a La Romareda muy pronto, había ya gente arremolinada<br />
ambiente importante, se olía que había muchas cosas en juego.<br />
No pude ir con papá, pero hubiese deseado sentarme con él en la fila<br />
cinco, hoy, sin embargo, iba a ser imposible, quedaban 40 minutos para<br />
empezar y el campo ya estaba lleno, la gente cantaba y animaba al Zaragoza,<br />
lo podía escuchar claramente, mientras esperaba mi momento, al escuchar<br />
esos cánticos, que tantas veces había gritado, mi piel de gallina era difícilmente<br />
ocultable para mis compañeros, mitad orgulloso de mi gente, y mitad temeroso<br />
de mi profesión.<br />
Cuando el partido ya había comenzado, logre ver a papá, estaba como<br />
siempre, le salude desde lejos, un pequeño gesto con la mano, pero no me<br />
vio, o no me quiso ver. Estaba demasiado nervioso.<br />
Y su Zaragoza se estaba jugando la vida, en 25 años no había<br />
descendido a segunda, y si ese día, no ganaba, bajaría a segunda división, un<br />
drama casi familiar.<br />
Y aun podría ser peor –pensó papá-- tan claramente que casi pude<br />
escucharlo 60 metros más abajo.<br />
Cumplía mi misión, con profesionalidad, y sin ningún entusiasmo,<br />
enormemente incomodo, y muy nervioso, pero cuando se presento la ocasión,<br />
cumplí con mi tarea, instintivamente, sentí desgarrar mi alma, y mis mirada se<br />
fue allí, al fondo norte.<br />
Zaragoza.<br />
Él lloraba desconsoladamente el gol<br />
que mandaba a segunda al<br />
Y lo había marcado yo.<br />
- 86 -
De nada le valía entonces que no me hubiesen querido nunca, que me<br />
hubiesen descartado siempre, que fueran mejores opciones, gentes de<br />
nombres extraños, o allende los mares que dejaban más rédito, o<br />
representantes de cámara que nada sabían del escudo del león, y si del color<br />
del dinero…<br />
Nada quedaba nada del orgullo del barrio. No vi un atisbo de alegría en<br />
aquel hombre.<br />
Aquel instante, fue el peor momento de mi vida, quedaban pocos<br />
minutos, y en mi se contenían a duras penas la lagrimas, que inevitablemente<br />
pedían paso, mi sentimiento de traición era inevitables, y aun rodeado de mis<br />
compañeros que celebraban el gol, un gol que yo jamás podría celebrar.<br />
Al fin, el árbitro pito el final, y rompí a llorar, pedí a mi gente, a mi fondo,<br />
a los míos, que me perdonaran, con un gesto, manos en alto, y me acerque a<br />
la carrera al fondo norte, pero aquello era imperdonable.<br />
Allí estaba papá, como siempre, como los últimos treinta y cuatro años.<br />
Todavía con los ojos llorosos.<br />
Y ¡¡¡estaba aplaudiéndome¡¡¡pero no era él solo, toda aquella gente,<br />
que estaba en hundida por mi culpa, me estaba aplaudiendo.<br />
Absolutamente destruido por unos sentimientos contrapuestos, aquel<br />
nefasto día comprendí que el fútbol es de gente como mi padre.<br />
Aprendí la esencia del fútbol, ese día, luchando contra mi gente. Contra<br />
mi esencia. Contra mi ser.<br />
Contra los míos.<br />
Y entonces, ya liberado, ese soniquete que llevaba en mi cabeza todo el<br />
partido estallo en la grada:<br />
“ Ale Zaragoza ale.”<br />
- 87 -
ZARAGOCISTAS DE PICO<br />
Montserrat Grima Trasobares<br />
Después de una tarde soleada, los focos de las torres de iluminación<br />
comenzaron a alumbrar el municipal. Aquella antenoche de agosto comenzaba,<br />
un verano más, una nueva temporada futbolística para el Real Zaragoza.<br />
Del rival no recuerdo mucho. Vestían colores blanquecinos como las<br />
flores de almendro ribeteados con cenefas del color de las violetas. El público<br />
iba accediendo a sus localidades con movimientos parsimoniosos y remolones<br />
que se justificaban por las altas temperaturas que todavía se sufrían en<br />
aquellas fechas.<br />
- ¡Hola, buenas noches!<br />
- ¡Buenas noches tenga usted!<br />
- Un año más aquí estamos. Por lo que veo este año no viene solo, se<br />
trae también a su hijo.<br />
- Pues sí. Ahora que ya tiene algo de conciencia he decidido acercarlo<br />
aquí. A ver si le transmito este “vicio” y consigo que lo transmita a las<br />
generaciones sucesivas.<br />
- Tiene toda la razón. Somos unos adictos. Y eso que no son buenos<br />
tiempos. Los cambios de horarios no nos ayudan en absoluto a venir o a<br />
siquiera enterarnos de cuando hay un partido.<br />
- En efecto. La temporada pasada me perdí bastantes partidos. No me<br />
enteraba cuando había algún encuentro diurno.<br />
- A mí me sucedía algo parecido. Hace dos primaveras aún tenía la<br />
posibilidad de otear algún periódico y enterarme, pero cerraron el quiosco<br />
cercano a mi domicilio y ahora estoy totalmente desinformado.<br />
- Es cierto. Antes, según tengo oído por comentarios que me hacía mi<br />
padre, existía la seguridad de saber que el partido siempre iba a ser a la misma<br />
hora. Ahora, cuando me entero que hay partido es siempre a última hora.<br />
- 88 -
- Bueno, por lo menos esa intriga y desconocimiento aportan un<br />
elemento excitante. El ver los focos encendidos en la lejanía y venir volando<br />
para llegar puntualmente también tiene su encanto.<br />
El partido comenzó con emoción. Los dos equipos intentaban conseguir<br />
un resultado positivo. Los locales intentaban además agradar a su público. Sin<br />
embargo el calor era sofocante. Por suerte la canícula no iba aparejada de<br />
humedad, y los insectos no eran abundantes con lo que no nos distraían del<br />
espectáculo futbolístico.<br />
- ¡Qué chaval! ¿Te está gustando el partido?<br />
- ¡Pues sí! Nunca había visto jugar al fútbol así. Tan sólo en el parque<br />
pero no es lo mismo. Estos jugadores son enormes.<br />
- Entrenan casi todos los días y se preparan muchísimo en la<br />
alimentación y en la condición física, de ahí que tengan esa técnica con la<br />
pelota y esa inusitada fuerza.<br />
- ¡Pero yo voy más rápido que ellos!<br />
- ¡Jajaja! ¡Claro que sí pequeño! ¡Claro que sí! Dile a tu padre que te<br />
traiga a partir de hoy todos los días, y ya verás como intentarás venir siempre<br />
que puedas.<br />
- ¿Me traerás otro día papá?<br />
- Por mí no hay problema, pero habrá que ver qué dice tu madre. Ya<br />
sabes que no le gusta que salgamos de noche porque es muy peligroso<br />
regresar a casa. Tendremos que convencerla pues no son tiempos fáciles y,<br />
antes que perder tiempo en ocio, lo importante es trabajar y conseguir alimento<br />
que llevar al nido.<br />
- Dígale a su señora que es importante seguir la tradición. Si se corta el<br />
hábito y no se prosigue transmitiendo los testimonios, todo esto acaba por<br />
desaparecer.<br />
Tal y como decía aquel veterano seguidor es importante continuar<br />
difundiendo el acervo de este deporte. Así lo hizo mi abuelo con mi padre, y a<br />
mi abuelo se lo pasó mi bisabuelo, y a éste se lo inoculó mi tatarabuelo. Y así,<br />
a lo largo de generaciones, es como la historia pervive.<br />
- 89 -
- ¡Papá me tienes que ir contando todo lo que sabes del fútbol y del Real<br />
Zaragoza!<br />
- Hay tanto que contarte hijo mío, que no sé por dónde empezar.<br />
- Yo, sin ánimo de interferir en la educación que le dé a su vástago, me<br />
remontaría a narrarle sus propias experiencias de manera cronológica. Me<br />
parece mucho más acertado el contar las vivencias de cada uno, que el<br />
avasallar con datos que hemos recibido sobre la final de tal copa, o la derrota<br />
en tal competición. El contar el primer partido, las historias y anécdotas que te<br />
relataron en ese partido y en los siguientes, así como detallar cada dato o<br />
reseña es la mejor manera de que la información sea fidedigna.<br />
- Creo que tiene razón. Además así soy más objetivo y no cuento<br />
información que he recibido sobre la que yo mismo tengo mis dudas. ¡Incluso<br />
me llegaron a mencionar que una vez fuimos campeones del continente!<br />
- ¡Oiga usted! ¡Es que eso es verdad!<br />
- ¡No me diga! Pues yo desconfiaba de que fuera algo real y cierto…<br />
- Ya le diré dónde puede usted encontrar testimonios de esa gesta.<br />
Incluso en la biblioteca se guardan documentos que lo atestiguan y, si dispone<br />
de tiempo y espera, usted mismo lo podrá comprobar tan sólo con asomarse a<br />
algún ventanal. El partido se acercaba a su fin. No se puede catalogar el<br />
partido como un gran partido por las circunstancias ya mencionadas de la<br />
canícula de agosto.<br />
- Bueno, final del partido. Ha sido un placer volver a verle después de<br />
todo el verano sin saber nada de usted. ¿Aún sigue viviendo junto al Parque<br />
Labordeta?<br />
- Sí, es la mejor zona para nosotros. Así el chaval tiene más libertad y<br />
menos peligro de vehículos. ¿Y usted? Si no recuerdo mal vivía en los<br />
aledaños de la Ciudad Universitaria.<br />
- Todavía sigo viviendo por allí. Desde que mi pareja falleció este<br />
invierno pasado pensé en trasladarme. Pero luego me di cuenta que eso<br />
supondría alejarme de La Romareda y no poder divisar los focos que me<br />
- 90 -
avisan y me dan la vida. Además ya conozco la zona y sé donde procurarme el<br />
sustento.<br />
- ¡Vaya! Siento lo de su pareja.<br />
- Es la vida y así hay que aceptarla. No les molesto más. ¿Les veré en el<br />
siguiente partido?<br />
- Eso espero. Si no hay novedad aquí estaremos en tribuna como<br />
siempre.<br />
- Un saludo entonces. ¡Adiós chaval!<br />
- ¡Adiós señor!<br />
El gorrión desplegó sus alas y comenzó a volar. Planeó sobre el césped<br />
de la vetusta Romareda y remontó el vuelo para dirigir su aleteo hacia la calle<br />
de Eduardo Ibarra. Al partido siguiente no volvió a aparecer, ni al posterior, ni al<br />
ulterior, ni a ninguno de los que seguí acudiendo con mi padre. Aquel gorrión<br />
zaragocista me marcó en aquel mi primer día en La Romareda.<br />
Mi padre, a pesar de que mi madre se oponía a que fuésemos al fútbol,<br />
continuó llevándome cada vez que nos enterábamos de la existencia de un<br />
partido. Sé que la lógica humana no entiende de que unos jilgueros podamos<br />
ser zaragocistas, pero lo somos.<br />
Mi padre hace tiempo que se fue. Y yo siguiendo el consejo de aquel<br />
gorrión considero que la mejor forma de transmitir mi zaragocismo a mis<br />
descendientes, es contar lo que escuché, oí y sentí en cada uno de mis<br />
partidos. Las anécdotas, datos y sensaciones tal y como yo lo percibí. Y he<br />
aquí todo lo que mi pequeño cerebro recuerda de aquel partido de mi estreno<br />
como zaragocista.<br />
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Jonathan Cárdenas Gómez<br />
LA EMOCION DE PAPÁ<br />
Mi padre lloraba. Yo era pequeño, pero nunca lo había visto llorar. En la<br />
televisión, un hombre con unos guantes y camiseta muy extraña. Estaba<br />
sentado dentro de la portería, y tenía bigote. Se abrazaban y saltaban mi<br />
madre y mi hermano mayor. Yo no entendía nada, pero me uní a la alegría del<br />
momento y salté encima del sillón. La cena se estaba quedando fría, pero el<br />
momento era irrepetible. La televisión retumbaba con los gritos de los<br />
comentaristas, esos señores que nos contaban los partidos.<br />
Años más tarde, de refilón, volví a ver aquel momento tan emocionante,<br />
y fue a mí, como a mi padre años atrás, al que se le saltaron las lágrimas. Y ni<br />
siquiera éramos del Zaragoza.<br />
- 92 -
MI RELATO ZARAGOCISTA<br />
Manuel González Abengochea<br />
Tengo 17 años y llevo siguiendo al Real Zaragoza desde que tengo uso<br />
de razón. A decir verdad, empecé siguiendo al CAI Zaragoza en su estadio,<br />
pero tras un par de años decidí interesarme, por suerte o por desgracia, por el<br />
fútbol y su máximo exponente en la ciudad, el Real Zaragoza.<br />
Tuve la suerte de hacerme socio desde el primer momento en el que me<br />
interesé por ir. Mi padre, quien había dejado de ser abonado, volvió a serlo<br />
entonces. Me aboné a mitad de la temporada en la que descendimos en<br />
Mallorca, quizá fue casualidad o la “mala suerte” que siempre acompaña a este<br />
club en estos últimos años.<br />
Seguí en Segunda como abonado, donde apenas recuerdo partidos, la<br />
victoria ante el Xerez, líder en su momento con dos goles de Jorge López a<br />
domicilio, o la victoria ante la ahora ya desaparecida Unión Deportiva<br />
Salamanca que nos permitió dormir líderes la noche del sábado. También,<br />
cómo no, aquél partido del Córdoba en la Romareda con el correspondiente tifo<br />
del Colectivo 1932 y su “autopista a Primera División”.<br />
Era una gozada, y más con la edad que tenía, salir del estadio y ver los<br />
pitidos de los coches y la gente celebrándolo, me dejaron ir a la Plaza España<br />
a celebrarlo a mi manera por entonces, y a ver a los jugadores pasar con el<br />
autobús. Sin duda fue una noche memorable, aunque la que nunca olvidaré, y<br />
la cual es el objetivo de este relato corto zaragocista, es conseguir la<br />
permanencia en Getafe, allá por el 13/05/12.<br />
Fue una temporada en la que, comenzó a cantarse el “Sí, se puede”, y a<br />
medida que iban pasando las jornadas, Manolo Jiménez fue ganándose la<br />
confianza de todos, y la mía también. Era difícil, pero se podía. Lejos de pensar<br />
en la compra-venta de partidos, por entonces creía en la honestidad del fútbol,<br />
y en mi recuerdo así lo creo.<br />
La temporada anterior se había conseguido la permanencia en el campo<br />
del Levante, con un espectacular Gabi. No pude ir a Levante porque mi<br />
- 93 -
hermana celebraba la comunión ese mismo fin de semana, así que tuve que<br />
verlo en un bar, pero el ambiente fue inmejorable.<br />
Así se planteaba esa temporada, el Real Zaragoza se jugaba la<br />
permanencia para seguir construyendo un proyecto en el que yo creía, en<br />
Getafe. Y el club iba a repartir 10.000 entradas, si no me equivoco, para viajar,<br />
entre los socios.<br />
En mi familia éramos abonados por entonces yo, mi padre, y<br />
recientemente mi hermana pequeña de por entonces 9 años. Tuvimos la suerte<br />
de que nos tocó a mi padre y a mi hermana. Mi padre decidió darme su entrada<br />
para que entrase yo al campo mientras él lo veía en un bar de al lado. Sin duda<br />
es algo por lo que tendré que estar agradecido el resto de mis días.<br />
Era un domingo, llegamos a la zona de partida de autobuses y por aquél<br />
momento lo único que llevaba conmigo significativo del Real Zaragoza era la<br />
bufanda avispa que salió en su día, eso sí, la llevaba y la sigo llevando a todas<br />
partes. Antes de subir al autobús veía a conocidos subiendo al suyo y varios<br />
mensajes de apoyo.<br />
Una vez dentro del autobús, el cual llevaba en la ventana una tela con<br />
mensaje anti-Agapito, cuatro horas de viaje de las que sólo recuerdo una<br />
parada en un restaurante, con el cántico “Agapito nunca se muere” (con la<br />
entonación del “Zaragoza nunca se rinde”), y los últimos treinta minutos,<br />
llegando a la ciudad de Getafe, donde desde la acera, una señora mayor,<br />
bastante mayor, mirando hacia los que estábamos dentro del bus, se santiguó<br />
delante de nosotros deseándonos suerte para el partido. Antes de salir el bus,<br />
