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I.Relatos.Aupazaragoza

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Aquel segundo día del mes de marzo fue inolvidable. Por la mañana<br />

acudieron a la cita con el oncólogo y las noticias no pudieron ser mejores. Los<br />

niveles estaban controlados y el tumor parecía que remitía. Pascual decidió<br />

que había que celebrarlo. La comida en La Matilde fue de esas que no se<br />

olvidan. Lástima que el final del día no acompañó. El Real Zaragoza perdía con<br />

el Feyenord en Rotterdam, pero el exiguo gol de desventaja permitía seguir<br />

soñando. Y París seguía en la mente de Pascual.<br />

- ¿Cómo te encuentras, papá? ¿Listo para la remontada?<br />

Pascual acababa de llegar casa, justo a tiempo para ver el partido. Su<br />

padre, como siempre envuelto en la manta de cuadros, miraba atentamente la<br />

pantalla. La enfermedad, a pesar de la opinión del oncólogo y de los resultados<br />

de los diferentes análisis, parecía avanzar sin remedio. Remedió que llegó en<br />

forma de goles. Dos, como dos soles, de Pardeza y de Esnaider. Su padre<br />

parecía otro. No había dolor ni tristeza en su cara. Al acabar el partido, se<br />

levantó del sofá con una energía inusitada y, camino del lavabo le gritó:<br />

-Pascual, ¿sigue en pie lo de París? Igual tienes razón y somos capaces<br />

de llegar…<br />

La euforia se extendía por la ciudad, y también por casa de Pascual. El<br />

tumor parecía remitir. Los análisis de abril fueron alentadores. Más que el<br />

sorteo, que nos deparó un duro hueso de roer. El Chelsea eran ya palabras<br />

mayores.<br />

-Si yo puedo con el cáncer, estos podrán con el Chelsea – le dijo su<br />

padre aquella tarde.<br />

Pascual hacía días que observaba la actitud de su padre. Taciturno<br />

antes de las visitas al Servet, esperanzado tras los sorteos, eufórico tras las<br />

victorias. Pero había algo que le preocupaba. Y su madre se daba perfecta<br />

cuenta.<br />

-Hijo, dime la verdad. Tú eres médico.<br />

No había más que una verdad. El fútbol, su Real Zaragoza, provocaba<br />

milagros. Conocía perfectamente la gravedad de la enfermedad, y sin embargo<br />

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