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mientras la voz de los locutores y el humo del tabaco de mi padre anidaban en<br />
mi memoria para formar otro de los lugares donde mi cerebro suele ir a pasar<br />
un rato cuando las cosas van mal, volvía a encontrarme con el fútbol. También<br />
con mi padre. Supongo que cuanto más perdido estuviera y menos me<br />
soportara a mí mismo las posibilidades de volver a sentir otra preocupación<br />
cuando ves a los delanteros rivales acercarte al área de tu equipo son menos<br />
lógicas. Pero creo que las vacunas también llevan parte del veneno que se<br />
quiere neutralizar y conforme me fui acercando a la veintena me fui viendo a mi<br />
mismo otra vez mordiendo el borde de una bufanda por los nervios, hasta un<br />
día encontrarte en una autobús con destino a una “nofinal” para no bajar a<br />
segunda división que los que levantan copas de España, Europa, el Mundo y la<br />
Vía Láctea como si fueran churros quizás nunca comprendan. Supongo que es<br />
ese veneno el que te hace volver a gritar cada vez que el árbitro te pita en<br />
contra un fuera de juego o que te hace esconder la mirada en el botellín<br />
cuando otra vez en el último minuto, y además otra vez de corner, alguien del<br />
equipo contrario le mete un gol al domingo por la tarde. También supongo, que<br />
no deja de ser el mismo veneno que te hace levantar lo puños de rabia y unirte<br />
a miles de voces y abrazos cuando vuelves a ver zarpazos del viejo león, que,<br />
acosado por buitres que vuelan alrededor suyo, vuelve a soltar algún rugido<br />
que recuerda a las viejas tardes. Es entonces cuando me parece volver a oír la<br />
voz de mi padre diciendo que tenemos un equipo cojonudo.<br />
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