sonó una voz de una mujer que decía lo siguiente: “Dentro de una hora, gane el<br />
Zaragoza o no, todos aquí” a lo que se le respondió con “esa mujer, ¿de qué<br />
equipo es?” en tono humorístico, pero lo hizo todo el autobús al mismo<br />
momento.<br />
Bajamos en la zona del Espacio Ámbar, donde además había música y<br />
sobretodo pancartas alimentando el “Sí, se puede”. Igual había una veintena de<br />
autobuses zaragocistas. Y es que el sentimiento de estar fuera de tu tierra,<br />
pero con tanta gente que comparte tus sentimientos, te hace sentir como en<br />
casa y creer que todo es posible.<br />
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De camino al estadio me encontré con una amiga de la escuela, muy<br />
zaragocista también y quien me introdujo al Real Zaragoza en su día y por<br />
quien me hice abonado, si no, igual no habría tenido esa inquietud. Me alegré<br />
mucho de encontrármela y, aunque fuera un acto de casualidad, el estar en ese<br />
lugar en ese momento, fue algo que me costará olvidar.<br />
Paramos en un bar, y por necesidad tuve que entrar al aseo, me hizo<br />
gracia ver encima del váter la pegatina del “Sí, se puede” de Heraldo.<br />
Estábamos invadiendo Madrid.<br />
Ya en la puerta del estadio, había un hermanamiento de las aficiones del<br />
Getafe y el Real Zaragoza. Muchos “azulones” con el cachirulo a la cabeza,<br />
cánticos maños y pancartas a la Virgen y un Obama simulando el “Sí, se<br />
puede” de Manolo Jiménez. Aplausos y ánimos cuando llegó el bus del Real<br />
Zaragoza al estadio, los jugadores desde dentro nos respondieron. Pitos<br />
cuando llegaron los del Getafe.<br />
Nunca, hasta ahora, he entrado antes a un estadio. Al menos una hora,<br />
por no decir hora y media, estuve esperando en mi asiento junto a mi hermana<br />
pequeña, que comenzase el partido. El campo estaba repleto de gente, y en<br />
ambos fondos pancartas y los principales colectivos.<br />
Una vez empezado el partido, yo personalmente protestaba todas las<br />
faltas en contra y ocasiones lamentadas; así que el hombre “azulón” de detrás<br />
de mí, me dijo: “Ya sabemos que vais a ganar, pero dejadnos ver un poquico el<br />
fútbol que es el último de la temporada hombre”.<br />
Yo no iba a dejar de expresar mi zaragocismo desde la grada, así que<br />
cogí a mi hermana pequeña y me la llevé a uno de los fondos arriba del todo,<br />
donde no podía molestar a nadie, y además estaba entre zaragocistas.<br />
Llegó el gol final de Hélder Postiga y por consiguiente la permanencia<br />
del equipo ese año en Primera División. Es increíble ver a una congregación<br />
de tantas personas cantando el mismo himno, defendiendo los mismos colores<br />
y expresando tantas emociones por 90 minutos de un deporte. Para mí, el Real<br />
Zaragoza es algo más que un deporte, es un sentimiento y lo que ello conlleva,<br />
y siempre estaré orgulloso de ser del equipo que soy, estemos donde estemos<br />
- 95 -
y como estemos. Que lo dirija quien lo dirija, no va a impedir que cuando salga<br />
de mi ciudad o país deje de llevar la camiseta de mi equipo.<br />
No he podido vivir épocas como la de la Recopa, o los Magníficos,<br />
debido a mi temprana edad, sin embargo, confío en que las mejores páginas de<br />
nuestra historia aún están por escribirse, y que cuando volvamos, que lo<br />
haremos, estaré ahí para verlo.<br />
¡Siempre Real Zaragoza!<br />
- 96 -
LA CAMISETA DE LOS BEACH BOYS<br />
J. Diego Ortega Sierra<br />
No sé si conoces la versión de “Aquellas Pequeñas Cosas” de El Canto<br />
del Loco o la original de Serrat.<br />
En ella se habla de las sensaciones que te dejan aquellos recuerdos que<br />
parecían olvidados por el paso del tiempo y que, de repente, surgen al mirar<br />
una foto, oler un aroma, volver a algún lugar…<br />
En mi caso, algunas de estas sensaciones aparecen al ver cierta<br />
camiseta que aún conservo o al escuchar la música de los Beach Boys.<br />
Cuando esto ocurre, y es frecuente en ambos casos, relaciono la prenda o la<br />
canción con la imagen de tu persona.<br />
Es curioso como el cerebro asocia una imagen a unas melodías porque<br />
estas fueron descubiertas por alguien, en un momento y lugar determinados. Y<br />
luego aunque las escuches cientos y cientos de veces, a lo largo de muchos<br />
años, siempre te evocan los mismos recuerdos.<br />
Aquel iba a ser mi primer verano cálido después de pasar los anteriores<br />
en la fría y húmeda Irlanda.<br />
Como mis amigos al terminar el curso escolar habían volado a sus<br />
lugares de origen, decidí irme a la playa a un piso que tenía mi abuela cerca de<br />
Alicante.<br />
Me fui con ella y con los libros de latín que ese año había suspendido. El<br />
plan no es que fuera ideal pero la alternativa de quedarse en un caluroso<br />
Madrid, en julio y sin colegas, era bastante peor.<br />
Acompañando al latín iba una discografía bastante completa del grupo<br />
californiano y una camiseta muy especial del Real Zaragoza.<br />
Con dieciséis años pronto descubrí que lo más interesante que había por<br />
allí era una morena preciosa que tenía solo trece.<br />
Supe tu nombre y que eras de Navarra.<br />
“Aunque no le guste el fútbol simpatizará con Osasuna” pensé.<br />
- 97 -
Era un buen comienzo. En esa época ambas aficiones estaban<br />
hermanadas y la estupidez de algunos estaba por llegar.<br />
Tracé mi plan que se complementaba perfectamente con el orgullo que<br />
tenía por pertenecer a unos colores. Cada mañana al bajar a la playa me<br />
enfundaba la camiseta del Real Zaragoza. Esa que me había regalado y<br />
dedicado, meses antes, Jorge Valdano, aprovechando que vivía debajo del<br />
piso de mi mejor amigo. En 1981 el argentino era mucho menos mediático y<br />
decía sentirse mucho más zaragocista que ahora.<br />
Esperaba que la camiseta me sirviera de excusa para hablar contigo<br />
pero mi timidez me superaba. Cuando una vez coincidimos, permanecí callado<br />
mientras un chico de once años bromeaba contigo. Ese día escuché tu risa<br />
adolescente y se me grabó en mi mente de tal forma que todavía la recuerdo.<br />
Mi abuela tenía unas cuantas virtudes pero entre ellas no estaba el<br />
afecto. En ese asunto era un témpano de hielo, por eso me sorprendió que se<br />
diera cuenta del interés que tenía por ti aunque me imagino que se hizo<br />
evidente. Sin embargo lo que más me asombró fue que me hablara de<br />
presentimientos personales y de trenes que no tenía que dejar pasar.<br />
Le recordé las edades que teníamos y sonreí pensando que desvariaba<br />
un poco, pero me encantó su opinión.<br />
A la vuelta, ese invierno en Madrid, conocí a I., una chica muy muy<br />
parecida a ti. Siempre he tenido claro que tu recuerdo fue determinante.<br />
Me enamoré de ella como la mayoría de los chicos de su entorno. Como<br />
además estaba en un curso superior al mío y por tanto era mayor que yo, tenía<br />
claro que estaba totalmente fuera de mi alcance. Mucho más tarde me<br />
confirmaría que en ese tiempo, para ella, yo formaba parte del “fondo del<br />
escenario”.<br />
Tuvieron que pasar dos años para que primero se fijara en mí, con la<br />
inestimable ayuda de Johnny Hallyday, y algo más para enamorarse.<br />
Mientras tanto, los sucesivos veranos, tú y yo, coincidíamos en la playa,<br />
tus ojos oscuros me seguían fascinando pero mi timidez todavía me<br />
sobrepasaba.<br />
- 98 -
Alguna vez mi abuela insinuaba el tema, sin embargo yo respondía con<br />
evasivas y aunque en mi fuero interno lo deseaba, tu presencia aún me<br />
cohibía.<br />
Empecé a salir con I. en una edad en la que todavía no tienes problemas<br />
ni responsabilidades.<br />
Se la presenté a mi abuela en un par de ocasiones. La primera fue muy<br />
breve, pero en la siguiente la invitó a comer, en su casa de la playa,<br />
aprovechando que estaba visitándome. Cuando se despidió, le comenté a mi<br />
abuela que ese era “el tren que iba a coger”. Le pregunté su opinión sobre esa<br />
persona seguro de que me iba a confirmar lo que yo pensaba.<br />
“Es encantadora, pero no lo veo…”. Me estremecí al escucharla, no ya<br />
por lo que dijo sino, sobre todo, por como lo dijo, silenciando explicaciones y<br />
suavizando sus palabras. Aunque le reproché su respuesta, incluso<br />
aludiéndote, luego me di cuenta que fui injusto con ella porque se limitó a<br />
contestarme lo que presintió.<br />
Fueron quince meses en los que me sentí en lo más alto de la montaña<br />
más alta.<br />
Esa parte de la historia con I. terminó cuando decidió irse a terminar sus<br />
estudios a Rotterdam y Paris, algo usual ahora pero muy raro en aquella<br />
época.<br />
Pensaba que llevar una relación a distancia no tenía sentido. Me<br />
apreciaba, sin embargo no quería descartar otras opciones si estas surgían. Te<br />
puedes imaginar cómo me quedé…<br />
A pesar de que no existían las tecnologías actuales no perdí contacto, ni<br />
cuando estaba fuera ni cuando volvía en vacaciones y así me fui enterando, a<br />
través de ella o de terceros, de sus nuevos progresos y de sus nuevos amores.<br />
Esto último no ayudaba a cerrar mis heridas pero no perdía la esperanza ya<br />
que no encontraba distanciamiento por su parte cuando hablábamos o nos<br />
veíamos.<br />
Durante los sucesivos veranos, tanto cuando estuve con I. como cuando<br />
ella se marchó, tu presencia me atraía y en la playa abarrotada te descubría<br />
- 99 -
con facilidad, semejante a la luz del faro que está cerca de allí. Me recreaba<br />
mirándote, viendo como te comportabas, como te movías, escuchando hablar<br />
de ti…<br />
Lo recuerdo igual que el “travelling” de una película.<br />
Un montón de veces quise acercarme a ti con una conversación banal,<br />
sin embargo otras tantas me quedé en la arena porque mi cabeza y mi corazón<br />
estaban a muchos kilómetros de distancia.<br />
Luego me arrepentiría y me imposibilitó muchas cosas pero a posteriori<br />
es muy fácil acertar.<br />
Después de tres años estudiando fuera de España y unas semanas<br />
antes de graduarse, I. nos invitó a varios amigos a Paris, donde vivía su<br />
abuela, con el pretexto de conocer la ciudad.<br />
Cuando llegamos enseguida advertí que pasaba a primer plano.<br />
I. por su formación tenía una estupenda perspectiva profesional y tenía<br />
varias opciones laborales, pero las había reducido simplemente a dos, un<br />
“puestazo” en Paris y otro notablemente inferior en Madrid.<br />
El dilema me tocaba resolverlo a mí ya que la alternativa de regresar a<br />
España solo cabía si volvía con ella. En esos tres años, además de mejorar e<br />
incrementar sus capacidades en su titulación universitaria, consideró que yo<br />
era lo que necesitaba y quería para su proyecto personal de vida.<br />
Fijó su vuelta a casa para las Navidades de ese año, justo después de<br />
su graduación. Renunció al trabajo en Paris, lo que le enfrentó a su familia,<br />
mientras yo vislumbré el futuro de una vida en común y como en los cuentos<br />
infantiles, presentí que viviríamos felices para siempre…<br />
Una semana antes de volver, falleció cuando un conductor ebrio se saltó<br />
un stop en un cruce e impactó contra ella. El responsable del accidente resultó<br />
ileso mientras que I. se quedó para siempre en Paris, en un rincón arbolado del<br />
cementerio de Pantin…<br />
El vacío que me dejó fue imposible de llenar. Dicen que el tiempo lo cura<br />
todo pero creo que en realidad aprendes a convivir con ello.<br />
- 100 -
La vuelta a la “normalidad” fue muy dura.<br />
El verano era el peor periodo. Tenía unos buenos amigos en Calpe y<br />
aprovechaba la casa de mi abuela para ir a verlos, distraerme, evitar pensar…<br />
Pero durante unas semanas coincidíamos por allí y cada vez que te<br />
veía, me recordabas tanto a I. que me rompías el corazón…<br />
Si estabas en una parte de la playa, me ponía al otro lado o bajaba más<br />
tarde, o bien me marchaba pronto por las mañanas para evitar encontrarme<br />
contigo…<br />
Posteriormente supe que eran efectos del Trastorno por Estrés<br />
Postraumático.<br />
Tardé más de cuatro años en superarlo.<br />
Fue en la época en la que estuve haciendo el servicio militar. Con unos<br />
compañeros de la instrucción regresamos a Cáceres, un mes después de<br />
haber jurado bandera en esa ciudad. Entonces volví a ver a una guapísima<br />
amiga tuya que era de allí. Causó sensación entre mis camaradas, sin duda la<br />
misma que hubieras causado tú. La mala suerte hizo que no pudiera hablar con<br />
ella porque la perdí de vista en un lugar bastante concurrido. El caso es que la<br />
aparición de tu amiga me llevó, inevitablemente, a hablar de ti y por tanto de I.<br />
Las conversaciones y reflexiones que tuve con tres de aquellos colegas,<br />
los siguientes días, fueron un resurgir para mí. Sin conocerte, me hablaban de<br />
ti, y de oportunidades y trenes perdidos, igual que había hecho mi abuela una<br />
década atrás.<br />
Unos y otros te decían lo mismo. Consideraciones en las que ni siquiera<br />
había pensado porque “mi reloj” se había parado unos años antes.<br />
Era como en uno de los cuentos de Allan Poe. Tenías la respuesta<br />
delante y no podías verla porque la buscabas en cualquier otro lugar.<br />
La vida no se acababa por un trágico suceso sino que podía servir para<br />
el comienzo de otra historia que incluso mejorase la anterior, bien contigo, lo<br />
que hubiera sido de novela de Pilcher, o con otra persona.<br />
- 101 -
lugar.<br />
En mis objetivos personales, te pusiste en mi punto de mira en primer<br />
Sabía que aunque te “tirara los tejos”, tú tenías que dejártelos tirar y era<br />
indudable que yo estaba en el “fondo del escenario” para ti. Pero deseaba<br />
intentarlo.<br />
Te había visto el mes anterior en la playa, en Semana Santa, tras jurar<br />
bandera, así que planifiqué el verano condicionado por mis obligaciones<br />
militares.<br />
Fui varias veces, sin embargo no te vi. Ni siquiera a tu tía con la que<br />
veraneabais y a la que, sin duda, hubiera preguntado.<br />
Durante mi ausencia tenía a un buen amigo, y vecino, atento a cualquier<br />
novedad.<br />
Pero no apareciste o por lo menos no te vimos.<br />
Ese verano del 92, tan pródigo en acontecimientos en este país, resultó<br />
estéril en los míos.<br />
Resultó irónico que después tantas temporadas seguidas teniéndote tan<br />
cerca, cuando por fin descubres tus sentimientos y te decides, el destino se<br />
burla de ti y cambia de rutina.<br />
Fue frustrante pero no perdí la confianza.<br />
De cualquier manera resultaste ser el punto de inflexión que provocó que<br />
todo variase.<br />
Mi vida personal se transformó gradualmente. Al no poder cambiar lo<br />
sucedido, aprendí a asumirlo, dejé de compadecerme y el tiempo me ayudó a<br />
afrontarlo.<br />
En los meses sucesivos empecé a vivir con un espíritu diferente. Me<br />
relacioné, viajé, estudié oposiciones…, lo habitual cuando se tiene esa edad.<br />
Fue en los inicios del verano siguiente, cuando recibí la llamada de mi<br />
amigo y, con el apodo de doble sentido que te pusimos, me lo avisó: “Está la<br />
