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I.Relatos.Aupazaragoza

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temblaban las piernas cada vez que oía hablar de su futura y meteórica<br />

carrera, que ya estaba en boca de todos.<br />

Esa mañana jugarían en La Romareda; por ser el primer partido de la<br />

temporada, se disputaría en el campo de los mayores. Toda una<br />

responsabilidad, que se sumaba a las presiones de los parientes, que ya en la<br />

puerta, comenzaban a hacer elucubraciones, apuestas, comentarios y a sugerir<br />

jugadas maestras y estrategias infalibles.<br />

La puertas del estadio estaban cerradas y ante ellas aguardaba un señor<br />

alto y con cara seria, que muy educadamente les explicó a los padres, abuelos,<br />

tíos, primos y vecinos, que en vistas a que los chiquillos estarían muy nerviosos<br />

ante el estreno de la temporada, las juntas directivas de ambos clubes habían<br />

decidido que el partido fuera a puertas cerradas. Los invitó cordial, pero<br />

firmemente a pasar a un gran salón, en el que les esperaban unos refrigerios y<br />

desde donde podrían disfrutar del partido, cómodamente instalados y con aire<br />

acondicionado, ya que éste se transmitiría en una gran pantalla gigante.<br />

Los niños se miraron entre ellos, atónitos en un principio, hasta que se<br />

dieron cuenta que podrían jugar sin la presión de los gritos, sugerencias,<br />

órdenes, indicaciones y abucheos, de todos los “expertos” que los<br />

acompañaban asiduamente a los partidos. Una vez que asumieron esta<br />

circunstancia, entraron al recinto de juego dándose codazos entre risas<br />

nerviosas. Pero en cuanto se vieron solos, desahogaron la ansiedad que los<br />

agobiaba, riendo a carcajadas, hasta que se les saltaron las lágrimas a todos.<br />

Ya más relajados, cada equipo se retiró a su vestuario y al fin, llegó el<br />

momento de salir a disputar el encuentro. Javi era el segundo de la fila, detrás<br />

del capitán del equipo y cuando pisaron el césped, la grandiosidad del estadio<br />

vacío lo conmovió y sintió que se le aflojaban las piernas. Pero se rehízo de<br />

inmediato, sonriendo de felicidad ante la perspectiva de jugar sin que veinte<br />

voces le recriminaran cada error, le gritaran que debía hacer o que no, y en<br />

definitiva, le impidieran pensar con claridad y disfrutar del juego.<br />

En el minuto 23 del primer tiempo, su equipo iba ganando por un gol<br />

contra cero y el número diez del bando contrario, se escapaba solo por la<br />

derecha del campo, corriendo como si le fuera la vida en ello, con la pelota<br />

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