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I.Relatos.Aupazaragoza

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-¡Ahora que tenéis las entradas, no vas a reblar! – le dijo su madre<br />

colocándole bien las sábanas, doblando de forma perfecta el embozo con el<br />

símbolo de la Seguridad Social.<br />

Pascual sabía que nunca irían a París. La fecha se acercaba y la<br />

situación de su padre empeoraba por momentos. Lo veía escuchando<br />

atentamente los programas deportivos, con la mirada perdida hacia la ventana,<br />

desde donde podía ver la grada de Jerusalén.<br />

La vida es cruel. Pascual cambió su billete de avión por uno para la línea<br />

40. Subió los cinco pisos con una tristeza que le impedía respirar. Y al llegar a<br />

la habitación, descargó esa pesada carga en el pasillo y entró con la misma<br />

sonrisa que su madre contaba tenía cuando niño.<br />

-Aquí estoy papá ¿Listo? No vamos a París, pero vamos a ganar. Te lo<br />

prometo.<br />

Y empezó el partido de su vida. El partido de sus vidas. Su padre<br />

incorporado apoyándose en la almohada. Su madre en una silla junto a la<br />

cabecera intentando ver la tele pero mirando con pena a su marido. Pascual a<br />

la derecha de su padre, sentado en la cama. Cada jugada un apretón de<br />

manos. Cada ocasión un salto. El gol de Esnaider paralizó la quinta planta. Su<br />

padre, sin voz, intentó cantarlo sin éxito. Al poco, el empate los dejó sin<br />

esperanza. Su madre se enjugaba las lágrimas con disimulo. No por el fútbol.<br />

Y llegó la prórroga. Ahora Pascual había cogido las manos de su padre.<br />

-¡Esto se acaba, hijo! – dijo con un hilo de voz entrecortado.<br />

Y de repente el milagro. Las manos curtidas recuperan la fuerza.<br />

Aprietan como antes más aquellas manos de niño frente al colegio. El balón<br />

sube, y sube. El portero retrocede mas no llega. Y Nayim se vuelve loco. Y<br />

todos con él. De repente, las manos flaquean, se rinden. Pascual mira a su<br />

madre. Con miedo vuelven la mirada. Allí está su padre, la cabeza apoyada en<br />

la almohada, los ojos cerrados y una sensación de felicidad en el rostro<br />

imposible de olvidar. Final del partido.<br />

El pitido inicial del árbitro le devuelve a la realidad. Intenta mirar hacia el<br />

césped pero las lágrimas le impiden siquiera reconocer a los jugadores. Echa<br />

- 9 -

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