navarrica…, pero tiene navarrico”.<br />
- 102 -
Tanto él como su novia me animaron a ir con eso tan conocido del amor<br />
y la guerra aunque desistí porque tenía la suficiente empatía como para<br />
imaginar cual hubiera sido tu lógica respuesta a aquello.<br />
Y pensé también en el destino, ese año y los siguientes, cuando a pesar<br />
de permanecer largos períodos en la playa, no te volví a ver más…<br />
Fue desconcertante como mucho después, mi abuela, ya muy mayor,<br />
empezó a llamar por tu nombre a la que se convirtió en la otra mujer de mi vida.<br />
Sé que se tiende a idealizar el pasado con el tiempo pero siempre he<br />
pensado que si aquel primer verano me hubiera atrevido a hablarte, conocido lo<br />
suficiente como para entablar una pequeña amistad que hubiese crecido en los<br />
siguientes años, que me hubiera dado alguna expectativa sin que luego,<br />
necesariamente, hubiese llegado a más, seguramente no hubiera existido<br />
ninguna historia con I.<br />
Si bien hubiera perdido la ocasión de conocer a una excelente persona<br />
en muchos aspectos, por el contrario me hubiera ahorrado muchas tristezas y<br />
quizá hubiesen existido otras oportunidades igual de buenas.<br />
En cualquier caso, creo que todo esto me ayudó a crecer como persona,<br />
a ser un poco como soy ahora y a disfrutar de lo que tengo.<br />
Pero eso no impide para que venga a mi memoria tu recuerdo, cuando<br />
veo colgada en el armario esa querida camiseta zaragocista o cuando escucho<br />
a los Beach Boys y surjan esas sensaciones de las que habla la canción.<br />
Y es inevitable pensar en esos presentimientos que otros intuyeron con<br />
claridad y yo no pude o no supe percibir…<br />
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EL CIERZO<br />
A. Javier Dieste Torres<br />
Las hojas revoloteaban y se arremolinaban en la entrada del Parque<br />
Grande. Con lo que habíamos visto una vez más en La Romareda, el cierzo en<br />
la cara aún nos hacía torcer más el gesto. El silencio desde un tiempo a esta<br />
parte, se instalaba siempre de vuelta a casa. Con ganas de llegar y siguiendo<br />
el curso del Canal Imperial hacia Torrero, rompo mi silencio interior.<br />
¿Y tú qué harías papá?.<br />
Porque esto es insoportable, es lo peor que he visto en mucho tiempo.<br />
¿Y un entrenador nuevo, papá?. Uno de los nuestros, uno que haya<br />
sido jugador o entrenador pero que sienta los colores.<br />
El del 6-1 al Madrid, eso, sí, Víctor Muñoz. Ojala viniera Víctor Muñoz a<br />
salvarnos<br />
Jugó contigo ¿no papá? , anda cuéntame papá, como hacías antes...<br />
Hijo, si ya sabes todo lo que te voy a decir.<br />
No creo que ahora mismo quisiera venir ninguno; es como si te hubieran<br />
secuestrado la casa y te invitarán a cenar en tu propia casa, para luego tirarte<br />
por el balcón.<br />
Sí, Víctor jugó conmigo, pero cuando estábamos en el Deportivo Aragón.<br />
Tu padre era más joven que él y no era tan bueno ni como él, ni como otros<br />
que llegaron al primer equipo. Aquella época sí que era una gozada.<br />
Para mí ahí está la auténtica salvación del Real Zaragoza.<br />
Mira, recuerdo que mi generación estrenó la Ciudad Deportiva. Fue un<br />
proyecto innovador en aquellos años. Y no fue fruto de la casualidad, fue<br />
producto del trabajo bien hecho, de apostar por entrenadores de la casa y que<br />
conocían a los chavales que llegaban. Recuerdo con cariño a Manolo<br />
Villanova, a Luis Costa, a Rafael Teresa a Jorge Font, y al “brujo” José Luis<br />
Torrado, ¡vaya preparación física!. Entrenábamos más duro que el primer<br />
equipo. Igual no éramos grandes estilistas, pero a correr, a correr y a pelear no<br />
- 104 -
nos ganaba nadie. Fueron tardes y noches de sudor, de cierzo duro en invierno<br />
y sofocante calor en verano, pero había una fe ciega en lo que se hacía.<br />
El jueves en aquella época, cuando los partidos se jugaban siempre los<br />
domingos, era un día especial para los futbolistas. Los jueves había partidillo<br />
de entrenamiento.<br />
Y sobre todo a los chavales de dieciocho a veinte años era lo que más<br />
nos gustaba.<br />
Ya en las escalerillas de Rogelios donde nos recogía el autobús para<br />
subir a la Ciudad Deportiva se vivía un ambiente especial.<br />
Recuerdo una tarde de jueves, mientras nos cambiábamos para jugar,<br />
que entró Manolo Villanova en el vestuario del Deportivo Aragón. Y cuando<br />
Manolo entraba en el vestuario y hablaba todo el mundo escuchaba, y dijo: A<br />
ver chavales, en el campo de arriba está el primer equipo, Boskov me ha<br />
pedido un centrocampista, que les falta uno ¿quién se anima?. Levantó la<br />
mano un chaval de Benasque, Paco Güerri; no era ni titular en el filial. Bueno,<br />
pues efectivamente jugó el partidillo con el primer equipo, y le gustó tanto a<br />
Boskov que el domingo viajó con el primer equipo y jugó de titular con el Real<br />
Zaragoza. Y ese mismo año llegó a vestir la camiseta de la Selección<br />
Española. Así era la Ciudad Deportiva.<br />
Ahora nadie quiere venir al Real Zaragoza. Los chavales dudan hasta<br />
qué punto el fichar por las categorías inferiores del Real Zaragoza sea la mejor<br />
opción para su progreso. Prefieren irse a otras canteras, los clubes de la región<br />
llegan a acuerdos con otros equipos de fuera, no hay ilusión por emprender ese<br />
camino, simplemente porque no se llega a ninguna parte, o si se llega, es fuera<br />
de aquí. No hay espejos donde mirarse en el primer equipo.<br />
Aquello costó dinero, mucho, pero solo con el traspaso de Víctor Muñoz<br />
por el Barcelona, se amortizó todo, instalaciones, personal, equipamiento.<br />
Así que más que un Víctor Muñoz la solución es "producir" como en una<br />
fábrica, muchos “Canis”, “Herreras”, ... que se pudieran vender si hiciera falta,<br />
hasta que esta nave que se hunde que es nuestro Real Zaragoza salga a flote.<br />
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Pero claro, eso se hace con trabajo, con ilusión, con zaragocismo y no<br />
con especulación del compro-vendo-cambio, ni con directores generales<br />
mercenarios a sueldo que no han lucido el escudo del león en el pecho, ni en el<br />
campo ni en la grada.<br />
Por aquí han pasado grandes jugadores, que se enorgullecen de serlo.<br />
Aquí en La Romareda se han celebrado Copas y Recopas. Aún recuerdo el<br />
ambiente que se respiraba en las grandes tardes de fútbol, cuando los<br />
llamados “grandes” caían ante el “grande” del León. Cuando...<br />
Bueno papá, que te enrollas mucho, cuando lleguemos a casa nos<br />
preparamos un bocata y vemos el video del 6-1 del Real Zaragoza – Real<br />
Madrid, o la final de Recopa?<br />
Buena idea hijo, vamos a ver buen fútbol, no hay que reblar, Zaragoza<br />
no se rinde.<br />
Cuando llegué a casa me preparé el bocata y coloqué el video del 6-1; y<br />
entonces me acerqué la foto de mi padre que hace tiempo ya no estaba con<br />
nosotros; sí, esa foto con la bufanda al aire en los Campos Elíseos de París. Y<br />
me consolé pensando que al menos él, no tenía que soportar esto.<br />
Y le hablé de nuevo, igual que antes, sin despegar los labios: otro día lo<br />
solucionamos papá, ahora vamos a disfrutar.<br />
Y me conjuré a mí mismo que por él y por otros muchos como él,<br />
teníamos que recordarle a todos, a los que están fuera y a los que están aquí,<br />
pero sobre todo a los de aquí, y además recordárselo con insistencia, que sí,<br />
que es verdad, que realmente Zaragoza no se rinde.<br />
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PASIÓN EN LAS VENAS<br />
Elisa Córdova Oriz<br />
Él era una persona con una vida normal en una ciudad corriente llamada<br />
Zaragoza “Ciudad de leones” en el año 1986. Tenía una familia común, mujer e<br />
hijo preciosos a los que adoraba. Trabajaba sin descanso ocho horas diarias en<br />
una oficina de mensajería. Sus mañanas eran bastantes monótonas. Se<br />
despertaba con el horrible sonido de su despertador que le indicaba que su<br />
“otro gran día” daba comienzo. Ya en la cocina se preparaba su café con su<br />
gran aroma que tanto le transmitía pero eso si siempre con su exceso de<br />
cafeína y con sus tres azucarillos para poder rendir bien despierto el día. Cogía<br />
su coche rumbo al trabajo y entraba a su oficina. Nada más llegar ya estaba su<br />
jefe dándole la lata a gritos a la mínima de cualquier fallo que él pudiera<br />
cometer. Después de trabajar toda la mañana sin un minuto de descanso, sin<br />
un suspiro si quiera, llega la hora del almuerzo y turno de comer el delicioso<br />
estofado preparado por su mujer en un tupper como cada día. Terminada la<br />
mañana llena de estrés y de agotamiento llego la hora de irse a casa. Por fin,<br />
por fin había llegado el momento que tanto deseaba desde hacía tiempo. Por<br />
fin llego el día que el tanto ansiaba. Ya en su coche rumbo a Madrid con su hijo<br />
de siete años soportando ambos las tantas horas de viaje sin parar, rumbo a<br />
ver en el Vicente Calderón el partido que tanto deseaban ver, ver al equipo que<br />
llevaban en la sangre desde nacimiento, ver a su amado Real Zaragoza.<br />
Una vez los dos con entrada en la mano, y bufanda al cuello, esperaban<br />
en la cola del estadio para coger sus sitios. Estaban ansioso, llenos de euforia<br />
y entusiasmo, no podían creer que estuvieran ellos dos allí en aquel gran<br />
estadio, y que iban a ver enfrentarse a su gran Real Zaragoza contra el FC<br />
Barcelona. Un gran día, una gran final de Copa del Rey en la que el final del<br />
partido, en la que el ganador aun estaba por determinar.<br />
Ya sentados en sus asientos, padre e hijo no podían sentirse más felices<br />
pero a la vez nerviosos. Predominaban los aficionados azulgranas ante los<br />
aragoneses. Gran ambiente con cánticos, con banderas, y alientos constantes<br />
- 107 -
a los dos equipos. El campo un poco resbaladizo por la pequeña lluvia de la<br />
tarde no supuso ningún problema.<br />
El árbitro dio la señal y el partido empezó. Padre e hijo nerviosos<br />
contemplaban el partido sin perderse ni un detalle. Los dos equipos estaban<br />
más o menos igualados pero al final llego el ansiado gol, en el minuto 35<br />
gracias a una falta un poco tonta frente al portal de Urruti y a unos 25 metros<br />
del área. Lanzo la falta Rubén Sosa, el balón rozo ligeramente en Pichi Alonso<br />
y desconcertando totalmente a Urruti, que la vio entrar descorazonado y<br />
desconsolado. Los zaragocistas eufóricos de alegría no pudieron reprimir sus<br />
ansias de gritar en coro “GOL”.<br />
Padre e hijo vieron ante sus ojos cumplir su sueño, el Real Zaragoza<br />
logro ganar la Copa del Rey con esfuerzo y valentía. El padre podía ver en los<br />
ojos de su hijo que en él corría la sangre zaragocista, era como ver un reflejo<br />
un recuerdo de su propia infancia. Ver cada partido con emoción y sentimiento,<br />
con angustia y sufrimiento, pero siempre con la fuerza interior que nunca<br />
dejaría abandonar a su equipo, jamás dejaría de apoyar al Real Zaragoza.<br />
Ya han pasado muchos años desde ese emblemático día en el que el<br />
Real Zaragoza se proclamó campeón de copa. Ahora y desde hace varios años<br />
no son buenos tiempos para el equipo de nuestro corazón. ¿Qué ha sido de<br />
ese equipo que ganaba títulos y se posicionaba entre los mejores de la liga<br />
española? Demasiadas deudas de la directiva, demasiada corrupción que hace<br />
olvidarse del gran pasado y de los éxitos cosechados del Real Zaragoza. Falta<br />
la magia, la ilusión y esperanza característica de la afición y del equipo. Los<br />
zaragocistas desilusionados con el equipo y sobre todo con su directiva no<br />
pierden la esperanza de que el Real Zaragoza resurja algún día de sus<br />
cenizas. El hijo que vivió esa apasionante final de copa con su padre y no se<br />
perdió ningún partido de su equipo del alma es uno de esos zaragocistas que<br />
viven con esa ilusión. Su mayor deseo es volver a ver con su padre, ya muy<br />
mayor, otra gran final en la que el Real Zaragoza levante el trofeo y poder decir<br />
de nuevo enorgulleciéndose “Yo soy zaragocista”.<br />
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RECUERDOS ZARAGOCISTAS<br />
José Enrique Gutiérrez Gimeno<br />
Tendría sobre siete u ocho años cuando pise por primera vez el Estadio<br />
Municipal de La Romareda. Aunque mi padre no era socio del Real Zaragoza,<br />
ni era un asiduo al Estadio, si que era su equipo, pero lo seguía desde el<br />
transistor, bien desde casa, dando un paseo familiar las tardes de los domingos<br />
o cuando raramente lo retransmitían por televisión.<br />
No recuerdo ni los años que tenía como he dicho, ni que partido fue,<br />
pero el que me traslado en persona su afición y me llevo por primera vez a ver<br />
un partido de fútbol fue mi abuelo materno.<br />
Mi abuelo Baldomero era un hombre serio, muy trabajador, parco en<br />
palabras, pero con un corazón muy generoso. Al hombre le gustaba el fútbol y<br />
era un zaragocista confeso. Siempre se guardaba un pequeño remanente de<br />
su paga de albañil, para sacarse su tarjeta de socio, como él llamaba a su<br />
abono. Al acabar la temporada guardaba como oro en paño en un cajón de su<br />
mesilla, la cartulina de esa temporada. Acumulando gran cantidad de ellas,<br />
siendo aquellas tarjetas de cartón, de mayor tamaño que las actuales, con<br />
eslóganes curiosos y los cuadraditos de los laterales agujereados por esa<br />
especie de grapadora que los porteros te picaban cada vez que entrabas a La<br />
Romareda, ya que los actuales tornos aún no existían.<br />
A la hora del mediodía no fallaba en su transistor su programa deportivo<br />
favorito, Terminal Cero, en la cadena COPE, del que era un ferviente seguidor.<br />
Cuyo director y presentador era Eduardo González, el cual no tenía pelos en la<br />
lengua al repasar la actualidad zaragocista, no dejando títere con cabeza<br />
cuando la ocasión lo requería, teniendo como colaboradores entre otros al que<br />
fuera guardameta del Real Zaragoza, Juan Luis Irazusta.<br />
Los entrenamientos de los jueves eran siempre a puerta abierta en La<br />
Romareda. Normalmente se disputaba un partidillo de entrenamiento, en<br />
algunas ocasiones enfrentándose al entonces filial, Deportivo Aragón. Mi<br />
- 109 -
abuelo era uno de los fijos, teniendo la fortuna de acompañarle en alguna<br />
ocasión.<br />
Su localidad era Gol de Pie, en la zona norte, junto a la antigua Feria de<br />
Muestras. Yo me acomodaba junto a él de la mejor manera posible e<br />
intentando que ninguna cabeza prominente, ni ningún espectador de elevada<br />
estatura me impidiera la visibilidad del terreno de juego. Siempre nos<br />
colocábamos a media altura de la grada, ya que en la parte más baja, las<br />
vallas, a las que en alguna ocasión se subía algún aficionado zaragocista tras<br />
la consecución de un gol, obstaculizaban un correcto seguimiento del partido.<br />
Pasados los años con las nuevas normas y reglamentaciones, los fosos<br />
