I.Relatos.Aupazaragoza

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En la siguiente jugada, en una arrancada me desmarqué de mi contrario, controlé el balón y me planté delante del portero que intentó salirme, pero le lancé una vaselina que sólo llegó a rozar con los dedos. Por detrás venía un defensa intentando llegar inútilmente al balón que, muy despacio, terminó por entrar en la portería. Entonces ocurrió algo realmente extraño. Se escuchó un rugido que no supimos de dónde vino. El abuelo dijo que podía ser de un avión pero a mí me pareció como el aullido de una multitud que gritara mi gol, un grito de júbilo desbordado cuya onda nos atravesó a todos. Duró varios segundos y se fue apagando como si se alejara hacia otro lugar. Después, el abuelo me cogió de la mano, quería mostrarme algo. Me señaló un lugar indeterminado del césped. “Desde aquí marcó Belló”, me dijo emocionado, curiosamente más o menos desde donde yo había marcado. Luego fuimos a recuperar el balón y vimos otra vez al perro, ahora estaba mordisqueando mi pelota como si fuera una presa. El abuelo hizo otra vez ademán de ir a espantarle, pero unos hombres con una especie de uniforme azul se le acercaban uno por cada lado. El primero llevaba una vara larga con un lazo de metal, el otro una red. Estaban a punto de atraparle y entonces, sin saber muy bien porqué, grité. ―¡Vete! ¡Vete! Todos me miraron como si hubiera hecho una de mis travesuras. El lazo estuvo a punto de atraparlo por el cuello pero consiguió liberarse de él saltando y retorciendo su cuerpo. Salió corriendo y el otro hombre trató de ir tras él. Le lanzó la red, que se deslizó por su lomo y se enredó en una de sus patas traseras, pero en su carrera consiguió soltarla. Se alejó dando grandes zancadas, saltando por encima de un banco y esquivando los troncos de los pinos como si fueran rivales que quisieran pararle. Se perdió entre la niebla. A los pocos días de aquello murió el abuelo y desde entonces, ir al fútbol ya no es lo mismo. He pensado mucho en todo lo que ocurrió aquella mañana y he llegado a la conclusión de que es el galgo el que se los lleva. Puede que los esté reuniendo a todos para ver el partido otra vez y algún día me encontraré otra vez con ese perro flacucho, estoy seguro. Dejará que acaricie su cabeza y - 32 -
me guiará hasta la grada con el abuelo. Será fácil para él reconocerme, ya no corro como los perros. - 33 -
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Era un buen comienzo. En esa época
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EL CIERZO A. Javier Dieste Torres L
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Mario Simón Puyal DANIEL, CORAZÓN
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DOS DE MAYO José Luis Ubieto Serra
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EL AMOR A UNOS COLORES Pablo Moros
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JUSTICIA POÉTICA Andrés De La Fue
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ZARAGOZA FASCINANTE Juan Antonio Se
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