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Carlos, que así se llamaba él, había quedado flechado de Marina<br />
instantáneamente y, asomándose por encima del hombro de ella, había leído<br />
en la solicitud de ingreso, el nombre que había conquistado su corazón<br />
zaragocista.<br />
Desde ese momento, tanto Marina como Carlos anhelarían, sin decírselo<br />
el uno al otro, que si existen los dioses del fútbol, les concedieran el prodigio de<br />
un Zaragoza campeón que justificase su relación de esta manera tan absurda,<br />
tímida y juvenil. Ambos comenzaron a quedar. Tres cines, un par de pizzas,<br />
varias quedadas para compartir apuntes y preparar exámenes y sus citas<br />
quincenales para acudir a La Romareda. Y ya no había vuelta atrás.<br />
Marina meditaría cada noche de los siguientes meses como expresar a<br />
Carlos que, aunque el Real Zaragoza hubiese sido eliminado, ella estaba<br />
dispuesta a salir con él, a presentarle a sus padres y a lo que hiciera falta, con<br />
tal de compartir cualquier momento y no separarse nunca de su lado.<br />
* A 45 segundos del final saca Andoni Cedrún de puerta. No llega Poyet,<br />
despeja Linigham. El balón para Nayim. Y Nayim lo que intenta es…<br />
- ¿De verdad abuelo? ¿Iremos a algunos partidos aunque se jueguen<br />
bastante lejos?<br />
- ¡Pues claro! Pero ya puedes pedirle autorización a tus padres. ¡Y<br />
tendremos que sacarnos los pasaportes! Porque supongo que los<br />
necesitaremos en algunos países.<br />
- Eso está hecho abuelo. Y el permiso de mis padres seguro que lo<br />
consigo. Ya tengo los quince y me prometieron la moto si aprobaba todo. Pero<br />
en lugar de la moto prefiero irme contigo a ver los partidos que juguemos en<br />
Europa.<br />
Allí, en medio de una Plaza del Pilar inundada de alegría y jolgorio, en<br />
ese océano azul y blanco, José Antonio acababa de prometer a su nieto Ismael<br />
que acompañarían al Real Zaragoza en su periplo europeo tras haber<br />
conquistado la Copa del Rey del 94. Dos semanas antes José Antonio había<br />
pasado por uno de los peores trances de su vida. Si ya fue duro en su día<br />
haberse quedado viudo, ahora el cruel cáncer le condenaba a una muerte<br />
inexorable. Año, año y medio o dos años le había pronosticado el oncólogo. No<br />
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