realizados alrededor del campo sustituyeron a las obsoletas vallas que<br />
rodeaban el terreno de juego.<br />
Eran tiempos en que el bar de La Romareda dispensaba alcohol. Al que<br />
los aficionados acudían sobre todo en los partidos disputados en invierno, a<br />
consumir un coñac u otras bebidas espirituosas, antes de empezar el partido o<br />
en el descanso. Asimismo, los asistentes aprovechando cualquier pequeño<br />
espacio, prendían unas pequeñas hogueras con papeles y demás<br />
desperdicios, en la parte más alta pegada al muro, que servían para combatir<br />
momentáneamente al frío durante los partidos que se celebraban en los duros<br />
meses de invierno.<br />
Los primeros partidos que me vienen a la mente, eran los clásicos<br />
partidos de pretemporada Ciudad de Zaragoza, los cuales eran de formato<br />
cuadrangular, jugando un día las dos semifinales, y al día siguiente, el tercer y<br />
cuarto puesto y la final.<br />
Ver llegar a la final del torneo al Real Zaragoza para un crío como yo,<br />
que acudía por primera vez al estadio, era como llegar a una final europea, y si<br />
conseguía el trofeo, para mí era la consecución de un gran título.<br />
Aquellos torneos de pretemporada nada tenían que ver con los<br />
actuales, a los clubs les daba prestigio y era un buen escaparate para los<br />
jugadores. Las entradas eran muy buenas para ver esos partidos dadas las<br />
fechas en las que se celebraban y se vivía un gran ambiente futbolístico.<br />
- 110 -
Grandes equipos de la época, pasaron por La Romareda en esos<br />
torneos, equipos como el Partizan de Belgrado, Nottingham Forest, Aston Villa,<br />
el Videoton de Hungría o el Manchester United completaban los carteles de los<br />
Torneos Ciudad de Zaragoza de por aquel entonces. A partir del año 1985 se<br />
dejo ese formato pasando a jugarse el torneo entre dos equipos u<br />
ocasionalmente entre tres. También nos visito en partido amistoso un 3 de<br />
septiembre de 1981 el Boca Juniors, capitaneado por un tal Diego Armando<br />
Maradona, con el diez pegado a su espalda. Ganando el equipo zaragocista<br />
entrenado por Leo Beenhakker por dos a cero, con goles de Amarilla y<br />
Valdano.<br />
Pasados los años se le añadió al nombre del Trofeo Ciudad Zaragoza, el<br />
de Carlos Lapetra, en honor al gran jugador aragonés de la época de los<br />
Magníficos. Actualmente el Trofeo ha perdido su esencia, debido en gran parte<br />
al poco cariño que le han prestado los máximos dirigentes blanquiazules, no<br />
cuidándolo como se debiera, cambiándolo de fechas constantemente y<br />
visitando La Romareda equipos irrelevantes.<br />
Al principio de los ochenta la Real Sociedad mandaba en la liga,<br />
siguiendo posteriormente su estela el Athletic de Bilbao, dejando una sequía de<br />
cuatro años sin títulos, a los grandes F.C. Barcelona y R. Madrid, algo<br />
impensable en el fútbol actual. Cuando me preguntaban de que equipo era,<br />
después del Real Zaragoza, claro esta, decía que de la Real Sociedad, el<br />
equipo ganador del momento. Arconada, Larrañaga, Perico Alonso, Zamora,<br />
Uralde, Satrustegui, López Ufarte, … formaban un gran equipo, siendo parte de<br />
sus jugadores la columna vertebral de la selección española, marcando una<br />
época diferente en el fútbol español.<br />
Aún tardaría en llegar la llamada ``Ley Bosman´´ que revolucionaria el<br />
fútbol actual. También en aquellos años donde el ``Merchandising´´ no había<br />
acabado de despegar, las grandes tiendas de deportes no existían y era<br />
complicado hacerte con un equipaje del Real Zaragoza.<br />
Aun ganando dos ligas consecutivas la Real Sociedad, las camisetas del<br />
F.C. Barcelona y del Real Madrid proliferaban en los establecimientos.<br />
- 111 -
Aunque… ¡Finalmente, lo conseguí!, una camiseta de algodón blanca<br />
con el escudo aparte, metido en una pequeña bolsita de plástico, el cual me<br />
cosió cuidadosamente mi madre en el pecho, un pantalón azul con ribetes<br />
blancos y un pequeño bolsillo en la parte delantera, junto a unas media blancas<br />
con ribetes azules, completaron mi primera uniformidad zaragocista.<br />
Más fácil me resultó conseguir un número para pegarlo o coserlo en la<br />
espalda, el cual podías adquirir en cualquier tienda de deportes, o mercería.<br />
Yo, siguiendo a uno de mis referentes, me coloque el siete, en honor al gran<br />
Pichi Alonso.<br />
Tres fueron mis jugadores favoritos, el ya nombrado Ángel ``Pichi´´<br />
Alonso, Alberto Barbas y Juan Señor.<br />
Pichi Alonso, vino proveniente del equipo de su tierra el C.D. Castellón,<br />
firmando por el equipo aragonés en 1978. Parecía un jugador endeble por su<br />
aspecto, no muy fuerte, delgado, pero era un delantero letal, el cual hacia goles<br />
de todos los colores. Un auténtico depredador del área, lo cual le valió para<br />
vestir la camiseta de la selección, y posteriormente firmar en el año 1982 por el<br />
F.C. Barcelona, acabando su carrera posteriormente en el R.C.D. Español. Fue<br />
capitán del Real Zaragoza en numerosas ocasiones y un jugador muy querido<br />
por la afición zaragocista.<br />
Alberto ``Beto´´ Barbas, era un centrocampista argentino ``pequeñito´´<br />
del Racing de Avellaneda. Recaló en el conjunto blanquillo en la temporada 82-<br />
83. Con una gran calidad técnica, un gran golpeo de balón e internacional por<br />
la albiceleste, hizo las delicias de muchos aficionados, durante las dos<br />
temporadas que vistió la camiseta del León Rampante, su gran juego no pasó<br />
desapercibido en el Calcio, fichando por el Lecce italiano.<br />
De Juan Señor poco más se puede decir, que no se sepa. Calidad,<br />
coraje, un estandarte, un icono del zaragocismo y un jugador que dejó una<br />
profunda huella con 304 partidos en primera división con el Real Zaragoza.<br />
Madrileño de nacimiento, tras dejar el Deportivo Alavés, llegó al primer<br />
equipo aragonés en la temporada 81-82, hasta que una dolencia cardiaca le<br />
obligo a retirarse en 1990. Centrocampista, con un gran golpeo a balón parado,<br />
también llego a jugar de lateral derecho. Pequeño de estatura como Beto<br />
- 112 -
Barbas, pero grande en el campo. Al final de cada temporada siempre aparecía<br />
el rumor que se iba a ir a uno de los grandes, pero su único gran equipo fue el<br />
Real Zaragoza. Juan Señor se convirtió en el gran capitán del Real Zaragoza<br />
que levantaría la Copa del Rey en 1986 en el Vicente Calderón ante el F.C.<br />
Barcelona, con el inolvidable gol de Rubén Sosa.<br />
También fue internacional en 41 ocasiones, consiguiendo seis goles,<br />
siendo el más recordado el gol número doce ante Malta, que nos daba el pase<br />
a la Eurocopa de Francia de 1984. Disputando esa misma final en el Parque de<br />
los Príncipes, la cual acabó perdiendo España por 2-0 ante la anfitriona,<br />
Francia.<br />
Otros de los grandes jugadores, que uno también guarda en la retina es;<br />
Víctor Muñoz, de la cantera del Boscos. Colegio situado enfrente del Clínico,<br />
donde el terreno de juego era de gravilla y las caídas no eran muy<br />
recomendables, ya que si escarbabas un poco con el pie te topabas con el duro<br />
cemento. Siete temporadas en el F.C. Barcelona, dos en la Sampdoria, 60<br />
partidos con la selección española y media en el Saint Mirren Escocés, ya que<br />
acudió al rescate de su Real Zaragoza, durante los dos últimos meses de la<br />
temporada 90/91, lo dicen todo. Siendo clave en aquella promoción para evitar<br />
el descenso ante el Murcia.<br />
El Real Zaragoza salió vivo de La Condomina con un empate a cero. La<br />
vuelta con una Romareda a reventar, los que estuvimos allí pudimos vivir un<br />
partido épico, en un ambiente inolvidable. El Real Zaragoza debía ganar para<br />
mantener la categoría y lo hizo, 5-2, con 2 goles de Poyet y Pardeza, y uno del<br />
Paquete Higuera. Mucho tuvo que decir en esa salvación Víctor Muñoz, el gran<br />
pulmón, uno de los mejores jugadores que ha dado la cantera zaragocista sin<br />
duda.<br />
Echando la vista atrás también me vienen a la mente otros grandes<br />
peloteros que me calaron hondo como, Jorge Valdano, un gran delantero autor<br />
de 46 goles con el Real Zaragoza, internacional argentino, que marchó al Real<br />
Madrid.<br />
Juan Morgado un gran líbero, todo orden y mando. Juan Martínez<br />
Casuco dueño del lateral derecho de la Romareda durante muchos años. El<br />
- 113 -
duro central Alfonso Fraile, el cancerbero canterano Eugenio Vitaller, el gran<br />
Andoni Cedrún que hizo historia en el equipo aragonés, con dos títulos de copa<br />
del Rey y una Recopa de Europa. El jugador de Benasque Paco Güerri, otro de<br />
los grandes canteranos, trabajador infatigable en el centro del campo que llego<br />
a jugar en la selección española. Raúl Amarilla, un clásico nueve, paraguayo,<br />
no muy habilidoso con los pies pero gran rematador de cabeza, que fichó<br />
posteriormente por el F.C. Barcelona. García Cortés, un lateral izquierdo que<br />
tenía un cañón en su zurda, la brega en el centro campo de Pedro Herrera, la<br />
ratoneria y los goles de Miguel Pardeza, el compromiso y la seriedad en el<br />
centro de la defensa de Narciso Julia, el desparpajo y la calidad técnica del<br />
gaditano Pepe Mejias, serán pinceladas que uno no puede olvidar, al igual que<br />
otros futbolistas que nos marcaron el camino para toda una generación.<br />
En la etapa de Leo Beenhakker al frente del banquillo aragonés, el R.<br />
Zaragoza era un equipo respetado, que jugaba muy bien al fútbol.<br />
El rubio holandés planteaba unos partidos vistosos para el aficionado<br />
local, con un juego ofensivo que provocó grandes encuentros con muchos<br />
goles en La Romareda, aunque es cierto que el equipo bajaba de nivel cuando<br />
jugaba como visitante.<br />
Fumador empedernido, consumía un cigarrillo detrás de otro en el<br />
banquillo mientras daba ordenes a los suyos. Tras acabar su etapa en el Real<br />
Zaragoza fichó por el Real Madrid.<br />
Los jugadores por entonces querían venir al Real Zaragoza, y aunque<br />
los años pasaban seguía siendo un equipo con prestigio y algunos en calidad<br />
de cedidos, finalmente acabaron firmando en propiedad.<br />
Era frecuente que vinieran jugadores salidos del Real Madrid como por<br />
ejemplo, García Cortés, Paco Pineda, Miguel Pardeza, Cholo, Alfonso Fraile,<br />
Solana, Esteban, Gay, Santi Aragón. Otros como ya he comentado dejaban<br />
dinero en las arcas zaragocistas o marchaban libres a grandes equipos, como<br />
Pichi Alonso, Víctor Muñoz, Amarilla y Pablo Alfaro al F.C. Barcelona. Otros<br />
como Valdano, Francisco Javier Villarroya gran jugador canterano<br />
internacional, del Barrio de la Jota, por el que pago un gran traspaso el equipo<br />
merengue, fueron al Real Madrid.<br />
- 114 -
Entonces los jugadores permanecían dos, cuatro, ocho o diez<br />
temporadas, en el equipo. La afición tenía unos referentes y los jugadores sin<br />
ser de la casa acababan como si fueran de ella. En el fútbol actual el<br />
desarraigo con la entidad es total, jugadores que van y vienen, contratos para 6<br />
meses, son el claro ejemplo que el desapego existente con el club no puede<br />
ser bueno para alcanzar los resultados deportivos deseados.<br />
Futbolistas que permanezcan más de dos temporadas en el fútbol actual<br />
es casi una quimera.<br />
La era de los Clubs Deportivos se finiquito, y se pasó de las votaciones<br />
de los socios del club para elegir a su Presidente, a las Sociedades Anónimas<br />
Deportivas.<br />
Los Clubs, pasaban a manos de un accionista mayoritario, lo cual en<br />
muchos de los casos ha dado paso del fútbol romántico de entonces, al<br />
negocio especulador de ahora.<br />
De todas maneras a pesar de todo, una afición que has compartido y<br />
compartes con tu familia, tus amigos y con la gente que quieres, es muy difícil<br />
serle esquiva, pese a los malos momentos.<br />
Por ello, para mantener la ilusión intacta, recuperar la alegría, nuestro<br />
orgullo y saber de donde venimos, es bueno que miremos de vez en cuando<br />
por el retrovisor y hagamos un breve repaso de, nuestros RECUERDOS<br />
ZARAGOCISTAS.<br />
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EL HOMBRE GOL<br />
Nitza Gómez González<br />
Emilio vino al mundo el 20 de marzo de 1951, aquel histórico día en que<br />
fuera bautizado el equipo predilecto de su padre con el nombre de “Real<br />
Zaragoza Club Deportivo”. Por lo tanto, él, Emilio, era un privilegiado, un<br />
elegido, ¡sería un ganador, un hombre gol!<br />
Mientras Emilio crecía dentro de los pañales, su padre moría, su madre<br />
tomaba las riendas de la familia y el Real Zaragoza construía La Romareda, en<br />
los terrenos del antiguo campo de Torrero.<br />
Lo primero que hizo Emilio cuando aprendió a caminar, fue patear un<br />
balón de fútbol. Y lo segundo que pasó fue que su madre, aterrorizada por la<br />
caída que se pegó, abolió definitivamente de su vida cualquier balón, mención<br />
o juego relacionado con ese deporte que, no obstante, ya había marcado la<br />
vida de Emilio para siempre.<br />
Por los huecos de las cercas de madera que rodeaban su casa, Emilio<br />
no se perdía un partido de los muchos que disputaban a diario sus paisanos. Él<br />
era feliz trazando estrategias mentales que siempre daban por resultado una<br />
lluvia de goles. Mientras los chicos del barrio se dejaban las suelas y hasta los<br />
zapatos completos en la dura tierra, él se dejaba los dedos engarrotados por el<br />
frenesí con que, lápiz en mano, anotaba todo el santo día las posibles acciones<br />
de delanteros, centrocampistas, defensas y porteros. Únicamente el grito de su<br />
madre: ¡a cenar!, lo arrancaba de su envidiable posición.<br />
Al filo de cumplir los 11 años, Emilio recibió un regalo que su madre no<br />
pudo objetar: su padrino, hombre amante de todo lo que oliera a cultura e<br />
intelectualidad, le traía de América un aparato de radio para que “se sintonizara<br />
un poco con la cultura universal”. Ni corto ni perezoso, una vez al amparo de su<br />
pequeña habitación, Emilio lloró de alegría ante aquella maravilla que cruzara<br />
el océano para que él, Emilio, pudiera al fin escuchar la transmisión de un<br />
partido de fútbol. Era un aparato de transistores, último modelo, perfectamente<br />
portable y con los sonidos que Emilio tanto deseaba escuchar. Fue así que a<br />
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partir de ese momento, Emilio pudo vibrar con las narraciones de Matías Prats,<br />
disfrutar de las tardes de fútbol los domingos, soñar, dar rienda suelta a su<br />
pasión zaragocista, siempre en la inmunidad de su habitación… Pero un día<br />
marcado por la fortuna y a la vez por la desgracia, Emilio tuvo que despedirse<br />
con un sollozo de su amado juguete. Fue el mismo día en que Juan Martín<br />
Navas anunciara, tremendamente emocionado, el goooool de Marcelino en la<br />
arena merengue. Emilio no solo saltó de emoción como toda España, sino que,<br />
como toda España, cantó también el golazo, poniéndole fin al anonimato<br />
