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EL GOL DE MI VIDA<br />
Victoria Trigo Bello<br />
Ha venido Raquel. La he visto antes de verla, la he visto como sigo<br />
viéndola desde la primera vez en que me ocurrió el embrujo de toparme con<br />
aquel cabello rizado cuyos bucles reían con ella. Está ahí, haciendo sombra al<br />
sol, en la valla de ninguna categoría. Finge no mirarme, pero está ahí,<br />
pendiente de mí, ajena a lo que haya de deportivo en este campo de Torrero<br />
donde algunos podríamos ser una reencarnación de aquellos magníficos del<br />
Real Zaragoza.<br />
Son muy escasos metros que me separan de ella. El capitán me hace<br />
señas para que me mueva, que casi nos han colado el segundo. Falta y tarjeta<br />
amarilla. Este árbitro nos tiene ganas. Pero a mí lo único que me importa es ser<br />
el primero en salir de aquí y esta vez se va a enterar el chulo de Pablo de quién<br />
se llevará a Raquel a tomar horchata. Me da igual esa moto chatarrera y que su<br />
hermano le preste la cazadora de cuero. Me da todo igual. Seguro que Raquel<br />
me prefiere a mí y eso es lo único importante.<br />
No sé dónde está el balón. Me pregunto si es imprescindible para jugar<br />
al futbol. Voy a echar una carrerita hacia el centro, para no ir al banquillo. Estoy<br />
torpe. Dos semanas sin entrenar, las mismas que hace que conocí a Raquel. Y<br />
todo, por esperarla a la salida de esa academia de idiomas, sólo para verla<br />
subir al autobús, que ni acompañarla puedo hasta la parada, que siempre va<br />
con otras chicas. Ella quiere ser azafata aérea. Volar debe de dar algo de yuyu.<br />
Me han dicho que Raquel se atreve a subir a la noria grande, y al girasol y a los<br />
cacharros más arriesgados de las ferias. Yo también, pero se me enroscan un<br />
poco las tripas.<br />
Vienen los otros lanzados, en un ataque que me pilla desprevenido.<br />
Cuando reacciono, formo parte de un caos de piernas. Caigo y trago tierra,<br />
dolor y coraje. Me da vergüenza que Raquel me vea tirado en este suelo con<br />
más piedras que hierba, pero me queda el recurso de ser el guerrero herido,<br />
que siempre enternece a las mujeres. Me encojo hasta regresar a la posición<br />
fetal. Se monta un círculo de jugadores alrededor de mí. El masajista –mejor<br />
dicho, uno que es sobrino de una enfermera y nos consigue gasas y alcohol de<br />
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