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solo está en el Real Zaragoza porque su padre le obligó por testamento a<br />
tenerlo durante 10 años!".<br />
En 2001, mi abuelo ya no renovó el carnet. El año anterior, con Chechu<br />
Rojo, habíamos gozado de una pequeña oportunidad de ser Campeones de<br />
Liga y mi abuelo se ilusionó con la posibilidad de que volviéramos a ser<br />
grandes. Pero una vez más el sueño se esfumó y volvimos a pelear por no<br />
descender. Es verdad que evitamos la catástrofe y ganamos otra Copa del Rey<br />
en Sevilla contra el mejor Celta de la historia, pero el día que mi abuelo me dijo<br />
que había perdido la esperanza de ver al Real Zaragoza ganar una Liga, sus<br />
ojos reflejaban una inmensa tristeza. La salud tampoco le acompañaba y su<br />
nieto ya tenía 20 años y se iba solico. Enfermo o no, yo creo que mi abuelo<br />
demostró una vez más lo listo que era —o su visión de futuro— y se evitó el<br />
dolor de vivir en el campo un nuevo descenso a Segunda División después de<br />
25 años.<br />
Yo le intentaba convencer de que se viniera conmigo a ver algún partido,<br />
pero siempre se negaba. Tras el ascenso, pensé que volvería a entrarle el<br />
gusanillo, pero no fue así. Ni los Villa, Milito y Savio consiguieron animarle.<br />
Cuando jugamos la final de Copa del Rey contra los Galácticos creí que<br />
vendría conmigo, pero tampoco. Con todo lo increíble que fue aquella victoria<br />
contra pronóstico en Montjuic, me quedó el regusto amargo de haber dejado a<br />
mi abuelo en Zaragoza.<br />
Al año siguiente, seguí insistiéndole. Cada semana le preguntaba si se<br />
vendría conmigo y su respuesta era invariablemente negativa. Me decía que no<br />
le gustaba este fútbol y yo le replicaba que este equipo jugaba bien, pero él se<br />
reía rememorando a los Magníficos y a los Zaraguayos e incluso a los Héroes<br />
de París, victoriosos con la SAD pero todavía herederos de la tradición del Club<br />
Deportivo. Cuando se cansaba de discutir, me decía que estaba demasiado<br />
enfermo para ir al campo y yo no podía decirle nada, porque era verdad que su<br />
salud se deterioraba a marchas forzadas. Y yo me preguntaba hasta qué punto<br />
influía en ello la tristeza que vi aquel día en su mirada y que todavía asomaba<br />
de vez en cuando, en momentos en que él no se daba cuenta de que yo le<br />
observaba. No recuerdo exactamente cuando dejé de pedirle que me<br />
acompañara a La Romareda.<br />
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