conque durante varios años había podido disfrutar del fútbol en su aparato<br />
radial. Era el 21 de junio de 1964.<br />
Pero Emilio era un hombre de suerte, un hombre gol. Su amor por el<br />
fútbol y aquellas jugadas que imaginaba una y otra vez en su mente, le<br />
abrieron un camino lleno de posibilidades en las Matemáticas. Sobresalió en la<br />
primaria, luego en el Instituto y como Bachiller, hasta que, cumpliendo el sueño<br />
de su madre, optó y ganó las oposiciones para un empleo de funcionario en<br />
una empresa reconocida de la ciudad.<br />
Tanto estudiar y esmerarse en su trabajo no lograron apartar a Emilio de<br />
su pasión básica, la que seguía como podía intentando no causar más<br />
disgustos a su madre, a quien adoraba. Cuando al fin la enérgica señora dejó<br />
este mundo, con la encomienda de que se casara lo antes posible, Emilio<br />
centró su existencia en buscar una compañera, desposarse y tener hijos. Y<br />
entonces conoció a Eugenia.<br />
Eugenia era tímida, candorosa, callada, frágil. Todo lo contrario a aquella<br />
otra mujer que había marcado (y no con un fenomenal gol, precisamente), la<br />
vida de Emilio. Eugenia y su madre no se parecían en nada, y eso fue lo que<br />
más lo motivó a cortejarla y a ofrecerle matrimonio. Eugenia dijo rápidamente<br />
que sí y comenzaron los preparativos de la boda, pero ponía una condición. O<br />
varias: tenía que ser un miércoles, su día de la semana favorito; tenía que ser<br />
el 20, su número de suerte, y tenía que ser en abril, pues estaban en marzo y<br />
una chica decente no tenía por qué acostarse con el novio antes del<br />
matrimonio. Resultado: Eugenia quería casarse el 20 de abril de 1994, el día<br />
en que el Real Zaragoza disputaba de nuevo la final de la Copa del Rey. De<br />
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nada le valió a Emilio poner el gol en el cielo: o se casaban ese día, o no le<br />
vería más la cara.<br />
Un ganador lo es hasta en las peores circunstancias, y Emilio eligió<br />
ganar también aquel partido con que la vida lo retaba. Todo vestido de blanco,<br />
con corbata, medias y pañuelo azules– los colores que más le gustaban de su<br />
equipo– fue al altar de aquella iglesia donde su prometida eligió casarse, y<br />
luego de los vítores, besos y abrazos de sus parientes, partieron veloces a la<br />
luna de miel.<br />
Incapaz de sentir rencor, Emilio eligió jugar ese día otro partido mental,<br />
¡y ganar! Decidió que él representaría, claro, al Real Zaragoza y su recién<br />
estrenada mujer sería su rival, el Celta. El lecho nupcial sería el estadio Vicente<br />
Calderón y allí obtendría él, Emilio, el hombre gol, la victoria más rotunda de<br />
toda su vida. Emilio se dedicó a llevar a la práctica la estrategia que había<br />
trazado y, a los embates del Celta, contestaba una y otra vez con brillantes<br />
jugadas. Sobre las blancas sábanas, el Celta logró solo 4 anotaciones,<br />
mientras que el Real Zaragoza metía 5 veces el balón en la portería contraria.<br />
Una vez más, Emilio saboreaba su victoria y alzaba su copa con orgullo.<br />
Luego, en la vida de Emilio todo se desarrolló de manera vertiginosa: la<br />
inminente llegada de su primer hijo, la pérdida del embarazo, la enfermedad<br />
depresiva de su esposa y su fallecimiento. Lo que no le perdonaría jamás a<br />
Eugenia sería que hubiera decidido morirse el mismo día en que el Real<br />
Zaragoza alcanzara el mayor triunfo de su historia: el título en la Recopa de<br />
Europa, obtenido ante los ingleses en el Parque de los Príncipes de París, el 10<br />
de mayo de 1995. Avezado jugador, excelente estratega, árbitro de árbitros,<br />
coach entre los coachs, Emilio tardó años en reponerse, mientras borraba de<br />
su lista la posibilidad de volver a conocer mujer. Ellas habían estropeado su<br />
vida.<br />
Pero el caso era que ahora, al borde de los sesenta, Emilio había<br />
empezado a experimentar una comezón inquietante que le nacía en la zona de<br />
las entrepiernas, quizás para anunciarle el renacer o el fin activo de su<br />
sexualidad. Emilio temía que sucediera lo último, y decidió arriesgarse.<br />
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Mónica, compañera de oficina, parecía la mujer perfecta. Conservaba<br />
ella, bien plenos en su cuarta década, unos senos a todas luces duros y como<br />
hechos a mano. Por sobre la blusa azul que más le gustaba a él, apenas<br />
disimulados tras la chalina, intuyó en ella la fuerza, la pasión sexual que él<br />
necesitaba para despertar de su larga modorra. Además, con Mónica sí que<br />
sería duro desde el principio y ella tendría que acatar su ley y permitirle gozar<br />
de su fiebre futbolística.<br />
Así que tres días después, Mónica se subió sin mucha resistencia al<br />
Mercedes de Emilio, se dejó conducir a su casa, le planchó una camiseta del<br />
Real Zaragoza y luego otra, y otra y otra, mientras él le hablaba de goles y<br />
penaltis y le contaba el trauma de su viudez, guardándose de ocultarle sus<br />
temores. Esa noche la cena tuvo velas, música clásica y un delicado y suave<br />
vino francés. La sobremesa sería aún mejor. ¡Ahora sí que Emilio iba a poder<br />
demostrar quién era Emilio! A aquella mujer sí que la podría dominar, con ella<br />
sí que iba a poder marcar todos los goles que la vida le había negado, juntos<br />
irían a todos los partidos que él decidiera, conversarían de fútbol, dormirían<br />
sobre una cama–balón que ya inventaría él, se ducharían con frases de fútbol y<br />
dormirían abrazados a un balón. Ahora sí que él, Emilio, iba a ser el campeón<br />
de todos los partidos sexuales disputados, el que más minutos aguantara en un<br />
terreno, el que más goles marcaría en un solo partido, y al final, se alzaría con<br />
más copas y trofeos que todos los Villa, los Aguado, los Pichichi, los Seminario<br />
o los Poyet del Real Zaragoza, juntos.<br />
Ahora, allí, toda para él, dueño y señor de su cuerpo y de su vida para<br />
siempre, sobre las sábanas blancas y negras a cuadros, estaba Mónica, con<br />
sus labios abiertos (y qué abultados, como los de las modelos) fingiendo un<br />
dolor más agudo en la medida que el miembro cincuentón pero todavía potente<br />
de Emilio se ponía más erecto y más duro, (¡oh, gracias, madre mía, funciona!).<br />
Mónica, con aquellos senos tan perfectos hechos a mano. Mónica, con<br />
aquellas caderas redondeadas y casi perfectas, si no fuera porque en una le<br />
habían inyectado más silicona que en la otra. Mónica, sin el más mínimo bello<br />
asomando impudoroso por algún milímetro de piel, gracias a los costosos<br />
tratamientos a los que se sometía rigurosamente, mes tras mes. Mónica, con<br />
aquel olor a varón en celo.<br />
- 119 -
– ¡Noooo!<br />
El grito de Emilio, mezcla de sorpresa y decepción, sonó a goooool<br />
cantado en propia portería. Emilio, una vez más, iba a quedarse con las ganas<br />
de ser el goleador, el superhéroe, el elegido. ¿Y todo por una insignificancia?<br />
Pues eso no sucedería. Emilio respiró profundo, recordó el designio que le<br />
había augurado su padre al nacer, fijó la vista, calculó, echó mano de toda su<br />
sangre fría, y acabó encentrando el gol más meritorio, más suyo, más real y<br />
menos esperado de toda su existencia. La boda se celebró unos días después.<br />
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EL GOL DE MI VIDA<br />
Victoria Trigo Bello<br />
Ha venido Raquel. La he visto antes de verla, la he visto como sigo<br />
viéndola desde la primera vez en que me ocurrió el embrujo de toparme con<br />
aquel cabello rizado cuyos bucles reían con ella. Está ahí, haciendo sombra al<br />
sol, en la valla de ninguna categoría. Finge no mirarme, pero está ahí,<br />
pendiente de mí, ajena a lo que haya de deportivo en este campo de Torrero<br />
donde algunos podríamos ser una reencarnación de aquellos magníficos del<br />
Real Zaragoza.<br />
Son muy escasos metros que me separan de ella. El capitán me hace<br />
señas para que me mueva, que casi nos han colado el segundo. Falta y tarjeta<br />
amarilla. Este árbitro nos tiene ganas. Pero a mí lo único que me importa es ser<br />
el primero en salir de aquí y esta vez se va a enterar el chulo de Pablo de quién<br />
se llevará a Raquel a tomar horchata. Me da igual esa moto chatarrera y que su<br />
hermano le preste la cazadora de cuero. Me da todo igual. Seguro que Raquel<br />
me prefiere a mí y eso es lo único importante.<br />
No sé dónde está el balón. Me pregunto si es imprescindible para jugar<br />
al futbol. Voy a echar una carrerita hacia el centro, para no ir al banquillo. Estoy<br />
torpe. Dos semanas sin entrenar, las mismas que hace que conocí a Raquel. Y<br />
todo, por esperarla a la salida de esa academia de idiomas, sólo para verla<br />
subir al autobús, que ni acompañarla puedo hasta la parada, que siempre va<br />
con otras chicas. Ella quiere ser azafata aérea. Volar debe de dar algo de yuyu.<br />
Me han dicho que Raquel se atreve a subir a la noria grande, y al girasol y a los<br />
cacharros más arriesgados de las ferias. Yo también, pero se me enroscan un<br />
poco las tripas.<br />
Vienen los otros lanzados, en un ataque que me pilla desprevenido.<br />
Cuando reacciono, formo parte de un caos de piernas. Caigo y trago tierra,<br />
dolor y coraje. Me da vergüenza que Raquel me vea tirado en este suelo con<br />
más piedras que hierba, pero me queda el recurso de ser el guerrero herido,<br />
que siempre enternece a las mujeres. Me encojo hasta regresar a la posición<br />
fetal. Se monta un círculo de jugadores alrededor de mí. El masajista –mejor<br />
dicho, uno que es sobrino de una enfermera y nos consigue gasas y alcohol de<br />
- 121 -
omero- viene a mí, pero sentir sus manazas en mis muslos me produce grima.<br />
Le hago apartarse. Con tanta gente, es imposible que Raquel se entere de que<br />
soy yo el pobre accidentado. Para completar el tinglado, viene el capullo del<br />
árbitro y me dice que arriba, que soy un merengue.<br />
Me coloco en su sitio la rodillera. Otra vez a correr, a correr a donde está<br />
Raquel. Incluso puedo hacerle un guiño. Ella sonríe y lanza un beso. Yo me<br />
derrito ante esa flor de aire. El altavoz casi circense me saca del éxtasis.<br />
Hemos marcado. Empate a uno. Calculo que faltan menos de diez minutos<br />
para terminar. El segundo tiempo ya está rendido. Empatar en nuestra casa,<br />
poco mérito. Así nunca seremos del Real Zaragoza. Llevamos perdiendo toda<br />
la temporada, salvo el partido que ganamos uno a cero porque un tontolaba del<br />
otro equipo hizo gol en su portería.<br />
Raquel continúa allí. A mí sólo me importa ella. Que se vaya a tomar por<br />
el saco esto de la liga interbarrios. Aunque, pensándolo bien, si yo consiguiera<br />
hacer un tanto, en vez de servírselo en bandeja al niñato de Pablo, que nos<br />
lleva un palmo de altura, todo podría ser distinto. Sería mi sábado de gloria, el<br />
brindis de mi triunfo a mi chica. Porque Raquel sería desde ese momento mi<br />
chica y se terminarían para siempre los paseos en moto con ese gilipollas. Sí,<br />
voy a hacerme con el balón con rabia de vencedor. Será mi turno de jugar<br />
como un profesional, como una promesa que fichará por el Real Zaragoza.<br />
Haré un regate a ese par de tirillas que vienen por ahí, lo pasaré a Óscar, me<br />
colocaré para recogérselo, veré al portero desasistido, los defensas por ahí<br />
despistados, los míos sorprendidos por mi reacción, el buen Óscar al quite…<br />
Dispararé letal, con la catapulta de mi izquierda y la red cederá por detrás, casi<br />
arrancada de sus hierros. Gol. Dos uno en los números de tiza de la pizarra.<br />
Raquel, has sido tú quien lo ha conseguido, este vuelco al marcador ha<br />
sido gracias ti, mi capitana. Pero Raquel sonríe y descubro que no es a mí, que<br />
tampoco lo era antes. Raquel sonríe a uno que juega con nosotros de prestado,<br />
un rubio de agua oxigenada que es primo de un delantero. Ahora comprendo<br />
por qué ese chico hablaba tanto de La Almozara y Raquel, que vivía también<br />
en ese barrio, cogía el 34 en la Avenida América y a veces dejaba pasar alguno<br />
para esperar al siguiente, en el que iría ese mamarracho que curra de ayudante<br />
en un negocio de lápidas, uno de los muchos que hay subiendo al cementerio.<br />
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Ahora comprendo lo inútil de mi espera ante esa academia de idiomas, tan<br />
inútil como rondar a los patos del canal. Yo, creyendo que Raquel renunciaba a<br />
subir al primer autobús que llegara por continuar un rato más conmigo… Ya, ya<br />
comprendo. Raquel y ese gacho del pelo socarrado –sí, el de la gorra y las<br />
gafas oscuras, siempre cerca del conductor del maldito 34- compartiendo<br />
autobús y destino mientras yo me quedaba en la marquesina, con un adiós que<br />
era un corte de mangas.<br />
En esas reflexiones, recibiendo abrazos y palmadas, incluso de Pablo,<br />
que no me pareció ya tan alto, el árbitro pitó el final del partido. En la ducha del<br />
vestuario, sin saber qué hacer con mi gol. Porque mi gol me parecía absurdo y<br />
casi despreciable, sobre todo cuando ese rubio de pacotilla vino a darme la<br />
mano, la misma que a la salida del vestuario ceñiría la cintura de Raquel.<br />
- 123 -
Mario Simón Puyal<br />
DANIEL, CORAZÓN DE LEÓN<br />
Esta es la historia de Daniel y su amor al Zaragoza.<br />
En el año 1995 había un niño ingresado en el hospital Miguel Servet,<br />
tenía 10 años.<br />
No podía salir de ahí debido a su enfermedad, padecía Leucemia.<br />
Su día a día era muy difícil, sobre todo teniendo en cuenta la edad que<br />
tenía para afrontar la enfermedad.<br />
A pesar de todo esto estaba feliz, y la razón era muy simple, cada<br />
domingo podía disfrutar de su Real Zaragoza.<br />
Cuando su equipo jugaba en La Romareda, subía a la última planta del<br />
hospital, para intentar ver algo. Cogía su bufanda, su gorra y una radio y<br />
disfrutaba del partido.<br />
Era su momento, no existía la enfermedad.<br />
Cuando marcaba el Zaragoza, saltaba, corría por todos los pasillos, le<br />
daba la vida.<br />
Llegó mayo, Daniel estaba muy débil, casi sin fuerzas, era un proceso<br />
muy largo.<br />
Aquel 10 de mayo, el chico estaba en la habitación con la televisión<br />
encendida, viendo a las miles de personas que estaban en Paris animando al<br />
Zaragoza.<br />
Él estaba con su bufanda y su bandera.<br />
De repente la habitación se llenó de gente, sus padres, tíos, médicos,<br />
enfermeros etc…<br />
El partido fue largo, el niño empezaba a cansarse, hasta que de repente,<br />
casi al final del partido, Nayim consiguió el gol del triunfo, en aquel momento<br />
Daniel era el niño más feliz.<br />
Todo el mundo saltaba, se abrazaban, era una auténtica fiesta, un sueño<br />
hecho realidad.<br />
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Poco tiempo después, Daniel recibió una gran noticia, le iban a operar,<br />
había transplante.<br />
La operación fue un éxito y pronto empezó la rehabilitación, fue una<br />
lucha larga pero lo consiguió.<br />
Empezó a llevar una vida normal, lo que significa que podía ir a La<br />
Romareda a ver a su equipo.<br />
Esa temporada no fue buena para el Zaragoza, pero Daniel siempre<br />
animaba, no se cansaba nunca.<br />
Para él, aquel partido de Supercopa de Europa era especial, sobre todo<br />
cuando Xavi Aguado marca el gol de cabeza.<br />
La temporada siguiente las cosas no mejoraron, Víctor Fernández era<br />
destituido, el presidente Solans fallecía, el zaragocismo se vistió de luto.<br />
Daniel siempre se acordara del gol de Poyet contra el Oviedo y su<br />
dedicatoria, alzando las manos al cielo, recordando al presidente.<br />
Poco después, Luis Costa se hizo cargo del equipo tras la destitución de<br />
Víctor Espárrago.<br />
Su debut era en Logroño, era un partido vital y la afición estaba con su<br />
equipo y entre ellos Daniel.<br />
Al final del partido Poyet dio los tres puntos al Zaragoza, y el equipo<br />
empezó a ver la luz a final del túnel, lo mismo que había conseguido Daniel,<br />
“corazón de león”.<br />
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DOS DE MAYO<br />
José Luis Ubieto Serrano<br />
Dos de mayo. Una fecha histórica. ¿Podría serlo otra vez? Aunque a un<br />
nivel mucho menos importante, a nivel futbolístico. Ya se sabe: la más<br />
importante de las cosas menos importantes. Todo eso andaba pensando Diego<br />
mientras iba en el AVE rumbo a Zaragoza. Desde Sevilla nada menos: 847<br />
kilómetros. Aunque vayas en un tren de alta velocidad, son muchos kilómetros<br />
y dan para pensar mucho.<br />
Un dos de mayo de 1808 el pueblo de Madrid se levantó contra las<br />
tropas napoleónicas. Y un mes más tarde, un ejército francés sitiaba Zaragoza.<br />
Otro hecho histórico que se rememoró 200 años más tarde con una Exposición<br />
Internacional. Un gran año para la ciudad de Zaragoza. Un pésimo año para el<br />
Real Zaragoza, que descendía a 2ª División con el mayor presupuesto de su<br />
historia. Y para colmo, mientras celebraba el 75 aniversario de su fundación. Y<br />
desde entonces se ha arrastrado por los campos españoles, manchando su<br />
imagen y su prestigio, salvándose tres años consecutivos sobre la campana.<br />
Cayendo al fin, otra vez, a 2ª División. Y aquí estamos.<br />
Y aquí estoy yo, piensa Diego, divagando con Napoleón, Fluvi y Agapito,<br />
mientras voy a ver un partido importantísimo. Si es lo que dice mi mujer: los<br />
futboleros estáis mal de la cabeza. Porque un Zaragoza – Girona…<br />
Amosnomejodas. Si mi abuelo levantara la cabeza… Pues por él, precisamente<br />
por él, me estoy haciendo 1.700 kilómetros entre la ida y la vuelta para ver un<br />
partido de 2ª División.<br />
Hoy cumpliría su centenario. Fue socio del Real Zaragoza desde su<br />
fundación en 1932, cuando sólo tenía 18 añitos. ¡Qué pinta tiene en las pocas<br />
fotos que hay de entonces! Flacucho y con pelo repeinado hacia atrás. Y yo,<br />
toda la vida, lo conocí calvo y regordete. Porque le gustaba mucho el fútbol,<br />
pero sólo verlo. Porque no le pegaba a un tren cruzado. Era su pasión. Siempre<br />
nos contaba ese viaje a Barcelona para ver ganar a su Zaragoza en el Nou<br />
Camp, con gol de Canario. O de tiempos menos gloriosos, como cuando iba a<br />
Torrero.<br />
- 126 -
Y esa pasión no la heredaron mis tías, pero sí mi padre, que también<br />
llegó a ir al viejo Torrero, estuvo en la inauguración de La Romareda contra el<br />
Osasuna (entonces nos llevábamos bien) y en un montón de partidos. Bueno,<br />
un montón no; en casi todos, que lleva la tira de años de socio. Obviamente,<br />
mis hermanos y yo estábamos predestinados al zaragozismo. Lo llevamos en<br />
las venas. Y aunque la vida nos ha alejado de nuestra ciudad, siempre<br />
encontramos un hueco para juntarnos. Esta macro jornada que se le ha<br />
ocurrido a la LFP, con partidos desde el jueves 1 de mayo hasta el domingo,<br />
aprovechando el puente festivo, es ideal. O eso pensó mi hermano Martín, que<br />
él sí tiene fiesta.<br />
Martín estaba metiendo su uniforme futbolístico en la maleta. A ver, que<br />
no me deje nada. Voy a repasar de arriba abajo: la gorra, sí; la bufanda, sí; la<br />
camiseta avispa, sí; los calzoncillos de la suerte, sí; las zapatillas del fútbol, sí.<br />
Está todo. Hoy no me puedo olvidar nada, porque éste es EL PARTIDO. Por<br />
muchas razones. Lo primero, por mi abuelo. Hoy cumpliría 100 años. Y aunque<br />
protesten mis hermanos, el que coincida su centenario con un día de partido, lo<br />
hace especial. Pero además, con esta jornada loca de cuatro días que han<br />
programado, ya sabemos que ayer perdieron el Depor y el Recre. Y si hoy<br />
ganamos, nos ponemos líderes en solitario, con seis puntos de ventaja (más el<br />
golaveraje) con el tercero. ¡Vamos Zaragoza, vamos campeón!<br />
Ya me estoy emocionando. Bueno, la verdad es que la situación es<br />
inmejorable. Desde que los administradores judiciales tomaron el control del<br />
club, las cosas van viento en popa a toda vela. Ojala hubiese sido antes, y, a lo<br />
mejor, hoy podríamos haber estado jugando por el ascenso matemático. Pero<br />
bueno, tampoco me voy a quejar ahora que se ve la luz a la salida del túnel.<br />
Además, es que estoy convencido que hoy va a ser un gran día. Una<br />
fecha histórica, que diría mi hermano Diego. Centenario del abuelo y partido del<br />
Zaragoza. La excusa perfecta para poder juntarnos los tres hermanos con<br />
nuestros padres, y poder ir todos juntos al campo, como cuando vivíamos allí.<br />
Aún recuerdo la primera vez que fui a la Romareda. Era un trofeo “Ciudad de<br />
Zaragoza”. ¡Qué grande me pareció! Con esas torres de iluminación tan altas,<br />
enormes, con una luz cegadora. Parecía que era de día claro. Y el césped,<br />
verde brillante. Fue todo impresionante. Hasta el partido me pareció mejor de lo<br />
- 127 -
que fue (cero a cero y penaltis). Con nuestro capitán subiendo al palco a<br />
recoger un pedazo de copa…<br />
Claro, que yo era un niño, y todo me parecía magnífico. Luego vinieron<br />
tiempos mejores, tiempos peores, alegrías, decepciones, éxitos, fracasos…<br />
Como la vida misma. Crecí, me enamoré, me dio calabazas, insistí, me volvió a<br />
dar calabazas, dejé la guardería, hice EGB, BUP y COU, voté a la OTAN,<br />
apareció la ACB, el CAI, me aficioné a la NBA… Cuántas iniciales. Ahora me<br />
explico por qué siempre he llamado MJ a mi señora. La vida empezó a dar<br />
vueltas: empezar a trabajar en casa, trabajo en Guara, trabajo en los Pirineos,<br />
vuelta a Zaragoza, otra vez fuera, a Soria, y hasta ahora, aquí, en Logroño. A<br />
ver cuándo vuelvo. Y, hablando de volver, ¿dónde estará mi hermana? Se<br />
supone que me recogía al pasar por aquí. Y ya son las once.<br />
Susana iba volada. La verdad es que su vida siempre ha sido muy<br />
movida. Pero lo de hoy era para nota. Menos mal que sus compañeras del<br />
hospital eran como las del refrán: compañeras y, sin embargo, amigas. Porque<br />
había conseguido cambiar sus turnos y sus guardias sin ningún problema,<br />
aunque haciendo encajes de bolillos con los cuadrantes del horario. Eso sí, la<br />
semana que viene voy a tener hospital para desayunar, comer, merendar,<br />
cenar y dormir. Casi le debo turnos hasta al reponedor de la máquina de café.<br />
Pero merece la pena.<br />
Ahora que ya voy en el coche, por la autopista, con el piloto automático<br />
puesto, como llama mi hijo al regulador de velocidad, ya me puedo relajar. Ya<br />
está todo hecho. Y lo que me haya olvidado, ya no tiene remedio. Lo principal<br />
está: César está con su padre. Lo demás da igual. Se lo llevará al paseo de la<br />
Isla, a ver el río Arlanzón, y se lo pasarán pipa. Me lo podría haber traído, para<br />
que viera a sus abuelos y a sus tías abuelas, pero me apetecía pasar este fin<br />
de semana sola con mis hermanos y mi padre.<br />
Aunque me haya dado muchos quebraderos de cabeza, y al principio le<br />
rezongase mucho a mi hermano pequeño, la verdad es que tuvo una idea<br />
genial. Juntarnos como cuando todos vivíamos en Zaragoza, e ir a La<br />
Romareda. Ese solo, ya hubiese sido un buen plan. Pero coincidir con el<br />
cumpleaños del abuelo y que sean 100 años, lo hace especial, que diría Martín.<br />
- 128 -
Desde que acabé la carrera, casi no he podido ir. Primero, el MIR. Aún<br />
me acuerdo cómo se me cachondeaban en casa mis hermanos con la<br />
especialidad y el destino. Sobre todo al decirlo todo junto: alergias en Toledo.<br />
Parecía el título de una película mala de terror, de una de serie B. Luego en<br />
Almería, con aquellos viajes eternos hasta casa. Siete horas de coche. Menos<br />
mal que a la vuelta me llevaba el montón de tuppers con comida de mi madre<br />
para una semana. Y ahora, en Burgos. Me voy acercando.<br />
A lo que sí me estoy acercando es a la salida de Logroño. Las once ya.<br />
Bueno, recogeré a Martín un poco tarde, pero vamos bien. Además, el partido<br />
es a las nueve. Partido nocturno, como los de las grandes noches coperas o<br />
europeas. Lástima que sea en 2ª División. Pero hoy va a ser un gran día, lo<br />
presiento. Y una gran noche también. Y la viviremos todos juntos. Sí, abuelo, tú<br />
también estarás esta noche en La Romareda. Tu bastón y tu sombrero<br />
volverán a la tribuna del municipal. Como hace años. Como aquél 16 de marzo<br />
de 1995 que eliminamos al Feyenoord y nos metimos en las semifinales de la<br />
Recopa. Remontamos el 1-0 de la ida, con goles de Pardeza y Esnaider. ¡Qué<br />
guapo era Esnaider!<br />
Temporada 13/14. Estadio La Romareda. Real Zaragoza – Girona FC.<br />
Jornada 37. Fecha: 02/05/2014. Hora: 21:00. Tribuna Preferencia. Fila: 0015.<br />
Asiento: 0090. Puertas: de la 1 a la 6. Liga Adelante.<br />
“El Zaragoza va a jugar, el Zaragoza va a vencer, el Zaragoza va a<br />
luchar por su afición. Y los mañicos auparán a los blanquillos del león, azul y<br />
blanco es el color del campeón. Aúpa Zaragoza, arriba y a vencer…”<br />
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EL AMOR A UNOS COLORES<br />
Pablo Moros Gómez<br />
Siempre me he preguntado como llegaría hasta mí, esto que desde hace<br />
años ya es una pasión, un amor, un sentimiento...<br />
Desde pequeño, con tres o cuatro años, el fútbol empezó a ser para mí<br />
una gran afición, sobretodo para jugarlo junto a los amigos en el colegio, o en<br />
cualquier parque con mis padres en una tarde soleada.<br />
Con 6 o 7 años aproximadamente, me regalaron en navidad mi primera<br />
camiseta de fútbol, era de un equipo el cual yo apenas conocía, que para mí no<br />
significaba nada importante aun, pero que me hizo una especial ilusión, y<br />
quizás fue ahí, donde algo grande empezó a crecer dentro de mí.<br />
Cada fin de semana, veía los partidos de ese equipo, en los cuales antes<br />
de comenzar, sentía un nerviosismo por el cuerpo que nada mas me lo<br />
producía, y tan solo era un deporte, era extraño que siendo tan pequeño<br />
sintiese algo así.<br />
Mi padre es, y era un gran fanático del fútbol, pero sobretodo, de un<br />
único equipo, del equipo de la ciudad donde nacimos, el equipo del león<br />
rampante, el Real Zaragoza.<br />
Fui haciéndome más mayor, y con ello llegó un cambio al club que me<br />
impactó bastante, tras años con Solans como propietario del equipo, llegó un<br />
hombre del que yo no sabia nada, y seguramente mucha gente tampoco. Ese<br />
hombre se hacia llamar Agapito Iglesias, y recuerdo como en su llegada,<br />
estábamos todos muy ilusionados.<br />
Fueron muchos los fichajes que se hicieron, grandes nombres que<br />
ilusionaban a todo el mundo, y era lógico, lo que no sabíamos es que, como se<br />
suele decir el dinero no da la felicidad, pero es que además de eso, aquí iba a<br />
traer problemas, muchos problemas, esas grandes inversiones...<br />
- 130 -
Pasó lo que nadie esperaba, un equipo lleno de estrellas, como Aimar,<br />
Ayala o D'Alessandro, descendió a segunda, esto supuso un mazazo para<br />
todos, tanto para la afición como para el club, y en todos los sentidos.<br />
Con esto empezó el principio del fin, aunque se consiguió subir a<br />
primera en tan solo una temporada, la cosa empeoraba año tras año, con<br />
muchísimos fichajes, mala planificación deportiva, directivos incompetentes, en<br />
fin, un desastre en todos los aspectos.<br />
Cualquier chaval de mi edad, seguramente hubiera elegido como equipo<br />
uno de los dos grandes de España, pues es lo más fácil y lo más común, pero<br />
yo elegí ser del equipo de mi tierra pese a todo, celebrando las victorias,<br />
llorando con los descensos, compartiendo opiniones con gente que ni conocía<br />
a través de un foro...<br />
Se que me he perdido gran parte de la historia de este club, y que no he<br />
podido disfrutar de los grandes momentos que ha tenido a lo largo de su vida,<br />
como la Recopa de Europa, varias Copas del Rey, pero por otra parte pude<br />
vivir momentos como el 6-1 contra el Real Madrid en La Romareda, la<br />
salvación en Getafe, también la de Levante...<br />
Esta claro que en los años que llevo siguiendo a este club han sido mas<br />
decepciones que alegrías, pero sé que esto no será siempre así, este club que<br />
todos amamos, volverá a ser lo que un día pudisteis ver, volveremos a llegar a<br />
lo mas alto, a ser un club respetado por España y por Europa, a llevar el<br />
escudo del león con dignidad por todos los campos que visitemos, a tener<br />
jugadores que realmente sientan los colores, y unos directivos que vean en<br />
este equipo un sentimiento, y no un negocio. Estoy seguro que volverán a<br />
verse tardes con La Romareda llena, celebrando victorias y aplaudiendo en los<br />
minutos 32, en vez de tener que pitar.<br />
Mientras tanto, lo único que podemos hacer es seguir luchando por que<br />
nos devuelvan lo que es nuestro, por nuestro equipo que lleva demasiados<br />
años secuestrado, irreconocible y sin identidad, y cuando llegue ese día, este<br />
club volverá a ser lo que fue hace no mucho tiempo.<br />
- 131 -
Podría escribir muchas más cosas, pero con estas palabras queda claro<br />
por qué siento esto por un equipo de fútbol, algo que ningún otro equipo podría<br />
dármelo, mi corazón solo tiene dos colores, azul y blanco.<br />
Real Zaragoza, Te quiero.<br />
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EL PARTIDO<br />
Sandra Monteverde Ghuisolfi<br />
El domingo a la mañana sería su primer partido “oficial”. Javi estaba<br />
entusiasmadísimo y asustado a la vez, pues se estrenaría como portero del<br />
equipo. Había entrenado duro y se sentía preparado para todo. Su padre decía<br />
a quien quisiera escucharle y a quien no, que en la familia anidaba el nuevo<br />
Casillas, sin percatarse que cada vez que lo repetía machaconamente, Javi<br />
miraba para otro lado como si el tema no fuera con él.<br />
Estaba seguro de que nunca se atrevería a decirle a su papá que él no<br />
quería ser como otro, sino como él mismo. Que no quería parecerse a Casillas<br />
ni a Arconada o a Zubizarreta. Su padre y el entrenador le dieron un montón de<br />
videos para que aprendiera de los españoles más grandes que jugaron debajo<br />
de los tres palos y el los miró cientos de veces, pues era muy consciente que<br />
tenía mucho que aprender de los que ya habían llegado a la cima, pero una<br />
cosa era aprender y otra muy diferente imitar. Él le imprimiría su propio estilo al<br />
arte de parar una pelota, o por lo menos lo intentaría. Pero no encontraba ni las<br />
palabras ni la valentía para enfrentar a su progenitor y hacerle ver su punto de<br />
vista y de paso recordarle que además de futbolista, su más firme intención y<br />
su prioridad, era ser veterinario.<br />
El sábado cenó temprano y se acostó arropado por los mimos de su<br />
madre y las palabras de su padre: – Mañana es el gran día. Mañana empieza<br />
tu camino hacia la fama. Al apoyar la cabeza en la almohada sintió el peso de<br />
la responsabilidad sobre sus espaldas y le dio mucho miedo fracasar. Si no<br />
colmaba las expectativas paternas, quizá ya no lo quisiera más y a los doce<br />
años es era un terror cercano, que le resultaba bastante más importante que la<br />
idea lejana de ser una estrella.<br />
Se levantó temprano, desayunó por obligación, por que los nervios le<br />
quitaban el apetito y salió a la calle acompañado por toda la familia. Padres,<br />
abuelos, tíos, primos y hasta varios vecinos, se fueron uniendo a la comitiva<br />
que lo precedía, de tal modo que cuando llegó a las puertas del estadio, más<br />
parecía una romería, que unos vecinos que iban a ver un partido. A Javi le<br />
- 133 -
temblaban las piernas cada vez que oía hablar de su futura y meteórica<br />
carrera, que ya estaba en boca de todos.<br />
Esa mañana jugarían en La Romareda; por ser el primer partido de la<br />
temporada, se disputaría en el campo de los mayores. Toda una<br />
responsabilidad, que se sumaba a las presiones de los parientes, que ya en la<br />
puerta, comenzaban a hacer elucubraciones, apuestas, comentarios y a sugerir<br />
jugadas maestras y estrategias infalibles.<br />
La puertas del estadio estaban cerradas y ante ellas aguardaba un señor<br />
alto y con cara seria, que muy educadamente les explicó a los padres, abuelos,<br />
tíos, primos y vecinos, que en vistas a que los chiquillos estarían muy nerviosos<br />
ante el estreno de la temporada, las juntas directivas de ambos clubes habían<br />
decidido que el partido fuera a puertas cerradas. Los invitó cordial, pero<br />
firmemente a pasar a un gran salón, en el que les esperaban unos refrigerios y<br />
desde donde podrían disfrutar del partido, cómodamente instalados y con aire<br />
acondicionado, ya que éste se transmitiría en una gran pantalla gigante.<br />
Los niños se miraron entre ellos, atónitos en un principio, hasta que se<br />
dieron cuenta que podrían jugar sin la presión de los gritos, sugerencias,<br />
órdenes, indicaciones y abucheos, de todos los “expertos” que los<br />
acompañaban asiduamente a los partidos. Una vez que asumieron esta<br />
circunstancia, entraron al recinto de juego dándose codazos entre risas<br />
nerviosas. Pero en cuanto se vieron solos, desahogaron la ansiedad que los<br />
agobiaba, riendo a carcajadas, hasta que se les saltaron las lágrimas a todos.<br />
Ya más relajados, cada equipo se retiró a su vestuario y al fin, llegó el<br />
momento de salir a disputar el encuentro. Javi era el segundo de la fila, detrás<br />
del capitán del equipo y cuando pisaron el césped, la grandiosidad del estadio<br />
vacío lo conmovió y sintió que se le aflojaban las piernas. Pero se rehízo de<br />
inmediato, sonriendo de felicidad ante la perspectiva de jugar sin que veinte<br />
voces le recriminaran cada error, le gritaran que debía hacer o que no, y en<br />
definitiva, le impidieran pensar con claridad y disfrutar del juego.<br />
En el minuto 23 del primer tiempo, su equipo iba ganando por un gol<br />
contra cero y el número diez del bando contrario, se escapaba solo por la<br />
derecha del campo, corriendo como si le fuera la vida en ello, con la pelota<br />
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pegada al arco interno del pie izquierdo. A doce metros creyó ver el ángulo de<br />
tiro adecuado y pateó con todas su fuerzas. Javi adivinó instintivamente hacia<br />
donde iría el balón y voló literalmente con los brazos estirados y se hizo con él.<br />
La parada fue fenomenal, merecedora de varios replayes en la gran pantalla.<br />
El resto del partido transcurrió con varios intentos de anotar por parte de<br />
ambos equipos y los consiguientes parones de los porteros, pero la primera<br />
jugada de peligro en su meta, el vuelo de Javi hasta hacerse con la pelota,<br />
estaba en la mente de todos y una vez finalizado el partido hasta los contrarios<br />
se acercaron a felicitarle; salió abrazado con el resto de sus compañeros, que<br />
se regodeaban por la victoria y elogiaban su brillante actuación.<br />
En ese preciso instante se despertó. Miró la hora y se levantó y vistió<br />
apuradísimo. Hoy era el gran día. Su madre le sirvió el desayuno y le preguntó<br />
curiosa: – ¿Y a ti qué te pasa, que en vez de estar nervioso, estás radiante,<br />
como si esto del partido no fuera contigo? Antes de que pudiera contestar,<br />
intervino su padre: – Es que el chaval tiene nervios de acero, ¿verdad?<br />
Javi terminó de masticar la tostada y mirando a su padre a los ojos le<br />
contestó: – No papá, lo que pasa es que yo juego al Fútbol para divertirme, si<br />
sufriera o me lo pasara mal, no lo haría. Además, he tenido un sueño increíble<br />
– le dijo enigmáticamente, al tiempo que se levantaba de la mesa con la excusa<br />
de que tenía que revisar su equipo y dejaba a su papá pensativo e<br />
intrigadísimo.<br />
A punto ya de llegar al campo de fútbol del barrio, el hombre no pudo<br />
contenerse más y le preguntó: – Dime Javi: ¿A qué soñaste que ganaban el<br />
partido y tu actuación era excepcional? Y su hijo le contestó sin pestañar<br />
siquiera: – Mira papá, la verdad es que soñé que jugaba al fútbol sin presiones,<br />
ni gritos, ni expectativas de estrellato, solo para pasármelo bien y no te<br />
imaginas cuanto disfruté – luego de decirlo, sintió un alivio enorme. Y antes de<br />
entrar lo abrazó muy fuerte y le recordó al oído: – Yo te quiero mucho papá,<br />
pero no te olvides que el que quiere una estrella futbolística en la familia eres<br />
tú, yo voy a ser veterinario.<br />
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JUSTICIA POÉTICA<br />
Andrés De La Fuente Bachiller<br />
El bar estaba a reventar ya que el Real Zaragoza se jugaba todo en el<br />
último partido. La lluvia retrasaba el partido y María, la hermana mayor del clan<br />
chino, se afanaba en hacinar más mesas en el escaso hueco que quedaba<br />
cerca del televisor.<br />
Manolo, el hermano pequeño, gritaba: "¿como va el partido del Recre?".<br />
Le miré, sorprendido por su conocimiento de la Liga, mientras él hacía como<br />
que trabajaba para que no le llegase una reprimenda de María.<br />
María y Manolo eran nombres ficticios que se habían autoimpuesto,<br />
porque los reales eran demasiados complicados para que los recordara la<br />
clientela.<br />
María pensaba en la gran caja que iban a hacer, mientras levantaba a<br />
grito pelado a unos chicos que no habían reservado mesa. Manolo, sin<br />
embargo, se contagiaba del sufrimiento colectivo al acercarse el equipo, su<br />
equipo, al precipicio bochornoso de la segunda división<br />
En ese momento, con el bar abarrotado de gente y un calor de mil<br />
demonios, entró Luis. Luis era Inspector de Trabajo y tenía una denuncia en la<br />
que figuraba que había inmigrantes trabajando de forma ilegal en aquel<br />
negocio. Debía ir a esa hora y no podía ver el partido, con todo el dolor de su<br />
corazón y el consiguiente cabreo.<br />
Tras echar un primer vistazo para localizar a los trabajadores sin<br />
levantar sospechas, encontró un hueco en la barra, y pronunció la siempre<br />
tensa primera frase: "Hola, buenas tardes, venía de la Inspección de trabajo...".<br />
María comenzó a hablar en mandarín (suponía Luis), y, de vez en cuando,<br />
gritaba "¡¡no entiendo, no entiendo!!". Todo ello entre una marabunta de<br />
aficionados apiñados gritando frente al televisor y pidiendo consumiciones para<br />
aliviar el sufrimiento.<br />
En esos momentos, Luis observaba como los chinos que estaban<br />
atendiendo la barra se estaban escabullendo hacia la salida.<br />
- 136 -
Tras discutir con María, y comenzar a redactar la citación, solicitando la<br />
identificación de todos los trabajadores, el partido concluyó, y el Real Zaragoza<br />
había fracasado. Estaba en segunda. La gente hacía esfuerzos por no llorar, ya<br />
que no bajaba un equipo, descendía una ciudad entera.<br />
En ese instante observó como Manolo, con el delantal de cocina que<br />
delataba su faena, comenzó a llorar desconsoladamente en su hombro.<br />
Luis pensó que su tristeza era por la sanción que le podía caer al clan<br />
familiar, cuando, de repente, comenzó a decir entre dientes: "Con la plantilla<br />
que teníamos...".<br />
Luis, de improviso, se marchó del bar sin decir nada, y sencillamente<br />
pensó: el dolor se respeta.<br />
- 137 -
LÁGRIMAS SOBRE BARRA<br />
Carlos Puértolas Tena<br />
- Mozo sírveme otra. Bien cargada.<br />
Lo balbuceó un viejo sombrío hace un puñado de semanas mientras yo<br />
languidecía en la barra más mugrienta de una ciudad triste. Aquel señor<br />
desteñía tinte azul y blanco sobre el vidrio del peor ron de aquel local con hedor<br />
a tabaco y alcohol barato.<br />
“Mi vida ya no tiene sentido”, dijo. Yo le pregunté por qué.<br />
No quiso mezclar a su mujer. La fiel esposa se acostaba con un<br />
jovencito más guapo, más simpático y con un riñón dorado en azul y granate.<br />
Miscelánea de colores cálidos. El viejo lo sabía pero giraba su rostro hacia la<br />
mesilla de madera y mármol cuando encontraba sus sábanas arrugadas.<br />
No nombró a sus dos hijos. Los dos habían emigrado. Los dos miraban<br />
el futuro en rojo, blanco y dulce. Hedor a Copas de primeras marcas mientras<br />
allí se oxidaban hasta los recuerdos.<br />
Tampoco me habló de su antiguo empleo en cadena. En septiembre<br />
hará un lustro desde que fue sustituido por un joven de tez morena y camiseta<br />
blanquecina. Decían que estaba agotado. Hoy desespera al final de una cola<br />
que ansía llamadas perdidas a cualquier precio. Resulta curioso que un experto<br />
en el montaje de espejos retrovisores, se muestre incapaz de mirar hacia<br />
adelante.<br />
La salud le importaba demasiado poco. Dos cajetillas de tabaco al día le<br />
habían dejado los pulmones grises oscuros casi negros. Similares a los<br />
rincones de un pasto rodeado de sillas vacías. Blanco y azul agonizante. El<br />
doctor desalmado le anunció que su pecho mordería en junio el noventa.<br />
- Sabes chaval, pronto no tendremos un lugar al que volver.<br />
Le serví su penúltimo ron. Por fin estaba absolutamente borracho.<br />
De repente, el viejo giró el rostro hacia la vieja Telefunken que<br />
agonizaba en uno de los tabiques grises del local. Subí el volumen.<br />
- 138 -
En la pantalla vi a un Hueso argentino con los brazos apuntando a lo<br />
más alto de una montaña condal; vestía una camiseta amarilla y negra y había<br />
tumbado a un gigante blanco. Aquel Martín ligero se echaba la mano al oído<br />
para escuchar una marea hambrienta. Habían pasado casi diez años de<br />
aquello.<br />
Miré a sus ojos y de ahí manaban otras lágrimas. Savia nueva y barbilla<br />
izada.<br />
Real Madrid 2 - Real Zaragoza 3. Lo había comprendido, a orillas del<br />
Ebro el fútbol no es un deporte.<br />
Hoy está anocheciendo.<br />
- 139 -
UNA TARDE INOLVIDABLE<br />
Roberto Ferrer Anadón<br />
Recuerdo ese día como si hubiera sido ayer. Es cierto que el pasado se<br />
abre paso a zarpazos, y la historia ojalá se repita, pero con menos desgracias,<br />
porque ahora que la recuerdo me encuentro muy solo. Ahora en estos<br />
momentos mi equipo no me da una alegría ni media, por eso vivo de la<br />
nostalgia del pasado. Que se le va a hacer...<br />
Fue un día muy caluroso ese treinta de junio del 2001, un infierno en<br />
llamas era Sevilla. La jornada iba a ser muy dura, y mi padre y yo lo sabíamos.<br />
Mi padre estaba en el paro y lo estábamos pasando mal en casa. Le costó<br />
muchos disgustos convencer a mi madre para que nos dejara ir a la final de<br />
copa. Ya sabíamos que iba a ser dura como he dicho antes, porque mi madre<br />
era una rival casi tan dura como el super-celta de esos tiempos. Al final la<br />
convenció con argumentos como, “mi hijo tiene que ver por lo menos una final<br />
en su vida”, “si cogemos la entrada con autobús tampoco sale tan caro”, o<br />
hasta “al mes que viene solo comeremos el chico y yo macarrones, así no<br />
notaremos el esfuerzo económico”. El último argumento le dio tanta pena a mi<br />
madre que no dijo que hiciéramos lo que quisiéramos, eso si, no sin antes<br />
decirnos: “No se para que vais a ver a esos garramantas si van a perder<br />
seguro, encima los del celta se os reirán antes y después del partido”.Mi padre<br />
cuando tuvo el consentimiento me miró y me guiño el ojo... Ya estaba, el primer<br />
matchball lo habíamos pasado. Ahora solo faltaba preparar el viaje. Tampoco<br />
iba a ser fácil porque la fábrica de mi padre había cerrado y aun le faltaba de<br />
pagar la casa. En esos tiempos íbamos con el agua al cuello. Me acuerdo que<br />
iba al colegio con libros usados, ropa heredada e incluso me cortaba el pelo mi<br />
madre. A veces parecía un muñeco de trapo con vida propia. Eso si, nadie me<br />
ganaba en zaragocista, no tenía dinero pero si esperanza. Los preparativos del<br />
viaje no fueron difíciles una vez conseguida la entrada y el billete de bus.<br />
Porque teníamos pensado el desayuno, comida y cena para el viaje. Un<br />
bocadillo y otro bocadillo más otro bocadillo. Eso si, variábamos el contenido.<br />
Mortadela, chopped y salchichón. Todo un lujo. Pero nos daba igual, mi padre y<br />
- 140 -
yo hubiéramos comido sólo pan con tal de ir. Se acercaba el día de partida y<br />
las televisiones intentaban minar nuestra pasión. En cada sección deportiva de<br />
telediario (esos si que eran deportes no como ahora que solo hablan de quien<br />
tiene más tacos en la bota, Messi o Cristiano) sacaban imágenes de filas<br />
kilométricas de la afición del celta, reportajes que decían que el celta por fútbol<br />
se merecía un título, que el Zaragoza tenía que dar gracias ya por haberse<br />
salvado en la última jornada contra el Celta, etc. Pero no hacíamos caso, el<br />
último golpe bajo fue que el Ayuntamiento de Vigo pagaba el viaje a todos los<br />
aficionados. ¡Iban a ir gratis! ¡Gratis! A mi padre y a mi nos esperaba un mes<br />
de macarrones y a ellos les pagaban el bus. La cosa iba de mal en peor.<br />
El viaje empezaba a las cinco de la mañana. Era una travesía muy larga,<br />
unas once horas de bus con dos paradas. Casi nada. Ya nos dirigíamos a la<br />
explanada del Príncipe Felipe que era donde se concentraba toda la flota de<br />
autobuses y ya se olía en ambiente. Éramos pocos pero ruidosos. Habíamos<br />
grupos de jóvenes, familias enteras y hasta ancianos. Parecía el ejército de<br />
Alejandro Magno al final de la campaña de toda su vida. Salimos todos a la vez<br />
y me acuerdo que muchos chóferes eran de fuera. Nos tocó un catalán que al<br />
arrancar el viaje se presento con el micrófono de su cabina y nos dijo: “Ala<br />
maños, a ver si ganáis”. Todo el autobús empezó a aplaudir al simpático<br />
conductor. Hicimos la primera parada en un área de servicio de Madrid y nos<br />
comimos nuestro primer bocadillo. No recuerdo que tocaba salchichón o<br />
chorizo, de los nervios no me entraba nada. Hicimos migas con otro hombre<br />
que también iba acompañado de su hijo en el viaje, solo que ellos compraban<br />
sus bocatas y bebidas en el bar. Eran muy majos y se les veía buena gente.<br />
Desde ese día guardo una especial amistad con el chico que además tenía mi<br />
edad.<br />
Cuando llegamos era medio día y el calor comenzaba a ser asfixiante.<br />
La gente iba sin camiseta para combatir la temperatura, la temperatura y el<br />
alcohol que llevaban en el cuerpo. Ya se sabe que pasa con las finales, hay<br />
que darlo todo. Iban pasando las horas y mi padre para disimular que iba mal<br />
de pasta le dijo a nuestros nuevos compañeros que queríamos hacer turismo y<br />
no ir de bares. El otro hombre se veía que era un calzonazos y su mujer lo<br />
llevaba a raya por lo que le apetecía emborracharse. Y como no querían ir<br />
- 141 -
solos nos querían acompañar pero que compraría unas cervezas en el súper, si<br />
no le importaba a mi padre. Mi padre que es un santo le dijo que le parecía muy<br />
bien. En realidad nada le apetecía más que aguantar el día con cervezas bien<br />
frescas, lo que pasa que no se lo podía permitir. Dimos una vuelta a Sevilla y<br />
pudimos ver todo, o casi todo.<br />
La Giralda, la Maestranza, el Guadalquivir y todo lo importante de la<br />
ciudad. A la hora del partido ya íbamos que nos subíamos por las paredes.<br />
En la ciudad los aficionados habían ganado por casi tres a uno a los<br />
aragoneses. Parecía que iba a pasar lo mismo en el partido. Por eso creo que<br />
mi padre y su amigo bebieron más cervezas. Se les juntó la ansiedad y la calor.<br />
Al final de la tarde mi padre que iba bastante cargado le confesó a su nuevo<br />
amigo su situación económica y el porque íbamos de turismo y no de tapas. El<br />
otro en cuanto lo oyó le pasó un abrazo y le dijo que habérselo dicho antes,<br />
que un aragonés fuera de la tierra es un hermano, “Hoy por ti y mañana por<br />
mí.” Entonces ya por fin nos pudimos sentar en un bar a descansar. Yo estaba<br />
con el chico de mi edad cantando canciones del Ligallo que nos sabíamos de<br />
memoria, subidos en unas sillas arrastrando a la gente a cantar con nosotros.<br />
La gente nos seguía y nuestros padres se emocionaban al vernos. Ya<br />
estábamos desenfrenados y con la calor, (nosotros teníamos quince años y no<br />
podíamos beber...) nos quitamos las camisetas para entrar al estadio. Había<br />
mucha policía y en la entrada había amontonados muchas latas y botellas de<br />
refrescos que los de seguridad no habían dejado entrar a la gente. Cuando las<br />
vimos mi padre y yo nos miramos y nos empezamos a reír. Unos tanto y otros<br />
tan poco...<br />
Una final es espectacular, lo digo porque el ambiente y el espectáculo es<br />
único. Por lo menos hay que estar en una alguna vez en la vida. Es una pena<br />
con el fútbol moderno que solo puedan ya llegar los equipos grandes, además<br />
la actual situación del Real Zaragoza no ayuda mucho a conseguir llegar a una.<br />
Antes del partido hicieron un concierto y saltaron en paracaídas con una gran<br />
bandera de España unos militares; y como era el veinticinco aniversario de la<br />
copa hicieron un montaje espectacular, de las veinticinco finales anteriores en<br />
las pantallas gigantes del estadio. Hay se empezó a consumar la venganza por<br />
el día de cánticos que nos habían dado los celtiñas. Cuando le toco el resumen<br />
- 142 -
de la final del 94 que se ganó al Celta por penaltis la afición maña cantó los<br />
goles del Zaragoza como si fueran en directo. Los penaltis del celta hasta que<br />
falló Alejo murmuramos de cachondeo como si no supiéramos quien iba a<br />
ganar. Cuando tiró Higuera el decisivo a los aficionados del celta perdón por la<br />
expresión, se les quedó una cara de gilipollas impresionante. Ahora la afición si<br />
que estaba despertando.<br />
Empezó el partido y como era de esperar el Celta salió en tromba y el<br />
Real Zaragoza a verlas venir.<br />
Como he dicho antes el Celta tenía un equipazo plagado de estrellas y el<br />
Zaragoza venía de salvarse la última jornada. Me acuerdo del gran Cáceres,<br />
Gustavo López, Catanha y los rusos. Karpin y Mostovoi parecían tanques de la<br />
Unión Soviética comparándolos con nuestros jugadores más cumplidores como<br />
Rebosio o Pablo. En el minuto cinco ya nos habían metido un gol. Mi padre me<br />
abrazo y me dijo: “Tranquilo, es como se termina, no como se acaba”. Pero la<br />
verdad que tenía una cara que parecía que nos iba a caer un saco. Mi amigo y<br />
yo aún así no paramos de agitar nuestras bufandas animando al equipo.<br />
Parecía que el Celta dejaba de pisar el acelerador y la cosa se calmaba.<br />
Estábamos muy lejos de empatar pero por lo menos no llevábamos cinco en el<br />
saco como parecía que empezaba la cosa.<br />
Nos pitaron un córner a favor y apareció el capitán, el eterno capitán. El<br />
chaval de Badalona que vino a hacer la mili a Zaragoza y ha sido el jugador<br />
que más ha vestido la camiseta del Real Zaragoza. También ha sido el defensa<br />
que más se ha abierto la cabeza por el león rampante. Nadie si no él, podía<br />
echarse el equipo a la espalda ese día. Cabezazo y gol. Todos a abrazarle y la<br />
afición eufórica. Es aquí el comienzo de la noche perfecta. Mi padre se llegó a<br />
emocionar haciéndome llorar a mí. Nuestros amigos ni se lo creían tampoco.<br />
Los celtiñas volvieron a callarse como en el resumen de la copa del 94 y la<br />
afición volvió a alentar al equipo como nunca. Tanto se empezó a cantar que<br />
parecía ahora que nosotros les doblábamos en número. El Zaragoza era<br />
llevado por su afición en volandas. Los jugadores lo sentían, se notaba la plena<br />
comunión con su grada y de repente cayó el segundo. Remontada histórica.<br />
Gol del brasileño que vino del Japón. Es verdad que cuando se dice que los<br />
jugadores hacen algo siempre. Jamelli no ha marcado historia con sus números<br />
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de goleador pero todo el mundo le tiene cariño. Mi padre y yo nos caímos hacia<br />
atrás de júbilo. Escribo esto y casi se me caen las lágrimas de recordarlo. Que<br />
alegría, que ilusión indescriptible. Termina el primer tiempo y la grada no para<br />
de cantar el himno agitando las bufandas en un mosaico precioso. Recordemos<br />
que estábamos a casi cuarenta grados pero la gente le daba igual. Nosotros<br />
llevábamos bufandas muy antiguas porque no teníamos dinero para<br />
comprarnos una conmemorativa de la final. Ahora esas bufandas las guardo en<br />
el trastero de mi casa como si fueran un tesoro. En el descanso todo el mundo<br />
fue al baño sofocado por la calor y animar con el bufandeo hasta la<br />
extenuación. Todo se acumulaba y la emoción estaba a flor de piel. Recuerdo<br />
la escena de los lavabos como si fuera ayer. Todas las generaciones juntas<br />
tirando agua como si fuera una fiesta. Abuelos y nietos con padres e hijos<br />
cantando empapándose de agua para refrescarse cantando. Hacía un eco<br />
ensordecedor en el lavabo y pitaban los oídos pero aún así la gente seguía<br />
gritando poseída. Es cuando me di cuenta que ese partido lo íbamos a ganar.<br />
Llegamos otra vez a nuestros asientos y les guardamos el sitio y las mochilas a<br />
nuestros nuevos amigos para que fueran ellos ahora al servicio. No sin antes<br />
darnos un abrazo como si nos conociéramos de toda la vida. Empezó la<br />
segunda la tarde y estaba claro lo que iba a pasar. El Zaragoza se dedicaría<br />
aguantar a la heroica y salir al contraataque. Al ponerse el partido de esa<br />
manera los hinchas gallegos despertaron pero como dijo Galdós, “Zaragoza no<br />
se rinde” y no nos dejamos amedrentar. Volvió a su asiento mi amigo con su<br />
padre y nos volvimos a quitar las camisetas juntos para agitarlas en el aire<br />
mientras cantábamos. Parecía que éramos un náufrago de una isla, que hace<br />
eso para que un barco lo vea y lo rescate. Nosotros en cambio queríamos que<br />
nuestro equipo nos viera para que supieran que estábamos a muerte con ellos.<br />
Los segundos 45 minutos fueron un acoso. El Celta salió en tromba y el<br />
Zaragoza a defender. Los rusos y Gustavo López dejaron clara su calidad, pero<br />
como dice el Ligallo, no hay que reblar. Los blanquillos se defendieron con<br />
uñas y dientes y Yordi gol metió el tercero. Ese delantero que sus carencias<br />
con los pies las contrarrestaba con la cabeza. Uno a tres. La gente emocionaba<br />
cantaba el alirón. El árbitro pitó el final del partido.<br />
- 144 -
La ceremonia de recogida de trofeo fue preciosa y ahora sí recuerdo<br />
esa felicidad que me desbordaba. Era mi primera final con quince años y me<br />
sentía el más afortunado del mundo. La vuelta mi padre y yo volvimos<br />
dándonos muchos abrazos y al llegar a Zaragoza nos despedimos de nuestros<br />
compañeros de viaje no sin antes darnos los teléfonos. Cuando llegamos a<br />
casa mi madre no dio un par de besos a cada uno y nos dio la enhorabuena.<br />
Ahora si que estoy llorando porque mi padre ya no está. Se lo llevó un cáncer.<br />
Pero las cosas no van tan mal. Oposité y ahora soy profesor de escuela.<br />
No somos ricos pero no nos falta de nada y por cierto soy padre. Tengo ganas<br />
de que mi hijo crezca para contarle como fue esa final y enseñarle fotos de su<br />
abuelo para que lo conozca. Ya le he comprado el equipaje del Real Zaragoza<br />
porque si mi padre y mi abuelo fueron zaragocistas mi hijo lo será también. Los<br />
amigos que hice en Sevilla se llaman Carlos padre e hijo, y nos hemos hecho<br />
tan amigos que a Carlos hijo lo invité a mi boda. Ya veis que además de ganar<br />
una copa gané un gran amigo. En estos tiempos tan malos para el<br />
zaragocismo, recuerdo ese día y los abrazos cálidos de mi padre que ya no<br />
está.<br />
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VICTORIA<br />
Hebert Poll Gutierrez<br />
“Decídete y serás libre”<br />
H.W. Longfellow<br />
Ciudad de Zaragoza. Un día que no recuerdo ni deseo<br />
acordarme…..<br />
Dos minutos para el fin del partido. Cero goles. El Real Zaragoza no ha<br />
podido marcar. La sobredosis de millones de euros ha bloqueado las<br />
habilidades futbolísticas de sus principales artilleros.<br />
Arturo el capitán de la selección cubana demuestra que también tiene<br />
talento. Burla a César Arzo y David Cortés y le realiza un pase magistral a Luis,<br />
su crack diez estrellas y este vas en pos de la gloria. ¡Al carajo los espíritus de<br />
la mala suerte! ¡Qué se jodan los que pusieron piedras en su camino, los que<br />
anunciaron a los cuatro vientos que no era digno de ser miembro del equipo<br />
nacional por sus pensamientos postmodernos antipatrióticos! ¡Viva la<br />
perseverancia! ¡Gracias Dios por darle una oportunidad a un humilde ser<br />
humano que no lastima ni a las cucarachas!<br />
Ahora todo es diferente y él está ahí, en el Estadio Ramón Sánchez,<br />
disputando contra todos los pronósticos la final del Mundial de Clubes. Es más<br />
positivo que nunca. Si ha podido marcar más goles que Cristiano Ronaldo y<br />
Leo Messi en la temporada, no hay nada que temer, atrapará ese balón y su<br />
equipo vencerá.<br />
Veinte metros para llegar a la portería, la victoria corre a su lado<br />
susurrándole: ¡Cuba, Cuba! Su entrenador no puede creer lo que acontece, ya<br />
se imagina tomando champagne francés y dando entrevistas a la CNN. De<br />
repente, suelta el balón, brinca una valla, se agarra de un fornido policía y grita<br />
como tenor en concierto: ¡Asilo Político, asilo políticoooo!<br />
Todos lo maldicen; su entrenador porque tuvo que decirle adiós al<br />
Mercedes Benz que le prometieron si su pupilo ganaba la competencia y el<br />
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público al no entender como un deportista puede dejar escapar la gloria de esa<br />
forma.<br />
Pero a Luis no le importa nada, es feliz. Simplemente acompaña al<br />
policía a la estación donde firmará los papeles que le permitirán comenzar una<br />
vida nueva en el país de sus sueños y mira al cielo.<br />
Madre, lo logré. Soy libre…libre…libre.<br />
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ZARAGOZA FASCINANTE<br />
Juan Antonio Serrano Gordillo<br />
Mientras el Ebro guardaba silencio, al pasar por El Pilar, todo el<br />
esplendor y grandiosidad de Zaragoza, irrumpía en un estruendo de armoniosa<br />
melodía visual, que envolvía e invadía con su hermoso espectáculo, a los<br />
admirados paseantes, rendidos ya sin remisión, ante el bello panorama.<br />
La ciudad, que se había compinchado con el río, en una secuaz<br />
trama de conjuro y encanto, no daba tregua a sus asombrados visitantes que,<br />
apenas habían salido de un atractivo esplendoroso, cuando ya estaban<br />
inmersos en un nuevo y cautivador deleite.<br />
A todo esto, la Catedral -que no permanecía ajena al juguetón<br />
encantamiento al que eran sometidos-, se alió con sus vinculados e<br />
inseparables compañeros urbanos y se mostró, fastuosa y regia, alzando sus<br />
altas y majestuosas torres, para llamar la atención de los conmovidos y<br />
estupefactos forasteros.<br />
Y así, mano a mano en su gracioso juego, los tesoros de Zaragoza,<br />
orgullosos y gozosos, recibían con digna satisfacción, la emocionada acogida<br />
de aquellas personas, que henchidas de complacencia, caían rendidas frente a<br />
tan insólita y fascinante ciudad.<br />
La Virgen -que no estaba dormida-, contemplando risueña aquella<br />
exhibición de grandeza, quiso unirse a la ceremonia de la exquisitez,<br />
extendiendo su colorido manto por el Cielo de la colosal Ciudad, apareciendo<br />
luminoso, azul, claro y hermoso, en completa armonía con el -tan singular<br />
como atractivo- recreo placentero, en el que se deleitaban los sentidos y los<br />
corazones.<br />
Y toda esta orgía de sensaciones, jamás experimentadas, estaban<br />
justificadas por un hecho fundamental sin parangón: juagaba el Zaragoza en La<br />
Romareda que, para no ser menos en este grandioso festín de portentosas<br />
delicias, brilló, como siempre, obsequiándoles a todos, con una tarde de gloria<br />
que jamás olvidarían.<br />
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